Entre las varias traducciones que de los Metamorfóseos de Ovidio se hicieron en el siglo XVI, merece, sin duda, el primer lugar, la que trabajó el licenciado Pedro Sánchez de Viana. Fué este distinguido humanista (a quien algunos suponen portugués, ignoramos con qué fundamento) médico de profesión y vecino de la ciudad de Valladolid. En sus mocedades anduvo en la casa y servicio de Hernando de Vega, presidente del Consejo de Indias. A él enderezó la traducción de los Metamorfóseos, única obra suya conocida. A esto se reducen las noticias de su vida, tomadas principalmente de los preliminares de las Transformaciones.
Dió a la estampa la versión siguiente:
Las Transforma- | ciones de Ovidio: Traduzidas del | verso Latino en tercetos y octavas | rimas, Por el licenciado Viana | En lengva vulgar Castellana. Con el Comento y expli- | caciones de las Fábulas: reduziéndolas a Philosophía | natural y moral y Astrología | e Historia. | Dirigido lo uno y lo otro | a Hernando de Vega Cotes y Fonseca, Presiden- | te del Consejo de las Indias. | Impresso en Valladolid por Diego Fernández de Córdova | impressor del Rey nuestro Señor. Año | 1589 | Con Privilegio.
Al reverso: Erratas. Tassa (a tres maravedís y medio el pliego), fecha en Madrid, a 14 de julio de 1589. Tiene el libro 122 pliegos y monta 12 rs. y 19 mrs. Gonzalo de la Vega.
Preliminares. Privilegio (por 10 años) fecho en San Lorenzo a 16 de abril de 1588. Censura del Maestro Lazcano (3 de enero de 1588).
[p. 234] Sonetos de López Maldonado (dos), de D. Antonio de Baeza, del licenciado Martínez Polo (tres) y de Marcos Dorantes (cuatro). Licenciati Joannis Jordani in Authoris et utriusque operis laudem epigramma. (Se encomia a Viana como docto en la poesía y en la ciencia de Esculapio.) Dedicatoria a Hernando de Vega, Cotes y Fonseca, Presidente del Consejo de Indias, firmada por el licenciado Pedro Sánchez de Viana. Prólogo del autor a los lectores. (Dignidad, origen y antigüedad de la poesía.) La vida de Publio Ovidio Nasón, sacada de sus mismos libros. Catálogo de los autores, que se alegan en este libro y anotaciones. (Llega desde Aben-Ragel a Zeuxis; no parece sino que Cervantes tenía en las mientes este catálogo, al escribir el admirable prólogo del Quijote.)
180 folios. Sign. A-Zz. La traducción acaba en el folio 179. Al reverso comienza la Tabla, que llena el folio siguiente. Como segundo tomo puede considerarse, puesto que lleva foliación distinta (aunque ordinariamente vaya unido a los Metamorfóseos) el volumen de las:
Anotaciones | sobre los quin- | ze libros de las Transformaciones de | Ovidio. Con la Mithología de las Fá- | bulas y otras cosas. | Por el licenciado Pedro Sánchez de Viana. | Dirigidas a Hernando de | Vega, Cotes y Fonseca, Presidente del Con- | sejo de las Indias. | Impresso en Valladolid, por Diego Fernández de Cór- | dova, Impressor del Rey Ntro. Señor | Año de 1589. | Con privilegio.
Al reverso la fe de erratas. Folio siguiente. Dedicatoria. Prólogo a los lectores. En el folio 5 comienzan las Anotaciones, que acaban en el 314 vuelto. Los cuatro folios siguientes están ocupados por la «Tabla de las fábulas, que se declaran en las Anotaciones». Estas anotaciones, escritas con erudición copiosísima y no siempre oportuna, pueden considerarse como un comentario perpetuo a la obra del poeta.
La traducción está hecha en tercetos, empleando para los razonamientos la octava rima. En concepto de Ticknor, es de las mejores que se hicieron en el Siglo de Oro de nuestras letras. Por el contrario, otro escritor eminente, el rey de la poesía portuguesa contemporánea. apellidado por sus compatriotas el Milton y el Homero lusitano, poeta como ellos (si bien en esfera harto inferior) y como ellos ciego, el señor Antonio Feliciano de Castilho, vivo aún para gloria de nuestras letras (pues como propias hemos [p. 235] de considerar todas las glorias peninsulares), califica de pésima la traducción de nuestro Viana, en el prólogo de la muy elegante y fiel versión, que del mismo poema dió a luz en 1841. (Vid. el artículo Castilho.) Entre dos tan encontradas afirmaciones, sostenidas por escritores, cada cual en su género, eminentes, difícil es formar un juicio seguro y desapasionado. Desde luego, se ofrece una consideración: tan absoluto y en redondo es el fallo de Ticknor como el de Castilho; según el uno, la traducción es excelente; según el otro, la traducción es detestable. Infiérese de aquí, naturalmente, que la traducción será buena o mala, pero no mediana; las medianías no provocan tan encomiásticos elogios ni tan ásperas censuras. La obra ha de ser en algún modo y por alguna circunstancia verdaderamente notable. Yo, que en estos apuntamientos me ciño al modesto papel de bibliógrafo (salvo tal cual escarceo en el campo de la crítica), me limitaré a decir que he cotejado cuidadosamente, como he hecho siempre que me ha sido dable, la traducción de Viana con el original latino y con otras versiones nacionales y extranjeras, unas anteriores y otras posteriores a la del médico vallisoletano. Hame parecido generalmente fiel y ajustada al texto de Ovidio, salvo tal cual descuido en la inteligencia del sentido. Entendía Viana al poeta de Sulmona, cuyo espíritu en parte reproduce y en parte no menor deslíe y echa a perder con excesivas amplificaciones. El mayor defecto de esta versión es la flojedad y el desaliño, harto frecuentes y lamentables, en la versificación. Aun así me parece superior a la de Jorge de Bustamante (atribuída por algunos a Luis Hurtado, que jamás pensó en traducir a Ovidio), hecha en prosa, y a las de Pérez Sigler y Felipe Mey (muy notable, si bien incompleta la segunda), hechas en verso. No la creo inferior a la italiana de Anguillara, harto celebrada en otros tiempos y hoy muy decaída de su antigua estimación. Y nada diré de las francesas anteriores a Viana, pues no conozco ninguna capaz de ponerse en parangón con la suya. Pienso por último que nuestro licenciado puede ocupar un buen puesto en el coro de los intérpretes de Ovidio, aun de los posteriores a su edad, sin que le sean muy superiores, como poetas, la mayor parte de los que yo conozco en los idiomas neolatinos, exceptuando a Desaintanges, cuya versión califica de admirable el mismo Castilho, y dejándole a él fuera de cuenta, [p. 236] como igual o superior a los más celebrados entre sus predecesores. Declarando, pues, que en mi humildísima opinión el juicio de Ticknor es muy acertado, cúmpleme presentar algunos trozos del poema, escogidos sin particular empeño, para que teniendo las piezas del proceso a la vista, puedan mis lectores acostarse a la opinión de Castilho, si les pareciesen redondamente malos los pasajes que voy a transcribir. Tomaré una ligera muestra del libro segundo, escrita en tercetos, como casi toda la traducción
DESCRIPCIÓN DEL PALACIO DEL SOL
El alcázar real de Phebo era
De altísimas columnas refulgente,
Con oro y con carbunclo en gran manera
El techo de marfil resplandeciente,
Con las puertas de plata do salía
En rayos claridad muy excelente,
La obra a la materia aún escedía,
Porque Vulcano había allí esculpido
El Occéano mar, la tierra fría.
Y el eminente cielo y agua ha sido
Con verdinegros dioses debujada
Y obra del cincel más escogido.
Triton, Proteo, en cara demudada,
Egeon, domador de las ballenas,
Con Doris de sus hijos rodeada.
Nadando unas, otras de agua llenas
Que en peñas asentadas se quitaban
De los verdes cabellos las arenas.
A otras los pescados las llevaban,
No de un semblante todas, ni distantes,
Porque bien ser hermanas demostraban.
La tierra con varones muy pujantes,
Ciudades, selvas, montes, bestias, fieras,
Ríos, ninfas y Dioses semejantes.
Sobre esto están pintadas las esferas
De seis en seis, los signos en las puertas,
Que parecen sus formas verdaderas. Etc.
Al lado de este trozo de versificación dura y difícil, sin duda uno de los peores que hay en el poema, voy a presentar, como objeto útil de comparación, la Fábula de Píramo y Tisbe, tomada del libro cuarto:
[p. 237] FÁBULA DE PÍRAMO Y TISBE
En la ciudad que dizen fué cercada
De ladrillado moro y grande altura
Por la reina Semíramis, criada
Fué Tisbe en el extremo de natura
Y fué esta hermosa virgen adamada
De Píramo su igual en hermosura,
Que así era él entre todos excelente,
Como ella entre los jóvenes de Oriente.
Del tierno amor fué causa y su contento
La vecindad, que juntos se criaron,
Y con la edad también tomaba aumento
La fe que a veces ambos se entregaron,
Que sin duda parara en casamiento,
Mas los padres de entrambos lo estorbaron,
A pesar de los cuales se querían,
Y en llama igual sus ánimos ardían.
Cada cual muestra en señas su conceto
Que nadie para en ello ni lo advierte,
Y cuanto el fuego dulce es más secreto,
Tanto es más estuoso, bravo y fuerte.
Una pared acaso por decreto
Del Dios de amor y su dichosa suerte
Común a entrambas casas, les convida
A verse por do estaba un poco hendida.
Ninguno había notado la hendidura,
¿Qué ignora amor? estaba reservada
A vosotros amantes do natura
Ninguna cosa hizo, no extremada,
Y no dejáis pasar la coyuntura,
Antes la boca cada cual pegada
Con blando estilo, de vosotros dino
A la amorosa voz hacéis camino.
Requiebros regalados conferían
Con lenguaje de amor, desnudo de arte
Y a vezas el aliento recibían
Píramo a esta, Tisbe a la otra parte.
«Invidiosa pared, i por qué (dezían)
Quieres contraria a tal querer mostrarte,
Si los cuerpos juntarse consintieras
O a lo menos las bocas, tanto hicieras?
Ni tampoco queremos ser tenidos
Por ingratos a ti que nos has dado
Lugar por do llegase a los oídos
[p. 238] El dulce razonar enamorado.
Conceptos semejantes referidos
El uno aquí y el otro allí sentado,
Se despidieron antes y besaron,
Mas no del arte, que ellos desearon.
Las luces de la noche ya quitadas
Con la rosada Aurora de otro día,
Las yerbas del rocío aljofaradas
El sol con su calor secado había
Viniéronse al lugar, do regaladas
Razones uno a otro se decía
Quejándose y que engañe se concierta,
Cada cual al portero de su puerta.
Conciertan, engañados los porteros,
Salirse a media noche de su casa,
Dejando la ciudad y padres fieros
Y el haber de gozarse tan con tasa,
Y por no hacer diversos paraderos
Más adelante aun el concierto pasa,
Que entre los dos amantes se convino
Parassen al sepulcro del rey Nino.
Y a la sombra se escondan al instante
De un árbol que a una fuente está cercano
Que era moral y parecía abundante
De moras, más que nieve todo cano.
La convención contenta a cada amante
Con esperanza firme muy ufano.
Ya entraba el tardo Sol en claro coche
En el agua, do sale el de la noche.
Salióse Tisbe astuta, disfrazada
Sin que ningún portero se lo sienta
Y de amor y tinieblas rodeada,
En Píramo pensando va contenta,
Al sepulcro de Mino ya llegada
Y al árbol dicho, bajo dél se sienta,
Que Cupido le presta su osadía,
Y veis una leona, que venía.
Después de con mucha agua haber henchido
El fiero vientre, al monte se volvía,
Y el manto ensucia y rasga que caído
A la medrosa Tisbe se le había.
Salió más tarde Píramo y venido,
El rastro de la fiera conocía,
Perdió el color y visto ensangrentado
El manto, de esta suerte ha comenzado:
[p. 239] «Acabará una noche escurecida
La vida a dos amantes, de los cuales
Merecías, Tisbe, tú gozar de vida
Larguísima, y de alientos inmortales.
Yo, yo soy el traidor, yo el homicida
Que ha dado la ocasión a tantos males,
Pues te mandé vinieras, sin tu esposo,
De noche y a lugar tan temeroso.»
«O ya que tal mandé, no fuí el primero
Que al concierto llegase y la postura,
¡Oh fieras que habitáis aquí, no quiero
Mayor merced ni más cabal ventura
De que rasguéis mi cuerpo y vuestro fiero
Estómago, le deis por sepultura,
Mas de medrosos es llamar la muerte,
No de animoso pecho y brazo fuerte.»
El destrozado velo, que cubierto
Había traydo Tisbe, levantado
A la sombra del árbol del concierto
Se fué con él y ya que le ha besado,
Y un río caudal de lágrimas abierto,
El conocido manto saludado,
«Recibirás (le dice) en compañía
De la sangre de Tisbe, ya la mía.»
Y creyendo su Tisbe ser difunta
Con un dolor extraño y desconsuelo
Desenvainó la espada y en la punta
Se arroja y boca abajo da en el suelo;
A las espaldas sale y sale junta
La roja sangre, caminando al cielo,
Haziendo tal ruido a la salida
Cual agua, plomo o fístula rompida.
De la amorosa sangre rociadas
Las blancas moras luego se tiñeron
Y siendo las raíces empapadas
Del árbol, negras moras produjeron.
Las ansias y congojas no quitadas
Que el miedo y el peligro la pusieron,
Se vuelve Tisbe y busca en un instante
Con los ojos y el alma al fiel amante.
Por no engañar al dulce enamorado
Se viene, aun temerosa de la fiera
Y el peligroso trance ya pasado
A su señor y bien contar espera.
Miró el lugar y el árbol ya mudado,
Reconociendo, duda si aquel era,
[p. 240] Que el color que en las moras se veía
Incierta y sospechosa la tenía.
Mientras la triste estaba así dudando
El cuerpo medio muerto vió en el suelo,
Que estaba el miserable palpitando;
Volvióse luego atrás con gran recelo.
Y sin color y ánimo temblando
Cobra nuevo pavor y desconsuelo,
Cual suele el mar turbado hacer ruido,
Si es con pequeño viento conmovido.
Mas bien reconoscidos sus amores,
Arranca los cabellos de oro fino,
Suelta la rienda a llantos y dolores,
Hiere su blanco pecho, de ello indino,
Abraza su amador con mil clamores,
Hinchió la herida de un licor divino,
Que de sus dos luceros destilaba,
Y besando su rostro, le llamaba:
«Oh Píramo, mi bien, ¿qué duro hado
Os me robó, mi gloria, vida mía,
Respondedme, Señor, que sois llamado
De vuestra Tisbe misma y alegría,
Levantad vuestro rostro ya postrado.
Al nombre de su dama que él oía,
Los ojos medio muertos abre y mira
Su Diosa, y vista, ciérralos y espira.
La cual despues que el manto conocía.
Que le dejó la fiera bien sangriento,
Y vió la vaina de marfil vacía,
Renovó su llorar y su tormento.
«Tú me mataste, Píramo, dezía
Y fue la causa Amor y el Instrumento,
Y pues tampoco a mí no me ha faltado,
También seré yo de ánimo esforzado.
Y pues jamás espero, amigo, verte,
Seguirte muerta pienso de manera,
Que si fuí causadora de tu muerte,
También me llamarán tu compañera,
Y si era nuestro amor tan fino y fuerte
Que a muerte solamente se rindiera,
Por te cobrar, mi bien, daré la vida
Y la muerte al amor será rendida.»
«¡Oh miserables padres que habéis sido
De nuestro acerbo fin la causa cierta,
En nombre de los dos os ruego y pido
(Si la piedad del todo no está muerta)
[p. 241] Que aqueste duro caso conocido,
Y nuestra fe secreta descubierta,
Los que el amor, la muerte o la ventura
Juntó, juntéis en una sepultura.»
«Y tú, moral, que tienes encubierto
El cuerpo miserable de un amante,
Y antes de mucho puedes estar cierto,
Cobijarás a dos de aquí adelante.
En memoria del uno y otro muerto
De fructas negras muéstrate abundante,
Y en honra de dos sangres derramadas,
Produzirás las moras enlutadas.»
Su querella tristísima acabada,
Con suspirar profundo y llanto ardiente,
De pechos se arrojó sobre el espada,
De la sangre de Píramo aun caliente.
De padres y de dioses fué aceptada
Tan justa petición, pues al presente
Están los dos en una sepultura,
Y negra cualquier mora bien madura.
En este trozo, que puede mirarse como un poemita separado, se observa, aparte de varios rasgos prosaicos y algunos versos duros, que el texto está vertido con calor y con brío, no faltando bellezas de sentimiento en algunos parajes.
Santander, 13 de diciembre de 1874.
Adición
En la Biblioteca Nacional se conserva un manuscrito señalado P-97, al principio del cual se lee: «Comienza la traducción de los libros de consolatione de Boecio, hecha por el Dr. Viana. Libro primero de la Consolación filosófica de Boecio.» No lleva prólogo ni advertencia alguna. Empieza así:
Yo que en la mocedad alegre canto
Compuse, miserable viejo agora
Endechas de dolor (ay de mí) canto.
Las Musas lazeradas cada hora
Me dictan los acentos que aquí escribo,
Negando el rostro lo que el alma llora.
[p. 242] Como muestra de esta versión, del todo desconocida, copiaré la rima séptima y última del libro primero:
Si el aire se cubre
De oscuro nublado,
El cielo estrellado
Sus luces encubre,
Si el túrbido viento
Al mar inquieta
El agua quieta
Se turba al momento,
Y la que al sereno
Y mas claro día
Parescer solía
La enturbia su cieno.
Arroyo que baje
Del monte mas alto
Retuerce su salto
Si hay quien le ataje.
También tú procura
Si la verdad quieres
Seguir cuando fueres
Por senda segura.
Hallarte desnudo
Del gozo que encanta
Y miedo que espanta
Al torpe y al rudo
Desecha y alanza
De tu fuerte pecho
Como hombre de hecho
Dolor y esperanza.
Si en estos la palma
Del gobierno queda,
En lazos se enreda
Y oscurece el alma.
Acabados los cinco libros de Boecio, síguense: Anotaciones sobre los libros de la consolación natural del Santo Boecio por el Dr. Pedro Sainz de Viana. Prólogo. Al margen, esta nota: «Este prólogo ha de estar antes de los versos al principio del libro.» El prólogo es una biografía de Boecio y análisis de su libro de consolatione. Siguen unas extensas anotaciones semejantes a las que puso a Ovidio. El Ms. es en 4.º