Introducción

DOI: http://dx.doi.org/10.18558/FIL054

Miguel Ángel Puig-Samper
Instituto de Historia. CSIC
ORCID: 0000-0002-6609-819X

Xavier Agenjo Bullón
Director de Proyectos de la Fundación Ignacio Larramendi
ORCID: 0000-0001-8338-8087

Patricia Juez García
Ayudante de Dirección de la Fundación Ignacio Larramendi
ORCID: 0000-0002-9428-0175

Representación de viajero científico ilustradoAlgunas de las mayores aportaciones de la ciencia española al conocimiento universal proceden de las exploraciones que los naturalistas españoles llevaron a cabo en América desde el siglo XVI en su búsqueda de productos naturales útiles para la medicina, la farmacia, el comercio, etc., pudiendo considerarse la de Francisco Hernández (1570-1577) –protomédico de Felipe II– como la primera expedición de carácter científico relevante, aunque también hay que considerar la obra de cronistas de Indias en las que aparece contenido de carácter científico, como las de Gonzalo Fernández de Oviedo, José de Acosta, Bernardino de Sahagún, etc., así como la de algunos médicos que dieron a conocer las novedades botánicas del mundo americano como Nicolás Monardes.

Ese fue el propósito de la Biblioteca Virtual de la Ciencia y la Técnica en la Empresa Americana que la Fundación Ignacio Larramendi, con la colaboración de la FUNDACIÓN MAPFRE, presentó en el 2015, y que recibe miles de visitas en su página Web. Entre los polígrafos escogidos para figurar en esta biblioteca virtual se contó con la figura de Francisco Hernández, sin duda el precursor de los viajeros científicos españoles. Aunque en el 2015 no se contaba con la tecnología de la nueva versión de DIGIBIB 10 ni con las técnicas de enriquecimiento semántico de los registros, sí se han aplicado de forma retrospectiva tanto a la Biblioteca Virtual de la Ciencia y la Técnica como a todo el elenco de la Biblioteca Virtual de Polígrafos, llevándose a cabo un proceso de «reconciliación» semántica con vocabularios de valores como datos.bne.es, VIAF, DBpedia, Wikidata o GeoNames, entre otras.

 

Ficha de Francisco Hernández

 

Ya en el siglo XVIII, con la llegada de la dinastía de los Borbones a España, el número de expediciones científicas es inmenso y de diversa índole, desde exploraciones marítimas e hidrográficas, con aportaciones cartográficas de alta calidad, pasando por expediciones astronómicas y geodésicas, entre las que hay que destacar la Expedición geodésica hispano-francesa a Quito (1735-1744) con la participación de Jorge Juan y Antonio de Ulloa, hasta reconocimientos naturalistas que dieron a conocer a la ciencia europea nuevas especies vegetales y animales en el momento del nacimiento de la historia natural moderna.

 

Ficha de autoridad de Jorge Juan

 

Una de las principales empresas del reformismo ilustrado en España fueron las expediciones científicas en las que la marina tuvo un papel protagonista al convertirse los buques en «laboratorios flotantes» donde se ensayaron los nuevos métodos de medición astronómica con instrumentos que ayudaron a mejorar la cartografía existente. La convicción de que los mares estaban llamados a convertirse en los definitivos «teatros» del enfrentamiento entre las potencias europeas, cada día más ambiciosas por controlar las rutas marítimas y comerciales, obligó a proteger las áreas neurálgicas del ultramar español: el Caribe, el noroeste del continente americano y el cono sur.

 

Ficha de autoridad de Antonio de Ulloa

 

La organización y envío de expediciones españolas a los dominios coloniales, además de ser una consecuencia de la política científica ilustrada borbónica, fue resultado de una serie de factores: políticos como la delimitación de fronteras, el control de la expansión de otras potencias imperiales; económicos, como el aumento del comercio, la contención del contrabando y la explotación de nuevos recursos naturales; demográficos  y cartográficos. Los componentes de las expediciones se escogieron entre marinos, médicos, boticarios, naturalistas e ingenieros militares españoles, además de algún representante ilustrado de la elite criolla. Como personal de apoyo fueron dibujantes y pintores, formados tanto en academias ubicadas en la metrópoli, como la de san Fernando, como en las colonias, especialmente la de san Carlos de Nueva España, quienes se encargaron de representar los ejemplares exóticos y de trazar los mapas de los territorios explorados.

El Ministerio de Defensa ha emprendido una loable política de digitalización de los instrumentos científicos del Real Observatorio de la Marina que se puede consultar en la colección denominada Instrumentos científicos del Real Observatorio de la Armada de la Biblioteca Virtual de Defensa, implementada, al igual que esta biblioteca, en el sistema DIGIBIB.

 

Pantallazo de la ficha de un objeto digital de la Biblioteca Virtual del Ministerio de Defensa

 

También el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte ha digitalizado una parte muy importante de la biblioteca, en concreto, el fondo antiguo del Real Observatorio de la Marina. La consulta de los fondos digitalizados da muy buena cuenta de los intereses científicos de la Marina en ese periodo.

 

Pantallazo de la ficha de un objeto digital de la Biblioteca Virtual del Patrimonio Bibliográfico del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte

 

Entre las primeras expediciones que queremos recordar se encuentran aquellas destinadas a la fijación de fronteras entre los dominios españoles y portu­gueses en América, conocidas como «expediciones de límites» (Puig-Samper, 1991). A mediados del siglo XVIII, la tensión provocada por el choque entre españoles y portugueses estaba a punto de provocar un serio conflicto en el área sudamericana. La política exterior de Fernando VI, encabezada por su ministro Carvajal, intentó resolver el problema con la firma, en 1750, del tratado de Madrid, por el que se reconocían las posesiones españolas y por­tuguesas en la América meridional.

Para efectuar los estudios de la línea de demarcación en el norte, se envió la cono­cida expedición al Orinoco, al mando del capitán de navío José de Iturriaga. Además, se nombraron comisarios de la expedición a Eugenio Alvarado, al teniente de navío Antonio de Urrutia y al alférez de navío José Solano (Lucena & de Pedro, 1992; Lucena, 1993). En el equipo humano de esta expedición al Orinoco hay que destacar que, junto a los cartógrafos, instrumentarios, cirujanos, etc., se incluyó un interesante grupo de naturalistas –Condal y Paltor– y dibujantes científicos –Castel y Carmona– dirigidos por P. Loefling, botánico sueco discípulo de Linneo (Pelayo & Puig-Samper, 1992).

 

Ficha de autoridad de Pehr Löfling

 

Hay que destacar que los papeles de Loefling, en parte inéditos, se pueden consultar en la Biblioteca del Real Jardín Botánico.

 

Los papeles de Loefling, en parte inéditos, se pueden consultar en la Biblioteca del Real Jardín Botánico

 

No hay que olvidar que, aun­que la expedición tenía como objetivos esenciales la fijación de límites, la lucha contra el contrabando y la contención de los holandeses, el gobierno español ya mostraba un interés especial por el estudio de la naturaleza de sus territorios, tanto por su interés estraté­gico y comercial como por el estrictamente científico. Los frutos científicos de esta expedición fueron multitud de dibujos y descripciones botánicas –que constituyen la Flora Cumanensis, después publicada parcialmente por Linneo junto a descripciones de flora ibérica en el Iter Hispanicum–, así como descripciones zoológicas aún no bien estudiadas, entre las que sobresale una Ichtyologia Orinocensis, y una Materia Médica de aquellas regiones, todas ellas manuscritas tras el fallecimiento de Löfling en San Antonio del Caroní en febrero de 1756.

Carlos III retratado por Goya en 1787. Detalle.

La subida al trono de Carlos III dio un fuerte impulso a algunos de los proyectos científicos del reinado anterior. En el terreno de la ciencia la militarización y la centralización seguirán siendo dos de sus rasgos más acusados, así como la adquisición de conocimientos técnicos a través del envío de pensionados y espías o la contratación de expertos extranjeros. Asimismo se pondrá un mayor énfasis en la atención de la salud pública y, tras la expulsión de los jesuitas, se ensayará una reforma de las universidades que en el campo de la ciencia no dará los frutos deseados (Peset & Peset, 1974), por lo que se fundarán Colegios de Cirugía, Jardines Botánicos, laboratorios químicos, el Real Gabinete de Historia Natural, etc., ligados directamente al Estado o promovidos desde él, como fue el caso de las Sociedades Económicas de Amigos del País, importantes vehículos de transmisión de la ideología ilustrada. Además se desarrollarán ambiciosos programas de investigación americanista, que se plasmarán en innumerables expediciones científicas, con objetivos militares, sanitarios, minero-metalúrgicos y de búsqueda de recursos naturales (Aguilar Piñal, 1988; Sellés, Peset y Lafuente, 1988; Sarrailh, Jean, 1957).

Para salud y recreo de los ciudadanos, como reza la inscripción de su primitiva entrada, y para establecimiento de una escuela de Botánica, decidió Carlos III crear un Jardín botánico.

Según el tratado preliminar de límites hispano-portugués de 1777, la puesta en práctica de una línea de frontera volvía a recaer en manos de comisiones de límites, por lo que de nuevo se iniciaron las tareas carto­gráficas con una expedición a la América meridional y otra al norte, conocida como comisión del Marañón. La expedición a la América meridional (1781-1801) estuvo dirigida por el capitán de navío José Varela y Ulloa, con el con­curso de los comisarios Diego de Alvear, Félix de Azara y Juan Francisco de Agui­rre, que encabezaban diferentes partidas.

La estan­cia de Félix de Azara en América dio lugar a tres obras de gran importancia para la historia natural: Apuntamientos para la Historia Natural de los cuadrúpedos del Paraguay y del Río de la Plata (1802), Apuntamientos para la Historia natural de los páxaros del Paraguay del Río de la Plata (1802) y Viajes por la América Meridional (1809) (Fernández Pérez, 1992). Por otro lado, la comisión del Marañón (1778-1804), al mando de Francisco Re­quena (Beerman, 1996), recorrió en un año, desde enero de 1780, el territorio comprendido entre Quito y Tabatinga, para reconocer después los ríos Javarí, Japurá y Apaporis. Las diferencias con los portugueses y la inutilidad de las exploraciones para definir una línea de frontera hicieron que Reque­na, que se había instalado en Tefé, se reti­rase a Mainas en 1791, mientras que el resto de los expedicionarios tuvieron que seguir con los trabajos de demarcación, hasta que el gobierno metropolitano orde­nó, en 1804, la disolución definitiva de la comisión del Marañón.

 

Ficha de autoridad de Féix de Azara

Darwin conocía muy bien la obra de Azara y en El Viaje del Beagle usa las páginas de Azara como guía en sus exploraciones en América. (Véase también el Darwin Correspondence Project de la Universidad de Cambridge)

 

Aunque podemos afirmar que la explora­ción del Pacífico siempre estuvo en los planes de la monarquía española, las gran­des expediciones propiciadas por Francia e Inglaterra, junto al avance de los rusos en el norte, provocaron la organización de una serie de viajes destinados al control imperial de sus posesiones en el «lago es­pañol» y al conocimiento científico de las mismas (Martínez Shaw, 1988; Bernabéu Albert, 2000). Hay que destacar especialmente el viaje de George Anson, que provocó un terremoto en los gabinetes españoles al comprobar el efecto de su incursión en los territorios coloniales del Pacífico. George Anson zarpó el 18 de septiembre de 1740 al mando de una pequeña escuadra formada por los buques Centurión, Gloucester, Servern, Perle, Wager y Tryal, con órdenes precisas de apoderarse del galeón español que hacía el viaje de Manila a Acapulco y de atacar las costas americanas. El cumplimiento fue preciso, ya que, a pesar de que su flota quedó dispersada al acercarse al cabo de Hornos, logró saquear el puerto de Paita en las costas peruanas y hacerse con el galeón Nuestra Señora de Covadonga, cargado de metales preciosos, especias, etc., en cantidad suficiente como para llenar treinta y dos carros, que desfilaron triunfalmente por las calles de Londres.

En la Biblioteca Virtual de la Ciencia y la Técnica en la Empresa Americana se dedica un espacio a Andrés de Urdaneta, cosmógrafo que estableció el tornaviaje desde Acapulco a Manila.

 

Ficha de autoridad de Andrés de Urdaneta

 

Una de las primeras reacciones a las expediciones inglesas y francesas procedió del mismo territorio colonial. El virrey del Perú, Manuel Amat, a la vista de los pape­les confiscados en el Saint Jean Baptiste –mandado por Jean François de Surville–, decidió el envío de una expedición a la su­puesta isla de Davis o de Pascua con el objetivo de explorarla y reconocer la existencia o no de colonias o posesiones extranjeras. Con este objeto, se comisionó, en 1770, a los capitanes de fragata Felipe González de Haedo, al mando del navío San Lorenzo, y Antonio Domonte, al de la fragata Santa Rosalía. El 15 de noviembre los marinos españoles avistaron la isla y se dispusieron a cumplir las instrucciones de Amat en lo referente a su exploración. Una vez realizada, se hi­cieron diversas observaciones etnológicas en esta isla, rebautizada como San Carlos, en las que se recogieron desde la descripción física de sus habitantes hasta la de sus extraños ídolos. Además, Amat promovió la exploración de la isla de Tahití con dos viajes en 1772 y 1774 al mando del capitán Domingo de Boenechea, con instrucciones para hacer la descripción de la isla, levantamiento de planos, estudios sobre sus habitantes y su vocabulario, etc., y espionaje de los asentamientos extranjeros.

Otro área de actuación de estas expedi­ciones españolas, que intentaban contener el avance de las otras potencias europeas, fue el de las costas californianas y el noro­este de América, zonas de gran potencial estratégico desde un punto de vista políti­co y económico, en la que los rusos, fran­ceses, ingleses y norteamericanos intenta­rían establecer bases desde las que pudie­sen lanzar viajes de exploración –se busca, entre otras cosas el paso interoceánico– e iniciar un lucrativo comercio de pieles. Hay que destacar, sin embargo, que una de las primeras actuaciones españolas en California atendió exclusivamente a razo­nes de índole científica y en colaboración con los franceses, con los que ya habían realizado otras campañas. Así, mientras el capitán Cook se preparaba, en 1769, para hacer sus observaciones del Paso de Venus en la isla de Tahití, una expedición hispa­no-francesa dirigida por el astrónomo Jean Baptiste Chappe d'Auteroche, con el con­curso de Salvador de Medina y Vicente Doz, instalaba su observatorio en la mi­sión californiana de San José para estudiar el mismo fenómeno (Bernabéu Albert, 1998). Tras una multitud de expediciones de reconocimiento enviadas desde el puerto de San Blas (Juan Pérez, Bruno de Ezeta, Juan Francisco de la Bodega y Quadra, Miguel Manrique, Esteban J. Martínez, etc.), se llevó a cabo la última expedición de interés, antes de la exploración de Malaspina, entre 1790 y 1791 por orden de Bodega y Quadra, que quería reforzar las defensas de Nutka y proclamar la soberanía españo­la en la costa noroeste americana, ante posibles incursiones de otras potencias euro­peas. Estuvo integrada por la fragata Con­cepción al mando de Francisco de Eliza, el paquebote San Carlos, capitaneado por Salvador Fidalgo, y la balandra Princesa Real, a las órdenes de Manuel Quimper. Un experto piloto en estas expediciones, Francisco Antonio Mourelle de la Rúa, fue el encargado de realizar uno de los más interesantes descubrimientos españoles en el Pacífico cen­tral: el grupo insular de Vavao, en el archipiélago de Tonga.

Por otra parte, la exploración de los in­gleses y franceses de la costa patagónica y sus deseos de asentarse en ella y en las islas Malvinas, motivaron el envío, en 1785, de la fragata Santa María de la Cabeza, al mando del capitán de navío Antonio de Córdova. La estancia de los marinos en el estrecho de Magallanes dio como resultado la elaboración de los mejores mapas y cartas de esta región, a pesar de que los expedicionarios no habían podido completar su viaje por las condiciones climatológicas adversas. Esta circunstancia obligó al gobierno español a enviar una segunda expedición, realizada en 1788 y 1789, con Antonio de Córdova al mando de los paquebotes de menor calado Santa Casilda y Santa Eulalia (Oyarzun, 1976).

La política ilustrada llevada a cabo en Es­paña durante el siglo XVIII concedió gran importancia a las nuevas disciplinas cien­tíficas que, como la botánica, estuvieron al servicio del proyecto de modernización de las estructuras económicas y sociales. En las expedicio­nes encaminadas al conocimiento de la na­turaleza del Nuevo Mundo, serán el Real Gabinete de Historia Natural y el Real Jar­dín Botánico de Madrid los encargados de llevar a cabo los nuevos planes, de forma similar a lo que sucedía en Londres y París. Las expediciones y viajes dirigidos por estas instituciones –especialmente por Casimiro Gómez Ortega, director del Real Jardín Botánico– se encargaron, por una parte, de elaborar el catálogo de los tres reinos de la naturaleza para su control pos­terior y, por otra, de la puesta en práctica de ciertas medidas reformistas en las colo­nias, especialmente en lo que se refería a la sanidad y la enseñanza (Puerto Sarmiento, 1998 y 1992; Puig-Samper, 1991; Lafuente & Sala, 1992; Puig-Samper & Pelayo, 1995; González Bueno & Rodríguez Nozal, 2000; López Piñero et al., 1983).

 

Ficha de autoridad de Casimiro Gómez Ortega

 

La primera expedición botánica oficial a los virreinatos estuvo mediatizada por el interés de los franceses –especialmente del primer ministro de Luis XVI, Turgot– por desvelar los secretos de la naturaleza americana y sus posibles aplicaciones, a la vez que obtenían una valiosa información sobre las posesiones españolas en Améri­ca. Además se pretextaba la búsqueda de los manuscritos de J. Jussieu, científico que había participado en la expedición ge­odésica hispano-francesa de La Condamine (1735-1745), destinada a Quito con el fin de aclarar la polémica sobre la figura de la Tierra, y de la que habían sido miembros los guardiamarinas españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa, marinos que ya habían suministrado algunas noticias de interés histórico-natural (Juan & Ulloa, 1985; La Condamine, 1986; Lafuente & Mazuecos, 1987; Puig-Samper, 1995).

Portada: A Voyage to South America

En 1777 fueron nombrados miembros de la expedición los discípulos de Gómez Ortega, Hipólito Ruiz, primer botánico, José Pavón, segundo botánico, y, por parte francesa, Joseph Dombey, en calidad de «miembro acompañante». El grupo de naturalistas se completó con la designación de Joseph Brunete e Isidro Gálvez, alumnos de la academia de pintu­ra de San Fernando, en calidad de dibujantes. Tras una gran exploración del territorio, y una vez retirados los responsables iniciales de la expedición, Tafalla y Pulgar, auxiliados desde 1793 por el botánico Juan Manzanilla, siguieron exploran­do las regiones peruanas para responder a las demandas efectuadas desde Madrid y formar una Flora Peruana. Por otra parte, organizaron varias expediciones, entre 1799 y 1808, por las regiones de Guaya­quil y Quito, que dieron lugar a la denominada Flora Huayaquilensis, que Ruiz y Pavón integraron en su Flora peruviana et Chilensis. En otro orden de cosas, hay que señalar que Tafalla contribuyó a la creación de la cátedra de botánica en la Universidad de San Marcos (1797), a la organización de un jardín botánico en Lima y a la creación de otra cátedra en el Colegio de Cirugía de San Fernando, en Lima, en 1808. Destacaremos, por ser casi una excep­ción, que parte de los resultados científi­cos de la expedición al virreinato del Perú fueron publicados y produjeron un fuerte impacto en la comunidad científica inter­nacional. Las novedades vegetales encon­tradas por los botánicos españoles fueron publicadas en el Prodomus (1794), en el Systema Vegetabilium (1798) en la Flora Peruviana et Chilensis, de la que se pu­blicaron tres tomos entre 1798 y 1802. El interés demostrado por el estudio de las quinas quedó reflejado en las obras Qui­nología (1792), de Ruiz, y Suplemento a la Quinología (1801), de Ruiz y Pavón, además de la que quedó inédita Compen­dio histórico-médico-comercial de las Quinas, escrita por Ruiz en 1808, y de la Nueva Quinología, de Pavón, publicada en 1862 por el botánico inglés John Ho­ward (González Bueno, 1988; Estrella, 1989; Rodríguez Nozal, 1996).

 

 

Ficha de autoridad de Hipólito Ruiz

 

Ficha de autoridad de José Prada

 

La segunda expedición botánica organizada por Carlos III fue la del médico gaditano José Celestino Mutis al virreinato de Nueva Granada, aunque realmente el monarca lo único que hizo fue sancionar ofi­cialmente una decisión tomada por el arzobispo-virrey Caballero Góngora en 1783, después de que Mutis hiciera varias solicitudes a la corte española (Hernández Alba, 1983; Pérez Arbeláez, 1983; Amaya, 1986; Blanco & del Valle, 1991 y 2009; Frías, 1994; Amaya & Puig-Samper, 2008 y 2009). Mutis había llegado a Nueva Granada, en 1760, en calidad de médico del nuevo virrey Pedro Mexía de la Cerda, pero con la idea clara de continuar el estudio de la naturaleza americana, tarea en la que se consideraba continuador de la obra de Löfling. Una vez que se organizaron las tareas, tras la aprobación de la expedición en 1782 por el arzobispo-virrey, la responsabilidad de Mutis era abrumadora. Co­menzaba un camino que debía conducirle a la formación de una Flora de Bogotá, a organizar el estanco de la quina, aclimatar canelos, promover su té de Bogotá, buscar fuentes de azogue, ensayar técnicas de fundición o de amalgamación para la minería, tomar me­didas de prevención sanitaria, etc. Una vez establecida la sede central de Mariquita, se creó con la expedición una auténtica institución cien­tífica con tareas centralizadas, dedicada a varias disciplinas y en la que se profesio­nalizaron las actividades a través de la formación de científicos criollos, que logra­ron cierta autonomía respecto a la metró­poli madrileña, hasta crear una pequeña comunidad científica con características nacionales.

 

Ficha de autoridad de Celestino Mutis

 

En los primeros momentos, Valenzuela fue el principal ayudante de Mutis, Juan José D' Elhuyar se encargaba de los temas de minería y fray Diego García y Antonio de la Torre iniciaban distintas exploraciones. Además, Salvador Rizo dirigía un magní­fico taller de pintura dedicado a las representaciones iconográficas de la Flora de Bogotá, que contó con la participación de numerosos artistas, entre los que cabe des­tacar a Francisco Javier Matis, los herma­nos Cortés, Vicente Sánchez, Antonio Ba­rrionuevo, Antonio Silva, etc. El trabajo de estos hombres fue uno de los mayores frutos de la expedición, ya que la obsesión de Mutis por representar fielmente las plantas descritas y la utilización de una técnica cromática peculiar –se utilizaron los tintes extraídos de los propios vegetales– tuvo como resultado una magnífica colección de 6.000 láminas.

Ficha de autoridad de Juan José Delhuyar

 

Los últimos años de la vida de Mutis fueron también decisivos para la forma­ción del entramado intelectual de Nueva Granada. Consiguió, casi al comenzar el nuevo siglo, la creación de una Sociedad Patriótica, en la que colaboró activamente Jorge Tadeo Lozano, agregado como zoólogo de la expedición. Asimismo, el astrónomo de la expedición, Francisco José de Caldas, iniciaba la publicación del Semanario del Nuevo Reino de Granada (Saladino, 1990; Chenu, 1992; Nieto Olarte, 2007). Tras la muerte de José Celestino Mutis en 1808, sus discípulos principales partici­paron de forma directa en las revueltas in­dependentistas sofocadas por el general espa­ñol Morillo, quien, tras fusilar a gran parte de los mutisianos en 1816, ordenó que todos los materiales acumulados por la ex­pedición, manuscritos, herbarios y lámi­nas, fueran enviados a la Península (Peset, 1988).

 

Ficha de autoridad de Francisco José de Caldas

 

La expedición de Mutis en el archivo del Real Jardín Botánico

 

La tercera expedición botánica a los virreinatos fue la destinada a Nueva España, en 1786, bajo la dirección del médico aragonés Martín de Sessé. La coincidencia de la búsqueda de los manuscritos de Francisco Hernández, protomédico de Felipe II, por los eruditos Muñoz, Alzate y Bartola­che, con la propuesta de Sessé desde Mé­xico para inventariar la flora novohispana, buscar sus aplicaciones terapéuticas y re­formar las profesiones sanitarias, aceleró los trámites de la aprobación de una expe­dición a los territorios de Nueva España (Arias Divito, 1968; Wilson Engstrand, 1981; Lozoya, 1984; Sánchez et al., 1987, San Pío & Puig-Samper, 2000). La real orden de 1786 mandaba estable­cer un jardín botánico, con su cátedra co­rrespondiente, en México y la formación de una expedición que debía "formar los dibujos, recoger las producciones natura­les e ilustrar y completar los escritos de Francisco Hernández". Se nombró a Martín de Sessé director del futuro jardín y de la expedición, a Vicente Cervantes, catedrá­tico de botánica, a Juan del Castillo, botá­nico de la expedición, a José Longinos Martínez, naturalista de la misma, y a Jaime Senseve, profesor farmacéutico agregado. La llegada de la expedición a Nueva Es­paña supuso la introducción de la historia natural moderna, con los presupuestos teó­ricos linneanos, y la instalación de una institución de nuevo cuño en este territo­rio, aunque con algunos contratiempos debidos a la oposición de sabios locales como Alzate (Aceves, 1987; Moreno, 1988 y 1989). Mientras el grueso de los expediciona­rios exploraban el territorio mexicano en varias campañas, se autorizó un viaje de exploración, a cargo de José Longinos Martínez, quien recorrió y estudió las producciones naturales de San Blas de Nayarit y las dos Califor­nias (Bernabéu, 1994).

 

La Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada está accesible en la Biblioteca Digital de la AECID.

Cultura Hispánica editó desde 1954 hasta 2010 la Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada, que se ha digitalizado y está accesible en la Biblioteca Digital de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID).

 

Una vez agotado el tiempo de permanencia en Nueva Espa­ña, el director de la expedi­ción solicitó una prórroga de dos años para explorar, en dos grupos, las islas de Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo, así como gran parte de Centroamérica, lo que le fue concedido a finales de 1794. El primer grupo, compuesto por el propio Sessé, Jaime Senseve y Atanasio Echevarría, zarpó, en mayo de 1795, hacia la isla de Cuba (Puig-Samper, 1991). Allí se les unió el médico cubano José Estévez, pensionado por el Real Con­sulado y apoyado por la Sociedad Patrióti­ca de La Habana con objeto de formarse como botánico al lado de Martín de Sessé. Tras la exploración de Puerto Rico, las revueltas de Santo Domingo y la declaración de guerra contra Inglaterra obligaron a emprender una vuelta rápida a La Habana en 1797. En la isla se encontraron con la llegada de otra expedición procedente de la Penín­sula, la comandada por el Conde de Mopox y de Jaruco (Higueras, 1991), cuyos objeti­vos eran fundamentalmente de carácter mi­litar y económico (trazado del canal de Güines, fundación de poblaciones en zonas estratégicas, etc.). La exploración de Cuba dio como resultado la colección botánica for­mada por Sessé, vuelto a México en 1798, y la Flora de Cuba, elaborada por Boldo y continuada por Estévez a la muerte del pri­mero en 1799 (Fernández Casas et al., 1990), además de una valiosa co­lección de láminas de plantas e "insectos" dibujadas por Guío y otra de aves y peces, hoy perdida, pintada por Echeverría. El segundo grupo de la expedición de Nueva España, formado por Mociño, Lon­ginos Martínez, Vicente de la Cerda y el nuevo ayudante Julián del Villar, salió de México en dirección al reino de Guatema­la en junio de 1795 y sus exploraciones por toda Centro­américa dieron lugar a la Flora de Guate­mala de Mociño (Taracena, 1983; Maldonado, 1996 y 2001).

El mejor balance de estas expediciones lo hizo Alejandro de Humboldt en su Ensayo político sobre el Reino de la Nueva España, en una cita que resume muy bien la consideración del sabio prusiano hacia el esfuerzo expedicionario español:

“Desde fines del reinado de Carlos III, y durante el de Carlos IV, el estudio de las ciencias naturales ha hecho grandes progresos no sólo en México, sino también en todas las colonias españolas. Ningún gobierno europeo ha sacrificado sumas más considerables que el español, para fomentar el conocimiento de los vegetales. Tres expediciones botánicas, a saber, las de Perú, Nueva Granada y de Nueva España, dirigidas por los señores Ruiz y Pavón, don José Celestino Mutis y los señores Sessé y Mociño, han costado al Estado cerca de 400.000 pesos. Además, se han establecido jardines botánicos en Manila y en las islas Canarias. La Comisión destinada a levantar los planos del canal de los Güines, tuvo encargo también de examinar las producciones vegetales de la isla de Cuba. Todas estas investigaciones hechas por espacio de veinte años en las regiones más fértiles del Nuevo Continente, no sólo han enriquecido el imperio de la ciencia con más de cuatro mil especies nuevas de plantas, sino que también han contribuido mucho para propagar el gusto de la historia natural entre los habitantes del país.” (Humboldt, 1991).

 

Ficha de autoridad de Alexander von Humboldt

 

Campos 500 de la ficha de autoridad de Humbold en MARC 21

 

La política ilustrada diseñada por Carlos III, Carlos IV y sus ministros para co­nocer, reformar y asegurar las posesiones americanas del imperio español, con el envío de expediciones científicas, alcanzó su momento de mayor esplendor con la or­ganización de la expedición alrededor del mundo de Alejandro Malaspina (1789-1794), navegante italiano al servicio de la Armada española (Sáiz, 1992; Higueras, 1987-99; Palau, 1984; Lucena& Pimentel, 1991; Manfredi, 1994; Pimentel, 1998; Sagredo& González Leiva, 2004). Aunque en la propuesta de esta expedición se hablaba de una emulación de las expediciones de Cook y La Pérouse, se trataba de investigar de forma enciclopédica la naturaleza de los dominios imperiales, tanto desde el punto de vista histórico-natural, con estudios di­rigidos a todas las ramas del saber, como histórico-político, para gobernar en estas posesiones con «equidad, utilidad y métodos sencillos y uniformes». Era el último intento serio de reforma proyectado por los Borbones, ante la desintegración impe­rial y la expansión de otras potencias euro­peas en áreas de antigua influencia espa­ñola. El 14 de octubre de 1788, Malaspina recibió la notificación de Antonio Valdés en la que se aprobaba su proyecto de expe­dición, si bien se le advertía que la parte político-económica del viaje se considera­ría como asunto reservado, en tanto que la científica quedaría como objetivo público de la expedición. Una vez aceptada la gran empresa pro­yectada por Malaspina, comenzaron los preparativos con una minuciosidad y rapi­dez extraordinarias. Se dispusieron para el viaje dos corbetas de nueva construcción, la Descubierta y la Atrevida, capitanea­das por Alejandro Malaspina y José Busta­mante y Guerra, respectivamente. Se reali­zaron consultas científicas a las Acade­mias de Ciencias de Londres, París y Turín, al Observatorio de Cádiz y a sabios de la categoría de A. Ulloa, V. Tofiño, C. Gómez Ortega, J. Banks, F. Lalande o L. Spallanzani, que aportaron instrucciones para las diferentes ramas del saber.

 

Ficha de autoridad de Alessandro Malaspina

 

Detalle de la ficha de autoridad de Malaspina en formato MARC 21 en la Biblioteca Virtual del Ministerio de Defensa

 

La numerosa colección de instrumentos y libros necesarios para una expedición de esta envergadura, fueron adquiridos principalmente en Londres y París, por los co­misionados José Mazarredo y el conde Fernán Núñez, aunque también se utiliza­ron los aportados por el Observatorio de Marina de Cádiz y otros comprados en Madrid. En cuanto al equipo científico de la ex­pedición, hay que destacar que las tareas de carácter astronómico e hidrográfico re­cayeron en un grupo de oficiales de la Real Armada que en su mayoría ya tenían experiencia en estas tareas, por haber sido colaboradores del brigadier Vicente Tofiño en la elaboración del Atlas Marítimo de España: Dionisio Alcalá-Galiano, Cayeta­no Valdés, José Espinosa y Tello, Felipe Bauzá, etc. La selección del equipo de naturalistas fue algo más complicada, como ya había previsto Malaspina, por no haber en la Ar­mada científicos preparados conveniente­mente en estas disciplinas. Finalmente se nombró encargado de los trabajos botáni­cos y de historia natural a Antonio de Pi­neda y Ramírez, militar que había comple­tado sus estudios científicos en el Real Jardín Botánico y en el Real Gabinete de Historia Natural de Madrid. Como botáni­co de la expedición se nombró a Luis Née, que en esos momentos desempeñaba su trabajo en el jardín de la Priora, depen­diente de la Botica Real, y como tercer miembro del grupo se designó al naturalis­ta bohemio Tadeo Haenke, quien, incorpo­rado en el último momento, tuvo que al­canzar a la expedición en Valparaíso (Galera, 1988; Ibáñez, 1992; Muñoz, 1992).

 

Ficha de autoridad de Malaspina en la Biblioteca Digital del Mnisterio de Defensa

 

Los trabajos artísticos fueron realizados por un grupo de pintores, que se fue reno­vando a lo largo de la expedición, forma­do por José Guío, José del Pozo, José Car­dero, Tomás de Suria, Juan Francisco Ra­venet, Fernando Brambila, Francisco Pul­gar, Francisco Lindo y José Gutiérrez. Su labor queda reflejada en una importante colección de más de 800 dibujos, en la que podemos observar desde el aspecto y las costumbres de los pueblos visitados hasta el análisis detallado de los animales y plantas recolectados o vistos durante el viaje (Palau, 1980, Sotos Serrano, 1982).

 

El fondo Malaspina está en el archivo del Real Jardín Botánico

 

El 21 de junio de 1794 las corbetas Des­cubierta y Atrevida, acompañadas por la fragata Gertrudis, que hacía de escolta, dejaban el puerto de Montevideo para diri­girse directamente a Cádiz y terminar con aquella expedición cuyo único objeto «había sido investigar la felicidad de la hu­manidad». El acto más importante tras la llegada de Malaspina a Madrid fue la recepción en El Escorial por los reyes de los comandantes Alejandro Malaspina y José Bustamante el 7 de diciembre de 1794. La Gazeta de Madrid y el Mercurio de España recogían cinco días más tarde la ceremonia y hacían un balance de la empresa expedicionaria en un texto único, probablemente redactado por el propio Malaspina, que vale la pena reproducir:

El día 7 fueron presentados a SS.MM. por el Exc. Sr. Don Antonio de Valdés, Secretario de Estado y del Despacho universal de Marina, y tuvieron la honra de besar sus Reales manos, los Capitanes de Navío D. Alejandro Malaspina, D. Joseph de Bustamante, D. Dionisio Galeano, y el Teniente de Navío D. Ciriaco de Cevallos, Comandantes los dos primeros de las corbetas Descubierta y Atrevida, el tercero de la goleta Sutil, y el cuarto Oficial destinado en las mismas corbetas. Estos buques, los cuales fueron construidos en el arsenal de la Carraca con este solo fin, y dieron la vela del puerto de Cádiz el 30 de Julio de 1789, sin otro objeto que el de coadyuvar con las otras Potencias marítimas a los progresos de las ciencias, y particularmente de la navegación; formaron cartas y derroteros de las costas de América e islas adyacentes, comprendidas entre el río de la Plata y el Cabo de Hornos por la una parte; y entre este mismo Cabo y los extremos de la América Septentrional por la otra, reuniendo bajo un solo punto de vista todas las tareas y navegaciones así nacionales como extranjeras que les precedieron. En la costa de NO de la América por los 59, 60 y 61 grados de latitud buscaron sin fruto, y demostraron prácticamente la inexistencia del paso del mar Atlántico, indicado por el antiguo navegante español Lorenzo Ferrer de Maldonado; y destacadas en principios de 1792 las goletas Sutil y Mexicana, a las órdenes de los Capitanes de Navío D. Dionisio Galeano y D. Cayetano Valdés, lograron concurrir con la expedición inglesa del Capitán Vancoover a la determinación del archipiélago inmenso conocido bajo las denominaciones del Almirante Fonte y Juan de Fucca. La mayor parte del año de 1792 fue empleada por las corbetas en el examen de las islas Marianas, Filipinas y Macao en las costas de China. Navegaron sucesivamente unidas a pasar entre la isla de Mindanao y las de Morintay, costearon la Nueva Guinea, reconocieron bajo la Línea y hacia el oriente 500 leguas de mares no trillados, atravesaron las Nuevas Hébridas, visitaron la nueva Zelanda por Dusky-Bay, la nueva Holanda por el cuerpo de Jackson, y el archipiélago de los Amigos por las islas de Vavao, no vistas por ninguno de los navegantes extranjeros que han atravesado estas regiones; finalmente, practicadas nuevas investigaciones en algunos paralelos del mar Pacífico, abordaron el Callao de Lima en junio de 1793. Desde este puerto, visitado de nuevo el de Concepción de Chile, y divididas las corbetas para multiplicar trabajos, costearon las tierras de Fuego, la costa Patagónica, y la parte occidental de las Malvinas, tomado por último el río de la Plata después de los riesgos consiguientes en la navegación de estos mares, los cuales se multiplicaron a la Atrevida con el encuentro de muchas y grandes bancas de nieve. Las corbetas, en consecuencia al estado actual de la Europa, corrieron en Montevideo sus baterías, y unidas a la fragata del Rey Gertrudis, a los registros Levante, Princesa, Galga, Concordia, Real Carlos y Neptuno, pertenecientes al comercio de Lima, y a otros buques que correspondían al de Buenos Aires, hicieron en conserva viaje a Cádiz, donde fondearon unidos el 21 de septiembre, a los 90 días de navegación. Ascendía a 8 millones de pesos en frutos y plata el valor del convoy escoltado por las corbetas; y estos buques, consagrados desde el seno de una paz profunda a objetos puramente científicos, terminaron la dilatada serie de sus trabajos, cumpliendo así los grandes e importantes designios de la Marina militar, protegiendo los vasallos del Rey y sus intereses en las colonias apartadas, pudiéndose decir que las circunstancias reunieron en estas embarcaciones todas las clases de servicios así científicos como militares, que en la paz y en la guerra puede exigir la nación de la Marina Real.

 

Corbetas Atrevida y Descubierta 1789, famosas por haber participado en la expedición de Alejandro Malaspina entre 1789 y 1794

 

En el viaje que se acaba de indicar se han enriquecido copiosa y extraordinariamente la Botánica, la Litología y la Hidrografía. Las experiencias sobre la gravedad de los cuerpos, repetidas en ambos hemisferios y a diversas latitudes, conducirán a importantes averiguaciones sobre la figura no simétrica de la tierra, y serán el fundamento de una medida, como se pensó establecer en Europa, universal, verificable y tan constante como las leyes de que depende. Estudiando la historia civil y política de los pueblos visitados, se ha seguido de cerca al hombre, se han recogido monumentos que pueden ilustrar la historia de sus emigraciones, así como los progresos sucesivos de su civilización desde el estado de ignorancia primitivo. La naturaleza ha presentado en la inmensa extensión de nuestros dominios producciones y tesoros desconocidos, que darán origen a nuevas combinaciones capaces de robustecer la Monarquía; y para colmo de felicidad ninguno de estos reconocimientos ha costado una sola lágrima al género humano, sin ejemplo en cuantos viajes de esta especie se han hecho en los tiempos antiguos y modernos, todas las tribus y pueblos visitados bendecirán la memoria de los que lejos de manchar sus orillas con sangre, solo las han pisado para dejarles nociones, instrumentos y semillas útiles, no han sido menos felices las corbetas en la conservación de la salud de sus equipajes; apenas han perecido 3 ó 4 en cada una, no obstante los peligrosos climas de la zona tórrida, entre los cuales han permanecido tanto tiempo. ¡Ojalá hubieran podido restituir al seno de su patria al primer Teniente de Guardias Españolas D. Antonio de Pineda, cuya memoria será tan cara como indeleble para todos sus compañeros! El Exc. Sr. Ministro de Marina, que promovió y ha protegido continuamente después esta expedición con aquel amor a las ciencias y al buen servicio de S.M. que le es tan propio, se ocupa ahora en que se publiquen estos trabajos con todo el método y utilidad posible. Los resultados del viaje, y el prospecto de la obra en todas sus partes, no tardará en presentarse al público de orden de S.M.

 

Ficha del Diario general del viaje realizado por las corbetas del rey,

 

A pesar de estas elogiosas afirmaciones, la vuelta de la expedición de Malaspina no supuso ningún cambio en la política estratégica de España respecto a sus colonias americanas. Es más, la política de Godoy, muy lejana de la que había enviado a Malaspina a conocer los límites del imperio chocó bien pronto con los planes reformistas del navegante italiano. Éste, tras una denuncia que le hacía partícipe de una conjura, fue encarcelado en noviembre de 1795 y condenado severamente:

Que se destituya al don Alejandro Ma­laspina de los empleos y grados que obtie­ne en su real servicio, y se le encierre por diez años y un día en el castillo de San Antón de La Coruña… (Soler, 1990, Beerman, 1992).

Viaje político-científico alrededor del mundo por las corbetas Descubierta y Atrevida al mando de los capitanes de navío D. Alejandro Malaspina y Don José de Bustamante y Guerra desde 1789 a 1794

Un año después se le permitió marchar al destierro a Italia, donde permaneció hasta su muerte en 1810, momento en el que España iniciaba un período histórico en el que conocería el hundimiento de su ciencia y de su imperio. Alejandro de Humboldt, que conoció y utilizó abundantemente el material científico de la expedición Malaspina, subrayó frecuentemente la importancia científica de esta última empresa de la Ilustración española, en el momento en que él mismo iniciaba su periplo americano con el permiso del rey Carlos IV (Labastida, 1999; Puig-Samper & Rebok, 2007).

Bibliografía

—Aceves, Patricia. 1987. «La difusión de la ciencia en la Nueva España en el siglo XVIII: la polémica en torno a las nomenclaturas de Linneo y Lavoisier», Quipu, 4, núm. 3, pp. 357-385.

—Aguilar Piñal, Francisco. 1988. Bibliografía de Estudios sobre Carlos III y su época. Madrid, CSIC.

—Amaya, José Antonio. 1986. Celestino Mutis y la Expedición Botánica. Madrid, Debate.

—Amaya, José Antonio &  Puig-Samper, Miguel Ángel. 2008. Mutis al natural. Ciencia y Arte en el Nuevo Reino de Granada. Bogotá, Museo Nacional de Colombia, Catálogo exposición. 2ª edición en Madrid, Real Jardín Botánico, 2009. 3ª edición en Valencia, Universidad de Valencia, 2009.

—Arias Divito, Juan Carlos. 1968. La expediciones científicas españolas du­rante el siglo XVIII. Expedición botánica de Nueva España. Madrid, Cultura Hispánica.

—Bañas, Belén. 1997. «De Madrid…a Oriente: Juan de Cuéllar, un extracto de su vida y obra», en Pilar San Pío (coord.), La Expedición de Juan de Cuéllar a Filipinas, Barcelona, Lunwerg, pp.59-96.

—Beerman, Eric. 1992. El diario del proceso y encarcelamiento de Alejandro Malaspina, 1794-1803, Madrid, Editora Naval.

—Beerman, Eric. 1996. Francisco Requena. La expedición de límites: Amazonia, 1779-1795. Madrid, Compañía Literaria.

—Bernabéu Albert, Salvador (Ed.). 1990. Juan Francisco de la Bodega y Quadra, El descubrimiento del fin del mundo. 1775-1792, Madrid, Alianza.

—Bernabéu Albert, Salvador. 1994. Diario de las expediciones a las Californias de José Longinos. Aranjuez, Doce Calles.

—Bernabéu Albert, Salvador. 1995. Trillar los mares: la expedición descubridora de Bruno de Hezeta al noroeste de América, 1775. Madrid, Fundación BBV-CSIC.

—Bernabéu Albert, Salvador. 1998. Las huellas de Venus: el viaje del astrónomo Chappe d’Auterauche a Nueva España, 1768-1769, México, Breve Fondo Editorial.

—Bernabéu Albert, Salvador. 2000. La aventura de lo imposible: expediciones marítimas españolas. Barcelona-Madrid, Lunwerg.

—Blanco Fernández de Caleya, Paloma y Valle, Ana del (Eds.). 1991. Herbarium mutisianum. Madrid: Fontqueria. 2ª edición en Madrid, CSIC, 2009.

—Chenu, Jeanne. 1992. Francisco José de Caldas, un peregrino de las ciencias. Madrid, Historia 16.

—Estrella, Eduardo (Ed.). 1989. Flora Huayaquilensis. Madrid, ICONA.

—Fernández Casas, Javier, Puig-Samper, Miguel Ángel y Sánchez, Francisco J. 1990. Cubensis Prima Flora, Madrid, Fontqueria.

—Fernández Pérez, Joaquín (Ed.). 1992. Félix de Azara, Apuntamientos para la Historia Na tural de los Páxaros del Paraguay y del Río de la Plata, Madrid: Plan Nacional de I+D.

—Frías, Marcelo. 1994. Tras el Dorado Vegetal. José Celestino Mutis y la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada. Sevilla, Diputación Provincial.

—Galera, Andrés. 1988. La Ilustración española y el conocimiento del Nuevo Mundo. Las Ciencias Naturales en la Expedición Malaspina (1789-1794): La labor científica de Antonio Pineda, Madrid, CSIC.

—González Bueno, Antonio (ed.). 1988. La expedición botánica al Virreinato del Perú, Barcelona. Ed. Lunwerg.

—González Bueno, Antonio y Rodríguez Nozal, Raúl. 1996. «The Expedition to Peru and Chile (1777-1788): Inventory of scientific production», Huntia, 9 (2), pp. 107-132, Pittsburg.

—González Bueno, Antonio y Rodríguez Nozal, Raúl. 2000. Plantas americanas para la España Ilustrada. Madrid, Ed. Complutense.

—Hernández Alba, Guillermo. 1983. Archivo Epistolar del Sabio Naturalista José Celestino Mutis, Bogotá, ICH.

—Higueras, Dolores (Ed.). 1991. Cuba Ilustrada. La Real Comisión de Guantánamo, Barcelona: Lunwerg, 2 vols.

—Higueras, Dolores (Ed.). 1987-1999. La Expedición Malaspina, 1789-1794. 9 vols. Madrid, Museo Naval-Ministerio de Defensa/Lunwerg.

—Humboldt, Alejandro de. 1991. Ensayo político sobre el Reino de la Nueva España, México, Ed. Porrúa, 5ª ed.,  p. 80.

—Ibáñez, Mª. Victoria. 1992. Trabajos científicos y correspondencia de Tadeo Haenke, Madrid, Museo Naval-Lunwerg.

—Juan, Jorge y Ulloa, Antonio de. 1985. Noticias secretas de América. Madrid, CSIC.

—Labastida; Jaime. 1999. Humboldt, Ciudadano Universal. México, Siglo XXI.

—Lacondamine, Charles M. de. 1986. Viaje a la América Meridional.  Madrid, Alta Fulla.

—Lafuente, Antonio y Sala, José. 1992. Ciencia colonial en América. Madrid, Alianza.

—Lafuente, Antonio y Mazuecos, Antonio. 1987. Los Caballeros del Punto Fijo. Barcelona, Ed. del Serbal-CSIC.

—López Piñero, José Mª, Glick, Thomas, Navarro, Víctor y Portela, Eugenio (dir.). 1983. Diccionario histórico de la ciencia moderna en España. 2 vols., Barcelona: Península.

—Lozoya, Xavier. 1984. Plantas y luces en México. Barcelona, Ed. del Serbal.

—Lucena Giraldo, Manuel y Pimentel, Juan. 1991. Los «Axiomas políticos sobre la América» de Alejandro Malaspina. Aranjuez, Doce Calles.

—Lucena Giraldo, Manuel. 1991. Laboratorio tropical. Caracas, Monte Ávila-CSIC.

—Lucena Giraldo, Manuel & de Pedro, Antonio. 1992. La frontera caríbica: Expedición de Límites al Orinoco. Caracas, Lagoven.

—Maldonado Polo, J. Luis. 1996. Flora de Guatemala de José M. Mociño. Aranjuez, Doce Calles.

—Maldonado Polo, J. Luis. 1997. De California a El Petén. El naturalista riojano José Longinos Martínez en Nueva España. Logroño, Instituto de Estudios Riojanos.

—Maldonado Polo, J. Luis. 2001. Las Huellas de la Razón. Madrid, CSIC.

—Manfredi, Darío. 1994. Alejandro Malaspina, la América imposible. Madrid, Compañía Literaria.

—Martínez Shaw (Ed.), Carlos. 1988. El Pacífico español. De Magallanes a Ma­laspina, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores.

—Moreno, Roberto. 1988. La primera cátedra de botánica en México. México, SMHCT.

—Moreno, Roberto. 1989. Linneo en México. México, UNAM.

—Muñoz, Félix. 1992. Diarios y trabajos botánicos de Luis Née, Madrid, Museo Naval-Lunwerg.

—Nieto Olarte, Mauricio. 2007. Orden natural y orden social: ciencia y política en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada. Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

—Oyarzun, I.. 1976. Exploraciones españolas al Estrecho de Magallanes y Tierra de Fuego. Madrid, Instituto de Cultura Hispánica.

—Palau, Mercedes. 1980. Catálogo de los dibujos, aguadas y acuarelas de la expedición Malaspina, 1784-1794, Madrid, Ministerio de Cultura.

—Palau, Mercedes et al. (Ed.). 1984.Viaje científico y político a la América meridional, a las costas del mae Pacífico y a las islas Marianas y Filipinas, verificado en los años de 1789, 90, 92, 93 y 94. Madrid, El Museo Universal.

—Pelayo, Francisco (Ed.).1990: “Pehr Löfling y la expedición al Orinoco 1754-1761”. Madrid, Turner.

—Pelayo, Francisco & Puig-Samper, Miguel Ángel. 1992. La obra científica de Löfling en Venezuela. Caracas, Lagoven.

—Pérez Arbeláez, Enrique. 1983. José Celestino Mutis y la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada. Bogotá, ICH.

—Peset, José Luis. 1988. Ciencia y libertad. Madrid, CSIC.

—Peset, Mariano y Peset, José Luis. 1974. La Universidad española (siglos XVIII y XIX), Madrid, Taurus.

—Pimentel, Juan. 1998. La física de la Monarquía. Ciencia y política en el pensamiento colonial de Alejandro Malaspina (1754-1810). Aranjuez, Doce Calles.

—Pinar, Susana. 1997. «Economía y naturaleza filipinas a finales del siglo XVIII. Historia de un desencuentro» en Pilar San Pío (coord.), La Expedición de Juan de Cuéllar a Filipinas, Barcelona, Lunwerg,  pp. 35-57.

—Puerto Sarmiento, Francisco Javier. 1988. La Ilusión quebrada. Botánica, sanidad y política científica en la España Ilustrada. Barcelona-Madrid, Serbal-CSIC.

—Puerto Sarmiento, Francisco Javier. 1992. Ciencia de cámara. Casimiro Gómez Ortega (1741-1818), el científico cortesano. Madrid, CSIC.

—Puig-Samper, Miguel Ángel. Las expediciones científicas durante el siglo XVIII. Madrid, Akal, 1991.

—Puig-Samper, Miguel Ángel. 1991. «La expedición de Sessé en Cuba y Puerto Rico», Asclepio, XLIII, 2, pp. 181-198.

—Puig-Samper, Miguel Ángel. 1993. «Difusión e institucionalización del sistema linneano en España y América», A. Lafuente,  A. Elena y M. L. Ortega (eds.), Mundialización de la ciencia y cultura nacional. Aranjuez: Doce Calles,  pp. 349-359.

—Puig-Samper, Miguel Ángel. «Antonio de Ulloa, naturalista». 1995. En M. Losada y Consuelo Varela (eds.), Actas del II Centenario de Don Antonio de Ulloa. Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, CSIC- Archivo General de Indias, pp. 97-124.

—Puig-Samper, Miguel Angel y Pelayo, Francisco. 1995. «Las expediciones botánicas al Nuevo Mundo durante el siglo XVIII. Una aproximación histórico-bibliográfica», Diana Soto, Miguel Ángel Puig-Samper y Luis Carlos Arboleda (eds.), La Ilustración en América Colonial. Madrid, Doce Calles-CSIC-Colciencias, pp. 55-65.

—Puig-Samper, Miguel Ángel & Rebok, Sandra. 2007. Sentir y medir. Alexander von Humboldt en España. Madrid, Doce Calles.

—Rodríguez Nozal, Raúl. 1993. La Oficina de la Flora Americana (1788-1835). Madrid, Universidad Complutense.

—Ryden, Styg. Pedro Loefling en Venezuela (1754-1756). Madrid: Ínsula, 1957.

—Sagredo Baeza, Rafael y González Leiva, José Ignacio. 2004. La Expedición Malaspina en la frontera austral del imperio español. Santiago de Chile, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana-Editorial Universitaria.

—Sáiz, Blanca. 1992. Bibliografía sobre la expedición Malaspina y su entorno. Madrid, El Museo Universal.

—Saladino García, Alberto.1990. Dos científicos de la Ilustración hispanoamericana: J. A. Alzate, F. J. de Caldas. México, UNAM-UAEM.

—San Pío, Mª Pilar y Puig-Samper, Miguel Ángel. 2000. El Águila y el nopa. La expedición de Sessé y Mociño a Nueva Españal. Barcelona, Lunwerg.

—Sánchez, Belén, Puig-Samper, Miguel Ángel y Sota, José de la (Eds.). 1987. La Real Expedición Botánica a Nueva Es­paña. Madrid, Real Jardín Botánico-Ed. Quinto Centenario.

—Sellés, Manuel, Peset, José Luis y Lafuente, Antonio. 1988. Carlos III y la ciencia de la Ilustración. Madrid, Alianza.

—Soler Pascual, Emilio. 1990. La conspiración Malaspina (1795-1796). Alicante, Instituto de Cultura «Juan Gil-Albert».

—Sotos Serrano, Carmen. 1982. Los pintores de la Expedición de Alejan­dro Malaspina, 2 vols., Madrid, Real Aca­demia de la Historia.

—Taracena Arriola, Arturo. 1983. La expedición botánica al reino de Gua­temala. Guatemala, Ed. Universitaria.

—Wilson Engstrand, Iris H..1981. Spanish Scientist in the New World. Washington, University Washington Press.