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BENITO ASCASO VAL

Codo, 1924.
Niño testigo de la defensa de Codo por el Tercio de Montserrat.

Vista de Codo unos días antes del ataque republicano. Archivo Santiago Fernández.
Vista de Codo unos días antes del ataque republicano.
Archivo Santiago Fernández.

Cuando empezó la guerra yo no tenía más que 12 años, y aquí vivíamos, en Codo, dedicados a la cosa agrícola, al campo y a la huerta. Los rojos querían entrar en Zaragoza, y el pueblo quedaba en la línea defensiva de los nacionales junto a Belchite.

Mandaron al Tercio de Montserrat a defender el pueblo, y cayeron muy bien en Codo. Eran gente ilustrada por lo general, muchos con carrera, huidos de la parte de Cataluña por ser católicos señalados, carlistas y gente de derecha y el pueblo confraternizó muy bien con los catalanes. Al estar tan cerca del frente no teníamos aprovisionamiento ni nada, y nuestro único contacto con la retaguardia era el camión del Tercio que iba y venía de Zaragoza con el suministro. Los requetés estaban repartidos por las casas, dos aquí, seis allá…, dormían y cenaban con las familias de las casas, y durante el día la fuerza permanecía reunida. Nosotros nos alimentábamos con la comida de ellos, iban a la ranchería, cogían lo que tocaba del reparto y lo entregaban todo a la casa donde estaban, y se repartía entre los requetés y los paisanos.

El padre Carreras, el cura, hizo una organización para aprovechar su presencia en el pueblo, y organizó lecciones para que alguno nos enseñara su oficio. También se organizó algún partido de fútbol entre los del Tercio y los del pueblo, o con las tropas de Belchite, siempre en buena armonía.

Luego se hacía misa de campaña en la plaza, y como mi abuelo era el antiguo sacristán de la iglesia del pueblo, y desde pequeñito había ayudado muchas veces en misa, o le acompañaba a tocar la campana para la oración o el rosario, esa temporada hice de monaguillo en las misas de campaña del Tercio, a las que asistía la mayor parte del pueblo. Vamos, que en el tiempo que estuvieron aquí nos encariñamos con ellos, y los considerábamos nuestros amigos.

El páter Mosén Carrera, capellán del Tercio de Nuestra Señora de Montserrat, celebrando una misa de campaña en la plaza de Codo, asistido como monaguillos por dos niños. Archivo Santiago Fernández.
El páter Mosén Carrera, capellán del Tercio de Nuestra
Señora de Montserrat, celebrando una misa de campaña en la
plaza de Codo, asistido, como monaguillos, por dos niños.
Archivo Santiago Fernández.

Todo cambió el día del ataque, el 24 de agosto de 1937. Aquel día, estando por la mañana en la plaza con otros muchachos del pueblo —cosas de chicos—, decidimos ir al campo a cazar pájaros. Salimos con las trampas, comenzamos a plantar los cepos, y aun no habíamos de terminado cuando comenzamos a escuchar ráfagas de ametralladora: «¡Me cago en la leche!, ¡que atacan los rojos!», caímos en cuenta, y nos retiramos corriendo a nuestras casas.

Para el ataque emplearon cantidad de fuerzas comparadas con el número de requetés que había en Codo. Belchite, que quedó completamente destruido en el ataque, estaba guarnecido por falangistas, pero el día del ataque bajó una compañía de falangistas a apoyar a los requetés, les pilló aquí el cerco y se quedaron resistiendo hasta el final. También se unieron a la defensa bastantes hombres de Codo, casi un centenar de voluntarios, que se juntaron con los requetés del Tercio de Montserrat para defender el pueblo.


Los requetés catalanes Giol y Códina
contemplan las ruinas de una de las Iglesias de Belchite.
Archivo Santiago Fernández.

Aguantaron, pero fueron cayendo las trincheras exteriores, donde la Ermita. Rodeando el pueblo y la gente que quedaba en las trincheras se retiró al interior del pueblo o acabaron copados. Nuestra casa fue la primera que cogieron, al estar en la zona exterior del pueblo y lindar nuestro corral con el parapeto de la trinchera. Pegaron cuatro bombazos de mano y entraron en la casa, y así, poco a poco, se fueron haciendo con el pueblo combatiendo casa por casa.


A la izquierda, posición defensiva “Monte Calvario”, en Codo. A la derecha, requetés catalanes junto
a una posición defensiva, a las afueras de Codo. Archivo Santiago Fernández.

La mayor parte se retiró a la casa del cura, donde se hicieron fuertes, pero en la plaza quedaron cuatro requetés y un oficial que estuvieron defendiéndose hasta que los liquidaron.

El último lugar de resistencia fue la casa del cura; los que quedaron allí copados intentaron salir por escuadras a ver si alguno podía escapar del cerco y salvarse. Conforme salían en grupitos de cuatro o cinco comenzaban a tirotearles, alguno caía pero otros escapaban. Sin embargo, del pueblo a Zaragoza hay 40 km., y el que no moría en el primer kilómetro lo hacía a los cinco o a los diez, porque la caballería francesa estaba dándoles caza. Aun así, hubo unos treinta que lograron escapar del cerco con un paisano del pueblo que conocía bien el terreno; les llevó por una vaguada, ocultos de la vista de los rojos y así pudieron salir.

Ya al final, cuando todo estaba perdido, un teniente de Falange y dos más subieron a la cúpula de la torre de la iglesia, y aquellos, después de que los rojos hubieran cogido todo el pueblo, estuvieron resistiendo hasta que quedaron sin munición, la artillería sacudió a la torre y mataron a aquellos valientes, los últimos defensores.


Disparando una ametralladora emplazada en la torre de la iglesia. Foto Skögler. Archivo Pablo Larraz.

De paisanos de Codo que se unieron a los defensores 22 murieron en la lucha, mientras que el resto fueron capturados y encarcelados en Caspe, donde las pasaron muy putas, mal comidos y mal vividos.
Al comenzar el ataque, dijeron que los paisanos nos refugiáramos en la iglesia, pensando que aquello era un fortín y estaríamos más a salvo. Sin embargo, cuando llegamos, la artillería ya la había fijado como objetivo y habían comenzado a tirar cañonazos. Entramos y estaba llena de heridos y de muertos, así que tuvimos que salir como conejos.

Cuando salimos, Codo estaba ya prácticamente en manos de los rojos, nos cogieron prisioneros a todos. La entrada de los rojos en el pueblo fue terrible, es uno de los recuerdos peores que tengo en la vida. A los pocos que cogieron vivos los afusilaron en la plaza. Luego entraron en la casa que hacía de hospital, tiraron por las ventanas a los que estaban heridos y les pegaron fuego, algunos todavía estaban vivos… Los cadáveres quedaron tirados en las calles durante mucho tiempo. A los paisanos nos condujeron fuera del pueblo, al antiguo matadero municipal, y entonces pensé yo: «cagüen, pues si nos llevan al matadero estamos arreglados, será para matarnos». Sin embargo, era simplemente para tenernos allí concentrados.

Recuerdo que cuando a mí me pillaron estaba descalzo; a última hora —serían ya las diez de la noche— nos montaron en unos camiones rusos y nos llevaron a Caspe. Por el camino, a unos cuatro kilómetros del pueblo, vimos la artillería que habían empleado en el ataque y muchas fuerzas concentradas. En Caspe nos metieron en un local, nos dieron un café con leche, y a montar otra vez al camión. Por el camino, asustado, no dejaba de preguntarme «¿a dónde nos llevarán?, ¿qué será de nosotros?». Nos llevaron a Mequinenza, a los pueblos de Fabara y Maella, y allí estuvimos cosa de un mes. A los que éramos chicos y no teníamos culpa de nada nos dejaron libres; allí estaba mi pobre madre con cuatro hijos y un abuelo de 80 años.

Mientras tanto, después del ataque, el pueblo quedó vacío, sin nadie, y servía de campamento para las fuerzas rojas. Estando en Fabara, nos dieron orden de ir a Maella, que allí nos cogerían unos camiones para llevarnos de nuevo a Codo, porque el frente estaba ya más hacia Zaragoza.


Uno de los primeros contingentes de requetés catalanes
que llegaron a Codo. Archivo Santiago Fernández.

Salimos muy de mañana, para andar los cuatro kilómetros que hay desde Fabara a Maella; el camino fue muy malo, yo llevaba a la hermanita en brazos, y otros al abuelo que no podía andar. Nos metieron en la iglesia, y como no nos habían dado nada de comer a la hora del mediodía, los jóvenes nos las ingeniamos para comer algo. En la parte de arriba de a la iglesia había un almacén de alfalfa y leña de olivos, así que estuvimos listos: desatamos las gavillas de los fajos de leña, y con las cuerdas hicimos una cuerda grande, la colgamos por la ventana, y como éramos chicos y pasábamos por el agujero de la ventana, nos descolgamos y fuimos a una huerta cercana junto al río. Ya comimos todo lo que pudimos: fruta, tomates, melones… y cuando terminamos, otra vez de vuelta a la iglesia. Si nos pillan, igual nos hubieran matado…

Por fin, a los dos días, vino un camión ruso, lento, pesado y de ruedas macizas, para llevar de vuelta a Codo a los que no valíamos para la guerra: mujeres viudas, abuelos y chicos pequeñitos. Para conducirnos, nos tocó un chófer que se ve que era chófer del día antes, porque el camión se salió de la carretera y volcó en la cuneta. Los jóvenes, como íbamos subidos a la baca del camión pudimos brincar y no nos pasó nada, pero hubo muertos dentro del coche, con criaturas pequeñas de meses. La verdad es que, entre el ataque y esto, pasamos vivos de milagro.

Cuando volvimos al pueblo, a los dos meses, encontramos los cadáveres todavía en las calles, no enterraron a ninguno, ni requetés, ni rojos, ni nada… Veíamos cómo los perros se comían los cadáveres; eso lo he visto yo y me ha dado vergüenza. Tuvimos que ser los vecinos los que recogimos los cuerpos con una pala, los echamos en un carretillo, y luego los sacamos fuera del pueblo para enterrarlos.


Una familia en Codo, ante las ruinas de su vivienda.
Archivo Santiago Fernández.

A los pocos días ya vimos que venían las fuerzas nacionales, y nosotros —mi familia— nos escondimos en una cueva que hay en el castillo. Nos metimos y esperamos en una cueva hasta que las fuerzas entraron en el pueblo, y entonces ya nos pasamos. Muchos chicos marchamos directamente a Zaragoza como voluntarios. Me preguntaron la edad, dije que 18, no me echaron atrás pero me dejaron fijo en el cuartel con mi hermano porque ya veían que no tenía la edad. Otros del pueblo fueron con un tercio de requetés aragoneses, por simpatía con los que habíamos conocido del Tercio de Montserrat.

Codo fue uno de los principales lugares donde se decidió la guerra. El pueblo quedó mal parado, habían muerto un montón de vecinos entre los que cayeron en la defensa, como después afusilados de los dos lados, de uno y del otro, derechas e izquierdas, envidias y malos quereres. Lo pasamos mal del todo, nos pilló en la línea de fuego, y costó mucho la recuperación y volver a la buena armonía entre los vecinos.

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