Aunque poco se sabe de su infancia en Toledo, se tiene la certeza de que allí empezó su trabajo como hábil forjador de hierro y metales (cuentan que en sus comienzos ni siquiera sabía escribir o leer). Tal vez su gran habilidad y precisión en el trabajo de los metales le llevaran a elaborar instrumentos astronómicos de precisión y cálculo como astrolabios, cuadrantes solares o brújulas, para algunos sabios musulmanes y judíos que vivían en la ciudad. Esa misma destreza debió facilitarle una mayor compresión de los cánones de construcción y de la matemática asociada a la astronomía, ya que más tardé pasó de constructor a diseñador de dichos instrumentos. Así, mejoró el astrolabio, sobre cuyo uso dejó algunos escritos: <i>Tratado de la azafea</i>, <i>Tratado de la lamina de los siete planetas</i>, <i>Almanaque de Ammonio </i> y un Tratado relativo al movimiento de las estrellas fijas (se trata de un manuscrito de mucho interés astronómico en el que fija el movimiento de precesión de los equinoccios en 46’’ por año y revisó las tablas astronómicas de la época); y creó unas tablas astronómicas llamadas <i>Tablas toledanas</i> que fueron recogidas en las <i>Tabulae astronomicae</i> de Alfonso X el Sabio, mejoradas por Al-Juarismi y Al-Battani. También recogieron su obra astrónomos europeos posteriores como Gemma Frisius o Juan de Rojas. Al parecer construyó la llamada Clepsidra de Toledo, estanque que reflejaba el estado de la luna mediante las modificaciones de su caudal.