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Obras completas de Menéndez... > ORÍGENES DE LA NOVELA > III : CUENTOS Y NOVELAS... > IX CUENTOS Y NOVELAS CORTAS.—TRADUCCIONES DE BOCCACCIO, BANDELLO, GIRALDI CINTHIO, STRAPAROLA, DONI, LUIS GUICCIARDINI, BELLEFOREST, ETC.—«SILVA DE VARIA LECCIÓN», DE PERO MEXÍA, CONSIDERADA BAJO EL ASPECTO NOVELÍSTICO. «MISCELÁNEA», DE DON LUIS ZAPATA.—

Datos del fragmento

Texto

Los orígenes más remotos del cuento o novela corta en la literatura española hay que buscarlos en la Disciplina Clericalis , de Pedro Alfonso, y en los libros de apólogos y narraciones orientales traducidos e imitados en los siglos XIII y XIV. Más independiente el género, con grande y verdadera originalidad en el estilo y en la intención moral, se muestra en El Conde Lucanor , y episódicamente [p. 4] en algunos libros de Ramón Lull y en la Disputa del asno , de Fr. Anselmo de Turmeda. Pero cortada esta tradición después del Arcipreste de Talavera, la novelística oriental y la española rudimentaria que se había criado a sus pechos cede el puesto por más de una centuria a la italiana. Este período de reposo y nueva preparación es el que rompió triunfalmente Miguel de Cervantes en 1613 con la publicación de sus Novelas Ejemplares , que sirvieron de pauta a todas las innumerables que se escribieron en el siglo XVII. Entendida como debe entenderse, es de rigurosa exactitud esta afirmación del príncipe de nuestros ingenios: «Yo soy el primero que he novelado en lengua castellana; que las muchas novelas que en ella andan impresas todas son traducidas de lenguas estrangeras, y estas son mías propias, no imitadas ni hurtadas; mi ingenio las engendró y las parió mi pluma, y van creciendo en los brazos de la estampa.»

Estas lenguas extranjeras se reducen, puede decirse, al italiano. Pero no se crea que todos, ni siquiera la mayor parte de los novellieri , fuesen traducidos íntegros o en parte a nuestra lengua. Sólo alcanzaron esta honra Boccaccio, Bandello, Giraldi Cinthio, Straparola y algún otro de menos cuenta. Por el número de estas versiones, que además fueron poco reimpresas, no puede juzgarse del grado de la influencia italiana. Era tan familiar a los españoles, que la mayor parte de los aficionados a la lectura amena gozaba de estos libros en su lengua original, desdeñando con razón las traducciones, que solían ser tan incorrectas y adocenadas como las que ahora se hacen de novelas francesas. Pero al lado de estos intérpretes, que a veces ocultaban modestamente su nombre había imitadores y refundidores, como los valencianos Timoneda y Mey y el portugués Trancoso, que, tomando por base las colecciones toscanas, manejaban más libremente los argumentos y aun solían interpolarlos con anécdotas españolas y rasgos de nuestro folk-lore . Abundan éstos, sobre todo, en las colecciones de cuentos brevísimos y de forma casi esquemática, tales como el Sobremesa , del mismo Timoneda; la Floresta Española , de Melchor de Santa Cruz, y los apotegmas y dichos agudos o chistosos que recopilaron Luis de Pinedo, don Juan de Arguijo y otros ingenios, con quienes ya iremos trabando conocimiento. Son varias también las obras misceláneas que ofrecen ocasionalmente materiales para [p. 5] el estudio de este género embrionario, que por su enlace con la novelística popular despierta en gran manera la curiosidad de los doctos. Este aspecto muy interesante tenemos que relegarle a segundo término, porque no escribimos de la novela como folkloristas , sino como literatos, ni poseemos el caudal de erudición suficiente para comparar entre sí las narraciones orales de los  diversos pueblos. Ateniéndonos, pues, a los textos escritos, daremos razón ante todo de las traducciones de novelas italianas hechas en España durante los siglos XV y XVI.

Ningunas más antiguas e interesantes que las de Boccaccio, aunque por ventura el Decamerón fué menos leído y citado que ninguna otra de sus obras latinas y vulgares; menos seguramente que la Caída de Príncipes , traducida en parte por el canciller Ayala antes de 1407 y completada en 1422  por don Alonso de Cartagena; menos que la Fiammetta y el Corbaccio , cuya profunda influencia en nuestra novela, ya sentimental, ya satírica, hemos procurado determinar en capítulos anteriores; menos que el libro De claris mulieribus , imitado por don Álvaro de Luna y por tantos otros; menos que sus repertorios de mitología y geografía antigua (De Genealogiis Deorum, De montibus, silvis, lacibus, fluminibus, stagnis et paludibus et de nominibus maris). De todas estas y otras obras de Boccaccio existen traducciones castellanas o catalanas en varios códices y ediciones, y su difusión está atestiguada además por el uso constante que de ellas hacen nuestros autores del siglo XV, citándolas con el mismo encarecimiento que las de los clásicos antiguos, o aprovechándolas muy gentilmente sin citarlas, como hizo Bernat Metge en su Somni . [1]

[p. 6] El Decamerón, libro reprobado por su propio autor [1] y que contiene tantas historias deshonestas, tuvo que ser leído más en secreto y alegado con menos frecuencia. No se encuentra imitación de ninguno de los cuentos hasta la mitad del siglo XVI, pero todos ellos habían sido trasladados al catalán y al castellano en la centuria anterior.

La primera novela de Boccaccio que penetró en España, pero no en su forma original, sino en la refundición latina que había hecho el Petrarca con el título De obedientia ac fide uxoria , [2] fué la última del Decamerón , es decir, la historia de la humilde y paciente Griselda, tan recomendable por su intención moral. Bernat Metge, secretario del rey don Martín de Aragón y uno de los más elegantes y pulidos prosistas catalanes, puso en lengua vulgar aquel sabroso aunque algo inverosímil cuento, para obsequiar [p. 7] con él a Madona Isabel de Guimerá. [1] No se conoce exactamente la fecha de esta versión, que en uno de los dos manuscritos que la contienen lleva el título de Historia de las bellas virtuts , pero de seguro es anterior a 1403, en que el mismo autor compuso su célebre Sueño , donde atestigua la gran popularidad que la novela de la marquesa de Saluzzo había adquirido ya, hasta el punto de entretener las veladas del invierno, mientras hilaban las mujeres en torno del fuego. [2]

Un arreglo o traducción abreviada de la misma historia, tomada también del Petrarca, y no de Boccaccio, se encuentra en un libro castellano anónimo, Castigos y dotrinas que un sabio dava a sus hijas . [3] Es breve esta versión y tan apacible y graciosa de lengua, que me parece bien ponerla aquí, para amenizar la aridez de estos prolegómenos bibliográficos:

«Leese en un libro de las cosas viejas que en una parte de Italia en una tierra que se llama de los Salucios ovo un marqués sennor de aquella tierra, el qual era muy virtuoso y muy discreto, [p. 8] pero no curava de se casar, y commo ya fuese en tal hedat que devia tomar muger, sus vasallos y cavalleros le suplicaron que se quisiese casar, porque dél quedase fruto que heredase aquella tierra. Y tanto gelo amonestaron que dixo que le plazía, pero que él quería escoger la muger que avia de tomar, y que ellos le prometiesen de ser contentos con ella, los quales dixeron que les plazía. Y dende a poco tiempo él tomó por su muger a una donzella hija de un vasallo suyo bien pobre, pero de buen gesto y onestas y virtuosas costumbres. Y al tiempo que la ovo de tomar él se fué a casa de su padre, al qual preguntó si le quería dar a su hija por muger. Y el cavallero pobre, commo se maravillase de aquello, le rrespondió: «Sennor eres de mí y de mi hija. Faz a tu voluntad.» Y luego el marqués preguntó a la donzella si queria ser su muger, la qual con grant vergüença le rrespondió: «Sennor, veo que soy yndigna para me casar contigo, pero si la voluntat de Dios es aquesta y mi ventura es tal, faz lo que te pluguiere, que yo contenta soy de lo que mandares.» El marqués le dixo que, si con él avia de casar, que parase mientes que jamas avia de contradizir lo que él quisiese, ni mostrar pesar por cosa que a él pluguiese ni mandase, mas que de todo ello avia de ser plazentera, la qual le dixo que así lo faria. Y luego el marqués en presencia de todos los cavalleros y vasallos suyos dixo que él queria a aquella por muger, y que todos fuesen contentos con ella y la onrasen y sirviesen commo a su muger. Y ellos rrespondieron que les plazía. Y luego la mandó vestir y aderesçar commo a novia. Y en aquel dia hizo sus bodas y sus fiestas grandes. Y bivieron despues en uno muy alegremente. La qual sallió y se mostró tanto buena y discreta y de tanta virtud que todos se maravillavan. Y haziendo assy su vida el marqués y su muger, y teniendo una hija pequenna muy hermosa, el marqués quiso provar a su muger hasta do podria llegar su obediencia y bondat. Y dixo a su muger que sus vasallos estavan muy despagados dél, diziendo que en ninguna manera no quedarían por sus sennores fijos de muger de tan baxo linaje, que por esto le conplia que no toviese más aquella hija, porque sus vasallos no se le rrevelasen, y que gelo hazia saber porque a ella pluguiese dello; la qual le respondió que pues era su sennor, que hiziese a su voluntad. Y el marqués dende a poco enbió un escudero suyo a su muger a demandarle la hija, la qual, aunque pensó [p. 9] que la avian de matar, pero por ser obediente no mostró tristeza niguna, y miróla un poco y santiguóla y besóla y dióla al mensajero del marqués, al qual rrogó que tal manera toviesse commo no la comiesen bestias fieras, salvo si el sennor otra cosa le mandase. Y el marqués embió luego secretamente a su hija a Bolonna a una su hermana que era casada con un conde dende, a la qual enbió rogar que la criase y acostunbrase commo a su hija, sin que persona lo supiese que lo era. Y la hermana hízolo assi. Y la muger commo quier que pensava que su hija era muerta, jamas le dió a entender cosa ni le mostró su cara menos alegre que primero por no enojar a su marido. Y despues parió un hijo muy hermoso. Y a cabo de dos annos el marqués dixo a su muger lo que primero por la hija, y en aquella misma manera lo enbió a su hermana que lo criase. Ni nunca por esto esta noble muger mostró tristeza alguna ni de ál curava sino de plazer hazer a su marido. Y commo quier que harto bastava esta espiriencia para provar el marqués la bondat de su muger, pero a cabo de algunos annos, pensó de la provar más y enbió por sus hijos. Y dió a entender a la muger que él se queria casar con otra porque sus vasallos no querian que heredasen sus hijos aquel sennorio, lo qual por cierto era por el contrario, ántes eran muy contentos y alegres con su sennora, y se maravillavan qué se avian hecho los hijos. Y el marqués dixo a su muger que le era tratado casamiento con una hija de un conde, y que le era forçado de se fazer, por ende que toviesse fuerte coraçon para lo sofrir, y que se tornase a su casa con su dote, y diese logar a la otra que venia cerca por el camino ya, a lo qual ella rrespondió: «Mi sennor, yo siempre tove que entre tu grandeza y mi humildat no avia ninguna proporcion, ni jamás me sentí digna para tu servicio, y tú me feziste digna desta tu casa, aunque a Dios hago testigo que en mi voluntad siempre quedé sierva. Y deste tiempo que en tanta honrra contigo estove sin mis merescimientos do gracias a Dios y a ti. El tienpo por venir aparejada estoy con buena voluntad de pasar por lo que me viniese y tú mandares. Y tornarme he a la casa de mi padre a hazer mi vejez y muerte donde me crié y hize mi ninnez, pero siempre seré honrrada biuda, pues fuy muger de tal varon. A lo que dizes que lleve comigo mi dote, ya sabes, sennor, que no traxe ál sino la fe, y desnuda salli de casa de mi padre y vestida de tus pannos [p. 10] los quales me plaze desnudar ante ti; pero pídote por mercet siquiera, porque el vientre en que andovieron tus hijos no paresca desnudo al pueblo, la camisa sola me dexes llevar.» Y commo quier que al marqués le vinieron las lágrimas a los ojos mirando tanta bondat, pero bolvió la cara. Y yda su muger a casa de su padre vistióse las rropas que avia dexado en su casa, las quales el padre todavia guardó rrecelando lo mismo que veya. Las duennas todas de aquella cibdat de grant compasión acompannavarla en su casa. Y commo y allegasen cerca de la cibdat los fijos del marqués, embió por su muger y díxole: «Ya sabes commo viene esta doncella con quien tengo de casar, y viene con ella un su hermano donzel pequenno y asimismo el conde mi cunnado que los trae y otra mucha gente, y yo querria les fazer mucha onrra, y porque tú sabes de mis costumbres y de mi voluntad, querria que tú hizieses aparejar las cosas que son menester, y aunque no estés así bien vestida, las otras duennas estarán al rrecibimiento dellos y tú aderesçarás las cosas nescessarias.» La qual le rrespondió: «Sennor, de buena voluntad y con grant desseo de te conplazer faré lo que mandares.» Y luego puso en obra lo que era nescesario. Y commo llegó el conde con el donzel y con la donzella, luego la virtuosa duenna la saludó y dixo: «En ora buena venga mi sennora.» Y el marqués despues que vido a su muger andar tan solícita y tan alegre en lo que avia mandado, le dixo ante todas: «Duenna, ¿qué vos paresce de aquesta donzella?» Y ella rrespondió: «Por cierto, sennor, yo creo que más hermosa que ésta no la podrías hallar, y si con ésta no te contentas, yo creo que jamás podrás ser contento con otra. Y espero en Dios que farás vida pacífica con ella, mas rruégote que no des a ésta las tentaciones que a la otra, ca segun su hedat pienso que no las podrá comportar.» Y commo esto oyó el marqués, movido con grant piedad y considerando a la grande ofensa que avia hecho a su muger y commo ella lo avia conportado dixo: «O muy noble muger, conocida es a mí tu fe y obediencia, y no creo que so el cielo ovo otra que tanta esperiencia de sí mostrase. Yo no tengo ni terné otra muger sino a ti, y aquesta que pensavas que era mi esposa, tu hija es, y lo que pensavas que avias perdido, juntamente lo has fallado.» Y commo ella esto oyó con el grand gozo pareció sallir de seso y con lágrimas grant plazer fué abraçar a sus hijos. A la  qual luego [p. 11] fueron traydas sus rropas, y en grand plazer y alegría pasaron algunos dias. Y después siempre bivieron contentos y bienaventurados. Y la grant fama y obediencia desta sennora oy en dia tura en aquellas tierras.»

La indicación del «libro de las cosas viejas» nos hace pensar que el Sabio anónimo autor de los Castigos pudo valerse de alguna compilación en que el cuento de Griselda estaba extractado. Pero, como prueba con toda evidencia miss Bourland en su magistral monografía, [1] este texto, cualquiera que fuese, estaba tomado de la versión de Petrarca y no de la de Boccaccio, puesto que conviene con la primera en todos los puntos de detalle en que el imitador latino altera el original. Por su parte, el imitador castellano no hace más que suprimir los nombres de los personajes, omitir o abreviar considerablemente algunos razonamientos y convertir al padre de Griselda, que en el original es un pobre labrador, en un caballero pobre.

Es cosa digna de notarse que en las primitivas traducciones catalana y castellana del Decamerón , que citaremos inmediatamente, la Griselda de Boccaccio está sustituída con la del Petrarca, que sin duda se estimaba más por estar en latín. Y del Petrarca proceden también por vía directa o indirecta la Patrañ a 2.ª, de Timoneda; la Comedia muy ejemplar de la Marquesa de Saluzia , del representante Navarro, [2] que sigue al mismo Timoneda y al [p. 12] Suplemento de todas las crónicas del mundo , [1] y hasta los romances vulgares de Griselda y Gualtero , que andan en pliegos de cordel todavía. [2] Sólo puede dudarse en cuanto a la comedia de Lope de Vega, El exemplo de casadas y prueba de la paciencia , porque trató con mayor libertad este argumento, que según dice él mismo andaba figurado hasta en los naipes de Francia y Castilla. De este raro género de popularidad disfrutaron también otros cuentos de Boccaccio. Fernando de la Torre, poeta del siglo XV, dice en una cierta invención suya sobre el juego de los naipes : «Ha de ser la figura del cavallero la ystoria de Guysmonda, como le envia su padre un gentil onbre en un cavallo e le trae el coraçon de su enemigo Rriscardo (Guiscardo), el qual con ciertas yerbas toma en una copa de oro e muere». [3]

Todas las novelas de Boccaccio (excepto la última, que fué sustituida con la Historia de las bellas virtuts , de Bernat Metge) fueron traducidas al catalán en 1429 por autor anónimo, que residía en San Cugat del Vallés, monje quizá de aquella célebre casa benedictina. El precioso y solitario códice que nos ha conservado esta obra perteneció a don Miguel Victoriano Amer y pertenece hoy a don Isidro Bonsoms y Sicart, que le guarda con tantas otras joyas literarias en su rica biblioteca de Barcelona. [4] Pronto será [p. 13] del dominio público esta interesante versión, que está imprimiendo para la Biblioteca Hispánica el joven y docto catalanista don J. Massó y Torrents. A su generosidad literaria debo algunas páginas de esta obra, que es no sólo un monumento de lengua, sino una traducción verdaderamente literaria, cosa rarísima en la Edad Media, en que las versiones solían ser calcos groseros. Contiene no sólo las novelas, sino todas las introducciones a las giornate y a cada una de las novelas en particular, y todos los epílogos. Omite la ballata de la jornada décima, y en general todos los versos; pero en las jornadas primera, quinta, sexta y octava las sustituye con poesías catalanas originales, que no carecen de mérito. Muy linda es, por ejemplo, ésta, con que termina la jornada octava:

              Pues que vuyt jorns stich, Senyora,
       Que no us mir,
       Ara es hora que me'n tolga
       Lo desir.
            E quant eu pas per la posada
       Eu dich, Amor, qui us ha lunyada
        [p. 14] Que no us mir?
       Ara es hora que me'n tolga
       Lo desir.
            Yo dich, Amor, qui us ha lunyada
       Lo falç marit qui m' ha reptada
       Que no us mir?
       Ara es hora que me'n tolga
       Lo decir.
            E quant eu pus per la pertida
       Eu dich, Amor, qui us ha trahida
       Que no us mir?
       Ara es hora que me'n tolga
       Lo desir.
            Yo dich, Amor, qui us ha trahida
       Lo falç gelos qui m' ha ferida
       Que no us mir?
       Ara es hora que me'n tolga
       Lo desir.

Todavía es más primorosa, aunque algo liviana, la canción final de la jornada sexta:

            No puch dormir soleta no,
       ¿Que m' fare lassa
       Si no mi spassa?
       Tant mi turmenta l' amor.
            Ay amich, mon dolç amich,
       Somiat vos he esta nit,
       ¿Que m' fare lassa?
       Somiat vos he esta nit
       Que us tenia en mon lit,
       ¿Que m' fare lassa?
            Ay amat, mon dolç amat,
       Anit vos he somiat
       ¿Que m' fare lassa?
       Anit vos he somiat
       Que us tenia en mon braç,
       ¿Que m' fare lassa?

Así, por coincidencia de sentimiento o de sensación, se repiten, a través de los siglos, las quejas de la enamorada Safo: « ἒγω δὲ μόνα καθεύδω. »

Es verosímil que estas composiciones sean anteriores a la traducción, y de autor o autores diversos, porque una de ellas, [p. 15] la de la jornada primera, no es más que la primera estancia de una canción más provenzal que catalana, que Milá ha publicado como de la Reina de Mallorca Doña Constanza, hija de Alfonso IV de Aragón, casada en 1325. [1]

Todavía es más curiosa la sustitución de los títulos o primeras palabras de los cantos populares que cita el desvergonzadísimo Dioneo por otros catalanes, que a juzgar por tan pequeña muestra no debían de ser menos picantes ni deshonestos. Por lo demás, el anónimo intérprete no parece haber sentido escrúpulo alguno durante su tarea, y es muy raro el caso en que cambia o suprime algo, por ejemplo, las impías palabras con que termina el cuento de Masetto de Lamporechio (primero de la tercera jornada). Alguna vez intercala proverbios, entre ellos uno aragonés (giorn. 7 , nov. 2):  «E per ço diu en Arago sobre cuernos cinco soeldos ».

Contemporánea y quizá anterior a esta traducción catalana, aunque muy inferior a ella por todos respectos, fué la primitiva castellana, de la cual hoy sólo existe un códice fragmentario en la biblioteca del Escorial. Pero hay memoria de otros dos por lo menos. En el inventario de los libros de la Reina Católica, que estaban en el Alcázar de Segovia a cargo de Rodrigo de Tordesillas en 1503, figura con el número 150 «otro libro en romance de mano, que son las novelas de Juan Bocacio, con unas tablas de papel forradas en cuero colorado». [2] Y en el inventario, mucho más antiguo (1440), de la biblioteca del conde de Benavente don Rodrigo Alfonso Pimentel, publicado por Fr. Liciniano Sáez, [3] se mencionan «unos cuadernos de las cien novelas en papel cebtí menor». No se dice expresamente que estuviesen en castellano, pero la forma de cuadernos, que parecería impropia de un códice traído de Italia, y la calidad del papel, tan frecuente en España durante el siglo XIV y principios del XV, y enteramente desusado después, hacen muy verosímil que las novelas estuviesen en castellano. [4] Quizá la circunstancia [p. 16] de andar en cuadernos sueltos fué causa de que se hiciesen copias parciales como la del Escorial, y que tanto en estas copias como en la edición completa del Decamerón castellano de 1496 y en todas las restantes se colocasen las novelas por un orden enteramente caprichoso, que nada tiene que ver con el texto italiano.

El manuscrito del Escorial, cuya letra es de mediados del siglo XV, tiene el siguiente encabezamiento:

«Este libro es de las ciento novelas que compuso Juan Bocaçio de Cercaldo, un grant poeta de Florencia, el qual libro, segun en el prologo siguiente paresce, él fizo y enbió en especial a las nobles dueñas de Florencia y en general a todas las señoras y dueñas de qualquier nascion y Reyno que sea; pero en este presente libro non estan más de la cinquenta e nueve novelas.»

En realidad sólo contiene cincuenta, la mitad exacta; pero el prólogo general está partido en diez capítulos. Desaparece la división en jornadas y casi todo lo que no es puramente narrativo. No es fácil adivinar el criterio con que la selección fué hecha, pero seguramente no se detuvo el traductor por escrúpulos religiosos, puesto que incluye la novela de Ser Ciappelleto, la del judío Abraham, la de Frate Cipolla y otras tales, ni por razones de moralidad, puesto que admite la de Peronella, la de Tofano, la del ruiseñor y alguna otra que no es preciso mencionar más expresamente. Sólo el gusto personal del refundidor, o acaso la circunstancia de no disponer de un códice completo, sino de algunos cuadernos como los que tenía el conde de Benavente, pueden explicar esto, lo mismo que la rara disposición en que colocó las historias. La traducción es servilmente literal, y a veces confusa e ininteligible por torpeza del intérprete o por haberse valido de un códice incorrecto y estropeado. Miss Bourlad publicó la tabla de los capítulos, pero no sé que ninguna de las novelas se haya. impreso todavía. Por mi parte, atendiendo a la antigüedad, no al mérito de la versión, pongo en nota la 9.ª de la quinta giornata , [p. 17] de donde tomó Lope de Vega el argumento de su comedia El halcón de Federico . [1]

[p. 18] Sabido es que la imprenta madrugó mucho en Italia para difundir la peligrosa lectura del Decamerón . A una edición sin año, que se estima como la primera, sucedieron la de Venecia, 1471; la de Mantua, 1472, y luego otra trece por lo menos dentro del [p. 19] siglo XV, rarísimas todas, no sólo a título de incunables, sino por haber ardido muchos ejemplares de ellas en la grande hoguera que el pueblo florentino, excitado por las predicaciones de Fr. Jerónimo Savonarola y de su compañero Fr. Domingo de Pescia, [p. 20] encendió en la plaza el último día de Carnaval de 1497, arrojando a ella todo género de pinturas y libros deshonestos.

[p. 21] Por extraño que parezca, ninguna de estas primitivas ediciones de las Cien Novelas sirvió de texto a la española, publicada en Sevilla en 1496 y reimpresa cuatro veces hasta mediar el siglo XVI (Toledo, 1524; Valladolid, 1539; Medina del Campo, 1543; Valladolid, 1550). [1] Miss Bourland prueba, mediante una escrupulosa [p. 22] confrontación, que el texto de la edición sevillana está muy estrechamente emparentado en el del códice del Escorial para las cincuenta novelas que éste contiene. En muchos casos son literalmente idénticos; convienen en la sustitución de algunos nombres propios a otros del original italiano; tienen en algunos pasajes los mismos errores de traducción, los mismos cambios y adiciones. Coinciden también en dividir la introducción en capítulos, aunque no exactamente los mismos. Finalmente, se asemejan en la inaudita confusión y barullo en que presentan los cuentos, perdida del todo la división en jornadas, y en suprimir la mayor parte de los prólogos y epílogos que las separan, y por de contado, todos los versos, a excepción de la batalla de la décima jornada, que está en el impreso, pero no en el manuscrito. [1]

Las otras cincuenta novelas están traducidas en el mismo estilo, no de fines, sino de principios del siglo XV, y casi de seguro por el mismo traductor. De todo esto se infiere con mucha verosimilitud que el Decamerón de Sevilla, cuyo texto es un poco menos incorrecto que el del manuscrito escurialense, ya porque el editor lo cotejase y enmendase con el italiano, lo cual no puedo creer, ya porque se valiese de un códice mejor, representa aquella vieja traducción en cuadernos , los cuales, trastrocados y revueltos de uno en otro poseedor o copista, llegaron a la extravagante mezcolanza actual, en que hasta los nombres de los narradores aparecen cambiados en muchos casos, y se altera el texto para justificar el nuevo enlace de las historias. Pero es imposible que la primitiva versión estuviese dispuesta así; lo que tenemos es un rifacimento , una corruptela, que tampoco puedo atribuir al editor de 1496, porque más fácil le hubiera sido restablecer el orden italiano [p. 23] de las historias que armar tan extraño embolismo. Se limitó, sin duda, a reproducir el manuscrito que tenía, y este manuscrito era un centón de algún lector antiguo que, perdido en el laberinto de sus cuadernos, los zurció y remendó como pudo, sin tener presente el original, que le hubiese salvado de tal extravío.

Dos cosas más hay que notar en esta versión, aparte de otras muchas de que da minuciosa cuenta miss Bourland. Contiene todas las novelas del Decamerón , incluso las más licenciosas; únicamente suprime, sin que pueda atinarse la causa, la novela 5.ª de la jornada 9.ª (Calandrino) , y la sustituye con otra novela de origen desconocido, aunque probablemente italiano. La Griselda, como ya indicamos, no está traducida de Boccaccio, sino de la paráfrasis latina del Petrarca.

A pesar de sus cinco ediciones, el Decamerón castellano es uno de los libros más peregrinos de cualquier literatura. Nuestta Biblioteca Nacional no posee, y eso por reciente entrada de la librería de don Pascual Gayangos, más que la penúltima edición, la de Medina del Campo, y es también la única que se conserva en el Museo Británico. En París sólo tienen la última de 1550. Mucho más afortunada la Biblioteca Nacional de Bruselas, posee, no sólo el único ejemplar conocido de la edición incunable, sino también la primera de Valladolid. El precioso volumen de Toledo no existe más que en la Biblioteca Magliabecchiana de Florencia.

Vino a cortar el vuelo a estas ediciones la prohibición fulminada por el Concilio de Trento contra las Cien Novelas , consignada en el Indice de Paulo IV (enero de 1559), y trasladada por nuestro inquisidor general Valdés al suyo del mismo año. Más de cincuenta ediciones iban publicadas hasta entonces en Italia. Sabido es que la prohibición fué transitoria, puesto que San Pío V, a ruegos del Gran Duque Cosme de Médicis, permitió a los académicos florentinos (llamados después de la Crusca) que corrigiesen el Decamerón de modo que pudiese correr sin escándalo en manos de los amantes de la lengua toscana. Esta edición corregida no apareció hasta el año 1573, bajo el pontificado de Gregorio XIII; refundición bien extraña, por cierto, en que quedaron intactas novelas indecentísimas sólo con cambiar las abadesas y monjas en matronas y doncellas, los frailes en nigromantes y los clérigos en soldados. Respetamos los altos motivos que para ello hubo y [p. 24] nos hacemos cargo de la diferencia de los tiempos. Esta edición, llamada de los Deputati , fué considerada desde luego como texto de lengua, y a ella se ajustan todas las de aquel siglo y los dos siguientes, salvo alguna impresa en Holanda y las que con falso pie de imprenta se estamparon en varias ciudades de Italia en el siglo XVIII.

La Inquisición Española, por su parte, autorizó el uso de esta edición en el Índice de Quiroga (1583), donde sólo se prohiben las Cien Novelas siendo de las impresas antes del Concilio: «Boccacii Decades sive Decameron aut novellae centum, nisi fuerint expurgatis et impressis ab anno 1572» , fórmula que se repite en todos los índices posteriores. [1] A la traducción castellana, como completa que era, le alcanzaba de lleno la prohibición, y nadie pensó en expurgarla, ni hacía mucha falta, porque el Decamerón italiano corría con tal profusión [2] y era tan fácilmente entendido, que no se echaba muy de menos aquella vieja traslación tan ruda y destartalada. [3]

Precisamente la influencia de Boccacio como cuentista y como mina de asuntos dramáticos corresponde al siglo XVII más que al XVI. Antes de la mitad de esta centuria apenas se encuentra imitación formal de ninguna de las novelas. No es seguro que el cuento de la piedra en el pozo, tal como se lee en el Corvacho del Arcipreste de Talavera; procede de la novela de Tofano (4.ª de [p. 25] la jornada VII); una y otra pueden tener por fuente común a Pedro Alfonso. [1] Todavía es más incierto, a pesar de la opinión de Landau, [2] que el romance del Conde Dirlos , que debe de ser de origen francés como todos los carolingios, tenga con la novela de Messer Torello ( giorn. X, n. 9) más relación que el tema general de la vuelta del esposo, a quien se suponía perdido o muerto, y que llega a tiempo para impedir las segundas bodas de su mujer. El romance carece enteramente de la parte mágica que hay en la novela de Boccaccio y no hay nada que recuerde la intervención de Saladino. En una versión juglaresca y muy tardía del romance de El Conde Claros añadió el refundidor Antonio de Pansac una catástrofe trágica (el corazón del amante presentado en un plato) tomada, según creo, del Decamerón , ya en la novela de Ghismonda y Guiscardo ( giorn. IV, I), ya en la de Guiglielmo Rossiglione (Guillem de Cabestanh), que es la 9.ª de la misma jornada. [3]

Escasas son también las reminiscencias en los libros de caballerías, salvo en Tirant lo Blanch , que tanto difiere de los demás, no sólo por la lengua, sino por el espíritu. Además de varias frases y sentencias literalmente traducidas, Martorell reproduce una novela entera ( giorn. II, n. 4), la del mercader Landolfo Ruffolo, que después de haber perdido todos sus haberes en un naufragio, encuentra como tabla de salvamento una cajita llena de piedras preciosas. Hay otras evidentes imitaciones de pormenor, que recoge con admirable diligencia Arturo Farinelli, el primero que se ha fijado en ellas. [4] Otro libro de caballerías excepcional también [p. 26] en algunas cosas, el Palmerín de Inglaterra , de Francisco Moraes, contiene una imitación de la novela de Ghismonda: «Tomó la copa en las manos, y diziendo al corazón de Artibel palabras de mucho dolor, y diziendo muchas lástimas, la hinchió de lágrimas». [1]

El ejemplo más singular de la influencia de Boccaccio en España es la adaptación completa de una novela, localizándose en ciudad determinada, enlazándose con apellidos históricos, complicándose con el hallazgo de unos restos humanos e imponiéndose como creencia popular, viva todavía en la mente de los españoles. Tal es el caso de la leyenda aragonesa de los Amantes de Teruel, cuya derivación de la novela de Girolamo y Salvestra (giorn. IV, 8) es incuestionable y está hoy plenamente demostrada, [2] sin que valga en contra la tradición local, de la que no se encuentra vestigio antes de la segunda mitad del siglo XVI, tradición que ya en 1619 impugnaba el cronista Blasco de Lanuza [3] [p. 27] y que intentó reforzar con documentos apócrifos el escribano poeta Juan Yagüe de Salas. El «papel de letra muy antigua» que él certifica haber copiado y lleva por título Historia de los amores de Diego Juan Martinez de Marcilla e Isabel de Segura, año 1217 , es ficción suya, poniendo en prosa, que ni siquiera tiene barniz de antigua excepto al principio, lo mismo que antes había contado en su fastidiosísimo poema publicado en 1616 [1] . No por eso negamos la existencia de los Amantes, ni siquiera es metafísicamente imposible que la realidad haya coincidido con la poesía, pero sería preciso algún fundamento más serio que los que Antillón deshizo con crítica inexorable, aun sin conocer la fuente literaria de la leyenda.

Antonio de Torquemada, en sus Coloquios Satíricos (1553), y Juan de Timoneda, en su Patrañuelo (1566), son los primeros cuentistas del siglo XVI que empiezan a explotar la mina de Boccaccio. Después de ellos, y sobre todo después del triunfo de Cervantes, que nunca imita a Boccaccio directamente, pero que recibió de él una influencia formal y estilística muy honda y fué apellidado por Tirso «el Boccaccio español», los imitadores son legión. El cuadro general de las novelas, tan apacible e ingenioso, y al mismo tiempo tan cómodo, se repite hasta la saciedad en Los Cigarrales de Toledo , del mismo Tirso; en el Para todos , de Montalbán; en la Casa del placer honesto , de Salas Barbadillo; en las Tardes entretenidas, Jornadas alegres, Noches de placer, Huerta de Valencia, Alivios de Casandra y Quinta de Laura , de Castillo Solórzano; en las Novelas amorosas , de doña María de Zayas; en las Navidades de Madrid , de doña Mariana de Carvajal; [p. 28] en las Navidades de Zaragoza , de don Matías de Aguirre; en las Auroras de Diana , de don Pedro de Castro y Anaya; en las Meriendas del ingenio , de Andrés de Prado; en los Gustos y disgustos del Lentiscar de Cartagena , de Ginés Campillo, y en otras muchas colecciones de novelas, y hasta de graves disertaciones, como los Días de jardín , del Dr. Alonso Cano.

Hubo también, aunque en menor número de lo que pudiera creerse, imitaciones de novelas sueltas, escogiendo por de contado las más honestas y ejemplares. Matías de los Reyes, autor de pobre inventiva y buen estilo, llevó la imitación hasta el plagio en El Curial del Parnaso y en El Menandro . Alguna imitación ocasional se encuentra también en el Teatro Popular , de Lugo Dávila; en El Pasajero , de Cristóbal Suárez de Figueroa, y en El Criticón , de Gracián. Puntualizar todo esto y seguir el rastro de Boccaccio hasta en nuestros cuentistas más oscuros, es tarea ya brillantemente emprendida por miss Bourland y que procuraremos completar cuando tratemos de cada uno de los autores en la presente historia de la novela. Pero desde luego afirmaremos que las historias de Boccaccio, aisladamente consideradas, dieron mayor contingente al teatro que a la novela. De un pasaje de Ricardo del Turia se infiere que solían aprovecharse para loas. [1] Pero también servían para argumentos de comedias. Ocho, por lo menos, de Lope de Vega tienen este origen, entre ellas dos verdaderamente deliciosas: El anzuelo de Fenisa y El ruiseñor de [p. 29] Sevilla . [1] Pero en esta parte no puede decirse que su influencia fuese mayor que la de Bandello. De todos modos, lo que Boccaccio debía a España por medio de Pedro Alfonso, quedó ampliamente compensado con lo que le debieron nuestros mayores ingenios.

Hasta la mitad del siglo XVI no volvemos a encontrar traducciones de novelas italianas. Apenas me atrevo a incluir entre ellas La Zuca del Doni en español , publicada en Venecia, 1551, el mismo año y por el mismo impresor que el texto original. [2] Porque propiamente [p. 30] la Zucca o calabaza no es una colección de novelas, sino de anécdotas, chistes, burlas, donaires y dichos agudos, repartidos en las varias secciones de cicalamenti, baie, chiacchiere, foglie, [p. 31] fiori, frutti . [1] El anónimo traductor, que dedicó su versión al abad de Bibbiena y de San Juan in Venere en un ingenioso y bien parlado prólogo, que pongo íntegro por nota, era amigo del Doni y [p. 32] debía de tener algún parentesco de humor con él, porque le tradujo con verdadera gracia, sin ceñirse demasiado a la letra. Razón tenía para desatarse en su prólogo contra los malos traductores, haciendo especial mención del de Boccaccio. Curiosísimo tipo literario era el Doni, escritor de los que hoy llamaríamos excéntricos o humoristas y que entonces se llamaban heteróclitos o extravagantes, lleno de raras fantasías, tan desordenado en sus escritos como en su vida, improvisador perpetuo, cuyas obras, como él mismo dice: «se leían antes de ser escritas y se estampaban antes de ser compuestas»; libelista cínico, digno rival del Aretino; desalmado sicofanta, capaz de delatar como reos de Estado a sus enemigos literarios; traficante perpetuo en dedicatorias; aventurero con vena de loco; mediano poeta cómico, cuentista agudo en el dialecto de Florencia y uno de los pocos que se salvaron de la afectada imitación de Boccaccio. [1] En medio de sus caprichos y bufonadas tiene rasgos de verdadero talento. Sus dos Librerías o catálogos de impresos y manuscritos con observaciones críticas se cuentan entre los más antiguos ensayos de bibliografía e historia [p. 33] literaria. Y para los españoles, sus Mundos celestes, terrestres e infernales , [1] en que parodió la Divina Comedia , son curiosos, porque presentan alguna remota analogía con los Sueños inmortales de Quevedo, aunque no puede llevarse muy lejos la comparación.

Menos importancia literaria que la Zucca tienen las Horas de recreación , de Luis Guicciardini, sobrino del grande historiador Francisco. A Luis se le conoce y estima principalmente por su descripción de los Países Bajos, que tuvo por intérprete nada menos que a nuestro rey Felipe IV. A las Horas de recreación , que es una de tantas colecciones de anécdotas y facecias, cupo traductor más humilde, el impresor Vicente de Millis Godínez, que las publicó en Bilbao en 1580. [2]

[p. 34] De todos los novelistas italianos Mateo Bandello fué el más leído y estimado por los españoles después de Boccaccio y el que mayor número de argumentos proporcionó a nuestros dramáticos. Lope de Vega hacía profesión de admirarle, y en el prólogo de su novela Las fortunas de Diana parece que quiere contraponerle maliciosamente a Cervantes: «Tambien hay libros de novelas, dellas traducidas de italianos y dellas propias, en que no faltó gracia y estilo a Miguel Cervantes. Confieso que son libros de grande entretenimiento, y que podrían ser ejemplares, como algunas de las historias trágicas del Bandelo ; pero habían de escribirlos hombres científicos, o por lo menos grandes cortesanos, gente que halla en los desengaños notables sentencias y aforismos.» Aparte de estas palabras, cuya injusticia y mala fe es [p. 35] notoria, puesto que Cervantes, aunque no fuese hombre científico ni gran cortesano , está a cien codos sobre Bandello, y a muy razonable altura sobre todos los novelistas del mundo, el estudio de las historias trágicas y cómicas del ingenioso dominico lombardo, superior a todos sus coetáneos en la invención y en la variedad de situaciones, ya que no en el estilo, fué tan provechoso para Lope como lo era simultáneamente para Shakespeare. Uno y otro encontraron allí a Julieta y Romeo ( Castelvines y Monteses , y Lope de Vega, además, el prodigioso Castigo sin venganza , sin contar otras obras maestras, como El villano en su rincón, La viuda valenciana y Si no vieran las mujeres... [1] Ya mucho antes de Lope el teatro español explotaba esta rica mina. La Duquesa de la Rosa , de Alonso de la Vega, basta para probarlo. [2]

Aunque la voluminosa colección del obispo de Agen, que comprende nada menos que doscientas catorce novelas, fuese continuamente manejada por nuestros dramaturgos y novelistas, sólo una pequeña parte de ella pasó a nuestra lengua, por diligencia del impresor Vicente de Millis Godínez, antes citado, que ni siquiera se valió del original italiano, sino de la paráfrasis francesa de Pedro Boaistuau (por sobrenombre Launay) y Francisco de Belleforest, que habían estropeado el texto con fastidiosas e impertinentes adiciones. De estas novelas escogió Millis catorce, las que le parecieron de mejor ejemplo, y con ellas formó un tomo, impreso en Salamanca en 1589. [3]

[p. 36] Los Hecatommithi, de Giraldi Cinthio, otra mina de asuntos trágicos en que Shakespeare descubrió su Otelo y Lope de Vega [p. 37] El piadoso veneciano , [1] tenían para nuestra censura, más rígida que la de Italia, y aun para el gusto general de nuestra gente, la ventaja de no ser licenciosos, sino patéticos y dramáticos, con [p. 38] un género de interés que compensaba en parte su inverosimilitud y falta de gracia en la narrativa. En 1590 imprimió en Toledo Juan Gaitán de Vozmediano la primera parte de las dos en que se dividen estas historias, y en el prólogo dijo: «Ya que hasta ahora se ha usado poco en España este género de libros, por no haber comenzado a traducir los de Italia y Francia, no sólo habrá de aquí adelante quien por su gusto los traduzca, pero será por ventura parte el ver que se estima esto tanto en los estrangeros, para que los naturales hagan lo que nunca han hecho, que es componer novela. Lo cual entendido, harán mejor que todos ellos, y más en tan venturosa edad cual la presente». [1] Palabras [p. 39] que concuerdan admirablemente con las del prólogo de Cervantes y prueban cuánto tardaba en abrirse camino el nuevo género, tan asiduamente cultivado después.

Las Piacevoli Notti , de Juan Francisco de Caravaggio, conocido por Straparola, mucho más variadas, amenas y divertidas que los cien cuentos de Giraldi, aunque no siempre honestas ni siempre [p. 40] originales (puesto que el autor saqueó a manos llenas a los novelistas anteriores, especialmente a Morlini), hablaban poderosamente a la imaginación de toda casta de lectores con el empleo continuo de lo sobrenatural y de los prestigios de la magia, asemejándose no poco a los cuentos orientales de encantamientos y metamorfosis. Francisco Truchado, vecino de Baeza, tradujo en buen estilo estas doce Noches , purgándolas de algunas de las muchas obscenidades que contienen, y esta traducción, impresa en Granada por René Rabut, 1583, fué repetida en Madrid, 1598, y en Madrid, 1612, prueba inequívoca de la aceptación que lograron estos cuentos. [1]

[p. 41] Juntamente con los libros italianos había penetrado alguno que otro francés, y ya hemos hecho memoria del rifacimento de las Historias Trágicas , de Bandello, por Boaistuau y Belleforest. No han de confundirse con ellas, a pesar de la semejanza del título, las Historias prodigiosas y maravillosas de diversos sucesos acaecidos en el mundo que compilaron los mismos Boaistuau y Belleforest y Claudio Tesserant, y puso en lengua castellana el célebre impresor de Sevilla Andrea Pescioni. [1] Obsérvese que casi siempre [p. 42] eran tipógrafos o editores versados en el comercio de libros y en relaciones frecuentes con sus colegas (a las veces parientes) de [p. 43] Italia y Francia, los que introducían entre nosotros estas novedades de amena literatura, desempeñando a veces, y no mal, el papel de intérpretes, aspecto muy curioso en la actividad intelectual [p. 44] del siglo XVI. Andrea Pescioni, si es suya realmente la traducción que lleva su nombre, demostró en ella condiciones muy superiores a las de Vicente de Millis en lenguaje y estilo. Muy difícil será encontrar galicismos en la pura y tersa locución de las Historias prodigiosas , que salieron enteramente castellanizadas de manos del traductor, imprimiéndoles el sello de su nativa o adoptiva lengua, como cuadraba al señorío y pujanza de nuestro romance en aquella edad venturosa, hasta cuando le manejaban extranjeros de origen, que no hacían profesión de letras humanas como no fuese para traficar con ellas, y aplicaban su industria a libros forasteros, que tampoco por la dicción eran notables, ni se encaminaban al público más selecto. Libro de mera curiosidad y entretenimiento es el de las Historias , recopilación de casos prodigiosos y extraordinarios, de fenómenos insólitos de la naturaleza, de supersticiones, fábulas y patrañas, escoltadas siempre con algún testimonio clásico: «No escriviré caso fabuloso, ni historia que no compruebe con el autoridad de algún escritor de crédito, ora sea sacro o profano, griego o latino» (p. 90 vuelta). Con esta salvedad pasa todo, ya bajo el pabellón de Eliano, Julio Obsequente, Plinio y Solino, ya bajo la de médicos y naturalistas del siglo XVI, como Conrado Gesnero y Jerónimo Cardano, a quien con especial predilección se cita. Hasta la demonología neoplatónica de Miguel Psello, Porfirio, Iámblico y Proclo logra cabida en esta compilación, llena, por lo demás, de disertaciones ortodoxas. Hay capítulos especiales sobre los terremotos, diluvios y grandes avenidas; sobre los cometas y otros «prodigios y señales del cielo»; sobre las erupciones volcánicas; sobre las virtudes y propiedades de las piedras preciosas, de las plantas y de las aguas. Pero el fuerte de los tres autores son los monstruos: su libro, de más de ochocientas páginas, ofrece amplio material para la historia [p. 45] de las tradiciones teratológicas, desde las clásicas de Sirenas, Tritones, Nereidas, Faunos, Sátiros y Centauros, hasta los partos monstruosos, las criaturas dobles ligadas y conjuntas, los animales de figura humana, los hombres que llevan al descubierto las entrañas, los cinocéfalos, los hermafroditas, los terneros y lechones monstruosos y otra infinidad de seres anómalos, que Belleforest y sus colaboradores dan por existentes o nacidos en su tiempo, notando escrupulosamente la fecha y demás circunstancias.

Aparte de estas aberraciones, contiene el libro otras cosas de interés y de más apacible lectura: curiosas anécdotas, narradas con garbo y bizarría. Así, en el capítulo de los amores prodigiosos (XXII de la 1.ª parte) ingiere, entre otras que llamaríamos novelas cortas, la de la cortesana Plangon de Mileto, tomada de Ateneo, historia de refinado y sentimental decadentismo, que presenta una rarísima competencia de generosidad amorosa entre dos meretrices. Así, al tratar de los convites monstruosos, añade Boaistuau a los referidos por los antiguos y a los que consigna Platina en su libro De honesta voluptate , uno de que él fué testigo en Aviñón cuando «oía allí leyes del eruditísimo y docto varon Emilio Ferreto» (p. 96), página curiosa para la historia de la gastronomía en la época del Renacimiento. En el largo capítulo del entendimiento y fidelidad de los perros no olvida ni al de Montargis, cuya historia toma de Julio César Scaligero, ni al famoso Becerril , de que habla tanto Gonzalo Fernández de Oviedo en su Historia de Indias .

No sólo las rarezas naturales y los casos extraños de vicios y virtudes, sino lo sobrenatural propiamente dicho, abunda sobremanera en estas Historias , cuyo único fin es sorprender y pasmar la imaginación por todos los medios posibles. Ninguno tan eficaz como los cuentos de aparecidos, fantasmas, visiones nocturnas, sueños fatídicos, travesuras de malignos espíritus, duendes y trasgos; combates de huestes aéreas, procesiones de almas en pena. De todo esto hay gran profusión, tomada de las fuentes más diversas. A la antigüedad pertenecen muchas (los mancebos de Arcadia, en Valerio Máximo; la tragedia de Cleonice, en Pausanias; el fantasma que se apareció al filósofo Atenodoro, en Plinio el Joven) Otras son más modernas, entresacadas a veces de los Días Geniales , de Alexandro, como la visión de Cataldo, obispo de [p. 46] Tarento, que anunció las desventuras de la casa aragonesa de Nápoles (p. 103), o de Jerónimo Cardano, como la historia de Margarita la milanesa y de su espíritu familiar (página 109). Pero nada hay tan singular en este género como un caso de telepatía que Belleforest relata, no por información ajena, sino por haberle acontecido a él mismo (p. 361), y que no será inútil conocer hoy que este género de creencias, supersticiones o lo que fueren vuelven a estar en boga y se presentan con vestidura científica:

«Algunos espíritus se han aparecido a hombres con quien en vida han tenido amistad, y esto a manera de despedirse dellos, quando de aqueste mundo partian. Y de aquesto yo doy fe que a mí mismo me ha acaecido, y no fue estando dormido ni soñoliento, mas tan despierto como lo estoy ahora que escrivo aquesto, y el caso que digo aver me acaecido, es que un dia de la Natividad de Nuestra Señora, que es a ocho de Setiembre, unos amigos mios e yo fuymos a holgarnos a un jardin, y siendo ya como las once de la noche, solo me llegué a un peral para coger unas peras, y vi que se me puso delante una figura blanca de un hombre, que excedia la comun proporcion, el qual en el aspecto me pareció que era mi padre, y se me llegó para abraçarme: de que yo me atemorizé, y di un grito, y a él acudieron aquellos mis amigos para ver lo que me avia sucedido, y aviendo me preguntado qué avia avido, les dixe lo que avia visto, aunque ya se avia desaparecido, y que sin duda era mi padre. Mi ayo me dixo que sin duda se devia aver muerto, y fue assi, que murió en aquella hora misma que se me representó, aunque estavamos lexos en harta distancia. Aquella fue una cosa que me haze creer que la oculta ligadura de amistad que hay en los coraçones de los que verdaderamente se aman puede ser causa de que se representen algunas especies, o semejanzas de aparecimientos; y aun tambien puede ser que sean las almas mismas de nuestros parientes o amigos, o sus Angeles custodes, que yo no me puedo persuadir que sean espíritus malignos.»

Son de origen español algunos de los materiales que entraron en esta enorme compilación francesa. A Fr. Antonio de Guevara siguen y traducen literalmente en la historia del león de Androcles (epístola XXIV de las Familiares ); en la de Lamia, Laida y Flora, «tres enamoradas antiquísimas, (ep. LIX), y en el razonamiento [p. 47] celebérrimo del Villano del Danubio , esta vez sin indicar la fuente, que es el Marco Aurelio .

El obispo de Mondoñedo, con toda su retórica, no siempre de buena calidad, tenía excelentes condiciones de narrador y hubiera brillado en la novela corta, a juzgar por las anécdotas que suele intercalar en sus libros, y especialmente en las Epístolas Familiares . Recuérdese, por ejemplo, el precioso relato que pone en boca de un moro viejo de Granada, testigo de la llorosa partida de Boabdil y de las imprecaciones de su madre (ep. VI de la Segunda Parte ).

Amplia materia suministró también a las Historias prodigiosas otro prosista español de la era de Carlos V, el magnífico caballero y cronista cesáreo Pero Mexía, compilador histórico y moralista ameno como Guevara, pero nada semejante a él en los procedimientos de su estilo (que es inafectado y aun desaliñado con cierto dejo de candidez sabrosa), ni menos en la puntualidad histórica, que nuestro Fr. Antonio afectaba despreciar, y que, por el contrario, respetó siempre aquel docto y diligente sevillano, digno de buena memoria entre los vulgarizadores del saber. Su Silva de varia lección , publicada en 1540 y de cuyo éxito asombroso, que se sostuvo hasta mediados del siglo XVII, dan testimonio tantas ediciones castellanas, tantas traducciones en todas las lenguas cultas de Europa, es una de aquellas obras de carácter enciclopédico, de que el Renacimiento gustaba tanto como la Edad Media, y que tenía precedentes clásicos tan famosos como las Noches Aticas , de Aulo Gelio; las Saturnales , de Macrobio; el Banquete de los sofistas , de Ateneo. Los humanistas de Italia habían comenzado a imitar este género de libros, aunque rara vez los componían en lengua vulgar. Pero Mexía, amantísimo de la suya nativa, que procuró engrandecer por todos caminos, siguió este nuevo y holgado sistema de componer con especies sueltas un libro útil y deleitable. Los capítulos se suceden en el más apacible desorden, única cosa en que el libro se asemeja a los Ensayos de Montaigne. Después de una disertación sobre la Biblia de los Setenta, viene un discurso sobre los instintos y propiedades maravillosas de las hormigas: «Hame parecido escribir este libro (dice Mexía) por discursos y capítulos de diversos propósitos sin perseverar ni guardar orden en ellos, y por esto le puse por nombre Silva , porque [p. 48] en las silvas y bosques están las plantas y árboles sin orden ni regla. Y aunque esta manera de escrivir sea nueva en nuestra lengua Castellana, y creo que soy yo el primero que en ella haya tomado esta invencion, en la Griega y Latina muy grandes autores escrivieron, assi como fueron Ateneo... Aulo Gelio, Macrobio, y aun en nuestros tiempos Petro Crinito, Ludovico Celio, Nicolao Leonico y otros algunos. Y pues la lengua castellana no tiene (si bien se considera) por qué reconozca ventaja a otra ninguna, no sé por qué no osaremos en ella tomar las invenciones que en las otras, y tratar materias grandes, como los italianos y otras naciones lo hazen en las suyas, pues no faltan en España agudos y altos ingenios. Por lo qual yo, preciándome tanto de la lengua que aprendi de mis padres como de la que me mostraron preceptores, quise dar estas vigilias a los que no entienden los libros latinos, y ellos principalmente quiero que me agradezcan este trabajo: pues son los más y los que más necesidad y desseo suelen tener de saber estas cosas. Porque yo cierto he procurado hablar de materias que no fuessen muy comunes, ni anduviessen por el vulgo, que ellas de sí fuessen grandes y provechosas, a lo menos a mi juyzio.»

Para convencerse de lo mucho que Boaistuau, Tesserant y Belleforest tomaron de la obra de Mexía, traducida ya al francés en 1552, no hay más que cotejar los respectivos capítulos de las Historias con lo que en la Silva se escribe «de los Tritones y Nereydas», «de algunos hombres muy crueles», «de algunos exemplos de casados que mucho y fielmente se amaron», «de los extraños y admirables vicios del emperador Heliogábalo, y de sus excesos y prodigalidades increíbles», «de las propiedades maravillosas y singulares de algunos ríos, lagos y fuentes», «de algunas cosas maravillosas que aparecieron en cielo y tierra» y otros puntos que sería fácil señalar. Los testimonios alegados son los mismos, suele serlo hasta el orden y las palabras con que se declaran y los argumentos que se traen para hacer creíbles tan desaforados portentos.

Pero la Silva de varia lección es obra de plan mucho más vasto y también más razonable que las Historias prodigiosas . No predomina aquí lo extraño, lo anormal, lo increíble, ni se rinde tanto culto a la superstición, ya popular, ya científica. En relación con su época, Pero Mexía parece un espíritu culto y avisado, que procura [p. 49] guardarse de la nimia credulidad y muestra hasta vislumbres de espíritu crítico. [1] Siempre que tiene que contar hechos muy extraordinarios se resguarda con la autoridad ajena, y aun así osa contradecir algunas cosas de las que escriben los antiguos. No quiere admitir, por ejemplo, aunque lo afirmen contestes nada menos que Plinio, Eliano, Plutarco, Apuleyo y San Isidoro, que la víbora muera en el momento en que da a luz sus viboreznos, [2] No parece muy persuadido de la existencia de hombres marinos y tiene por cuento de viejas la historia del pece Nicolao, mostrando en esto mejor crítica que el P. Feijóo, que todavía en el siglo XVIII admitía la fábula del hombre-pez de Liérganes. [3] Claro es que no se emancipa, ni mucho menos, de la mala física de su tiempo. Cree todavía en las propiedades ocultas y secretas de los cuerpos naturales y adolece, sobre todo, de la superstición astrológica, que le dió cierta extravagante fama entre sus conciudadanos, tan zumbones y despiertos de ingenio entonces como ahora. «El astrífero Mexía» le llama, pienso que en burlas, Juan de la Cueva. Y es sabida aquella anécdota que recogió Rodrigo Caro en sus Claros varones en letras, naturales de Sevilla : «Había adivinado Pero Mexía, por la posición de los astros de su nacimiento, que había de morir de un sereno, y andaba siempre abrigado con uno o dos bonetes en la cabeza debajo de la gorra que entonces se usaba, por lo cual le llamaban Siete bonetes; sed non auguriis [p. 50] potuit depellere pestem ; porque estando una noche en su aposento, sucedió a deshora un ruido grande en una casa vecina, y saliendo sin prevención al sereno, se le ocasionó su muerte, siendo de no muy madura edad.»

Tan revuelta andaba en el siglo XVI la ciencia positiva con la quimérica, la astrología judiciaria con la astronomía y las matemáticas, que no es de admirar que Mexía, como Agripa y Cardano y tantos insignes varones del Renacimiento, cayese en esta confusión deplorable, escribiendo algunos capítulos sobre la influencia de los siete planetas en las siete edades y partes de la vida del hombre, sobre los días aciagos y años climatéricos, sobre el punto y signo del Zodíaco en que estaban el sol y la luna cuando fueron creados [1] y otras vanidades semejantes. Mexía, que era cosmógrafo de profesión en un tiempo y en una ciudad en que no faltaban buenos cosmógrafos prácticos, trata con mucho más tino las cuestiones hidrográficas y meteorológicas, y en vez de aquellas ridículas historias de monstruos que ocupan la mitad del libro de Belleforest, aquí se leen disertaciones elementales, pero sensatas, sobre los vientos; sobre los artificios útiles para comparar la densidad de las aguas y discernir su pureza; sobre la redondez y ámbito de la tierra; sobre la medida de los grados terrestres y el modo de trazar la línea meridiana, y sobre la indispensable reforma del calendario, que tardó bastantes años en realizarse. [2] No era Mexía un sabio, no era un investigador original; pero tenía linda manera para exponer las curiosidades de historia científica; por ejemplo, el problema de la corona del rey Hierón y otros descubrimientos de Arquímedes, [3] y bastante libertad de [p. 51] espíritu para considerar como juegos y pasatiempos de la naturaleza los que otros estimaban misteriosas señales grabadas en las piedras. [1]

Pero lo que predomina en la Silva de varia lección , como podía esperarse de las aficiones y estudios de su autor, es la erudición histórica, que se manifiesta de muy varios modos, bien calculados para picar y entretener el apetito de quien lee: ya en monografías de famosas ciudades, como Roma, Constantinopla, Jerusalem; ya en sucintas historias de los godos, de los turcos, de los templarios, de los güelfos y gibelinos; ya en biografías de personajes sobresalientes en maldad o en heroísmo, pero que ofrecen siempre algo de pintoresco y original, como Timón el Misántropo, Diógenes el cínico, los siete Sabios de Grecia, Heráclito y Demócrito, el emperador Heliogábalo, el falso profeta Mahoma y el gran Tamorlán; [2] ya en anécdotas de toda procedencia, como la tragedia de Alboino y Rosimunda, que toma de Paulo Diácono, [3] y la absurda pero entonces muy creída fábula de la Papisa Juana, que procura corroborar [p. 52] muy cándidamente con el testimonio de Martín Polono, Sabellico, Platina y San Antonino de Florencia. [1]

El libro de Pedro Mexía interesa a la novelística, no sólo por estas cortas narraciones, que son las más veces verdaderas leyendas, sino por ser un copioso repertorio de ejemplos de ocios y virtudes, que el autor compila a diestro y siniestro, de todos los autores clásicos, especialmente de Plutarco, Valerio Máximo y Aulo Gelio, [2] sin olvidar a Plinio, de quien entresaca las anécdotas de pintores. [3] Alguno que otro episodio de la historia patria refiere también, como la muerte súbita de los dos infantes don Pedro y don Juan en la entrada que hicieron por la vega de Granada, o el de Ruy Páez de Viezma y Payo Rodríguez de Avila en tiempo de Alfonso XI, [4] o las extrañas circunstancias que, según Muntaner, intervinieron en la concepción y nacimiento de don Jaime el Conquistador, asunto de una novela de Bandello y de una comedia de Lope de Vega. [5]

[p. 53] Otros capítulos de la Silva tienen carácter de arqueología recreativa, a imitación de Polidoro Virgilio en su libro De inventoribus rerum , tan explotado por todos los compiladores del siglo XVI [1] Pero aunque tomase mucho de Polidoro y de todos los que le precedieron en la tarea de escribir misceláneas, Mexía se remontaba a las fuentes casi siempre y las indica con puntualidad en todos los puntos que he comprobado. La Tabla que pone al fin no es, como en tantos otros libros, una pedantesca añagaza. Había leído mucho y bien, y tiene el mérito de traducir en buen castellano todas las autoridades que alega. El círculo de sus lecturas se extendía desde el Quadripartito , de Tolomeo, y los cánones astronómicos de Aben Ragel, hasta las Historias florentinas y los tratados políticos de Maquiavelo, a quien cita y extracta en la vida de Castruccio Castracani [2] y a quien parece haber seguido también en el relato de la conjuración de los Pazzi. [3] Aunque el secretario [p. 54] de Florencia pasaba ya por autor de sospechosa doctrina y sus obras iban a ser muy pronto rigurosamente vedadas por el Concilio de Trento, se ve que Mexía las manejaba sin grande escrúpulo, lo cual no es indicio del ánimo apocado y supersticioso que le atribuyeron algunos luteranos españoles, enojados con él por haber sido uno de los primeros que descubrieron en Sevilla la herética pravedad envuelta en las dulces pláticas de los doctores Egidio y Constantino. [1]

Con todas sus faltas y sobras, la Silva de varia lección , que hoy nos parece tan llena de vulgaridades y errores científicos, [2] representaba de tal modo el nivel medio de la cultura de la época y ofrecía lectura tan sabrosa a toda casta de gentes, que apenas hubo libro más afortunado que él en sus días y hasta medio siglo después. Veintiséis ediciones castellanas (y acaso hubo más), estampadas, no sólo en la Península, sino en Venecia, Amberes y Lyon, apenas bastaron a satisfacer la demanda de este libro candoroso [p. 55] y patriarcal, que fué adicionado desde 1555 con una quinta y sexta parte de autor anónimo. [1] No menos éxito tuvo la Silva [p. 56] en Francia, donde fué traducida por Claudio Gruget en 1552 y adicionada sucesivamente por Antonio Du Verdier y Luis Guyon, señor de la Nauche. Hasta diez y seis ediciones de Les divers leçons de Messie enumeran los bibliógrafos y en las más de ellas figuran también sus Diálogos . [1] Todavía en 1675 un médico llamado Girardet se apropió descaradamente el libro de Pero Mexía, sin citarle una sola vez ni tomarse más trabajo que cambiar las palabras [p. 57] anticuadas de la traducción de Gruget. [1] En Italia las cuatro partes de la Silva fueron traducidas en 1556 por Mambrino Roseo da Fabbriano y adicionadas después por Francisco Sansovino y Bartolomé Dionigi.

Por medio de las traducciones latinas y francesas empezaron a ser conocidos en Inglaterra los libros de Mexía antes de que penetrasen en su texto original, y algunos célebres compiladores de novelas empezaron a explotarlos. Fué uno de ellos William Painter, que en su Palace of pleasure (1566) intercaló el extraño cuento del viudo de veinte mujeres que casó con una viuda de veintidós maridos. [2] Pero es mucho más importante la Forest or collection of historyes , de Thomas Fortescue (1571), porque en esta versión inglesa de la Silva , tomada de la francesa de Gruget, encontró el terrible dramaturgo Cristóbal Marlowe, precursor de Shakespeare, los elementos históricos que le sirvieron para su primera tragedia Tamburlaine . [3] No fué ésta la única vez que el libro del cronista sevillano hizo brotar en grandes ingenios la chispa dramática. Lope de Vega le tenía muy estudiado, y de él procede (para no citar otros casos) toda la erudición clásica de que hace alarde en su comedia Las mujeres sin hombres (Las Amazonas) . [4]

[p. 58] En Inglaterra prestó también buenos subsidios a los novelistas. De una traducción italiana de la Silva está enteramente sacada la colección de once novelas de Lodge, publicada con este título: The life and death of William Longbeard . [1] No sólo los cuatro libros de Mexía, sino todo el enorme fárrago de las adiciones italianas de Sansovino y de las francesas de Du Verdier y Guyon, encontraron cachazudo intérprete en Thomas Milles, que las sacó a luz desde 1613 hasta 1619 ( The treasure of ancient and moderne times ). La traducción alemana de Lucas Boleckhofer y Juan Andrés Math en la más moderna de todas (1668-1669) y procede del italiano. [2]

Con el éxito europeo del libro de Mexía contrasta la oscuridad en que ha yacido hasta tiempos muy modernos otra Miscelánea mucho más interesante para nosotros, por haber sido compilada con materiales enteramente españoles y anécdotas de la vida de su propio autor, que a cada momento entra en escena con un desenfado familiar y soldadesco que hace sobremanera interesante su persona.

El caballero extremeño don Luis Zapata, a quien me refiero, autor de un perverso poema o más bien crónica rimada del emperador Carlos V (Carlo famoso), curiosa, sin embargo, e instructiva, por los pormenores anecdóticos que contiene y que ojalá estuviesen en prosa, [3] retrájose en su vejez, después de haber corrido mucho mundo, a su casa de Llerena, «la mejor casa de caballero de toda España (al decir suyo), y aun mejor que las de muchos [p. 59] «grandes», y entretuvo sus ocios poniendo por escrito, sin orden alguno, en prosa inculta y desaliñada, pero muy expresiva y sabrosa, por lo mismo que está limpia de todo amaneramiento retórico, cuanto había visto, oído o leído en su larga vida pasada en los campamentos y en las cortes, filosofando sobre todo ello con buena y limpia moral, como cuadraba a un caballero tan cuerdo y tan cristiano y tan versado en trances de honra, por lo cual era consultor y oráculo de valientes. Resultó de aquí uno de los libros más varios y entretenidos que darse pueden, repertorio inagotable de dichos y anécdotas de españoles famosos del siglo XVI, mina de curiosidades que la historia oficial no ha recogido, y que es tanto más apreciable cuanto que no tenemos sobre los dos grandes reinados de aquella centuria la copiosa fuente de Relaciones y Avisos que suplen el silencio o la escasez de crónicas para los tiempos de decadencia del poderío español y de la casa de Austria. Para todo género de estudios literarios y de costumbres; para la biografía de célebres ingenios, más conocidos en sus obras que en su vida íntima; [1] para empresas y hazañas de justadores, torneadores y alanceadores de toros; para estupendos casos de fuerza, destreza y maña; para alardes y bizarrías de altivez y fortaleza en prósperos y adversos casos, fieros encuentros de lanza, heroicos martirios militares, conflictos de honra y gloria mundana, bandos y desafíos, sutilezas corteses, donosas burlas, chistes, apodos, motes y gracejos, proezas de grandes soldados y atildamiento nimio de galanes palacianos; para todo lo que constituía la vida rica y expansiva de nuestra gente en los días del Emperador y de su hijo, sin excluir el sobrenatural cortejo de visiones, apariciones y milagros, alimento de la piedad sencilla, ni el légamo de supersticiones diversas, mal avenidas con el Cristianismo, [2] ofrece la Miscelánea de Zapata mies abundantísima y que todavía no ha sido enteramente recogida en las trojes, a pesar de la frecuencia con que la han citado los eruditos, desde que Pellicer comenzó a utilizarla en sus notas al Quijote, y sobre todo después que la [p. 60] sacó íntegramente del olvido don Pascual Gayangos. [1] Detallar todo lo que en los apuntes de Zapata importa a la novelística, exigiría un volumen no menor que la misma Miscelánea , puesto que apenas hay capítulo que no contenga varias historietas, no inventadas a capricho, sino fundadas en hechos reales que el autor presenció o de que tuvo noticia por personas dignas de crédito; lo cual no quita que muchas veces sean inverosímiles y aun imposibles, pues no hay duda que el bueno de don Luis era nimiamente crédulo en sus referencias. Son, pues, verdaderos cuentos muchos de los casos maravillosos que narra, y su libro cae en esta parte bajo la jurisdicción de la novela elemental e inconsciente. No sucede otro tanto con sus relatos personales, escritos con tanta sinceridad y llaneza, y que sembrados de trecho en trecho en su libro, le dan aspecto y carácter de verdaderas memorias , a las cuales sólo falta el hilo cronológico, y por cuyas páginas atraviesan los más preclaros varones de su tiempo. Era Zapata lector apasionado de libros de caballerías [2] y algo se contagió su espíritu de tal lección, puesto que en todas las cosas tiende a la hipérbole; pero juntaba con esto un buen sentido muy castellano, que le hacía mirar con especial aborrecimiento los embelecos de la santidad fingida [3] y juzgar con raro tino algunos fenómenos sociales de su [p. 61] tiempo. Dice, por ejemplo, hablando de la decadencia de la clase nobiliaria, a la cual pertenecía: «El crescimiento de los reyes ha sido descrecimiento de los grandes, digo en poder soberbio y desordenado, que cuanto a lo demás antes han crecido en rentas y en estados, como pelándoles las alas a los gallos dicen que engordan más, y así teniéndolos los reyes en suma tranquilidad y paz, quitadas las alas de la soberbia, crecen en más renta y tranquilidad... Pues demos gracias a Dios que en estos reinos nadie puede hacer agravio ni demasía a nadie, y si la hiciese, en manos está el cetro que hará a todos justicia igual». [1]

Era, como hoy diríamos, ardiente partidario de la ley del progreso, lo mismo que Cristóbal de Villalón, y de ningún modo quería admitir la superioridad de los antiguos sobre los modernos. Es curiosísimo sobre esto su capítulo De invenciones nuevas : «Cuán enfadosa es la gala que tienen algunos de quejarse del tiempo y decir que los hombres de agora no son tan inventivos ni tan señalados, y que cada hora en esto va empeorando, Yo quiero, pues, volver por la honra de esta nuestra edad, y mostrar cuanto en invenciones y sotilezas al mundo de agora somos en cargo... En las ciencias y artes hace el tiempo de agora al antiguo grandísima ventaja... Cuanto a la pintura, dejen los antiguos de blasonar de sus milagros, que yo pienso que como cosas nuevas las admiraron, y creo que aquellos tan celebrados Apeles y Protógenes y otros, a las estampas de agora de Miguel Ángel, de alberto Durero, de Rafael de Urbino y de otros famosos modernos no pueden igualarse... Ni en la música se aventajaron los antiguos, que en ella en nuestra edad ha habido monstruos y milagros, que si Anfion y Orfeo traían tras sí las fieras y árboles, háse de entender con esta alegoría que eran fieras y plantas los que de la música de entonces, porque era cosa nueva, se espantaban que agora de las maravillas de este arte, más consumada que nunca, los hombres no se admiran ni espantan. Pues ¿cuándo igualaron a las comedias y farsas de agora las frialdades de Terencio y de Plauto?» Y aquí comienza un largo capítulo de invenciones [p. 62] del Renacimiento, unas grandiosas y otras mínimas, entusiasmándose por igual con el descubrimiento de las Indias, con la circunnavegación del globo terráqueo, con la Imprenta y la Artillería, que con el aceite de Aparicio, el guayaco y la zarzaparrilla, las recetas para hacer tinta, el arte de hacer bailar los osos y el de criar gatos de Algalia. Termina este curiosísimo trozo con la enumeración de las obras públicas llevadas a cabo en tiempo de Felipe II, a quien da el dictado de «príncipe republicano», que tan extraño sonará en los oídos de muchos: «Los príncipes piadosos y republicanos como el nuestro, avivan los ingenios de los suyos, y les hacen hacer cosas admirables, y se les debe la gloria como al capitan general de cuanto sus soldados hacen, aderezan y liman». [1]

Alguna vez se contradice Zapata, como todos los escritores llamados ensayistas (y él lo era sin duda, aunque no fuese ningún Montaigne). No se compadece, por ejemplo, tanto entusiasmo por las novedades de su siglo, entre las cuales pone la introducción del verso toscano por Boscán y Garcilaso, con otro pasaje, curiosísimo también, en que, tratando de poesía y de poemas, dice sin ambages: «Los mejores de todos son los romances viejos; de novedades Dios nos libre, y de leyes y sectas nuevas y de jueces nuevos». [2] Como casi todos los españoles de su tiempo, vivía alta y gloriosamente satisfecho de la edad en que le había tocado nacer, y era acérrimo enemigo de las sectas nuevas, a lo menos en religión y en política. Ponderando el heroísmo de los ligueros en el sitio de París de 1590, que hizo levantar el príncipe de Parma, llega hasta la elocuencia. [3] Profesa abiertamente la doctrina del tiranicidio, y hace, como pudiera el fanático más feroz, la apología de Jacobo Clemente: «Salió un fraile dominico de París a matar por el servicio de Dios al tirano favorecedor de herejes; y llegando a hablarle, le dió tres puñaladas, de que murió el rey, no de la guerra que suele matar a hierro, a fuego, violenta y furiosamente, mas de la mansedumbre y santidad de un religioso de Dios y su [p. 63] siervo, al cual bienaventurado ataron a las colas de cuatro caballos». [1]

Para conocer ideas, costumbres, sentimientos y preocupaciones de una época ya remota, y que, sin embargo, nos interesa más que otras muy cercanas, libros como el de Zapata, escritos sin plan ni método, como gárrula conversación de un viejo, son documentos inapreciables, mayormente en nuestra literatura, donde este género de misceláneas familiares son de hallazgo poco frecuente. La de Zapata ofrece materia de entretenimiento por donde quiera que se la abra y es recurso infalible para las horas de tedio, que no toleran otras lecturas más graves. De aquel abigarrado conjunto brota una visión histórica bastante clara de un período sorprendente. Baste lo dicho en recomendación de este libro, que merecía una nueva edición, convenientemente anotada, así en la parte histórica como en el material novelístico o novelable que contiene, y que generalmente no se encuentra en otras compilaciones, por haber quedado inédita la de Zapata.

Antes de llegar a las colecciones de cuentos propiamente dichas, todavía debemos consagrar un recuerdo a la Philosophia vulgar (1568), obra por tantos títulos memorable del humanista sevillano Juan de Mal Lara que, a imitación de los Adagios de Erasmo, en cuyas ideas críticas estaba imbuido, emprendió comentar con rica erudición, agudo ingenio y buen caudal de sabiduría práctica los refranes castellanos, llegando a glosar hasta mil en la primera parte, única publicada, de su vasta obra. [2] En [p. 64] ella derramó los tesoros de su cultura grecolatina, trayendo a su propósito innumerables autoridades de poetas antiguos puestos por él en verso castellano, de filósofos, moralistas e historiadores; pero gustó más todavía de exornar la declaración de cada proverbio con apólogos, cuentecillos, facecias, dichos agudos y todo género de narraciones brevísimas, pero tan abundantes, que con entresacarlas del tomo en folio de la Philosophia Vulgar podría formarse una floresta que alternase con el Sobremesa y el Portacuentos de Timoneda. Algunas de estas consejas son fábulas esópicas; pero la mayor parte parecen tomadas de la tradición oral o inventadas adrede por el glosador para explicar el origen del refrán, poniéndole, digámoslo así, en acción. Tres cuentos, un poco más libres y también más extensos que los otros, están en verso y no carecen de intención y gracejo. No son de Mal Lara, sino de un amigo suyo, que no quiso revelar su nombre: acaso el licenciado Tamariz, de quien se conservan inéditos otros del mismo estilo y picante sabor. [1] Pero de los cuentos en verso prescindimos ahora, por no hacer interminable nuestra tarea, ya tan prolija de suyo.

Mal Lara había pasado su vida enseñando las letras clásicas. ¿Quién se atreverá a decir que le apartasen de la comprensión y estimación de la ciencia popular, en que tanto se adelantó a su tiempo? Al contrario, de los antiguos aprendió el valor moral e histórico de los proverbios o paremías . El mismo fenómeno observamos en otros grandes humanistas, en Erasmo ante todo, que abrió por primera vez esta riquísima vena y con ella renovó el estudio de la antigüedad; en el Comendador Hernán Núñez, infatigable colector de nuestros refranes, y en Rodrigo Caro, ilustrador de los juegos de los muchachos. Creía Mal Lara, y todo su inestimable libro se encamina a probarlo, que

       No hay arte o ciencia en letras apartada,
       Que el vulgo no la tenga decorada.

[p. 65] No se ha escrito programa más elocuente de folk-lore que aquel Preámbulo de la Philosophia Vulgar , en que con tanta claridad se discierne el carácter espontáneo y precientífico del saber del vulgo, y se da por infalible su certeza, y se marcan las principales condiciones de esta primera y rápida intuición del espíritu humano.

«En los primeros hombres... (dice) al fresco se pintaban las imágenes de aquella divina sabiduría heredada de aquel retrato de Dios en el hombre, no sin gran merced dibuxado... Se puede llamar esta sciencia, no libro esculpido, ni trasladado, sino natural y estampado en memorias y en ingenios humanos; y, segun dize Aristóteles, parescen los Proverbios o Refranes ciertas reliquias de la antigua Philosophia, que se perdió por las diversas suertes de los hombres, y quedaron aquellas como antiguallas... No hay refrán que no sea verdadero, porque lo que dize todo el pueblo no es de burla, como dize Hesiodo.» Libro natural llama en otra parte a los refranes, que él pretende emparentar nada menos que con la antigua sabiduría de los turdetanos. «Antes que hubiese filósofos en Grecia tenía España fundada la antigüedad de sus refranes... ¿Qué más probable razon habrá que lo que todos dizen y aprueban? ¿Qué más verisimil argumento que el que por tan largos años han aprobado tantas naciones, tantos pueblos, tantas ciudades y villas, y lo que todos en comun, hasta los que en los campos apacientan ovejas, saben y dan por bueno?.... Es grande maravilla que se acaben los superbos edificios, las populosas ciudades, las bárbaras Pyrámides, los más poderosos reynos, y que la Philosophia Vulgar siempre tenga su reino dividido en todas las provincias del mundo... En fin, el refrán corre por todo el mundo de boca en boca, segun moneda que va de mano en mano gran distancia de leguas, y de allá vuelve con la misma ligereza por la circunferencia del mundo, dejando impresa la señal de su doctrina... Son como piedras preciosas salteadas por ropas de gran precio, que arrebatan los ojos con sus lumbres.»

Coincidió con Mal Lara, no ciertamente en lo elevado de los propósitos, ni en lo gallardo del estilo, pero sí en el procedimiento de explicar frases y dichos proverbiales por anécdotas y chascarrillos a posteriori, el célebre librero de Valencia Juan de Timoneda, que en 1563, y quizá antes, había publicado el Sobremesa [p. 66] y alivio de caminantes , [1] colección minúscula, que, ampliada en unas ediciones y expurgada en otras, tiene en la más completa (Valencia, 1569) dos partes: la primera con noventa y tres cuentos, [p. 67] la segunda con setenta y dos, de los cuales cincuenta pertenecen al dominio de la paremiología . Tanto éstos como los demás están narrados con brevedad esquemática, sin duda para que «el discreto relatador» pudiese amplificarlos y exornarlos a su guisa. Pero esta misma concisión y simplicidad no carece de gracia. Véase algún ejemplo:

Cuento XL (2.ª parte). «Por qué se dijo: perdices me manda mi padre que coma ».

«Un padre envió su hijo a Salamanca a estudiar; mandóle que comiese de las cosas más baratas. Y el mozo en llegando, preguntó cuánto valía una vaca; dijéronle que diez ducados, y que una perdíz valia un real. Dijo él entonces: segun eso, perdices me manda mi padre que coma.»

Cap. XLII. «Por qué se dijo: no hará sino cenar y partirse ».

«Concertó con un pintor un gentil-hombre que le pintase en un comedor la cena de Cristo, y por descuido que tuvo en la pintura pintó trece apóstoles, y para disimular su yerro, añadió al treceno insignias de correo. Pidiendo, pues, la paga de su trabajo, y el señor rehusando de dársela por la falta que había hecho en hacer trece apóstoles, respondió el pintor: no reciba pena vuestra merced, que ese que está como correo no hará sino cenar y partirse.»

Cap. LXVIII. «Por qué se dijo: sin esto no sabrás guisallas ».

[p. 68] «Un caballero dió a un mozo suyo vizcaino unas turmas de carnero para que se las guisase; y a causa de ser muy ignorante, dióle un papel por escripto cómo las había de guisar. El vizcaino púsolas sobre un poyo, vino un gato y llevóse las turmas; al fin, no pudiendo habellas, teniendo el papel en las manos, dijo: ¡ah gato! poco te aprovecha llevallas, que sin esto no sabrás guisallas.»

Con ser tan microscópicos estos que Timoneda llama «apacibles y graciosos cuentos, dichos muy facetos y exemplos acutísimos para saberlos contar en esta buena vida», encontró manera de resumir en algunos de ellos el argumento de novelas enteras de otros autores. Tres del Decamerone (VI, 4; VII, 7; X, 1) han sido reconocidas por miss Bourland en El Sobremesa . [1] Todas están en esqueleto: la facecia del cocinero que pretendía que las grullas no tienen más que una pata pierde su gracia y hasta su sentido en Timoneda. Melchor de Santa Cruz, en su Floresta Española , conserva mejor los rasgos esenciales del cuento, aun abreviándole mucho. [2] El de cornudo y apaleado es por todo extremo inferior a una novela en redondillas que hay sobre el mismo asunto en el Romancero General de 1600. [3] El que salió menos mal parado de [p. 69] los tres cuentos decameronianos es el de la mala estrella del caballero Rugero; pero así y todo, es imposible acordarse de él después de la lindísima adaptación que hizo Antonio de Torquemada en sus Coloquios Satíricos . [1]

[p. 70] El mismo procedimiento aplica Timoneda a otros novellieri italianos, dejándolos materialmente en los huesos. Como en su tiempo no estaban impresas las novelas de Sacchetti, ni lo fueron hasta el siglo XVIII, es claro que no procede de la novela 67 de aquel célebre narrador florentino el gracioso dicho siguiente, que indudablemente está tomado de las Facecias de Poggio: [1]

«Fue convidado un nescio capitan, que venia de Italia, por un señor de Castilla a comer, y después de comido, alabóle el señor al capitan un pajecillo que traia, muy agudo y gran decidor de presto. Visto por el capitan, y maravillado de la agudeza del pajecillo, dijo: «¿Vé vuestra merced estos rapaces cuán agudos son en la mocedad? Pues sepa que cuando grandes no hay mayores asnos en el mundo.» Respondió el pajecillo al capitán: «Mas que agudo debia de ser vuestra merced cuando mochacho.» [2]

[p. 71] Tampoco se deriva de la novela 198 de Sacchetti, pero sí de la 43 de Girolamo Morlini « De caeco qui amissos aureos suo astu recuperavit », el cuento 59 de la segunda parte del Alivio de Caminantes:

«Escondió un ciego cierta cantidad de dineros al pie de un árbol en un campo, el cual era de un labrador riquísimo. Un dia yendo a visitallos, hallólos menos. Imaginando que el labrador los hubiese tomado, fuése a él mesmo, y díjole: «Señor, como me paresceis hombre de bien querria que me diésedes un consejo, y es: que yo tengo cierta cantidad de dinero escondida en un lugar bien seguro; agora tengo otra tanta, no sé si la esconda donde tengo los otros o en otra parte.» Respondió el labrador: «En verdad que yo no mudaria lugar, si tan seguro es ese como vos decís.» «Así lo pienso de hacer», dijo el ciego; y despedidos, el labrador tornó la cantidad que le habia tomado en el mesmo lugar, por coger los otros. Vueltos, el ciego cogió sus dineros que ya perdidos tenía, muy alegre, diciendo: «Nunca más perro al molino» De aquesta manera quedó escarmentado.» [1]

En suma (y para no hacerme pesado en el examen de tan ligeras y fugaces producciones), el Sobremesa y alivio de caminantes , según uso inmemorial de los autores de florestas y misceláneas, está compilado de todas partes. En Bandello (parte 3.ª, nov. 41) salteó el cuento del caballero de los muchos apellidos, que no encuentra posada libre para tanta gente: en las Epístolas familiares, de Fr. Antonio de Guevara, varios ejemplos de filósofos antiguos y las consabidas historietas de Lamia, Laida y Flora, que [p. 72] eran la quintaesencia del gusto mundano para los lindos y galancetes de entonces.

Preceden a los cuentos de Timoneda [1] en las ediciones de Medina [p. 73] del Campo, 1563, y Alcalá, 1576, doce «de otro autor llamado Juan Aragonés, que sancta gloria haya», persona de quien no tenemos más noticia. Es lástima que estos cuentecillos sean tan pocos, porque tienen carácter más nacional que los de Timoneda. Dos de ellos son dichos agudos del célebre poeta Garci Sánchez de Badajoz, natural de Écija; tres se refieren a cierto juglar o truhán del Rey Católico, llamado Velasquillo, digno predecesor de don Francesillo de Zúñiga. Pero otros están tomados del fondo común de la novelística, como el cuento del codicioso burlado, que tiene mucha analogía con la novela 195 de Sacchetti, [1] con la fábula 3.ª de la Séptima Noche de Straparola, con la balada [p. 74] inglesa Sir Cleges y otros textos que enumera el doctísimo Félix Liebrecht, [1] uno de los fundadores de la novelística comparada.

«Solía un villano muy gracioso llevar a un rey muchos presentes de poco valor, y el rey holgábase mucho, por cuanto le decía muchos donaires. Acaesció que una vez que el villano tomó unas truchas, y llevólas (como solía) a presentar al rey, el portero de la sala real, pensando que el rey haría mercedes al villano, por haber parte le dijo: «No te tengo de dejar entrar si no me das la mitad de lo que el rey te mandare dar.» El villano le dijo que le placia de muy buena voluntad, y así entró y presentó las truchas al rey. Holgóse con el presente, y más con las gracias que el villano le dijo; y muy contento, le dijo que le demandase mercedes. Entonces el villano dijo que no quería otras mercedes sino que su alteza le mandase dar quinientos azotes. Espantado el rey de lo que le pedía, le dijo que cuál era la causa por que aquello le demandaba. Respondió el villano: «Señor, el portero de vuestra alteza me ha demandado la mitad de las mercedes, y no hallo otra mejor para que a él le quepan doscientos azotes». Cayóle tanto en gracia al rey que luego le hizo mercedes, y al portero mandó castigar.» [2]

Dos o tres de los cuentos del Sobremesa están en catalán, o si se quiere en dialecto vulgar de Valencia. Acaso hubiera algunos más en otra colección rarísima de Timoneda, El Buen aviso y portacuentos (1564), que Salvá poseyó, [3] pero de la cual no hemos [p. 75] logrado hasta ahora más noticias que las contenidas en el Catálogo de su biblioteca: «El libro primero, intitulado Buen Aviso , contiene setenta y un cuentos del mismo género que los del Sobremesa , con la diferencia de que la sentencia o dicho agudo y gracioso, y a veces una especie de moraleja de la historieta, van puestas en cinco o seis versos. El libro segundo, o sea el Portacuentos , comprende ciento cuatro de éstos, de igual clase, pero no tienen nada metrificado.» Algunos han confundido esta colección con el Sobremesa , pero el mismo Timoneda las distinguió perfectamente en la Epístola al benigno lector que va al principio de la edición de 1564 de El Buen Aviso : «En dias pasados imprimí primera y segunda parte del Sobremesa y alivio de caminantes , y como este tratado haya sido muy acepto a muchos amigos y señores mios, me convencieron que imprimiese el libro presente llamado Buen aviso y Portacuentos , a donde van encerrados y puestos extraños y muy facetos dichos.» Parece, sin embargo, que ambas colecciones fueron refundidas en una sola (Recreación y pasatiempo de caminantes) , de la cual tuvo el mismo Salvá un ejemplar sin principio ni fin, y por tanto sin señas de impresión. La segunda y tercera parte de este librillo comprendían las anécdotas del Buen Aviso , con numerosas variantes y muchas supresiones. [1]

Timoneda, cuyo nombre va unido a todos los géneros de nuestra literatura popular o popularizada, a los romances, al teatro sagrado y profano, a la poesía lírica en hojas volantes, no se contentó con ensayar el cuento en la forma infantil y ruda del Sobremesa y del Buen Aviso . A mayores alturas quiso elevarse en su famoso Patrañuelo (¿1566?), formando la primera colección española de novelas escritas a imitación de las de Italia, tomando de [p. 76] ellas el argumento y los principales pormenores, pero volviendo a contarlas en una prosa familiar, sencilla, animada y no desagradable. En lo que no hizo bien fué en darse por autor original de historias que ciertamente no había inventado, diciendo en la Epístola al amantísimo lector: «No te des a entender que lo que en el presente libro se contiene sea todo verdad, que lo más es fingido y compuesto de nuestro poco saber y bajo entendimiento ; y por más aviso, el nombre dél te manifiesta clara y distintamente lo que puede ser; porque Patrañuelo se deriva de patraña, y patraña no es otra cosa sino una fingida traza tan lindamente amplificada y compuesta que paresce que trae alguna apariencia de verdad.»

Infiérese del mismo prólogo que todavía el nombre de novelas no había prevalecido en España, a pesar del ejemplo del traductor de Boccaccio y algún otro rarísimo: «Y así, semejantes marañas las intitula mi lengua natural valenciana Rondalles , y la toscana Novelas , que quiere decir: Tú, trabajador, pues no velas , yo te desvelaré con algunos graciosos y asesados cuentos, con tal que los sepas contar como aquí van relatados, para que no pierdan aquel asiento y lustre y gracia con que fueron compuestos.» [1]

[p. 77] No pasan de veintidós las patrañas de Timoneda, y a excepción de una sola, que puede ser original [1] y vale muy poco, todas tienen fuente conocida, que descubrió antes que nadie Liebrecht en sus adiciones a la traducción alemana de la History of fiction de Dunlop. [2] Estas fuentes son tan varias, que recorriendo una por una las patrañas puede hacerse en tan corto espacio un curso completo de novelística.

El padre de la historia entre los griegos, padre también de la narración novelesca en prosa, por tantas y tan encantadoras leyendas como recogió en sus libros, pudo suministrar a la patraña diez y seis el relato de la fabulosa infancia de Ciro ( Clio, 107-103). Pero es seguro que Timoneda no le tomó de Herodoto, sino de Justino, que trae la misma narración, aunque abreviada y con variantes, en el libro I de su epítome de Trogo Pompeyo, traducido al castellano en 1540 por Jorge de Bustamante. Algún detalle que no está en Herodoto y sí en aquel compendiador, [3] y la falta [p. 78] de muchos otros que se leen en el historiador griego, pero no en Justino, prueban con toda evidencia esta derivación. Por el contrario, Lope de Vega, en su notable comedia Contra valor no hay desdicha , tomó la historia de Herodoto por base principal de su poema, sin excluir alguna circunstancia sacada de Justino. [1]

Del gran repertorio del siglo XIV, Gesta Romanorum , cuyo rastro se encuentra en todas las literaturas de Europa, proceden mediata o inmediatamente las patrañas 5.ª y 11.ª, que corresponden a los capítulos 81 y 153 del Gesta . Trátase en el primero cierta repugnante y fabulosa historia del nacimiento e infancia del Papa San Gregorio Magno, [2] a quien se suponía hijo incestuoso de dos hermanos, arrojado al mar, donde le encontró un pescador, y criado y adoctrinado por un abad. Esta bárbara leyenda, que, como otras muchas de su clase, tenía el sano propósito de mostrar patente la misericordia divina, aun con los más desaforados pecadores (puesto que Gregorio viene a ser providencial instrumento de la salvación de su madre), parece ser de origen alemán: a lo menos un poeta de aquella nación, Hartmann von der Aue , que vivía en el siglo XIII, fué el primero que la consignó por escrito en un poema de 3.752 versos, que sirvió de base a un libro de cordel muy difundido en los países teutónicos, San Gregorio sobre la piedra . Los antiguos poemas ingleses Sir Degore y Sir Eglamour of Artois tienen análogo argumento y en ellos fundó Horacio Walpole su tragedia The mysterious mother . En francés existe una antigua vida de San Gregorio en verso, publicada por Lazarche (Tours, 1857), que repite la misma fábula; [3] y no debía de ser ignorada en España, puesto que encontramos una reminiscencia de ella al principio de la leyenda del abad Juan de Montemayor, [p. 79] que ha llegado hasta nuestros días en la forma de libro de cordel. [1] Para suavizar el cuento de San Gregorio, que ya comenzaba a ser intolerable en el siglo XVI, borró Timoneda en el protagonista la aureola de santidad y la dignidad de Papa, dejándole reducido a un Gregorio cualquiera.

La Patraña oncena , que es la más larga de todas y quizá la mejor escrita, contiene la novela de Apolonio de Tiro en redacción análoga a la del Gesta , pero acaso independiente de este libro. [2] Son tantos y tan varios los que contienen aquella famosa historia bizantina de aventuras y naufragios, cuyo original griego se ha perdido, pero del cual resta una traducción latina muy difundida en los tiempos medios, que no es fácil atinar con la fuente directa de Timoneda. La suponemos italiana, puesto que de Italia proceden casi todos sus cuentos. De fijo no tenía la menor noticia del Libre d'Apollonio , una de las más antiguas muestras de nuestra poesía narrativa en el género erudito del mester de clerecía . Las semejanzas que pueden encontrarse nacen de la comunidad del argumento, y no de la lectura del vetusto poema, que yacía tan olvidado como todos los de su clase en un solitario códice, no desenterrado hasta el siglo XIX. [3] No puede negarse que el primitivo y rudo poeta castellano entendió mejor que Timoneda el verdardero carácter de aquel libro de caballerías del mundo clásico decadente, en que no es el esfuerzo bélico, sino el ingenio, la [p. 80] prudencia y la retórica, las cualidades que principalmente dominan en sus héroes, menos emprendedores y hazañosos que pacientes, discretos y sufridos. En la escena capital del reconocimiento de Apolonio y su hija llega a una poesía de sentimiento que no alcanza jamás el compilador del Patrañuelo ; y el tipo de la hija de Apolonio, transformada en la juglaresa Tarsiana, tiene más vida y más colorido español que la Politania de Timoneda. Prescindiendo de esta comparación (que no toda resultaría en ventaja del poeta más antiguo), la novela del librero valenciano es muy agradable, con mejor plan y traza que las otras suyas, con un grado de elaboración artística superior. Para amenizarla intercala varias poesías, un soneto y una octava al modo italiano, una canción octosilábica y un romance, en que la truhanilla , para darse a conocer a su padre Apolonio, hace el resumen de su triste historia:

       En tierra fuí engendrada,—de dentro la mar nascida,
       Y en mi triste nacimiento—mi madre fué fallescida.
       Echáronla en la mar—en un ataud metida,
       Con ricas ropas, corona,—como reina esclarecida...

Versos que recuerdan otros de Jorge de Montemayor ( Diana , libro V), imitados a su vez de Bernaldim Ribeiro:

       Cuando yo triste nací,—luego nací desdichada,
       Luego los hados mostraron—mi suerte desventurada.
       El sol escondió sus rayos,—la luna quedó eclipsada,
       Murió mi madre en pariendo,—moza, hermosa y mal lograda...

Nada hay que añadir a lo que con minuciosa y sagaz crítica expone miss Bourland [1] sobre las tres patrañas imitadas de tres novelas de Boccacio. En la historia de Griselda, que es la patraña 2.ª, prefiere Timoneda, como casi todos los imitadores, la refundición latina del Petrarca, traduciéndola a veces a la letra, pero introduciendo algunas modificaciones para hacer menos brutal la conducta del protagonista. La patraña 15.ª corresponde, aunque con variantes caprichosas, a la novela 9.ª de la segunda jornada del Decamerón , célebre por haber servido de base al Cymbelino de Shakespeare. Timoneda dice al acabar su relato: «Deste cuento pasado hay hecha comedia, que se llama Eufemia .» Si se [p. 81] refiere a la comedia de Lope de Rueda (y no conocemos ninguna otra con el mismo título), la indicación no es enteramente exacta porque la comedia y la novela sólo tienen de común la estratagema usada por el calumniador para ganar la apuesta, fingiendo haber logrado los favores de la inocente mujer de su amigo.

Timoneda había recorrido en toda su extensión la varia y rica galería de los novellieri italianos, comenzando por los más antiguos. Ya dijimos que no conocía a Franco Sacchetti, pero puso a contribución a otro cuentista de la segunda mitad del siglo XIV, Ser Giovanni Fiorentino. Las dos últimas patrañas de la colección valenciana corresponden a la novela 2.ª de la jornada 23 y a la 1.ª de la jornada 10 del Pecorone . [1] Ni una ni otra eran tampoco originales del autor italiano, si es que existe verdadera originalidad en esta clase de libros. El primero de esos cuentos reproduce el antiquísimo tema folklórico de la madrastra que requiere de amores a su entenado y viendo rechazada su incestuosa pasión le calumnia y procura envenenarle. [2] La patraña 21 tiene por fuente remotísima la narración poética francesa Florence de Rome , que ya a fines del siglo XIV o principios del XV había recibido vestidura castellana en el Cuento muy fermoso del emperador Ottas et de la infanta Florencia su hija et del buen caballero Esmere . [3] Pero la fuente inmediata para Timoneda no fué otra que el Pecorone , alterando los nombres, según su costumbre. [4]

[p. 82] Dos novellieri del siglo XV, ambos extraordinariamente licenciosos, Masuccio Salernitano y Sabadino degli Arienti, suministran a la compilación que vamos examinando dos anécdotas insignificantes, pero que a lo menos están limpias de aquel defecto. [1]

No puede decirse lo mismo de la patraña octava, que es el escandalosísimo episodio de Jocondo y el rey Astolfo (tan semejante al cuento proemial de Las mil y una noches ) que Timoneda tomó del canto 28 del Orlando Furioso , sin mitigar en nada la crudeza con que lo había presentado el Ariosto.

Mateo Bandello, el mayor de los novelistas de la península itálica después de Boccaccio, no podía quedar olvidado en el ameno mosaico que iba labrando con piedrecillas italianas nuestro [p. 83] ingenioso mercader de libros. Dos patrañas tienen su origen en la vasta colección del obispo de Agen. En la 19 encontramos una imitación libre y muy abreviada de la novela 22 de la Primera Parte [1] (Amores de Felicia, Lionata y Timbreo de Cardona), sugerida en parte por el episodio de Ariodante y Ginebra, en el canto V del Orlando Furioso , como éste lo fué por un episodio análogo del Tirante el Blanco . [2] A su vez, la novela de Bandello es fuente común de otra de Giraldi Cinthio, del cuento de Timoneda y de la comedia de Shakespeare Much ado about nothing . [3]

No tiene menos curiosidad para la historia de la poesía romántica la Patraña sétima . «De este cuento pasado hay hecha comedia, llamada de la Duquesa de la Rosa.» Esta comedia existe y es la más notable de las tres que nos quedan del famoso representarte Alonso de la Vega. Pero ni la novela está tomada de la comedia ni la comedia de la novela. Alonso de la Vega y Juan de Timoneda tuvieron un mismo modelo, que es la novela 44, parte 2.ª de las de Bandello, titulada Amore di Don Giovanni di Mendoza e della Duchessa si Savoja, con varii e mirabili accidenti che v' intervengono . Bandello pone esta narración en boca de su amigo el noble milanés Filipo Baldo, que decía habérsela oído a un caballero español cuando anduvo por estos reinos, [4] y en efecto, tiene semejanza con otras leyendas caballerescas españolas de origen o aclimatadas muy de antiguo en nuestra literatura. [5] El relato [p. 84] de Bandello es muy largo y recargado de peripecias, las cuales en parte suprimen y en parte abrevian sus imitadores. Uno y otro cambian el nombre de Don Juan de Mendoza, acaso porque no les pareció conveniente hacer intervenir un apellido español de los más históricos en un asunto de pura invención. Timoneda le llamó el Conde de Astre y Alonso de la Vega el infante Dulcelirio de Castilla. Para borrar todas las huellas históricas, llamaron entrambos duquesa de la Rosa a la de Saboya. Uno y otro convienen en suponerla hija del rey de Dinamarca, y no hermana del rey de Inglaterra, como en Bandello. De los nombres de la novela de éste Timoneda conservó únicamente el de Apiano, y Alonso de la Vega ninguno.

Timoneda hizo un pobrísimo extracto de la rica novela de Bandello: omitiendo el viaje de la hermana de Don Juan de Mendoza a Italia, la fingida enfermedad de la duquesa y la intervención del médico, dejó casi sin explicación el viaje a Santiago; suprimió en el desenlace el reconocimiento por medio del anillo y en cuatro líneas secas despachó el incidente tan dramático de la confesión. En cambio, añade de su cosecha una impertinente carta de los embajadores de la duquesa de la Rosa al rey de Dinamarca.

Alonso de la Vega, que dió en esta obra pruebas de verdadero talento, dispuso la acción mucho mejor que Timoneda y que el mismo Bandello. [1] No cae en el absurdo, apenas tolerable en los cuentos orientales, de hacer que la duquesa se enamore locamente de un caballero a quien no había visto en la vida y sólo conocía por fama, y emprenda la más desatinada peregrinación para buscarle. Su pasión no es ni una insensata veleidad romántica, como en Timoneda, ni un brutal capricho fisiológico, como en Bandello, que la hace adúltera de intención, estropeando el tipo con su habitual cinismo. Es el casto recuerdo de un inocente amor [p. 85] juvenil que no empañó la intachable pureza de la esposa fiel a sus deberes. Si emprende el viaje a Santiago es para implorar del Apóstol la curación de sus dolencias. Su romería es un acto de piedad, el cumplimiento de un voto; no es una farsa torpe y liviana como en Bandello, preparada de concierto con el médico, valiéndose de sacrílegas supercherías. Cuando la heroína de Alonso de la Vega encuentra en Burgos al infante Dulcelirio, ni él ni ella se dan a conocer: sus almas se comunican en silencio cuando el infante deja caer en la copa que ofrece a la duquesa el anillo que había recibido de ella al despedirse de la corte de su padre en días ya lejanos. La nobleza, la elevación moral de esta escena, honra mucho a quien fué capaz de concebirla en la infancia del arte.

Como Timoneda y Alonso de la Vega, aunque con méritos desiguales, coinciden en varias alteraciones del relato de Bandello, hay lugar para la suposición, apuntada recientemente por don Ramón Menéndez Pidal, [1] de un texto intermedio entre Bandello y los dos autores españoles.

Otras dos patrañas, la 1.ª  y la 13.ª, reproducen también argumentos de comedias, según expresa declaración del autor; pero estas comedias, una de las cuales existe todavía, eran seguramente de origen novelesco o italiano. De la Feliciana no queda más noticia que la que da Timoneda. La Tolomea es la primera de las tres que se conocen de Alonso de la Vega, y sin duda una de las farsas más groseras y desatinadas que en tiempo alguno se han visto sobre las tablas. Su autor se dió toda la maña posible para estropear un cuento que ya en su origen era vulgar y repugnante. No pudo sacarle del Patrañuelo , obra impresa después de su muerte y donde está citada su comedia, de la cual se toman literalmente varias frases. Hay que suponer, por tanto, un modelo italiano, que no ha sido descubierto hasta ahora. Los dos resortes principales de la comedia, el trueque de niños en la cuna y el incesto de hermanos (no lo eran realmente Argentina y Tolomeo pero por tales se tenían), pertenece al fondo común de los cuentos populares. [2]

[p. 86] La patraña cuarta , aunque de antiquísimo origen oriental, fue localizada en Roma por la fantasía de la Edad Media y forma parte de la arqueología fabulosa de aquella ciudad. «Para entendimiento de la presente patraña es de saber que hay en Roma dentro de los muros della, al pie del monte Aventino, una piedra a modo de molino grande que en medio della tiene una cara casi la media de león y la media de hombre, con una boca abierta, la cual hoy en dia se llama la piedra de la verdad... la cual tenía tal propiedad, que los que iban a jurar para hacer alguna salva o satisfacción de lo que les inculpaban, metian la mano en la boca, y si no decian verdad de lo que les era interrogado, el ídolo o piedra cerraba la boca y les apretaba la mano de tal manera, que era imposible poderla sacar hasta que confesaban el delito en que habian caido; y si no tenian culpa, ninguna fuerza les hacía la piedra, y ansí eran salvos y sueltos del crimen que les era impuesto, y con gran triunfo les volvían su fama y libertad.»

Esta piedra, que parece haber sido un mascarón de fuente, se ve todavía en el pórtico de la iglesia de Santa Maria in Cosmedino y conserva el nombre de Bocca della Verità , que se da también a la plaza contigua. Ya en los Mirabilia urbis Romae , primer texto que la menciona, está considerada como la boca de un oráculo. Pero la fantasía avenzó más, haciendo entrar esta antigualla en el ciclo de las leyendas virgilianas. El poeta Virgilio, tenido entonces por encantador y mago, había labrado aquella efigie con el principal objeto de probar la lealtad conyugal y apretar los dedos a las adúlteras que osasen prestar falso juramento. Una de ellas logró esquivar la prueba, haciendo que su oculto amante se fingiese loco y la abrazase en el camino, con lo cual pudo jurar sobre seguro que sólo su marido y aquel loco la habían tenido en los brazos; Virgilio, que lleno de malicia contra el sexo femenino había imaginado aquel artificio mágico para descubrir sus astucias, tuvo que confesar que las mujeres sabían más que él y podían dar lecciones a todos los nigromantes juntos.

Este cuento, como casi todos los que tratan de «engaños de mujeres», fué primitivamente indio; se encuentra en el Çukasaptati o libro del Papagayo y en una colección tibetana o mongólica citada por Benfey. El mundo clásico conoció también una anécdota muy semejante, pero sin intervención del elemento amoroso, [p. 87] que es común al relato oriental y a la leyenda virgiliana. Comparetti, que ilustra doctamente esta leyenda en su obra acerca de Virgilio en la Edad Media, cita a este propósito un texto de Macrobio (Sat. I, 6, 30). La atribución a Virgilio se encuentra por primera vez, según el mismo filólogo, en una poesía alemana anónima del siglo XIV; pero hay muchos textos posteriores, en que para nada suena el nombre del poeta latino. [1] Uno de ellos es el cuento de Timoneda, cuyo original verdadero no ha sido de terminado hasta ahora, ya que no puede serlo ninguna de las dos novelas italianas que Liebrecht apuntó. La fábula 2.ª de la cuarta Noche de Straparola [2] no pasa en Roma, sino en Atenas, y carece de todos los detalles arqueológicos relativos a la Bocca della Verità , los cuales Timoneda conservó escrupulosamente. Además, y esto prueba la independencia de las dos versiones, no hay en la de Straparola rastro de dos circunstancias capitales en la de Timoneda: la intervención del nigromante Paludio y la herida en un pie que finge la mujer adúltera para que venga su amante a sostenerla, no en traza y ademán de loco, sino en hábito de villano. De la novela 98 de Celio Malespini no hay que hacer cuenta, puesto que la primera edición que se cita de las Ducento Novelle de este autor es de 1609, y por tanto muy posterior al Patrañuelo . [3]

Tampoco creo que la patraña 17 venga en línea recta de la 68 de las Cento Novelle Antiche , porque esta novela es una de las diez y ocho que aparecieron por primera vez en la edición de 1572, dirigida por Vincenzio Borghini, [4] seis años después de haber sido aprobado para la impresión el librillo de Timoneda. Más verosímil [p. 88] es que éste la tomase del capítulo final (283) del Gesta Romanorum . [1] Pero son tan numerosos los libros profanos y devotos que contienen la ejemplar historia del calumniador que ardió en el horno encendido para el inocente, que es casi superflua esta averiguación, y todavía lo sería más insistir en una leyenda tan famosa y universalmente divulgada, que se remonta al Somadeva y a los cuentos de Los Siete Visires (sin contar otras versiones en árabe, en bengalí y en turco), que tiene en la Edad Media tantos paradigmas, desde el fabliau francés del rey que quiso hacer quemar al hijo de su senescal, hasta nuestra leyenda del paje de Santa Isabel de Portugal, cantada ya por Alfonso el Sabio, [2] y que, después de pasar por infinitas transformaciones, todavía prestó argumento a Schiller para su bella balada Fridolin , imitada de una novela de Restif de la Bretonne.

Lo que sí advertiremos es que el cuento de Timoneda, lo mismo que la versión catalana del siglo XV, servilmente traducida del fabliau francés, [3] pertenecen a la primitiva forma de la leyenda oriental, que es también la más grosera y menos poética, en que el acusado no lo es de adulterio, como en las posteriores, sino de haber dicho que el rey tenía lepra o mal aliento. [4]

La patraña catorcena es el cuento generalmente conocido en la literatura folklórica con el título de El Rey Juan y el Abad de Cantorbery . No creo, por la razón cronológica ya expuesta, que Timoneda le tomase de la novela 4.ª de Sacchetti, [5] que es mucho más complicada por cierto, ni tampoco del canto 8.º del Orlandino [p. 89] de Teófilo Folengo, donde hay un episodio semejante. Este cuento vive en la tradición oral, y de ella hubo de sacarle inmediatamente Timoneda, por lo cual tiene más gracia y frescura y al mismo tiempo más precisión esquemática que otros suyos, zurcidos laboriosamente con imitaciones literarias. Todos hemos oído este cuento en la infancia y en nuestros días le ha vuelto a escribir Trueba con el título de La Gramática parda . [1] En Cataluña la solución de las tres preguntas se atribuye al Rector de Vallfogona, que carga allí con la paternidad de todos los chistes, como Quevedo en Castilla. Quiero transcribir la versión de Timoneda, no sólo por ser la más antigua de las publicadas en España y quizá la más fiel al dato tradicional, sino para dar una muestra de su estilo como cuentista, más sabroso que limado.

«Queriendo cierto rey quitar el abadía a un muy honrado abad y darla a otro por ciertos revolvedores, llamóle y díxole: «Reverendo padre, porque soy informado que no sois tan docto cual conviene y el estado vuestro requiere, por pacificacion de mi reino y descargo de mi consciencia, os quiero preguntar tres preguntas, las cuales, si por vos me son declaradas, hareis dos cosas: la una que queden mentirosas las personas que tal os han levantado; la otra que os confirmaré para toda vuestra vida el abadía, y si no, habreis de perdonar.» A lo cual respondió el abad: «Diga vuestra alteza, que yo haré toda mi posibilidad de habellas de declarar.» «Pues sus, dijo el rey. La primera que quiero que me declareis es que me digais yo cuánto valgo; y la segunda, que adonde está el medio del mundo, y la tercera, qué es lo que yo pienso. Y porque no penseis que os quiero apremiar que me las declareis de improviso, andad, que un mes os doy de tiempo para pensar en ello.»

Vuelto el abad a su monesterio, por más que miró sus libros y diversos autores, por jamás halló para las tres preguntas respuesta ninguna que suficiente fuese. Con esta imaginación, como fuese por el monesterio argumentando entre sí mismo muy elevado, díjole un dia su cocinero: «¿Qué es lo que tiene su paternidad?» Celándoselo el abad, tornó a replicar el cocinero diciendo: «No dexe de decírmelo, señor, porque a veces debajo de ruin [p. 90] capa yace buen bebedor, y las piedras chicas suelen mover las grandes carretas.» Tanto se lo importunó, que se lo hubo de decir. Dicho, dixo el cocinero: «Vuestra paternidad haga una cosa, y es que me preste sus ropas, y raparéme esta barba, y como le parezco algun tanto y vaya de par de noche en la presencia del rey, no se dará a cato del engaño; así que teniéndome por su paternidad, yo le prometo de sacarle deste trabajo, a fe de quien soy.»

Concediéndoselo el abad, vistió el cocinero de sus ropas, y con su criado detrás, con toda aquella cerimonia que convenía, vino en presencia del rey. El rey, como le vido, hízole sentar cabe de sí diciendo: «Pues ¿qué hay de nuevo, abad?» Respondió el cocinero: «Vengo delante de vuestra alteza para satisfacer por mi honra.» «¿Así? dijo el rey: veamos qué respuesta traeis a mis tres preguntas.» Respondió el cocinero: «Primeramente a lo que me preguntó vuestra alteza que cuánto valía, digo que vale veinte y nueve dineros, porque Cristo valió treinta. Lo segundo, que donde está el medio mundo, es a do tiene su alteza los pies; la causa que como sea redondo como bola, adonde pusieren el pié es el medio dél; y esto no se me puede negar. Lo tercero que dice vuestra alteza, que diga qué es lo que piensa, es que cree hablar con el abad, y está hablando con su cocinero.» Admirado el rey desto, dixo: «Qué, ¿éso pasa en verdad?» Respondió: «Sí, señor, que soy su cocinero, que para semejantes preguntas era yo suficiente, y no mi señor el abad.» Viendo el rey la osadía y viveza del cocinero, no sólo le confirmó la abadía para todos los días de su vida, pero hízole infinitas mercedes al cocinero.»

Sobre el argumento de la patraña 12.ª versa una de las piezas que Timoneda publicó en su rarísima Turiana: Paso de dos ciegos y un mozo muy gracioso para la noche de Navidad . [1] Timoneda fué editor de estas obras, pero no consta con certeza que todas salieran de su pluma. De cualquier modo, el Paso estaba escrito en 1563, antes que el cuentecillo de El Patrañuelo , al cual aventaja mucho en desenfado y chiste. Con ser tan breves el paso y la [p. 91] patraña, todavía es verosímil que procedan de alguna floresta cómica anterior. [1]

Aunque Timoneda no sea precursor inmediato de Cervantes, puesto que entre el Patrañuelo y las Novelas Ejemplares se encuentran, por lo menos, cuatro colecciones de alguna importancia, todas, excepto la portuguesa de Trancoso, pertenecen a los primeros años del siglo XVII, por lo cual, antes de tratar de ellas, debo decir dos palabras de los libros de anécdotas y chistes, análogos al Sobremesa , que escasean menos, si bien no todos llegaron a imprimirse y algunos han perecido sin dejar rastro.

Tal acontece con dos libros de cuentos varios que don Tomás Tamayo de Vargas cita en su Junta de libros la mayor que España ha visto en su lengua , de donde pasó la noticia a Nicolás Antonio. Fueron sus autores dos clarísimos ingenios toledanos: Alonso de Villegas y Sebastián de Horozco, aventajado el primero en géneros tan distintos como la prosa picaresca de la Comedia Selvagia y la narración hagiográfica del Flos Sanctorum ; poeta el segundo de festivo y picante humor en sus versos de burlas, incipiente dramaturgo en representaciones, entremeses y coloquios que tienen más de profano que de sagrado; narrador fácil y ameno de sucesos de su tiempo; colector incansable de memorias históricas y de proverbios; ingenioso moralista con puntas de satírico en sus [p. 92] glosas. Las particulares condiciones de estos autores, dotados uno y otro de la facultad narrativa en grado no vulgar, hace muy sensible la pérdida de sus cuentos, irreparable quizá para Alonso de Villegas, que entregado a graves y religiosos pensamientos en su edad madura, probablemente haría desaparecer estos livianos ensayos de su mocedad, así como pretendió con ahínco, aunque sin fruto, destruir todos los ejemplares de su Selvagia , comedia del genero de las Celestinas. [1] Pero no pueden presumirse tales escrúpulos en Sebastián de Horozco, que en su Cancionero tantas veces traspasa la raya del decoro, y que toda su vida cultivó asiduamente la literatura profana. Conservemos la esperanza de que algún día desentierre cualquier afortunado investigador su Libro de Cuentos ; del modo que han ido apareciendo sus copiosas relaciones históricas, su Recopilación de refranes y adagios comunes y vulgares de España , que no en vano llamó «la mayor y más copiosa que hasta ahora se ha hecho, puesto que, aun incompleta como está, comprende más de ocho mil; y su Teatro universal de proverbios , glosados en verso, donde se encuentran incidentalmente algunos «cuentos graciosos y fabulas moralizadas», siguiendo el camino abierto por Juan de Mal Lara, pero con la novedad de la forma métrica. [2]

[p. 93] En su entretenido libro Sales Españolas ha recopilado el docto bibliotecario don Antonio Paz y Melia, a quien tantos obsequios del mismo género deben nuestras letras, varias pequeñas colecciones de cuentos, inéditas hasta el presente. Una de las más antiguas es la que lleva el título latino de Liber facetiarum et similitudinum Ludovici di Pinedo et amicorum , aunque esté en castellano todo el contexto. [1] Las facecias de Pinedo, como las de Poggio, parecen, en efecto, compuestas, no por una sola persona, sino por una tertulia o reunión de amigos de buen humor, comensales acaso de don Diego de Mendoza o formados en su escuela, según conjetura el editor, citando palabras textuales de una carta de aquel grande hombre, que han pasado a uno de los cuentos. [2] De todos modos, la colección debió de ser formada en los primeros años del reinado de Felipe II, pues no alude a ningún suceso posterior a aquella fecha. El recopilador era, al parecer, castellano viejo o había hecho, a lo menos, larga residencia en tierra de Campos, porque se muestra particularmente enterado de aquella comarca. El Libro de chistes es anterior sin disputa al Sobremesa de Timoneda y tiene la ventaja de no contener más que anécdotas españolas, salvo un pequeño apólogo de la Verdad y unos problemas de aritmética recreativa. Y estas anécdotas se refieren [p. 94] casi siempre a los personajes más famosos del tiempo de los Reyes Católicos y del Emperador, lo cual da verdadero interés histórico a esta floresta. No creo que Melchor de Santa Cruz la aprovechase, porque tienen muy pocos cuentos comunes, y aun éstos referidos con muy diversas palabras. Pero los personajes de uno y otro cuentista suelen ser los mismos, sin duda porque dejaron en Castilla tradicional reputación de sentenciosos y agudos, de burlones o de extravagantes: el médico Villalobos, el duque de Nájera, el Almirante de Castilla, el poeta Garci Sánchez de Badajoz, que por una amorosa pasión adoleció del seso. Por ser breves, citaré, sin particular elección, algunos de estos cuentecillos, para dar idea de los restantes.

Sobre el saladísimo médico Villalobos hay varios, y en casi todos se alude a su condición de judío converso, que él mismo convertía en materia de chistes, como es de ver a cada momento en sus cartas a los más encopetados personajes, a quienes trataba con tan cruda familiaridad. Los dichos que se le atribuyen están conformes con el humor libre y desgarrado de sus escritos.

«El Dr. Villalobos tenía un acemilero mozo y vano, porque decía ser de la Montaña y hidalgo. El dicho Doctor, por probarle, le dijo un día: «Ven acá, hulano; yo te querría casar con una hija mía, si tú lo tovieses por bien.» El acemilero respondió: «En verdad, señor, que yo lo hiciese por haceros placer; mas ¿con qué cara tengo de volver a mi tierra sabiendo mis parientes que soy casado con vuestra hija?» Villalobos le respondió: «Por cierto tú haces bien, como hombre que tiene sangre en el ojo; mas yo te certifico que no entiendo ésta tu honra, ni aun la mía.»

Dijo el Duque de Alba don Fadrique al doctor Villalobos: «Parésceme, señor doctor, que sois muy gran albeitar.» Respondió el doctor: «Tiene V. S.ª razon, pues curo a un tan gran asno.»

«El doctor Villalobos, estando la corte en Toledo, entró en una iglesia a oír misa y púsose a rezar en un altar de la Quinta Angustia, y a la sazón que él estaba rezando, pasó por junto a él una señora de Toledo que se llama Doña Ana de Castilla, y como le vió, comienza a decir: «Quitadme de cabo este judío, que mató a mi marido», porque le había curado en una enfermedad de la que murió. Un mozo llegóse al Doctor Villalobos muy de prisa, y díjole: «Señor, por amor de Dios, que vays que está mi padre [p. 95] muy malo, a verle». Respondió el doctor Villalobos: «Hermano, ¿vos no veis aquella que va allí vituperándome y llamándome judío porque maté a su marido?, Y señalando al altar: «Y ésta que está aquí llorando y cabizbaja porque dice que le maté su hijo, ¿y queréis vos que vaya ahora a matar a vuestro padre?»

El Duque de Nájera, a quien se refiere la curiosa anécdota que voy a transcribir, no es el primero y más famoso de su título, don Pedro Manrique de Lara, a quien por excelencia llamaron el Fuerte , sino un nieto suyo que heredó el ingenio más bien que la fortaleza caballeresca de su terrible abuelo. La anécdota es curiosa para la historia literaria, porque prueba el temor que infundía en su tiempo la pluma maldiciente y venal de Pedro Aretino.

«El Duque de Nájera y el Conde de Benavente tienen estrecha amistad entre sí, y el Conde de Benavente, aunque no es hombre sabio ni leído, ha dado, sólo por curiosidad, en hacer librería, y no ha oído decir de libro nuevo cuando le merca y le pone en su librería. El Duque de Nájera, por hacerle una burla, estando con él en Benavente, acordó de hacerla desta manera: que hace una carta fingida con una memoria de libros nunca oídos ni vistos ni que se verán, los cuales enviaba Pedro Aretino, italiano residente en Venecia, el cual, por ser tan mordaz y satírico, tiene salario del Pontífice, Emperador, Rey de Francia y otros Príncipes y grandes, y en llegando al tiempo de la paga, si no viene luego, hace una sátira o comedia o otra obra que sepa a esto contra el tal.

Esta carta y memoria de libros venía por mano de un mercader de Burgos, en la cual carta decía que en recompensa de tan buena obra como a Su Señoría había hecho Pedro Aretino, que sería bien enviarle algun presente, pues ya sabía quién era y cuán maldiciente. La carta se dió al Conde y la memoria, y como la leyese y no entendiese la facultad de los libros, ni aun el autor, mostróla al Duque como a hombre más leído y visto, el cual comienza a ensalzar la excelencia de las obras, y que luego ponga por obra de gratificar tan buen beneficio a Pedro Aretino, que es muy justo. El Conde le preguntó que qué le parescia se le debia enviar. El Duque respondió que cosa de camisas ricas, lençuelos, toallas, guantes aderezados y cosas de conserva y otras cosas de este jaez. En fin, el Duque señalaba lo que más a su propósito [p. 96] hacía, como quien se había de aprovechar de ello más que Pedro Aretino. El Conde puso luego por la obra el hacer del presente, que tardaron más de un mes la Condesa y sus damas y monasterios y otras partes, y hecho todo, enviólo a hacer saber al Duque, y dase órden que se lleve a Burgos, para que desde allí se encamine a Barcelona y a Venecia, y trayan los libros de la memoria; la cual órden dió despues mejor el Duque, que lo hizo encaminar a su casa y recámara. Y andando el tiempo, vínolo a saber el Conde, y estuvo el más congoxado y desabrido del mundo con la burla del Duque, esperando sazon para hacerle otra para satisfaccion de la recibida.»

Aun en libros de tan frívola apariencia como éste pueden encontrarse a veces curiosidades históricas. Lo es, por ejemplo, el siguiente cuentecillo, que prueba la persistencia de los bandos de la Edad Media en las provincias septentrionales de España hasta bien entrado el siglo XVI.

«En un lugar de la Montaña que llaman Luena hay un clérigo que es cura del lugar, que llaman Andrés Diaz, el cual es Gil, y tiene tan gran enemistad con los Negretes como el diablo con la cruz... Estando un dia diciendo misa a unos novios que se velaban, de los principales, y como fuese domingo y se volviese a echar las fiestas, y viese entre los que habían venido a las bodas algunos Negretes, dijo: «Señores, yo querría echar las fiestas; mas vi los diablos y hánseme olvidado». Y sin más, volvióse y acabó la misa; y al echar del agua bendita, no la quiso echar a los Negretes solos, diciendo en lugar de aqua benedicta: «Diablos fuera».

Con los nombres famosos de Suero de Quiñones y don Enrique de Villena y las tradiciones relativas a la magia de éste se enlaza la siguiente conseja:

«Contaba Velasco de Quiñones que Suero de Quiñones, el que guardó el paso de Orbigo por defender que él era el más esforzado, y Pedro de Quiñones y Diego, sus hermanos, sabio y gentil hombre, rogó a don Enrique de Villena le mostrase al demonio. Negábase el de Villena; pero al cabo, vencido por sus ruegos, invitó un día a comer a Suero, sirviéndoles de maestresala el demonio. Era tan gentil hombre, y tan bien tractado y puesto lo que traia, que Suero le envidiaba y decia a su hermano que era más gentil hombre que cuantos hasta allí viera. Acabada la comida, [p. 97] preguntó enojado a don Enrique quién era aquel maestresala. Don Enrique se reía. Entró el maestresala en la cámara donde se había retraído, y arrimóse a una pared con gran continencia, y preguntó otra vez quién era. Sonrióse don Enrique y dijo: «El demonio». Volvió Suero a mirarle, y como le vió, puestas las manos sobre los ojos, a grandes voces dijo: «¡Ay Jesús, ay Jesús!» Y dió consigo en tierra por baxo de una mesa, de donde le levantaron acontecido. ¡Qué hiciera a verlo en su terrible y abominable figura!»

En un libro de pasatiempo y chistes no podía faltar alguno a costa de los portugueses. Hay varios en la floresta de Pinedo, entre los cuales elijo por menos insulso el siguiente:

«Hacían en un lugar la remembranza del prendimiento de Jesucristo, y como acaso fuesen por una calle y llevase la cruz a cuestas, y le fuesen dando de empujones y de palos y puñadas, pasaba un portugués a caballo, y como lo vió apeóse, y poniendo mano a la espada, comenzó a dar en los sayones de veras, los cuales, viendo la burla mala, huyeron todos. El portugués dijo: «¡Corpo de Deus con esta ruyn gente castellana!» Y vuelto al Cristo con enojo, le dijo: «E vos, home de bien, ¿por qué vos dejais cada año prender?»

Pero la obra maestra de este género de pullas, cultivado recíprocamente por castellanos y portugueses, y que ha contribuído más de lo que parece a fomentar la inquina y mala voluntad entre los pueblos peninsulares, [1] son las célebres Glosas al Sermón de Aljubarrota , atribuídos en manuscritos del siglo XVI a don Diego Hurtado de Mendoza, como otros varios papeles de donaire, algunos evidentemente apócrifos. No responderé yo tampoco de la atribución de estas glosas , puesto que en ellas mismas se dice que el autor era italiano, [2] si bien esto pudo ponerse para disimular, [p. 98] siendo por otra parte tan castizo el picante y espeso sabor de este opúsculo. Además, el autor, quien quiera que fuese, supone haber oído el sermón en Lisboa el año de 1545 [1] y precisamente durante todo aquel año estuvo don Diego de embajador en el Concilio de Trento. Todas estas circunstancias hacen muy sospechosa la autenticidad de esta sátira, aunque no menoscaben su indisputable gracejo.

El tal sermón de circunstancias, lleno de hipérboles y fanfarronadas, en commemoración del triunfo del Maestre de Avís contra don Juan I de Castilla, sirve de texto o de pretexto a una copiosa antología de chascarrillos, anécdotas, dicharachos extravagantes, apodos, motes y pesadas zumbas, no todas contra portugueses, aunque éstos lleven la peor parte. El principal objeto del autor es hacer reír, y ciertamente lo consigue, pero ni él ni sus lectores debían de ser muy escrupulosos en cuanto a las fuentes de la risa. Algún cuento hay en estas glosas, el del portugués Ruy de Melo, verbigracia, que por lo cínico y brutal estaría mejor entre las del Cancionero de Burlas ; otros, sin llegar a tanto, son nauseabundos y mal olientes; pero hay algunos indisputablemente graciosos, sin mezcla de grosería; los hay hasta delicados, como el del huésped aragonés y el castellano, rivales en cortesía y gentileza; [2] y hay, [p. 99] finalmente (y es lo que da más precio a este género de silvas y florestas), hechos y dichos curiosos de la tradición nacional. Baste citar el ejemplo siguiente, que tiene cierta fiereza épica:

«Sólo quiero decir aquí de un gallego que se decía Alvaro Gonzalez de Ribadeneyra, que estando en la cama para morir, los hijos, con deseo de poner en cobro el alma de su padre, fueron a la cama, y preguntáronle si en las diferencias pasadas del Obispo de Lugo y las que tuvo con otros señores, si tenía algo malganado que lo declarase, que ellos lo restituirían; por tanto, que dijese el título que a la hacienda dejaba y tenía. Lo cual, como oyese el viejo, mandó ensillar un caballo, y levantóse como mejor pudo, y subióse en él, y tomando una lanza, puso las piernas al caballo y envistió a la pared y quebró la lanza en piezas, y volviendo a sus hijos, dijo: «El título con que os dejo ganada la hacienda y honra ha sido éste; si lo supiéredes sustentar, para vosotros será el provecho, y si no, quedad para ruines.» Y volvióse a la cama, y murió.»

No nos detendremos en el cuaderno de los Cuentos de Garibay [p. 100] que posee la Academia de la Historia, [1] porque la mayor parte de estos cuentos pasaron casi literalmente a la Floresta Española de Melchor de Santa Cruz. Si el recopilador de ellos fué, como creemos, el historiador guipuzcoano del mismo apellido, que pasó en Toledo la última parte de su vida, allí mismo pudo disfrutar Santa Cruz su pequeña colección manuscrita e incorporarla en la suya, más rica y metódica que ninguna de las precedentes y de las posteriores.

Poco sabemos de las circunstancias personales de este benemérito escritor, salvo que era natural de la villa de Dueñas en Castilla la Vieja y vecino de la ciudad de Toledo. Su condición debía de ser humilde y cortos sus estudios, puesto que dice en el prólogo de sus Cien Tratados: «Mi principal intento fué solamente escribir para los que no saben leer mas de romance, como yo , y no para los doctos.» Y dedicando al Rey don Felipe el Prudente la segunda parte de dicha obra, da a entender otra vez que toda su lectura era de libros en lengua vulgar. «El sosiego tan grande y dichosa paz que en los bienaventurados tiempos de Vuestra Magestad hay, son causa que florezcan en ellos todas las buenas artes y honestos ejercicios; y que no solamente los hombres doctos, mas los ignorantes como yo , se ocupen en cosas ingeniosas y eruditas, cada uno conforme a su posibilidad. Yo, poderosísimo señor, he sido siempre aficionado a gastar el tiempo en leer buenos libros, principal los morales que en nuestra lengua yo he podido haber (que no han sido pocos), de donde he sacado estas sentencias.»

Todos sus trabajos pertenecen, en efecto, a la literatura vulgar y paremialógica. Los Cien Tratados [2] son una colección de máximas y sentencias morales en tercetos o ternarios de versos octosílabos, imitando hasta en el metro los Trezientos Proverbios, Consejos y avisos muy provechosos para el discurso de nuestra humana [p. 101] vida , del abogado valenciano don Pedro Luis Sanz. [1] Del mismo modo, la Floresta , cuya primera edición es de 1574, [2] fué indudablemente sugerida por el Sobremesa de Timoneda. Pero el plan de Santa Cruz es más vasto y envuelve un conato de clasificación seguido con bastante regularidad, que hace fácil el manejo de su librillo.

Aunque Melchor de Santa Cruz da a entender que no sabía [p. 102] más lengua que la propia, no le creo enteramente forastero en la italiana, de tan fácil inteligencia para todo español, y me parece muy verosímil, aunque no he tenido ocasión de comprobarlo, que conociese y aprovechara las colecciones de Fazecie , motti, buffonerie et burle del Piovano Arlotto, del Gonella y del Barlacchia; las Facezie et motti arguti di alcuni eccellentissimi ingegni de Ludovico Domenichi (1547); las Hore di recreazione de Ludovico Guicciardini, no traducidas en aquella fecha al castellano, y algunas otras ligeras producciones de la misma índole que la Floresta . Y aun suponiendo que no las hubiese visto en su original, las conocía indirectamente a través de Timoneda, sin contar con los chistes que se hubiesen incorporado en la tradición oral. Pero estos cuentos son fáciles de distinguir del fondo indígena de la Floresta , cuyo verdadero carácter señala perfectamente el autor en su dedicatoria a don Juan de Austria.

«En tanta multitud de libros como cada dia se imprimen y en tan diversas e ingeniosas invenciones, que con la fertilidad de los buenos ingenios de nuestra nacion se inventan, me pareció se habían olvidado de una no menos agradable que importante para quien es curioso y aficionado a las cosas propias de la patria, y es la recopilación de sentencias y dichos notables de españoles. Los cuales, como no tengan menos agudeza, ni menos peso o gravedad que los que en libros antiguos están escriptos, antes en parte, como luego diré, creo que son mejores, estoy maravillado qué ha sido la causa que no haya habido quien en esto hasta ahora se haya ocupado. Yo, aunque hombre de ningunas letras y de poco ingenio, así por intercesion de algunos amigos, que conocieron que tenia inclinacion a esto, como por la naturaleza, que de esta antigua y noble ciudad de Toledo tengo, [1] donde todo el primor y elegancia del buen decir florece, me he atrevido a tomar esta empresa. Y la dificultad que en escribir estos dichos hay es la que se tiene en hallar moneda de buen metal y subida de quilates. Porque así como aquella es más estimada que debaxo de menos [p. 103] materia contiene más valor, así aquellos son más excelentes dichos los que en pocas palabras tienen encerradas muchas y notables sentencias. Porque unos han de ser graves y entendidos; otros agudos y maliciosos; otros agradables y apacibles; otros donosos para mover a risa; otros que lo tengan todo, y otros hay metaforizados, y que toda su gracia consiste en la semejanza de las cosas que se apropia, de las quales el que no tiene noticia le parece que es el dicho frio, y que no tiene donayre, siendo muy al contrario para el que entiende. Otros tienen su sal en las diversas significaciones de un mismo vocablo; y para esto es menester que así el que lo escribe, como el que lo lee, tenga ingenio para sentirlo y juicio para considerarlo...

En lo que toca al estilo y propiedad con que se debe escribir, una cosa no me puede dejar de favorecer; y es el lugar donde lo escribo, cuya autoridad en las cosas que toca al comun hablar es tanta, que las leyes del Reino disponen que cuando en alguna parte se dudare de algun vocablo castellano, lo determine el hombre toledano que alli se hallare. [1] Lo cual por justas causas se mandó juntamente: la primera porque esta ciudad está en el centro de toda España, donde es necesario que, como en el corazon se producen más subtiles espíritus, por la sangre más delicada que allí se envía, así tambien en el pueblo que es el corazon de alguna region está la habla y la conversacion más aprobada que en otra parte de aquel reino.

La segunda, por estar lejos del mar, no hay ocasion, por causa del puerto, a que gentes extrangeras hayan de hacer mucha morada [p. 104] en él; de donde se sigue corrupcion de la lengua, y aun tambien de las costumbres.

La tercera, por la habilidad y buen ingenio de los moradores que en ella hay; los cuales, o porque el aire con que respiran es delgado, o porque el clima y constelacion les ayuda, o porque ha sido lugar donde los Reyes han residido, están tan despiertos para notar cualquiera impropiedad que se hable, que no es menester se descuide el que con ellos quisiere tratar desto...»

Es libro curiosísimo, en efecto, como texto de lengua; pero debe consultarse en las ediciones del siglo XVI, pues en las posteriores, especialmente en las dos del siglo XVIII, se modernizó algo el lenguaje, además de haberse suprimido o cercenado varios cuentos que parecieron libres o irreverentes, a pesar de la cuerda prevención que hacía el mismo Santa Cruz en estos versos:

       De aquesta Floresta, discreto lector,
       Donde hay tanta copia de rosas y flores,
       De mucha virtud, olor y colores,
       Escoja el que es sabio de aquí lo mejor.
       Las de linda vista y de buen sabor
       Sirvan de salsa a las virtuosas,
       Y no de manjar, si fueren viciosas,
       Pues para esto las sembró el autor.

Las partes de la Floresta , que fueron diez en la primera edición toledana y once en la de Alcalá, 1576, llegaron definitivamente a doce, distribuidas por el orden siguiente:

«Primera Parte: Capítulo I. De Sumos Pontífices.—Cap. II. De Cardinales.—Cap. III. De Arzobispos.—Cap. IV. De Obispos.—Cap. V. De Clérigos.—Cap. VI. De Frayles.

Segunda Parte: Capítulo I. De Reyes.—Cap. II. De caballeros.—Cap. III. De capitanes y soldados.—Cap. IV. De aposentadores.—Cap. V. De truhanes.—Cap. VI. De pajes.

Tercera Parte: Capítulo I. De responder con la misma palabra.—Cap. II. De responder con la copulativa antigua.—Cap. III. De gracia doblada.—Cap. IV. De dos significaciones.—Cap. V. De responder al nombre propio.—Cap. VI. De enmiendas y declaraciones de letras.

Cuarta parte: Capítulo I. De jueces.—Cap. II. De letrados.—Cap. III. De escribanos.—Cap. IV. De alguaciles.—Cap. V. De [p. 105] hurtos.—Cap. VI. De justiciados.—Cap. VII. De médicos y cirujanos.—Cap. VIII. De estudiantes.

Quinta parte: Capítulo I. De vizcaynos.—Cap. II. De mercadores.—Cap. III. De oficiales.—Cap. IV. De labradores.—Cap. V. De pobres.—Cap. VI. De moros.

Sexta parte: Capítulo I. De amores.—Cap. II. De músicos.—Cap. III. De locos.—Cap. IV. De casamientos.—Cap. V. De sobrescriptos.—Cap. VI. De cortesía.—Cap. VII. De juegos.—Cap. VIII. De mesa.

Séptima parte: Capítulo I. De dichos graciosos.—Cap. II. De apodos.—Cap. III. De motejar de linaje.—Cap. IV. De motejar de loco.—Cap. V. De motejar de necio.—Cap. VI. De motejar de bestia.—Cap. VII. De motejar de escaso.—Cap. VIII. De motejar de narices.

Octava parte: Capítulo I. De ciegos.—Cap. II. De chicos.—Cap. III. De largos.—Cap. IV. De gordos.—Cap. V. De flacos.—Cap. VI. De corcobados.—Cap. VII. De cojos.

Nona parte: Capítulo I. De burlas y dislates.—Cap. II. De fieros.—Cap. III. De camino.—Cap. IV. De mar y agua.—Cap. V. De retos y desafíos.—Cap. VI. De apodos de algunos pueblos de España y de otras naciones.

Décima parte: De dichos extravagantes.

Undécima parte: Capítulo I. De dichos avisados de mujeres.—Cap. II. De dichos graciosos de mujeres.—Cap. III. De dichos a mujeres.—Cap. IV. De mujeres feas.—Cap. V. De viudas.

Duodécima parte: Capítulo I. De niños.—Cap. II. De viejos.—Cap. III. De enfermos.»

En una colección tan vasta de apotegmas no puede menos de haber muchos enteramente insulsos, como aquel que tanto hacía reír a Lope de Vega: «Hallé una vez en un librito gracioso que llaman Floresta Española una sentencia que había dicho un cierto conde: «Que Vizcaya era pobre de pan y rica de manzanas», y tenía puesto a la margen algun hombre de buen gusto, cuyo había sido el libro: «Sí diría», que me pareció notable donayre.» [1] Pero no por eso ha de menospreciarse el trabajo del buen Santa Cruz; [p. 106] del cual pueden sacarse varios géneros de diversión y provecho. Sirve, no sólo para el estudio comparativo y genealógico de los cuentos populares, que allí están presentados con lapidaria concisión, sino para ver en juego, como en un libro de ejercicios gramaticales, muchas agudezas y primores de la lengua castellana en su mejor tiempo, registrados por un hombre no nuy culto, pero limpio de toda influencia erudita, y que no a los doctos, sino al vulgo, encaminaba sus tareas. Además de este interés lingüístico y folklórico , que es sin duda el principal, tiene la Floresta el mérito de haber recogido una porción de dichos, más o menos auténticos, de españoles célebres, que nos dan a conocer muy al vivo su carácter, o por lo menos la idea que de ellos se formaban sus contemporáneos. Por donde quiera está sembrado el libro de curiosos rasgos de costumbres, tanto más dignos de atención cuanto que fueron recogidos sin ningún propósito grave, y no aderezados ni aliñados en forma novelística. Las anécdotas relativas al doctor Villalobos y al famoso truhán de Carlos V don Francesillo de Zúñiga, que tantas y tan sabrosas intimidades de la corte del Emperador consignó en su Crónica burlesca, [1] completan la impresión que aquel extraño documento deja. Del arzobispo don Alonso Carrillo, del canónigo de Toledo Diego López de Ayala, del cronista Hernando del Pulgar, y aun del Gran Capitán y de los cardenales Mendoza y Cisneros, hay en este librillo anécdotas interesantes. Aun para tiempos más antiguos puede ser útil consultar a veces la Floresta . Por no haberlo hecho los que hemos tratado de las leyendas relativas al rey don Pedro, hemos retrasado hasta el siglo XVII la primera noticia del caso del zapatero [p. 107] y el prebendado, que ya Melchor de Santa Cruz refirió en estos términos:

«Un arcediano de la Iglesia de Sevilla mató a un zapatero de la misma ciudad, y un hijo suyo fué a pedir justicia; y condenóle el juez de la Iglesia en que no dixese Misa un año. Dende a pocos días el Rey don Pedro vino a Sevilla, y el hijo del muerto se fué al Rey, y le dixo cómo el arcediano de Sevilla había muerto a su padre. El rey le preguntó si habia pedido justicia. El le contó el caso como pasaba. El Rey le dixo: «¿Serás tú hombre para matarle, pues no te hacen justicia?» Respondió: «Sí, señor». «Pues hazlo así», dixo el Rey. Esto era víspera de la fiesta del Corpus Christi. Y el dia siguiente, como el Arcediano iba en la procesion cerca del Rey, dióle dos puñaladas, y cayó muerto. Prendióle la justicia, y mandó el Rey que lo truxesen ante él. Y preguntóle, ¿por qué habia muerto a aquel hombre? El mozo dixo: «Señor, porque mató a mi padre, y aunque pedí justicia, no me la hicieron.» El juez de la Iglesia, que cerca estaba, respondió por sí que se la había hecho, y muy cumplida. El Rey quiso saber la justicia que se le habia hecho. El juez respondió que le habia condenado que en un año no dixese Misa. El Rey dixo a su alcalde: «Soltad este hombre, y yo le condeno que en un año no cosa zapatos.» [1]

Es también la Floresta el más antiguo libro impreso en que recuerdo haber leído la leyenda heroica de Pedro González de Mendoza, el que dicen que prestó su caballo a don Juan I para salvarse en la batalla de Aljubarrota. [2] Por cierto que las últimas palabras de este relato sencillo tienen más energía poética que el afectado y contrahecho romance de Hurtado de Velarde Si el caballo vos han muerto . «Le tomó en su caballo y le sacó de la batalla (dice Melchor de Santa Cruz); y de que le hubo puesto en salvo, queriendo volver, el Rey en ninguna manera lo consentía. Mas se volvió diciendo: «No quiera Dios que las mujeres de Guadalaxara digan que saqué a sus maridos de sus casas vivos y los dexo muertos y me vuelvo.»

Entre las muchas anécdotas relativas a Gonzalo Fernández de Córdoba es notable por su delicadeza moral la siguiente:

[p. 108] «El Gran Capitan pasaba muchas veces por la puerta de dos doncellas, hijas de un pobre escudero, de las quales mostraba estaba aficionado, porque en extremo eran hermosas. Entendiéndolo el padre de ellas, pareciéndole que seria buena ocasión para remediar su necesidad, fuése al Gran Capitan, y suplicó le proveyese de algun cargo fuera de la ciudad, en que se ocupase. Entendiendo el Gran Capitan que lo hacia por dexar la casa desocupada, para que si él quisiese pudiese entrar libremente, le preguntó: «¿Qué gente dexais en vuestra casa?» Respondió: «Señor, dos hijas doncellas». Díxole: «Esperad aquí, que os sacaré la provision»; y entró en una cámara, y sacó dos pañizuelos, y en cada uno de ellos mil ducados, y dióselos, diciendo: «Veis aqui la provision, casad luego con esto que va ahi vuestras hijas; y en lo que toca a vos, yo tendré cuidado de proveeros.»

La Floresta ha prestado abundante material a todo género de obras literarias. Sus chistes y cuentecillos pasaron al teatro y a la conversación, y hoy mismo se repiten muchos de ellos o se estampan en periódicos y almanaques, sin que nadie se cuide de su procedencia. Su brevedad sentenciosa contribuyó mucho a que se grabasen en la memoria, y grandes ingenios no los desdeñaron. Aquel sabido romance de Quevedo, que termina con los famosos versos:

       Arrojar la cara importa,
       Que el espejo no hay por qué,

tiene su origen en este chascarrillo de la Floresta (Parte 12.ª):

«Una vieja hallóse un espejo en un muladar, y como se miró en él y se vió tal, echando la culpa al espejo, le arrojó diciendo: «Y aun por ser tal, estás en tal parte.»

Y aquel picaño soneto, excelente en su línea, que algunos han atribuido sin fudamento a Góngora, y otros al licenciado Porras de la Cámara:

       Casó de un Arzobispo el despensero...

no es más que la traducción en forma métrica y lengua libre de este cuentecillo de burlas, que tal como está en la Floresta (Parte undécima, capítulo III), no puede escandalizar a nadie, aunque bien se trasluce la malicia:

[p. 109] «Un criado de un obispo habia mucho tiempo que no habia visto a su mujer, y dióle el obispo licencia que fuesse a su casa. El Maestresala, el Mayordomo y el Veedor, burlándose con él, que eran muy amigos, rogáronle que en su nombre diese a su mujer la primera noche que llegase un abrazo por cada uno. El se lo prometió, y como fué a su casa, cumplió la palabra. Contándole el caso cómo lo había prometido, preguntó la mujer si tenia más criados el obispo; respondió el marido: Si, señora; mas los otros no me dieron encomiendas.»

Abundan en la Floresta los insulsos juegos de palabras, pero hay también cuentos de profunda intención satírica. Mucho antes que el licenciado Luque Fajardo, en su curiosísimo libro Fiel desengaño contra la ociosidad y los juegos , nos refiriese la ejemplar historia de los Beatos de la Cabrilla , [1] había contado otra enteramente análoga Melchor de Santa Cruz (cuarta parte, cap. V):

«Un capitan de una quadrilla de ladrones, que andabar a asaltear, disculpábase que no habia guerra y no sabia otro oficio. Tenia costumbre que todo lo que robaba partia por medio con aquel a quien le tomaba. Robando a un pobre hombre, que no trahia mas de siete reales, le dixo: «Hermano, de éstos me pertenecen a mí no más de tres y medio; llevaos vos los otros tres y medio. Mas ¿cómo haremos, que no hay medio real que os volver?» El pobre hombre, que no veia la hora de verse escapado de sus manos, dixo: «Señor, llevaos en buen hora los quatro, pues no hay [p. 110] trueque.» Respondió el capitan: «Hermano, con lo mio me haga Dios merced.»

Con detención hemos tratado de un libro tan vulgar y corriente como la Floresta no sólo por ser el más rico en contenido de los de su clase, sino también por el éxito persistente que obtuvo, del cual testifican veintidós ediciones por lo menos durante los siglos XVI y XVII. Todavía en el siglo XVIII la remozó, añadiéndola dos volúmenes, Francisco Asensio, uno de aquellos ingenios plebeyos y algo ramplones, pero castizos y simpáticos, que en la poesía festiva, en el entremés y en la farsa, en la pintura satírica de costumbres, conservaban, aunque muy degeneradas, las tradiciones de la centuria anterior, a despecho de la tiesa rigidez de los reformadores del buen gusto . En Francia, la Floresta fué traducida íntegramente por un Mr. de Pissevin en 1600; reimpresa varias veces en ediciones bilingües, desde 1614; abreviada y saqueada por Ambrosio de Salazar y otros maestros de lengua castellana. Hubo, finalmente, una traducción alemana, no completa, publicada en Tubinga en 1630.

Por más que Melchor de Santa Cruz fuese hombre del pueblo y extraño al cultivo de las humanidades, el título mismo de apotegmas que dió a las sentencias por él recogidas, prueba que le eran familiares los libros clásicos del mismo género que ya de tiempo atrás hablaban en lengua castellana, especialmente los Apotegmas de Plutarco, traducidos del griego en 1533 por el secretario Diego Gracián; [1] la Vida y excelentes dichos de los más sabios [p. 111] philosophos que hubo en este mundo , de Hernando Díaz, [1] y la copiosa colección de Apotegmas de reyes, príncipes, capitanes, filósofos y oradores de la antigüedad que recogió Erasmo de Roterdam y pusieron en nuestro romance Juan de Jarava y el bachiller Francisco Thamara en 1549. [2]

Tampoco fué Melchor de Santa Cruz, a pesar de lo que insinúa en su prólogo, el primero que, a imitación de estas colecciones clásicas, recopilase sentencias y dichos de españoles ilustres. Ya en 1527 el bachiller Juan de Molina, que tanto hizo gemir las prensas de Valencia con traducciones de todo género de libros religiosos y profanos, había dado a luz el Libro de los dichos y hechos del Rey Don Alonso , quinto de este nombre en la casa de Aragón, [p. 112] conquistador del reino de Nápoles y gran mecenas de los humanitas de la península itálica que le apellidaron el Magnánimo. [1] No fué esta la única, aunque sí la más divulgada versión de los cuatro libros de Antonio Panormita. De Dictis et factis Alphonsi, regis Aragonum et Neapolis , [2] que no es propiamente una historia de Alfonso V, sino una colección de anécdotas que pintan muy al vivo su carácter y su corte. Unido al De dictis factisque del Panormita va casi siempre el Commentarius de Eneas Silvio, obispo de Siena cuando le escribió y luego Papa con el nombre de Pío II. [3]

Un solo personaje español del tiempo de los Reyes Católicos logró honores semejantes, aunque otros los mereciesen más que él. Fué el primer duque de Nájera, don Pedro Manrique de Lara, tipo arrogante de gran señor, en su doble condición de bravo guerrero y de moralista sentencioso y algo excéntrico. Un anónimo recopiló sus hazañas valerosas y dichos discretos; [4] y apenas [p. 113] hubo floresta del siglo XVI en que no se consignase algún rasgo, ya de su mal humor, ya de su picante ingenio.

Al siglo XVII muy entrado pertenece el libro, en todos conceptos vulgarísimo, Dichos y hechos del señor rey don Felipe segundo el prudente , [1] que recopiló con mejor voluntad que discernimiento el cura de Sacedón Baltasar Porreño, autor también de otros Dichos y hechos de Felipe III , mucho menos conocidos porque sólo una vez y muy tardíamente, fueron impresos.

Son casi desconocidos en nuestra literatura aquellos libros comúnmente llamados anas (Menagiana, Scaligerana, Bolaeana, etc.), de que hubo plaga en Francia y Holanda durante el siglo XVII y que, a vueltas de muchas anécdotas apócrifas o caprichosamente atribuídas al personaje que da nombre al libro, suelen contener mil curiosos detalles de historia política y literaria. El carácter español se presta poco a este género de crónica menuda. pero no faltaron autores, y entre ellos alguno bien ilustre, que hiciesen colección de sus propios apotegmas. A este género puede reducirse El Licenciado Vidriera de Cervantes, [2] donde la sencillísima fábula novelesca sirve de pretexto para intercalar las sentencias de aquel cuerdo loco, así como Luciano había puesto las suyas en boca del cínico Demonacte.

De Cervantes al jurado cordobés Juan Rufo, infeliz cantor de don Juan de Austria, es grande la distancia a pesar de la simpática benevolencia con que el primero habló del segundo en el famoso [p. 114] escrutinio de los libros del hidalgo manchego. Pero no le juzguemos por la Austríada, sino por Las seyscientas apotegmas que publicó en 1596 [1] y por los versos que las acompañan, entre los cuales están la interesante leyenda de Los Comendadores , el poemita humorístico de la muerte del ratón , la loa o alabanza de la comedia , precursora de las de Agustín de Rojas, y sobre todo la Carta a su hijo , que tiene pasajes bellísimos de ingenuidad y gracia sentenciosa. Juan Rufo, que tan desacordadamente se empeñó en embocar la trompa épica, era un ingenio fino y discreto, nacido para dar forma elegante y concisa a las máximas morales que le había sugerido la experiencia de la vida más bien que el trato de los libros. Sus apotegmas en prosa testifican esto mismo, y cuando se forme la colección, que todavía no existe, de nuestros moralistas prácticos y lacónicos, merecerán honroso lugar en ella. Sólo incidentalmente tocan a nuestro propósito, puesto que suelen ser breves anécdotas selladas con un dicho agudo. Entre los contemporáneos de Rufo tuvieron mucho aplauso, aun antes de ser impresos, y el agustino Fr. Basilio de León (sobrino de Fr. Luis y heredero de su doctrina) los recomendó en estos encarecidos términos: «Llegó a mis manos, antes que se imprimiesse, el libro de las Apotegmas del Iurado Iuan Rufo; con el qual verdaderamente me juzgué rico, pues lo que enriqueze al entendimiento, es del hombre riqueza verdadera. Y hay tanta, no sólo en todo el libro (que no es poco, segun salen muchos a luz, grandes en las hojas y en las cosas pequeños), sino lo que es más, en qualquiera parte dél, por pequeña que sea, que con razon puede juzgarse por muy grande, porque la pureza de las palabras, la elegancia dellas, junto con la armonía que hazen las unas con las otras, es de tanta estimación en mis ojos quanto deseada en los que escriven. Allegose a esto la agudeza de los dichos, el sentido y la gravedad que tienen, la philosophia y el particular discurso que descubren. De manera que al que dice bien y tan bien como el autor deste libro, se le puede dar justissimamente un nuevo y [p. 115] admirable nombre de maravillosa eloquencia: pues los que hablan mal son innumerables, y él se aventaja a muchos de los que bien se han esplicado. El aver enxerido en el donayre y dulzura de las palabras, lo que es amargo para las dañadas costumbres, nacio de particular juyzio y de prudencia. Como el otro que a una dama a quien, o por miedo, o por melindre, espantava el hierro del barbero, la sangró disfraçandole astutamente con la esponja. En fin, no entiendro que avrá ninguno de buen gusto que no le tenga, y muy grande, con este libro, y Córdova no menor gozo, viendo cifrado en su dueño todo lo que en sus claros hijos luze repartido.»

Hemos visto que el título de Apotegmas había sido introducido por los traductores de Plutarco y Erasmo. Creemos que Juan Rufo fué el primero que le aplicó a una colección original, dando la razón de ello: «El nombre de Apotegmas es griego, como lo son muchos vocablos recebidos ya en nuestra lengua; trúxole a ella, con la autoridad de grandes escritores, la necessidad que avia deste término, porque significa breve y aguda sentencia, dicho y respuesta; sentido que con menos palabras no se puede explicar.»

Para dar idea del carácter de este curioso librito, citaré sin particular elección unos cuantos apotegmas, procurando que no sean de los que ya copió Gallardo, aunque no siempre podrá evitarse la repetición, porque aquel incomparable bibliógrafo tenía particular talento para extraer la flor de cuanto libro viejo caía en sus manos.

«Oyendo cantar algunos romances de poetas enamorados, con relacion especial de sus desseos y pensamientos, y aun de sus obras, dixo (Rufo): Locos están estos hombres, pues se confiesan a gritos.» (Fol. 4).

«Un año despues que estuvo oleado, le dixo un amigo, viéndole bueno: Harto mejor estays de lo que os vi aora un año. R. Mucha más salud tenía entonces, pues tenia más un año de vida.» (Fol. 6 vuelto).

«Mirando a una fea, martyr de enrubios, afeytes, mudas, y de vestirse y ataviarse costosamente, y con estraña curiosidad, dixo que las feas son como los hongos, que no se pueden comer si no en virtud de estar bien guisados, y con todo son ruyn vianda.» (Fol. 7).

«Preguntóle un viejo de sesenta años si se teñiria las canas, [p. 116] y R. No borreis en una hora lo que Dios ha escrito en sesenta años.» (Fol. 7 vuelto).

«El agua encañada, quanto mas baxa sube, y la palabra de Dios entra por los oydos, y penetra hasta el corazon, si sale dél.» (Folio 9).

«Contava un cavallero una merienda que ciertos frayles tuvieron en un jardin del susodicho; y que tras la abundancia de la vianda, y diferencias de vinos que huvo, fue notable el gusto y alegria de todos aquellos reverendos. Y dezia tambien que uno dellos (devoto y compuesto religioso) se puso de industria a pescar en un estanque, por escusar la behetria de los demas. Oydo lo qual, dixo: no se podra dezir por esse: no sabe lo que se pesca.» (Folio 13).

«El duque de Osuna, don Pedro Giron, tenia a la hora de su muerte junto a sí una gran fuente de plata, llena de nieve y engastados en ella algunos vasos de agua, y dixo el Condestable de Castilla, su yerno: Ningun consuelo hay para el Duque igual a tener aquella nieve cerca de sí. R. Quiere morir en Sierra Nevada, porque no le pregunten por don Alonso de Aguilar.» [1] (Fol. 15).

«Huvo disciplinas en Madrid por la falta de agua; y como era en el mes de Mayo y hazia calor, no salian hasta que anochezia. De manera que toda la tarde no cabian las calles por donde avian de pasar los disciplinantes, de damas y gente de a cavallo; y andavan los passeos tan en forma, como si algun grande regocijo fuera la causa de aquel concurso. Visto lo qual, al salir los penitentes, dixo que parecia entremes a lo divino en comedia deshonesta.» (Fol. 18).

«Tratándose del Cid, y de sus grandes proezas, dixo, que fue catredatico (sic) de valentia, pues enseñó a ser esforçado a Martin Pelaez.» [2] (Fol. 19).

[p. 117] «El hombre que más largas narices tuvo en su tiempo, dezia otro amigo suyo, que venia de Burgos a Madrid seis dias avia, y que le esperava dentro de una hora. No puede ser, le respondió Iuan Rufo, pues no han llegado sus narices.» (Fol. 22).

«Estando un carpintero labrando, aunque toscamente, los palos para hazer una horca, y otro vezino suyo murmurando de la obra del artífice, los puso en paz diziendo, que los palos de la horca son puntales de la republica.»

«Sentia ásperamente un gentil hombre el hacerse viejo, y corriase de verse algo cano, como si fuera delito vergonçoso. Y como fuesse su amigo, y le viesse que en cierta conversacion dava señales desto, le dixo para consuelo y reprehension, los versos que se siguen:

       Si quando el seso florece
       Vemos que el hombre encanece:
       Las canas deven de ser
       Flores que brota el saber
       En quien no las aborrece.»
       (Fol. 24 vuelto.)

«Sin duda este tiempo florece de poetas que hacen romances, y músicos que les dan sonadas: lo uno y lo otro con notable gracia y aviso. Pues como es casi ordinario amoldar los músicos los tonos con la primera copla de cada romance, dixo a uno de los poetas que mejor los componen que escusase en el principio afecto ni estrañeza particular, si en todo el romance no pudiesse continualla; porque de no hazello resulta que el primer cuarteto se lleva el mayorazgo de la propiedad de la sonada, y dexa pobres a todos los demas» (Fol. 26 vuelto).

«Considerados los desasosiegos, escándalos y peligros, gastos de hazienda y menoscabos de salud, que proceden de amorosos devaneos, dixo que los passatiempos del Amor son como el tesoro de los alquimistas, que costándoles mucho tiempo y trabajo, gastan el oro que tienen por el que despues no sacan.»(Fol. 67).

«Alabando algunos justissimamente la rara habilidad del doctor Salinas, [1] canónigo de Segovia, dixo que era Salinas de gracia y donaire, con ingenio de açucar.» (Fol. 74).

[p. 118] «El (autor) y un amigo suyo, que le solia reprehender porque no componia la segunda parte de la Austriada , passaron por donde estava un paxarillo destos que suben la comida y la bevida con el pico, entre otros que estavan enjaulados. Y como todos cantassen, y aquel no, dixo: Veys aqui un retrato del silencio de mi pluma, porque no soy paxaro enjaulado, sino aquel que está con la cadena al cuello. Preguntado por qué, dixo estos versos:

       Para el hombre que no es rico
       Cadena es el matrimonio,
       Y tormento del demonio
       Sustentarse por su pico.»
       (Fol. 94.)

«De quinientos ducados que el Rey le hizo de merced por su libro de la Austriada fue gastando en el sustento de su casa hasta que no le quedaban sino cincuenta, los quales se puso a jugar. [1]

Y preguntado por qué hazia aquel excesso, R. Para que las reliquias de mil soldados vençan, o mueran peleando, antes que el largo cerco los acabe de consumir.» (Fol. 99 vuelto).

«Como hay mujeres feas, que siendo ricas se dan a entender que a poder de atavios han de suplir con curiosidad los defectos de naturaleza: de la misma manera piensan algunos que por ser estudiosos y leydos, han de salir buenos poetas, siendo cosa, si no del todo agena de sus ingenios, a lo menos cuesta arriba y llena de aspereza. Y para más confirmacion deste engaño, nunca les faltan aficionados que los desvanezcan. Pues como un hombre que era apassionadissimo de un poeta por accidente, defendiesse sus Mussas con dezir que era hombre que sabia, le dixo: No es todo uno ser maestro de capilla y tener buena voz.» (Fol. 135).

«Vivia en la corte un pintor [2] que ganava de comer largamente a hazer retratos, y era el mejor pie de altar para su ganancia una caxa que traya con quarenta o cincuenta retratos pequeños de las más hermosas señoras de Castilla, cuyos traslados le pagavan muy bien, unos por aficion y otros por sola curiosidad. Este [p. 119] le mostró un dia todo aquel tabaque de rosas, y le confessó los muchos que le pedian copias dellas. R. Soys el rufian más famoso del mundo, pues ganays de comer con cincuenta mujeres.» (Folio número 136).

«Armándose en Flandes don Lope de Acuña, para un hecho de armas, algo de priessa, dixo a dos criados que le ayudavan a armar que le pussiessen mejor la celada: la qual como fuesse Borgoñona y al cerralla le huviessen cogido una oreja, le dava mucho fastidio. Los criados le respondieron una, y dos, y más vezes, que no yva sino muy en su lugar. Y como las ocasiones no lo davan para detenerse mucho, entró assi en la refriega, que fué sangrienta. Y desarmándose despues don Lope, como se le saliesse la una oreja assida a la celada, en vez de enojarse, dixo con mucha mansedumbre a los que le armaron: «¿No os dezia yo que yva mal puesta la celada?» (Fol. 148).

«Acabando de leer unos papeles suyos, le dixo uno de los oyentes: No sé por qué no os proveen en un corregimiento de los buenos de España; mas a fe que si en algo errárades, y yo fuera presidente, que os avia de echar a galeras, pues no podiades hazello de ignorancia . R. Rigurosissimo andays conmigo, pues antes que acepte el cargo me tomays la residencia.» [1] (Fol. 155).

«Desde que el señor don Iuan murio, que le hazia mucha merced, nunca tuvo sucesso que fuesse de hombre bien afortunado, y tanto que era ya como proverbio su mala dicha. Estando, pues, un dia con dolor en un pie, diziéndole su doctor que era gota, respondio:

       Aunque pobre y en pelota,
       Mal de ricos me importuna,
       Porque al mar de mi fortuna
       No le faltasse una gota.»
       (Fol. 156.)

[p. 120] «Tan fácil y proprio dixo que seria a los prelados gastar todas sus rentas en hazer bien, como al sol el dar luz y calentar.» (Fol. 163).

«Siendo su hijo de once años, le sucedió una noche quedársele dormido en dos o tres sitios muy desacomodados; por lo qual dixo uno que lo avia notado: Este niño halla cama donde quiera, y deve de ser de bronce o trae lana en las costillas:

       Qué más bronce
       Que años once,
       Y qué más lana
       Que no pensar en mañana.»
       (Fol. 189 vuelto). [1]

Los apotegmas no son seiscientos, sino que llegan a setecientos, como expresa el mismo Rufo en una advertencia final. A ésta como a casi todas las colecciones de setencias, aforismos y dichos agudos cuadra de lleno la sentencia de Marcial sobre sus propios epigramas sunt bona, sunt quaedam mediocria, sunt mala plura . Pero aunque muchos puedan desecharse por ser insulsos juegos de vocablos, queda en los restantes bastante materia curiosa, ya para ilustrar las costumbres de la época, ya para conocer el carácter de su autor, poeta repentista, decidor discreto y que, como todos los ingenios de su clase, tenía que brillar más en la conversación que en los escritos. El mismo lo reconoce ingenuamente: «Importunándole que repitiesse los dichos de que se acordasse, dixo que no se podia hazer sin perderse por lo menos la hechura, como quien vende oro viejo: pues quando el oro del buen dicho se estuviesse entero, era la hechura la ocasion en que se dixo, el no esperarse entonces la admiracion que causó. Y que en fin, fuera de su primer lugar eran piedras desengastadas, que luzen mucho menos. O como pelota de dos botes, que por bien que se toque no se ganan quinze.»

Tuvo Juan Rufo un imitador dentro de su propia casa en su hijo el pintor y poeta cordobés don Luis Rufo, cuyos quinientos [p. 121] apotegmas (en rigor 455) ha exhumado en nuestros tiempos el erudito señor Sbarbi. [1] Pero la fecha de este libro, dedicado al Príncipe don Baltasar Carlos (n. 1629, m. 1646), le saca fuera de los límites cronológicos del presente estudio, donde por la misma razón tampoco pueden figurar los donosos Cuentos que notó Don Juan de Arguijo , entre los cuales se leen algunas agudezas del Maestro Farfán, agustiniano. [2]

Volviendo ahora la vista fuera de las fronteras patrias, debemos hacer mérito de algunas misceláneas de varia recreación impresas en Francia para uso de los estudiosos de la lengua castellana, cuando nadie, «ni varón ni mujer dejaba de aprenderla», según testifica Cervantes en el Persiles (Libro III, cap. XIII). Una porción de aventureros españoles, a veces notables escritores, como el autor de La desordenada codicia de los bienes ajenos y el ssgundo continuador del Lazarillo de Tormes , vivían de enseñarla o publicaban allí sus obras de imaginación. Otros, que no llegaban a tanto, se limitaban a los rudimentos de la disciplina gramatical, hacían pequeños vocabularios, manuales de conversación, centones y rapsodias, en que había muy poco de su cosecha. A este género pertenecen las obras de Julián de Medrano y de Ambrosio de Salazar.

Julián o Julio Iñiguez de Medrano, puesto que de ambos modos se titula en su libro, era un caballero navarro que, después de haber rodado por muchas tierras de España y de ambas Indias, aprendiendo, según dice, «los más raros y curiosos secretos de natura», vivía «en la ermita del Bois de Vincennes», al servicio de la Reina Margarita de Valois. A estos viajes suyos aluden en términos muy pomposos los panegiristas que en varias lenguas celebraron su libro, comenzando por el poeta regio Juan Daurat o Dorat (Ioannes Auratus):

        [p. 122] Julius ecce Medrana novus velut alter Ulysses,
       A variis populis, a varioque mari,
       Gemmarum omne genus, genus omne reportat et auri:
       Thesaurus nunquam quantus Ulyssis erit.

La verdad es que de tales tesoros da muy pobre muestra su Silva Curiosa , cuya primera y rarísima edición es de 1587. [1] De los siete libros que la portada anuncia, sólo figura en el volumen el primero, que lleva el título de «dichos sentidos y motes breves de amor». Los otros seis hubieron de quedarse inéditos, o quizá en la mente de su autor, puesto que parecen meros títulos puestos para excitar la curiosidad. El segundo debía tratar de «las yerbas y sus más raras virtudes»; el tercero, de las piedras preciosas; el cuarto, de los animales; el quinto, de los peces; el sexto, de las «aves celestes y terrestres»; el séptimo «descubre los más ocultos secretos de las mujeres, y les ofrece las más delicadas recetas». Ni del tratado de los cosméticos, ni de la historia natural recreativa que aquí se prometen, ha quedado ningún rastro, pues aunque lleva el nombre de Julio Iñiguez de Medrano cierta rarísima Historia del Can, del Caballo, Oso, Lobo, Ciervo y del Elefante , que se dice impresa en París, en 1583, este libro no es más que un ejemplar, con los preliminares reimpresos, del libro Del can y del caballo que había publicado en Valladolid el protonotario Luis Pérez en 1568. sin que para nada se hable del oso ni de los demás animales citados en la portada. [2] La superchería que Medrano usó apropiándose este libro para obsequiar con él, no desinteresadamente sin duda, al Duque de Epernon, da la medida de su probidad literaria, que acaba de confirmarse con la lectura de la Silva , especie de cajón de sastre, con algunos retales buenos, salteados en ajenas vestiduras. No sería difícil perseguir el origen [p. 123] de las «letras y motes», de las preguntas, proverbios y sentencias morales; pero limitándonos a lo que salta a la vista en cuanto se recorren algunas páginas de la Silva , vemos que Medrano estampa su nombre al principio de un trozo conocidísimo de Cristóbal de Castillejo en su Diálogo de las condiciones de las mujeres , y da por suyo de igual modo aquel soneto burlesco atribuído a don Diego de Mendoza y que realmente es de Fray Melchor de la Serna:

       Dentro de un santo templo un hombre honrado...

Tales ejemplos hacen sospechar de la legítima paternidad de sus versos. Y lo mismo sucede con la prosa. Casi todos los «dichos sentidos, agudas respuestas, cuentos muy graciosos y recreativos, y epitafios curiosos» que recoge en la segunda parte de la Silva habían figurado antes en otras florestas, especialmente en el Sobremesa de Timoneda, del cual copia literalmente nada menos que cuarenta cuentos, con otros cinco de Juan Aragonés. [1]

Hay, sin embargo, en el libro dos narraciones tan mal forjadas y escritas, que sin gran escrúpulo pueden atribuirse al mismo Julián de Medrano. Una es cierta novela pastoril de Coridón y Silvia ; y aun en ella intercaló versos ajenos, como la canción de Francisco de Figueroa:

       Sale la aurora, de su fértil manto
       Rosas suaves esparciendo y flores...

La otra, que tiene algún interés para la historia de las supersticiones populares, es un largo cuento de hechicerías y artes mágicas, que el autor supone haber presenciado yendo en romería a Santiago de Galicia.

[p. 124] No es inverosímil que Lope de Vega, que lo leía todo y de todo sacaba provecho para su teatro, hubiese encontrado entre los ejemplos de la Silva Curiosa el argumento de su comedia Lo que ha de ser , aunque al fin de ella alega «las crónicas africanas». Dice así el cuentecillo de la Silva , que no tengo por original, aunque hasta ahora no puedo determinar su fuente:

«Un caballero de alta sangre, fué curioso de saber lo que las influencias o inclinaciones de los cuerpos celestiales prometian a un hijo suyo que él tenia caro como su propia vida, y así hizo sacar el juicio de la vida del mancebo (que era ya hombrecito) a un astrólogo el más famoso de aquella tierra; el cual halló por su sciencia que el mozo era amenazado y corría un grandísimo peligro, en el año siguiente, de recibir muerte por una fiera cruel, la cual él nombró y (pasando los límites de su arte) dijo sería un leon; y que el peligro era tan mortal, que si este caballero no defendia la caza a su hijo por todo aquel año, y no le ponia en algun castillo donde estuviese encerrado y muy bien guardado hasta que el año pasase, que él tenia por cosa imposible que este mancebo escapase al peligro de muerte. El padre, deseando en todo y por todo seguir el consejo del astrólogo (en quien él creia como en un oráculo verísimo), privando a su hijo del ejercicio que él más amaba, que era la caza, lo encerró en una casa de placer que tenia en el campo, y dejándole muy buenas guardas, y otras personas que le diesen todo el pasatiempo posible, les defendió a todos, so pena de la vida, que no dejasen salir a su hijo un solo paso fuera de la puerta del castillo. Pasando esta vida el pobre mancebo en aquella cárcel tristísima, viéndose privado de su libertad, dice la historia que un dia, paseándose dentro de su cámara, la cual estaba ricamente adornada y guarnecida de tapiceria muy hermosa, se puso a contemplar las diversas figuras de hombres y animales que en ella estaban, y viendo entre ellos un leon figurado, principió a enojarse con él como si vivo estuviera, diciendo «¡Oh fiera cruel y maldita! Por ti me veo aqui privado de los más dulces ejercicios de mi vida; por ti me han encerrado en esta prision enojosa.» Y arremetiendo con cólera, contra esta figura, le dió con el puño cerrado un golpe con toda la fuera de su brazo; y su desventura fué tal que detrás de la tapiceria habia un clavo que salia de un madero o tabla que alli estaba, con el cual dando el [p. 125] golpe se atravesó un dedo; y aunque el mal no parecía muy grave al principio, fué tal todavía, que por haber tocado a un nervio, en un extremo tan sensible como es el dedo, engendró al pobre mancebo un dolor tan grande, acompañado de una calentura continua, que le causó la muerte.» [1]

César Oudín, el mejor maestro de lengua castellana que tuvieron los franceses en todo el siglo XVII y el más antiguo de los traductores del Quijote en cualquier lengua, hizo en 1608 una reimpresión de la Silva , añadiendo al fin, sin nombre de autor, la novela de El Curioso Impertinente , que aquel mismo año publicaba en texto español y francés Nicolás Vaudouin. [2] Por cierto que esta segunda edición de la Silva dio pretexto a un erudito del siglo XVIII para acusar a Cervantes de haber plagiado ¡a Medrano! Habiendo caído en manos del escolapio don Pedro Estala un ejemplar de la Silva de 1608, donde está la novela, dedujo con imperdonable ligereza que también estaría en la de 1583, y echó a volar la especie de que Cervantes la había tomado de allí, «no creyendo haber inconveniente o persuadido a que no se le descubriría el hurto, si así debe llamarse». A esta calumniosa necedad, divulgada en 1787, se opuso, con la lógica del buen sentido, don Tomás Antonio Sánchez, aun sin haber visto la primera edición de la Silva , de la cual [p. 126] sólo tuvo conocimiento por un amigo suyo residente en París. [1]

Compilaciones del mismo género que la Silva son algunos de los numerosos libros que publicó en Francia Ambrosio de Salazar, aventurero murciano que después de haber militado en las guerras de la Liga, hallándose sin amparo ni fortuna, despedazado y roto , como él dice, se dedicó en Ruán a enseñar la lengua de Castilla, llegando a ser maestro e intérprete de Su Majestad Cristianísima. La Vida y las obras de Salazar han sido perfectamente expuestas por A. Morel-Fatio en una monografía tan sólida como agradable, que agrupa en torno de aquel curioso personaje todas las noticias que pueden apetecerse sobre el estudio del español en Francia durante el reinado de Luis XIII y sobre las controversias entre los maestros de gramática indígenas y forasteros. Remitiendo a mis lectores a tan excelente trabajo, [2] hablaré sólo de aquellos opúsculos de Salazar que tienen algún derecho para figurar entre las colecciones de cuentos, aunque su fin inmediato fuese ofrecer textos de lengua familiar a los franceses.

Tenemos, en primer lugar, Las Clavellinas de Recreacion, donde se contienen sentencias, avisos, exemplos y Historias muy agradables para todo genero de personas desseosas de leer cosas curiosas, en dos lenguas, Francesa y Castellano; obrita impresa dos veces en Ruán, 1614 y 1622, y reimpresa en Bruselas, 1625. [3] Es un ramillete bastante pobre y sin ningún género de originalidad, utilizando las colecciones anteriores, especialmente la de Santa [p. 127] Cruz, con algunas anécdotas de origen italiano y otras tomadas de los autores clásicos, especialmente de Valerio Máximo. Las Horas de Recreación de Guicciardini, el Galateo Español de Lucas Gracián Dantisco (del cual hablaré más adelante), pueden contarse también entre las fuentes de este libro, poco estimable a pesar de su rareza. [1]

Más interés ofrece, y es sin duda el más útil de los libros de Salazar, a lo menos por los datos que consigna sobre la pronunciación de su tiempo y por las frases que recopila e interpreta, su Espejo General de la Gramática en diálogos , obra bilingüe publicada en Ruán en 1614 y de cuyo éxito testifican varias reimpresiones en aquella ciudad normanda y en París. [2] Este Espejo , que dió ocasión a una agria y curiosa polémica entre su autor y César Oudín, no es propiamente una gramática ni un vocabulario, aunque de ambas cosas participa, sino un método práctico y ameno para enseñar la lengua castellana en cortísimo tiempo, ya que no en siete lecciones, como pudiera inferirse de la portada. La forma del coloquio escolar , aplicado primeramente a las lenguas clásicas, y que no se desdeñaron de cultivar Erasmo y Luis Vives, degeneró en manos de los maestros de lenguas modernas, hasta convertirse en el pedestre manual de conversación de nuestros días. Y todavía en este género la degradación fué lenta: los Diálogos familiares que llevan el nombre de Juan de Luna, aunque no todos le pertenecen, tienen mucha gracia y picante sabor; son verdaderos diálogos de costumbres que pueden leerse por sí [p. 128] mismos, prescindiendo del fin pedagógico con que fueron trazados. Los de Salazar, escritor muy incorrecto en la lengua propia, y supongo que peor en la francesa, valen mucho menos por su estilo y tienen además la desventaja de mezclar la exposición gramatical directa, aunque en dosis homeopáticas, con el diálogo propiamente dicho. De éste pueden entresacarse (como previene el autor) algunas «historias graciosas y sentencias muy de notar»; por ejemplo, una biografía anecdótica del negro Juan Latino, que Morel-Fatio ha reproducido y comenta agradablemente en su estudio. [1]

No importa a nuestro propósito, aunque el título induciría a creerlo, el Libro de flores diversas y curiosas en tres tratados (París, 1619), en que lo único curioso son algunos modelos de estilo epistolar, sobre el cual poseemos otros formularios más antiguos, castizos e importantes, como el de Gaspar de Texeda. Salazar había pensado llenar con cuentos la tercera parte de su libro; pero viendo que ocupaban muchas hojas y que su librero no podía sufragar tanto gasto, guardó los cuentos para mejor ocasión y los reemplazó con un diálogo entre un caballero y una dama. [2]

Podemos suponer que estos cuentos serían los mismos que en número de ochenta y tres publicó en 1632, formando la segunda parte de sus Secretos de la gramática española , que ciertamente no aclaran ningún misterio filológico. La parte teórica es todavía más elemental que en el Espejo , y la parte práctica, los ejercicios de lectura como diríamos hoy, están sacados, casi en su totalidad, de la Floresta Española de Melchor de Santa Cruz, según honrada confesión del propio autor. «Lo que me ha movido a hacer imprimir estos quentos ha sido porque veya que un librito que andava por aqui no se podia hallar, aunque es verdad que primero vino de España. Despues se imprimio en Brucelas (sic) en las dos lenguas y aun creo que se ha impreso aqui en París, y he visto [p. 129] que lo han siempre estimado del todo. Este librito se llama Floresta española de apogstemas (sic) y dichos graciosos , del qual y de algunos otros he sacado este tratadillo.» [1]

Salazar, que multiplicaba en apariencia más que en realidad las que apenas podemos llamar sus obras, con cuyo producto seguramente mezquino, iba sosteniendo su trabajada vejez, formó con estos mismos cuentos un Libro Curioso, lleno de recreacion y contento , que es uno de los tres Tratados propios para los que dessean saber la lengua española (París, 1643), donde también pueden leerse dos diálogos, no sé a punto fijo si suyos o ajenos, entre dos comadres amigas familiares, la una se llama Margarita y la otra Luciana».

Mencionaremos, finalmente, el Thesoro de diversa licion (París, año 1636), cuyo título parece sugerido por la Silva de varia leccion de Pedro Mejía, que le proporcionó la mayor parte de sus materiales, puesto que no creo que Salazar acudiese personalmente a Eliano, Plinio, Dioscórides y otros antiguos a quien se remite. [2] El Thesoro viene a ser una enciclopedia microscópica de geografía e historia natural, pero lleva al fin una serie de Historias verdaderas sucedidas por algunos animales , que entran de lleno en la literatura novelística. Algunas son tan vulgares y sabidas como la del león de Androcles, pero hay también cuentos españoles que tienen interés folkórico . Todos deben de encontrarse en otros libros, pero hoy por hoy no puedo determinar cuáles. La historia del prodigioso perro que tenía un maestro de capilla de Palencia en tiempo de Carlos V, se lee en el Libro del Can y del Caballo del protonotario Luis Pérez , [3] pero con notables variantes. La [p. 130] leyenda genealógica de los Porceles de Murcia, que sirvió a Lope de Vega para su comedia del mismo título, [1] se encuentra referida en Salazar a Barcelona, y acaso sea allí más antigua, puesto que en Provenza hallamos la misma leyenda aplicada a los Pourcelet , marqueses de Maiano (Maillane), poderosos señores en la villa de Arlés, cuyo apellido sonó mucho en las Cruzadas, en la guerra de los Albigenses, en las Vísperas Sicilianas y en otros muchos sucesos, y de la cual es verosímil que procediesen el Guarner Procel, el Porcelín Porcel y el Orrigo Porcel, que asistieron con don Jaime a la conquista de Murcia, y están inscritos en el libro de repartimiento de aquella ciudad, puesto que el blasón de ambos linajes ostenta nueve lechoncillos. [2]

[p. 131] Más curiosa todavía es otra leyenda catalana sobre la casa de Marcús, que Ambrosio de Salazar nos refiere en estos términos:

«En la decendencia de los Marcuses, linage principal de Cataluña, se lee una Historia de una Cabra y un Cabrito, que aunque fué sueño tubo un estraño effecto, que un Hidalgo llamado Marcus, por desgracias y vandos de sus antecessores, vino a una grande pobreza y necessidad, tanto que lo hazia andar muy afligido y cuydadoso pensando cómo podria echar de sí tan pesada carga. Y con tales pensamientos sucedió, que durmiendo soñó un sueño que si dexava su tierra y se yva a Francia, en una Puente que está junto a la Ciudad de Narbona hallaria un gran Thesoro. El qual despertando estubo pensando si aquello era sueño o fantasía. Por entonces no quiso dar credito al sueño, pero bolviendo otras dos vezes al mesmo sueño determinó yr allá, y provar sueño y ventura. Estando pues en la dicha Puente un dia entre otros muchos acaeció que otro hidalgo de aquella ciudad, por la mañana y a la tarde se salia por aquella Puente passeando; y como notasse y viesse cada dia aquel Estrangero, y que por mucho que él madrugase [p. 132] ya lo hallava ally, y por tarde que bolviesse tambien, determinó preguntarle la causa, como de hecho se lo preguntó, rogándoselo muy encarecidamente.

El hidalgo catalan despues de bien importunado respondio diciendo: «Aveis de saber, señor, que un Sueño me ha traydo aqui, y es éste: que si me venia a esta Puente avia de hallar en ella un muy grande Thesoro, y esto lo soñé muchas vezes». El Francés burlándose del Cathalan y de su sueño respondió riendo: «Bueno estuviera yo que dexara mi patria y casa por un sueño que soñé los dias passados, y era, que si me yva a la Ciudad de Barcelona en casa de uno que se llama Marcus, hallaria debajo una escalera un grandíssimo y famoso Thesoro»; el hidalgo catalan, que era el mesmo Marcus, como oyó el sueño del Francés y su reprehension, se despidió dél sin dársele a conocer y se bolvió a su casa. Luego que llegó començó en secreto a cavar debajo su escalera considerando que podria aver algun mysterio en aquellos sueños, y a pocos dias ahondó cavando tanto que vino a descubrir un gran cofre de hierro enterrado ally, dentro del qual halló una Cabra muy grande y un cabrito de oro maciço, que se creyó que avian sido idolos del tiempo de los Gentiles. Con las quales dos pieças, aviendo pagado el quinto, salió de miseria, y fué rico toda su vida él y los suyos: y instituyó cinco capellanias con sus rentas, que estan aun oy dia en la ciudad de Barcelona». [1]

No todos los librillos bilingües de anécdotas y chistes publicados en Francia a fines del siglo XVI y principios del XVII, tenían el útil e inofensivo objeto de enseñar prácticamente la lengua. Había también verdaderas diatribas, libelos y caricaturas en que se desahogaba el odio engendrado por una guerra ya secular y por la preponderancia de nuestras armas. A este género pertenecen las colecciones de fanfarronadas y fieros en que alternan los dichos estupendos de soldados y rufianes. Escribían o compilaban estos libros algunos franceses medianamente conocedores de nuestra lengua, como Nicolás Baudoin, autor de las Rodomuntadas castellanas, recopiladas de diversos autores y mayormente del capitán Escardón Bombardón , que en sustancia son el mismo libro que las [p. 133] Rodomuntadas castellanas, recopiladas de los commentarios de los muy aspantosos (sic), terribles e invincibles capitanes Metamoros (sic), Crocodillo y Rajabroqueles . [1] Y en algunos casos también cultivaron este ramo de industria literaria españoles refugiados por causas políticas o religiosas, como el judío Francisco de Cáceres, autor de los Nuevos fieros españoles . [2]

En estos librejos pueden distinguirse dos elementos, el rufianesco y el soldadesco , ambos de auténtica aunque degenerada tradición literaria. Venía el primero de las Celestinas , comenzando por el Centurio y el Traso de la primera, siguiendo por el Pandulfo de la segunda, por el Brumandilón de la tercera, por el Escalión de la Comedia Selvagia , para no mencionar otras. En casi todas aparece el tipo del rufián cobarde y jactancioso, acrecentándose de una en otra los fieros , desgarros, juramentos, porvidas y blasfemias que salen de sus vinosas bocas. Algo mitigado o adecentado el tipo pasó a las tablas del teatro popular con Lope de Rueda, que sobresalía en representar esta figura cómica, la cual repite tres veces por lo menos en la parte que conocemos de su repertorio. El gusto del siglo XVII no la toleraba ya, y puede decir se que Lope de Vega la enterró definitivamente en El Rufi án Castrucho .

No puede confundirse con el rufián, reñidor de fingidas pendencias y valiente de embeleco, el soldado fanfarrón, el miles gloriosus , cuya primera aparición en nuestra escena data de la Comedia Soldadesca de Torres Naharro. Este nuevo personaje, aunque tiene a veces puntas y collares rufianescos y pocos escrúpulos en lo que no toca a su oficio de las armas, suele ser un soldado [p. 134] de verdad, curtido en campañas sangrientas, y que sólo resulta cómico por lo desgarrado y jactancioso de su lenguaje. Así le comprendió mejor que nadie Brantôme en el libro, mucho más admirativo que malicioso, de sus Rodomontades Espaignolles , donde bajo un título común se reúnen dichos de arrogancia heroica, con bravatas pomposas e hipérboles desaforadas. El libro de Brantôme más que satírico es festivo, y en lo que tiene de serio fué dictado por la más cordial simpatía y la admiración más sincera. El panegírico que hace del soldado español no ha sido superado nunca. Era un españolizante fervoroso; cada infante de nuestros tercios le parecía un príncipe, y a los ingenios de nuestra gente, cuando quieren darse a las letras y no a las armas, los encontraba «raros, excelentes, admirables, profundos y sutiles». Sus escritos están atestados de palabras castellanas, por lo general bien transcritas, y él mismo nos da testimonio de que la mayor parte de los franceses de su tiempo sabían hablar o por lo menos entendían nuestra lengua. No sólo le encantaba en los españoles la bravura, el garbo, la bizarría, sino esas mismas fierezas y baladronadas que recopila «belles paroles prefferées à l`improviste», que satisfacen su gusto gascón y no hacen más que acrecentar su entusiasmo por esta nación «brave bravasche et vallereuse, et fort prompte d'esprit». Síguese de aquí que aunque Brantôme fuese el inventor del género de las Rodomontadas , y el primero que las coleccionó en un libro que no puede llamarse bilingüe, puesto que las conserva en su lengua original sin traducción, [1] lo hizo sin la intención aviesa, siniestra y odiosa con que otros las extractaron y acrecentaron en tiempo de Luis XIII.

[p. 135] Hora es de que tornemos los ojos a nuestra Península, y abandonando por el momento los libros de anécdotas y chistes, nos fijemos más particularmente en las colecciones de cuentos y narraciones breves que en escaso número aparecen después de Timoneda y antes de Cervantes. Una de estas colecciones está en lengua portuguesa, y si no es la primera de su género en toda España, como pensó Manuel de Faria, [1] es seguramente la primera en Portugal, tierra fertilísima en variantes de cuentos populares que la erudita diligencia de nuestros vecinos va recopilando, [2] y no enteramente desprovista de manifestaciones literarias de este género durante los tiempos medios, aunque ninguna de ellas alcance la importancia del Calila y Sendebar castellanos, de las obras de don Juan Manuel o de los libros catalanes de Ramón Lull y Turmeda. [3]

[p. 136] El primer cuentista portugués con fin y propósito de tal es contemporáneo de Timoneda, pero publicó su colección después del Patrañuelo . Llamábase Gonzalo Fernandes Trancoso, era natural del pueblo de su nombre en la provincia de Beira, maestro de letras humanas en Lisboa, lo cual explica las tendencias retóricas de su estilo, y persona de condición bastante oscura, apenas mencionado por sus contemporáneos. Aparte de los cuentos, no se cita más trabajo suyo que un opósculo de las «fiestas movibles, (Festas mudaveis) , dedicado en 1570 al Arzobispo de Lisboa.

A semejanza de Boccaccio, a quien la peste de Florencia dió ocasión y cuadro para enfilar las historias del Decamerón , Trancoso fué movido a buscar algún solaz en la composición de las suyas con el terrible motivo de la llamada peste grande de Lisboa [p. 137] en 1569, a la cual hay varias referencias en su libro. En el cuento 9.º de la 2.ª parte, dice: «Assi a exemplo deste Marquez, todos os que este anno de mil e quinhentos e sessenta e nove , nesta peste perdemos mulheres, filhos e fazenda, nos esforçaremos e nao nos entristeçamos tanto, que caiamos em caso de desesperaçao sem comer e sem paciencia, dando occasiao a nossa morte.» Trancoso hizo la descripción de esta peste, no en un proemio como el novelista florentino, sino en una Carta que dirigió a la Reina Doña Catalina, viuda de don Juan III y Regente del Reino. En esta carta, que sólo se halla en la primera y rarísima edición de los Contos de 1575 y fué omitida malamente en las posteriores, refiete Trancoso haber perdido en aquella calamidad a su mujer, a su hija, de vinticuatro años, y a dos hijos, uno estudiante y otro niño de coro. Agobiado por el peso de tantas desdichas, ni siquiera llegó a completar el número de cuentos que se había propuesto escribir. De ellos publicó dos partes, que en junto contienen veintiocho capítulos. Una tercera parte póstuma, dada a luz por su hijo Antonio Fernandes, añade otros diez.

Con el deseo de exagerar la antigüedad de los Contos e historias de proveito e exemplo , supone Teófilo Braga que Trancoso había comenzado a escribirlos en 1544. [1] Pero el texto que alega no confirma esta conjetura, puesto que en él habla Trancoso de dicho año como de tiempo pasado: «e elle levaba consigo duzentos e vinte reales de prata, que era isto o anno de 1544, que havia quasi tudo reales ». Me parece evidente que Trancoso no se refiere aquí al año en que él escribía, sino al año en que pasa la acción de su novela. Tampoco hay el menor indicio de que la Primera Parte se imprimiese suelta antes de 1575, en que apareció juntamente con la Segunda, reimprimiéndose ambas en 1585 y 1589. La tercera es de 1596. [2] No cabe duda, pues, de la prioridad de [p. 138] Timoneda, cuyas Patrañas estaban impresas desde 1566, tres años antes de la peste de Lisboa. No creo, sin embargo, que Trancoso las utilizase mucho. Las grandes semejanzas que el libro valenciano y el portugués tienen en la narración de Griselda [p. 139] quizá puedan explicarse por una lección italiana común, algo distinta de las de Boccaccio y Petrarca.

Trancoso adaptó al portugués varios cuentos italianos de Boccaccio, Bandello, Straparola y Giraldi Cinthio, pero lo que caracteriza [p. 140] su colección y la da más valor folkórico que a la de Timoneda es el haber acudido con frecuencia a la fuente de la tradición oral. La intención didáctica y moralizadora predomina en estos cuentos, y algunos pueden calificarse de ejemplos piadosos, como el «del ermitaño y el salteador de caminos», que inculca la [p. 141] necesidad del concurso de las buenas obras para la justificación, aunque sin el profundo sentido teológico que admiramos en la parábola dramática de El Condenado por desconfiado , ni la variedad y riqueza de su acción, cuyas raíces se esconden en antiquísimos temas populares. Otros enuncian sencillas lecciones de economía [p. 142] doméstica y de buenas costumbres, recomendando con especial encarecimiento la honestidad y recato en las doncellas y la fidelidad conyugal, lo cual no deja de contrastar con la ligereza de los novellieri italianos, y aun de Timoneda, su imitador. El [p. 143] tono de la coleccioncita portuguesa es constantemente grave y decoroso, y aun en esto revela sus afinidades con la genuina poesía popular, que nunca es inmoral de caso pensado, aunque sea muchas veces libre y desnuda en la dicción.

El origen popular de algunos de estos relatos se comprueba también por los refranes y estribillos, que les sirven de motivo o conclusión, v. gr.: «A moça virtuosa—Deus a esposa» (cont. III); «minha mae, calçotes» (cont. X), y otros dichos que son tradicionales todavía en Oporto y en la región del Miño.

Algunas de las anécdotas recogidas por Trancoso son meramente dichos agudos y sentenciosos que corrían de boca en boca, y no todos pueden ser calificados de portugueses. Así el conocido rasgo clásico de la vajilla mandada romper por Cotys, rey de Tracia, [p. 144] que aquí se encuentra aplicado a un rey de España. La fuente remota pero indisputable de esta anécdota, que pasó a tantos centones, es Plutarco en sus Apotegmas , que andaban traducidos al castellano desde 1533. Es verosímil, además, que Trancoso manejase la Floresta Española de Melchor de Santa Cruz, impresa un año antes que los Contos , pues sólo así se explica la identidad casi literal de ambos textos en algunas anécdotas y dichos de personajes castellanos. Puede compararse, por ejemplo, el cuento 8.º de la Parte Primeira del portugués con éste, que figura en el capítulo III de la colección del toledano:

«Un contador de este Arzobispo (don Alonso Carrillo) le dixo que era tan grande el gasto de su casa, que ningún término hallaba cómo se pudiese sustentar con la renta que tenia. Dixo el Arzobispo: «¿Pues qué medio te parece que se tenga?» Respondió el Contador: «Que despida Vuestra Señoria aquellos de quien no tiene necesidad.» Mandóle el Arzobispo que diese un memorial de los que le sobraban, y de los que se habian de quedar. El Contador puso primero aquellos que le parecian a él más necesarios y en otra memoria los que no eran menester. El Arzobispo tuvo manera como le diese el memorial delante de los más de sus criados, y leyéndole, dixo: «Estos queden, que yo los he menester; esotros ellos me han menester a mí.» [1]

También pertenece a la historia castellana este dicho del Marqués de Priego, viendo asolada una de sus fortalezas por mandado del Rey Católico: «Bendito y alabado sea Dios que me dió paredes en que descargase la ira del Rey.» (Cont. IX, parte 1.ª de Trancoso).

Llegando a los cuentos propiamente dichos, a las narraciones algo más extensas, que pueden calificarse de novelas cortas, es patente que el autor portugués las recibió casi siempre de la tradición oral, y no de los textos literarios. Por eso y por su relativa antigüedad merecen singular aprecio sus versiones, aun tratándose de temas muy conocidos, como el «del Rey Juan y el abad de Cantorbery» (que aquí es un comendador llamado Don Simón ), o el de «la prueba de las naranjas», o el de «los tres consejos», parábola de indiscutible origen oriental, que difiere profundamente [p. 145] de todas las demás variantes conocidas y ofrece una peripecia análoga a la leyenda del paje de la Reina Santa Isabel. [1]

Todavía tienen más hondas raíces en el subsuelo misterioso de la tradición primitiva, común a los pueblos y razas más diversas, otros cuentos de Trancoso, por ejemplo, el de la reina virtuosa y la envidia de sus hermanas, que la acusan de parir diversos monstruos, con los cuales ellas suplantan las criaturas que la inocente heroína va dando a luz. Innumerables son los paradigmas de esta conseja en la literatura oral de todos los países, como puede verse en los eruditísimos trabajos de Reinhold Köhler y de Estanislao Prato, [2] que recopilan a este propósito cuentos italianos, franceses, alemanes, irlandeses, escandinavos, húngaros, eslavos, griegos modernos, en número enorme. Sin salir de nuestra Península, la encontramos en Andalucía, en Portugal, en Cataluña, y ni siquiera falta una versión vasca recogida por Webster. [3] La novelística literaria ofrece este tema con igual profusión en Las mil y una noches, en Straparola (n. 4, fáb. III); en la Posilecheata del obispo Pompeyo Sarnelli, publicada por Imbriani (cuento tercero); en Mad. D'Aulnoy, La Princesse Belle-Etoile et le prince Chévi . Carlos Gozzi le transportó al teatro en su célebre fiaba filosofica «L` Augellino belverde», y don Juan Valera le rejuveneció para el gusto español con la suave y cándida malicia de su deleitable prosa. Un nexo misterioso pero indudable, ya reconocido por Grimm, enlaza este cuento con el del caballero del Cisne y con las poéticas tradiciones relativas a Lohengrin. Tan extraordinaria y persistente difusión indica un simbolismo [p. 146] primitivo, no fácil de rastrear, sin embargo, aun por la comparación de las versiones más antiguas. La de Trancoso conserva cierta sencillez relativa, y no está muy alejada de las que Leite de Vasconcellos y Teófilo Braga han recogido de boca del pueblo portugués en nuestros días.

Persisten del mismo modo en la viva voz del vulgo el cuento del real bien ganado que conduce a un piadoso labriego al hallazgo de una piedra preciosa, y el de «quien todo lo quiere, todo lo pierde», fundado en una estratagema jurídica que altera el valor de las palabras. Y aunque todavía no se hayan registrado versiones populares de otras consejas, puede traslucise el mismo origen en la de «la buena suegra», que tanto contrasta con el odioso papel que generalmente se atribuye a las suegras en cuentos y romances, y que en su desarrollo ofrece una situación análoga a la astucia empleada en la comedia de Shakespeare All's well that ends well , cuyo argumento está tomado, como se sabe, del cuento decameroniano de Giletta de Narbona (n. 9, giorn. III). Obsérvese que Trancoso conocía también a Boccaccio, pero en este caso no le imita, sino que coincide con él.

De El Conde Lucanor no creemos que tuviese conocimiento, puesto que la edición de Argote es del mismo año que la primera de los Contos ; pero en ambas colecciones es casi idéntico el ejemplo moral que sirve para probar la piadosa máxima: «Bendito sea Dios, ca pues él lo fizo, esto es lo mejor»; salvo que en Trancoso queda reducido a la condición de médico el resignado protagonista de la pierna quebrada, que en la anécdota recogida por don Juan Manuel tiene un nombre ilustre: Don Rodrigo Meléndez de Valdés, «caballero mucho honrado del reino de Leon». Los nombres y circunstancias históricas es lo primero que se borra en la tradición y en el canto popular.

El cuento «del hallazgo de la bolsa» se halla con circunstancias diversas en Sercambi, en Giraldi Cinthio y en Timoneda; [1] pero la versión de Trancoso parece independiente y popular, como lo es también el cuento de «los dos hermanos», que en alguna de sus peripecias (el pleito sobre la cola de la bestia, transportado por Timoneda a la patraña sexta y no olvidado por Cervantes en La [p. 147] Ilustre Fregona) , pertenece al vastísimo ciclo de ficciones del «justo juez», que Benfey y Köhler han estudiado minuciosamente comparando versiones rusas, tibetanas, indias y germánicas.

La parte de invención personal en los cuentos de Trancoso debe de ser muy exigua, aun en los casos en que no puede señalarse derivación directa. Nadie le creerá capaz de haber inventado un cuento tan genuinamente popular como el «del falso príncipe y el verdadero», puesto que son folklóricos todos sus elementos: la fuerza de la sangre, que se revela por la valentía y arrojo en el verdadero príncipe, y por la cobardía en el falso e intruso, y el casamiento del héroe con una princesa, que permanece encantada durante cierto tiempo, en forma de vieja decrépita. Cuando Trancoso intenta novelar de propia minerva, lo cual raras veces le acontece, cae en lugares comunes y se arrastra lánguidamente. Tal le sucede en el cuento del hijo de un mercader, que en recompensa de su piedad llegó a ser rey de Inglaterra (cuento II de la 2.ª parte). Trancoso parece haberle compaginado con reminiscencias de libros caballerescos, especialmente del Oliveros de Castilla. Es una nueva versión del tema del muerto agradecido. Los agradecidos son aquí dos santos, cuyas reliquias había rescatado en Berbería el héroe de la novela, y que con cuerpos fantásticos le acompañan en su viaje y le hacen salir vencedor de las justas en que conquista la mano de la princesa de Inglaterra.

Los cuentos de Trancoso en que debe admitirse imitación literaria son los menos. De Boccaccio trasladó, no sólo la Griselda , sino también la historia de los fieles amigos Tito y Gisipo (Decamerone , giorn. X, n. 8), transportando la acción a Lisboa y Coimbra. De Bandello, la novela XV de la Parte 2.ª, en que se relata aquel acto de justicia del Duque Alejandro de Médicis, que sirve de argumento a la comedia de Lope de Vega La Quinta de Florencia . [1] De las Noches de Straparola tomó, recortándola mucho, la primera novela, que persuade la conveniencia de guardar secreto, [p. 148] especialmente con las mujeres, y de ser obediente a los consejos de los padres. El cuento está muy abreviado, pero no empeorado, por Trancoso, y el artificio de simular muerto un neblí o halcón predilecto del Marqués de Monferrato, para dar ocasión a que la mujer imprudente y ofendida delate a su marido y ponga en grave riesgo su vida, es nota característica de ambas versiones, y las separa de otras muchas, [1] comenzando por la del Gesta Romanorum. [2]

Giraldi Cinthio suministró a la colección portuguesa dos novelas, es a saber, la quinta de la primera década, en que el homicida, cuya cabeza ha sido pregonada, viene a ponerse en manos de la justicia para salvar de la miseria a su mujer e hijos con el precio ofrecido a quien le entregue muerto o vivo; [3] y la primera de la década segunda, cuyo argumento en Trancoso, que sólo ha cambiado los nombres, es el siguiente: Aurelia, princesa de Castilla, promete su mano al que le traiga la cabeza del que asesinó a su novio Pompeyo. El incógnito matador Felicio, que había cometido su crimen por amor a Aurelia, vuelve del destierro con nombre supuesto, y después de prestar a la Princesa grandes servicios en la guerra contra el Rey de Aragón su despechado pretendiente, pone su vida en manos de la dama, la cual, no sólo le perdona, sino que se casa con él, cumpliendo lo prometido. [4] En [p. 149] la primera de estas leyendas fundó Lope de Vega su comedia El Piadoso Veneciano .

Si a esta media docena de novelas añadimos el conocido apólogo del codicioso y el envidioso, que puede leerse en muchos libros de ejemplos, pero que Trancoso, como maestro de latinidad que era, tomó probablemente de la fábula 22 de Aviano, que es el texto más antiguo en que se encuentra, [1] tendremos apurado casi todo lo que en su libro tiene visos de erudición y es fruto de sus lecturas, no muchas ni variadas, a juzgar por la nuestra. Ni estas imitaciones ocasionales, ni el fárrago de moralidades impertinentes y frías que abruman los cuentos, bastan para borrar el sello hondamente popular de este libro, que no sólo por la calidad de sus materiales, sino por su estilo fácil, expresivo y gracioso, es singular en la literatura portuguesa del siglo XVI, donde aparece sin precedentes ni imitadores. Los eruditos pudieron desdeñarle; pero el pueblo siguió leyéndole con devoción hasta fines del siglo XVIII, en que todavía le cita un poeta tan culto y clásico como Filinto Elysio: « os Contos de Trancoso , do tempo de nossos avoengos». Filinto se complacía en recordarlos y no desdeñaba [p. 150] tampoco (caso raro en su tiempo) los de tradición oral, «contos que ouvi contar ha mais de setenta e dois annos», como las Tres Cidras do Amor, Joao Ratao y la Princesa Doninha . «Com o titulo da Gata Borralheira , contava minha mae a historia de Cendrillon . E nunca minha mae soube francez.» [1]

El cuento literario medró muy poco en Portugal después de Trancoso. Si alguno se halla es meramente a título de ejemplo moral en libros ascéticos o de materia predicable, como el Baculo pastoral de Flores de Exemplos de Francisco Saraiva de Sousa (1657), el Estimulo pratico , la Nova floresta de varios Apophtegmas y otras obras del P. Manuel Bernardes, o en ciertas misceláneas eruditas del siglo XVIII, como la Academia Universal de varia erudicao del P. Manuel Consciencia, y las Horas de Recreio nas ferias de maiores estudos del P. Juan Bautista de Castro (1770). Sólo los estudios folklóricos de nuestros días han hecho reverdecer esta frondosa rama de la tradición galaico-lusitana, cuya importancia, literaria por lo menos, ya sospechaba un preclaro ingenio de principios del siglo XVII, que intentó antes que otro alguno reducir a reglas y preceptos el arte infantil de los contadores, dándonos de paso una teoría del género y una indicación de sus principales temas. Me refiero al curioso libro de Francisco Rodríguez Lobo, Corte na aldea e noites de inverno , de que más detenidamente he de tratar en otra parte de los presentes estudios, puesto que por la fecha de su primera edición (1619) es ya posterior a las Novelas de Cervantes. Pero no quiero omitir aquí la mención de los dos curiosísimos diálogos décimo y undécimo, en que presenta dos tipos contrapuestos de narración, una al modo italiano (Historia de los amores de Aleramo y Adelasia—Historia de los amores de Manfredo y Eurice) , otro al modo popular «con más bordones y muletas que tiene una casa de romería, sin que falten términos de viejas y remedios de los que usan los descuidados». Con este motivo establece una distinción Rodríguez Lobo entre los cuentos y las historias (sinónimo aquí de las novelle toscanas), donde puede campear mejor «la buena descripción de las personas, relación de los acontecimientos, razón de los tiempos y lugares, y una plática por parte de algunas de las figuras que mueva más a compasión [p. 151] y piedad, que esto hace doblar después la alegría del buen suceso», en suma todos los recursos patéticos y toda la elegancia retórica de Boccaccio y sus discípulos. «Esta diferencia me parece que se debe hacer de los cuentos y de las historias, que aquellas piden más palabras que éstos, y dan mayor lugar al ornato y concierto de las razones, llevándolas de manera que vayan aficionando el deseo de los oyentes, y los cuentos no quieren tanta retórica, porque lo principal en que consisten está en la gracia del que habla y en la que tiene de suyo la cosa que se cuenta.»

«Son estos cuentos de tres maneras: unos fundados en descuidos y desatientos, otros en mera ignorancia, otros en engaño y sutileza. Los primeros y segundos tienen más gracia y provocan más a risa y constan de menos razones, porque solamente se cuenta el caso, diciendo el cortesano con gracia propia los yerros ajenos. Los terceros sufren más palabras, porque debe el que cuenta referir cómo se hubo el discreto con otro que lo era menos o que en la ocasión quedó más engañado...»

De todos ellos pone Rodríguez Lobo multiplicados ejemplos y continúa enumerando otras variedades: «Demás destos tres órdenes de cuentos de que tengo hablado hay otros muy graciosos y galanos, que por ser de descuidos de personas en quien había en todas las cosas de haber mayor cuidado, no son dignos de entrar en regla ni de ser traídos por ejemplo. Lo general es que el desatiento o la ignorancia, donde menos se espera, tiene mayor gracia. Después de los cuentos graciosos se siguen otros de sutileza, como son hurtos, engaños de guerra, otros de miedos, fantasmas, esfuerzo, libertad, desprecio, largueza y otros semejantes, que obligan más a espanto que a alegría, y puesto que se deben todos contar con el mismo término y lenguaje, se deben en ellos usar palabras más graves que risueñas.»

Trata finalmente de los dichos sentenciosos, agudos y picantes, dando discretas reglas sobre la oportunidad y sazón en que han de ser empleados: «Los cuentos y dichos galanes deben ser en la conversación como los pasamanos y guarniciones en los vestidos, que no parezca que cortaron la seda para ellos, sino que cayeron bien, y salieron con el color de la seda o del paño sobre los que los pusieron; porque hay algunos que quieren traer su cuento a fuerza de remos, cuando no les dan viento los oyentes, y [p. 152] aunque con otras cosas les corten el hilo, vuelven a la tela, y lo hacen comer recalentado, quitándole el gusto y gracia que pudiera tener si cayera a caso y a propósito, que es cuando se habla en la materia de que se trata o cuando se contó otro semejante. Y si conviene mucha advertencia y decoro para decirlos, otra mayor se requiere para oírlos, porque hay muchos tan presurosos del cuento o dicho que saben, que en oyéndolo comenzar a otro, se le adelantan o le van ayudando a versos como si fuera salmo; lo cual me parece notable yerro, porque puesto que le parezca a uno que contará aquello mismo que oye con más gracia y mejor término, no se ha de fiar de sí, ni sobre esa certeza querer mejorarse del que lo cuenta, antes oírle y festejarle con el mismo aplauso como si fuera la primera vez que lo oyese, porque muchas veces es prudencia fingir en algunas cosas ignorancia... Tampoco soy de opinión que si un hombre supiese muchos cuentos o dichos de la materia en que se habla, que los saque todos a plaza, como jugador que sacó la runfla de algún metal, sino que deje lugar a los demás, y no quiera ganar el de todos ni hacer la conversación consigo solo.» [1]

De estos «cuentos galantes, dichos graciosos y apodos risueños» proponía Rodríguez Lobo que se formase «un nuevo Alivio de caminantes , con mejor traza que el primero». Es la única colección que cita de las anteriores a su tiempo, aunque no debía de serle ignorada la Floresta Española , que es más copiosa y de «mejor traza». Aunque Rodríguez Lobo imita en cierto modo el plan de El Cortesano de Castiglione, donde también hay preceptos y modelos de cuentos y chistes, sus advertencias recaen, como se ve, sobre el cuento popular e indígena de su país, y prueban el mucho lugar que en nuestras costumbres peninsulares tenía este ingenioso deporte, aunque rara vez pasase a los libros.

Algunos seguían componiéndose, sin embargo, en lengua castellana.

[p. 153] El más curioso salió de las prensas de Valencia, lo mismo que el Patrañuelo , y su autor pertenecía a una familia de ilustres tipógrafos y editores, de origen flamenco, que constituyen al mismo tiempo una dinastía de humanistas. [1] Aunque Sebastián Mey no alcanzó tanta fama como otros de su sangre, especialmente su doctísimo padre Felipe Mey, poeta y traductor de Ovidio, filólogo y profesor de Griego en la Universidad de Valencia, y hombre, en fin, que mereció tener por mecenas al grande arzobispo de Tarragona Antonio Agustín, es indudable, por el único libro suyo que conocemos, que tenía condiciones de prosista muy superiores a las de Timoneda, y que nadie, entre los escasos cuentistas de aquella Edad, le supera en garbo y soltura narrativa. La extraordinaria rareza de su Fabulario , [2] del cual sólo conocemos [p. 154] dos ejemplares, uno en la Biblioteca Nacional de Madrid y otro en la de París, ha podido hacer creer que era meramente un libro de fábulas esópicas. Es cierto que las contiene en bastante número, pero hay, entre los cincuenta y siete capítulos de que se compone, otros cuentos y anécdotas de procedencia muy diversa y algunos ensayos de novela corta a la manera italiana, por lo cual ofrece interés la indagación de sus fuentes, sobre las cuales acaba de publicar un interesante trabajo el joven erudito norteamericano Milton A. Buchanan, de las Universidades de Toronto y Chicago. [1]

Exacto es al pie de la letra lo que dice Sebastián Mey en el prólogo de su Fabulario : «Tiene muchas fábulas y cuentos nuevos que no están en los otros (libros), y los que hay viejos están aquí por diferente estilo.» Aun los mismos apólogos clásicos, que toma casi siempre de la antigua colección esópica, [2] están remozados [p. 155] por él con estilo original y con la libertad propia de los verdaderos fabulistas. Hubiera podido escribir sus apólogos en verso, y no sin elegancia, como lo prueban los dísticos endecasílabos con que expresa la moralidad de la fábula, a ejemplo, sin duda, de don Juan Manuel, puesto que la compilación de Exemplos de Clemente [p. 156] Sánchez de Vercial debía de serle desconocida. Con buen acuerdo prefirió la prosa. Interrumpida como estaba después del Arcipreste de Hita la tradición de la fábula en verso, hubiera tenido que forjarse un molde nuevo de estilo y dicción, como felizmente lo intentó Bartolomé Leonardo de Argensola en las pocas fábulas [p. 157] que a imitación de Horacio intercala en sus epístolas, y como lo lograron, cultivando el género más de propósito, Samaniego e Iriarte en el siglo XVIII, y creemos que la pericia técnica de Sebastián Mey no alcanzaba a tanto. Pero en la sabrosísima prosa de su tiempo, y con puntas de intención satírica a veces, desarrolla, [p. 158] de un modo vivo y pintoresco, aun los temas más gastados. Sirva de ejemplo la fábula de El lobo, la raposa y el asno:

«Teniendo hambre la raposa y el lobo, se llegaron hazia los arrabales de una aldea, por ver si hallarian alguna cosa a mal recado, y toparon con un asno bien gordo y lucido, que estaba paciendo en un prado; pero temiendose que por estar tan cerca de poblado corrian peligro si alli esecutavan en él su designio, acordaron de ver si con buenas razones podrian apartarle de alli, por donde acercando a él la raposa, le habló de esta suerte: «Borriquillo, borriquillo, que norabuena esteys, y os haga buen provecho la yervecica; bien pensays vos que no os conozco, sabed pues que no he tenido yo en esta vida mayor amiga que vuestra madre. oh, qué honradaza era; no havia entre las dos pan partido. Agora venimos de parte de un tio vuestro, que detras de aquel monte tiene su morada, en unas praderias que no las hay en el mundo tales: alli podreys dezir que hay buena yerba, que aqui todo es miseria. El nos ha embiado para que os notifiquemos cómo casa una hija, y quiere que os halleys vos en las bodas. Por esta cuesta arriba podemos juntos; que yo sé un atajo por donde acortaremos gran rato de camino». El asno, aunque tosco y boçal, era por estremo malicioso; y en viéndolos imaginó hazerles alguna burla; por esto no huyó, sino que se estuvo quedo y sosegado, sin mostrar tenerles miedo. Pero quando huvo oido a la raposa, aunque tuvo todo lo que dezia por mentira, mostró mucho contento, y començó a quexarse de su amo, diziendo cómo dias havia le huviera dexado, si no que le devia su soldada; y para no pagarle, de dia en dia le traia en palabras, y que finalmente solo havia podido alcançar dél que le hiziese una obligación de pagarle dentro de cierto tiempo, que pues no podia por entonces cobrar, a lo menos queria informarse de un letrado, si era bastante aquella escritura, la qual tenia en la uña del pie, para tener [p. 159] segura su deuda. Bolviose la raposa entonces al lobo (que ya ella se temió de algun temporal) y le preguntó si sus letras podian suplir en semejante menester. Pero él no entendiéndola de grosero, muerto porque le tuviesen por letrado, respondió muy hinchado que havia estudiado Leyes en Salamanca, y rebuelto muchas vezes a Bartulo y Bartuloto y aun a Galeno, y se preciava de ser muy buen jurista y sofistico, y estava tan platico en los negocios, y tan al cabo de todo, que no daria ventaja en la plaça a otro ninguno que mejores sangrias hiziese; por el tanto amostrase la escritura, y se pusiese en sus manos, que le ofrecia ser su avogado para quando huviese de cobrar el dinero, y hazer que le pagasen tambien las costas, y que le empeñava sobre ello su palabra; que tuviese buena esperança. Levantó el asno entonces el pie, diziendole que leyese. Y quando el lobo estava mas divertido en buscar la escritura, le asentó con entrambos piés un par de coces en el caxco, que por poco le hiziera saltar los sesos. En fin, el golpe fue tal, que perdido del todo el sentido, cayó el triste lobo en el suelo como muerto. La raposa entonces dándose una palmada en la frente, dixo assi: «¡Oh! cómo es verdadero aquel refran antiguo, que tan grandes asnos hay con letras como sin letras.» Y en diziendo esto, echó a huir cada qual por su cabo, ella para la montaña y el asno para el aldea.»

Compárese esta linda adaptación con el texto castellano del siglo XV, mandado traducir por el Infante de Aragón don Enrique (Fábula 1.ª entre las extravagantes del «Isopo» ), y se comprenderá lo que habían adelantado la lengua y el arte de la narración durante un siglo. Con no menos originalidad de detalle, picante y donosa, están tratadas otras fábulas de la misma colección, donde ya estaban interpoladas, además de las esópicas, algunas de las que Mey sacó de Aviano, v. gr.: la de fure et parvo: «del mozo llorante y del ladrón». Un muchacho engaña a un ladrón, haciéndole creer que se le ha caído una jarra de plata en un pozo. El ladrón vencido de la codicia, se arroja al pozo, despojándose antes de sus vestidos, que el muchacho le roba, dejándole burlado. En la colección de Mey tiene el número 5.º y esta moraleja:

       Al que engañado a todo el mundo ofende,
       Quien menos piensa, alguna vez le vende.

[p. 160] De las fábulas de animales es fácil el tránsito a otros apólogos no menos sencillos, y por lo general de la misma procedencia clásica, en que intervienen, principal o exclusivamente, personajes racionales, por ejemplo: «La Enferma de los ojos y el Médico», [1] «El avariento», [2] «El padre y los hijos» todas ellas de origen esópico. Baste como muestra el último:

«Un labrador, estando ya para morir, hizo llamar delante sí a sus hijos; a los quales habló desta suerte: «Pues se sirve Dios de que en esta dolencia tenga mi vida fin, quiero, hijos mios, revelaros lo que hasta aora os he tenido encubierto, y es que tengo enterrado en la viña un tesoro de grandissimo valor. Es menester que pongays diligencia en cavarla, si quereys hallarle», y sin declararles más partió desta vida. Los hijos, despues de haver concluido con el entierro del padre, fueron a la viña, y por espacio de muchos dias nunca entendieron sino en cavarla, quando en una, quando en otra parte, pero jamás hallaron lo que no havia en ella: bien es verdad que por haberla cavado tanto, dió sin comparacion más fruto aquel año que solia dar antes en muchos. Viendo entonces el hermano mayor quánto se habian aprovechado, dixo a los otros: «Verdaderamente aora entiendo por la esperiencia, hermanos, que el tesoro de la viña de nuestro padre es nuestro trabajo.

       En esta vida la mejor herencia
       Es aplicar trabajo y diligencia.» [3]

Las relaciones novelísticas de Sebastián Mey con las colecciones de la Edad Media no son tan fáciles de establecer como las que tiene con Esopo y Aviano. De don Juan Manuel no parece haber imitado más que un cuento, el del molinero, su hijo y el asno. Con Calila y Dimna tiene comunes dos: El Amigo Desleal, [p. 161] que es el apólogo «de los mures que comieron fierro», [1] y El Mentiroso burlado ; pero ni uno ni otro proceden de la primitiva versión castellana derivada del árabe, ni del Exemplario contra los engaños y peligros del mundo , traducido del Directorium vitae humanae de Juan de Capua, sino de alguna de las imitaciones italianas, probablemente de la de Firenzuola: Discorsi degli animali , de quien toma literalmente alguna frase. [2] Por ser tan raro el texto de Mey le reproduzco aquí, para que se compare con el italiano, que puede consultarse fácilmente en ediciones modernas:

Fábula XXVIII. El hombre verdadero y el mentiroso:

«Ivan caminando dos compañeros, entrambos de una tierra y conocidos: el uno de ellos hombre amigo de verdad y sin doblez alguna, y el otro mentiroso y fingido. Acaeció, pues, que a un mismo tiempo viendo en el suelo un talegoncico, fueron entrambos a echarle mano, y hallaron que estava lleno de doblones y de reales de a ocho. Quando estuvieron cerca de la ciudad donde bivian, dixo el hombre de bien: «Partamos este dinero, para que pueda cada uno hazer de su parte lo que le diere gusto». El otro, que era bellaco, le respondió: «Por ventura si nos viesen con tanto dinero, seria dar alguna sospecha, y aun quiça nos porniamos en peligro de que nos le robasen, porque no falta en la ciudad quien tiene cuenta con las bolsas agenas. Pareceme que seria lo mejor tomar alguna pequeña cuantia por agora, y enterrar lo demas en lugar secreto, y quando se nos ofreciere despues haver menester dineros, vernemos entramos juntos a sacarlos, y con esto nos quitaremos por aora de inconvenientes.» El hombre bueno, o si se sufre llamarle bovo, pues no cayó en la malicia ni engaño del otro, pretendiendo que su intencion era buena, facilmente vino en ello, y tomando entonces alguna quantidad cada uno dellos, enterraron lo demas a la raiz de un arbol que alli juntico estava, habiendo tenido mucha cuenta con que ninguno los mirase; y muy contentos y alegres se bolvieron de alli a sus casas. Pero el [p. 162] engañoso compañero venido el siguiente dia, puso en ejecucion su pensamiento, y bolviendo secretamente al sobredicho lugar, sin que persona del mundo tuviese aliento dello, quando el otro estava más descuydado, se llevó el talegoncico con todo el dinero a su casa. Pocos dias despues el buen hombre y simple con el vellaco y malicioso, le dixo: «Paréceme que ya será hora que saquemos de alli y repartamos aquellos dineros, porque yo he comprado una viña, y tengo de pagarla, y tambien he de acudir a otros menesteres que se me ofrecen.» El otro le respondió: «Yo ando tambien en compra de una heredad, y havia salido con intento de buscaros por esta ocasion.» «No ha sido poca ventura toparnos (replicó el compañero), para poder luego ir juntos», como tenian concertado. «Que vamos en buen hora» (dixo el otro), y sin gastar más razones se pusieron en camino. Llegados al arbol donde le avian enterrado, por bien que cavaron alrededor, como no tuvo remedio de hallarle, no haviendo señal de dinero; el mal hombre que le havia robado, començó a hazer ademanes y gestos de loco, y grandes estremos y quexas diciendo: «No hay el dia de hoy fe ni verdad en los hombres: el que pensays que os es mas amigo, esse os venderá mejor. De quién podremos fiar hoy en el mundo? ah traydor, vellaco, esto me teniades guardado? quién ha podido robar este dinero sino tu? ninguno havia que supiese dél». Aquel simplezillo que tenia más razon de poderse quexar y de dolerse, por verse despedido en un punto de toda su esperanza, por el contrario se vio necesitado a dar satisfacion y disculparse, y con grandes juramentos protestava que no sabia en el roto arte ni parte, aunque le aprovechaba poco, porque mostrandose más indignado el otro y dando mayores bozes dezia: «No pienses que te saldras sin pagarlo: la justicia, la justicia lo ha de saber, y darte el castigo que merece tu maldad.» Replicando el otro que estava inocente de semejante delito, se fueron gritando y riñendo delante el juez, el qual tras haver los dos altercado en su presencia grande rato, preguntó si estava presente alguno quando escondian el dinero? Aquel tacaño, mostrando más confiança que si fuera un santo, al momento respondio: «Señor, sí, un testigo havia que no sabe mentir, el qual es el mismo arbol entre cuyas raizes el dinero estava enterrado. Este por voluntad de Dios dirá toda la verdad como ha pasado, para que se vea la [p. 163] falsedad deste hombre, y sea la justicia ensalçada». El juez entonces (que quiera que lo moviese) ordenó de hallarse las partes en el dicho lugar el siguiente dia, para determinar alli la causa, y asi por un ministro les hizo mandato so graves penas, que huviesen de comparecer y presentarse, dando primero, como lo hicieron, buena seguridad. Pareciole muy a su proposito esta deliberacion del juez al malhechor, pretendiendo que cierto embuste que iva tramando, ternia por semejante via efeto. Por donde bolviendose a su casa, y llamando a su padre, le dixo assi: «Padre muy amado, un secreto quiero descubriros, que os he tenido hasta agora encubierto, por parecerme que assi convenia hazerse... Haveys de saber que yo propio he robado el tesoro que demando a mi compañero por justicia, para poder sustentaros a vos y a mi familia con más comodidad. Dense a Dios las gracias y a mi buena industria, que ya está el negocio en punto que solo con ayudar vos un poquito, será sin réplica ninguna nuestro.» Y contóles todo lo que havia passado, y lo que havia provehido el juez, a lo cual añadió: «Lo que al presente os ruego, es que vays esta noche a esconderos en el hueco de aquel arbol: porque facilmente podreys entrar por la parte de arriba, y estar dentro muy a placer, sin que puedan veros, porque el arbol es grueso y lo tengo yo muy bien notado. Y quando el juez interrogare, disimulando entonces vos la boz que parezca de algun espiritu, respondereys de la manera que conviene.» El mal viejo que havia criado a su hijo tal qual era él, se convencio de presto de sus razones, y sin temerse de peligro alguno, aquella noche se escondio dentro del árbol. Vino alli el juez el dia siguiente con los dos litigantes, y otros muchos que le acompañavan, y habiendo debatido buen rato sobre el negocio, al cabo preguntó en alta voz quién habia robado el tesoro. El ruin viejo, en tono extraordinario y con boz horrible, dixo que aquel buen hombre. Fue cosa esta que causó al juez y a los presentes increible admiracion, y estuvieron suspensos un rato sin hablar, al cabo del qual dixo el juez: «Bendito sea el Señor, que con milagro tan manifiesto ha querido mostrar quanta fuerça tiebe la verdad. Para que desto quede perpetua memoria, como es razon, quiero de todo punto apurarlo. Porque me acuerdo que antiguamente havia Nimfas en los arboles, verdad sea que nunca yo habia dado credito a cosas semejantes, [p. 164] sino que lo tenia todo por patrañas y fabulas de poetas. Mas agora no sé qué dezirme, haviendo aqui en presencia de tantos testigos oido hablar a este arbol. En estremo me holgaria saber si es Nimfa o espiritu, y ver qué talle tiene, y si es de aquella hermosura encarecida por los poetas. Pues caso que fuese una cosa destas, poco mal podriamos nosotros hazerle por ninguna via.» Dicho esto mandó amontonar al pie del arbol leños secos que havia por alli hartos, y ponerles fuego. Quién podrá declarar quál se paró el pobre viejo, quando començó el tronco a calentarse, y el humo a ahogarle? Sólo sé dezir que se puso entonces con bozes muy altas a gritar: «Misericordia, misericordia; que me abraso, que me ahogo, que me quemo.» Lo qual visto por el juez, y que no havia sido el milagro por virtud Divina, ni por haber Nimfa en el arbol, haziendole sacar de alli medio ahogado, y castigandole a él y a su hijo, segun merecian, mandó que le truxessen alli todo el dinero, y entregósele al buen hombre, que tan injustamente havian ellos infamado. Assi quedó premiada la verdad y la mentira castigada.

       La verdad finalmente prevalece,
       Y la mentira con su autor perece».

Aunque el cuento en Calila y Dimna [1] no sea tan seco y esquemático [p. 165] como otros muchos, lo es bastante para que no lamentemos el aliño con que Firezuola y Mey remediaron su aridez, haciendo correr por él la savia de un fácil y gracioso diálogo. Y no me parece que la versión del segundo, aunque inspirada por la del primero, sea inferior a ella, a pesar de la amena y exquisita elegancia del monje de Vallumbrosa.

Sebastián Mey, aun en los raros casos en que traduce fielmente algún original conocido, procura darle color local, introduciendo nombres españoles de personas y lugares. Tal acontece en el cuento 53, «La Prueba de bien querer», que es una paráfrasis amplificada de la facecia 116 de Poggio «De viro quae suae uxori mortuum se ostendit». [1] En el cuento latino la escena pasa en Montevarchio, [p. 166] y el protagonista es un cierto hortelano, «hortulanus quidam». Mey castellaniza la anécdota en estos graciosos términos:

«Anton Gonçalez Gallego era hombre que se bivia muy a plazer en la villa de Torrejon; tenia una mujeraça de mediano talle, y de una condicionaça muy buena, de manera que aunque él era un poquito reñidor, ella siempre le abonançava, porque no le entrava a ella el enojo de los dientes adentro; y assi eran presto apaziguados. Acaeció que bolviendo él un dia de labrar, halló que la mujer havia ido al rio a lavar los paños, por donde se recostó sobre un poyo, esperando a que viniese, y como ella tardase, començó a divertir en pensamientos, y entre otros le acudió en quanta paz bivia con su muger, y dezia en su imaginativa: «La causa está en ella, y en el amor que me tiene, porque hartas ocasiones le doy yo con mi reñir, pero quiéreme tanto que todo lo disimula con muy gran cordura a trueco de tenerme contento. Pues si yo me muriese, qué haria ella? Creo que se moriria de tristeza. ¡O quién se hallase alli para ver los estremos que haria, y las palabras lastimeras que echaria de aquella su boca, pues en verdad que lo he de provar, y asegurarme dello por la vista.» Sintiendo en esto que la muger venia, se tendia en el suelo como un muerto. Ella entro, y mirandole de cerca, y provando a levantarle, como él no hazia movimiento, y le vio sin resuello, creyó verdaderamente que era muerto, pero venia con hambre y no sabia resolverse en si comeria primero o lloraria la muerte del mando. En fin, constreñida de la mucha gana que traia, determinó comer primero. Y poniendo sobre las brasas parte de un recuesto de tocino que tenia alli colgado, se le comió en dos palabras sin bever por no se detener tanto. Despues tomó un jarro, y comenzó a baxar por la escalera, con intencion de ir a la bodega por vino; mas he aqui donde llega de improviso una vezina a buscar lumbre. Ella que la sintio, dexa de presto el jarro, y como que hubiese espirado entonces el marido, comiença a mover gran llanto y a lamentar su muerte. Todo el barrio acudió a los gritos, hombres y mugeres; y espantados de muerte tan repentina (porque estava él tendido con los ojos cerrados, y sin resollar de manera que parecia verdaderamente muerto) consolavanla lo mejor que podian. Finalmente quando a él le parecio que se havia ya satisfecho de lo que tanto deseava ver, y que huvo tomado un poco de gusto con [p. 167] aquel alboroto; quando más la muger lamentava diciendo: «Ay marido mio de mi coraçon, desdichado ha sido el dia y la hora en que pierdo yo todo mi bien, pero yo soy la desdichada, faltandome quien solia ser mi amparo; ya no terné quien se duela de mí, y me consuele en mis trabajos y fatigas; qué haré yo sin vos agora, desventurada de mí?» El entonces, abriendo supitamente los ojos, respondio: «Ay muger mia de mis entrañas, qué haveys de hazer? sino que pues haveys comido, baxeys a bever a la bodega.» Entonces todos los que estavan presentes, trocando la tristeza en regocijo, dispararon en reir; y más despues quando el marido les contó el intento de la burla, y como le havia salido.

       Tal se penso de veras ser amado,
       Y burlando quedó desengañado».

En las Facecias de Poggio se halla tambien (con el número 60 «De eo qui uxorem in flumine peremptam quarebat») la sabida anécdota que Mey volvió a contar con el título de La mujer ahogada y su marido (fábula XVIII). Pero no es seguro que la tomase de allí, siendo tantos los libros que la contienen. Aun sin salir de nuestra literatura, podía encontrarla en el Arcipreste de Talavera, en el Sobremesa de Timoneda y en otros varios autores. Tanto la versión de Timoneda, como la de Poggio, son secas y esquemáticas; no así la de Mey, que amplificando galanamente, según su costumbre, traslada el cuento «a la orilla de Henares» y con cuatro rasgos de vida española saca de la abstracción del apólogo las figurillas vivas de Marina Gil, «lavandera de los estudiantes y muy habil en su oficio»; del buen Pero Alonso, su marido, y de su compadre Anton Royz.

El mismo procedimiento usa en otros cuentos, que parecerían indígenas, por el sabor del terruño que tienen, si no supiésemos que son adaptaciones de otros italianos. Así el de «El Dotor y el Capitan» (fáb. X), que según ha descubierto el señor Milton A. Buchanan, es la misma historia de «Il capitano Piero da Nepi» y «M. Paolo dell'Ottanaio», inserta en el Diporto de' viandanti de Cristoforo Zabala, [1] obrilla análoga, aun en el título, al Alivio [p. 168] de Caminantes de Timoneda; pero que no le sirvió de modelo, sino al revés, puesto que es posterior en bastantes años. Es, en cambio, anterior a Mey, y no puede dudarse de la imitación, aunque muy disimulada.

«Llegaron juntos a comer a una venta el Dotor Calderon, famoso en Medicina, y el Capitan Olmedo. Tuvieron a la mesa perdizes, y comian en un plato. Pero el Capitan en columbrando las pechugas y los mejores bocados, torciendo a su proposito la platica, y tomando lo mejor, dezia: «Con este bocado me ahogue, señor Dotor, si no le digo verdad.» Disimuló el Dotor dos o tres vezes, pero a la quarta, pareciendole algo pesada la burla, al tiempo que alargava el Capitan la mano, diziendo «con este bocado me ahogue», sin dexarle acabar de dezir, cogió con la una mano el plato y con la otra el bocado a que tirava el Capitan, diziendole: «No jure, señor Capitan, no jure, que sin jurar le creo. Y si de aqui adelante quisiere jurar, sea que le derribe el primer arcabuzazo que los enemigos tiraren, porque es juramento más conveniente a un capitan y soldado viejo como vuesa merced.» Desta manera le enseñó al Capitan a tener el término debido.

       Alguna vez suele quedar burlado
       El que con otros es desvergonzado».

Un ejemplo de adaptación italiana mucho más directa, en algunos puntos casi literal y donde no se cambian ni el lugar de la escena ni el nombre de los personajes, tenemos en la fábula LV El médico y su mujer, cuya fuente inmediata, descubierta igualmente por el señor Buchanan, es la novela 2.ª de la cuarta  jornada de Sansovino, [1] la cual a su vez procede de las Cento novelle antiche (núm. 46), y debe de ser de origen provenzal, puesto que parece encontrarse una alusión a ella en estos versos del trovador Pedro Cardenal:

       Tals cuja aver filh de s' esposa
       Que no i a re plus que cel de Tolosa. [2]

[p. 169] El cuento es algo libre y de picante sabor, pero precisamente por ser el único de su género en el Fabulario , creo que no debo omitirle, persuadido de que el donaire con que está contado le hará pasar sin ceño de los eruditos, únicos para quienes se imprimen libros como éste.

«Huvo en Tolosa un médico de mucha fama llamado Antonio de Gervas, hombre rico y poderoso en aquellos tiempos. Este deseando mucho tener hijos, casó con una sobrina del Governador de aquella ciudad, [1] y celebradas las bodas con grande fiesta y aparato, segun convenia a personas de tanta honrra, se llevó la novia a su casa con mucho regocijo, y no pasaron dos meses que la señora su muger parió una hija. Visto esto por el Medico, no hizo sentimiento, ni mostró darse por ello pena; antes viendo a la muger afligida, la consolava, trabajando por persuadirle con muchos argumentos fundados en la ciencia de su arte. que aquella mochacha segun razon podia ser suya, y con amoroso semblante y buenas palabras hizo de manera que la muger se sosegó, honrrandola él mucho en todo el tiempo del parto y proveyendola en abundancia de todo quanto era necesario para su salud. Pero después que la muger convaleció y se levantó de la cama le dixo el Medico un dia:  «Señora, yo os he honrrado y servido desde que estays conmigo quanto me ha sido posible. Por amor de mí os suplico que os bolvays a casa de vuestro padre, y os esteys alli de aqui adelante, que yo miraré por vuestra hija y la haré criar con mucha honrra.» Oido esto por la muger, quedó como fuera de sí; pero tomando esfuerço, començó a dolerse de su desventura, y a dezir que no era honesto, ni parecia bien que la echase de aquella manera fuera de casa. Mas no queriendo el Medico, por bien que ella hizo y dixo, mudar de parecer, vinieron a terminos las cosas que huvo de mezclarse el Governador entendiendo que el Medico en todo caso queria divorcio con la sobrina, y assi embió por él. Venido el Medico, y hecho el devido acatamiento, el governador (que era hombre de mucha autoridad) le habló largamente sobre el negocio, diciendole que en los casos que tocan a la honrra, conviene mirar mucho a los inconvenientes que se pueden seguir, y es menester que se tenga mucha cuenta con que no tenga [p. 170] que dezir la gente, porque la honrra es cosa muy delicada y la mancha que cae una vez sobre ella por maravilla despues hay remedio de poder quitarla. Tentó juntamente de amedrentarle con algunas amenazas. Pero quando huvo hablado a su plazer, le respondió el Medico: «Señor, yo me casé con vuestra sobrina creyendo que mi hacienda bastaria para sustentar a mi familia, y mi presupuesto era que cada año havia de tener un hijo no más, pero haviendo parido mi muger a cabo de dos meses, no estoy yo tan abastado, si cada dos meses ha de tener el suyo, que pueda criarlos, ni darles de comer; y para vos no seria honrra ninguna que viniese a pobreza vuestro linage. Y assi os pido por merced, que la deys a hombre que sea más rico que yo, para que pariendo tan amenudo, pueda criar y dexar ricos todos sus hijos, y a vos no os venga desonrra por ellos. El Governador, que era discreto y sagaz, oyendo esto, quedó confuso, y replicóle que tenia razon en lo que dezia, y con esto le despidió.

       La hazienda que entre pocos es riqueza,
       Repartida entre muchos es pobreza».

No en todos los casos parece tan obvio el origen literario del cuento, por ser muy vulgar la anécdota y no presentar en el texto de Mey ningún rasgo que arguya parentesco directo con otras versiones. Tal sucede con la fábula LVI El convidado acudido , que figura, aunque con distintos accesorios, en el cuadernillo manuscrito de los Cuentos de Garibay y en la Floresta Española . [1] Cotejando la versión de Mey que pongo a continuación con [p. 171] la de Santa Cruz, que va por nota, se palpará la diferencia entre el estilo conciso y agudo del toledano y la manera más pintoresca, verbosa y festiva del impresor de Valencia.

«Francisco Quintañon vezino de Bilbao, combidó, segun acostumbrava cada año, el dia del Santo de su nombre, en el qual havia nacido, a algunos amigos. Los quales truxeron al combite a Luis Loçano, estudiante, hombre gracioso, bien entrañado, y que si le llamavan a un combite, no dezia de no, y por caer aquel año en Viernes el combite, hubo de ser de pescado. A lo qual proveyó el Quintañon en abundancia y muy bueno. Sentados a la mesa, dieron a cada uno su porcion de vesugos, congrios y otros pescados tales. Sólo a Loçano le dieron sardinas, y no sé qué pescadillos menudos, por ventura por no haver sido de los llamados, sino que le havian traido. Como él vio aquella menudencia en su plato, en lugar de comer como hazian los otros, tomava cada pescadilla, y llegavasele al oído, y bolviale despues al plato. Reparando en aquello los combidados, y preguntandole por qué hazia aquéllo? respondio: «Havrá seys años, que pasando un hermano mio a Flandes, y muriendo en el viaje, echaron su cuerpo en el mar; y nunca he podido saber dónde vino a parar, y si tuvo su cuerpo sepultura o no, y por eso se lo preguntava a estos pececillos, si por dicha lo sabian. Todos me responden en conformidad que no saben tal, porque en ese tiempo no havian ellos aun nacido: que se lo pregunte a esos otros pescados mayores que hay en la mesa, porque sin duda me daran relacion.» Los combidados lo echaron en risa, entendiendo la causa porque lo dezia; y Quintañon, echando a los moços la culpa que lo havrian hecho por descuydo, mandó traerle un plato de lo mejor que havia.

       Si en un convite fueres encogido,
       Serás tambien sin duda mal servido».

[p. 172] Otra anécdota mucho más conocida que la anterior es la de El truhan y el asno . En el estudio del señor Buchanan pueden verse útiles indicaciones bibliográficas sobre las transmigraciones de esta facecia , que se repite en el Esopo de Waldis, en el libro alemán Til Eulenspiegel , en los Cuentos de Buenaventura Des Periers y en otras muchas partes. Entre nosotros anda en la tradición oral, pero no conozco texto literario anterior al de Mey, que es muy donoso por cierto.

«Delante del Duque de Bayona tomava el ayo un dia licion a los pages, entre los quales havia uno de tan duro ingenio, que no podian entrarle las letras en la cabeça. De lo qual se quexava el ayo, diziendo que havia seys meses que le enseñava y no sabia aun deletrear. Hallandose un truhan presente dixo: «Pues a un asno enseñaré yo en seys meses a leer.» Oyendolo el Duque, le dixo: «Pues yo te apostaré que no lo enseñas ni en doze.» Porfiando él que sí, dixo el Duque: «Pues sabes cómo te va? que me has de dar en un año un asno que sepa leer, so pena que si no lo hazes, has de recebir quatrocientos açotes publicamente del verdugo, y si lo hazes y ganas, te haya yo de dar quatro mil ducados; por eso mira en lo que te has puesto por parlar.» Pesole al truhan de haber hablado; pero en fin vista la deliberacion del Duque, procuró despavilar el ingenio, y ver si tenia remedio de librarse del castigo. Mercó primeramente un asnillo pequeño muy luzio y bien tratado, y pusole delante un librazo; mas por bien que le bramava a las orejas A. b. c. no havia remedio más que si lo dixera a una piedra, por donde viendo que esto era por demas, imaginó de hazer otra cosa. Puesto sobre una mesa el dicho libro delante del asno, echavale unos quantos granos de cevada sobre una de las hojas y otros tantos sobre la otra hoja siguiente, y sobre la tercera tambien. Despues de haverse comido el asno los granos de la hoja primera, tenia el truhan con la mano la hoja buen rato, y despues dexavale que con el hozico se bolviese; y a la otra hoja hazia lo mismo. Poco a poco habituó el asno a que sin echarle cevada hiziese tambien aquello. Y quando le tuvo bien impuesto (que fue antes del año) avisó al Duque cómo ya su asno sabia leer: que le señalase dia en que por sus ojos viese la prueba. Aun que lo tuvo el Duque por imposible, y que saldria con algun donayre, con todo eso le señaló dia, venido el qual, fue traido el asno [p. 173] a palacio, y en medio de una quadra muy entoldada, haviendo acudido muchisima gente, pusieron sobre una mesa un grandisimo libro: el qual començó el asno a cartear de la manera que havia acostumbrado, estando un rato de la una hoja a la otra mirando el libro. Y desta manera se entretuvo un grande rato. El Duque dixo entonces al truhan: «Cómo lee tu asno? tú has perdido». «Antes he ganado (respondio el truhan) porque todo el mundo vee como lee. Y yo emprendí de enseñarle a leer solamente y no de hablar. Yo he cumplido ya con mi obligacion, y lo protesto assi requiriendo y llamando por testigos a todos los que estan presentes, para que me hagan fe de aquesto. Si hallare vuestra Excelencia quien le enseñe a hablar, entonces podrá oirle claramente leer, y si acaso huviere quien tal emprenda, seguramente puede ofrecerle vuestra Excelencia doze mil ducados, porque si sale con ello, los merecerá muy bien por su trabajo y habilidad.» A todos les pareció que dezia bien el truhan, y el mismo Duque teniendose por convencido mandó darle los quatro mil ducados que le havian ofrecido.

       Como tengas paciencia y perseveres,
       Saldrás con cualquier cosa que emprendieres».

Algunos cuentecillos de Mey, como otros de Timoneda, son explicación o comentario de algún dicho proverbial. Esta frase, por ejemplo, Parece a lo del raton que no sabe sino un agujero , se comprueba con los dos ejemplos del pintor de retablos que no sabía hacer más efigie que la de San Antonio, y con ella, o con dos del mismo Santo, pensaba satisfacer a quien le pedía la de San Cristóbal; y el del músico que no sabía cantar más letrilla que la de «La mañana de San Juan—al punto que alboreaba». [1]

El color local da frescura e interés a las más triviales anécdotas del Fabulario . Mey huye siempre de lo abstracto y de lo impersonal. Así, el pintor de retablos no es un pintor cualquiera, sino «Mase Rodrigo pintor que vivia en Toledo cabe la puerta de Visagra», y el cantor es «Juan Pie de Palo, privado de la vista corporal». [p. 174] Una curiosa alusión al héroe del libro de Cervantes realza la fábula XX, cuadrito muy agradable, en que la vanidad del hidalgo y la torpeza de su criado producen el mismo efecto cómico que las astucias de Caleb, el viejo servidor del hidalgo arruinado, en la novela de Walter Scott The Bride of Lammermoor .

«Luis Campuzo, de tierra de la Mancha, y pariente de D. Quijote, aunque blasonava de hidalgo de secutoria , no acompañavan el poder y hazienda a la magnanima grandeça que en su coraçon reynava; mas si con las obras no podia, con las palabras procurava de abultar las cosas, de manera que fuesen al mundo manifiestas y tuviesen que hablar dél. Era amigo de comer de bueno, aunque no de combidar a nadie; y para que dello tambien se tuviesse noticia, hijos y mujer ayudavan a pregonarlo, diziendole quando estava en conversacion con otros hidalgos que las gallinas o perdices estaban ya asadas, que entrase a cenar. Quando hijos y mujer se olvidavan, él tenia cuidado de preguntarlo en presencia de ellos a un criado; que como de ordinario los mudava, no podia tenerlos habituados a su condicion y humor. Haviendo pues asentado Arguixo con él, segun acostumbrava con otros, le preguntó a vozes en presencia de sus amigos: «Qué tenemos para cenar, hermano Arguixo?» El otro sin malicia ninguna respondio: «Señor, una perdiz», y bolviendo el otro dia con semejante demanda, quando le dixo: «Qué hay esta noche de cenar?» el otro respondio: «Señor, un palomino». Por donde haviendole reñido el amo y dado una manezica sobre que no se sabia honrar ni hazer tener, concluyó con enseñarle de qué manera havia de responderle de alli adelante, diziendole: «Mirad, quando de aqui adelante os interrogare yo sobre el cenar, haveys de responder por el numero plural, aunque no haya sino una cosa; como si hay una perdiz, direys: perdizes, perdizes; si un pollo: pollos, pollos; si un palomino: palominos, palominos, y assi de todo lo demás.» Ni al criado se le olvidó la licion, ni dexó él passar la ocasion de executarla, porque venida la tarde, antes que la junta de los hidalgos se deshiziese, queriendose honrrar como solia, en presencia dellos, a bozes preguntó: «Qué hay que cenar esta noche, Arguixo?» «Vacas, señor, vacas», respondio él: de que rieron los hidalgos; pero el amo indignado, bolviendose al moço, dixo: «Este vellaco es tan grosero, que no entiende aun que no hay regla sin excepcion.» «¿Qué culpa tengo [p. 175] «yo, replicó él, si vos no me enseñastes más Gramática?» Y haviendole despedido el amo sobre el caso, fue causa que se vino a divulgar el chiste de sus grandezas.

       Quien más se entera de lo que conviene,
       Sin pensarlo a quedar burlado viene».

Con la misma candorosa malicia están sazonados otros cuentos, en que ya no puedo detenerme, como el de El mentiroso burlado , [1] el de Los labradores codiciosos , [2] el de El cura de Torrejon [3] y sobre todo el de La porfía de los recien casados , [4] que con gusto reimprimiría a no habérseme adelantado Mr. Buchanan. Es el mejor specimen que puede darse del gracejo picaresco y de la viveza expresiva y familiar de su prosa, dotes que hubieran hecho de Mey un excelente novelista satírico de la escuela del autor de El Lazarillo , si no hubiese encerrado constantemente su actividad en un cauce tan estrecho como el de la fábula y el proverbio moral. Su intención pedagógica no podía ser más honrada y cristiana, y bien lo prueba el piadoso ejemplo [5] con que su libro termina; pero es lástima que no hubiese tenido más ambición en cuanto a la extensión y forma de sus narraciones y al desarrollo de la psicología de sus personajes.

[p. 176] Dos veces ensayó, sin embargo, la novela italiana; pero en el género de amores y aventuras, que era el menos adecuado a las condiciones de su ingenio observador y festivo. La primera de estas dos narraciones relativamente largas, El Emperador y su hijo , [1] tiene alguna remota analogía con la anécdota clásica de Antíoco y Seleuco, y en ciertos detalles recuerda también la novela de Bandello que dió argumento para el asombroso drama de Lope El castigo sin venganza , pero va por distinto rumbo y es mucho más complicada. El anciano Emperador de Trapisonda concierta casarse con Florisena, hija del rey de Natolia, enamorado de su beldad por un retrato que había visto de ella. El rey de Natolia, a trueco de tener yerno tan poderoso, no repara en la desproporción de edad, puesto que él pasaba de los sesenta y ella no llegaba a los veinte. El Emperador envía a desposarse en nombre suyo y a traer la novia a su hijo Arminto, gentil mozo en la flor de su edad, del cual se enamora locamente la princesa, llegando a declararle su pasión por señas inequívocas y finalmente requiriéndole de amores. El, aunque prendado de su hermosura, rechaza con horror la idea de hacer tal ofensa a su padre, y huye desde entonces cuanto puede del trato y conversación con la princesa. Frenética ella escribe al Emperador, quejándose del desvío y rustiqueza de su hijo, y el Emperador le ordena ser obediente y respetuoso con su madrastra; pero los deseos de la mala mujer siguen estrellándose en la virtuosa resistencia del joven. Emprende finalmente su viaje a la corte, y en el camino la princesa logra, mediante una estratagema, atraer al joven una noche a su aposento, y rechazada otra vez por él, sale diciendo a voces que la había deshonrado. Conducidos a la presencia del Emperador, el príncipe nada quiere decir en defensa propia, y cuando estaba a punto de ser condenado a muerte, la Emperatriz reclama el privilegio de dar la sentencia, haciendo jurar solemnemente al Emperador que pasará por lo que ella ordene. «Felisena entonces dixo: «La verdad es que mi padre no me dió deste casamiento más razon de que me casava con el Emperador de Trapisonda, sin dezirme de qué edad [p. 177] era, ni otras circunstancias; y en viendo yo al Principe crei que él era mi marido, y le cobré voluntad y amor de muger y no de madre: ni mi edad ni la suya lo requieren, y desde aquella hora nunca he parado hasta que al cabo le forzé a cumplir mi voluntad, de manera que yo le hice a él fuerça y no él a mí; yo me desposé con él, y siempre con intencion de que era verdadero esposo y no prestado. Siendo pues ya muger del hijo, no puedo en manera ninguna serlo del padre, pero quando no huviera nada desto, supuesto que ha de ser el casamiento voluntario y libre, y no forçoso, digo que a mi señor el Emperador le serviré yo de rodillas como hija y nuera, pero no como muger. Si es otra su voluntad, yo me volveré a casa del Rey mi padre, y biuda esperaré a lo que Dios querrá disponer de mí.» Los sabios del Consejo y todos los que estaban presentes interceden con el Emperador para que cumpla su juramento y renuncie a la mano de la princesa en favor de su hijo. Hay en este cuento, como queda dicho y de su simple exposición se infiere, algunos detalles comunes con el de Parisina, tal como le trataron Bandello y Lope; pero el desenlace no es trágico, sino alegre y placentero, aunque no lo fuese para el burlado Emperador de Trapisonda. Esto sin contar con la inocencia del príncipe y otros rasgos que hacen enteramente diversas ambas historias. También la de Mey es de corte italiano, aunque no puedo determinar ahora de cuál de los novellieri está tomada ni Mr. Buchanan lo ha averiguado tampoco.

En cambio, se debe a este erudito investigador el haber determinado con toda precisión la fuente de otra historia de Mey, El caballero leal a su señor (fáb. XLIX), que es un arreglo o adaptación de la quincuagésima y última de Masuccio Salernitano, [1] con ligeras variantes, entre ellas el nombre de Pero López de Ayala cambiado en Rodrigo y el de su hijo Aries o Arias en Fadrique. El cuento parece de origen español, como otros de Masuccio, el cual lo da por caso auténtico, aprendido de un noble ultramontano; [2] los afectos de honra y lealtad que en él dominan son idénticos [p. 178] a los que campean en nuestras comedias heroicas, aunque fuera del título ninguna semejanza se encuentra entre la comedia de Lope El Leal Criado y este cuento de Mey, que pongo aquí por última muestra de su estilo en un género enteramente diverso de los anteriores:

«Muchos años ha que en la ciudad de Toledo huvo un cavallero llamado Rodrigo Lopez, tenido por hombre de mucha honrra y de buena hazienda. Tenia éste dos hijas, y un hijo sólo llamado Fadrique, moço virtuoso y muy gentil hombre; pero preciavase de valiente, y pegavasele de aqui algun resabio de altivez. Platicando éste y haziendo camarada con otros cavalleros de su edad, acaeció que una noche se halló en una quistion con otros a causa de uno de sus compañeros: en la qual como los contrarios fuesen mayor número, y esto fuese para él causa de indignacion, y con ella le creciese el denuedo, tuvose de manera que mató a uno dellos. Y porque el muerto era de muy principal linage, temiendo de la justicia, determinó de ausentarse y buscar por el mundo su ventura. Lo qual comunicó con su padre, y le pidió licencia, y su bendicion. El padre se la dio con lagrimas, y le aconsejó cómo se havia de regir, y juntamente le proveyó de dineros y de criados, y le dio dos cavallos. En aquel tiempo tenia el rey de Francia guerra contra Inglaterra, por lo cual determinado de servirle, fue al campo del Rey, y como su ventura quiso, asentó por hombre de armas con el Conde de Armiñac, que era general del exército y pariente del Rey. Viniendo despues las ocasiones, se començó a señalar, y a dar muestras de su valor, haziendo maravillosas proezas assi en las batallas de campaña como en las baterias de castillos y ciudades, de manera que assi entre los Franceses como entre los enemigos no se hablava sino de sus hazañas y valentia. Esto fué causa de ganarse la voluntad y gracia del General, y de que le hiziese grandisimos favores; y como siempre le alabava, y encarecia sus hechos en presencia del Rey, pagado el Rey de su valor le quiso para su servicio; y le hizo su Gentilhombre, y cavallero mejor del Campo, señalandole plaça de grandisima [p. 179] ventaja, y era el primero del Consejo de Guerra; y en fin hazia tanto caso dél, que le parecia que sin su Fadrique no se podia dar efeto a cosa de importancia. Pero venido el ivierno retiró el Rey su Campo, y con la flor de sus cavalleros, llevando entre ellos a Fadrique, se bolvió a Paris. Llegado alli, por dar plazer al pueblo y por las vitorias alcançadas quiso hazer una fiesta a la qual mandó que combidasen a los varones más señalados, y a las más principales damas del reyno. Entre las damas que acudieron a esta fiesta, que fueron en gran número, vino una hija del Conde de Armiñac, a maravilla hermosa. Dado pues principio a la fiesta con general contento de todos, y señalandose mucho en ella Fadrique en los torneos, y en los otros exercicios de Cavalleria, la hija del Conde puso los ojos en él, y por lo que habia oido de sus proezas, como por lo que con sus ojos vio, vino a quedar dél muy enamorada; y con mirarle muy a menudo, y con otros ademanes le manifestó su amor, de manera que Fadrique se dio acato dello; pero siendo de su inclinacion virtuoso, y acordandose de los beneficios que havia recebido del Conde su padre, hizo como quien no lo entendia, y passavalo en disimulacion. Pero la donzella que le amava de coraçon, estava por esto medio desesperada, y hazia estremos de loca. Y con esta turbacion le pasó por el pensamiento escrivirle una carta; y poniendolo en efebo, le pintó en ella su aficion y pena con tanto encarecimiento y con tan lastimeras razones, que bastara a ablandar el coraçon de una fiera; y llamando un criado de quien fiava, y encargandole el secreto, le mandó que llevase a Fadrique aquella carta. El criado receloso de que no fuese alguna cosa que perjudicase a la honrra della, y temiendo del daño que a él se le podia seguir, en lugar de llevar a Fadrique la carta, se la llevó al Conde su señor. El qual leida la carta y visto el intento de su hija, pensó de poder dar con la cabeça por las paredes; imaginava si la mataria, o si la cerraria en una prision para toda su vida; pero reportado un poco, hizo deliberacion de provar a Fadrique, y ver cómo lo tomava. Y con este presupuesto bolvió a cerrar la carta, y mandó al criado que muy cautelosamente se la diese a Fadrique de parte de su hija, y cobrase respuesta dél. El criado se la llevó, y Fadrique entendido cúya era, la recibió algo mustiamente; y su respuesta era en suma, que le suplicava se quitase aquella locura de la cabeça; que la desigualdad [p. 180] era entre los dos tanta, que no podian juntarse por via legitima, siendo él un pobre cavallero y ella hija de señor tan principal, y que a qualquier desgracia y trabajo, aunque fuese perder la vida, se sugetaria él primero que ni en obra ni en pensamiento imaginase de ofender al Conde su señor, de quien tantas mercedes havia recebido; que si no podia vencer del todo su deseo, le moderase a lo menos, y no diese de sí qué dezir; que la fortuna con el tiempo lo podia remediar, entibiandosele a ella o mudandosele como convenia la voluntad; o dandole a él tanta ventura, que por sus servicios haziendole nuevas mercedes el Rey le subiese a mayor grado: que entonces podria ser que viniese bien su padre, y en tal caso seria para él merced grandissima; pero que sin su consentimiento ni por el presente ni jamas tuviese esperança de lo que pretendia dél. Esto contenia su respuesta. Y despues de haver cerrado muy bien la carta, se la dió al criado para que la llevase a su señora. El se la llevó al Conde, como él propio se lo havia ordenado. El Conde la leyó; y fue parte aquella carta no solo para que se le mitigasse el enojo contra la hija, pero para que con nueva deliberacion se fuese luego al Rey, y le contase todo quanto havia pasado, hasta mostrarle las cartas, y le manifestase lo que havia determinado de hazer. Oido el Rey todo esto, no se maravilló de la donzella, antes la desculpó, sabiendo quanta fuerça tiene naturaleza en semejantes casos: pero quedó atonito de la modestia y constancia del cavallero, y de aqui se le dobló la voluntad y aficion que le tenia. Y discurriendo con el Conde sobre la orden que se havia de tener, le mandó que pusiese por obra, y diese cumplimiento a lo que havia deliberado: que en lo que a su parte tocava, él le ofrecia de hazerlo como pertenecia a su Real persona, y assi lo cumplió. Con esto mandaron llamar a Fadrique, y el Conde muy alegre en presencia del Rey, le dio a su hija por mujer. Y el dia siguiente haviendo el Rey llamado a su palacio a los Grandes que havia en Corte, los hizo desposar. Quién podria contar el contento que la dama recibió, viendo que le davan por marido aquel por quien havia estado tan apasionada, y sin esperança de alcançarle? Fadrique quedó tambien muy contento. Las fiestas que se hizieron a sus bodas fueron muy grandes, y ellos bivieron con mucha paz y quietud acompañados sus largos años.

        [p. 181] Si a tu señor guardares lealtad,
       Confia que ternás prosperidad».

La extraordinaria rareza del libro y la variedad e importancia de su contenido nos han hecho dilatar tanto en las noticias y extractos del Fabulario , del cual dió una idea harto inexacta Puibusque, uno de los pocos escritores que le mencionan; puesto que ni las fábulas están «literalmente traducidas de Fedro» (cuyos apólogos, no impresos hasta 1596 y de uso poco frecuente en las escuelas de España antes del siglo XVIII, no es seguro que Sebastián Mey conociese), sino que están libremente imitadas de Esopo y Aviano; ni mucho menos constan de «versos fáciles y puros», pues no hay más versos en toda la obra que los dísticos con que termina cada uno de los capítulos. De los cuentos, sí, juzgó rectamente Puibusque: «son ingeniosos y entretenidos (dice), exhalan un fuerte olor del terruño y no carecen de intención filosófica» [1]

Notable contraste ofrece con la tendencia moral y didáctica del Fabulario otro libro muy popular a principios del siglo XVII, y tejido de cuentos en su mayor parte. Su autor, Gaspar Lucas Hidalgo, vecino de la villa de Madrid, de quien no tenemos más noticia que su nombre, le tituló Diálogos de apacible entretenimiento , y no llevaba otro propósito que hacer una obra de puro pasatiempo, tan amena y regocijada y de tan descompuesta y franca alegría como un sarao de Carnestolendas, que por contraste picante colocó en la más grave y austera de las ciudades castellanas, en Burgos. Dos honrados matrimonios y un truhán de oficio llamado Castañeda son los únicos interlocutores de estos tres diálogos, que se desarrollan en las tres noches de Antruejo, y que serían sabrosísimos por la gracia y ligereza de su estilo si la sal fuese menos espesa y el chiste un poco más culto. Pero las opiniones sobre el decoro del lenguaje y la calidad de las sales cómicas cambian tanto según los tiempos, que el censor Tomás Gracián Dantisco, al aprobar este libro en 1603, no temió decir que «emendado como va el original, no tiene cosa que ofenda; antes por su buen estilo, curiosidades y donayres permitidos para pasatiempo y recreacion, se podrá dar al autor el privilegio y licencia que suplica». No sabemos lo que se enmendaría, pero en [p. 182] el texto impreso quedaron verdaderas enormidades, que indican la manga ancha del censor. No porque haya ningún cuento positivamente torpe y obsceno, como sucede a menudo en las colecciones italianas, sino por lo desvergonzadísimo de la expresion en muchos de ellos, y sobre todo por las inmundicias escatológicas en que el autor se complace con especial fruición. Su libro es de los más sucios y groseros que existen en castellano; pero lo es con gracia, con verdadera gracia, que recuerda el Buscón , de Quevedo, siquiera sea en los peores capítulos, más bien que la sistemática y desaliñada procacidad del Quijote de Avellaneda. A un paladar delicado no puede menos de repugnar semejante literatura, que en grandes ingenios, como el de nuestro don Francisco o el de Rabelais, sólo se tolera episódicamente, y al cual no dejó de pagar tributo Molière en sus farsas satíricas contra los médicos. Si por el tono de los coloquios de Gaspar Lucas Hidalgo hubiéramos de juzgar de lo que era la conversación de la clase media de su tiempo, a la cual pertenecen los personajes que pone en escena, formaríamos singular idea de la cultura de aquellas damas, calificadas de honestísimas, que en su casa autorizaban tales saraos y recitaban en ellos tales cuentos y chascarrillos. Y sin embargo, la conclusión sería precipitada, porque aquella sociedad de tan libres formas era en el fondo más morigerada que la nuestra, y reservando la gravedad para las cosas graves, no temía llegar hasta los últimos límites de la expansión en materia de burlas y donaires.

Por de pronto, los Diálogos de apacible entretenimiento no escandalizaron a nadie. Desde 1605 a 1618 se hicieron a lo menos ocho ediciones, [1] y si más tarde los llevó la Inquisición a su Índice, [p. 183] fué de seguro por la irreverencia, verdaderamente intolerable aun sopuniéndola exenta de malicia, con que en ellos se trata de cosas y personas eclesiásticas, por los cuentos de predicadores, por la parodia del rezo de las viejas, por las aplicaciones bajas y profanas de algunos textos de la Sagrada Escritura, por las indecentes burlas del sacristán y el cura de Ribilla y otros pasajes análogos. Aunque Gaspar Lucas Hidalgo escribía en los primeros años del siglo XVII, se ve que su gusto se había formado con los escritores más libres y desenfadados del tiempo del Emperador, tales como el médico Villalobos y el humanista autor del «Crótalon».

En cambio no creo que hubiese frecuentado mucho la lectura de las novelas italianas, como da a entender Ticknor. El cuadro de sus Diálogos , es decir, la reunión de algunas personas en día de fiesta para divertirse juntas y contar historias, es ciertamente italiano, pero las costumbres que describe son de todo punto castizas y el libro no contiene verdaderas novelas, sino cuentecillos muy breves, ocurrencias chistosas y varios papeles de donaire y curiosidad, intercalados más o menos oportunamente.

[p. 184] Son, pues, los Diálogos de apacible entretenimiento una especie de miscelánea o floresta cómica; pero como predominan extraordinariamente los cuentos, aquí y no en otra parte debe hacerse mención de ella. Escribiendo con el único fin de hacer reír, ni siquiera aspiró Gaspar Lucas Hidalgo al lauro de la originalidad. Algunos de los capítulos más extensos de su obrita estaban escritos ya, aunque no exactamente en la misma forma. «La invención y letras» con que los roperos de Salamanca recibieron a los Reyes don Felipe III y doña Margarita cuando visitaron aquella ciudad en junio de 1600 pertenece al género de las relaciones que solían imprimirse sueltas. El papel de los gallos , o sea vejamen universitario en el grado de un Padre Maestro Cornejo, de la Orden Carmelitana, celebrado en aquellas insignes escuelas con asistencia de dichos Reyes, es seguramente auténtico y puede darse como tipo de estos desenfados claustrales que solían ser pesadísimas bromas para el graduando, obligado a soportar a pie firme los vituperios y burlas de sus compañeros, como aguantaba el triunfador romano los cánticos insolentes de los soldados que rodeaban su carro. [1] De otro vejamen o actus gallicus que todavía se conserva [2] está arrancado este chistoso cuento (Diálogo 1.º, cap. I): «Yo me acuerdo que estando en un grado de maestro en Teología de la Universidad de Salamanca, uno de aquellos maestros, como es costumbre, iba galleando a cierto personaje, algo tosco [p. 185] en su talle y aun en sus razones, y hablando con los circunstantes dijo desta suerte: «Sepan vuesas mercedes que el señor Fulano tenía, siendo mozo, una imagen de cuando Cristo entraba en Jerusalem sobre el jumento, y cada día, de rodillas delante desta imagen, decía esta oración:

       ¡Oh, asno que a Dios lleváis,
       Ojalá yo fuera vos!
       Suplícoos, Señor, me hagáis
       Como ese asno en que vais.
       Y dicen que le oyó Dios».

La «Historia fantástica» (Diálogo 3.º, cap. IV) es imitación de la Carta del Monstruo Satírico , publicada por Mussafia conforme a un manuscrito de la Biblioteca Imperial de Viena, [1] y se reduce a una insulsa combinación de palabras de doble sentido. El monstruo tenía alma de cántaro, cabeza de proceso, un ojo de puente y otro de aguja; la una mano de papel y la otra de almirez, etc. Este juguete de mal gusto tuvo varias imitaciones, entre ellas la novela de El caballero invisible , compuesta en equívocos burlescos, que suele andar con las cinco novelas de las vocales y es digna de alternar con ellas.

El capítulo tan libre como donoso que trata «de las excelencias de las bubas» (discurso 3.º), es en el fondo la misma cosa que cierta «Paradoja en loor de las bubas, y que es razon que todos las procuren y estimen», escrita en 1569 por autor anónimo, que algunos creen ser Cristóbal Mosquera de Figueroa. [2] Es cierto que Gaspar Lucas Hidalgo la mejoró mucho, suprimiendo digresiones que sólo interesan a la historia de la medicina, y dando más viveza y animación al conjunto, pero el plan y los argumentos de ambas obrillas son casi los mismos.

A esta literatura médico-humorística y al gran maestro de ella, Francisco de Villalobos, debía de ser muy aficionado el maleante [p. 186] autor de los Diálogos de apacible entretenimiento , puesto que le imita a menudo; y el cuento desvergonzadísimo de las ayudas adnimistradas al comendador Rute, de Écija, por la dueña Benavides (Diálogo 2.º, cap. III), viene a ser una repetición, por todo extremo inferior, de la grotesca escena que pasó entre el doctor Villalobos y el Conde de Benavente, y que aquel físico entreverado de juglar perpetuó, para solaz del Duque de Alba, en el libro de sus Problemas . Aquel diálogo bufonesco, que puede considerarse como una especie de entremés o farsa, agradó tanto a los contemporáreos, a pesar de lo poco limpio del asunto, en que entonces se reparaba menos, que los varones más graves se hicieron lenguas en su alabanza. El arzobispo de Santiago, don Alonso de Fonseca, escribía al autor: «Pocos dias ha que el señor don Gomez me mostró un diálogo vuestro, en que muy claramente vi que nuestra lengua castellana excede a todas las otras en la gracia y dulzura de la buena conversacion de los hombres, porque en pocas palabras comprehendistes tantas diferencias de donaires, tan sabrosos motes, tantas delicias, tantas flores, tan agradables demandas y respuestas, tan sabias locuras, tantas locas veras, que son para dar alegría al más triste hombre del mundo». La popularidad del diálogo de Villalobos continuaba en el siglo XVII, y si hemos de creer lo que se dice en un antiguo inventario, el mismo Velázquez empleó sus pinceles en representar tan sucia historia. [1]

Entre los innumerables cuentecillos, no todos de ayudas y purgas afortunadamente, que Gaspar Lucas Hidalgo recogió en su librejo, hay algunos que se encuentran también en otros autores, como el que sirve de tema al conocido soneto:

       Dentro de un santo templo un hombre honrado...

[p. 187] que Sedano atribuyó a don Diego de Mendoza, y que en alguna copia antigua he visto a nombre de Fr. Melchor de la Serna, monje benedictino de San Vicente de Salamanca, autor de las obras de burlas más desvergonzadas que se conocen en nuestro Parnaso. Uno se encuentra también en El Buscón , de Quevedo (capítulo segundo), no impreso hasta 1626, pero que, a juzgar por sus alusiones, debía de estar escrito muchos años antes, en 1607 lo más tarde. No creo, sin embargo, que Hidalgo le tomase de Quevedo ni Quevedo de Hidalgo. El cuento de éste es como sigue: «Otro efeto de palabras mal entendidas me acuerdo que sucedió a unos muchachos de este barrio que dieron en perseguir a un hombre llamado Ponce Manrique, llamándole Poncio Pilato por las calles; el cual, como se fuera a quejar al maestro en cuya escuela andaban los muchachos, el maestro los azotó muy bien, mandándoles que no dijesen más desde ahí adelante Poncio Pilato, sino Ponce Manrique. A tiempo que ya los querían soltar de la escuela, comenzaron a decir en voz alta la dotrina christiana, y cuando llegaban a decir: Y padeció so el poder de Poncio Pilato, dijeron: «Y padeció so el poder de Ponce Manrique» (Diálogo 3.º, cap. IV).

Fácil sería, si la materia lo mereciese, registrar las florestas españolas y las colecciones de facecias italianas, para investigar los paradigmas que seguramente tendrán algunos de los cuentecillos de Hidalgo. Pero me parece que casi todos proceden, no de los libros, sino de la tradición oral, recogida por él principalmente en Burgos, donde acaso habría nacido, y donde es verosímil que escribiese su libro, puesto que todas las alusiones son a la capital de Castilla la Vieja y ninguna a Madrid, de la cual se dice vecino. Suelen todos los autores de cuentos citar con especial predilección a un personaje real o ficticio, pero de seguro tradicional, a quien atribuyen los dichos más picantes y felices. El famoso decidor a quien continuamente alega Gaspar Lucas Hidalgo es «Colmenares, un tabernero muy rico que hubo en esta ciudad, de lindo humor y dichos agudos».

De una y otra cosa era rico el autor de los diálogos, y aun tenía ciertas puntas de poeta. El romance en que el truhán Castañeda describe la algazara y bullicio de las Carnestolendas recuerda aquella viveza como de azogue que tiene el baile de la chacona cantado por Cervantes en un romance análogo.

[p. 188] Los que con tanta ligereza suelen notar de pesados nuestros antiguos libros de entretenimiento, no pondrán semejante tacha a estos Diálogos , que si de algo pecan es de ligeros en demasía. El autor, creyendo sin duda que el frío de tres noches de febrero en Burgos no podía combatirse sino con estimulantes enérgicos, abusó del vino añejo de la taberna de Colmenares, y espolvoreó sus platos de Antruejo con acre mostaza. Pero el recio paladar de los lectores de entonces no hizo melindre alguno a tal banquete, y la idea del libro gustó tanto, que a imitación suya se escribieron otros con más decoro y mejor traza, pero con menos llaneza y con gracia más rebuscada, como Tiempo de Regocijo y Carnestolendas de Madrid , de don Alonso del Castillo Solórzano (1627); Carnestolendas de Zaragoza en sus tres días , por el Maestro Antolínez de Piedrabuena (1661); y Carnestolendas de Cádiz , por don Alonso Chirino Bermúdez (1639).

Así como en Gaspar Lucas Hidalgo comienza el género de los Saraos de Carnestolendas , así en el libro del navarro Antonio de Eslava, natural de Sangüesa, aparece por primera vez el cuadro novelesco de las Noches de Invierno , que iba a ser no menos abundente en la literatura del siglo XVII. [1] Por lo demás, a esto se reduce [p. 189] la semejanza entre ambos autores, no menos lejanos entre sí por el estilo que por la materia de sus relatos. Hidalgo es un modelo en la narración festiva, aunque sea trivial, baladí y no pocas veces inmundo lo que cuenta. Eslava, cuyos argumentos suelen [p. 190] ser interesantes, es uno de los autores más toscos y desaliñados que pueden encontrarse en una época en que casi todo el mundo escribía bien, unos por estudio, otros por instinto. Tienen, sin embargo, las Noches de invierno gran curiosidad bibliográfica, ya por el remoto origen de algunas de sus fábulas, ya por la extraordinaria fortuna que alguna de ellas, original al parecer, ha tenido en el orbe literario, prestando elementos a una de las creaciones de Shakespeare.

Todo en el libro de Eslava anuncia su filiación italiana; nadie diría que fué compuesto en Navarra. La escena se abre en el muelle de Venecia: háblase ante todo de la pérdida de un navío procedente de la isla de Candía y del incendio de un galeón de Pompeyo Colonna en Messina. Los cuatro ancianos que entretienen las noches de invierno asando castañas, bebiendo vino de malvasía y contando aventuras portentosas, se llaman Silvio, Albanio, Torcato y Fabricio. Ninguna de las historias es de asunto español, y las dos que trae pertenecientes al ciclo carolingio tampoco están tomadas de textos franceses, sino de una compilación italiana bien conocida y popular, I Reali di Francia.

El capítulo X, «do se cuenta el nacimiento de Carlo Magno, Rey de Francia», es una curiosa versión del tema novelesco de Berta de los grandes pies , es decir, de la sustitución fraudulenta de una esposa a otra, cuento de folklore universal, puesto que se ha recogido una variante de él hasta entre los zulús del África Meridional. [1] Como todas las leyendas de su clase, ésta ha sido [p. 191] objeto de interpretaciones míticas. Gastón París quiere ver en ella un símbolo de la esposa del sol, cautiva o desconocida durante el invierno, pero que recobra sus derechos y majestad en la primavera. [1] Sea de esto lo que fuere, la Edad Media convirtió el mito en leyenda épica y le enlazó, aunque tardíamente, con el gran ciclo de Carlo Magno, suponiendo que Berta, madre del Emperador, suplantada durante cierto tiempo por una sierva que fué madre de dos bastardos, había sido reconocida al fin por su esposo Pipino, a consecuencia de un defecto de conformación que tenía en los dedos de los pies. Esta leyenda no tiene de histórico más que el nombre de la heroína, y sin recurrir al ya desacreditado mito solar, nos inclinamos a creer con León Gautier [2] que es una de las muchas variedades del tipo de la esposa inocente, calumniada y por fin rehabilitada, que tanto abunda en los cuentos populares, y al cual pertenecen las aventuras de la reina Sibila y de Santa Genoveva de Brabante.

En una memoria admirable, a pesar del tiempo que ha transcurrido desde 1833, estudió comparativamente Fernando Wolf [3] las leyendas relativas a la madre de Carlomagno, sin olvidar el texto de Eslava. Los eruditos posteriores han acrecentado el catálogo de las versiones, haciéndolas llegar al número de trece, pero sustancialmente no modifican las conclusiones de aquel excelente trabajo. No hay texto en prosa anterior al de la Crónica de Saintonge, que es de principios del siglo XIII. Los poemas más antiguos que la consignan son uno francoitálico de principios del mismo siglo (Berta de li gran pié) , que forma parte de una compilación manuscrita de la biblioteca de San Marcos de Venecia, adaptación o refundición de otro poema francés perdido, y el mucho más célebre [p. 192] de Adenet li Roi, Roman de Berte aus grans piés , compuesto por los años de 1275 y que tuvo la suerte no muy merecida de ser la primera canción de gesta francesa que lograse los honores de la imprenta. [1]

Con este relato del trovero Adenet o Adenès se conforma en sustancia el de nuestra Gran Conquista de Ultramar , mandada traducir por don Sancho IV el Bravo sobre un texto francés que seguramente estaba en prosa, pero que reproducía el argumento de varios poemas y narraciones caballerescas de diversos ciclos. Las variantes de detalle indican que esta narración era distinta de la de Adenet, y acaso más antigua y distinta asimismo de la versión italiana. No es del caso transcribir tan prolija historia, pero conviene dar alguna idea para que se compare esta versión todavía tan poética con la infelicísima rapsodia de Eslava.

La leyenda de Berta, como todas las restantes, ha penetrado en la Gran Conquista de Ultramar por vía genealógica. En el capítulo XLIII del libro II se dice, hablando de uno de los cruzados: «Aquel hombre era muy hidalgo e venía del linaje de Mayugot, de París, el que asó el pavon con Carlos Maynete, e dio en el rostro a uno de sus hermanos de aquellos que eran hijos de la sierva que fuera hija del ama de Berta, que tomara por mujer Pipino, el rey de Francia.»

Suponen los textos franceses que los padres de Berta, Flores y Blancaflor, eran reyes de Hungría. La Conquista de Ultramar los trae a España y los hace reyes de Almería. La narración está muy abreviada en lo que toca al casamiento del rey Pipino y a las astucias de la sierva, que era hija del ama de Berta. «Por ende el ama, su madre, hizo prender a Berta en lugar de su hija, diciendo que quisiera matar a su señora, e hizola condenar a muerte; asi que el ama mesma la dio a dos escuderos que la fuesen [p. 193] a matar a una floresta do el rey cazaba; e mandóles que trajiesen el corazon della; e ellos, con gran lástima que della hobieron, non la quisieron matar; mas ataronla a un arbol en camisa, e en cabello, e dejaronla estar asi, e sacaron el corazon a un can que traian e levaronlo al ama traidora en lugar de su fija; e desta manera creyo el ama que era muerta su señora, e que quedaba su hija por reina de la tierra.»

Después de este seco resumen, la narración se anima, y la influencia, aunque remota, del texto poético se siente al referir las aventuras de Berta en el bosque.

«Mas nuestro Señor Dios non quiso que tan gran traicion como esta fuese mucho adelante, e como son sus juicios fuertes e maravillosos de conoscer a los hombres, buscó manera extraña porque este mal se desficiese; e quiso así, que aquella noche mesma que los escuderos levaron a Berta al monte e la ataron al árbol, así como de suso vistes, que el montanero del rey Pepino, que guardaba aquel monte, posaba cerca de aquel lugar do la infanta Berta estaba atada, e cuando oyó las grandes voces que daba, como aquella que estaba en punto de muerte, que era en el mes de enero, e que no tenia otra cosa vestida sino la camisa, e sin esto, que estaba atada muy fuertemente al árbol, fué corriendo hacia aquella parte; e cuando la vió espantóse, creyendo que era fantasma o otra cosa mala, pero cuando la oyó nombrar a nuestro Señor e a Santa María, entendió que era mujer cuitada, e llegóse a ella e preguntóle qué cosa era o qué había. E ella respúsole que era mujer mezquina, e que estaba en aquel martirio por sus pecados; e él díxole que no la desataría fasta que le contase todo su fecho por que estaba así; e ella contógelo todo; e él entonce hobo muy gran piedad della, e desatóla luego, e levóla a aquellas casas del Rey en que él moraba, que eran en aquella montaña, e mandó a su mujer e a dos hijas muy hermosas, que eran de la edad della, que le hiciesen mucha honra e mucho placer, e mandóles que dixesen que era su hija, e vestióla como a ellas, e castigó a las mozas que nunca la llamasen sino hermana. E' aconteció así, que despues bien de tres años fué el rey Pepino a cazar aquella montaña. E' después que hobo corrido monte, fué a aquellas sus casas, e dióle aquel su hombre muy bien de comer de muchos manjares. E ante que quitasen los manteles, hizo a su mujer e aquellas tres doncellas, [p. 194] que él llamaba hijas, que le levasen fruta; e ellas supiéronlo hacer tan apuestamente, que el Rey fué muy contento. E paróles mientes, e viólas muy hermosas a todas tres, mas parescióle mejor Berta que las otras; ca en aquella sazon la más hermosa mujer era que hobiese en ninguna parte del mundo. E' cuando la hobo así parado mientes un gran rato, hizo llamar al montanero, e preguntóle si eran todas tres sus hijas, e él dixo que sí. E cuando fué la noche, él fué a dormir a vna cámara apartada de sus caballeros, e mandó a aquel montanero que le trajese aquella su hija, e él hízolo así. E Pepino hobóla esa noche e empreñóla de un hijo, e aquel fué Carlos Maynete el Bueno. E el rey Pepino, cuando se hobo de ir, dióle de sus dones, e hizo mucha mesura a aquella dueña, que creía que era hija del montanero, e mandó a su padre que gela guardase muy bien, pero en manera que fuese muy secreto.»

Prosigue narrando la Crónica de Ultramar cómo Blancaflor, madre de la verdadera Berta, descubrió la superchería del ama y de su hija, sirviendo de último signo de reconocimiento el pequeño defecto de los pies, que en La Gran Conquista está más especificado que en el poema de Adenet. «E Berta no habia otra fealdad sino los dos dedos que había en los piés de medio, que eran cerrados. [1] E por ende, cuando Blancaflor trabó de ellos, vió ciertamente que no era aquella su hija, e con gran pesar que hobo, tornóse así como mujer fuera de seso, e tomóla por los cabellos, e sacóla de la cama fuera, e comenzóla de herir muy de recio a azotes e a puñadas, diciendo a grandes voces: «¡Ay, Flores, mi señor, qué buena hija habemos perdido, e qué gran traicion nos ha hecho el rey Pepino e la su corte, que teníamos por las más leales cosas del mundo; así que a la su verdad enviamos nuestra hija, e agora hánnosla muerta, e la sierva, hija de su ama, metieron en su lugar!»

Confesada por el ama la traición, y querellándose acerbamente Blancaflor de la muerte de su hija, el Rey hace buscar a los escuderos [p. 195] que habían sido encargados del crimen, y por ellos y por el montanero viene a descubrirse la verdad del caso y la existencia de la verdadera Berta, que de su ayuntamiento con el Rey tenía ya un hijo de seis años, el futuro Carlo Magno. En el poema de Adenès, la aventura amorosa de Pipino es posterior al descubrimiento del fraude, y efecto de este mismo descubrimiento, siendo esta la principal diferencia entre ambos textos. El traductor castellano sólo puso de su cosecha la donación que Blancaflor hizo a su nieto Carlos «del reino de Córdoba e de Almería e toda la otra tierra que había nombre España». Pero esta donación no llegó a tener cumplimiento porque «luego hobo desacuerdo entre los de la tierra, de manera que non la pudieron defender; e con este desacuerdo que hobo entre ellos, ganáronla los reyes moros, que eran del linaje de Abenhumaya.» [1]

La historia de Berta se presenta muy ampliada y enriquecida con accesorios novelescos en la gran compilación italiana I Reali di Francia , cuyo autor Andrea da Barberino, nacido en 1370, vivía aún en 1431. [2] El sexto libro de esta obra tan popular todavía en Italia como lo es entre nosotros la traducción del Fierabrás (vulgarmente llamada Historia de Carlomagno) , trata en diez y siete capítulos de las aventuras de Berta y del nacimiento de Carlos. Pío Rajna supone que el autor conocía el poema de Adenet, pero las diferencias son de bastante bulto y Gastón París se inclinaba a negarlo. Los nombres no son ni los de Adenet ni los del compilador franco-itálico del manuscrito de Venecia. Los motivos de las aventuras son diferentes también, y algunos rasgos parecen de grande antigüedad, como el de la concepción de Carlos Magno en un carro, lo cual antes de él se había dicho de Carlos Martel (Iste fuit in carro natus) y es acaso expresión simbólica de un nacimiento ilegítimo. [3] En lo que convienen I Reali y el [p. 196] manuscrito de Venecia es en la idea genealógica de emparentar a la pérfida sierva con los traidores de la casa de Maganza. Estas invenciones cíclicas sirvieron a los compiladores de decadencia para establecer cierto lazo ficticio entre sus interminables fábulas. La de Berta, en tiempo de Adenet, corría todavía aislada, pues no hay rastro en él de semejante parentesco.

La versión de I Reali fué la que adoptó, echándola a perder en su maldita prosa, Antonio de Eslava, e introduciendo en ella algunas variantes arbitrarias e infelices, que desfiguran y envilecen el carácter de la heroína, y complican inútilmente el relato de sus aventuras con circunstancias ociosas y ridículas. Pipino se casa en terceras nupcias con Berta, siendo ya muy viejo y «casi impotente para el acto de la generación». [1] Para buscar novia entre las doncellas de cualquier linaje o estado, abre en París una especie de certamen de hermosura, señalando a cada dama mil escudos de oro «para el excesivo gasto que hiciesen en venir a las fiestas y juntas reales» que con este motivo se celebran. «Allí tuviera harto que hazer el juyzio de Paris si avia de juzgar quál era más hermosa... Y entre éstas vino la hija del Conde de Melgaria, llamada Verta, la del gran pie, hermana de Dudon, Rey de Aquitania: llamávase assi, por respecto que tenía el un pie mayor que el otro, en mucho estremo; mas dexada esta desproporcion aparte, era la más hermosa y dispuesta criatura de todas las Damas.»

Eslava describe prolijamente su traje y atavío, cometiendo los más chistosos anacronismos e incongruencias. Baste decir que, entre otras cosas llevaba «por ayron y garzota un cupidillo misturado de olorosas pastillas, de tal suerte que despedía de sí un olor suavísimo». El viejo Emperador, como era natural, se enamora de ella en cuanto la ve, mas «ella estava algo picada de Dudon de Lis, Almirante de Francia, mozo galan y dispuesto, que en las fiestas se avia mostrado como valiente cavallero». Este mismo Dudon de Lis es el que va en nombre del Emperador a pedir la novia, a desposarse con ella por poderes y acompañarla a Francia. «En este camino se urdió y tramó una de las más fraudulentas marañas que jamás habrán oydo, y fué que la nueva Emperatriz [p. 197] traya consigo una donzella secretaria suya, hija de la casa de Maganza, la qual en la edad y en el talle y hermosura le parecía tanto que los Cortesanos de su Corte se engañaran muchas veces, si no fuera el desengaño la diferencia de los costosísimos vestidos que llevaba la Emperatriz; y esta se llamaba Fiameta, y era tan querida y amada de la hermosa Verta, que con ella y con otra no, comunicava sus íntimos secretos.»

Y aquí comienza la más absurda perversión que Eslava hizo en la leyenda, pues es la misma Berta la que, enamorada de Dudon de Lis y poco satisfecha con «el decrépito viejo» que la espera, sugiere a su doncella la estratagema de que la suplante en el lecho nupcial, haciéndose ella pasar por secretaria, para poder de este modo casarse con el almirante. [1] Préstase a todo la falsa Fiameta (nombre de Boccaccio muy inoportunamente sustituido al de Elisetta que tiene en I Reali y Aliste en el poema de Adenès); pero temerosa de que el engaño llegue a descubrirse y ella deje de ser Emperatriz, se decide a trabajar por cuenta propia y a deshacerse de Berta, después de consumada la superchería. La orden de matarla, el abandono en el bosque, la acogida que encuentra en la cabaña del montero del rey, el descubrimiento de la falsa Berta por la madre de la verdadera, la cacería del Rey y su aventura amorosa, no difieren mucho de los datos de la leyenda antigua, pero están torpemente viciados con la grosera inverosimilitud de prestarse tan de buen grado la liviana Berta a los deseos de aquel mismo viejo decrépito que tanto la repugnaba antes. [2] El final de [p. 198] la historia concuerda enteramente con el texto de I Reali , incluso la disparatadísima etimología que da al nombre de Carlo Magno: «Y assi mandó a Lipulo el Emperador que antes que los monteros cazadores llegasen a aquel asignado lugar, le hiziessen una cama en el campo orillas del rio Magno, en un carro que allí estava, por el excessivo calor que hazia, y por estar algo lexos del estruendo y vozes de tanto tumulto de gente, ...y assi fué cubierto el carro de muchas y frescas ramas, aviendo servido de acarrear piedra y leña. En él se acostó el cansado Emperador, con su legítima mujer aunque no conocida... Desta hermosa Berta nació Carlo Magno, sucesor del Emperador Pipino su padre: llamóse assi porque fué engendrado (como dicho tengo) en un carro, orillas del rio Magno, y assí se llamó Carro Magno, aunque agora se llama Carlo Magno.»

Esta rapsodia, que aun prescindiendo de lo adocenado de su estilo es claro testimonio de la degeneración del sentido épico en los que ya sin comprenderlas repetían las leyendas de la Edad Media, tuvo tan escandalosa fortuna, que volviendo en el siglo XVIII a Francia, donde estas narraciones estaban completamente olvidadas con haber tenido allí su cuna, ocupó en 1777 las páginas de la Bibliothèque Universelle des Romans , y a favor de esta célebre compilación, se difundió por toda Europa, que entonces volvió a enterarse (¡y de qué manera!) de los infortunios de la pobre Berta, tan calumniada por el refundidor español. Pero como no hay mal que por bien no venga, acaso esta caricatura sirvió para despertar la curiosidad de los investigadores, y hacer que se remontasen a las fuentes primitivas de esta narración poética.

Otro tanto aconteció con la historia «del nacimiento de Roldán y sus niñerías», que llena el capítulo octavo de la «Segunda noche» de Eslava, y cuya fuente indudable es también el libro de I Reali .

Los personajes de esta leyenda son carolingios, pero los primeros textos en que aparece consignada no son franceses, sino franco-itálicos y de época bastante tardía. Los italianos la reclaman [p. 199] por suya, y quizás nosotros podamos alegar algún derecho preferente. Ante todo, se ha de advertir que la más antigua poesía épica nada supo de estas mocedades de Roldán. Siempre se le tuvo por hijo de una hermana de Carlomagno, a quienes unos llaman Gisela o Gisla y otros Berta, pero no habla conformidad en cuanto al nombre del padre, que en unos textos es el duque Milón de Angers y en otros el mismo Carlomagno, a quien la bárbara y grosera fantasía de algunos juglares atribuyó trato incestuoso con su propia hermana. Pero en ninguno de los poemas franceses conocidos hasta ahora hay nada que se parezca a la narración italiana de los amores de Milón y Berta y de la infancia de Orlandino . Además la acción pasa en Italia y se enlaza con recuerdos de localidades italianas.

Pero es el caso que esta historia de ilegitimidad de Roldán, nacido de los amores del conde Milón de Angers o de Anglante con Berta, hermana de Carlomagno, es idéntica en el fondo a nuestra leyenda épica de Bernardo del Carpio, nacido del furtivo enlace del conde de Saldaña y de la infanta doña Jimena. La analogía se extiende también a las empresas juveniles atribuídas a Roldán y a Bernardo. La relación entre ambas ficciones poéticas es tan grande que no se le ocultó a Lope de Vega, el cual trató dramáticamente ambos asuntos, repitiéndose en algunas situaciones y estableciendo en su comedia La Mocedad de Roldán un paralelo en forma entre ambos héroes.

Reconocido el parentesco entre las dos historias, lo primero que se ocurre (y así opinó Gastón París) es que la de Roldán habrá servido de modelo a la de Bernardo. Pero es el caso que los datos cronológicos no favorecen esta conjetura. El más antiguo texto de las Enfances de Roland no se remonta más allá del siglo XIII, y para entonces nuestra fábula de Bernardo, no sólo estaba enteramente formada, sino que se había incorporado en la historia, admitiéndola los más severos cronistas latinos, como don Lucas de Tuy y el arzobispo don Rodrigo; andaba revuelta con hechos y nombres realmente históricos, y había adquirido un carácter épico y nacional que nunca parece haber logrado el tardío cuento italiano. Tres caminos pueden tomarse para explicar la coincidencia. O se admite la hipótesis de un poema francés perdido que contase los amores de Milón y Berta, hipótesis muy poco plausible, [p. 200] no sólo por falta de pruebas, sino por la contradicción que este relato envuelve con todos los poemas conocidos. O se supone la transmisión de nuestra leyenda de Bernardo a Francia, y de Francia a Italia; caso improbable, pero no imposible, puesto que también puede suponerse en el Maynete y hay que admitirla en el Anseis de Cartago y acaso en el Hernaut de Belaunde . O preferimos creer que estas mocedades no fueron al principio las de Bernardo ni las de Roldán, sino un lugar común de novelística popular, un cuento que se aplicó a varios héroes en diversos tiempos y países. La misma infancia de Ciro, tal como la cuenta Herodoto, pertenece al mismo ciclo de ficciones, que no faltará quien explique por el socorrido mito solar u otro procedimiento análogo.

Todos los textos de las mocedades de Roldán fueron escritos en Italia, como queda dicho. El más antiguo es el poema en decasílabos épicos, compuesto en un francés italianizado, es decir en la jerga mixta que usaban los juglares bilingües del norte de Italia. Forma parte del mismo manuscrito de la biblioteca de San Marcos de Venecia en que figuran Berta y el Karleto . En este relato Milón es un senescal de Carlomagno, y los perseguidos amantes se refugian en Lombardía, pasando por los caminos todo género de penalidades: hambre, sed, asalto de bandidos; hasta que Berta, desfallecida y con los pies ensangrentados, se deja caer a la margen de una fuente, cerca de Imola, donde da a luz a Roldán que por su nacimiento, queda convertido en héroe italiano. Milón, para sustentar a Berta y a su hijo, se hace leñador. Roldán se cría en los bosques de Sutri y adquiere fuerzas hercúleas. Su madre tiene en sueños la visión de su gloria futura. Pasa por Sutri Carlomagno, volviendo triunfante de Roma, y entre los que acuden en tropel a recibir al Emperador y su hueste, llama la atención de Carlos un niño muy robusto y hermoso, que venía por capitán de otros treinta. El Emperador le acaricia, le da de comer, y el niño reserva una parte de ración para sus padres. Esta ternura filial, unida al noble y fiero aspecto del muchacho, que «tenía ojos de león, de dragón marino o de halcón», conmueve al viejo Namo, prudente consejero del Emperador, y al Emperador mismo, quien manda seguir los pasos de Roldán hasta la cueva en que vivían sus padres. El primer movimiento, al reconocer a su hija y al seductor, es de terrible indignación, hasta el punto de sacar el cuchillo [p. 201] contra ellos; pero Roldán, cachorro de león, se precipita sobre su abuelo y le desarma, apretándole tan fuertemente la mano que le hace saltar sangre de las uñas. Esta brutalidad encantadora reconcilia a Carlos con su nieto, y le hace prorrumpir en estas palabras: «será el halcón de la Cristiandad». Todo se arregla del mejor modo posible, y el juglar termina su narración con este gracioso rasgo: «Mientras estas cosas pasaban, volvía los ojos el niño Roldán a una y otra parte de la sala a ver si la mesa estaba ya puesta.» [1]

En I Reali di Francia encontramos más complicación de elementos novelescos. Para seducir a Berta, Milón entra en palacio disfrazado de mujer. El embarazo de Berta se descubre pronto, y Carlos la encierra en una prisión, de donde su marido la saca, protegiendo la fuga el consejero Namo. La aventura de los ladrones está suprimida en I Reali . El itinerario no es enteramente el mismo. Falta el sueño profético de la madre. En cambio, pertenecen a la novela en prosa, y pueden creerse inventadas por su autor (si es que no las tomó de otro poema desconocido), las peleas de los mozuelos de Sutri, en que Roldán ensaya sus primeras armas, y la infeliz idea de hacer desaparecer a Milón en busca de aventuras desamparando a la seducida princesa con el fruto de sus amores. Esta variante, imaginada, según parece, para enlazar este asunto con el de la Canción de Aspramote y atribuir a Milón grandes empresas en Oriente, persistió por desgracia en todos los textos sucesivos, viciando por completo el relato y estropeando el desenlace.

La prosa de los Reali di Francia fué puesta en octavas reales por un anónimo poeta florentino del siglo XV y por otro del XVI, que apenas hizo más que refundir al anterior. Las juveniles hazañas de Roldán dieron asunto a Ludovico Dolce para uno de los varios poemas caballerescos que compuso a imitación del Ariosto: Le prime imprese del conte Orlando (1572); pero de los 25 cantos de que este poema consta, sólo los cuatro primeros tienen que ver con la leyenda antigua, siguiendo con bastante fidelidad el texto [p. 202] de I Reali . [1] El poema de Dolce fué traducido en prosa castellana [2] por el regidor de Valladolid Pero López Henríquez de Calatayud (1594). Y de este mismo poema o del texto en prosa tomó argumento Lope de Vega para La Mocedad de Roldán , [3] interesante y ameno poema dramático, que sería la mejor de las obras compuestas sobre este argumento si no le arrebatase la palma la noble y gentil balada de Luis Uhland Der Klein Roland .

Posteriores a la comedia de Lope, que ya estaba escrita en 1604, son las Noches de Eslava , cuyo relato, comparado con el de los Reali , ofrece bastantes amplificaciones y detalles, debidos sin duda al capricho del imitador y a su retórica perversa.

Enamorado Milón de Berta «con mucho secreto se vistió de hábito de viuda, y lo pudo bien hazer, por ser muy mozo y sin barba, y con cierta ocasión de unas guarniciones de oro, fué a palacio, al cuarto donde ella estaba, y las guardias entendiendo ser muger, le dieron entrada... y no solamente fué esto una vez, mas muchas, con el disfrazado hábito de viuda, entraba a gozar de la belleza de Berta, engañando a los vigilantes guardias, de tal suerte que la hermosa Berta de la desenvuelta viuda quedó preñada». Indignación de Carlomagno; largo y empalagoso discurso de Berta, solicitando perdón y misericordia «pues se modera la culpa con no haber hecho cosa con Milon de Anglante que no fuese consumacion de matrimonio, y debaxo juramento y palabra de esposo». La acongojada dama se acuerda muy oportunamente de la clemencia de Nerva y Teodosio y de la crueldad de Calígula; pero su hermano, que parece más dispuesto a imitar al último que a los primeros, la contesta con otro razonamiento no menos erudito, en que salen a relucir Agripina y el Emperador Claudio, la cortesana Tais y el incendio de Persépolis, Lais de Corinto, Pasiphae, [p. 203] Semíramis y el tirano Hermias, a quien cambia el sexo, convirtiéndole en amiga de Aristóteles. En vista de todo lo cual la condena a muerte, encerrándola por de pronto en «el más alto alcázar de Palacio». Pero al tiempo que «el dios Morfeo esparcía su vaporoso licor entre las gentes», fué Milón de Anglante con ocultos amigos, y con largas y gruesas cuerdas apearon del alto alcázar a Berta, y fueron huyendo solos los dos verdaderos amantes...y en este ínterin, ya el claro lucero daba señales del alba, y en la espaciosa plaza de París andaban solícitos los obreros «haziendo el funesto cadahalso, adonde se habia de poner en execucion la rigurosa sentencia».

Carlomagno envía pregones a todas las ciudades, villas y lugares de su reino, ofreciendo 100.000 escudos de oro a quien entregue a los fugitivos. «Y como llegase a oidos del desdichado Milón de Anglante, andaba con su amada Berta silvestre, incógnito y temeroso; caminando por ásperos montes y profundos valles, pedregosos caminos y abrojosos senderos; vadeando rápidos y presurosos ríos; durmiendo sobre duras rayces de los toscos y silvestres árboles, teniendo por lecho sus frondosas ramas; los que estaban acostumbrados a pasear y a dormir en entoldados palacios, arropados de cebellinas ropas, comiendo costosísimos y delicados manjares, ignorantes de la inclemencia de los elementos... y assi padeciendo infinitos trabajos, salieron de todo el Reyno de Francia y entraron en el de Italia... Mas sintiéndose ella agravada de su preñez y con dolores del parto, se quedaron en el campo, en una oscura cueva, lexos una milla de la ciudad de Sena en la Toscana... Y a la mañana, al tiempo que el hijo de Latona restauraba la robada color al mustio campo, salió de la cueva Milon de Anglante a buscar por las campestres granjas algun mantenimiento, ropas y pañales para poder cubrir la criatura.» Durante esta ausencia de su marido, Berta «parió con mucha facilidad un niño muy proporcionado y hermoso, el cual, así como nació del vientre de su madre, fué rodando con el cuerpo por la cueva, por estar algo cuesta abaxo». Por eso su padre, que llegó dos horas después, le llamó Rodando (sic), y «de allí fué corrompido el nombre y lo llaman Orlando».

Hasta aquí las variantes son pocas, pero luego se lanza la fantasía del autor con desenfrenado vuelo. Milón perece ahogado al [p. 204] cruzar un río, y Eslava no nos perdona la lamentación de Berta, que se compara sucesivamente con Dido abandonada por Eneas, con Cleopatra después de la muerte de Marco Antonio, con Olimpia engañada por el infiel Vireno. Hay que leer este trozo para comprender hasta qué punto la mala retórica puede estropear las más bellas invenciones del genio popular. Lo que sigue es todavía peor: el sueño profético de Berta pareció, sin duda, al novelista, muy tímida cosa, y le sustituye con la aparición de una espantable sierpe, que resulta ser una princesa encantada hacía dos mil años por las malas artes del mágico Malagis, el cual la había enseñado «el curso de los cielos móviles, y la influencia y constelacion de todas las estrellas, y por ellas los futuros sucesos y la intrínseca virtud de las hierbas, y otra infinidad de secretos naturales».

Contrastan estas ridículas invenciones con el fondo de la narración, que en sustancia es la de los Reali , sin omitir los pormenores más característicos, por ejemplo, la confección del vestido de Orlando con paño de cuatro colores: «Y así un dia los mochachos de Sena, viéndole casi desnudo, incitados del mucho amor que le tenían, se concertaron de vestirle entre todos, y para eso los de una parroquia o quartel le compraron un pedazo de paño negro, y los de las otras tres parroquias o quarteles otros tres pedazos de diferentes colores, y así le hizieron un vestido largo de los cuatro colores, y en memoria desto se llamaba Orlando del Quartel; y no se contentaba con sólo esto, antes más se hacía dar cierta cantidad de moneda cada dia, que bastase a sustentar a su madre, pues era tanto el amor y temor que le tenían, que hurtaban los dineros los mochachos a sus padres para dárselos a trueque de tenerlo de su bando.»

La narración prosigue limpia e interesante en el lance capital de la mesa de Carlomagno. «Estando, pues, en Sena, en su real palacio, acudian a él a su tiempo muchos pobres por la limosna ordinaria de los Reyes, y entre ellos el niño Orlando... el qual como un dia llegase tarde... se subió a palacio, y con mucha disimulación y atrevimiento entró en el aposento donde el Emperador estaba comiendo, y con lento paso se allegó a la mesa y asió de un plato de cierta vianda, y se salió muy disimulado, como si nadie lo hubiera visto, y así el Emperador gustó tanto de la osadía del [p. 205] mochacho, que mandó a sus caballeros le dexasen ir y no se lo quitasen; y así fué con él a su madre muy contento y pensando hacerla rica... El segundo dia, engolosinado del primero, apenas se soltó de los brazos de su madre, cuando fué luego a Sena y al palacio del Emperador y llegó a tiempo que el Emperador estaba comiendo, y entrando en su aposento, nadie le estorbó la entrada habiendo visto que el Emperador gustó dél la primera vez, y fuese allegando poco a poco a su mesa, y el Emperador, disimulando, quiso ver el ánimo del mochacho, y al tiempo que el mochacho quiso asir de una rica fuente de oro, el Emperador echó una grande voz, entendiéndole atemorizar con ella; mas el travieso de Orlando, con ánimo increible le asió con una mano de la cana barba y con la otra tomó la fuente, y dixo al Emperador con semblante airado: «No bastan voces de Reyes a espantarme», y fuese, con la fuente de palacio; mandando el Emperador le siguiesen cuatro caballeros, sin hacerle daño, hasta do parase, y supiesen quién era.»

La escena del reconocimiento está dilatada con largas y pedantescas oraciones donde se cita a Tucídides y otros clásicos; todo lo cual hace singular contraste con la brutalidad de Carlomagno, que da a su hermana un puntillazo y la derriba por el suelo, provocando así la justa cólera de Orlando. Al fin de la novela vuelve el autor a extraviarse, regalándonos la estrafalaria descripción de un encantado palacio del Piamonte, donde residía cada seis meses, recobrando su forma natural, la hermosísima doncella condenada por maligno nigromante a pasar en forma de sierpe la otra mitad del año. ¿Quién no ve aquí una reminiscencia de la Melusina de Juan de Arras, traducida ya al castellano en el siglo XV? [1]

Si las dos novelas de Antonio de Eslava que hasta ahora llevamos examinadas despiertan la curiosidad del crítico como degenerada expresión del ideal caballeresco ya fenecido, un género de interés muy distinto se liga al capítulo 4.º de la Primera noche , [p. 206] en que el doctor Garnett y otros eruditos ingleses modernos han creído ver el germen del drama fantástico de Shakespeare La Tempestad , que es como el testamento poético del gran dramaturgo. [1] Ya antiguos comentadores, como Malone, habían insinuado la especie de una novela española utilizada por Shakespeare en esta ocasión, pero seguramente habían errado la pista fijándose en Aurelio e Isabela , o sea, en la Historia de Grisel y Mirabella de Juan de Flores, que ninguna relación tiene con tal argumento. Más razonable ha sido buscarle en la historia que Antonio de Eslava escribió de «la soberbia del Rey Niciphoro y incendio de sus naves, y la Arte Magica del Rey Dardano». Como esta fábula no ha entrado todavía en la común noticia, por ser tan raro el libro que la contiene, procede dar aquí alguna idea de ella.

El Emperador de Grecia Nicéforo, hombre altivo, soberbio y arrogante, exigió del Rey Dárdano de Bulgaria, su vecino, que le hiciese donación de sus estados para uno de sus hijos. Dárdano, que sólo tenía una hija llamada Serafina, se resistió a tal pretensión, a menos que Nicéforo consintiese en la boda de su primogénito [p. 207] con esta princesa. El arrogante Nicéforo no quiso avenirse a ello, e hizo cruda guerra al de Bulgaria, despojándole de su reino por fuerza de armas. «Bien pudiera el sabio Rey Dardano vencer a Niciphoro si quisiera usar del Arte Magica, porque en aquella era no avia mayor nigromántico que él, sino que tenía ofrecido al Altissimo de no aprovecharse della para ofensa de Dios ni daño de tercero... Y assi viéndose fuera de su patria y reynos, desamparado de sus exercitos, y de los cavalleros y nobles dél, y ageno de sus inestimables riquezas, desterrado de los lisonjeros amigos, sin auxilio ni favor de nadie, se ausentó con su amada hija...»

Retírase, pues, con ella a un espeso bosque, y después de hacer un largo y filosófico razonamiento sobre la inconstancia y vanidad de las cosas del mundo, la declara su propósito de apartarse del trato y compañía de los hombres, fabricando con su arte mágica un sumptuoso y rico palacio, debaxo del hondo abismo del mar, adonde acabemos y demos fin a esta caduca y corta vida, y adonde estemos con mayor quietud y regalo que en la fertil tierra». Préstase de mejor o peor grado Serafina, con ser tan bella y moza, a lo que de ella exige su padre, el cual confirma con tremendos juramentos «al eterno Caos» su resolución de huir «de la humana contratacion de este mundo».

«Y andando en estas razones, llegaron a la orilla del mar, adonde halló una bien compuesta barca, en la qual entraron, asiendo el viejo rey los anchos remos, y rompiendo con ellos la violencia de sus olas, se metió dentro del Adriático golfo, y estando en él, pasó la ligera barca, sacudiendo a las aguas con la pequeña vara, por la qual virtud abrió el mar sus senos a una parte y otra, haziendo con sus aguas dos fuertes muros, por donde baxó la barca a los hondos suelos del mar, tomando puerto en un admirable palacio, fabricado en aquellos hondos abismos, tan excelente y sumptuoso quanto Rey ni Principe ha tenido en este mundo.» Hago gracia a mis lectores de la absurda descripción de este palacio, pero lo que no puede ni debe omitirse es que la hermosa Serafina era «con arte mágica servida de muchas Sirenas, Nereydes, Driadas y Ninfas marinas, que con suaves y divinas musicas suspendian a los oyentes».

Así pasaron dos años, pero, a pesar de tantos cánticos, músicas y regalos, algo echaba de menos la bella Serafina, y un día se atrevió [p. 208] vió a confesárselo al rey Dárdano: «Si en todas las cosas, hay, amado padre, un efecto del amor natural, no es mucho, ni de admirar, que en esta vuestra solitaria hija obre los mismos efectos el mismo amor. Por algo deshonesta me tendreys con estas agudas razones, mas fuerçame a dezirlas el verme sin esperança alguna de humana conversacion, metida y encarcelada en estos hondos abismos; y assi os pido y suplico, ya que permitís que muera y fenezca mi joventud en estos vuestros Magicos Palacios, que me deys conforme a mi estado y edad un varon illustre por marido.» El viejo rey Dárdano, vencido de las eficaces razones de su hija, promete casarla conforme a su dignidad y estado.

Entretanto había partido de esta vida el altivo emperador Nicéforo, conquistador del reino de Bulgaria, dejando por sucesor a su hijo menor juliano, muy semejante a él en la aspereza y soberbia de su condición, y desheredando al mayor, llamado Valentiniano, mozo de benigno carácter y mansas costumbres. El cual, viéndose desposeído de los estados paternos, fué a pedir aulxilio al emperador de Constantinopla. «Y para más disimular su intento, se partió solo, y arribó a un canal del mar Adriático, a buscar embarcacion para proseguir su intento, y solamente halló una ligera barca, que de un pesado viejo era regida y governada, que le ofreció le pondria con mucha brevedad do pretendia.»

«Y sabreys, señores, que el dicho barquero era el viejo Rey Dardano, que quando tuvo al Principe Valentiniano dentro en el ancho golfo, hirió con su pequeña vara las saladas aguas, y luego se dividieron, haziendo dos fuertes murallas, y descendió el espantado Príncipe al Magico Palacio, el qual admirado de ver tan excelente fábrica quedó muy contento de verse allí; y el Rey Dardano lo informó quién era, y el respecto porque allí habitava, y luego que vido a la Infanta Serafina, quedó tan preso de su amor, que tuvó a mucha dicha el aver baxado aquellos hondos abismos del mar, y pidiola con muchos ruegos al Rey su padre por su legítima esposa y mujer, que del viejo padre luego le fue concedida su justa demanda, y con grande regocijo y alboroço, se hicieron las Reales bodas por arte Mágica: pies vinieron a ellas mágicamente muchos Principes y Reyes, con hermosissimas Damas, que residían en todas las islas del mar Occeano.»

Celebrándose estaban las mágicas bodas cuando estalló de [p. 209] pronto una furiosa tempestad. «Començaron las olas del mar a ensoberbecerse, incitadas de un furioso Nordueste: túrbase el cielo en un punto de muy obscuras y gruesas nubes; pelean contrarios vientos, de tal suerte que arranca y rompe los gruessos masteles, las carruchas y gruessas gumenas rechinan, los governalles se pierden, al cielo suben las proas, las popas baxan al centro, las jarcias todas se rompen, las nubes disparan piedras, fuego, rayos y relampagos. Tragava las hambrientas olas la mayor parte de los navios; la infinidad de rayos que cayeron abrasaron los que restaron, excepto cuatro en los quales yva el nuevo Emperador Juliano y su nueva esposa, y algunos Príncipes Griegos y Romanos, que con éstos quiso el cielo mostrarse piadoso. Davan los navios sumergidos del agua, y abrasados del fuego, en los hondos abismos del mar, inquietando con su estruendo a los que estavan en el mágico palacio.»

Entonces el rey Dárdano subió sobre las aguas «descubriéndose hasta la cinta, mostrando una antigua y venerable persona, con sus canas y largos cabellos, assi en la cabeça como en la barba, y vuelto a las naves que avian quedado, adonde yvan el Emperador y Príncipes, encendidos los ojos en rabiosa cólera», les increpó por su ambición y soberbia que les llevaba a inquietar los senos del mar después de haber fatigado y estragado la tierra, y anunció a Juliano que no sería muy duradero su tiránico y usurpado imperio. «Y acabado que huvo el rey Dardano de hazer su parlamento, se zambulló, sin aguardar respuesta, en las amargas aguas del mar, quedando el Emperador Juliano de pechos en la dorada popa de su nave, acompañado de la nueva Emperatriz su mujer, y de algunos Príncipes que con él se avian embarcado.»

Cumplióse a poco tiempo el vaticinio, muriendo el emperador apenas había llegado a la ciudad de Delcia donde tenía su corte. El rey Dárdano, sabedor de la catástrofe por sus artes mágicas, deshace su encantado palacio, se embarca con su yerno y su hija y los pone en quieta y pacífica posesión del imperio de Constantinopla. Pero para no quebrantar su juramento de no habitar nunca en tierra, manda labrar en el puerto un palacio de madera flotante sobre cinco navíos, y en él pasa sus últimos años.

Las semejanzas de este argumento con el de The Tempest son tan obivas que parece difícil dejar de admitir una imitación directa. [p. 210] El rey Dárdano es Próspero, su hija Serafina es Miranda, Valentiniano es Fernando. Lo mismo el rey de Bulgaria que el duque de Milán han sido desposeídos de sus estados por la deslealtad y la ambición. Uno y otro son doctos en las artes mágicas, y disponen de los elementos a su albedrío. El encantado y submarino palacio del uno difiere poco de la isla también encantada del otro, poblada de espíritus aéreos y resonante de música divina. La vara es el símbolo del mágico poder con que Dárdano lo mismo que Próspero obra sus maravillas. Valentiniano es el esposo que Dárdano destina para su hija y que atrae a su palacio a bordo del mágico esquife, como Próspero atrae a su isla a Fernando por medio de la tempestad para someterle a las duras pruebas que le hacen digno de la mano de Miranda.

Este es sin duda el esquema de la obra shakespiriana, pero ¡cuán lejos está de la obra misma! Todo lo que tiene de profundo y simbólico, todo lo que tiene de musical y etéreo, es creación propia del genio de Shakespeare, que nunca se mostró tan admirablemente lírico como en esta prodigiosa fantasía, la cual, por su misma vaguedad, sumerge el espíritu en inefable arrobamiento. Ninguna de las sutiles interpretaciones que de ella se han dado puede agotar su riquísimo contenido poético. Ariel, el genio de la poesía, sonoro y luminoso, emancipado por fin de la servidumbre utilitaria; Caliban, el monstruo terrible y grotesco, ya se le considere como símbolo de la plebe, ya de la bestia humana en estado salvaje, que no es humanidad primitiva sino humanidad degenerada; Gonzalo, el dulce utopista; Miranda, graciosa encarnación del más ingenuo y virginal amor; Próspero, el gran educador de sí propio y de los demás, el nigromante sereno y benévolo, irónico y dulce, artífice de su destino y de los ajenos, harto conocedor de la vida para no estimarla en más de lo que vale, harto generoso para derramar el bien sobre amigos y enemigos, antes de romper la vara de sus prestigios y consagrarse a la meditación de la muerte: toda esta galería de criaturas inmortales, que no dejan de parecer muy vivas aunque estén como veladas entre los vapores de un sueño, claro es que no las encontró Shakespeare ni en la pobre rapsodia de Eslava, ni en la relación del descubrimiento en las islas Bermudas, ni en el pasaje de Montaigne sobre la vida salvaje, ni en las demás fuentes que se han indicado, entre [p. 211] las cuales no debemos omitir el Espejo de Príncipes y Caballeros , más comúnmente llamado El Caballero del Febo , en que recientemente se ha fijado un erudito norteamericano. [1]

Pero de todos estos orígenes, el más probable hasta ahora, y también el más importante, son las Noches de Invierno , puesto que contienen, aunque sólo en germen, datos que son fundamentales en la acción de la pieza. A los eruditos ingleses toca explicar cómo un libro no de mucha fama publicado en España en 1609 pudo llegar tan pronto a conocimiento de Shakespeare, puesto que La Tempestad fué representada lo más tarde en 1613. Traducción inglesa no se conoce que yo sepa, pero cada día va pareciendo más verosímil que Shakespeare tenía conocimiento de nuestra lengua. Ni la Diana de Jorge de Montemayor estaba publicada en inglés cuando se representaron Los dos hidalgos de Verona , ni lo estaban los libros de Feliciano de Silva cuando apareció el disfrazado pastor don Florisel en el Cuento de Invierno . [2]

No creo necesario detenerme en las restantes novelas de Eslava, que son por todo extremo inferiores a las citadas. Muy ingeniosa sería, si estuviese mejor contada, la de la Fuente del desengaño , cuyas aguas tenían la virtud de retratar la persona o cosa más amada de quien en ellas se miraba. Y no son únicamente los interesantes enamorados de la fábula los que se ven sujetos a tal percance, sino el mismo Rey, a cuyo lado se ve una hechicera feísima, que con sus artes diabólicas le tenía sorbido el seso, y los mismos jueces que allí ven descubiertas sus secretas imperfecciones. «Al lado de uno que viudo era, una rolliza moza de cántaro, que parecía que con él quería agotar la fuente, en venganza de su afrenta; y al lado de otro muchíssimos libros abiertos en quienes tenia puesta toda su afición; y al lado de otro tres talegos abiertos, llenos de doblones, como aquel que tenia puesto su amor y pensamiento en ellos, y que muchas vezes juzgava por el dinero injustamente: de suerte que hallándose cada uno culpado, se [p. 212] rieron unos de otros, dándose entre ellos muchos y discretos motes y vexámenes.»

Esta fuente nada tiene que ver con el ingenioso pero no sobrenatural modo de que se vale el pastor Charino de la Arcadia de Sannazaro, para hacer la declaración amorosa a su zagala; tema de novelística popular que también encontramos en el Heptameron de la reina de Navarra, donde la declaración se hace por medio de un espejo. En cambio, el cuento de Eslava está enlazado con otra serie de ficciones, en que ya por una copa, ya por un espejo mágico, ya por un manto encantado, se prueba la virtud femenina o se descubren ocultos deslices.

Los demás capítulos de las Noches de invierno apenas merecen citarse. Un esclavo cristiano, que «con doce trompas de fuego sulphureo y de alquitrán» hace volar todas las galeras turcas; una nuera que para vengarse de su suegro le da a comer en una empanada los restos de su nieto; dos hermanos que sin conocerse lidian en público palenque; una princesa falsamente acusada, víctima de los mismos ardides que la reina Sevilla, son los héroes de estas mal concertadas rapsodias que apenas pueden calificarse de originales, puesto que están compaginadas con reminiscencias de todas partes. La historia del rey Clodomiro, por ejemplo, no es más que una variante, echada a perder, de la hermosa leyenda del Emperador Joviniano (cap. LIX del Gesta Romanorum) , sustituído por su ángel custodio, que toma su figura y sus vestiduras regias mientras él anda por el mundo haciendo penitencia de su soberbia y tiranía. En Eslava, toda la poesía mística de la leyenda desaparece, pues no es un ángel quien hace la transformación, sino un viejo ridículo nigromante.

Además de las novelas contiene el libro, de todas suertes curiosísimo, del poeta de Sangüesa varias digresiones históricas y morales, una apología del sexo femenino y una fábula alegórica del nacimiento de la reina Telus de Tartaria, que dice traducida de lengua flamenca, citando como autor de ella a Juan de Vespure, de quien no tengo la menor noticia.

Tal es, salvo omisión involuntaria, [1] el pobre caudal de la novela corta durante más de una centuria; y ciertamente que maravilla [p. 213] tal esterilidad si se compara con la pujanza y lozanía que iba a mostrar este género durante todo el siglo XVII, llegando a ser uno de los más ricos del arte nacional. No faltan elementos indígenas en las colecciones que quedan reseñadas, pero lo que en ellas predomina es el gusto italiano. Y aun pudieran multiplicarse las pruebas de esta imitación, mostrando cómo se infiltra y penetra hasta en las obras de temple más castizo y que son sin duda emanación genuina del ingenio peninsular. Así, el capítulo del buldero, uno de los más atrevidos del Lazarillo de Tormes , tiene su germen en un cuento de Masuccio Salernitano. [1] Así, las novelas románticas intercaladas en el Guzmán de Alfarache , la de Dorido y Clorinia , la de Bonifacio y Dorotea , la de Don Luis de Castro y Don Rodrigo de Montalvo , están enteramente en la manera de los novellieri italianos , y la última de ellas procede también de Masuccio. [2] Así, la Diana de Jorge de Montemayor, que en su fondo debe más al bucolismo galáico-portugués que a la Arcadia de Sannazaro, se engalana con la historia de los amores de don Félix y Felismena, imitada de Bandello. [3]

[p. 214] Novelas del mismo corte y origen se encuentran por incidencia en otros libros, cuya materia principal no es novelesca, especialmente en los manuales de cortesía y buena crianza, imitados o traducidos del italiano. Prescindiendo por ahora del Cortesano de Boscán, que es pura traducción, aunque admirable, y que tendrá más adecuado lugar en otro capítulo de la presente historia, donde estudiaremos los diálogos que pintan aspectos varios de la vida social, no podemos omitir la ingeniosa refundición que del Galateo de Messer Giovanni della Casa hizo Lucas Gracián Dantisco en su Galateo Español (1599), libro de los más populares, como lo acreditan sus numerosas ediciones. [1] El autor nos ofrece a un tiempo [p. 215] la teoría y la práctica de las novelas y cuentos , dándonos curioso specimen de la conversación de su época.

«Allende de las cosas dichas, procure el gentil hombre que se pone a contar algun cuento o fábula, que sea tal que no tenga palabras desonestas, ni cosas suzias, ni tan puercas que puedan causar asco a quien le oye, pues se pueden dezir por rodeos y términos limpios y honestos, sin nombrar claramente cosas semejantes; especialmente si en el auditorio hubiesse mugeres, porque alli se deve tener más tiento, y ser la maraña del tal cuento clara, y con tal artificio que vaya cevando el gusto hasta que con el remate y paradero de la novela queden satisfechos sin duda. Y tales pueden ser las novelas y cuentos que allende del entretenimiento y gusto, saquen dellas buenos exemplos y moralidades; como hazian los antiguos fabuladores, que tan artificiosamente hablaron (como leemos en sus obras), y a su imitacion deve procurar el que cuenta las fábulas y consejas, o otro cualquier razonamiento, de yr hablando sin repetir muchas vezes una misma palabra sin necesidad (que es lo que llaman bordon) y mientras pudiere no confundir los oyentes, ni trabajalles la memoria, excusando toda escuridad, especialmente de muchos nombres.» [1]

Como muestra del modo de contar que tenía por más apacible, trae la ingeniosa Novela del gran Soldán con los amores de la linda Axa y el Príncipe de Nápoles . Esta novela es seguramente de origen italiano, y en Castilla había pasado ya al teatro, según nos informa Gracián Dantisco. «Y pues en todas las cosas deste tratado procuramos traer comparaciones y exemplos al propósito, en este que se nos ofrece pondremos un cuento del cual, por aver [p. 216] parecido bien a unos discretos cómicos, se hizo una hermosa tragicomedia.» [1]

Lucas Gracián Dantisco, que no es un mero traductor, sino que procura acomodar el Galateo toscano a las costumbres españolas, nos da suficiente testimonio de que el ejercicio de novelar alternativamente varias personas en saraos y tertulias era ya cosa corriente en su tiempo. «Deve tambien el que acaba de contar qualquiera cuento o novela como ésta, aunque sepa muchas, y le oygan de buena gana, dar lugar a que cada qual diga la suya , y no enviciarse tanto en esto que le tengan por pesado o importuno; no combidando siempre a dezillas, pues principalmente sirven para henchir con ellas el tiempo ocioso.» [2]

Hemos seguido paso a paso esta incipiente literatura, sin desdeñar lo más menudo de ella, aun exponiéndonos al dictado de micrófilo , para que se comprenda qué prodigio fueron las Novelas Ejemplares de Cervantes, surgiendo de improviso como sol de verdad y de poesía entre tanta confusión y tanta niebla. La novela caballeresca, la novela pastoril, la novela dramática, la novela picaresca, habían nacido perfectas y adultas en el Amadís, en la Diana, en la Celestina , en el Lazarillo de Tormes , sus primeros y nunca superados tipos. Pero la novela corta, el género de que simultáneamente fueron precursores don Juan Manuel y Boccaccio, no había producido en nuestra literatura del siglo XVI narración alguna que pueda entrar en competencia con la más endeble de las novelas de Cervantes: con el embrollo romántico de Las dos doncellas , o con el empalagoso Amante Liberal , que no deja de llevar, sin embargo, la garra del león, no tanto en el apóstrofe retórico a las ruinas de la desdichada Nicosia como en la primorosa miniatura de aquel «mancebo galan, atildado, de blancas manos y rizos cabellos, de voz meliflua y amorosas palabras, y finalmente [p. 217] todo hecho de ámbar y de alfeñique, guarnecido de telas y adornado de brocados». ¡Y qué abismos hay que salvar desde estas imperfectas obras hasta el encanto de La Gitanilla , poética idealización de la vida nómada, o la sentenciosa agudeza de El Licenciado Vidriera , o el brío picaresco de La Ilustre Fregona , o el interés dramático de La Señora Cornelia y de La Fuerza de la Sangre , o la picante malicia de El Casamiento Engañoso , o la profunda ironía y la sal lucianesca del Coloquio de los Perros , o la plenitud ardiente de vida que redime y ennoblece para el arte las truhanescas escenas de Rinconete y Cortadillo ! Obras de regia estirpe son las novelas de Cervantes, y con razón dijo Federico Schlegel que quien no gustase de ellas y no las encontrase divinas jamás podría entender ni apreciar debidamente el Quijote . Una autoridad literaria más grande que la suya y que ninguna otra de los tiempos modernos, Goethe, escribiendo a Schiller en 17 de diciembre de 1795, precisamente cuando más ocupado andaba en la composición de Wilhelm Meister , las había ensalzado como un verdadero tesoro de deleite y de enseñanza, regocijándose de encontrar practicados en el autor español los mismos principios de arte que a él le guiaban en sus propias creaciones, con ser éstas tan laboriosas y aquéllas tan espontáneas. ¡Divina espontaneidad la del genio que al forjarse su propia estética adivina y columbra la estética del porvenir! [1]

       Santander, Enero de 1907. [2]

Notas

[p. 5]. [1] . Con erudición verdaderamente admirable, no sólo por lo extensa, sino por lo minuciosa y segura, y con agudeza y sagacidad crítica todavía más raras que su erudición, discurre sobre todos estos puntos Arturo Farinelli en su reciente opúsculo Note sul Boccaccio in Ispagna nell` Età Media , Braunschweig, 1906 (tirada aparte del Archiv für das Studium der neueren Sprachen und Literaturen , de L. Herrigs), al cual debe añadirse su estudio sobre el Corbaccio en la España medioeval, publicado en la Miscelánea Mussafia . Creo que entre los hispanistas que hoy viven nadie ha avanzado tanto como Farinelli en el estudio comparativo de las letras españolas con las extranjeras, especialmente con la italiana y la alemana. Sus monografías son un tesoro, todavía no bastante apreciado en España, y la rica materia que contienen hubiera bastado a un escritor menos docto y conciso para escribir voluminosos libros.

[p. 6]. [1] . Así resulta de su célebre carta a Mainardo Cavalcanti, mariscal del reino de Sicilia, descubierta en la biblioteca de Siena y publicada por Tiraboschi ( Storia della letteratura italiana , t. V , pág. 844, ed. de Milán, 1823): «Sane quod inclitas mulieres tuas domesticas meas legere permiseris, non laudo; quin imo quaeso per fidem tuam, ne feceris... Cave igitur iterum meo monitu precibusque, ne feceris... Et si decori dominarum tuarum parcere non vis, parce saltem honori meo, si adeo me diligis, ut lacrimas in passionibus meis effundas. Existimabunt enim legentes me spurgidum, lenonem, incestuosum senem, impurum hominem, turpiloquum, maledicum, et aliorum scelerum avidum relatorem. Non enim ubique est qui in excusationem meam consurgens dicat: iuvenis scripsit, et maioris coactus imperio.»

Hugo Fóscolo, en su precioso Discorso sul testo del Decamerone ( Prose Letterarie , t. III, ed. de Florencia, 1850), supone con probabilidad que el mismo Boccaccio llegó a destruir el original autógrafo de su libro, lo cual explica la incorrección de las copias.

[p. 6]. [2] . Es cosa digna de repararse que el Petrarca, con ser tan amigo de Boccaccio, no recibió de su parte el Decamerón ni le vió más que por casualidad, ni elogió en él otra cosa que esta novela y la descripción de la peste: «Librum tuum, quem nostro materno eloquio, ut opinor, olim iuvenis edidisti, nescio quidem unde vel qualiter ad me delatum vidi.»

Sin duda por haberse omitido la epístola proemial en algunas copias fué tenida la Griselda entre muchos humanistas por composición original del Petrarca, pero no creo que incurriesen en tal error Bernat Metge, tan versado en las obras de Boccaccio, ni Chaucer, que la imita en uno de los Canterbury Tales . Pero la verdad es que procedieron como si ignoraran el verdadero autor de la fábula.

[p. 7]. [1] . Hizo una elegantísima edición de este tratado don Mariano Aguiló en su Bibliotheca d' obretes singulars del bon temps de nostra lengua materna estampades en letra lemosina (Barcelona, librería de Verdaguer). La portada dice así:

Historia de Valter e de la pacient Griselda escrita en llatí por Francesch Petrarcha: e arromançada per Bernat Metge. Estampada en Barcelona per n' Evarist Villastres en l' any M.DCCC.Lxxxiij.

Dos códices tuvo presentes el señor Aguiló: uno de la Biblioteca Universitaria de Barcelona, y otro, al parecer más antiguo, que él poseía, comprado en Cádiz al bibliófilo don Joaquín Rubio. En este segundo códice, el título era Istoria de Valter e de Griselda, composta por Bernat Metge, la qual racita Petrarcha poheta laureat en les obres del qual io he singular afeccio.

Hay tres romances modernos escritos sobre el texto de la novela de Metge: Historia de Griselda la qual lo marques Valter prengué per muller essent una humil pastoreta e isqué lo més singular exemple de la obediencia que tota dona casada deu tenir a son marit (Barcelona, 1895). Lleva las iniciales A. B. T. (Antonio Bulbena y Tusell).

[p. 7]. [2] . «La pasciencia, fortitut e amor conjugal de Griselda, la istoria de la qual fon per mi de lati en nostra lengua vulgar transportada, callare, car tant es notoria que ya la reciten per enganar les nits en les vetles e com filen en ivern entorn del foch.»

[p. 7]. [3] . Manuscrito de la Biblioteca Escurialense (a-IV-5), dado a luz por Herman Knust en un tomo de la Sociedad de Bibliófilos Españoles, Dos obras didacticas y dos leyendas... Madrid, 1878. Vid. pp. 260-265.

[p. 11]. [1] . Boccaccio and the Decameron in Castilian and Catalan literature. Thesis presented to the faculty of Bryn Mawr College for the degree of doctor of philosophy by Caroline Brown Bourland, 1905 (Tirada aparte de la Revue Hispanique , t. XII).

Tesis semejantes a ésta convendría que apareciesen de vez en cuando en las Universidades españolas. La joven doctora norteamericana examina y describe con todo rigor bibliográfico los códices y ediciones españolas del Decamerón y busca luego el rastro de Boccaccio en nuestra novelística y dramaturgia de los siglos XV, XVI y XVII, analizando una por una, y en todos sus detalles, las imitaciones de cada cuento. Es un trabajo de investigación y de crítica digno de las mayores alabanzas. Para no repetir lo que allí está inmejorablemente dicho, abreviaré mucho la parte concerniente a Boccaccio en estas páginas.

[p. 11]. [2] . Ha sido reimpresa por miss Bourland en el tomo IX de la Revue Hispanique , conforme al único ejemplar conocido de 1603.

[p. 12]. [1] . También ha reimpreso (ib.) la señorita Bourland este texto, tomado de la Suma de todas las crónicas del mundo (Valencia, 1510), traducción hecha por Narcis Viñoles del Suplementum Chronicorum, de Foresti.

[p. 12]. [2] . Números 1.273, 1.274 y 1.275 del Romancero de Durán.

[p. 12]. [3] . Nota comunicada a miss Bourland por don Ramón Menéndez Pidal. La composición de Fernando de la Torre está en un códice de la Biblioteca de Palacio.

[p. 12]. [4] . Una detallada e interesante descripción de este códice puede verse en el estudio de miss Bourland. Para mi objeto basta con la siguiente nota que me comunicaron los señores Bonsoms y Massó y Torrents, antes que la erudita señora diese a luz su trabajo:

«Es un manuscrito en papel que conserva su encuadernación antigua, con señales de los clavos y cierres; en un tejuelo de papel pegado se lee: Las Cien... manuscriptas catalan. La medida general de la página es de 295 X 216 milímetros. La foliación, que va de I a CCCxxiij, empieza en la 1.ª novela de la 1.ª jornada, con las palabras Convinent cosa es mols cares dones. Contiene entero el Decameron, que termina en el folio CCCxxxiij de esta manera:

E vosaltres gracioses dones ab la sua gracia romaniu en pau recordant vos de mi si d'alguna cosa de aquestes que haureu legides per ventura vos ajudant.

Fo acabada la present translacio dimarts que comptaven V dies del mes d'Abril en l'any de la fructificant Incarnacio del fill de deu M.CCCC.xxviiij, en la vila de Sant Cugat de Valles.

Aci feneix la deena e derrera Jornada del libre appellat De (sic) Cameron nominat lo Princep Galeot, en altra manera Lo cento novella.

Los folios preliminares contienen el proemio y la introducción, de manera que está completa la obra de Boccaccio. De los folios preliminares, útiles, aparecen recortados la mayor parte y alterado su orden 8 ff, blancos (el último de los cuales lleva alguna anotación ajena al texto) + 5 ff. de Taula a 2 columnas + 2 ff. de intruducció + 2 ff. blancos + 9 ff. de proemi y intruducció.

Hay letra de dos manos distintas, como si los redactores se hubiesen partido el trabajo. La primera es más hermosa, aunque no cuidada. Escribe a renglón seguido y caligrafía alguna inicial, alternando las tintas roja y azul: comprende la introducción, el proemio y el texto hasta el folio CLxxxii (novela 8.ª de la 5.ª jornada). La segunda mano escribe a dos columnas, y comprende todo el resto del manuscrito incluso la suscripción final; es más corrida y no tiene inicial ninguna. Todo el manuscrito carece de epígrafes en tinta roja, habiéndose dejado en blanco el espacio correspondiente.»

[p. 15]. [1] . Obras completas de D. Manuel Milá y Fontanals , t. III, p. 457.

[p. 15]. [2] . Memorias de la Real Academia de la Historia , t. VI, p. 460.

[p. 15]. [3] . Demostracion histórica del verdadero valor de todas las monedas que corrían en Castilla durante el reynado de señor don Enrique III (Madrid, año 1796, pp. 374-379).

[p. 15]. [4] . Cf. Miss Bourland: «If the manuscript of the library of Benavente was in Spanish, the papel cebti menor on which it was written, would show that the Decameron was translated into spanish, at least in part, during the fourteenth or at the very drawn of the fifteenth century.» (Página 24.)

[p. 17]. [1] . Capítulo Xlv de como Fadrique ama e non es amado e en cortesia despendiendo se consume el qual non auiendo mas de un falcon a la dona suya lo dio.

Devedes pues saber que Copo de Burgesi Dominique el qual fue en la nuestra çibdat, por ventura aun es, ombre de grand reverençia e abtoridad, e de los nuestros por costumbres e por virtud mucho mas que por nobleza de sangre caro e dino de eterna fama, e seyendo ya de años lleno espesas vegadas de las cosas pasadas con sus vezinos e con otros se deleytava de rrazonar, la qual cosa el con mejor e mas orden e con mayor memoria apostado de fablar que otro ombre sopo fazer. Era usado de dezir entre las otras sus bellas cosas que en Florencia fue ya un mancebo llamado Fadrique e fijo de Miçer Felipo Albergin en obra de armas e en cortesia preçiado sobre otro ombre donzel de Toscana e quel, asi como a los mas de los gentiles ombres contesçe, de una gentil dona llamada Madona Jovena se enamoró, en sus tiempos tenida de las más bellas donas e de las mas graçiosas que en Florençia fuesen e por quel amor della conquistar podiese justava e facia de armas e fazia fiestas e dava lo suyo syn algund detenimiento, mas ella, non menos onesta de bella, de aquestas cosas por ella fechas nin de aquel se curava que lo fazia. Despendiendo pues Fadrique allende de todo su poder mucho, en ninguna cosa conquietando, así como de ligero contesçe, las riquezas menguaron e el quedó pobre syn otra cosa serle quedado salvo un solo pequeño heredamiento de las rrentas del qual muy estrechamente bevia, e allende de aquesto un solo falcon de los mejores del mundo le avia quedado. Por que amando mas que nunca, no paresçiendole mas çibdadano ser como deseava, a los campos allá donde el su pobre heredamiento era se fue a estar e aqui quando podia caçando e syn alguna cosa rrequerir padescientemente la pobreza comportava. Ora acaesçio que seyendo asi Fadrique e veniendo al estremo el marido de madona Jovena enfermó e veyendose a la muerte venir fizo testamento e seyendo muy rico en ella dexó su heredero a un su fijo ya grandezillo e despues de aquesto aviendo mucho amado a Madona Jovena a ella, sy contesçiese aquel fijo syn legitimo heredero muriese, su heredera sola estableçio, e muriese (sic). Quedada pues biuda Madona Jovena, como usança es de las nuestras donas, el año adelante con aqueste su fijo se fue a un condado en una su posesion asaz vezina aquella de Fadrique, por lo qual contesçio que aqueste moçuelo a amistar con Fadrique e deleytarse con aves e con canes e aviendo muchas vegadas visto el falcon de Fadrique bolar, est(r)aña mente plaziendole, fuerte deseava de averlo, mas despues non osava demandarlo veyendo a el ser tanto caro, e asi estando la cosa contesçio quel mançebo enfermó, de que la dolorosa madre mucho temerosa como aquella que mas no tenia e lo amava quanto mas se podia fijo amar, (e) todo el dia estandole en derredor non quedava de conortarlo espesas vegadas e le preguntava si alguna cosa era la qual desease, rogandole mucho que gelo dixiese que por çierto sy posible fuese trabajaria de averlo. El moçuelo oydas muchas vegadas aquestas profiertas dixo: madre mia, sy vos fazedes que yo aya el falcon de Fadrique, yo me creo prestamente guarir; la dona oyendo aquesto algund tanto estovo e començo a pensar aquello que fazer devia: ella savia que Fadrique luenga mente la avia amado e que jamas un solo mirar della non avia avido, porque dezia como enbiaré yo o yre a demandarle aqueste falcon que por lo que yo oygo es el mejor falcon que ombres viesen e allende desto le mantiene en el mundo? E como yre yo nin sere en desconortar un ombre gentil como este al qual ningund otro deleyte le es quedado e que aqueste le quiera tomar? E asi fecho pensamiento ocupada, aunque ella fuese çierta de averlo sy lo demandase, syn saber que avia de dezir non respondio al fijo, mas ultima mente tanto la vençio el amor del fijo que ella consigo dispuso de conçertarlo como quiera que acaesçiese de non enbiar, mas ir ella mesma por el e traerlo, e respondiole: fijo mio conortate e piensa de guaresçer a ver fuerça, que yo te prometo que la primera cosa que yo fare de mañana sera yr por el asy que te lo traere. El moçuelo de aquesto alegre el día mesmo mostro alguna mejoria; la dona de mañana seguiente tomada una muger en conpañia por manera de deporte se fue a la pequeña casa de Fadrique e fizolo llamar, e el por que non era tiempo non era ydo aquel dia a caçar e era en un su huerto e fazia sus çiertas lavores aparejar, el qual oyendo que Madona Jovena lo llamava a la puerta, maravillandose fuerte alegre corrio allá, la qual veyendolo venir, con una feminil plazenteria fuele delante aviendola ya Fadrique reverente mente saludado, dixo: bien este Fadrique (faltan algunas palabras entre el fin de un folio y comienzo de otro) e mas que non te fuere menester, e el satisfazimiento es tal que yo entiendo con esta mi conpañia en uno amigable mente contigo comer esta mañana. A la qual Fadrique omil mente respondio: señora, ningund don jamas me rrecuerdo aver resçibido de vos salvo tanto de bien que sy yo alguna cosa vali, por el vuestro amor e valor que valido vos he ha seydo e por çierto esta vuestra liberal venida me es mucho mas cara que non seria sy comienço fuese a mi dado a espender quanto en lo pasado he ya espendido, avnque a pobre huesped seades venida. E asi dicho alegre mente dentro en casa la rreççibio e en un su huerto la llevó, e alli, non aviendo quien le fazer tener conpañia, dixo: señora, pues que aqui non es otrie, aquesta mujer deste labrador vos terrna conpania en tanto que yo vaya a facer poner la mesa. E el aunque la su pobreza fuese estrema non se era tanto vista quanto neçesario le fazia, ca el avia fuera de orden despendido sus rriquezas, mas aquesta mañana fallando ninguna cosa de que podiese a la dueña onrrar por amor de la qual el a infinitos ombres onrrados avia fecho fuera de razon, congoxos entre sy mesmo maldiziendo la fortuna, como ombre fuera de sy fuese agora acá agora allá corriendo, nin dineros nin prenda fallandose e seyendo la ora tarde e el deseo grande de mucho onrrar la gentil dona e non queriendo a otro mas al su labrador rrequerir, vido al su buen falcon en la su sala sobre el alcandara porque non aviendo otra cosa a que acorrerse tomolo e fallandolo grueso penso aquel ser digna vianda de tal dueña e por tanto syn mas pensar tirole la cabeça e a una su moça presta mente le fizo pelar e poner en un asador asaz diligente mente. E puesta la mesa con unos manteles muy blancos de los quales algunos avia, con alegre cara torrno a la dueña en su huerto e el comer que fazer se podia dexolo aparejado. Entanto la dueña con su compañera levantandose fue a la mesa e syn saber que se comia en uno con Fadrique, el qual con muy grand fee la conbidara, comieron el buen falcon e levantados de la mesa ella algund tanto con plazibles rrazones con el estava e paresçiendole a la dueña tiempo de dezir aquello por que era alli venida, asy beninamente con Fadrique començo a fablar: Fadrique, recordandote tu de la preterita vida (e) de la mi onestidad la qual por ventura tu as rreputado a dureza e crueldad yo non dubdo ninguna cosa que tu te devas maravillar de la mi presup(ri)çion sentiendo aquello por que prinçipal mente aqui venida so; mas si fijos ovieses avido por los quales podieses conosçer de quanta fuerça sea el amor que a ellos se ha, paresçeme ser çierta que en parte me averias por escusada; mas como tu non los tengas, yo que uno he, non puedo por ende las leyes comunes de las madres fuyr, las quales fuerças seguir conveniendome, convieneme allende del plazo tuyo e allende de toda razon, quererte demandar un don el qual yo se que grave mente as caro e es razon ca ninguno otro deleyte nin ninguna consolaçion dexada ha a ti la tu estraña fortuna, e aqueste don es el falcon tuyo del qual el niño mio es tanto pagado que sy yo non gelo lievo temo que lo agravie tanto en la enfermedat que tiene que después le sigua cosa por la qual lo pierda. E por esto yo te rruego non por el amor que tu me as al qual tu de ninguna cosa eras tenido mas por la alta nobleza la cual en usar cortesya eres mayor que ninguno otro mostrando que te deva plazer de darmelo porque yo por este don pueda dezir de aver resçebido en vida mi fijo e por ende avertelo he siempre obligado. Fadrique oyendo aquello que la dona le demandava e sentiendo que servir non le podia por que a comer gelo avia dado, començo en presençia a llorar ante que algunas palabras respondiese. La dueña veyendo el grand llanto quel fazia, penso que del dolor de ver de sy partirle el buen falcón veniese mas que de otras cosas quasy fue por dezir que non lo quería; mas despues del llanto rrespondiendo Fadrique dixo asy: señora, despues que a Dios plogo que en vos posiese mi amor en asaz me ha reputado la fortuna contraria e some della dolido, mas todas son seydas ligeras en respeto de aquello que ella me faze al presente por que con ella jamas paz aver non devo pensando que vos aqui a la mi pobre casa venida seades donde en tanto que rico fue venir desdeñastes, e de mi un pequeño don queredes e ella me aya asi fecho quedar que vos lo non puedo dar, e por que esto ser non puede vos dire breve mente: como yo oy vy que vuestra merced conmigo comer queria, aviendo rreguardado a vuestra exçelençia e a vuestro valor reputé digna e conuenible cosa que con mas cara vianda segund la mi posibilidad yo vos deviese onrrar que con aquello que general mente por las otras presonas non se usa, por que rrecordandome del falcon que me demandades e de la su bondad, ser digno manjar de vos lo reputé e desta manera a el asado avedes comido el qual yo por bien empleado rreputé, mas veyendo agora que en otra manera lo deseavades me es asy grande duelo pues servir non vos puedo que jamas paz non puedo dar. E esto dicho las plumas e los pies e el pico le fizo en testimonio lançar delante, la qual cosa veyendo la dona e oyendo primero lo retraxo por dar a comer a dona tan excelente falcon e despues la grande nobleza de su coraçon la qual la pobreza non avia podido nin podia contrastar (e) mucho entre sy mesma lo loo. Despues de quedada fuera de la esperança de aver el falcon por la salud del fijo (e) entrada en pensamiento e rregraçiando mucho a Fadrique el honor fecho e la su buena voluntad, toda malenconia en sy se partio e torrnó al fijo, el qual por la malenconia quel falcon aver non podia e por la enfermedad que mucho aquesto le deviese aver traydo non pasaron muchos dias que con grand dolor de la madre de aquesta vida pasó, la qual despues que llena de lagrimas e de amargura rrefrigerada algund tanto, e seyendo muy rica quedada e aun(a) moça, muchas vagada [s] fue de los hermanos costreñida a torrnar a casar. La qual aun que querido non lo oviese mas veyendose aquexada e rrecordandose del valor de Fadrique e de la su manifiçençia, última esto es de aver muerto un asi maravilloso falcon por onrrar a ella, dixo a los hermanos: pues que asy vos plaze que yo case aunque toda via de muy buena voluntad si vos ploguiese syn maridar me estaria, mas sy a vosotros mas plaze que yo marido tome por çierto yo jamas non tomaré ninguno sy non he a Fadrique de Harbegin. De lo qual los hermanos faziendo burla dixieron: hermana, qué es esto que tu dizes, como quieres tu aquel que non ha cosa del mundo? A los quales ella rrespondio: hermanos mios, yo se bien que asi es como vos otros dezides, mas yo quiero antes ombre que aya menester riquezas que rriquezas que ayan menester ombre. Los hermanos oyendo el coraçon e voluntad della e conosçiendo que Fadrique era ombre de mucho bien aunque pobre, asi como ella queria a el con todas sus rriquezas la dieron. El qual asy fecho la dona a quien tanto el amava por muger avida e allende de aquesto verse muy rico en alegria con ella mejor e mas sabio termino tovo e los años suyos acabó.

(Debo a mi querido amigo don Ramón Menéndez Pidal la copia de esta novela.)

[p. 21]. [1] . Las C no=velas de Jua Bocacio (portada en grandes letras monacales).

(Al fin): Aqui se acaban las Ciento novellas de Miçer juan bocacio, poeta eloquete. Impressas en la muy noble y muy leal cibdad de Seuilla: por Meynardo ungut alemano y Stanislao polono copañeros. En el año de nro. señor Mill quatrocietos noventa y seys: a ocho dias del mes de noviembre . (N.º 54 de la Bibliografía ibérica del siglo XV , de Haebler.)

2.ª ed.

Las C novelas de micer Juan Vocacio Florentino poeta eloquente. En las quales se hallara notables exemplos y muy elegante estilo. Agora nuevamente ympressas corregidas y emendadas de muchos vocablos y palabras viciosas

(Al fin): Aquí se acaban las cient novellas... Fueron impressas en la Imperial cibdad de Tolledo, por Juan de Villaquiran impresor de libros. A costa de Cosme damian. Acabose a viij del mes de Noviembre: Año del nascimiento de nuestro Salvador y Redemptor Jesu Christo de mill y quinientos y XX.iiij.

3.ª ed.

Las cient novellas...

(Colofón)... Fueron impressas en la muy noble y leal villa de valladolid. Acabose a veynte y quatro dias del mes de Março. Año de nuestro Salvador y redemptor Jesu Christo de Mill y Quinientos y treynta y nueve años.

4.ª ed.

Las cient novellas...

(Colofón)... Fueron impressas en la muy noble villa de Median (sic) del Campo: por Pedro de Castro impresor: a costa de Jua de espinosa mercader de libros. A onze dias del mes de agosto de M. y D. XL. iij años.

Además de los ejemplares citados en el texto, existe uno en la Biblioteca Imperial de Viena.

5.ª ed.

Las cient novellas...

(Colofón)... Aqui se acaban las cient nouellas de Micer Juan bocacio poeta eloquente. Fueron impressas en la muy noble villa de Valladolid: en casa de Juan de Villaquiran impresor de libros: a costa de Juan espinosa. Acabosse a quinze dias del mes de Deziembre. Año de mil y quinientos y cinquenta años.

Como muestra del estilo de esta traducción puede verse la novela del Fermoso escarnio de Tofano (4.ª de la jornada 7.ª, numerada 72 por el traductor) que ha reimpreso el señor Farinelli (Note pp. 105-107) conforme al texto de la edición de Burgos. El códice escurialense termina precisamente con esta novela: «De como madona Guita, muger de Cofano, pensando que oviese embriagado a su marido fue a casa de su amante e alla fasta la media noche estovo, e de como Cofano cerro la puerta por de dentro, e como torno su muger que non la quiso abrir. Et de l' arte que ella fizo.»

[p. 22]. [1] . Ed. de Medina del Campo, fol. CLXXIV vuelto:

       Parte te, amor, y vete al mi señor
       Y cuenta le las penas que sostengo
       Y como por su causa a muerte vengo
       Callando mi querer por gran temor...

(Está en la Novela XCV «de como una donzella se enamoro en Palermo del rey don Pedro de Aragon, y como cayo en grande enfermedad por aquella causa y como despues el rey la galardono muy bien».)

[p. 24]. [1] . Vid. la colección de Reusch, Die Indices Librorum Prohibitorum des sechszehnten Jahrhunderts (tom. 176 de la Sociedad Literaria de Stuttgart), página 394. El Decamerón está puesto entre los libros latinos. En re los que se prohiben en romance están las novelas de Juan Boccaccio (p. 437).

[p. 24]. [2] . En nuestras bibliotecas, aun en las menos conocidas, suelen encontrarse raros ejemplares del Decamerón . En la de las Escuelas Pías de San Fernando (Madrid) recuerdo haber visto, hace años, la auténtica de Florencia de 1527, que es una de las más apreciadas y de las que han alcanzado precios más exorbitantes en las ventas.

[p. 24]. [3] . El Decamerón fué mirado siempre con indulgencia aun por los varones más graves de nuestro siglo XVI. En un curioso dictamen que redactó como secretario del Santo Oficio sobre prohibición de libros, decía el gran historiador Jerónimo de Zurita: «En las novelas de Juan Bocatio hay algunas muy deshonestas, y por esto será bien que se vede la traslacion dellas en romance sino fuese espurgándolas, porque las más della sson ingeniosissimas y muy eloquentes . (Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos , 1903 tomo VII, pp. 220 y ss.)

[p. 25]. [1] . Sobre las imitaciones que Boccaccio hizo de Pedro Alfonso debe consultarse un erudito y reciente trabajo de Letterio di Francia, Alcune novelle del Decamerone illustrate nelle fonti. ( Giornale Storico della letteratura italíana , t. XLIV, p. 23 y ss.)

[p. 25]. [2] . Die Quellen des Dekameron, von Dr. Marcus Landau (2.ª ed.); Stuttgart, año 1884, p. 203.

Cf. mi Tratado de los romances viejos , t. II, pp. 425-426.

[p. 25]. [3] . Vid. Tratado de los romances viejos , t. II, p. 404. Corríjase la errata giornata terza en vez de quarta .

[p. 25]. [4] . El mismo Farinelli (p. 99) ha sorprendido en la otra novela catalana del siglo XV, Curial y Guelfa , una cita muy detallada de la novela de Ghismonda y Guiscardo: «Recordats vos, senyora, de les paraules que dix Guismuda de Tancredi a son pare sobre lo fet de Guiscart, e de la descripcio de noblesa?...»

En la Comedia de la Gloria de amor , del comendador Rocaberti, en el Inferno dos namorados , del portugués Duarte de Brito, y en otras composiciones análogas, figuran Ghismonda y Guiscardo entre las parejas enamoradas de trágica nombradía.

A la celebridad de esta novela contribuyó mucho la traducción latina de Leonardo Bruni de Arezzo (Leonardo Aretino), cuyos escritos eran tan familiares a nuestros humanistas.

[p. 26]. [1] . Para esta imitación vid. el libro de miss Bourland, pp. 95-97.

[p. 26]. [2] . Véase principalmente el artículo de don Emilio Cotarelo Sobre el origen y desarrollo de la leyenda de los Amantes de Teruel ( Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos , n. 5, mayo de 1903, pp. 343-377). Miss Bourland, cuya tesis se publicó en 1905, llega por su parte a las mismas conclusiones.

A la numerosa serie de obras poéticas relativas a la historia de Los Amantes debe añadirse, y es una de las más antiguas, la Silva sexta del poeta latino de Calatayud, Antonio Serón (nacido en 1512). Falta, en el tomo de sus versos que publicó don Ignacio de Asso en Amsterdam ( Antonii Seronis Bilbilitani Carmina , 1781), pero está en otras muchas composiciones suyas inéditas en el mismo códice de la Biblioteca Nacional que sirvió a Asso para hacer su selección. Las noticias de la vida de Serón alcanzan hasta 1567.

[p. 26]. [3] . «No quiero tratar aquí de lo que se dice del suceso tan sonado y tan contado de Marcilla y Segura, que aunque no lo tengo por impossible creo certissimamente ser fabuloso, pues no hay escritor de autoridad y classico, ni aquellos Anales tantas veces citados con ser particulares de las cosas de Teruel, ni otro Auctor alguno que dello haga mención; si bien algunos Poetas le han tomado por sujeto de sus versos, los quales creo que si hallaran en Archivos alguna cosa desto o si en las ruynas de la parroquial de San Pedro de Teruel (queriéndole reedificar) se huviera hallado sepultura de marmol con inscripcion de estos Amantes, no lo callaran.»

( Historias eclesiásticas y seculares de Aragón... Tomo II. Zaragoza, 1619, libro III, cap. 14.)

[p. 27]. [1] . Vid. Noticias históricas sobre los Amantes de Teruel por D. Isidoro de Antillón . Madrid, imp. de Fuentenebro, 1806. Este folleto, tan convincente y bien razonado como todos los escritos históricos de su autor, nada perdió de su fuerza con el hallazgo de otra «escritura pública», fabricación del mismo Yagüe, que publicó en 1842 don Esteban Gabarda en su Historia de los Amantes de Teruel .

[p. 28]. [1] . Miss Bourland recuerda oportunamente este pasaje de Ricardo de Turia en la loa que precede a su comedia La burladora burlada :

       La diversidad de asuntos
       Que en las loas han tomado
       Para pediros silencio
       Nuestros Terencios y Plautos,
       Ya contando alguna hazaña
       De César o de Alejandro,
       Ya refiriendo novelas
       Del Ferrarés o el Bocaccio...

El Ferrarés debe de ser Giraldi Cinthio. Un precioso ejemplo de este género de loas tenemos en la que precede a La Rueda de la Fortuna , del doctor Mira de Amescua, donde está referido aquel mismo cuento de Bandello, que fué germen de la admirable comedia de Lope, El villano en su rincón .

[p. 29]. [1] . Las restantes son: El llegar en ocasión, La discreta enamorada, El servir con mala estrella, La boda entre dos maridos, El exemplo de casadas.

[p. 29]. [2] . La | Zucca | del | Doni | En Spañol.

(Al fin): In Venetia | Per Francesco | Marcolini | Il Mese d' Ottobre | MDLI.

8.º 166 pp. y 5 hs. sin foliar de índice. Con diez y seis grabados en madera.

(Dedicatoria): La Zuca del Doni de lengua Thoscana en Castellano.

«Al Illustre Señor Juan Bautista de Divicii, Abbad de Bibiena y de San Juan in Venere.

Entre las virtudes (Illustre Señor) que a un hombre hazen perfeto y acabado, una y muy principal, es el agradecimiento; porque por él venimos a caber con todos, ganamos nuevas amistades, conservamos las viejas, y de los enemigos hazemos amigos. Tiene tanta fuerza esta virtud, que a los hombres cobardes haze muy osados en el dar, a los que reciven regocijados en el pagar y a los avaros liberales. Buena cosa es ser agradecido, y malísima ser ingrato...

Siendo yo, pues, deudor por tantas partes a V. m. no he querido ser de los que pagan luego (o por mejor dezir), no he podido serlo, ni tan poco de los que tardan en pagar, por no ser tachado de hombre desconocido, ansi queriendo yo tener el medio, por no errar: suscedió que estando con el Doni (hombre como V. m. sabe, agudo) venimos a hablar de la Zucca, que él no ha muchos dias hizo estampar: roguele que me embiase una, porque no havia provado calabaças este año: él lo hizo como amigo, agradóme la materia o argumento del libro (que sin dubda para entretener una conversacion un rato, es de los buenos que he leido). Encarecisele tanto al Señor Conde Fortunato de Martinengo, que él como deseoso de saber nuestro lenguaje, allende de ser tan aficionado a la nacion española, me rogó con gran instancia le traduxese, poniendo me delante la utilidad y probecho que de alli redundaria a muchos que carescen de la lengua Italiana. Conoscida su voluntad (aunque querria mas escreuir de mio si supiese que traduzirlo de otros) le otorgué lo que me pidió; acordéme despues, que para hombre que podia poco, este era el tiempo, lugar y coyuntura donde podria mostrar la voluntad que tengo de servir a V. m. pagando en parte lo que en todo no puedo y así determiné dedicarle este pequeño trabajo del traslado de la Zucca, dado que el original el Doni no le haya consagrado a ninguno. Porque de mas de mostrar que reconozco la deuda, la obra vaya más segura y amparada debaxo la sombra y favor de V. m. y asi le suplico la reciva en servicio: que yo soy cierto que le agradará, confiado de su ingenio y buen natural, y si no le contentare, será más por el nombre que por lo que la calabaça contiene. Está llena de muchas y provechosas sentencias, de muy buenos exemplos, de sabrosos donaires, de apacibles chistes, de ingeniosas agudezas, de gustosas boverias, de graciosos descuidos, de bien entendidos motes, de dichos y prestezas bien dignas de ser sabidas, de manera que por ella se puede decir: «so el sayal hay al». Lo que se ve paresce cosa de burla, y de lo que no se paresce todo o la maior parte es de veras. Es un repertorio de tiempos, una red varredera que todos los estados, oficios, edades recoge en sí. Finalmente es un Sileno de Alcibiades, a todos avisa, con todos habla, de suerte que asi grandes como pequeños, ricos y pobres, doctos y ignorantes, señores y los que no lo son, viejos y moços, y en conclusión desde el Papa hasta el que no tiene capa, sin sacar ninguno, pueden sacar desta Zuca tanto çumo que salgan llenos, y la calabaça no quede menguada. Una cosa quiero advertir a quien este librillo leerá, que la Zucca en el vulgar italiano tiene tanta fuerza, que a penas se puede traduzir en otra lengua con tanta. La razon es porque cada lengua tiene sus particulares maneras de hablar, de manera que lo que suena bien en una, volviendolo en otra, palabra por palabra, suena mal como paresce por muchos libros traduzidos en esta lengua de italiano, y en los que de latín y griego se traduzen en castellano; pero, como el romance nuestro sea tan conforme al Toscano, por ser tan allegado al latin, aunque en algo difieran, no en todo. No dexo de confesar que la lengua Toscana no sea muy abundante, rica y llena de probervios, chistes y otras sentenciosas invenciones de hablar: las quales en nuestro castellano ninguna fuerza tendrian. Como si dixesemos de uno que quieren ahorcar «han mandado los alcaldes que le lleven a Fuligno». Esta palabra tiene dos sentidos, o que le mandan yr a una ciudad, que se llama Fuligno , o que le mandan ahorcar fune, quiero dezir soga o cordel, ligno , leño o madero; quien quisiere darle esta fuerza en castellano, ternia bien que hazer; de manera que es menester que en algunas partes tomemos el sentido, y lo volvamos en otras palabras, y no queramos ir atados a la letra como los judios. Por lo qual han hecho muchos errores algunos interpretes. Es averiguado (como paresce) que ni ellos entendian los originales, ni sus traslados los que los leen, antes sé dezir que quedan embelesados, paresciendoles que leen cosas encantadas y sin pies ni cabeça, a cuya causa vienen a ser tenidas en poco los authores por aquellos que los leen mal traduzidos, en otra lengua peregrina, allende que confunden con palabras groseras el sentido que el author pretende y hazen una disonancia tan grande, que despertarian la risa al más grave y saturno, y sacarian de sus casillas al más sufrido que se hallase. Por éstos se podria dezir: Habló el Buey y dixo mu. Quien quisiere experimentar lo dicho lea la traducion del Boccacio y del Plutarco, Quinto Curcio y otros muchos authores, de los quales por no ser prolixo no hago memoria. Algunas veces solia yo leer (estando en Hespaña) el Boccaccio, pero sin duda las más no acertava la entrada, y si acaso atinava, me perdia por el libro, sin saber salir, digo que en una hora dava veinte tropeçones, que bastavan confundir el ingenio de Platon. He usado (Illustre señor) destos preámbulos y corolarios para venir a este punto. Conviene a saber que mi intencion no ha sido en la traducion deste libro llegarme mucho a la letra, porque la letra mata, mas antes al spiritu, que da vida, sino es quando fuere menester. Desta manera, yo fiador, que la calabaça no salga vana, ni los que la gustaren vuelvan desagradados, ni mal contentos o confusos. Pero dirá alguno: «en fin es calabaça»; yo lo confieso, pero no por eso se ha de dexar de comer de ella, que ni ella comida hará mal estomago ni el nombre ha de poner miedo a ninguno. Escrito está que infinito es el número de las calabaças, y segun mi opinion no hay hombre que no lo sea, pero esta es la diferencia, que unos disimulan más que otros, y aun veemos muchas vezes que en la sobrehaz algunos parescen y son tenidos por calabaças y no lo son del todo, aunque (como he dicho) lo sean en algo. Todas las cosas perfectas no son estimadas por de fuera. Naturaleza es tan sabia y discreta que puso la virtud dellas debaxo de muchas llaves. Como paresce en los cielos y en la tierra: en la qual veemos que los arboles tienen su virtud ascondida, y asimesmo el oro, y los otros metales. ¿Qué diremos de las piedras preciosas, que se hazen en la mar? Pues lo mesmo podremos dezir que acaesce entre los hombres: que los más sabios tienen su prudencia más ascondida, aunque en lo exterior sean tenidos por livianos. A éstos soy cierto que no les dará hastío la corteza de la calabaça, antes se holgarán de tocarla, porque saben que leyendola gozarán de los secretos interiores que debaxo de la corteça, o por mexor dezir del nombre de calabaça están encerrados. Reciva pues V. m. este pequeño presente de la Zucca, o calabaça, que por haberla el Doni cortado fresca con el rocio de la mañana, temo que de mis manos no salga seca y sin çumo. Verdad es que he trabajado de conservarla en aquella frescura (ya que no he podido mejorarla) que el Doni la cortó de su propio jardin. Ella va a buena coyuntura: e que segun me paresce agora es tiempo de las calabaças en esta tierra, aunque en otras sea en Setiembre. Pienso que tomará V. m. tanto gusto que perdonara parte de la deuda en que estoy, y acceptará el presente en servicio... De Venecia a XXV de Setiembre MD.LI.»

[p. 31]. [1] . Gran parte de los chistes o cicalamentos, baias y chacheras del Doni (nombres que el traductor conserva) están fundados en proverbios o tienden a dar su explicación, por lo cual figura este libro en la erudita Monografía sobre los refranes, adagios, etc. , del señor don José María Sbarbi (año 1891), donde pueden verse reproducidos algunos de estos cuentecillos (pp. 292-393). Entre ellos está el siguiente, que a los bibliófilos nos puede servir de defensa cuando parece que nos detenemos en libros de poco momento.

«No me paresce cosa justa (me dixo el Bice) que en vuestra Librería hagais memoria de algunos authores de poca manera y poco credito; pero yo le dixe: las plantas parescen bien en un jardin, porque aunque ellas no valgan nada, a lo menos hazen sombra en el verano. Siempre debriamos discurrir por las cosas deste mundo, por que tales cuales son siempre aprovechan para algo, por lo qual suelen dezir las viejas: «No hay cosa mala que no aproveche para algo.»

[p. 32]. [1] . Con las novelas esparcidas en las varias obras del Doni (que además hizo una imitación del Calila y Dimna intitulándola Filosofia Morale (Venecia, 1552), formó una pequeña colección el erudito Bartolomé Gamba, a quien tanto debe la bibliografía de la novelística italiana (Venecia, 1815). Otra edición algo más amplia de estas novelas selectas hizo en Luca, 1852, Salvador Bongi, reimpresa con otros opúsculos del Doni en la Biblioteca Rara de Daelli: Le Novelle di Antonfrancesco Doni, già pubblicate da Salvatore Bongi, nuova edizione, diligentemente rivista e corretta. Con l' aggiunta della Mula e della Chiave, dicerie, e dello «Stufajolo», commedia, del medesimo Doni . Milán, Daelli, 1863.

[p. 33]. [1] . Mondi celesti, terrestri, e infernali, de gli Accademici Pellegrini. Composti dal Doni; Mondo piccolo, grande, misto, risible, imaginato, de' Pazzi, e Massimo, Inferno de gli scolari, de malmaritati, delle puttane e ruffiani, soldati e capitani poltroni, Dottor (sic) cattivi, legisti, artisti, de gli usurai de' poeti e compositori ignoranti. In Venetia. Appresso Domenico Farri. MD.LXXV (1575).

[p. 33]. [2] . Horas de recreacion, recogidas por Ludovico Guicciardino, noble ciudadano de Florencia. Traducidas de lengua Toscana. En que se hallaran dichos, hechos y exemplos de personas señaladas, con aplicacion de diversas fabulas de que se puede sacar mucha doctrina. (Escudo del impresor.) Con Licencia y Privilegio Real. En Bilbao, por Mathias Mares, Impressor d' el señorío de Vizcaya. Año de 1586. 8.º, 208 pp.

Censura de Lucas Gracián Dantisco: «Por mandado de los señores d' el Real Consejo he visto este libro intitulado Horas de Recreacion de Ludovico Guicciardino, traduzidas de Italiano en Español, y le he conferido con su original impresso en Venecia, y hallo que no tiene cosa contra la fe, ni contra las buenas costumbres, ni deshonesta, antes para que vaya mas casta la lectura le he testado algunas cosas que van señaladas, y emendado otras, sin las quales lo demas puede passar, por ser lectura apacible, y al fin son todos apotegmas y dichos gustosos, y de buen exemplo para la vida humana, y puestas en un breve y compendioso tratado... (Madrid, 4 de Julio de 1584).

Licencia a Juan de Millis Godinez impresor (hijo de Vicente) para imprimir las Horas de Recreacion, las quales el avia hecho traduzir . (Madrid, 17 de julio de 1584.)

Dedicatoria: «A la muy illustre señora dona Ginesa de Torrecilla, muger d' el muy Illustre señor Licenciado Duarte de Acuña, Corregidor d' el señorio de Vizcaya, Vicente de Millis Godinez, traductor de esta obra.»

No hay duda que esta edición es la primera, por lo que dice en la dedicatoria: «y pareciéndome que para sacarle esta primera vez a luz en nuestra lengua vulgar tenia necessidad assi él como yo de salir debaxo d' el amparo de quien las lenguas de los maldicientes estuviesen arrendadas, lo quise hazer assi, por lo cual le dedico y le ofrezco a V. m.».

Es libro raro, como todos los impresos en Bilbao en el siglo XVI.

Sobre la familia de los Millis, que tanta importancia tiene en nuestros anales tipográficos, ha recogido curiosas noticias don Cristóbal Pérez Pastor en su excelente monografía sobre La Imprenta en Medina del Campo (Madrid, 1895). Eran oriundos de Tridino, en Italia, y estuvieron dedicados al trato y comercio de libros en Lyón y Medina del Campo simultáneamente. Guillermo de Millis, el que podemos llamar patriarca de la dinastía española, empieza a figurar en Medina como librero en 1530, como editor en 1540 y como impresor en 1555. Hijo suyo fué Vicente de Millis, librero e impresor como su padre, aunque con imprenta pobre y decadente, que fué embargada por deudas en 1572. Tal contratiempo le obligó a trasladarse a Salamanca, donde trabajó en la imprenta de los hermanos Juntas, a quienes debió de seguir a Madrid en 1576. Allí parece que mejoró algo de fortuna, imprimiendo por cuenta propia algunos libros. Presumía de cierta literatura, puesto que además de las obras de Guicciardino y Bandello llevan su nombre Los ocho libros de los inventores de las cosas, de Polidoro Virgilio, pero lo que hizo fué apropiarse casi literalmente la traducción que Francisco Thamara había hecho del mismo tratado (Amberes, 1550) expurgándola algo. De la que tiene el nombre de Millis no he manejado edición anterior a la de Medina del Campo de 1599, pero de sus mismos preliminares resulta que estaba traducida desde 1584. El privilegio de esta obra, lo mismo que el de las Horas de Recreación, está dado a favor de Juan Millis Godínez impressor, que por lo visto disfrutaba de situación más bonancible que su padre. Aparece como impresor en Salamanca, en Valladolid y en Medina del Campo hasta 1614. A la misma familia perteneció el acaudalado librero de Medina, Jerónimo de Millis, editor del Inventario de Antonio de Villegas en 1577.

[p. 35]. [1] . Añádanse La mayor victoria, El mayordomo de la Duquesa de Amalfi, Los bandos de Sena, La quinta de Florencia, El desdén vengado, El perseguido y alguna otra.

[p. 35]. [2] . Una de las más apreciables ediciones de las novelas de Bandello fué hecha por un español italianizado, Alfonso de Ulloa, editor y traductor ambidextro. Il primo volume del Bandello novamento corretto et illustrato dal Sig. Alfonso Ulloa. In Venetia, appresso Camillo Franceschini MDLVI , 4.º Del mismo año son los volúmenes segundo y tercero.

[p. 35]. [3] . Historias tragicas exemplares sacadas de las obras del Bandello Verones. Nueuamente traduzidas de las que en lengua Francesa adornaron Pierres Boaystuau, y Francisco de Belleforet. Contienense en este libro catorze historias notables, repartidas por capitulos. Año 1589. Con Privilegio Real. En Salamaca, por Pedro Lasso, impressor. A costa de Iuan de Millis Godinez . 8.º, 10 hs. prls, sin foliar, y 373 pp.

Tasa Summa del Privilegio: «a Juan de Millis Godinez, vezino de Medina del Campo, para que por tiempo de diez años... él y no otra ninguna persona pueda hazer imprimir la primera parte de las Historias Trágicas»... (18 de Setiembre de 1584). Aprobación de Juan de Olave: «no hallo en él cosa que offenda a la religion catholica, ni mal sonante, antes muchos y muy buenos exemplos y moralidad, fuera de algunas maneras de hablar algo desenvueltas que en la lengua Francesa (donde está mas estendido) deven permitirse y en la nuestra no suenan bien, y assi las he testado, y emendado otras».

A D. Martin Idiaquez, Secretario del Consejo de Estado del Rey nuestro señor (dedicatoria):

«Considerando pues el Bandello, natural de Verona (ª), author grave, el fruto, y riquezas que se pueden grangear de la historia... rocogio muchas y muy notables, unas acontecidas en nuestra edad y otras poco antes, queriendo en esto imitar a algunos que tuvieron por mejor escrevir lo succedido en su tiempo, y debaxo de Principes que vieron, que volver a referir los hechos antiguos. Lo qual haze con toda llaneza y fidelidad, sin procurar afeytes ni colores rethoricos, que nos encubran la verdad de los succesos; y destas escogi catorce, que me parecieron a proposito para industriar y disciplinar la juventud de nuestro tiempo en actos de virtud, y apartar sus pensamientos de vicios y pecados, y parecio me traduzirlas en la forma y estilo que estan en la lengua Francesa, porque en ella Pierres Bovistau y Francisco de Belleforest las pusieron con más adorno, y en estilo muy dulce y sabroso, añadiendo a cada una un sumario con que las hazen más agradables y bien recibidas de todos»... (De Salamanca, en ocho de Julio 1589).

Al lector... «Me pareció no seria razon que la nuestra (lengua) careciesse de cosa de que se le podia seguir tanto fruto, mayormente que no hay ninguna vulgar en que no anden, y assi las recogi, añidiendo o quitando cosas superfluas, y que en el Español no son tan honestas como devieran, attento que la Francesa tiene algunas solturas que acá no suenan bien Hallarse han mudadas sentencias por este respeto, y las historias puestas en capítulos porque la letura larga no canse...»

Erratas.—Tabla de las Historias que se contienen en esta obra.

Historia primera. «De como Eduardo tercero Rey de Ingalaterra se enamoró de la Condesa de Salberic, y como despues de averla seguido por muchas vias se vino a casar con ella.»

H. 2.ª «De Mahometo Emperador Turco, tan enamorado de una griega, que se olvidaba de los negocios del imperio, tanto que se conjuraron sus vassallos para quitarle el estado. Y cómo advertido mandó juntar los Baxas y principales de su corte, y en su presencia él mismo le cortó la cabeça, por evitar la conjuracion.»

H. 3.ª «De dos enamorados, que el uno se mató con veneno y el otro

(ª) Es error: Bandello nació en Castelnuovo en el Piamonte, y por su educación fué lombardo. murió de pesar de ver muerto al otro.» (Es la historia de Julieta y Romeo.)

H. 4.ª «De una dama piamontesa, que aviendola tomado su marido en adulterio la castigó cruelmente.»

H. 5.ª «De como un cavallero valenciano, enamorado de una donzella, hija de un official particular, como no pudiesse gozarla sino por via de matrimonio, se casó con ella, y después con otra su igual, de que indinada la primera se vengó cruelmente del dicho cavallero.»

H. 6.ª  «De como una Duquesa de Saboya fue accusada falsamente de adulterio por el Conde de Pancaller su vassallo. Y como siendo condenada a muerte fue librada por el combate de don Juan de Mendoça, caballero español. Y como despues de muchos successos se vinieron los dos a casar.»

H. 7.ª «De Aleran de Saxonia y de Adelasia hija del Emperador Otton tercero. Su huyda a Italia, y como fueron conocidos y las casas que en Italia decienden dellos.»

H. 8.ª «De una dama, la qual fue accusada de adulterio, y puesta y echada para pasto y manjar de los leones, y como fue librada, y su innocencia conocida, y el accusador llevó la pena que estava aparejada para ella.»

H. 9.ª «De la crueldad de Pandora, dama milanesa, contra el propio fruto de su vientre, por verse desamparada de quien le avia engendrado.»

H. 10.ª «En que se cuenta la barbara crueldad de un cavallero Albanes, que estando en lo último de su vida mató a su muger, temiendo que él muerto gozaria otro de su hermosura, que era estremada. Y como queriendo tener compañia a su muger, se mató en acabandola de matar a ella.»

H. 11.ª «De un marques de Ferrara que sin respeto del amor paternal hizo degollar a su propio hijo, porque le halló en adulterio con su madrastra, a la qual hizo tambien cortar la cabeça en la carcel.» (Es el argumento de Parisina y el El Castido sin venganza.)

H. 12.ª «En que se cuenta un hecho generoso y notable de Alexandro de Medicis, primero Duque de Florencia, contra un cavallero privado suyo que aviendo corrompido la hija de un pobre molinero, se la hizo tomar por esposa, y que la dotasse ricamente.»

H. 13.ª «De Menguolo Lercaro genovés, el qual vengó justamente en el Emperador de Trapisonda el agravio que avia recebido en su corte. Y la modestia de que usó con el que le avia offendido, teniendole en su poder.»

H. 14. ª «En que se cuenta como el señor de Virle, estuvo mudo tres años, por mandado de una dama a quien servia, y como al cabo se vengó de su termino.»

Las dedicatorias de cada una de las novelas, parte esencialísima de la obra de Bandello, que manifiestan el carácter histórico de la mayor parte de sus relatos, faltan en esta versión, como en la de Belleforest.

[p. 37]. [1] . De Giraldi procede también otra comedia de Lope, Servir a señor discreto.

[p. 38]. [1] . Primera parte de las Cien Novelas de M. Ivan Baptista Giraldo Cinthio: donde se hallaran varios discursos de entretenimiento, doctrina moral y politica, y sentencias, y avisos notables. Traducidas de su lengua Toscana por Luys Gaytan de Vozmediano. Dirigidas a don Pedro Lasso de la Vega, señor de las villas de Cuerva y Batres y los arcos. (Escudo del Mecenas.) Impresso en Toledo por Pedro Rodriguez. 1590. A costa de Iulian Martinez, mercader de libros.

Las señas de la impresión se repiten al fin.

4.º, 288 hs.

Privilegio al traductor, vecino de Toledo, por ocho años.—Dedicatoria.—Prólogo al lector.—Aprobación de Tomáz Gracián Dantisco.—Canción del Maestro Cristóbal de Toledo.—Estancias del Maestro Valdivielso.—Soneto del Licenciado Luis de la Cruz.—Texto.—Tabla sin foliar.—Nota final.

Esta traducción comprende sólo la introducción y las dos primeras décadas: en total treinta cuentos o exemplos , como el traductor los llama. No abarca, por consiguiente, toda la primera parte italiana, que llega hasta la quinta década inclusive. Algunos pasajes están expurgados y una de las novelas sustituida con otra de Sansovino. Los versos entretejidos en la prosa se traducen en verso.

Copiaré lo más sustancial del prólogo al lector , porque contiene varias especies útiles, y el libro es muy raro:

«Lo mesmo entiendo que debio de considerar Juan Baptista Giraldo Cinthio, quando quiso componer esta obra, el qual viendo que si escrevia historia sola como la que hizo de Ferrara, no grangearia sino las voluntades de aquellos pocos que le son afficionados, y si cosas de Poesia, como el Hercules en estancias, algunas tragedias, y muchos sonetos y canciones que compuso, no gustarian dello sino los que naturalmente se inclinan a leerlo, quiso escrevir estas cien Novelas, con que entendio agradar generalmente a todos. A los amigos de historia verdadera con la que pone esparcida por toda la obra, a los afficionados a Philosophia con el Dialogo de Amor que sirve de introducion en esta primera parte, y los tres dialogos de la vida civil que estan al principio de la segunda, a los que tratan de Poesia con las canciones que dan fin a las Decadas, y a los que gustan de cuentos fabulosos con ciento y diez que cuentan las personas que para esto introduce, pues en todos ellos debe de haver muy pocos verdaderos, puesto que muy conformes a verdad y a razon, exemplares y honestos. Honestos digo, respecto de los que andan en su lengua, que para lo que en la nuestra se usa no lo son tanto que se permitieran imprimir sin hacer lo que se ha hecho, que fue quitarles lo que notablemente era lascivo y deshonesto. Para lo qual uvo necesidad de quitar clausulas enteras, y aun toda una novela, que es la segunda de la primera decada, en cuyo lugar puse la del Maestro que enseña a amar, tomada de las ciento que recopiló el Sansovino. Esto y otras cosas semejantes hallará quitadas y mudadas el que confiriere la traduzion con el original, especialmente el Saco de Roma que se quitó por evitar algunos inconvenientes que pudieran seguirse de imprimirle. No quise poner en esta primera parte mas de veynte novelas, y la introducion con sus diez exemplos, viendo que hazen bastante volumen para un libro como este que por ser para todos ha de ser acomodado en el precio y en el tamaño. Moviome a sacarle a luz el ser de gusto y entretenimiento, y ver que no ay en nuestra lengua cosa deste subjeto que sea de importancia, pues son de harto poca los que llaman entretenimientos de damas y galanes , y pesavame que a falta de otros mejores los tomasse en las manos quien alcançó a ver las Novelas de Juan Bocacio que un tiempo anduvieron traduzidas, pues va de uno a otro lo que de oro terso y pulido a hierro tosco y mal labrado. Aora tambien han salido algunas de las historias trágicas traduzidas de frances, que son parte de las Novelas del Vandelo autor italiano, y no han parecido mal. A cuya causa entiendo que ya que hasta aora se ha usado poco en España este género de libros, por no aver començado a traduzir los de Italia y Francia, no solo avrá de aqui adelante quien por su gusto los traduzga, pero será por ventura parte el ver que se estima esto tanto en los estrangeros, para que los naturales hagan lo que nunca han hecho, que es componer Novelas. Lo qual entiendo harán mejor que todos ellos, y mas en tan venturosa edad qual la presente, en que como vemos tiene nuestra España, no un sabio solo como los Hebreos a Salomon, ni dos como los Romanos, conviene a saber Caton y Lelio, ni siente como los Griegos, cuyos nombres son tan notorios, sino millares dellos cada ciudad que la illustran y enriquezen. Entretanto yo que he dado principio a la traduzion de esta obra del Giraldo la yre prosiguiendo hasta el fin, si viere que se recibe con el gusto y aplauso que el ingenio de su auctor pide, y mi trabajo y voluntad merecen.»

[p. 40]. [1] . Primera y segunda parte del honesto y agradable entretenimiento de damas y galanes, compuesto por Ivan Francisco Corvacho, Cavallero Napolitano. Traduzido de lengua Toscana, en la nuestra vulgar, por Francisco Truchado, vezino de la ciudad de Baeça. Con Privilegio. En Madrid, por Luys Sanchez: Año M.D.XCVIII. A costa de Miguel Martinez, mercader de libros.

8.º, 8 hs. prls. 287 pp.

Tassa.—Erratas.—Privilegio.—Dedicatoria.—Al discreto y prudente lector: «No os maravilleis, amigo Lector, si a caso huvieredes leydo otra vez en lengua toscana este agradable entretenimiento, y agora le hallasedes en algunas partes (no del sentido) diferente: lo que hize por la necessidad que en tales ocasiones deve usar, pues bien sabeis la diferencia que hay entre la libertad Italiana y la nuestra, lo qual entiendo será instrumento para que de mí se diga que por emendar faltas y defetos agenos saco en público los míos; por tanto (prudentissimo Lector) suplico os los corrijays, y amigablemente emendeys, porque mi voluntad y deseo fue de acertar con la verdadera sentencia, y ponerlo en estilo más puro y casto que me fue possible, y que vos escardando estas peregrinas plantas, cogiessedes dellas sus morales y virtuosas flores, sin hazer caso de cosas que sólo sirven al gusto. Atrevime tambien a hermosear este honesto entretenimiento de damas y galanes, con estos ultimos y agenos versos de divino juycio compuestos. Y usar de diferente sentido, no menos gustoso y apacible que el suyo propio, porque assi convino, como en la segunda parte deste honesto entretenimiento vereys.»

(Estos versos, que por lo visto no pertenecen a Truchado, y son por cierto detestables, sirven para sustituir a los enigmas del original, que ofrecen casi siempre un sentido licencioso.)

Soneto de Juan Doncel.

No tengo ni he visto más que el primer tomo de esta edición.

—Primera parte del honesto y agradable entretenimiento... (ut supra). Con licencia. En Pamplona, en casa de Nicolás de Assiayn, Impressor del Reyno de Navarra, Año 1612. A costa de Iuan de Bonilla, Mercader de libros. 8.º, 203 pp.

Aprobación de Fr. Baltasar de Azevedo, de la Orden de San Agustín (4 de septiembre de 1612).—Erratas.—Licencia y Tassa.— Al discreto y prudente Iector (prólogo).—Soneto de Gil de Cabrera.

—Segunda parte... Pamplona, Nicolás de Assiayn, 1612.

8.º, 4 hs. prls., 203 foliadas y una en que se repiten las señas de la edición. Los preliminares son idénticos, salvo el soneto, que es aquí el de Juan Doncel y no el de Gil de Cabrera.

[p. 41]. [1] . Es muy verosímil que las Historias prodigiosas se imprimiesen por primera vez en Sevilla, donde tenía su establecimiento tipográfico Andrea Pescioni. Pero no encuentro noticia alguna de esta edición, y sólo he manejado las dos siguientes:

—Historias prodigiosas y maravillosas de diversos svcessos acaescidos en el mundo. Escriptas en lengua Francesa, por Pedro Boaistuau, Claudio Tesserant, y Francisco Belleforest. Traducidos en romance Castellano, por Andrea Pescioni, vezino de Seuilla. Dirigidas al muy Illustre señor Licenciado Pero Diaz de Tudanca, del Consejo de su Magestad, y Alcalde en la su casa y Corte. Con Privilegio. En Medina del Campo. Por Francisco del Canto. A costa de Benito Boyer, mercader de libros. MD.LXXXVI.

8.º, 391 folios.

Aprobación de Tomás Gracián Dantisco (Madrid, 10 de noviembre de 1585).—Privilegio a Andrea Pescioni por seis años (Monzón, 29 de noviembre 1585).—Dedicatoria.— Al cristiano lector (prólogo).—Texto-Tabla de capítulos.—Tabla alfabética de todas las cosas más señaladas.—Catálogo de los autores citados.—Fe de erratas.

—Historias prodigiosas... Con licencia. En Madrid, por Luis Sanchez. Año 1603. A costa de Bautista Lopez, mercader de libros.

8.º, 8 hs. prls., 402 pp. dobles y 5 hs. más sin foliar para la tabla.

Tasa (Valladolid, 19 de julio 1613).

Aprobación de Gracián Dantisco.—Erratas.—Licencia (Valladolid, 15 de mayo de 1603).—Dedicatoria y prólogo, lo mismo que en la primera, de la cual ésta es copia exacta.

En el prólogo dice Pescioni:

«Algunos años ha que vi la primera parte de aquestas Historias Prodigiosas , que en lengua Francesa escrivio el docto y ilustre varon Pedro Boaistuau, señor de Launai, y me parecio obra que merecia estar escrita en los coraçones de los fieles: porque con singular erudicion, y con vivos y maravillosos exemplos nos enseña y dotrina; y luego me dio voluntad de traduzirla y por entonces no pude poner en execucion mi deseo, porque hallé que aquel libro estava imperfeto y defetuoso de algunas hojas, de que avia tenido culpa la ignorancia de alguno, que por no aver conocido aquella joya se las avia quitado, para desflorarla de algunas pinturas y retratos que en el principio de cada capitulo tenia, que la curiosidad del autor avia fecho retratar, para con mayor facilidad representar a los ojos de los letores las Historias y casos que en ellas se contenian: de que recibi no pequeño desgusto, y procuré que de Francia me fuesse traydo otro de aquellos libros, y se passaron muchos meses antes que huviesse podido conseguir mi intento; pero con la mucha diligencia y cuydado que en ello puse, le consegui, y aun aventajadamente, porque me fue traydo el original de que he sacado aquesta mi traducion, que no sólo lo fue de aquella obra que tanto avia deseado, mas aun tuvo añadidas otras tres partes que tratan del mismo sugeto, que han escrito dos eruditos varones, quales son Claudio Tesserant y Francisco Belleforest...

En el traduzir no he guardado el rigor de la letra, porque como cada lengua tenga su frasis, no tiene el de la una buena consonancia en la otra; sólo he procurado no apartarme del sentido que tuvieron los que lo escrivieron, y aun en aquesto he excedido en algunos particulares casos, porque dizen algunas cosas que en aquesta lengua no fueran bien recebidas, y por la misma causa he cercenado algunas dellas. También he dilatado otras algunas, por hazerlas más inteligibles, que estavan cortas, porque el original las suple con los retratos de las figuras que en él estan debuxadas, y en esta traducion no se han podido estampar por la carestia assi del artifice, como de la obra. Assimismo he encubierto y dissimulado algunos nombres de personas que en el discurso de aquesta obra se citan, por no ser catolicos , que mi intento ha sido que no haya cosa con que las orejas de los pios puedan ser ofendidas; aunque bien se conoce que el mismo intento tuvieron los autores originarios de aquestas historias, mas en su natural patria les es concedido más libertad, debaxo de ser catolicos... »

Al fin añadió el traductor tres historias de su cosecha:

Cap. I: «De un monstruo que el año de mil y quinientos y cincuenta y cuatro nacio en la villa de Medina del Campo.»

Cap. II: «De un monstruo que el año 1563 nacio en Jaen.» (Esta historia, verdaderamente monstruosa, de un sacerdote sacrílego recuerda la manera de los cuentos anticlericales que Fr. Anselmo de Turmeda intercaló en su Disputa del Asno .)

Cap. III: «De un prodigio que el año 1579 se vio en Vizcaya, cerca de la villa de Bermeo.»

Además intercala en el texto alguno que otro párrafo suyo, por ejemplo éste (fol. 54 de la edición de Madrid), al tratar de ciertos peces voladores:

«Uno de aquestos mismos pescados monstruosos, o particular especie de voladores, he visto yo el traductor de aqueste libro en el museo de Gonçalo Argote de Molina, ilustre cavallero de aquesta ciudad de Sevilla y veynteiquatro de ella, provincial de la Santa Hermandad de la provincia del Andaluzia, que tiene de muchos libros raros y otras varias curiosidades; el qual despues presentó a Mateo Vazquez de Leca, secretario de la Magestad del Catolico Rey don Felipe nuestro señor, único protector de los virtuosos.»

Ocasionalmente traduce algunos versos de Virgilio, Horacio y Lucano, y también algunos de Ronsard (pp. 254, 255, 384, 395), de Boyssiero (p. 388) y de otro poeta francés (en lengua latina) cuyo nombre no expresa (p. 292). Estas versiones no son inelegantes, como puede juzgarse por estas dos cortísimas muestras del «famoso poeta Pedro Ronsardo, en algunos de sus graves versos que escribió, abundosos de admirables sentencias»:

       El valeroso padre siempre engendra
       Al hijo imitador de su grandeza,
       Y assi por solo el nombre de la raza
       Es el joven caballo apetecido,
       Y el podenco sagaz sigue al venado
       Sólo imitando a sus progenitores,
       Que es cosa natural el heredarse
       De los padres los vicios y virtudes.
                                   —
       Los malos acarrean en la tierra
       Pestes, hambres, trabajos y tormentos,
       Y causan en el aire mil rumores,
       Para con el estruendo amedrentarnos,
       Y vezes hay nos fingen a la vista
       Dos Soles, o la Luna escura y negra,
       Y hazen que las nubes lluevan sangre,
       Y que horrendos prodigios se nos muestren.

Andrea Pescioni, sin duda oriundo de Italia, empieza a figurar en Sevilla como editor por los años de 1572, dando trabajo a las prensas de Juan Gutiérrez y Álvaro Escribano, que estamparon a su costa algunos libros, entre ellos el Solino, De las cosas maravillosas del mundo , traducido por Cristóbal de las Casas (1573). En 1581 tenía ya imprenta propia, de la cual salieron una porción de libros que hoy son joyas bibliográficas, como el Libro de la Montería de Alfonso XI y el Viaje o Itinerario de Ruy González de Clavijo en su embajada al Gran Tamerlán, publicados uno y otro por Argote de Molina; la Crónica del Gran Capitán , los Diálogos de Bernardino de Escalante, varias colecciones poéticas de Juan de la Cueva, Joaquín Romero de Cepeda, Pedro de Padilla, y el rarísimo tomo que contiene Algunas obras de Fernando de Herrera . Desde 1585 Pescioni aparece en sociedad con Juan de León. Hasta 1587 se encuentra su nombre en portadas de libros.

(Vid. Escudero y Peroso, Tipografía Hispalense (Madrid, 1894), p. 33, y Hazañas y la Rua, La Imprenta en Sevilla (Sevilla, 1892), pp. 82-84.)

[p. 49]. [1] . Capítulos XXXIV de la primera parte de la Silva , XV, XXIX, XXXI y XXXIII de la Silva .

[p. 49]. [2] . «Cosa muy contraria a la comun orden de naturaleza, y por esto yo no la creo.» (Cap. XI de la tercera parte de la Silva .)

[p. 49]. [3] . Cap. XXIII de la primera parte de la Silva : Del admirable nadar de un hombre, de do parece que tuvo origen la fabula que el pueblo cuenta del pece Nicolao...

«Desde que me sé acordar, siempre oí contar a viejas no sé qué cuentos y consejas de un pece Nicolao, que era hombre y andaba en la mar... Lo qual siempre lo juzgué por mentira y fabula como otras muchas que asi se cuentan... Y en el caso presente he creydo que esta fabula que dicen del pece Nicolao trae su origen, y se levantó de lo que escriven dos hombres de muchas doctrina y verdad: el uno es Joviano Pontano, varon dotissimo en letras de humanidad, y singular poeta y orador, segun sus libros lo testifican. Y el otro Alexandro de Alexandro, excelente jurisconsulto y muy docto también en humanas letras, el qual hizo un libro llamado Dias geniales , que contiene muy grandes autoridades...»

[p. 50]. [1] . Caps. XLIV y XLV de la primera parte de la Silva y XXVII de la tercera: «en el qual se trata y determina en qué parte y signo del Zodiaco se hallaba el Sol en el instante de su creación, y assi la Luna y otros planetas, y qué principio fue el del año y de los tiempos, y en qué parte de nuestro año de agora fue aquel comienço.»

[p. 50]. [2] . Caps. XXII de la cuarta parta, XIX, XX y XXI de la tercera.

[p. 50]. [3] . Cap. XLIII de la segunda parte: «De una muy subtil manera que tuvo Archimedes para ver cómo un platero avia mezclado plata en una corona de oro, y quanta cantidad, sin deshazer la corona. Y otras algunas cosas deste notable varon.»

La principal fuente de este capítulo es Vitruvio en el libro sexto de su Tratado de arquitectura.

[p. 51]. [1] . Cap. XII de la segunda parte: «Do se cuentan algunas cosas muy extrañas, que se hallaron en montes y piedras, que parece aver quedado desde el diluvio general, o a lo menos su causa es muy obscura y incognita.»

[p. 51]. [2] . Parte primera. Cap. XX: «De la extraña y fiera condicion de Timon ateniense inimicissimo de todo el género humano, de su vida quál era, y dónde y cómo se mandó enterrar.» Es muy verosímil que este capítulo, traducido al inglés en el Palace of Pleasure de Painter ( Of the strange and beastlie nature of Timon of Athens, ennemie to mankinde, with his deat, burial, and epitaphe ), sea la verdadera fuente del Timón de Atenas , de Shakespeare, más bien que la Vida de Marco Antonio por Plutarco.

Cap. XXVII: «De la extraña condicion y vida de Diógenes Cinico philosopho, y de muchas sentencias notables suyas, y dichos, y respuestas muy agudas y graciosas.»

Cap. XXXIX: «De la estraña opinion y condicion de dos philosophos, uno en llorar y otro en reyr, y por qué lo hazian, y otras cosas dellos.»

Parte segunda. Cap. XXVIII: «Del excelentissimo capitan y muy poderoso rey el gran Tamorlan, de los reynos y provincias que conquistó, de su disciplina y arte militar.»

Cap. XXIX: «De los extraños y admirables vicios de Heliogabalo, Emperador que fue de Roma, y de sus excesos y prodigalidades increybles.»

Primera parte. Cap. XIII: «De qué linaje y de qué tierra fue Mahoma, y en qué tiempo començó su malvada seta, que por pecado de los hombres tan extendida está por el mundo.»

Parte cuarta. Caps. X y XI: «Historia de los siete sabios de Grecia.»

[p. 51]. [3] . Parte tercera. Cap. XXIV: «En que se contiene la hystoria de una gran crueldad que usó Alboyno Rey de los Longobardos con Rosimunda su muger, y la extraña manera y maldad con que se vengó ella del mal sucesso que ella y los que fueron con ella uvieron.»

[p. 52]. [1] . Parte primera. Cap. IX: «De una muger que andando en abitos de hombre alcançó a ser sumo Pontifice y papa en Roma, y del fin que uvo, y de otra muger que se hizo Emperador, y lo fue algun tiempo.» Esta patraña, que se encuentra en todas las ediciones de la Silva hasta la de Lyón, año 1556, que es la que manejo, desapareció en las del siglo XVII. Fué expurgada también en muchos ejemplares del Libro de Juan Bocacio que tracta de las ilustres mujeres , del cual existen, por lo menos, dos ediciones góticas en lengua castellana.

[p. 52]. [2] . Entre los cuentos tomados de las Noches Aticas , algunos, como el del león de Androcles, habían sido utilizados ya por Fr. Antonio de Guevara. De Aulo Gelio procede también la anécdota del litigio de Evathlo, tan popular en las antiguas escuelas de dialéctica y jurisprudencia. «De un pleyto que huvo entre un discipulo y su maestro tan subtil y dudoso, que los jueces no supieron determinarlo, y queda la determinacion al juycio del discreto lector.» (Parte primera. Cap. XVIII.)

[p. 52]. [3] . Caps. XVII, XVIII y XIX de la parte segunda de la Silva .

[p. 52]. [4] . Parte segunda. Cap. XI. «De un notable trance y batalla que uvo entre dos cavalleros castellanos, en el qual acaescio una cosa muy notable pocas vezes vista.»

[p. 52]. [5] . Parte tercera. Cap. XXV. «De un muy hermoso engaño que una reyna de Aragon hizo al Rey su marido, y como fue engendrado el Rey D. Jayme de Aragon su hijo.»

En el cap. VIII, parte primera, «Sobre los inventores de la artillería» cita un libro probablemente apócrifo pero muy anterior, como se vé, a Fray Prudencio de Sandoval que con frecuencia le alega. «En la corónica del rey don Alonso que ganó a Toledo escrive don Pedro Obispo de Leon, que en una batalla de mar, que huvo entre la armada del rey de Tunez y la del rey de Sevilla, moros, a quien favorecia el rey don Alonso, los navios del rey de Tunez trayan ciertos tiros de hierro o lombardas con que tiravan muchos truenos de fuego; lo qual si assi es, devia de ser artilleria, aunque no en la perfeccion de agora, y ha esto mas de quatrocientos años.»

[p. 53]. [1] . Los ocho libros de Polidoro Vergilio, civdadado de Urbino, de los inventores de las cosas. Nuevamente traducido por Vicente de Millis Godinez, de Latin en Romance, conforme al que Su Sanctidad mandó emendar, como por el Motu proprio que va al principio parece. Con privilegio real, en Medina del Campo, por Christoval Lasso Vaca. Año M.D.LXXXXIX. 4.º

De la popularidad persistente de este que pudiéramos llamar manual del erudito a la violeta en el siglo XVI dan testimonio, en España, el ridículo poema de Juan de la Cueva, De los inventores de las cosas , en cuatro libros y en verso suelto; el Suplemento a Virgilio Polidoro , que tenía hecho aquel estudiante que acompañó a don Quijote a la cueva de Montesinos, declarando por muy gentil estilo cosas de gran sustancia, que el autor De rerum inventoribus se había dejado en el tintero, y la República Literaria de Saavedra Fajardo, en que Polidoro es uno de los guías del autor por las calles de aquella república, juntamente con Marco Terencio Varrón.

[p. 53]. [2] . Parte cuarta. Cap. XXI. «De quan excelente capitan fue Castrucho Astracano, su estraño nacimiento y sus grandes hazañas, y como acabó.»

Al fin dice: «Leonardo de Arecio, y Blondo, y sant Antonino, y Machabello (a quien yo más he seguido) lo escriven, a ellos me remito.»

[p. 53]. [3] . Parte cuarta. Cap. XX. «En el qual se cuenta una conjuracion muy grande, y subito alboroto acaecido en la ciudad de Florencia, y las muertes que en ella por él se siguieron.»

[p. 54]. [1] . Petri Mexiae hominis philosophi nomen absque ullis bonis literis ridicule sibi arrogantis , dice de él con su habitual pasión Reinaldo de Montes tratando de los enemigos del doctor Egidio ( Inquisitionis Hispanicae Artes , Heidelberg, 1567, pág. 272 de la reimpresión de Usoz en el tomo XIII de los Reformistas antiguos españoles ). Si este testimonio puede recusarse por parcial y sospechoso, parece, en cambio, algo exagerado el encomio de Juan de Mal-Lara, el cual dice que Mexia «meresce ganar eterna fama, y ser tenido por el primero que en Hespaña començo a abrir las buenas letras, ( Philosophia Vulgar , fol. 109), pues aun entendiéndose abrir en el sentido de vulgarizar no fué el primero ni con mucho.

[p. 54]. [2] . Y ya se lo parecería sin duda a los hombres que podemos considerar como excepcionales en su tiempo. Don Diego de Mendoza decía de ella entre burlas y veras, en la segunda carta de El Bachiller de Arcadia , poniendo la picante censura en boca del asendereado capitán Pedro de Salazar: «Yo veo que Pero Mexia agrada a todo el mundo con aquella su Silva de varia lección ; pues ¡Cuerpo ahora de San Julian! ¿por qué mi coronica no ha de agradar a todos muy mejor? Pues que aquella Silva no es otra cosa sino un paramento viejo de remiendos y una ensalada de diversas yerbas dulces y amargas, y en mi libro no se hallará una vejez ni una antigüedad, aunque el doctor Castillo le destilase por todas sus alquitaras. Y Pero Mexía no puso en toda su Silva de su cosecha un árbol siquiera...» (Respuesta del capitán Salazar al Bachiller de Arcadia.— Sales españolas de Paz y Melia, I, 88).

[p. 55]. [1] . Libro llamado Silva d' varia lecio dirigido a la S. C. C. M. d' l Emperador y rey nro. señor do Carlos quinto deste nombre. Copuesto por un cavallero de Sevilla llamado Pero Mexia... con privilegio imperial. M. D.XL.

(Al fin): «Deo gratias. Fue imprimido el presente libro en la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla por Dominico de Robertis impressor, con licencia y facultad de los muy reveredos señores el señor liceciado del Corro inquisidor apostolico y canonigo y el señor liceciado Fes-miño (sic) provisor general y canonigo d'sta dicha ciudad, aviendo sido examinado por su comission y madado: por los muy reverendos padres Rector y colegiales del colegio de Sto. Thomas de la orde de Santo Domingo de la dicha ciudad. Acabosse en el mes d' Julio de mil y quinientos y qrenta años.» Fol. let. gót. VIII hs. prls. y 136 foliadas.

El norteamericano Harrise es el único bibliógrafo que describe esta edición rarísima, en sus adiciones a la Biblioteca Americana Vetustissima , y Brunet copia la noticia en el Suplemento .

—Silva de varia lecion copuesta por un cavallero de Sevilla llamado Pero Mexia seguda vez impressa y añadida por el mismo autor. M.D.XL.

Al fin): «Fue impresso el presente libro en la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla en las casas de Juan Croberger, con licencia y facultad de los muy reveredos señores el liceciado del Corro inquisidor apostolico y el señor liceciado Temiño, provisor general y canonigo desta dicha ciudad, aviendo sido examinado por su comission y mandado. Año de mill y quinientos y cuarenta. A XII dias de Diciebre.»

Esta edición, aunque del mismo año que la primera, es enteramente distinta de ella, puesto que no sólo tiene corregidas las erratas, sino añadidos diez capítulos, según expresa el autor de la advertencia.

Lleva después del proemio una Tabla de los autores consultados, y un epigrama de Francisco Leandro, que no sabemos si estará en la primera.

—Silva de varia lecion...

(Al fin): «Sevilla, Juan Cromberger, 1542, a XXii dias del mes de Março.. »

En el encabezamiento del libro se dice que está «nuevamente agora corregido y emendado, y añadidos algunos capitulos por el mismo autor». La obra está dividida en tres partes, las dos primeras tienen el mismo número de capítulos que las ediciones posteriores; la tercera sólo 26, a las cuales se añadieron después 10. Acaso estén ya en las dos ediciones siguientes, que no conozco:

—Sevilla, 1543.

—Anvers, 1544.

—1547. La citan los traductores de Ticknor, sin especificar el lugar.

—Silva de varia lection copuesta por el magnifico cavallero Pero Mexia nuevamete agora en el año de mil y quinientos y cincuenta y uno. Añadida en ella la quarta parte por el mismo autor: en la qual se tractan muchas cosas y muy agradables y curiosas . Valladolid, 1551, por Juan de Villaquirán. Dudo que ésta sea la primera edición en que apareció la cuarta parte, compuesta de 22 capítulos. Lo natural es que se imprimiese antes en Sevilla. El privilegio está dado a «D. Francisco Mexía, hijo de Pero Mexía, nuestro coronista defuncto».

Todas las ediciones hasta aquí citadas son en folio y en letra gótica.

Entre las posteriores, casi todas en octavo y de letra redonda, debe hacerse especial mención de la de Zaragoza, 1555, que contiene una quinta y sexta parte de autor anónimo, que al parecer tuvieron poco éxito, pues no se las encuentra en las demás ediciones del siglo XVI. Éstas son innumerables: Valencia, 1551; Venecia, 1553, 1564, 1573; Anvers, 1555, 1564, 1593; Sevilla, 1563 y 1570; Lérida, 1572... Como la mayor parte de estas ediciones están hechas en país extranjero, conservan todavía el cuento de la Papisa Juana, que se mandó expurgar en España, y que no sé cómo habían dejado correr los inquisidores Corro y Temiño.

El curioso elogio de don Fernando Colón, que hay en el capítulo de las librerías (III de la tercera parte) y algún otro pasaje más o menos relacionado con las Indias, ha hecho subir el precio y estimación de las primeras ediciones de la Silva , buscadas con afán por los americanistas.

Entre las pocas ediciones del siglo XVII son curiosas las de Madrid, 1669 y 1673, por Mateo de Espinosa y Arteaga. Una y otra contienen la quinta y sexta parte de la edición de Zaragoza, que no creemos auténticas, aunque el encabezamiento de la quinta dice que hay en ella «muchas y agradables cosas, que dexó escriptas el mesmo autor, aora nuevamente añadidas con el mesmo lenguaje antiguo en que se hallaron». El estilo no parece de Pero Mexía, pero los materiales históricos y geográficos son del mismo genero que los que él solía utilizar. Hay en estas adiciones una breve historia del Ducado de Milán, dividida en cuatro capítulos; biografías de Agesilao, Alejandro Magno, Homero, Nino y Semíramis; disertaciones sobre antigüedades romanas y griegas, sobre las artes mágicas, sobre los ritos funerales entre los indios de Nueva España; descripicones de la Scitia, de la Etiopía, de la isla de Ceylán y otros países remotos; algunos fragmentos de historia natural sobre los elefantes y dragones, y un tratado bastante extenso sobre los trabajos de Hércules. El caudal novelístico que puede entresacarse de todo este fárrago es muy escaso.

[p. 56]. [1] . Sobre estas ediciones consultese el Manual de Brunet, sin olvidar el Suplemento .

[p. 57]. [1] . Encuentro esta noticia en la Biographie Universelle de Michaud, 1816, tomo XVII, pág. 452. La obra de Girardet se titula Oeuvres diverses ou l'on remarque plusieurs traits des Histoires saintes, profanes et naturelles , Lyon, 1675, 12.º Descubrió el plagio el abate d'Artigny.

[p. 57]. [2] . Es el capítulo XXXVII de la primera parte de la Silva : «De una muger que casó muchas veces y de otro hombre de la misma manera, que casó con ella al cabo, y en qué pararon; cuenta se otro cuento de la incontinencia de otra muger.» Mexía, que siempre se apoya en alguna autoridad, trae aquí la de San Jerónimo en su carta a Geroncia, viuda. Hay una extraña novela anónima del siglo XVII: «Discursos de la viuda de veinticuatro maridos», cuyo título parece sugerido por este cuento de Pero Mexía.

[p. 57]. [3] . Vid. Garrett Underhill, Spanish literature in the England of the Tudors (New-York, 1899), pp. 258-259. Parece que además de la Silva traducida por Fortescue, consultó Marlowe otra fuente, Magni Tamerlanis vita , de Pedro Perondino (Florencia, 1553).

[p. 57]. [4] . Las autoridades a que Lope se refiere en su dedicatoria son puntualmente las mismas en que van fundados los capítulos X y XI de la primera parte de la Silva : «quién fueron las bellicossisimas amazonas, y qué principio fué el suyo, y cómo conquistaron grandes provincias y ciudades, y algunas cosas particulares y notables suyas».

[p. 58]. [1] . Vid. Farinelli (Arturo), Sulle ricerche ispano-italiane di Benedetto Croce (en la Rassegna Bibliografica della Letteratura Italiana ), 1899, página 269.

No conozco el libro de E. Koeppel, Studien zur geschichte der italienischen, Novelle in der englischen Literatur , Strasburgo, 1892, que allí se cita, y que, al parecer, da más detalles sobre esta imitación.

[p. 58]. [2] . Vid. Adam Schneider, Spaniens Anteil an der Deutschen Litteratur des 16 und 17 Jahrhunderte , Strasburgo, 1898, pp. 149-152.

[p. 58]. [3] . Recuérdense, por ejemplo, el viaje aéreo del mágico Torralva (canto XXX y ss.), la contienda sobre las armas del marqués de Pescara entre Diego García de Paredes y el capitán Juan de Urbina (canto XXVII: germen de una comedia de Lope de Vega), la caballeresca aventura que atribuye a Garcilaso (canto XLI) y otros varios trozos del Carlo Famoso (Valencia, por Juan Mey, 1566).

[p. 59]. [1] . Miscelánea , p. 57.

[p. 59]. [2] . Véanse, por ejemplo, las extrañas noticias del mágico Escoto, personaje distinto del Miguel Escoto tenido por nigromante en el siglo XIII (Miscelánea , 478-480), y el raro caso de espiritismo que da por sucedido en Llerena el año 1592 (pág. 99).

[p. 60]. [1] . En el tomo XI del Memorial Histórico Español que publica la Real Academia de la Historia, Madrid, 1859. Es lástima que este tomo carezca de un índice razonado de materias y de personajes.

El códice de la Biblioteca Nacional que sirvió para la edición (único que se conoce) no sólo está falto de varias hojas, sino que debió de ser retocado o interpolado muchos años después de la muerte del autor, puesto que en la página 16 están citados libros de Fr. Prudencio de Sandoval y de don Alonso Núñez de Caströ, los cuales de ninguna manera pudo conocer don Luis Zapata, que escribía antes de 1592.

[p. 60]. [2] . «Aunque los libros de caballerías mienten, pero los buenos autores vánse a la sombra de la verdad, aunque de la verdad a la sombra vaya mucho. Dicen que hendieron el yelmo, ya se ha visto. Y que cortaron las mallas de las lorigas; ya tambien en nuestros tiempos se ha visto... Una higa para todos los golpes que fingen de Amadís y los fieros hechos de los gigantes, si hubiese en España quien los de los españoles celebrasen» (pp. 20 y 21). «Del autor del famoso libro poético de Amadis no se sabe hasta hoy el nombre, honra de la nacion y lengua española, que en ninguna lengua hay tal poesía ni tan loable» (p. 304).

[p. 60]. [3] . De los alumbrados de Llerena; de las dos monjas milagreras de Córdoba y Lisboa, Magdalena de la Cruz y Sor María de la Visitación, y de ciertos «falsos apóstoles» que se presentaron en las cercanías de Madrid, trata largamente en el capítulo «de invenciones engañosas» (pp. 69-76).

[p. 61]. [1] . Micelánea , pp. 331-334.

[p. 62]. [1] . PP. 350-360.

[p. 62]. [2] . P. 365.

[p. 62]. [3] . Página 209, «De fe, firmeza y constancia», y 224, «Del cerco de París».

[p. 63]. [1] . Página 40.

[p. 63]. [2] . La Philosophia Vulgar de Ioan Mal Lara, vezino de Sevilla. A la C. R. M. del Rey Don Philippe nuestro señor dirigida. Primera parte que contiene mil refranes glosados. En la calle de la Sierpe. En casa de Hernando Díaz. Año 1568.

(Al fin): Acabo se de imprimir esta primera parte de la Philosophia Vulgar, que contiene mil refranes de los que se usan en Hespaña. En casa de Hernado Diaz, Impressor de libros. En la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla, en la calle de la Sierpe. A veynte y cinco dias del mes de Abril 1568. Fol. 30 hs. prls. y 294 folios.

Es la única edición en que el texto de Mal Lara está completo. Las de Madrid, por Juan de la Cuesta, 1618, y Lérida, por Luis Menescal, 1621, añaden los Refranes del Comendador Hernán Núñez, pero carecen de los importantísimos preámbulos de Mal Lara.

[p. 64]. [1] . Novelas «de la tinta», «de las flores», «del portazgo», «de los bandos», «del ahorcado», etc. Creo que también pertenece a Tamariz la «del Corderito » (el «enxiemplo de Pitas Payas» que ya había contado el Arcipreste de Hita) Son varias las copias antiguas de estas novelas o fábulas , como también se intitulan.

[p. 66]. [1] . El Sobremesa y alivio de caminantes de Joan Timoneda: en el qual se contienen affables y graciosos dichos, cuentos heroycos y de mucha sentencia y doctrina.

(Al fin): Çaragoça, en casa de Miguel de Guesa , 1563, 8.º, let. gót. Las dos partes del Sobremesa tienen respectivamente XXII y XXI hojas foliadas. En otras 21 hojas sin foliar, van, a modo de apéndice, dos tratadillos de noticias históricas: Memoria hispana copilada por Joan Timoneda, en la qual se hallaran cosas memorables y dignas de saber y en que año acontecieron.—Memoria Valentina.

Esta edición, descrita por Brunet, ha de ser, por lo menos, la segunda, reimpresa de una de Valencia, donde Timoneda publicaba todos sus libros.

—Alivio de caminantes compuesto por Iuan de Timoneda. En esta última impression van quitadas muchas cosas superfluas, deshonestas y mal sonantes que en las otras impressiones estavan. Con licencia. En Medina del Campo impresso por Francisco del Canto. Año de 1563.

12.º En la hoja 3.ª signat. 3 empiezan los cuentos de Joan Aragones. (Salvá.)

—El Sobremesa y alivio de caminantes de Ioan Timoneda... Agora de nuevo añadido por el mismo autor, assí en los cuentos como en las memorias de España y Valencia (Retrato de Timoneda). Impreso con licencia. Vendese en casa de Joan Timoneda.

(Al fin): «Acabo se de imprimir este libro del Sobremesa y Alivio de Caminantes en casa de Joan Navarro, a 5 de Mayo. Año de 1569.»

8.º let. gót. sign. a, g, todas de ocho hojas, menos la última, que tiene doce. (Salvá.)

Además de las dos Memorias Hispana y Valentina , contiene este raro librito una Memoria Poética: que es mui breve compendio de algunos de los más señalados Poetas que hasta hoy ha huvido (sic). (Ejemplar que fué de Salvá y hoy pertenece a la Biblioteca Nacional.)

—Valencia, por Pedro de Huele, 1570 (Citada por Ximeno, Escritores del reino de Valencia ).

—Alivio de Caminantes, compuesto por Juan Timoneda. En esta ultima impresion van quitadas muchas cosas superfluas, deshonestas y mal sonantes que en las otras estavan. Con licencia. Impresso en Alcalá de Henares por Sebastia Martinez. Fuera de la puerta de los sanctos Martyres. M.D. LXXVI.

12.º, 72 pp. dobles.

Hasta setenta y cinco cuentos de los que hay en la edición de Valencia faltan en ésta.

«Epístola al lector . Curioso lector: Como oir, ver y leer sean tres causas principales, ejercitándolas, por do el hombre viene a alcanzar toda sciencia, esas mesmas han tenido fuerza para comigo en que me dispusiese a componerel libro presente, dicho Alivio de Caminantes, en el qual se contienen diversos y graciosos cuentos, afables dichos y muy sentenciosos. Asi que facilmente lo que yo en diversos años he oido, visto y leido, podras brevemente saber de coro, para decir algun cuento de los presentes. Pero lo que más importa para ti y para mí, porque no nos tengan por friáticos, es que estando en conversacion, y quieras decir algun contecillo , lo digas al propósito de lo que trataren; y si en algunos he encubierto los nombres a quien acontescieron, ha sido por celo de honestidad y evitar contiendas. Por tanto, ansi por el uno como por el otro, te pido perdon, el cual pienso no se me podrá negar. Vale.» (Biblioteca Nacional.)

—Amberes, 1577. Sigue el texto de las expurgadas.

—Sevilla, en casa de Fernando de Lara, 1596. (Biblioteca Nacional, procedente de la de Gayangos. Pertenece al número de las expurgadas.)

—Pamplona, 1608 (Catálogo de Sora).

Aribau reimprimió el Sobremesa , pero no íntegro, en el tomo de Novelistas anteriores a Cervantes (3.º de Autores Españoles ). Sigo la numeración de los cuentos en esta edición, por ser la más corriente.

[p. 68]. [1] . Boccaccio and the «Decameron» in castilian and catalan literature, páginas 129, 133, 145.

[p. 68]. [2] . «Juan de Ayala, señor de la villa de Cebolla, voló una grulla: su cocinero la guisó, y dió una pierna de ella a su mujer. Sirviéndosela a la mesa, dixo Juan de Ayala: «¿Y la otra pierna?» Respondió el cocinero: «No tenía más de una, porque todas las grullas no tienen sino una.» Otro dia, Juan de Ayala mandó ir a caza al cocinero; y hallando una bandada de grullas que estaban todas en un pie, dixo el cocinero: «Vea v. md. si es verdad lo que dixe.» Juan de Ayala arremetió con su caballo, diciendo: «ox, ox». Las grullas volaron y estendieron sus piernas, y dixo: «Bellaco, mira si tienen dos piernas o una.» Dixo el cocinero: «Cuerpo de Dios, señor, dixérades «ox, ox» a la que teníades en el plato, y entonces ella extendiera la pierna que tenía encogida.» ( Floresta Española , ed. de Madrid, 1790, p. 73.)

Casi en los mismos términos, pero sin atribuir la anécdota a persona determinada, se refiere en los Cuentos de Garibay , y de allí la tomó probablemente Santa Cruz. ( Sales Españolas , de A. Paz Melia, tomo II, pág. 61.)

[p. 68]. [3] . Es la que comienza:

       Huvo un cierto mercader
       Que en Valladolid vivia,
       El qual mercader tenia
       Una hermosa muger...

( Romancero General , Madrid, por Luis Sánchez, 1600, fol. 344-345.) vto.

[p. 69]. [1] . «Quiero deziros en breves palabras una novela, que quando niño me acuerdo que me contaron. Un Rey que huvo en los tiempos antiguos, de cuyo nombre no tengo memoria, tuvo un criado que le sirvió muchos años con aquel cuidado y fidelidad que tenia obligacion, y viéndose ya en la vejez y que otros muchos que no avian servido tanto tiempo, ni tan bien como él, avian recevido grandes premios y mercedes por sus servicios, y que el solo nunca avia sido galardonado, ni el Rey le avia hecho merced ninguna, acordó de yrse a su tierra y passar la vida que le quedava en grangear un poco de hazienda que tenia. Para esto pidió licencia, y se partió, y el Rey le mandó dar una mula en que fuesse: y quedó considerando que nunca avia dado nada aquel criado suyo, y que teniendo razon de agraviarse, se yva sin averle dicho ninguna palabra. Y para experimentar más su paciencia invió otro criado suyo que haziendose encontradizo con él fuese en su compañia dos o tres jornadas y procurase de entender si se tenia por agraviado; el criado lo hizo assi y por mucho que hizo nunca pudo saber lo que sentia, mas de que passando por un arroyo la mula se paró a orinar en él, y dandole con las espuelas, dixo: «Harre allá mula de la condición de su dueño, que da donde no ha de dar.» Y passado de la otra parte, aquel criado del Rey que le seguia sacó una cedula suya, por la qual le mandava que se bolviesse, y él lo hizo luego. Y puesto en la presencia del Rey (el qual estava ynformado de lo que avia dicho) le preguntó la causa que le avia movido decir aquello. El criado le respondió diciendo: «Yo, señor, os he servido mucho tiempo lo mejor y más lealmente que he podido, nunca me aveis hecho merced ninguna, y a otros que no os han servido les aveis hecho muchas y muy grandes mercedes, siendo más ricos y que tenian menos necessidad que yo. Y assi dixe que la mula era de vuestra condicion, que dava donde no avia de dar, pues dava agua al agua, que no la avia menester, y dexaba de darla donde avia necessidad della, que era en la tierra.» El Rey le respondió: «¿Piensas que tengo yo toda la culpa? La mayor parte tiene tu ventura, no quiero dezir dicha o desdicha, porque de verdad estos son nombres vanos, mas digo ventura, tu negligencia y mal acertamiento fuera de sazon y oportunidad. Y porque lo creas quiero que hagas la esperiencia dello.» Y assi lo metió en una camara, y le mostró dos arcas yguales, ygualmente adereçadas, diziéndole: «La una está llena de moneda y joyas de oro y plata, y la otra de arena: escoge una dellas, que aquella llevarás.» El criado despues de averlas mirado muy bien, escogió la de la arena. Y entonces el Rey le dixo. «Bien as visto que la fortuna te haze el agravio tan bien como yo, pero yo quiero poder esta vez más que la fortuna», y assi le dió la otra arca rica con que fue bienaventurado.»

( Los colloquios satíricos... hechos por Antonio de Torquemada... 1553 (Mondoñedo), fols. IV y V).

[p. 70]. [1] . Fac. CCXI: «Cujusdam pueri miranda responsio in Angelottum cardinalem.»

Algunas otras Facecias del humanista florentino se encuentran también en el Sobremesa , por ejemplo la 60.ª, que es el cuento primero en la coleción de Timoneda: «de eo qui uxorem in flumine peremptam quaerebat».

«Alter, uxorem quae in flumine perierat quaerens, adversus aquam proficiscebatur. Tum quidam admiratus, cum deorsum secundum aquae cursum illam quaeri admoneret: «Nequaquam hoc modo reperietur», inquit. «Ita enim, dum vixit, difficilis ac morosa fuit, reliquorumque moribus contraria, ut nunquam nisi contrario et adverso flumine etiam post mortem ambulasset.»

The Facetiae or jocose Tales of Poggio... Paris, Liseux, 1879, t. I, página 100).

Algunas de estas Facecias estaban traducidas desde el siglo XV en la colección del infante Don Enrique de Aragón. Aun en las últimas ediciones de las Fábulas de Esopo, v. g., en la de Segovia, 1813, se encuentran en la última sección («Fábulas Coletas») las siguientes Facecias :

X. « De muliere quae virum defraudavit ».—Fábula XV. «De la mujer y del marido encerrado en el palomar.»

I. « Fabula prima cujusdam Cajetani pauperis naucleri ».—Fábula XVI. «De la mujer que parió un hijo, siendo su marido ausente».

II. « De medico qui dementes et insanos curabat ».—Fábula XIX. «Del loco y del cavallero y cazador».

XXXVI. «De Sacerdote qui caniculum sepelivit .—Fábula XX. «Del Sacerdote y de su perro, y del Obispo».

En las ediciones antiguas hay más, entre ellas la indecentísima 43: « De adolescentula quae virum de parvo Priapo accusavit » .

[p. 70]. [2] . «Messer Valore quasi tutto scornato, udendo le parole di questo fanciullo, dice verso la brigata: e' non fu mai nessum fanciullo savio da piccolino, che non fusse pazzo da grande. Il fanciullo, udendo questo, disse: in fe di Dio, gentiluomo, voi dovest' essere un savio fantolino.»

( Delle Novelle di Franco Sachetti Cittadino Fiorentino. Parte Prima. In Firenze , 1724, pp. 109-110. «Messer Valore de' Buondelmonti è conquiso e rimaso scornato da una parola, che un fanciullo gli dice, essendo in Romagna»).

[p. 71]. [1] . Novella C.XCVIII. «Un cieco da Urvieto con gli occhi mentali, essendoli furato cento fiorini, fa tanto col suo senno, che chi gli ha tolti, gli rimette donde gli ha levati.»

(Delle Novelle di Franco Sacchetti... Parte Seconda, pp. 142-147).

Cf. Hieronymi Morlini, Parthenopei Novellae, fabulae, comoedia. Editio tertia emendata et aucta: París, Jannet, 1855, p. 86.

[p. 72]. [1] . Muy rápidamente he hablado de ellos. Su estudio más minucioso queda reservado para quien publique el Fabulario o Novelero español , empresa digna de tentar la ambición de cualquier aficionado lo mismo a los estudios populares que a los de tradición erudita. Apenas hay anécdota del Sobremesa que no pueda dar motivo a una curiosa nota. No quiero omitir que entre ellos figura (I.ª parte, cuento 72) el apólogo clásico del poeta y el menestral, que le estropeaba sus versos, aplicado por don Juan Manuel, en el prólogo general de sus obras, a un trovador de Perpiñán, y por Sacchetti a Dante:

«Filogeno, famosísimo poeta, viendo que unos cantareros cantaban sus versos trastrocando y quebrando de ellos, con un báculo que llevaba dió en los jarros y quebrólos, diciendo: «Pues vosotros dañais mis obras, yo también dañaré las vuestras.»

Todavía es más curioso el siguiente ejemplo, en que un cuentecillo de Timoneda viene a ilustrar un episodio de una comedia de Lope de Vega, cuyo argumento está tomado de la antigüedad romana.

En el tercer fascículo de la Zeitschrift für romanische Philologie (1905, tomo XXIX) se ha publicado una nota de Stiefel sobre las fuentes del Episodio de la Capa en el acto 2.º de El Honrado Hermano .

Está en Timoneda, Alivio de caminantes (núm. 29, parte I.ª) y en el Libro de chistes , de Luis de Pinedo ( Sales Españolas , de Paz y Melia, páginas 310 y 31).

Timoneda: «Venido un embajador de Venecia a la corte del gran turco, dándole audiencia a él, juntamente con otros muchos que habia en su corte, mandó el gran turco que no le diesen silla al embajador de Venecia, por cierto respeto. Entrados los embajadores, cada cual se sentó en su debido lugar. Viendo el veneciano que para él faltaba silla, quitóse una ropa de majestad que traia de brocado hasta el suelo, y asentóse encima della. Acabando todos de relatar sus embajadas, y hecho su debido acatamiento al gran turco, salióse el embajador veneciano, dejando su ropa en el suelo. A esto dijo el gran turco: «Mira, cristiano, que te dejas tu ropa.» Respondió: «Sepa su Majestad que los embajadores de Venecia acostumbran dejarse las sillas en que se asientan.»

Pinedo: «Dicen que un Embajador de Venecia, en presencia de la Reina Doña Isabel, y visto que no le daban silla, se desnudó la ropa rozagante que llevaba, y la puso en el suelo doblada, y sentóse; y después que hubo negociado, se fué en cuerpo. La Reina envió un mozo de cámara que le diese la ropa. El Embajador respondió: «Ya la Señoría no necesita de aquel escabel.» Y no quiso tomar la ropa.»

Pined (p. 312): «D. Juan de Velasco, hijo del Condestable D. Bernardino, entró a visitar al Duque de Alba y a otros grandes. No le dieron luego silla: dobló su capa, y sentóse en el suelo.»

Confieso que ambos textos se me pasaron por alto al escribir el prólogo de la comedia de El Honrado Hermano en la colección académica, aunque tanto el libro de Timoneda, como el de Pinedo, me fuesen familiares; el primero desde mi infancia y el segundo desde que el señor Paz y Melia le sacó del olvido. Pero también el señor Stiefel, que tan agriamente censura los descuidos ajenos, olvidó en el presente caso otro librejo todavía más vulgar en España, la Floresta de Melchor de Santa Cruz, en cuya séptima parte (De dichos graciosos) se lee el mismísimo cuento, siendo verosímil que de allí le tomase Lope, que cita más de una vez aquella colección popular de apotegmas y chascarrillos.

«Un escudero fué a negociar con el Duque de Alba, y como no le diesen silla, quitóse la capa, y asentóse en ella. El Duque le mandó dar silla. Dixo el Escudero: «V. Señoria perdone mi mala crianza, que como estoy acostumbrado en mi casa de asentarme, desvanecióseme la cabeza.» Como hubo negociado, salióse en cuerpo, sin cobijarse la capa. Trayéndose la un page, le dixo: «Servíos de ella, que a mí me ha servido de silla, y no quiero llevarla más a cuestas.»

Los versos de Lope de Vega que corresponden a esto son los siguientes:

       Curiacio I.º
       Horacio.
        Curiacio I.º
        Horacio.
        Curiacio I.º
        Horacio.
       Vuelve, Horacio, fuerte.
       ¿A qué?
       Toma el manto.
       ¿Para qué?
       Pues ¿por qué le has de dejar?
       No me acostumbro a llevar
       La silla en que me asenté.

[p. 73]. [1] . Novella CXCV. «Uno villano di Francia avendo preso uno sparviero del Re Filippo di Valois, e uno maestro uscier del Re, volendo parte del dono a lui fatto, ha venticinque battiture.» (Sachetti, Novelle , Parte 2.ª, páginas 134-137).

[p. 74]. [1] . Geschichte der Prosadichtungen, Berlin, 1851, p. 275.

[p. 74]. [2] . En el Libro de los enxemplos (n. 146 de la ed. de Gayangos) hay un apólogo que tiene el mismo sentido y que se halla también en el Poema de Alexandre (coplas 2.197-2.201).

«Es enxemplo de un rey que conocia dos omes, uno muy codicioso, otro muy invidioso, e prometióles que les darie cualquier don que le demandasen, en tal manera que el postrimero hobiese el don doblado. E esperando el uno al otro que demandase, el rey mandó al invidioso que demandase primero, e demandó que le sacasen un ojo porque sacasen al otro amos los suyos, e non quiso pedir cosa buena porque el su prójimo non la hobiese doblada.»

[p. 74]. [3] . El Bue aviso y portacuentos de Ioan Timoneda: en el qual se contienen innumerables y graciosos dichos, y apazibles acontescimientos para recreacion de la vida humana, dirigidos al sabio y discreto lector (Retrato de Timoneda, el mismo que va en el Sobremesa). Con priuilegio Real. Impresso en Valencia en casa de Ioa Mey. M.D.LXiiij (1564). Vendense en casa de Ioan Timoneda. 8.º, 56 folios. La licencia del Santo Oficio es de 12 de septiembre de 1563.

En el fol. 29 comienza con nueva portada la «Segunda parte del Portacventos de Ivan Timoneda, en el qual se contienen diversas sentencias, memorables dichos, y graciosos cuentos, agora nuevamente compuestos. Año 1564.»

Ximeno cita una edición de Valencia, por Pedro de Huete, 1570, y Fuster otra de la misma ciudad, por Juan Navarro, a 5 de mayo de 1569.

[p. 75]. [1] . Alivio de caminantes (así en la parte superior de las páginas). La cuarta parte contiene «otros cuentos sacados de la Floresta Española , de Melchor de Sta.Cruz» y la Memoria Hispanea .

[p. 76]. [1] . Sólo el canónigo Mayans, en su prólogo de El Pastor de Fílida , cita un Patrañuelo de Valencia, 1566, pero la existencia de tan rara edición está indirectamente comprobada por la aprobación que se copia en las siguientes (Valencia, 22 de septiembre de 1566).

—Primera parte de las Patranyas en las quales se tratan admirables cuentos, graciosas marañas y delicadas invenciones para saber las contar el discreto relator. Con licecia en Alcalá de Henares, en casa de Sebastian Martínez , 1576. (Biblioteca Nacional.)

8.º 127 fols.

Tasa.—Aprobación de Joaquín Molina.—Licencia del canónigo Tomás Dasi.—Privilegio.—Soneto «entre el auctor y su pluma».—Soneto de Amador de Loaysa, en loor de la obra.—Epístola al amantíssimo Lector.—Texto.—Tabla.—Una hoja sin foliar con dos quintillas tituladas «Disculpa de Joan Timoneda a los pan y aguados de la prudencia colegiales del provechoso Silencio.»

—Barcelona, Año 1578.

Al fin: «Fue impresso el presente Patrañuelo en la insigne ciudad de Barcelona en casa de Jayme Sendrat. Año 1578.» 8.º, 103 folios. (Biblioteca Nacional, ejemplar de Salvá.)

—Bilbao, 1580. Por Matías Mares. (Biblioteca Nacional.)

—El discreto tertuliante, primera parte de las Patrañas de Joan de Timoneda, en las cuales se trata de admirables Cuentos graciosos, Novelas ejemplares, marañas y delicadas invenciones para saber contar el sabio y discreto relatador. Sacadas segunda vez a luz por José de Afranca y Mendoza. Con licencia en Madrid en la oficina de Manuel Martin. Se hallará en la libreria de P. Tejero, calle de Atocha, junto a San Sebastian (1759).

La licencia se dió «con calidad de que no se imprima la patraña octava». Es edición incorrecta, además de mutilada. El ridículo cambio del Petrañuelo en el Discreto Tertuliante no pasa de la portada: en lo alto de las páginas se da al libro su título verdadero.

En el ejemplar que tuvo Salvá un curioso moderno había anotado las fuentes de varias patrañas, pero no siempre son exactas sus indicaciones.

—El Patrañuelo está íntegramente reimpreso en la colección de Aribau (Novelistas anteriores a Cervantes).

[p. 77]. [1] . Me refiero a la patraña novena.

[p. 77]. [2] . Geschichte der prosadichtungen... pp. 500-501.

[p. 77]. [3] . «Indignado el rey de semejante traicion, juntó muy gran hueste y vino sobre Ciro y Harpago, y llevándolos de vencida a los soldados que iban huyendo, salian las madres y sus mujeres al encuentro, que volviesen a la batalla. Y viendo que no querian, alzándose las madres sus faldas y mostrando sus vergüenzas, a voces altas decían: «¿Qué es esto? ¿Otra vez queréis entrar en los vientres de vuestras madres?» Los soldados de vergüenza desto volvieron a la batalla con grande ánimo» (Timoneda).

«Pulsa itaque quorum Persarum acies paullatim cederet, matres et uxores eorum obviam occurrunt: orant in proelium revertantur. Cunctantibus, sublata veste, obscoena corporis ostendunt, rogates «num in uteros matrum vel uxorum velint refugere». Hac repressi castigatione, in proelium redeunt: et facta impressione, quos fugiebant, fulgure compellunt» (Just., Hist., I, 6).

[p. 78]. [1] . Vid. mis observaciones preliminares sobre esta comedia en el tomo VI de la edición académica de Lope de Vega.

[p. 78]. [2] . Gesta Romanorum , ed. de Hermann Oesterley (Berlín, 1872), pp. 399-409 (De mirabili divina dispensatione et ortu beati Gregorii Papae) , y las versiones que cita el mismo Oesterley, p. 725.

[p. 78]. [3] . Le Violier des histoires romaines. Ancienne traduction françoise des «Gesta Romanorum». Nouvelle édition, revue et annotée par M. G. Brunet (París, 1858), pp. 197 198.

[p. 79]. [1] . En tiempo deste dicho rey Don Ramiro hera abad de Montemayor un noble omne e grand fidalgo e de buena vida, que avia nombre don Johan. Yendo un dia a maitines la noche de Navidad, falló un niño que yacia a la puerta de la iglesia echado; este niño era fijo de dos hermanos, fecho en grand peccado. Como el abad lo vió, ovo dél grand piedad; tomólo en sus braços e metiólo en la iglesia e fízolo bautizar e púsole nombre Garçia. Criolo muy viçiosamente, atanto e más que si fuera su fijo.»

Así Diego Rodríguez de Almela, en su Compendio Historial , que es el primer texto que consigna esta novela.

Vid. La leyenda del abad Don Juan de Montemayro, publicada por R. Menéndez Pidal . Dresden, 1903 (t. II de la Gesellschaft für romanische Literatur ), página 5.

[p. 79]. [2] . Cf. en el Gesta Romanorum , ed. de Oesterley, pp. 510-532, y la lista de paradigmas, p. 737. El Apolonio no formaba parte del primitivo texto del Gesta . Era una novela aislada: De tribulatione temporali, quae in gaudium sempiternum postremo conmutabitur.

[p. 79]. [3] . Por don Pedro José Pidal en la Revista de Madrid , 1844.

[p. 80]. [1] . En su tesis tantas veces citada acerca de Boccaccio, pp. 84, 152, 163,

[p. 81]. [1] . Pudo manejarle en la edición de Milán, 1558. La de Venecia, 1565. es posterior al Patrañuelo .

[p. 81]. [2] . «Novella II. Una matrigna fa preparare da un suo schiavo il veleno al figliastro perchè non vuol condescendere alle sue voglie. Per iscambio lo beve un suo proprio figliuolo minore d' età. Il figliastro n' è accusato e lo schiavo depone contro di esso. Un vecchio medico comparisce, e confessa aver egli dato allo schiavo quel beveraggio, che e un sugo da far dormire. Si corre allora alla sepoltura, ed il fanciullo è trovato vivo. Condenna dello schiavo, e della donna.»

Il Perecone di Ser Giovanni Fiorentino nel quale si contengono cinquanta novelle antiche belle d' invenzione e di stile. Milán, 1804 (De la colección de Clásicos Italianos), tomo II, pág. 138.

[p. 81]. [3] . Véase lo que de ella decimos en el tomo primero de los Orígenes de la Novela , pág. CLIX. [Vol. I pág. 251. Ed. Nac.]

[p. 81]. [4] . «Novella I. Il Re d' Inghilterra sposa Dionigia figliuola d' un Re di Francia, che trova in un convento dell' isola. Partorisce due maschi in lontananza del marito, ed obbligata, per calunnie appostele dalla suocera, a partirsi, con essi va a Roma. In quale occasione riconobbero i due Re con estrema gioja, l' uno la moglie e l'altro la sorella.»

Il Pecorone... Tom. I, p. 203.

[p. 82]. [1] . Compárese la patraña tercera de Timoneda con la novela primera de Masuccio, cuyo argumento dice así:

«Mastro Diego é portato morto da messer Roderico al suo convento. Un altro fratre credendolo vivo gli dà con un sasso, e crede averlo morto. Lui fuggesi con una cavalla, e per uno strano caso se incontra col morto a cavalla in uno stallone, lo quale con la lanza alla resta, seguelo per tutta la città. Lo vivo è preso, confessa lui essere stato l' omicida; volesi giustiziare. Il cavaliere manifesta il vero, e al fratre è perdonata la non meritata morte.»

Il Novellino di Masuccio Salernitano restituito alla sua antica lezione da Luigi Settembrini , Napoli, 1874. Pág. 7.

En Masuccio la acción de la novela pasa en Salamanca, y el protagonista es un fraile, el Maestro Diego de Arévalo. Timoneda, que por otra parte abrevia mucho el cuento, le traslada a París y el héroe es «un quistor llamado Sbarroya».

La patraña 18 es la novela 20 de las Porretane , de Sabadino degli Arienti.

«Misser Lorenzo Spaza cavaliero Araldo se la fa convenire denanti al pretore da uno notaro: il qual e dimostrato non esser in bono sentimento: et Misser Lorenzo libero se parte lassando el notaro scernito et desperato.»

Fol. XVII de las Settanta Novelle .

(Al fin): Qui finiscono le dolce et amorose Settanta nouelle del preclaro homo misser Iohanne Sabadino degli Arienti Bolognese. Intitulate a lo inuictissimo signore Hercule Estese Duca de Ferrara. Nouamente historiade et correcte per el doctissimo homo Sebastiano Manilio. Et con grande attentione in la inclyta Cita de Venetia stampate. Nel M.CCCCCX (1510) a di XVI de Marzo.

 

[p. 83]. [1] . «Novella XXII. Narra il sign. Scipione Attellano come il sig. Timbreo di Cardona, essendo col Re Piero d'Aragona in Messina, s' innamora di Fenicia Lionata, e i varii e fortunevoli accidenti che avennero prima che per moglie la prendesse.»

Novelle di Matteo Bandello, Milano, Silvestri, 1813. T. II, pp. 99-156.

[p. 83]. [2] .Vid. Orígenes de la novela , t. I, p. CCLVII. [Vol. I pág. 402. Ed. Nac.]

[p. 83]. [3] . Dunlop-Liebrecht, p. 288.

[p. 83]. [4] . «Vi narrerò una mirabile istoria che già da un cavaliere Spagnuolo, essendo io altre volte in Spagna, mi fu narrata.»

Vid. Novelle di Matteo Bandello... Volume sesto, Milán, 1814, páginas 187-145.

[p. 83]. [5] . La más antigua e importante de estas leyendas es la de la libertad de la emperatriz de Alemania por el Conde de Barcelona, sobre la cual he escrito largamente en el tomo II de mi Tratado de los romances viejos (páginas 271-276). En la Rosa Gentil del mismo Timoneda (n.º 162 de la Primavera de Wolf), hay un largo y prosaico romance juglaresco sobre este tema. Es leyenda de origen provenzal, y debió de popularizarse muy pronto en Cataluña; pero antes que Desclot la consignase en su Crónica , existía ya una variante castellana (la falsa acusación de la Reina de Navarra defendida por su entenado don Ramiro), que recogieron el arzobispo don Rodrigo y la Crónica general .

[p. 84]. [1] . Vid. Tres comedias de Alonso de la Vega , con un prólogo de don Marcelino Menéndez y Pelayo. Dresden, 1905 ( Gesellschaft für romanische Literatur . Band. 6). [Crítica Literaria. Vol. II, pág. 379. Ed. Nac.]

[p. 85]. [1] . Cultura Española , mayo de 1906, pág. 467.

[p. 85]. [2] . Vid. los paradigmas que apunta Oesterley en sus notas al Gesta Romanorum , p. 730.

[p. 87]. [1] . Virgilio nel Medio Evo (Liorna, 1872), t. II, pp. 120-123.

[p. 87]. [2] . «Argumento. Glauco cavallero de Athenas recibio por adoptiva esposa a Philenia Ceturiona, y por el grande celo que della tenia la acusó por adultera ante el juez, y por intercession y astucia de Hipolito su amigo fué libre, y Glauco su marido condenado a muerte.»

Parte primera del honesto y agradable entretenimiento de Damas y Galanes... Pamplona, 1612, p. 146 vta. Es la traducción de Francisco Truchado.

[p. 87]. [3] . Vid. Gamba (Bartolommeo), Delle Novelle italiane in prosa. Bibliografía . Florencia, 1835. Páginas 132-133.

[p. 87]. [4] . Sobre las diferencias de estas primitivas ediciones, véase el precioso estudio de Alejandro de Ancona, Del Novellino e delle sue fonti (Studi di Critica e Storia Letteraria , Bolonia, 1880), páginas 219-359.

[p. 88]. [1] . Gesta Romanorum , ed. Oesterley, p. 300, y una rica serie de referencias en la p. 749.

[p. 88]. [2] . Cantiga 78. Parece haber venido de Provenza. El conde de Tolosa es quien manda quemar a su privado.

[p. 88]. [3] . Publicada por Morel-Fatio en la Romanía , t. V, con una noticia muy interesante de Gastón París.

[p. 88]. [4] . Opina Gastón París que los cuentos occidentales de la primera serie (lepra, mal aliento) proceden de una de las dos versiones árabes, y los de la segunda serie (adulterio) de la otra, por intermedio de un texto bizantino.

[p. 88]. [5] . «Messer Bernabò signore di Melano comanda a uno Abate, che lo chiarisca di quattro cosa impossibili, di che uno mugnajo, vestitosi de' panni dello Abate, per lui le chiarisce in forma che rimane Abate, e l'Abate rimane mugnajo.»

(Novelle di Franco Sacchetti... T. I, pp. 7-10.)

[p. 89]. [1] . En sus Cuentos Populares.

 

[p. 90]. [1] . Saldrá reimpreso muy pronto por la Sociedad de Bibliófilos de Valencia con las demás piezas dramáticas de Timoneda.

[p. 91]. [1] . La patraña sexta tiene seguramente origen italiano, como casi todas; pero no puede ser la novela cuarta de Sercambi de Luca, citado a este propósito por Liebrecht, porque los cuentos de este autor del siglo XV estuvieron inéditos hasta 1816, en que imprimió Gamba algunos de ellos. Más bien puede pensarse en la novela nona de la primera década de los Hecatommithi de Giraldi Chinthio: «Filargiro perde una borsa con molti scudi, promette, per publico bando, a chi gliela dà buon guiderdone; poi che l' ha ritrovata, cerca di non servar la promessa, et egli perde i ritrovati denari in castigo della sua frode.»

(Hecatommithi ovvero Novele di M. Giovanbattista Giraldi Cinthio nobile ferrarese... Di nuovo rivedute, corrette, et riformate in questa terza impressione In Vinegia, appresso Enea de Alaris 1574. PP. 84-85.

Es curiosa esta patraña de Timoneda, porque de ella pudo tomar Cervantes el chiste del asno desrabado del aguador, para trasplantarle a La ilustre fregona , como ya indicó Gallardo (Ensayo, III, 738). Por cierto que de este asno no hay rastro en la novela de Giraldi, que sólo tiene una semejanza genérica con la de Timoneda, y tampoco me parece su fuente directa.

[p. 92]. [1] . « Selvagia Comedia ad Celestinae imitationem olim confecerat, quam tamen supprimere maxime voluit curavitque iam maior annis, totusque studio pietatis deditus.» (Bibl. Hisp. Nov., I, p. 55.)

[p. 92]. [2] . Trata extensamente de ambas colecciones, inéditas aún, don Antonio Martín Gamero en las eruditas Cartas literarias que preceden al Cancionero de Sebastián de Horozco , publicado por la Sociedad de Bibliófilos Andaluces (Sevilla, 1874).

Compuso Horozco otros opúsculos de curiosidad y donaire, entre ellos unos coloquios (en prosa) de varios personajes con el Eco. Dos de los interlocutores son un fraile contento y una monja descontenta (Vid. apéndice al Cancionero , p. 263 y ss.).

Hijo de este ingenioso escritor y heredero suyo en la tendencia humorística y en la afición a los preverbios, fué el famoso lexicógrafo don Sebastián de Cobarrubias y Horozco, de cuyo Tesoro de la lengua castellana (Madrid, 1600), que para tantas cosas es brava mina, pueden extraerse picantes anécdotas y chistosos rasgos de costumbres.

También en el Vocabulario de refranes , del Maestro Gonzalo Correas, recientemente dado a luz por el P. Mir, se encuentran datos útiles para la novelística. Sirva de ejemplo el cuento siguiente, que corresponde al exemplo 43 de El Conde Lucanor («del cuerdo y del loco»), pero que no está tomado de aquel libro, sino de la tradición vulgar:

«En Chinchilla, lugar cerca de Cuenca, había un loco que, persuadido de holgazanes, llevaba un palo debajo de la falda, y en viniendo algún forastero, se llegaba a él con disimulación, preguntándole de dónde era y a qué venía, le daba tres o cuatro palos, con lo que los otros se reían, y luego los apaciguaban con la excusa de ser loco. Llegó un manchego, y tuvo noticia en la posada de lo que hacia el loco, y prevínose de un palo, acomodado debajo de su capa, y fuese a la plaza a lo que había menester. Llegósele el loco, y adelantóse el manchego y dióle muy buenos palos, con que le hizo ir huyendo, dando voces y diciendo: ¡Gente, cuidado, que otro loco hay en Chinchilla!»

Otros cuentos están tomados de la Floresta , de Santa Cruz.

[p. 93]. [1] . Sales españolas o agudezas del ingenio nacional recogidas por A. Paz y Melia. Madrid, 1890. (En la Colección de Escritores Castellanos , páginas 253-317.)

[p. 93]. [2] . «En las Cortes de Toledo fuisteis de parecer que pechasen los hijodalgo; alli os acuchillasteis con un alguacil, y habeis casado vuestra hija con Sancho de Paz: no trateis de honra, que el rey tiene harta.» (Carta al Duque del Infantado.) (Cf. Pinedo, p. 272.)

[p. 97]. [1] . En el mismo tomo de las Sales (p. 331) puede verse una carta burlesca del portugués Thomé Ravelo a su mujer, fecha en el cerco de Badajoz de 1658, y una colección de epitafios y dichos portugueses (p. 391). En cambio, un códice del siglo XVII que poseo está lleno de epitafios y versos soeces contra los castellanos.

[p. 97]. [2] . «Seguiré como texto el proceso y propias palabras que el predicador llevó, y los puntos que encareció, y esto en lengua portuguesa; y en lo castellano entretejeré como glosa interlineal o comento la declaracion que me pareciere; aunque en estas lenguas temo cometer malos acentos, porque siendo italiano de nacion , mal podré guardar rigor de elocuencia ajena, dado que en lo castellano seré menos dificultoso, por ser gente muy tratada en Roma, que es nuestra comun patria, y en Lisboa no estuve año entero.»

Sales Españolas , I, p. 108.

[p. 98]. [1] . «Este es un sermón que un reverendo Padre, portugués de nacion, y profesion augustino, predicó en Lisboa en Nuestra Señora de Gracia, vigilia de su Assumpcion... y vuelto a mi posada, formé escrúpulo si dejaba de escribir lo que en el púlpito oí predicar... Viniéndome luego la vía de Castilla, posé en Évora, do a la sazon estaba el Rey en la posada y casa del embajador de Castilla, Lope Hurtado de Mendoza.» ( Sales Españolas , I, 104-107.) De aquí vendría probablemente la confusión del Lope con D. Diego .

[p. 98]. [2] . «Lo cual bien experimentó un francés españolado viniendo a Portugal, y fué que partiendo de Narbona para Lisboa, le dijo un amigo suyo: Pues entrais en España, sed curioso en conocer las gentes della, porque en Aragon, por donde primero habeis de pasar, vereis que la gente es muy prima, y en Castilla nobles y bien criados»... (suprimo lo relativo a Portugal, que es de una grosería intolerable).

«Pues comenzando su camino, que venia de priesa, rogó a su huesped aragonés que le llamase cuando quisiese amanecer. El cual lo hizo así, poniendo al par de sí una caja con ciertas joyas de su mujer; y como estuviese el cielo escuro, dijo el francés: ¿En qué conoceis que quiere amanecer, señor huesped? Y él dixo: Presto será de día y véolo en el aljófar y perlas de mi mujer, que están frias con la frescura del alba. El frances confesó hasta allí no haber sabido aquel primor.

Entrando en Castilla, y llegando a Toledo en casa de un ciudadano, que de su voluntad le llevó a su posada, rogóle tambien le despertase antes que amaneciese. Acostados, pues, el uno cerca del otro en una pieza grande, cuando queria amanecer, un papagayo que alli estaba hizo ruido con las alas. Y como el huesped toledano sintiese que el frances estaba despierto, dixo, casi hablando entre sí: Mucho ruido hace este papagayo. El frances, que lo oyó, preguntó qué hora era. El toledano respondió que presto amaneceria. Pues ¿por qué no me lo habeis dicho? dijo el frances. El castellano dixo: Pues me compeleis, yo os lo diré. Pareciome caso de menos valer, recibiendo yo en mi casa un huésped de mi voluntad, tal cual vuestra merced es, decirle se partiese della; y porque anoche me rogastes os despertase, sintiendo que estábades despierto, dijo que el papagayo hacia ruido para que si quisiésedes partiros entendiésedes que el pájaro se alteraba con la venida de la mañana, y si quisiésedes reposar, lo hiciésedes, viendo que no aceleraba yo vuestra partida. Dixo el frances entonces: Agora veo y conozco la buena cortesia y nobleza que de Castilla siempre me han dicho.» ( Sales , I, 171-172.)

[p. 100]. [1] . Publicado por el señor Paz y Melia en el tomo II de las Sales Españolas (pp. 35-69).

[p. 100]. [2] . Libro primero de los cien tratados. Recopilado por Melchior de Sancta Cruz de Dueñas. De notables sentencias, assi morales como naturales, y singulares avisos para todos estados. En tercetos castellanos.—Libro segunda de los cien tratados, etc. Ambas partes, impresas en Toledo, por Diego de Ayala, 1576, son de gran rareza.

[p. 101]. [1] . Opúsculo gótico, sin lugar ni año, dedicado al Duque de Calabria. Salvá, que poseía un ejemplar, le supone impreso en Valencia, hacia 1535. Los que Sanz y Santa Cruz llaman tercetos y mejor se dirían ternarios para distingirlos de los tercetos endecasílabos, están dispuestos en esta forma, bastante frecuente en nuestra poesía gnómica:

       No hallo mejor alquimia,
       Más segura ni probada
       Que la lengua refrenada.

[p. 101]. [2] . Floresta Española de apotegmas y sentencias, sabia y graciosamente dichas, de algunos españoles; colegidas por Melchior de Santa Cruz de Dueñas, vecino de la ciudad de Toledo. Dirigido al Excelentísimo Sr. D. Juan de Austria. Impreso con licencia de la C. R. M. en Toledo en Casa de Francisco de Guzmán, 1574. 8.º—272 pp.

El catálogo más copioso de ediciones de la Floresta, que es el formado por Schneider, registra las siguientes: Salamanca, 1576; Valencia, 1580; Salamanca, 1592; Toledo, 1596; Bruselas, 1596; y 1598; Lyón, 1600 (en castellano y en francés); Valencia, 1603; Toledo, 1605; Bruselas, 1605; Barcelona, 1606 una de 1617, sin lugar de impresión; Bruselas, 1614 (bilingüe); Cuenca, 1617; Huesca, 1618; Barcelona, 1621; Bruselas, 1629; Zaragoza, 1646; Bruselas, 1655

Con ser tantas las ediciones antiguas de la Floresta, rara vez se encuentran, sobre todo íntegras y en buen estado. Suplen su falta las tres Madrid, 1730, 1771 y 1790, copiadas, al parecer, de la Huesca, 1618, cuyos preliminares conservan. El editor Francisco Asensio añadió las partes segunda y tercera, y prometió una cuarta: todo con el título general de Floresta Española y hermoso ramillete de agudezas, motes, sentencias, y graciosos dichos de la discreción cortesana.

La traducción francesa de Pissevin apareció en Lyón, 1600, y fué reimpresa varias veces en Bruselas con el texto castellano: La Floresta spagnola, ou le plaisant bocage, contenant plusieurs comptes, gosseries, brocards, cassades et graves sentences de personnes de tous estats. (Bruxelles, Rutger Velpius et Hubert Anthonie, 1614.)

En una vasta colección alemana de apotegmas y dichos faceciosos, publicada en Tübingen, en 1630, tomada casi toda de fuentes italianas y españolas (entre ellas la Silva de Julián de Medrano, está incorporada la mayor parte de la Floresta. Vid. Adam Schneider Spaniens Anteil an der deutschen Litteratur (1898), pp. 133-139.

[p. 102]. [1] . Parece que en estas palabras se declara Melchor de Santa Cruz natural de Toledo, aunque en la portada de sus libros no se llama más que vecino , y Nicolás Antonio le da por patria la villa de Dueñas. De todos modos, si no era toledano de nacimiento, lo fué por adopción, que es una segunda naturaleza.

[p. 103]. [1] . Nada puede decirse a ciencia cierta sobre esta fantástica ley tan traída y llevada por nuestros antiguos escritores. Acaso nació de una errada interpretación de esta cláusula de San Fernando en el Fuero General de Toledo: «Todos sus juicios dellos sean juzgados segun el Fuero Juzgo ante diez de sus mejores e mas nobles, e mas sabios dellos que sean siempre con el alcalde de la cibdad; e que a todos anteanden en testimonianzas en todo su regno.» (Et ut precedant omnes in testimoniis in universo regno illius , dice el original latino.) Claro es, que en este singularísimo privilegio concedido a los toledanos no se trata de disputas sobre vocablos, sino de testimonios jurídicos; pero lo uno pudo conducir a la invención de lo otro. Esta idea se me ocurrió leyendo el eruditísimo Informe de la imperial ciudad de Toledo sobre pesos y medidas (1758), redactado, como es notorio, por el P. Andrés Marcos Burriel. Vid. pág. 298.

[p. 105]. [1] . En su novela El desdichado por la honra (tomo VIII de la edición de Sancha, p. 93).

[p. 106]. [1] . No es verosímil, ni aun creíble, que el autor de esta Crónica sea el mismo don Francesillo, «criado privado, bienquisto y predicador del emperador Carlos V». Pero fuese quien quiera el que tomó su nombre, aprovechando quizá sus apodos, comparaciones y extravagantes ocurrencias, era sin duda persona de agudo ingenio y muy conocedor de los hombres, aunque no todas las alusiones sean claras para nosotros por la distancia. Merecía un comentario histórico y una edición algo más esmerada que la que logró en el tomo de Curiosidades Bibliográficas , de la colección Rivadeneyra. Véase, entretanto, la memoria de Fernando Wolf, tan interesante como todas las suyas: Ueber den Hofnarren Kaiser Carl`s V, genannt El Conde don Francés de Zuñiga und seine Chronik (1850 en los Sitzungsberichte der philos. histor. Classe der kaiserl. Akademie der Wissenschaften) .

[p. 107]. [1] . Cf. mi Tratado de los romances viejos , tomo II, pág. 151 y ss.

[p. 107]. [2] . Vid. en el mismo Tratado , II, 165-166.

[p. 109]. [1] . «Los años passados salieron una suerte de salteadores, que con habito reformado despojavan toda quanta gente podian aver a las manos, en esta forma: que haziendo cuenta con la bolsa, tassadamente, les quitavan la mitad de la moneda, y los enviaban sin otro daño alguno. Aconteció en aquellos dias passar de camino un pobre labrador, y como no llevase mas de quinze reales, que eran expensas de su viaje: hecha la cuenta, cabian a siete y medio, no hallava a la sazon trueque de un real; y el buen labrador (que diera aquella cantidad, y otra de mas momento, por verse fuera de sus manos) rogavales encarecidamente tomassen ocho reales, porque él se contentava con siete. De ninguna manera (respondieron ellos), con lo que es nuestro nos haga Dios merced... Beatos llaman a estos salteadores por el trage y modo de robar. El nombre de Cabrilla tomáronle de la mesma sierra donde se recogian.»

(Fiel desengaño contra la ociosidad y los juegos... Por el licenciado Francisco de Luque Faxardo, clérigo de Sevilla y beneficiado de Pilas. Año 1603 . Madrid, en casa de Miguel Serrano de Vargas).

[p. 110]. [1] . Apothegmas del excellentissimo Philosopho y Orador Plutarcho Cheroneo Maestro del Emperador Trajano: q son los dichos notables, biuos, y breues de los Emperadores, Reyes, Capitanes, Oradores, Legisladores, y Varones Illustres: assi Griegos, como Romanos, Persas y Lacedemonios: traduzidos de legua Griega en Castellana; dirigidos a la S. C. C. M. por Diego Gracian, secretario del muy Illustre y Reverendissimo Señor don Francisco de Mendoça Obispo de Çamora.

Colofón: «Fué impressa la presente obra en la insigne universidad de Alcalá de Henares en Casa de Miguel de Eguia. Acabose a treinta de Junio de Mil y Quinientos y Treinta y tres Años.» 4.º gót.

Reimpreso en los Morales de Plutarco traduzidos de lengua Griega en Castellana por el mismo Diego Gracián (Alcalá de Henares, por Juan de Brocar, 1548, folios II a XLIII).

[p. 111]. [1] . El autor o más bien recopilador de este librejo, en que alternan las anécdotas y las sentencias, es el mismo que tradujo la novela sentimental de Peregrino y Ginebra . Hay, por lo menos, tres ediciones góticas de las Vidas de los filósofos (Sevilla, 1520; Toledo, 1527; Sevilla, 1541). Parece un extracto de la compilación mucho más vasta de Gualtero Burley Liber de vita et moribus philosophorum poetarumque veterum , traducida al castellano y tan leída en el siglo XV con el título de La vida y las costumbres de los viejos filósofos («Crónica de las fazañas de los filósofos» la llamó Amador de los Ríos). Hermann Knust publicó juntos el texto latino y la traducción castellana en el tomo CLXXVII de la Bibliotek des litterarischen vereins de Stuttgart (Tübingen, 1886).

[p. 111]. [2] . El traductor primitivo fué Thamara. No he visto la primera edición, de Sevilla, 1548; pero en la de Zaragoza, 1552, por Esteban de Nájera, se copian la aprobación de los Inquisidores, dada en el castillo de Triana «a 18 dias del mes de enero de 1548», y un Proemio y carta nuncupatoria , firmada por «el bachiller Francisco Thamara, catedrático de Cádiz, intérprete y copilador desta obra».

En un mismo año, 1549, aparecen en Amberes dos distintas ediciones de este libro de Erasmo en castellano. La que lleva el título de Apothegmas que son dichos graciosos y notables de muchos reyes y principes illustres, y de algunos philosophos insignes y memorables y de otros varones antiguos que bien hablaron para nuestra doctrina y exemplo; agora nuevamente traduzidos y recopilados en nuestra lengua castellana (Envers, por Martín Nucio), reproduce el texto de Thamara y su Carta nuncupatoria . La otra, cuya portada dice: Libro de vidas, y dichos graciosos, agudos y sentenciosos, de muchos notables varones Griegos y Romanos, ansí reyes y capitanes como philosophos, y oradores antiguos: en los quales se contienen graues sentencias e auisos no menos provechosos que deleytables... (Anvers, Juan Steelsio, 1549), parece nueva traducción, o por lo menos refundición de la anterior, hecha por Juan Jarava, que añadió al fin la Tabla de Cebes .

[p. 112]. [1] . Libro de los dichos y hechos del Rey don alonso: aora nueuamente traduzido . 1527.

Al reverso de la portada principia una Epístola del bachiller Juan de Molina, «sobre el presente tratado, que de latin en lengua Española ha mudado».

Colofón: «Fue impreso en Valecia. En casa de Juan Joffre ipressor. A XXI de Mayo de nuestra reparacion. M.D.XXVII.» 4.º gót.

Hay reimpresiones de Burgos, por Juan de Junta, 1530; Zaragoza, 1552, y alguna más.

[p. 112]. [2] . Abundan las ediciones de este curioso libro: la elzeviriana de 1646 lleva el título de Speculum boni principis . Fué traducido repetidas veces al catalán y al castellano, una de ellas por el jurisconsulto Fortún García de Ercilla, padre del poeta de la Araucana . Sobre el Panormita (célebre con infame celebridad por su Hermaphroditus ), véase especialmente Ramorino, Contributi alla storia biografica e critica di A. Beccadelli (Palermo, año 1883).

[p. 112]. [3] . Puede verse también en la colección general de sus obras (Basilea, año 1571), en que hay muchas que el historiador de Alfonso V debe tener presentes.

[p. 112]. [4] . Hazañas valerosas y dichos discretos de D. Pedro Manrique de Lara, primer Duque de Nájera, Conde de Treviño, Señor de las villas y tierras de Amusco, Navarrete, Redecilla, San Pedro de Yanguas, Ocon, Villa de la Sierra, Senebrilla y Cabreros . (Impreso conforme a una copia de la colección Salazar en el tomo VI (pp. 121-146 del Memorial Histórico Español que publica la Real Academia de la Historia , Madrid, 1853). Salazar, que ya transcribió alguna parte de las noticias de este cuaderno en las Pruebas de su Historia Genealógica de la Casa de Lara , había encontrado el original en el archivo de los Condes de Frigiliana.

[p. 113]. [1] . No conozco la fecha de la primera edición, pero algunas de las posteriores conservan la aprobación de Gil González Dávila, de febrero de 1627. Fué reimpresa en Sevilla, 1639; Madrid, 1663, y otras varias veces, siempre con mal papel y tipos, exceptuando la elegante edición elzeviriana de Bruselas, por Francisco Foppens, 1666. Muchas de las anécdotas que recopila son pueriles y prueban en su autor poca sindéresis.

Los Dichos y Hechos de Felipe III están en las Memorias para la historia de aquel monarca, que recopiló don Juan Yáñez (Madrid, 1723), copiados de un manuscrito original que tenía todas las licencias para estamparse en 1628.

[p. 113]. [2] . Notó bien este carácter aforístico de El Licenciado Vidriera , el señor don Francisco A. de Icaza, en su elegante estudio sobre las Novelas Ejemplares de Cervantes (Madrid, 1901, pág. 151).

[p. 114]. [1] . Las Seyscientas Apotegmas de Iuan Rufo. Y otras obras en verso Dirigidas al Principe nuestro Senor. Con Privilegio. En Toledo por Pedro Rodriguez, impressor del Rey nuestro Señor. 1596.

8.º 9 hs. prls. y 270 folios, de los cuales 195 corresponden a los Apotegmas.

 

[p. 116]. [1] . Alude, con discreta malicia, que no debió de sentar bien a los de la casa de Osuna, a aquel sabido cantarcillo:

       Decit, buen conde de Ureña,
       ¿Don Alonso dónde queda?

[p. 116]. [2] . La frase profesor de energía que Sthendhal inventó (según creo) para aplicársela a Napoleón, y se ha repetido tanto después, recuerda bastante ésta de catedrático de valentía , que Juan Rufo dijo del Cid.

[p. 117]. [1] . Alude al Dr. Juan de Salinas, festivo poeta sevillano, cuyas Obras han sido publicadas por la Sociedad de Bibliófilos Andaluces.

[p. 118]. [1] . Rufo debía de ser un jugador empedernido, y a esto aluden muchos pasajes de sus Apotegmas .

[p. 118]. [2] . ¿Sería Felipe de Liaño, cuya especialidad eran los retratos pequeños, especialmente de mujeres?

[p. 119]. [1] . Este apotegma tiene poco mérito, pero no he querido dejar de citarle, porque acaso nos pone en camino de interpretar uno de los más oscuros pasajes del Quijote: el relativo a Tirante el Blanco . Si suponemos que hay errata donde dice industria , y leemos ignorancia , como en el texto de Juan Rufo, queda claro el sentido. Sin duda Rufo y Cervantes usaron una misma frase hecha, y no es creíble que el segundo la alterase con menoscabo de la claridad.

[p. 120]. [1] . Esta fácil y pronta respuesta se atribuye en Cataluña al Rector de Vallfogona, y dicen que ella bastó para que le reconociese Lope de Vega. El festivo poeta tortosino había nacido en 1582, e hizo un solo viaje a Madrid, en 1623. Los Apotegmas estaban impresos desde 1596, y no contienen más que dichos originales de Juan Rufo.

[p. 121]. [1] . Las quinientas apotegmas de D. Luis Rufo, hijo de D. Juan Rufo, jurado de Córdoba, dirigidas al Princípe Nuestra Señor (Siglo XVII). Ahora por primera vez publicadas . Madrid, imprenta de Fuentenebro, 1882, 12.º

[p. 121]. [2] . Algunos de estos Cuentos , cuyo borrador se conserva en la Biblioteca Nacional, fueron publicados por don Juan Eugenio Hartzenbusch, como apéndice a la primera edición de sus propios Cuentos y fábulas (Madrid, año 1861), y casi todos lo han sido por don Antonio Paz y Melia (Sales del ingenio español , 2;ª serie, 1902, pp. 91-211).

[p. 122]. [1] . La Silva Curiosa de Iulian de Medrano, cavallero navarro: en que se tratan diversas cosas sotilissimas, y curiosas, mui conuenientes para Damas y Cavalleros, en toda conuersation virtuosa y honesta. Dirigida a la muy Alta y Serenissima Reyna de Nauarra su sennora. Va dividida esta Silva en siete libros diuersos, el sujetto de los quales veeras en la tabla siguiente. En Paris; Impresso en Casa de Nicolas Chezneav en la calle de Santiago, a la insignia de Chesne verd. M.D.LXXXIII. Con Privilegio del Rei. 8.º

[p. 122]. [2] . Vid. La Caza, Estudios bibliográficos , por don Francisco de Uhagón y don Enrique de Leguina (Madrid, 1888), pág. 39.

[p. 123]. [1] . Cuentos 3.º, 5.º, 8.º, 9.º y 11.º de Juan Aragonés; cuentos 24, 25, 26, 29, 30, 32, 33, 34, 39, 40, 42, 44, 46, 48, 49, 50, 51, 52, 54, 62, 63, 67, 68, 72 de la 2.ª parte del Sobremesa ; 31, 34, 39, 42, 47, 50, 52, 54, 60, 63, 67, 72, 73, 76 de la 1.ª (ed. Rivadeneyra). Cf. pp. 144-166 de la Silva en la reimpresión de Sbarbi. Como se ve, Medrano no se tomó siquiera el trabajo de cambiar el orden de los cuentos, aunque puso los de la 1.ª parte después de los de la 2.ª Además, en la pág. 91 trae el cuento 53 de la 2.ª parte («si los rocines mueren de amores,—¡triste de mí! ¿qué harán los hombres?»); pero debe de estar tomado de otra parte, porque en Timoneda es más breve y no dice que el caso sucediese en Tudela.

[p. 125]. [1] . Página 168 de la reproducción de Sbarbi.

[p. 125]. [2] . La Silva Curiosa de Ivlian de Medrano, Cavallero Navarro: en que se tratan diuersas cosas sotilissimas y curiosas, muy conuenientes para Damas y Caualleros, en toda conuersacion virtuosa y honesta. Corregida en esta nueua edicion y reduzida a mejor lectura por Cesar Ovdin. Vendese en Paris, en casa de Marc Orry, en la calle de Santiago, a la insignia del Lion Rampant. M.DCVIII.

8.º 8 hs. prles. y 328 pp. La novela de El Curioso Impertinente empieza en la página 274.

Algunas cosas más que la novela agregó César Oudin al texto primitivo de la Silva . En la página 271 de su edición pone esta advertencia: «Estos dos epitafios siguientes fueron añadidos a esta segunda impresion por Cesar Oudin, el cual los cobró de dos caballeros tedescos sus discípulos. El uno es del Emperador Carlos V, y es hecho en latin; el otro es de la Verdad, escrito en Español, el qual es también traducido en frances por el dicho Cesar.»

El señor don José María Sbarbi ha reimpreso está edición (suprimiendo la novela de Cervantes) en el tomo X y último de su Refranero General Español (Madrid, imp. de A. Gómez Fuentenebro, 1778).

[p. 126]. [1] . Carta publicada en «El Correo de Madrid» injuriosa a la buena memoria de Miguel de Cervantes. Reimprimese con notas apologéticas. En Madrid, por D. Antonio de Sancha. Año de M.DCCLXXXVIII.

[p. 126]. [2] . Ambrosio de Salazar et l'étude de l'espagnol en France sous Louis XIII , por A. Morel-Fatio. París, 1901.

[p. 126]. [3] . Las Clavellinas de Recreacion... Les Oeuillets de Recreation. Où sont contenüees sentences, advis, exemples, et Histoires tres agreables pour toutes sortes de personnes disereuses de lire choses curieuses, és deux langues Françoise et Espagnole. Dedié à Monsieur M. Gobelin, sieur de la Marche, Conseiller du Roy, et Controlleur general de ses finances en la generalité de Rouen. Por Ambrosio de Salazar. A Rouen, chez Adrian Morront, tenant sa boutique dans l'Estre nostre Dame. 1622. Avec Privilege du Roy. 8.º 6 hs. prls., 366 páginas y una hoja sin foliar.

Las Clavellinas de Recreacion. Por Ambrosio de Salazar... A Brvsselles, chez Iean Pepermans Libraire juré, et imprimeur de la Ville, demeurant derire (sic) icelle Ville a la Bible d'Or. 1625. Avec Grace et Privilege. 8.º

[p. 127]. [1] . El autor mismo confiesa sin rebozo su falta de originalidad: «Amigo lector, quando leyeres este librillo, o parte dél, no digas mal de las historias, porque no soy yo el Auctor; solo he servido de intérprete en ellas: de manera que el mal que dijeres no me morderá...»

[p. 127]. [2] . Espexo General de la Gramatica en Dialogos, para saber la natural y perfecta pronunciacion de la lengua Castellana. Seruira también de Vocabulario para aprenderla con mas facilidad, con algunas Historias graciosas y sentencias muy de notar. Todo repartido por los siete dias de la semana, donde en la séptima son contenidas las phrasis de la dicha lengua hasta agora no vistas. Dirigido a la Sacra y Real Magestad del Christianissimo Rey de Francia y de Nauarra. Por Ambrosio de Salazar... A Rouen, chez Adrien Morront, dans l´ Estre nostre Dame, pres les Changes. 1614. 8.º

En la obra de Gallardo (n. 3.773 a 3.775) se describen otras tres ediciones, todas de Ruán (1615, 1622, 1627).

[p. 128]. [1] . Página 73.

[p. 128]. [2] . Libro de flores diversas y curiosas en tres Tratados... Dirigido al prudentissimo y generoso Señor de Hauquincourt: Mayordomo Mayor de la Christianissima Reyna de Francia. Por A. de Salazar, Secretario, interprete de su Magestad, en la lengua Española, cerca de su Real persona. En Paris. Se venden en casa de David Gil, delante el Cavallo de bronze y sobre el puente nuevo. 1619.

[p. 129]. [1] . Secretos de la Gramatica Española, con vn Tratado de algunos Quentos honestos y graciosos. Obra tanto para el estudio como para echar de sí todo enojo y pesadumbre... 1632. Sin lugar de impresión, probablemente París.

[p. 129]. [2] . Thesoro de diversa licion, obra digna de ser vista, por su gran curiosidad; En el qual ay XXII Historias muy verdaderas, y otras cosas tocantes a la salud del Cuerpo humano, como se vera en la tabla siguiente. Con una forma de Gramatica muy prouechosa para los curiosos... A Paris, chez Louys Bovllanger, rüe Sainct Iacques, à l`Image S. Louys. 1636.

8.º 6 hs. prls. sin foliar, 270 pp. y 4 folios de tabla.

[p. 129]. [3] . Del can, y del cavallo, y de sus cualidades: dos animales, de gran instincto y sentido, fidelissimos amigos de los hombres. Por el Protonotario Luys Perez, Clerigo, vezino de Portillo. En Valladolid, impresso por Adrian Ghemart. 1568.

De este raro y curioso libro hizo una elegante reproducción en Sevilla (año 1888) don José María de Hoyos, tirando sólo cincuenta ejemplares.

Vid. p. 34, «De un Can que en Palencia uvo de estraño y marauilloso instincto, y cosa jamas oyda: de que al presente ay sin numero los testigos.»

[p. 130]. [1] . Véanse las advertencias preliminares que he puesto a esta comedia en el tomo XI de la edición académica de Lope de Vega.

[p. 130]. [2] . Como la versión de Ambrosio de Salazar no ha sido citada (que yo recuerde) en los que han escrito sobre leyendas de partos monstruosos (asunto de una reciente monografía del profesor danés Nyrop), y el Thesoro es bastante raro, me parece oportuno transcribirla.

Página 213, Historia y cuento donoso sucedido en Barcelona:

«En la ciudad de Barcelona ay cierto linaje de personas que se llaman los Porcels, que quiere dezir en la lengua castellana lechones, que tomaron el apellido y sobrenombre destos animales gruñidores por cierto caso que sucedio a dos casados en la dicha ciudad. Y el caso fue que cierta Señora de mediano estado, se avia persuadido una cosa harto fuera de razón, y es, que le avian dado a entender que la muger que paria mas que un hijo de una vez era señal de adultera, y que avia tenido ilicito ayuntamiento con mas de un varon; y viendose preñada y con muy grande barriga, temió de parir mas que un hijo, porque no la tuviessen por lo que ella indiscretamente avia pensado. Al fin llegado el parto de esta Señora, sucedio que pario nuebe hijos varones, pues no ay cosa imposible a la voluntad de Dios. Visto por la parida cosa tan estraña determinó persuadir a la partera que dissimulasse y no dixesse que avia parido mas que un solo hijo, pensando hazer perezer a los demas. Con esta mala voluntad, llamó a una criada y mandole que tomasse aquellos ochos niños y los lleuase al campo fuera de la Ciudad y los enterrasse assí vivos. La criada los puso en una espuerta, y se yba con grande atrevimiento a cumplir el mandado de su ama, y Dios fue servido que encontró en el camino con su amo, y aviendo preguntadole dónde yva y qué llevaba en aquella espuerta, la criada respondio en su lengua Catalana diziendo: «Senior, porté uns porcells», de do tomaron el apellido y sobrenombre dels Porcels. El amo deseoso de verlos abatio la espuerta y halló los ocho niños aun bullendo y muy hermosos, aunque pequeñitos y desmedrados; y viendo la traycion y mal dessignio luego sospechó lo que podria ser, y preguntado a la criada si su ama avia parido, respondio que si, dandole larga cuenta de lo que passava, y la causa por que los llevaba a enterrar. Entonces el padre, como hombre discreto, los dio a criar, sin ser sabido de nadie más que de la criada, a quien mandó y amenazó que no descubriesse lo que avia passado, como de hecho lo cumplió. Al cabo de tres años, el dicho padre en cierto dia mandó aparejar un combite sin que la muger supiesse para quien se preparava. Ya que todo estava a punto, hizo venir los ocho hijos con sus amas, sin otros que para el proposito avia combidado. Sentados a la mesa, declaró el padre la causa del combite, y todo como lo avemos contado, de que no poca afrenta y espanto recibió la muger, aunque todo mezclado con un grandissimo contento, por ver y entender que aquellos eran sus hijos, a quien por su falsa imaginacion a penas fueron nacidos quando los tuvo condenados a muerte. El padre mandó que de ally adelante llamassen a aquellos niños los Porcels, y oy en dia se llaman assi los descendientes dellos, por lo que la criada dixo quando los llevaba a enterrar que llevaba porcells, que quiere dezir lechones.»

[p. 132]. [1] . Páginas 195-199, con el título de «Historia verdadera de la cabra y cabron».

[p. 133]. [1] . París, Pierra Chevalier, 1607, 8.º, 80 pp. (Núm. 2.144 de Salvá).

Brunet cita tres ediciones más:

Rodomontades espagnoles, recueillies de divers auteurs, et notamment du capitaine Bonbardon (por Jac. Gautier). Rouen, Caillové, 1612.

Id. 1623.

—Id. 1637.

Algunos de estos libelos miso-hispanos tienen grabados en madera, como el titulado Emblesmes sur les actions, perfections et moeurs du Segnor espagnol, traduit du castilien (Middelburg, por Simon Molard, 1608. Rouen, año 1637). Esta sátira grosera y virulenta está en verso. Vid. Morel-Fatio, Ambrosio de Salazar (pp. 52-57).

[p. 133]. [2] . Sin lugar, 12.º, 81 pp.

[p. 134]. [1] . Dice Brantôme en la dedicatoria a la Reina Doña Margarita:

«Je les ay toutes mises en leur langage, sans m'amuser à les traduire, autant par le commandement que m'en fistes, que par ce que vous en parlez et entendez la langue aussi bien que j'ai jamais veu la feue reyne d'Espaigne vostre soeur (Doña Isabel de la Paz): car vostre gentil esprit comprend tout et n'ignore rien, comme despuis peu je l'ai encor mieux cogneu.»

(Oeuvres Complètes de Pierre de Bourdeille, abbé séculier de Brantôme... París, 1842. (Edición del Panteón Literario.) Tomo II. Las Rodomontades Espaignolles , con el aditamento de los Sermens et Jurons Espaignols , ocupan las 67 páginas primeras de este tomo.

Investigar las fuentes de las Rodomontadas de Brantôme es tarea que atañe a alguno de los doctos hispanistas con que hoy cuenta Francia.

[p. 135]. [1] . «El primer libro de novelas en España fué el que llaman de Trancoso» (Europa Portuguesa , 2.ª ed., 1680, tomo III, pág. 372).

[p. 135]. [2] . No dudo que en las provincias de lengua castellana puedan recogerse tantas o más, pero hasta ahora los portugueses y también los catalanes han mostrado en esto más actividad y diligencia que nosotros. Sólo de Portugal recuerdo las siguientes colecciones, todas importantes:

Contos populares portuguezes , «colligidos por F. A. Coelho» (Lisboa, 1879).

Portuguese Folk-Tales , «collected by Consiglieri Pedroso, and translated from original Ms. by Henriqueta Monteiro, with an introduction by W. R. S. Ralston» (Londres, 1882).

Contos tradicionaes do povo portuguez , «con uma Introducçao e Notas comparativas, por Theophilo Braga. (Porto, 1883, 2 tomos).

Contos nacionaes para crianças , por F. A. Coelho (Porto, 1883).

Contos populares do Brazil , «colligidos pelo Dr. Sylvio Romero» (Lisboa, 1885).

Contos populares portuguezes , «recolhidos por Z. Consiglieri Pedroso» (tomo XIV de la Revue Hispanique , 1906).

[p. 135]. [3] . Ya en el primer tomo de estos Orígenes de la novela (p. XXXVI) [Vol. I, pág. 56. Ed. Nac.] hemos hecho mérito de la traducción portuguesa del Barlaam y Josafat , conservada en un códice de Alcobaza, debiendo añadir aquí la noticia de su edición, que entonces no teníamos (Texto critico da lenda dos santos Barlaao e Josefate , por G. de Vasconcellos Abreu, Lisboa, 1898). Hubo también en Alcobaza y otros monasterios libros de ejemplos como el Orto do Sposo , del cisterciense Fr. Hermenegildo Tancos (vid. Orígenes , p. CIV). [Vol. I pág. 166, Ed. Nac.] T. Braga, en su colección ya citada (II, 38-59) reproduce algunos de estos cuentos, entre los cuales sobresalen el ejemplo alegórico de la Redención (número 132), que parece inspirado por las leyendas del Santo Graal; y los temas históricos de la justicia de Trajano (n. 133) y de Rosimunda y Alboino (n. 149); algunas leyendas religiosas, que tienen sus paradigmas en las cantigas del Rey Sabio, como la del diablo escudero (n. 145) y la del caballero que dió su mujer al diablo (n. 144). Otros pertenecen al fondo común de la novelística, como el de la prueba de los amigos (Disciplina Clericalis, Gesta Romanorum, Conde Lucanor...) y alguno, como el «de la buena andanza de este mundo» (n. 139), subsiste todavía en la tradición popular. El texto de la Edad Media es muy curioso, porque viene a acrecentar el número de leyendas que se desenlazan por medio de convites fatídicos:

Un caballero, arrastrado por la insaciable codicia de la dama a quien servía, mata alevosamente a un mercader y le roba toda su hacienda. Emplazado por una voz sobrenatural para dentro de treinta años si no hace penitencia, edifica en un monte unas casas muy nobles y muy fuertes y busca en aquella soledad el olvido de su crimen. «Y estando él un dia en aquel lugar comiendo con su mujer y con sus hijos y con sus nietos en gran solaz con la buena andanza de este mundo, vino un juglar y el caballero le hizo sentar a comer. Y en tanto que él comia, los sirvientes destemplaron el instrumento del juglar y le untaron las cuerdas con grasa. Y acabado el yantar, tomó el juglar su instrumento para tañerle, y nunca le pudo templar. Y el caballero y los que con él estaban comenzaron a escarnecer del juglar, y lanzáronle fuera de los palacios con vergüenza. Y luego vino un viento grande como de tempestad y derribó las casas y al caballero con todos los que alli estaban. Y fue hecho un grande lago. Y paró mientes el juglar tras de sí, y vió en cima del lago andar nadando unos guantes y un sombrero, que se le quedaron en la casa del caballero, cuando le lanzaron de ella.»

Acrecientan el caudal de la primitiva novelística portuguesa las curiosísimas leyendas genealógicas consignadas en el Nobiliario del Infante D. Pedro, sobre el cual nos referimos a lo que largamente queda dicho en el primer tomo.

[p. 137]. [1] . Contos tradicionaes do povo portuguez , II, 19.

[p. 137]. [2] . Sobre la fe de Teófilo Braga cito la edición de 1575, que no he visto ni encuentro descrita en ninguna parte. Brunet dió por primera la de 1585 (Lisboa, por Marcos Borges, 1585, dos partes en un volumen en 4.º, la primera de 2 + 50 pp. y la segunda de 2 + 52). Tampoco he visto ésta ni la de Lisboa, 1589 (por Juan Alvares), a la cual se agregó la tercera parte impresa en 1596 por Simón Lopes. Nuestra Biblioteca Nacional sólo posee cinco ediciones, todas del siglo XVII y al parecer algo expurgadas.

—Primeira, segunda e terceira parte dos contos e historias de proveito e exemplo. Dirigidos a Senhora Dona Ioana D'Alburquerque, molher que foy do Viso Rey da India, Ayres de Saldanha. E nesta impressao vao emendados. (A continuación estos versos):

       «Diversas Historias, et contos preciosos,
       Que Gonçalo Fernandez Trancoso ajuntou,
       De cousas que ouvio, aprendeo, et notou,
       Ditos et feytos, prudentes, graciosos:
       Os quaes com exemplos bos et virtuosos,
       Ficao en partes muy bem esmaltados:
       Prudente Lector, lidos, et notados,
       Creo achareis que sam proveitosos.

Anno 1608. Com licença da Sancta Inquisiçam. Em Lisboa. Per Antonio Alvarez

4.º, 4 hs. prls. y 68 pp. dobles.

Aprobación de Fr. Manuel Coelho (9 de agosto de 1607).—Licencia de la Inquisición.—Escudo del Impresor.—Dedicatoria del mismo Antonio Álvarez a doña Juana de Alburquerque (29 de mayo de 1608).—Soneto de Luis Brochado, en alabanza del libro.

Tiene este volumen tres foliaturas, 52 pp. dobles para la 1.ª parte, 58 para la 2.ª, 68 para la 3.ª Al principio de la segunda hay estos versos:

       Se a parte primeira, muy sabio Lector,
       Vistes e lestes da obra presente,
       Lede a segunda, que muy humildemente,
       Aqui vos presenta agora o Auctor:
       Pedevos muito, pois sois sabedor,
       Mostreis, senhor, ser discreto, prudente,
       Suprindo o que falta de ser eloquente,
       Com vossa eloquencia, saber e primor.

Procede este raro ejemplar de la biblioteca de don Pascual de Gayangos,

—Primeira, segunda e terceira Parte dos Contos e Historias de Proveito, e exemplo... Anno 1624. Com todas as licenças et approuaçoes necessarias. Em Lisboa. Por Iorge Rodriguez. Taixado em papel em seis vintens.

4.º, 4 hs. prls. y 140 pp. dobles.

Aprobación de Fr. Antonio de Sequeyra (16 de marzo de 1620). De ella se infiere que además de las enmiendas que llevaba la edición anterior, se suprimió un pasaje en la Tercera Parte.—Licencias, Tasa, etc.—Soneto de Luis Brochado.—Tabla.

Procede de la biblioteca de don Agustín Durán. —Anno 1633. Com todas as licenças e aprouaçoes necessarias. Em Lisboa. Por Iorge Rodriguez. Taixado na mesa do Paço a seis vintens em papel.

Edición idéntica a la anterior.

—Anno de 1646... Em Lisboa, por Ant.º Alvares, Impressor del Rey N. S.

8.º, 381 páginas de texto y tres de tabla. A la vuelta de la portada van las licencias y el soneto de Luis Brochado.

—Historias proveitozas. Primeira, segunda e terceira parte. Que contem Contos de proveito et exemplo, para boa educaçam da vida humana. Compostos per Gonzalo Fernandez Trancoso. Leva no fin a Policia e Urbanidade Christiam. Em Lisboa, na officina de Domingos Carneiro , 1681.

8.º, 343 páginas.

La última obra que se cita en la portada tiene distinta paginación y frontis, que dice:

Policia e Urbanidade Christiam. Composta pelos PP. do Collegio Monipontano da Companhia de Jesu, e traduzida per Joam da Costa, Lisboa , 1681.

Tanto esta edición, como la anterior, llevan intercalado, entre la portada y el texto de los cuentos, un pequeño Catecismo, que atestigua la gran popularidad del libro de Trancoso, al cual acompañaba (Breve Recopilaçam da Doctrina dos Misterios mais importantes de nossa Sancta Fe, a qual todo o Christao he obrigado saber e crer com Fe explicita, quer dizer conhecimento distincto de cada hum: recopilado pelo P. Antonio Rebello, irmao professo da 3.ª Ordem de Nossa Senhora do Carmo).

Además de estas ediciones existen, por lo menos, las siguientes, enumeradas por Inocencio da Silva, en su Diccionario bibliographico portuguez

(III, 155-156; IX, 427).

—Coimbra, por Thomé Carvalho, 1600, 8.º

—Lisboa, por Antonio Craesbeck de Mello, 1671.

—Por Felipe de Sousa Villela, 1710.

—Historias proveitosas: Primeira, segunda e terceira parte; que contem contos de proveito e exemplo, para boa educaçao da vida humana. Leva no fim a Policia e urbanidade chista. Lisboa, na off. de Filippe de Sousa Villela, año 1722. 8.º, XVI + 383 páginas.

—Por Manuel Fernandes da Costa, 1734, 8.º

En su ya citada obra Contos tradicionaes do povo portuguez (II, pp. 63-128) ha reproducido Teófilo Braga diez y nueve cuentos de la colección de Trancoso, ilustrándolos con curiosas notas y paradigmas. En todos ellos, el erudito profesor suprime las moralidades y divagaciones retóricas de Trancoso y abrevia mucho el texto. Tanto de estos cuentos, como de los que omite, pondré el índice por el orden que tienen en las ediciones del siglo XVII, únicas que he podido manejar. Parte 1.ª

«Conto primeiro. Que diz que todos aquelles que rezao aos Sanctos que roguem por elles, tem necessidade de fazer de sua parte por conformarse com o que querem que os Sanctos lhe alcancem. Tratase hua Historia de hum Ermitao, et hum Salteador de caminhos» (Está en Braga, n. 151).

Cont. II. «Que as filhas devem tomar o conselho da sua boa may, e fazer seus mandamentos. Trata de hua que o nao fez, e a morte desastrada que ouve» (Braga, n. 152).

Cont. III. «Que as donzellas, obedientes, devotas e virtuosas, que por guardar sua honra se aventurao a perigo da vida, chamando por Deos, elle les acode. Trata de hua donzella tal que he digno de ser lido» (Braga, número 153).

Cont. IV. «Que diz que as zombarias sao perjudiciaes, e que he bom nao usar delles, concluesse autorizado con hum dito grave».

Es meramente un dicho sentencioso de un caballero de la Corte de D. Juan III: «Senhor, nao zombo, porque a zombar tem resposta.»

Cont. V. «Trata do que aconteceo en hua barca zombando, e hua resposta sotil».

Son zumbas y motejos entre un corcobado y un narigudo, que acabaron mal.

Cont. VI. «Que en toda parceria se deve tratar verdade, porque o engano ha se de descobrir, e deixa envergonhado seu mestre. Trata de dous rendeiros».

Historia insulsa que tiende a recomendar la buena fe en los contratos.

Cont. VII. «Que aos Principes convem olhar por seus vassalos, para lhe fazer merce. E os despachadores sempre devem folgar disso, e nao impedir o bo despacho das partes. Trata hum dito gravissimo de hum Rey que Deos tem».

Un Rey justiciero da a un mancebo de Tras os Montes el cargo de contador del almojarifazgo que tenía su padre, y haciéndole alguna observación su veedor de Hacienda sobre la inutilidad del cargo, le replica: «Se nos nao havemos mister o contador, o mancebo ha mister o officio.»

Cont. VIII. «Que os Prelados socorram com suas esmolas a seus subditos, e os officiaes de sua casa lhe ajudem. Trata de hum Arcebispo e seu veador».

El Arzobispo de Toledo de quien se trata es don Alonso Carrillo, y el cuento procede de la Floresta Española , como decimos en el texto: «Vos faço saber que estes que me servem ham de ficar em casa, porque eu os ey mister, e estes que me nao servem, tambem ficarao, porque elles me ham mister a mi.»

Cont. IX. «Que ha hum genero de odios tam endurecido que parece enxerido pello demonio. Trata de dous vezinhos envejosos hum do outro» (Braga, II, 154).

Cont. X. «Que nos mostra como os pobres com pouca cousa se alegram. E he hum dito que disse hum homen pobre a seus filhos» (Braga, II).

Cont. XI. «Do que acontece a quem quebranta os mandamentos de seu pay, e o proveyto que vem de dar esmolla, e o dano que socede aos ingratos. Trata de hum velho e seu filho» (Braga, II, 157, con el título de O segredo revelado ».

Cont. XII. «Que offerecendosemos gostos ou perda, o sentimiento ou nojo seja conforme a causa, concluindo con elle. Trata hum dito de hum Rey que mandou quebrar hua baixella».

Cont. XIII. «Que os que buscam a Deus sempre o achao. Trata de hum hermitan, e hum pobre lavrador que quis antes un real bem ganhado que cento mal ganhados» (Braga, n. 156).

Cont. XIV. «Que todo tabelliao e pessoa que da sua fe em juizo, debe atentar bem como a da. Trata hua experiencia que fez hum senhor para hum officio de Tabelliao» (Braga, n. 158).

Cont. XV. «Que os pobres nao desesperem nas demandas que lhe armao tyrannos. Trata de dous irmaos que competiam em demanda hum com outro, e outras perssoas» (Braga, 159).

Cont. XVI. «Que as molheres honradas e virtuosas devem ser calladas. Trata de hua que fallou sem tempo e da resposta que lhe derao.

Anécdota insignificante, fundado en el dicho de una mujer de Llerena.

Cont. XVII. «Como castiga Deos accusadores, e liura os innocentes. Trata de hum Comendador que foy com falsidade accusado diante del Rey» (Braga, n. 160, con el título de Don Simao) .

Cont. XVIII. «De quam bom he tomar conselho com sabedores e usar delle. Trata de hum mancebo que tomou tres conselhos , e o suceso» (Braga, número 161).

Cont. XIX. «Que he hua carta do Autor a hua senhora, com que acaba a primeira parte destas historias e contos de proveito e exemplo. E logo começa segunda, em que estao muitas historias notaveis, graciosas, e de muito gosto, como se vera nella».

Parte 2.ª

Cont. I. «Que trata quanto val a boa sogra, e como por industria de hua sogra esteve a nora bem casada com o filho que a aborrecia» (Braga, número 162).

Cont. II. «Que diz que honrar os Sanctos e suas Reliquias, e fazerlhe grandes festas he muito bem, e Deos e os Sanctos o pagao. Trata de hum filho de hum mercador, que con ajuda de Deos e dos Sanctos veo a ser Rey de Inglaterra».

Cont. III. «Que diz nos conformemos com a vontade do Senhor. Trata de hum Medico que dizia: Tudo o que Deos fez he por melhor» (Braga, número 163).

Cont. IV. «Que diz que ninguem arme laço que nao caya nelle. Trata de hum que armou hua trampa para tomar a outro, e cahio elle mesmo nella».

Cont. V. «Que diz que a boa mulher he joya que nao tem preço, e he melhor para o homen que toda la fazenda e saber do mundo como se prova claro ser assi no discorso do conto».

Es un largo ejemplo moral.

Cont. VI. «Que nao confie ninguem em si que sera bom, porque ja o tem promettido: mas andemos sobre aviso fugindo das tentaçoes. Trata hum dito de hum arraez muito confiado».

Cont. VII. «Que nao desesperemos nos trabalhos, e confiemos em Deus que nos preverá, como fez a huma Rainha virtuosa con duas irmaas que o nao erao, do que se trata no conto seguinte». (Braga, n. 164).

Cont. VIII. «Que o poderoso nao seja tyranno, porque querendo tudo, nao alcança o honesto e perde o que tem. Como se ve em hua sentença sotil em caso semelhante» (Braga, n. 165).

Cont. IX. «Que diz que conformes com a vontade de Deos nosso Senhor lhe demos louvores e graças por tudo o que faz. Trata de hum dito do Marquez de Pliego, em tempo del Rey Don Fernando Quinto de Castella».

Terceira parte.

Cont. I. «Que todos sejamos sojeitos a razam, e por alteza de estado nao ensoberbeçamos, nem por baixeza desesperamos. Trata de hu Principe, que por soberbo hum seu vassallo pos as maos nelle, e o sucesso do caso he notavel» (Braga, n. 166).

Cont. II. «Que quem faz algum bem a outro, nao lho deve lançar em rosto, e que sempre se deve agradecer a quem nos da materia de bem obrar».

Trátase de una carestía de Córdoba. Este cuento, o más bien dicho sentencioso y grave contra los que echan en cara los beneficios recibidos, parece de origen castellano.

Cont. III. «Que diz quanto val o juizo de hum homen sabio, e como por hum Rey tomar con elle, o tirou de huma duvida en que estava com hum seu barbeiro» (Braga, n. 168).

El Rey invita a su barbero a que le pida cualquier merced, prometiéndo concedérsela. El barbero le pide la mano de la princesa su hija. Sorprendido el rey de tal petición, consulta con un sabio, el cual le aconseja que mande abrir la tierra en el sitio donde había estado el barbero, porque sin dada habría puesto los pies sobre un gran tesoro, que le daba humos para aspirar tan alto. El tesoro aparece en efecto, y el rey lo reparte entre el barbero y el letrado que dió tan buen consejo. Ignoro el origen de este absurdo cuento.

Cont. IV. «Trata como dous mancebos se quiseran em estremo grao, e como hum delles por guardar amizade se vio em grandes necessidades, e como foy guardado do outro amigo».

Cont. V. «Que inda que nos vejamos em grandes estados nao nos ensoberbeçamos, antes tenhamos os olhos onde nacemos para merecer despois a vir a ser grandes senhores, como aconteceo a esta Marqueza de que he o conto seguinte» (Braga, n. 107, con el título de Constancia de Griselia ) .

Cont. VI. «Em que mostra de quanto preço he a virtude nas molheres, especialmente nas donzelas, e como hua pobre lavradora por estimar sua honra em muyto, veo a ser grande senhora».

Cont. VII. «Neste conto atraz tratei hua grandeza de animo que por comprir justiça usou Alexandro de Medices Duque de Florença com hua pobre Donzela, e porque este he de outra nobeza sua que usou com hua pobre viuva, a qual he o seguinte» (Braga, n. 169, O achado da bolsa ).

Cont. VIII. «Em que se conta que estando hua Raynha muyto perseguida e sercada em sue Reyno, foy liurada por hum cavaleyro de quem ella era en estremo enemiga, e ao fim veio a casar com elle».

Conto IX. «Que mostra de quanta perfeiçao he o amor nos bos casados, e como hum homen nobre se pos em perigo da morte por conservar a hora de sua molher, e por a liurar das miserias em que vivia, e como lhe pagou com o mesmo amor».

Cont. X. «Em o qual se trata de hum Portuguez chegar a cidade de Florença, e o que passou com o Duque senhor della, com hua peça que lhe deu a fazer, o qual he exemplo muy importante para officiaes».

[p. 144]. [1] . Página 11 de la edición de Francisco Asensio.

[p. 145]. [1] . Vid. E. Cosquin, La Légende du Page de Sainte Elisabeth de Portugal et le conte indien des «Bons Conseil» , en la Revue de Questions Historiques , enero de 1903.

[p. 145]. [2] . A las comparaciones hechas por el primero en sus notas a los Awarische Texte de A. Schiefner (n. 12) hay que añadir la monografía del segundo sobre Quatro novelline popolari livornesi (Spoleto, 1880). Una nota de Teófilo Braga, que excuso repetir (II, 192-195), resume estas indagaciones- Pero para estudiarlas a fondo, habrá que recurrir siempre a los fundamentales trabajos de Köhler ( Kleinere Schriften zur Märchenforschung von Reinhold Köhler. Herausgegeben von Iohannes Bolte . Weimar, 1898, pp. 118, 143, 565 y ss.).

[p. 145]. [3] . Basque Legends: collected, chiefly in the Labourd, by Rev. Wentworth Webster... Londres, 1879, pág. 176.

[p. 146]. [1] . Recuérdese lo que hemos dicho en la página LVIII, nota 2.ª [Vol. III, pág. 91, nota I, Ed. Nac.]

[p. 147]. [1] . Parte 1.ª, nov. XIV. «Alessandro duca di Firenze fa che Pietro sposa una mugnaja che aveva rapita, e le fa far molto ricca dote».

En el cuento siguiente de Trancoso (VII de la 3.ª Parte) hay alguna reminiscencia (pero sólo al principio) de la novela XV, parte 2.ª, de Bandello (Bell' atto di giustizia fatto da Alessandro Medici, duca di Firenze contra un suo favorito cortegiano»).

[p. 148]. [1] . En las notas de Valentín Schmidt a su traducción alemana de algunas novelas de Straparola, puede verse una indicación de ellas.

Märchen-Saal. Sammlung alter Märchen mit Anmerkungen; herausgegeben von Dr. Friedr. Wilh-Val. Schmidt. Erster Band. Die Märchen des Straparola , Berlín, 1817.

Pero es mucho más completo el trabajo de G. Rua, Intorno alle «Piacevoli Notti» dello Straparola (Giornale Storico della letteratura italiana , volumen XV y XVI, 1890).

[p. 148]. [2] . Capítulo 124. «Quod mulieribus non est credendum, neque archana committendum, quoniam tempore iracundiae celare non possunt.» Ed. Oesterley, p. 473. Trae copiosa lista de paradigmas en la página 732.

[p. 148]. [3] . «Pisti è dannato per micidiale, e gli è levato tutto l' hauere, e son promessi premii a chi l' uccide, o vivo il dà nelle mani della giustitia; Egli si fà offerire a' Signori, e libera la familia da disagio, e se da pericolo. (Novella 5, prima deca de Gli Hecatommithi.)

[p. 148]. [4] . «Caritea ama Pompeo, Diego innamorato della giouane, l' uccide; Ella promette di darsi per moglie a chi le da il capo di Diego. Le moue guerra il Re di Portogallo. Diego la difende, e fa prigione il Re, poscia si pone in podestà della Donna, e ella lo pliglia per marito» (Novella I, seconde decada).

 

[p. 149]. [1] .  Jupiter ambiguas hominum praediscere mentes,
                             Ad terras Phoebum misit ab arce poli.
                             Tunc duo diversis poscebant numina votis;
                             Namque alter cupidus, invidus alter erat.
                             His sese medium Titan; scrutatus utrumque,
                             Obtulit, et precibus ut peteretur, ait:

                             Praestabit facilis; nam quae speraverit unus,
                             Protinus haec alter congeminata feret.
                             Sed cui longa jecur nequeat satiare cupido,
                             Distulit admotas in nova lucra preces:
                             Spem sibi confidens alieno crescere voto,
                            Seque ratus solum munera ferre duo.
                            Ille ubi captantem socium sua praemia vidit,
                            Supplicium proprii corporis optat ovans.
                            Nam petit extincto ut lumine degeret uno,
                             Alter ut, hoc duplicans, vivat utroque carens.
                            Tunc sortem sapiens humanam risit Apollo,
                            Invidiaeque malum rettulit inde Jovi.
                            Quae dum proventis aliorum gaudet iniquis,
                            Laetior infelix et sua damna cupit.

                    

[p. 150]. [1] . Vid. T. Braga, II, 27.

[p. 152]. [1] . Sigo, con algún ligero cambio, la antigua traducción castellana de Juan Bautista de Morales, impresa por primera vez en 1622.

(Corte en aldea y noches de invierno de Francisco Rodríguez Lobo... En Valencia: en la oficina de Salvador Fauli, año 1793. Diálogo X. «De la materia de contar historias en conversación». Diálogo XI. «De los cuentos y dichos graciosos y agudos en la conversación». Páginas 276-355.)

[p. 153]. [1] . Vid. Serrano y Morales, La Imprenta en Valencia... , páginas 285-327. En la página 323 de este precioso libro está publicado el testamento de Felipe Mey, que nombra entre sus hijos a Sebastián, con lo cual queda plenamente confirmado lo que sobre este punto conjeturó don Nicolás Antonio.

[p. 153]. [2] . Fabulario en que se contienen fabulas y cuentos diferentes, algunos nueuos y parte sacados de otros autores; por Sebastian Mey. En Valencia. En la impression de Felipe Mey. A costa de Filipo Pincinali a la plaça de Vilarasa.

8.º, 4 hs. prls. y 184 pp.

Aprobación del Pavorde Rocafull, 20 de enero de 1613.—Escudo de Mey.—Prólogo.

«Harto trillado y notorio es, a lo menos a quien tiene mediana licion, lo que ordena Platon en su Republica, encargando que las madres y amas no cuenten a los niños patrañas ni cuentos que no sean honestos. Y de aqui es que no da lugar a toda manera de Poetas. Cierto con razón, porque no se habitue a vicios aquella tierna edad, en que facilmente, como en blanda cera, se imprime toda cosa en los animos, haviendo de costar despues tanto y aun muchas vezes no haviendo remedio de sacarlos del ruin camino, a seguir el cual nos inclina nuestra perversa naturaleza. A todas las personas de buen juicio, y que tienen zelo de bien comun, les quadra mucho esta dotrina de aquel Filosofo: como quepa en razon, que pues tanta cuenta se tiene en que se busque para sustento del cuerpo del niño la mejor leche, no se procure menos el pasto y mantenimiento que ha de ser de mayor provecho para sustentar el alma, que sin proporcion es de muy mayor perficion y quilate. Pero el punto es la execucion, y este es el fin de los que tanto se han desvelado en aquellas bienaventuradas republicas, que al dia de hoy se hallan solamente en los buenos libros. Por lo qual es muy acertada y santa cosa no consentir que lean los niños toda manera de libros, ni aprendan por ellos. Uno de los buenos para este efeto son la fabulas introduzidas ya de tiempo muy antigo, y que siempre se han mantenido: porque a mas de entretenimiento tienen dotrina saludable. Y entre otros libros que hay desta materia, podra caber este: pues tiene muchas fabulas y cuentos nuevos que no estan en los otros , y los que hay viejos estan aqui por diferente estilo. Nuestro intento ha sido aprovechar con él a la republica. Dios favorezca nuestro deseo.»

Cada una de las fábulas lleva un grabadito en madera, pero algunos están repetidos.

[p. 154]. [1] . Modern Language Notes , Baltimore, junio y noviembre de 1906.

[p. 154]. [2] . Para que nada falte a la descripción de tan raro libro, pondremos los títulos de estas fábulas, con sus moralidades respectivas:

Fábula I. El labrador indiscreto . Es la fábula del molinero, su hijo y el asno, tomada probablemente de El Conde Lucanor , cap. 24 de la edición de Argote.

       Quien se sujeta a dichos de las gentes,
       Ha de caer en mil inconvenientes.

Fáb. II. El gato y el gallo . Hipócritas pretextos del gato para matar al gallo y comérselo.

       Con el ruin son por demás razones,
       Que al cabo prevalecen sus pasiones.

Es la fábula 4.ª del «Isopo de la traslacion nueva de Remigio» en la colección del infante Don Enrique.

Fáb. III. El viejo y la muerte .

       Los hombres llaman a la muerte ausente,
       Mas no la quieren ver quando presente. Fáb. IV. La hormiga y la cigala.

       Quando estés de tu edad en el verano,
       Trabaja, porque huelgues cuando anciano.

Fáb. VI. El álamo y la caña.

       Mas alcanza el humilde con paciencia,
       Que no el soberbio haziendo resistencia.

Fáb. VII. La raposa y la rana.

       De la voz entonada no te admires,
       Sin que primero de quien sale mires.

Fáb. IX. La raposa y las uvas.

       Quando algo no podemos alcançar,
       Cordura dizen que es dissimular.

Fáb. XI. El leon, el asno y la raposa.

       Quando vemos el daño del vecino,
       No escarmentar en él es desatino.

Fáb. XII. La mujer y el lobo.

       La muger es mudable como el viento:
       De sus palabras no hagas fundamento.

Fáb. XIV. El gallo y el diamante.

       No se precia una cosa, ni codicia,
       Si no es donde hay de su valor noticia.

Fáb. XV. El cuervo y la raposa.

       Cuando alguno te loa en tu presencia,
       Piensa que es todo engaño y apariencia.

Fáb. XVII. El leon y el raton.

       No quieras al menor menospreciar,
       Pues te podrá valer en su lugar.

Fáb. XIX. La liebre y el galápago.

       Hazienda y honra ganarás obrando,
       Y no con presunción emperezando. Fáb. XXI. La rana y el buey.

       Con los mayores no entres en debate,
       Que se paga muy caro tal dislate.

Fáb. XXII. El asno y el lobo.

       Entienda cada qual en su exercicio,
       Y no se meta en el ageno oficio.

Fáb. XXIV. El consejo de los ratones.

       Ten por consejo vano y de indiscreto,
       Aquel del qual no puede verse efeto.

Fáb. XXV. El grillo y la abeja.

       De su trabajo el hombre se alimente,
       Y a gente vagamunda no sustente.

Fáb. XXVII. El lobo, la raposa y el asno.

       Si fueres docto, y no seras discreto,
       Seran tus letras de muy poco efeto.

Fáb. XXIX. Las liebres y las ranas.

       Aunque tengas miseria muy notable,
       Siempre hallarás quien es más miserable.

Fáb. XXX. El asno, el gallo y el leon.

       Quien presume de sí demasiado,
       Del que desprecia viene a ser hollado.

Fáb. XXXI. La raposa y el leon.

       En aprender no tomes pesadumbre,
       Pues lo hace fácil todo la costumbre.

Fáb. XXXIII. El asno, el cuervo y el lobo.

       Para bien negociar, favor procura:
       Con él tu causa casi está segura.

Fáb. XXXIV. El asno y el lobo.

       Uno que haziendo os mal ha envejecido,
       Si hazeros bien ofrece, no es creido.

Fáb. XXXV. El raton de ciudad y el del campo.

       Ten por mejor con quietud pobreza,
       Que no desasosiegos con riqueza.

Fáb. XXXVI. La raposa y el vendimiador.

       Si con las obras el traydor te vende,
       En vano con palabras te defiende.

Fáb. XXXVII. La vieja, las moças y el gallo.

       Huir de trabajar, es claro engaño,
       Y de poco venir a grande daño.

Fáb. XXXIX. El asno y las ranas.

       Quando un poco de mal te quita el tino,
       Mira el que tienen otros de contino.

Fáb. XL. El pastor y el lobo.

       Al que en mentir por su plazer se emplea,
       Quando dize verdad, no hay quien le crea.

Fáb. XLII. El labrador y la encina.

       Si favoreces al ruin, haz cuenta
       Que en pago has de tener dolor y afrenta.

Fáb. XLIII. El leon enamorado.

       Los casamientos hechos por amores
       Muchas vezes son causa de dolores.

Fáb. XLIV. La raposa y el espino.

       Acudir por socorro es grande engaño
       A quien vive de hazer a todos daño.

Fáb. XLVIII. El Astrólogo.

       ¿Qué certidumbre puede dar del cielo
       El que a sus pies aun ver no puede el suelo?

Fáb. L. El leon enfermo, el lobo y la raposa.

       Algunas vezes urde cosa el malo
       Que viene a ser de su castigo el palo.

Fáb. LII. La raposa y la gata.

       Un arte vale más aventajada
       Que muchas si aprovechan poco o nada.

Fáb. LIV. Los ratones y el cuervo.

       Algunos, por inútiles contiendas,
       Pierden la posesion de sus haziendas.

[p. 160]. [1] . Es la fábula XLI de Mey y termina con estos versos:

       Harta ceguera tiene la cuytada
       Que tuvo hazienda y no ve suyo nada.

[p. 160]. [2] . Fábula XXIII:

       Si no he de aprovecharme del dinero,
       Una piedra enterrada tanto quiero.

[p. 160]. [3] . Fábula XXVI de Mey. Corresponde a la XVII del «Isopo de la traslacion nueva de Remigio», en la del infante Don Enrique.

[p. 161]. [1] . Calila e Dymna , p. 33 en la edición de Gayangos (Escritores en prosa anteriores al siglo XV).

[p. 161]. [2] . Así en Firenzuola: «il buen uomo, o pur come dicemmo, lo sciocco». En Mey: «el hombre bueno, o si se sufre llamarle bovo».

También pudo consultar La moral filosophia del Doni (Venecia, 1552), que es una refundición del libro de Firenzoula.

[p. 164]. [1] . Del falso e del torpe.

Dixo Calila: «Dos homes eran en una compaña, et el uno dellos era torpe, e el otro falso, e ficieron aparceria en una mercaderia; et yendo por un camino fallaron una bolsa en que habia mil maravedis, e tomáronla, e ovieron por bien de se tornar a la cibdat. Et quando fueron cerca de la cibdat, dixo el torpe al falso: «Toma la metad destos dineros, et tomaré yo la otra metad.» Et dixo el falso, pensándose levar todos los maravedis: «Non fagamos asi, que metiendo los amigos sus faziendas en manos de otro fazen mas durar el amor entre ellos; mas tome cada uno de nos pora gastar, e soterremos los otros que fincaren en algun logar apartado, et quando hobiéremos menester dellos, tomarlos hemos.» E acordóse el torpe en aquello, et soterraron los maravedis so un arbol muy grande, e fuéronse ende, e despues tornó el falso por los maravedis, e levólos; e quando fue dias, dixo el falso al torpe: «Vayamos por nuestros maravedis, que yo he menester que despienda.» E fuéronse para el logar que los posieron, e cavaron e non fallaron cosa; e comenzóse a mesar el falso et a ferir en sus pechos, et comenzó a dezir: «Non se fie home en ninguno desde aqui, nin se crea por él.» E dixo al torpe: «Tú tornaste aqui et tomaste los maravedis.» Et comenzó el torpe a jurar e confonderse que lo non feciera, e el falso diciendo: «Non sopo ninguno de los maravedis salvo yo et tú, e tú los tomaste.» E sobre esto fuéronse pora la cibdat, e pora el alcall, e el falso querellóse al alcall cómo el torpe le habia tomado los maravedis, e dixo el alcall: «¿Tú has testigos?» Dixo el torpe: «Si, que fio por Dios que el arbol me será testigo, e me afirmará en lo que yo digo.» E sobre esto mandó el alcall que se diesen fiadores, et díxoles: «Venid vos para mi e iremos al arbol que decides.» E fuese el falso a su padre et fízogelo saber e contóle toda su fazienda, et díxole: «Yo no dixe al alcall esto que te he contado, salvo por una cosa que pensé; si tú acordares conmigo, habremos ganado el haber.» Dixo el padre: «¿Que es?» Dixo el falso: «Yo busqué el mas hueco arbol que pude fallar, e quiero que te vayas esta noche allá e que te metas dentro aquel logar y donde puedas caber, et cuando el alcall fuere ende, e preguntare quién tomó los maravedis, responde tú dentro que el torpe los tomó...

Et non quedó de le rogar que lo fiziese fasta que gelo otorgó. Et fuese a meter en el arbol, e otro dia de mañana llegó el alcall con ellos al arbol, e preguntóle por los maravedis, e respondió el padre del falso que estaba metido en el arbol, et dixo: «El torpe tomó los maravedis.» E maravillóse de aquello el alcall e cuantos ende estaban, e andudo alrededor del arbol, e non vio cosa en que dudase, e mandó meter y mucha leña e ponerla en derredor del arbol, e fizo poner fuego. E cuando llegó el fumo al viejo, e le dió la calor, escomenzó de dar muy grandes voces e demandar acorro; et entonces sacáronle de dentro del arbol medio muerto, e el alcall fizo su pesquisa e sopo toda la verdad, e mandó justiciar al padre e al fijo e tornar los maravedis al torpe; e asi el falso perdió todos los maravedis, e su padre fue justiciado por cabsa de la mala cobdicia que ovo et por la arteria que fizo.» (Calila e Dimna, ed. Gayangos, pp. 32-33.)

Cf. Johannis de Capua Directorium vitae humanae... ed. de Derenbourg, París, 1887, pp. 90-92.

Agnolo Firenzuola, La prima veste de' discorsi degli animali , ed. Camerini, pp. 241-242.

[p. 165]. [1] . The Facetiae or jocose tales of Poggio... París, 1879, I, 187.

[p. 167]. [1] . Diporto de'  Viandanti, nel quale si leggono Facetie, Motti e Burle, raccolte da diversi e gravi autori . Pavia, Bartoli, 1589, 8.º

Ésta es la más antigua de las ediciones mencionadas por Gamba en su bibliografía novelística.

[p. 168]. [1] . Cento Novelle de'  più nobile scrittori della lingua volgare scelte da Francesco Sansovino... Venezia, appresso Francesco Sansovino , 1561.

Hállase también en las ediciones de 1562, 1563, 1566, 1571, 1598, 1603 y 1610.

[p. 168]. [2] . Ancona, Le fonti del Novellino , p. 319.

[p. 169]. [1] . En Sansovino no es el Gobernador, sino el Arzobispo.

[p. 170]. [1] . «En un gran banquete, que hizo un señor a muchos caballeros, despues de haber servido muy diversos manjares, sacaron barbos enteros, y pusieron a un capitán de una Nao, que estaba al cabo de la mesa, un pez muy pequeño, y mientras que los otros comían de los grandes, tomó él el pececillo y púsole a la oreja. El señor que hacía el banquete, paróse mientes, y preguntóle la causa. Respondió: «Señor, mi padre tenía el mismo oficio que yo tengo, y por su desdicha y mía anegóse en el mar y no sabemos adónde, y desde entonces a todos los peces que veo, pregunto si saben de él. Díceme éste, que era chiquito, que no se acuerda.»

(Floresta Española... Sexta parte, Capítulo VIII, n. XII de «dichos de mesa», pág. 254 de la ed. de 1790.)

Pequeñas variantes tiene el cuento de Garibay:

«Sirvieron a la mesa del Señor unos peces pequeños y al Señor grandes. Estaba a la mesa un fraile, y no hacía más que tomar de los peces chicos y ponellos al oído y echallos debajo de la mesa. El Señor miró en ello, y díjole: «Padre ¿huelen mal esos peces?» Respondió: «No, señor, sino que pasando mi padre un río, se ahogó, y preguntábales si se habían hallado a la muerte de mi padre. Ellos me respondieron que eran pequeños, que no, que esos de V. S.ª que eran mayores, podría ser que se hubiesen hallado.» Entendido por el Señor, dióle de los peces grandes, diciéndole: «Tome, y pregúntesle la muerte de su padre» (Sales Españolas, de Paz y Melia, II, p. 52).

[p. 173]. [1] . Fáb. XVI.

       De ser cantor no tenga presuncion
       El que no sabe más de una cancion.

[p. 175]. [1] . Fáb. XIII. Es cuento de mentiras de cazadores.

       No disimules con quien mucho miente,
       Porque delante de otros no te afrente.

[p. 175]. [2] . Fáb. XXXII.

       Hablale de ganancia al codicioso,
       Si estás de hazerle burla deseoso.

[p. 175]. [3] . Fáb. XLVI.

       Si hizieres al ingrato algun servicio,
       Publicará que le hazes maleficio.

[p. 175]. [4] . Fáb. LI.

       Harás que tu muger de ti se ria,
       Si la dexas salir con su porfia.

[p. 175]. [5] . Fáb. LVII. El maestro de escuela.

       Encomiendate a Christo y a Maria,
       A tu Angel y a tu Santo cada dia.

[p. 176]. [1] . Fáb. XXXIV.

       No cases con mochacha si eres viejo;
       Pesarte ha si no tomas mi consejo.

[p. 177]. [1] . Il Novellino di Masuccio Salernitano , ed. de Settembrini, Nápoles, año 1874. Páginas 519 y ss.

[p. 177]. [2] . Cercando ultimamente tra virtuosi gesti, de prossimo me è già stato da uno nobile oltramontano per autentico recontato, che è ben tempo passato che in Toleto cità notevole de Castiglia fu un cavaliero d' antiqua e generosa famiglia chiamato misser Piero Lopes d' Aiala, il quale avendo un suo unico figliolo molto leggiadro e bello e de gran core, Aries nominato...

En el exordio dice también que su novela ha sido «de virtuosi oltramontani gesti fabbricata».

 

[p. 181]. [1] . Le Comte Lucanor... París, 1854, pág. 149.

[p. 182]. [1] . Dialogos de apacible entretenimiento, que contiene vnas Carnestolendas de Castilla. Diuidido en las tres noches del Domingo, Lunes, y Martes de Antruexo. Compvesto por Gaspar Lucas Hidalgo. Procvra el avtor en este libro entretener al Letor con varias curiosidades de gusto, materia permitida para recrear penosos cuydados a todo genero de gentes. Barcelona, en casa de Sebastián Cormellas. Año 1605.

8.º, 3 hs. prls. y 108 folios.

Según el Catálogo de Salvá (n. 1.847), hay ejemplares del mismo año y del mismo impresor, con diverso número de hojas, pero con igual contenido.

Una y otra deben de ser copias de una de Valladolid (¿1603?), según puede conjeturarse por la aprobación de Gracián Dantisco y el privilegio, que están fechados en aquella ciudad y en aquel año.

—Diálogos... Con licencia . En Logroño, en casa de Matías Mares, año de 1606.

8.º, 3 hs. prls. y 108 folios. (N.º 2.520 de Gallardo.)

—Barcelona, 1606. Citada por Nicolás Antonio.

—Barcelona, en casa de Hieronimo Margarit, en la calle de Pedrixol, en frente Nuestra Señora del Pino. Año 1609.

8.º, 5 hs. prls., 120 pp. dobles y una al fin, en que se repiten las señas de la impresión.

—Bruselas, por Roger Velpius, impressor jurado, año 1610.

8.º, 2 hs. prls., 135 folios y una hoja más sin foliar.

—Año 1618. En Madrid, por la viuda de Alonsso Martin. A costa de Domingo Gonçalez, mercader de libros.

8.º, 4 hs. prls. sin foliar y 112 pp. dobles.

—Con menos seguridad encuentro citadas las ediciones de Amberes, año 1616, y Bruselas, 1618, que nunca he visto.

Don Adolfo de Castro reimprimió estos Diálogos en el tomo de Curiosidades Bibliográficas de la Biblioteca de Rivadeneyra, y también se han reproducido (suprimiendo el capítulo de las bubas) en un tomo de la Biblioteca Clásica Española de la Casa Cortezo, Barcelona, 1884, que lleva el título de Extravagantes . Opúsculos amenos y curiosos de ilustres autores .

[p. 184]. [1] . Tiene este vejamen una curiosa alusión al Brocense: «el maestro Sánchez, el retórico, el griego, el hebreo, el músico, el médico y el filósofo, el jurista y el humanista tiene una cabeza, que en todas estas ciencias es como Ginebra, en la diversidad de profesiones». «Este maestro (añade, a modo de glosa, Gaspar Lucas Hidalgo), aunque sabía mucho, tenía peregrinas opiniones en todas estas facultades.»

La alusión a Ginebra no haría mucha gracia al Brocense, que ya en 1584 había tenido contestaciones con el Santo Oficio y que volvió a tenerlas en aquel mismo año de 1600, postrero de su vida.

[p. 184]. [2] . Actus gallicus ad magistrum Franciscum Sanctium , «en el grado de Aguayo», per fratrem Ildephonsum de Mendoza Augustinum .

Está en el famoso códice AA-141-4 de la Biblioteca Colombina, que dió ocasión a don Aureliano Fernández Guerra para escribir tanto y tan ingeniosamente en el apéndice al primer tomo de la bibliografía de Gallardo.

El Maestro Francisco Sánchez, de quien se trata, es persona distinta del Brocense, que asistió a su grado juntamente con Fr. Luis de León y otros maestros famosos.

[p. 185]. [1] . Ueber eine spanische Handschrift der Wiener Hofbibliothek (1867), página 89. Mussafia formó un pequeño glosario para inteligencia de esta composición.

También la reproduce el señor Paz y Melia en sus Sales Españolas (I, página 249): «Carta increpando de corto en lenguaje castellano, o la carta del monstruo satírico de la lengua española».

[p. 185]. [2] . Hállase en el códice antes citado de la Biblioteca Colombina.

[p. 186]. [1] . El señor Paz y Melia (Sales Españolas, I, pág. VIII) cita un inventario manuscrito de los cuadros propios de don Luis Méndez de Haro y Guzmán que pasaron a la casa de Alba, en el cual se lee lo siguiente:

«Un cuadro de un Duque de Alba enfermo, echando mano a la espada, y un médico con la jeringa en la mano y en la otra el bonete encarnado de doctor. Es de mano de Diego Velázquez. De dos varas y cuarta de alto y vara y cuarta de ancho.»

Todavía se menciona este cuadro en otro inventario de 1755, pero luego se pierde toda noticia de él.

[p. 188]. [1] . Parte primera del libro intitulado Noches de Inuierno. Compuesto por Antonio de Eslaua, natural de la villa de Sangüessa. Dedicado a don Miguel de Nauarra y Mauleon, Marques de Cortes, y señor de Rada y Treybuenos. En Pamplona. Impresso:  por Carlos de Labayen, 1609.

8.º, 12 hs, prls., 239 pp. dobles y una en blanco.

Aprobaciones de Fr. Gil Cordon y el Licdº. Juan de Mendi (Pamplona, 27 de noviembre de 1608 y 26 de junio de 1609).—Dedicatoria al Marqués de Cortes: ...«He procurado siempre de hablar con los muertos, leyendo diversos libros llenos de historias Antiguas, pues ellos son testigos de los tiempos, y imagenes de la vida; y de los mas dellos y de la oficina de mi corto entendimiento, he sacado con mi poco caudal, estos toscos y mal limados Dialogos: y viendo tambien quan estragado está el gusto de nuestra naturaleza, los he guisado con un saynete de deleytacion, para que despierte el apetito, con título de Noches de Invierno: llevando por blanco de aliviar la pesadumbre dellas; alagando los oydos al Lector, con algunas preguntas de la Philosophia natural y moral, insertas en apacibles historias.»

Prólogo al discreto lector: «Advierte... una cosa que estás obligado a disimular conmigo, mas que con ningun Autor, las faltas, los yerros, el poco ornato y retórica de estos mis Dialogos, atento que mi voluntad con el exercicio della, se ha opuesto a entretenerte y aliviarte de la gran pesadumbre de las noches del Invierno.» Soneto del autor a su libro. Véanse los tercetos:

          Acogete a la casa del discreto,
       Del curioso, del sabio, del prudente
       Que tienen su morada en la alta cumbre.
          Que ellos te ternan con gran respeto,
       Vestiran tu pobreza ricamente,
       Y asiento te daran junto a la lumbre.

Soneto de don Francisco de Paz Balboa, en alabança del autor.—De un amigo al autor (redondillas).—Sonetos laudatorios del Licenciado Morel y Vidaurreta, relator del Consejo Real de Navarra; de Hernando Manojo; de Miguel de Hureta, criado del Condestable de Navarra y Duque de Alba; de Fr. Tomás de Ávila y Paz, de la Orden de Santo Domingo; de un fraile francisco (que pone el nombre de Eslava en todos los versos); de don Juan de Eslava, racionero de la catedral de Valladolid y hermano del autor (dos sonetos).—Texto.—Tabla de capítulos.—Tabla de cosas notables.— Nota final.

—Parte primera del libro intitvlado Noches de Inuierno. Compuesto... (ut supra). Dirigido a don Ioan Iorge Fernandez de Heredia Conde de Fuentes, señor de la Casa y varonia de Mora, Comendador de Villafranca, Gouernador de la orden de Calatraua... Año 1609. En casa Hieronymo Margarit. A costa de Miguel Menescal, Mercader de Libros.

8.º, 236 pp. dobles.

Aprobación de Fr. Juan Vicente (Santa Catalina, 16 de setiembre de 1609), Licencia del Ordinario (18 de setiembre). Siguen los preliminares de la primera edición, aunque no completos.

—Parte primera... (ut supra). Dedicado a D. Miguel de Nauarra y Mauleon, Marquez (sic) de Cortes... En Brvsellas. Por Roger Velpius y Huberto Antonio, Impressores de sus Altezas, à l'Aguila de oro, cerca de Palacio. 1610, Con licencia.

12.º, 258 hs. Reproduce todos los preliminares de la de Pamplona y añade un Privilegio por seis años a favor de Roger Velpius y Huberto Antonio (Bruselas, 7 de mayo de 1610).

Existe una traducción alemana de las Noches de Invierno (Winternächet... Aus dem Spanischen in die Deutsche Sprache...), por Mateo Drummer (Viena, 1649; Nüremberg, 1666). Vid. Schneider, Spaniens Anteil an der Deutschen Litteratur , p. 256.

Tabla de los capítulos en el libro de Eslava:

«Capítulo Primero. Do se cuenta la perdida del Navio de Albanio.

Cap. 2. Do se cuenta cómo fue descubierta la fuente del Desengaño.

Cap. 3. Do se cuenta el incendio del Galeon de Pompeo Colona. Cap. 4. Do se cuenta la sobervia del Rey Niciforo, y incendio de sus Naves, y la Arte Magica del Rey Dardano.

Cap. 5. Do se cuenta la iusticia de Celin Sultan gran Turco, y la venganza de Zayda.

Cap. 6. Do se cuenta quien fue el esclavo Bernart.

Cap. 7. Do se cuenta los trabajos y cautiverio del Rey Clodomiro y la Pastoral de Arcadia.

Cap. 8. Do se cuenta el nacimiento de Roldan y sus niñerias.

Cap. 9. Do defiende Camila el genero Femenino.

Cap. 10. Do se cuenta el nacimiento de Carlo Magno Rey de Francia.

Cap. 11. Do se cuenta el nacimiento de la Reyna Telus de Tartaria.»

[p. 190]. [1] . Fué publicada por el misionero inglés Henry Callaway, con otros cuentos de la misma procedencia, en la colonia de Natal, en 1868. Véase H. Husson, La Chaîne traditionnelle. Contes et légendes au point de vue mythique (París, 1874), p. 115. Este libro, aunque excesivamente sistemático, sobre todo, en la aplicación del mito solar, contiene, a diferencia de tantos otros, muchas ideas y noticias en pocas palabras. No es indiferente para el estudio de los romances castellanos, verbigracia: el de Delgadina (mito védico de Prajapati—leyenda hagiográfica de Santa Dina o Dympna, hija def rey de Irlanda—, novela de Doralice y Teobaldo, príncipe de Salerno, en Straparola), o el de la Infantina , emparentado con el cuento indio de Suria-Bai (pp. 57 y 111).

[p. 191]. [1] . Histoire poétique de Charlemagne , p. 432.

[p. 191]. [2] . Les Epopées Françaises , t. III, p. 11.

[p. 191]. [3] . Ueber die altfranzösischen Heldengedichte aus dem Karolingischen Sagenkreise , Viena, 1883.

[p. 192]. [1] . Li Romans de Berte aus grans piés, précedé d'une Dissertation sur les Romans des douze pairs, par M. Paulin Paris, de la Bibliothèque du Roi . París, Techener, 1832.

Hay otra edición más correcta, publicada por Augusto Scheler, conforme al manuscrito de la Biblioteca del Arsenal de París: Li Roumans de Berte aus grans piés, par Adènes le Roi (Bruselas, 1874).

Mussafia publicó en la Romania (julio de 1874 y enero de 1875) el texto del poema franco-italiano, anterior quizá en ochenta años al de Adenet.

[p. 194]. [1] . Tanto en el poema de Adenès, como en el texto franco-itálico, lo que distingue a Berta es únicamente el tener los pies demasiado grandes. En los Reali el tener un pie más grande que otro: «Aveva nome Berta del gran pié, perchè ella avea maggiore un poco un piè che l`altro, e quello era il piè destro» (cap. I).

[p. 195]. [1] . La Gran Conquista de Ultramar , ed. de Gayangos, pp. 175-178.

[p. 195]. [2] . Sobre las fuentes de este famoso libro, cuya primera edición se remonta a 1491, es magistral y definitivo el trabajo de Rajna, Ricerche intorno ai Reali di Francia (Bolonia, 1872, en la Collezione di Opere inedite o rare dei primi tre secoli della lingua).

En la misma colección puede leerse el texto publicado por un discípulo de Rajna: I Reali di Francia, di Andrea da Barberino, testo critico per cura di Guiseppe Vadelli (Bolonia, 1902).

[p. 195]. [3] . Romania , julio de 1873, p. 363.

[p. 196]. [1] . No viejo ni caduco, pero sí pequeño y deforme era ya Pipino en el poema franco-itálico: «Por que eo sui petit e desformé.» «Petit homo est, mais grosso e quarré.»

[p. 197]. [1] . Aunque el desatino de hacer enamorada a Berta pertenece, con todas sus consecuencias, a Antonio de Eslava, debe advertirse que ya en el poema bilingüe de la Biblioteca Marciana, seguido en esta parte por el compilador de I Reali , era Berta la que proponía la sustitución y por un motivo verdaderamente absurdo. Llegando a París fatigada del viaje, ruega a la hija del conde de Maganza Belencer que la reemplace en el lecho de Pipino durante la primera noche de bodas, pero fingiéndose enferma para que el rey no llegue a tocarla. Con fingirlo ella misma se hubiera ahorrado el engaño de la falsa amiga. En la Crónica rimada de Felipe Mouskes, que escribía hacia 1243, la reina alega un motivo obsceno para hacerse sustituir por su sierva Alista. En el poema de Adenès, Berta consiente en la superchería, porque su sierva Margista (el ama de la Crónica General) la ha hecho creer que el Rey quiera matarla en la primera noche de bodas.

[p. 197]. [2] . ¡Cuán lejano está esto de la delicadeza y elevación moral del texto de Adenès! en que Berta, que había hecho voto de no revelar su nombre más que cuando viese en peligro su castidad, exclama, perseguida por el rey en el bosque de Mans: «Soy reina de Francia, mujer del rey Pipino, hija del rey Flores y de la reina Blancaflor, y os prohibo, en nombre de Dios que gobierna el mundo, hacer ninguna cosa que pueda deshonrarme: antes preferiría ser muerta, y Dios venga en mi ayuda.»

[p. 201]. [1] . Vid. G. París, Histoire poétique de Charlemagne, pp. 170-409; Guessard, en la Bibliothèque de l'Ecole des Chartes , 1856, pág. 393 y siguientes, y muy especialmente Rajna, Ricerche intorno ai Reali di Francia , pág. 253 y ss.

[p. 202]. [1] . Le prime imprese del conte Orlando di Messer Lodovico Dolce, da lui composte in ottava rima, con argomenti ed allegorie. All'Illustriss. et Eccellentiss. Signor Francesco Maria della Rovere Prencipe d'Urbino. Vinegia, appresso Gabriel Giolito de Ferrari , 1572. 4.º

[p. 202]. [2] . El nascimiento y primeras Empressas del conde Orlando. Tradvzidas por Pero Lopez Enriquez de Calatayud, Regidor de Valladolid . Valladolid, por Diego Fernández de Córdoba y Oviedo. Sin año, pero la fecha 1594 se infiere del privilegio.

[p. 202]. [3] . Impresa en la Parte 19.ª de sus Comedias y en el tomo XIII de la edición académica.

[p. 205]. [1] . Historia de la linda Melosina de Juan de Arras.

Colofón: Fenesce la ystoria de Melosina empremida en Tholosa por los honorables e discretos maestros Juan paris e Estevan Clebat alemanes que con grand diligencia la hizieron pasar de frances en Castellano. E despues de muy emendada la mandaron imprimir. En el año del Señor de mill e quatrocientos e ochenta e nueue años a XIII dias del mes de julio.

Hay otras ediciones de Valencia, 1512 y Sevilla, 1526.

[p. 206]. [1] . No conozco más que por referencias estos trabajos de Garnett, ni aún puedo recordar a punto fijo dónde los he visto citados. Pero como no gusto de engalanarme con plumas ajenas, y se trata de un descubrimiento de alguna importancia, he creído justo indicar que un inglés había notado antes que yo la analogía entre la novela de Eslava y La Tempestad . Los comentadores de Shakespeare que tengo a mano no señalan más fuentes que una relación de viajes y naufragios, impresa en 1610 con el título de The Discovery of the Bermudas or Devil's Island , y una comedia alemana del notario de Nuremberg Jacobo Ayrer, La hermosa Sidea (Die Schöne Sidea) , fundada al parecer en otra inglesa, que pudo conocer Shakespeare, y de la cual supone Tieck que el gran poeta tomó la idea de la conexión que establece entre Próspero y Alonso, Miranda y Fernando. Pero, según Gervinus, a esto o poco más se reduce la semejanza entre ambas obras. Vid. Shakespeare Commentaries by Dr. G. Gervinus... Translated... by F. E. Bunnèt , Londres, 1883, página 778.

Tampoco Ulrici acepta la conjetura de Tieck, y aun sin tener noticia de las Noches de Invierno , se inclina a admitir la hipótesis de una novela española antigua que pudo servir de fuente común a Shakespeare y al autor de una antigua balada, descubierta por Collier, que la publicó en la Quarterly Review , 1840. Siento no conocer esta balada.

Vid. Shakespeare´s Dramatic Art, History and character of Shakespeare Plays. By Dr. Hermann Ulrici. Translated from the third edition of the German. .. by L. Dora Schmitz, Londres, 1876, Tomo II, pp. 38-39, nota.

[p. 211]. [1] . Vid. Perott (Joseph de), The probable source of the plot of Shakespeare's «Tempest» (En las Publications of the Clark Universsity Library Worcester, Mass. Octubre de 1905).

[p. 211]. [2] . No ha faltado quien sospechase, pero esto parece ya demasiada sutileza, que este mismo título de una de las últimas comedias de Shakespeare (Winter´s tale) era reminiscencia de las Noches , de Eslava.

[p. 212]. [1] . No he podido encontrar un rarísimo pliego suelto gótico que describe Salvá (n. 1.179 de su Catálogo) y contenía un cuento en prosa, Como vn rustico labrador egaño a vnos mercaderes , cuatro hojas, sin lugar ni año, hacia 1510, según el parecer de aquel bibliógrafo. Sir Thomas Grenvill e tuvo otra edición del mismo pliego con el título algo diverso, Como vn rustico labrador astucioso con cosejo de su mujer engaño a vnos mercaderes . Supongo que hoy parará en el Museo Británico.

[p. 213]. [1] . Es el 4.º del Novellino . Notó antes que nadie esta semejanza Morel-Fatio.

«Fra Girolamo da Spoleto con un osso di corpo morto fa credere al popolo Sorrentino sia il braccio di Santo Luca: il compagno gli dà contra: lui prega Iddio che ne dimostri miracolo: il compagno finge cascar morto, ed esso oramai lo ritorna in vita; e per li doppi miracoli raduna assai moneta, diventane prelato, e col compagno poltroneggia.»

(Il Novellino di Masuccio Salernitano , ed. de Settembrini, p. 53 y ss.).

[p. 213]. [2] . Esta imitación fué ya indicada en la History of fiction de Dunlop (trad. alemana de Liebrecht, p. 268). Es la novela 41 de Masuccio (p. 425). Due cavalieri fiorentini se innamorano de due sorelle fiorentine, son necessitati ritornarsi in Francia. Una delle quelle con una sentenziosa intramessa de un falso diamante fa tutti doi ritornare in Fiorenza, e con una strana maniera godono a la fine di loro amore .

De estas y otras imitaciones trataré en sus lugares respectivos. Aquí basta indicarlas.

[p. 213]. [3] . Véase el primer tomo de la presente obra, pág. CDLVIII. [Vol. II página 257. Ed. Nac.]

[p. 214]. [1] . Las ediciones más antiguas del Galateo que citan los bibliógrafos son: la de Zaragoza, 1593; la de Barcelona, 1595 y la de Madrid, 1599; pero debe de haberlas algo anteriores, puesto que la dedicatoria está firmada a 10 de enero de 1582. La más antigua de las que he manejado es la siguiente:

—Galateo Español. Agora de nuevo corregido y emendado. Autor Lucas Gracian Dantisco criado de su Magestad. Impresso en Valencia, en casa de Pedro Patricio Mey . 1601. A costa de Balthasar Simon mercader de libros.

8.º, 239 pp. (por errata 293).

Aprobación del Dr. Pedro Juan Asensio, por comisión del patriarca don Juan de Ribera (20 de marzo de 1601).

«Aviendo visto en el discurso de mi vida por esperiencia todas las reglas de este libro, me parecio aprovecharme de las más, que para el tiempo de la juventud puede ser de consideracion, traduziendolas del Galateo Italiano, y añadiendo al proposito otros Cuentos y cosas que yo he visto y oydo; los quales serviran de sainete y halago, para pasar sin mal sabor las pildoras de una amable reprehension que este libro haze. Que aunque va embuelto en cuentos y donayres, no dexara de aprovechar a quien tuviere necessidad de alguno destos avisos, si ya no tuviere tan amarga la boca, y estragado el gusto, que nada le parezca bien...»

Sonetos laudatorios del Licenciado Gaspar de Morales, de Lope de Vega y de un anónimo.

Todo el libro está lleno de cuentecillos, unos traducidos del italiano y otros originales de Gracián Dantisco.

—Galateo Español. Agora nueuamente impresso, y emendado. Avtor Lucas Gracian Dantisco. criado de su Magestad. Y de nueuo va añadido el destierro de la ignorancia, que es Quaternario de auisos conuenientes a este nuestro Galateo. Y la vida de Lazarillo de Tormes, castigado. Con licencia. En Valladolid. Por Luis Sanchez. Año de 1603. A costa de Miguel Martinez.

8.º, 6 hs. prls. y 295 pp. dobles.

Página. 171. «Destierro de ignorancia. Nueuamente compuesto y sacado a luz en lengua Italiana por Horacio Riminaldo Boloñés. Y agora traduzido de lengua Italiana en Castellana. Con licencia. En Valladolid. Por Luys Sanchez. Año M.DCIII.

«Es obra muy prouechosa y de gran curiosidad y artificio: porque cifrandose todo lo que en ella se contiene debaxo del numero de quatro, discurre con él por todo el Abecedario, començando primeramente por cosas que tienen por principio la letra A desta suerte...»

Fol. 217. Lazarillo de Tormes, castigado. Agora nueuamente impresso,  y emendado.

Hay reimpresiones de 1632, 1637, 1664, 1722, 1728, 1746, 1769 y otras varias.

[p. 215]. [1] . Página 151 de la ed. de Valencia, 1601.

[p. 216]. [1] . Páginas 154-179.

Esta novelita llegó a ser tan popular, que todavía se hizo de ella una edición de cordel a mediados del siglo XVIII.

Historia del Gran Soldan con los amores de la linda Axa y Principe de Napoles. Cordoba, Juan Rodriguez de la Torre . Sin año.

Modernamente la refundió Trueba en uno de sus Cuentos Populares que lleva por título El Príncipe Desmemoriado .

[p. 216]. [2] . Páginas 179-180.

[p. 217]. [1] . La extensión que ha tomado el presente capítulo me obliga a diferir para el volumen siguiente, que será el tercero de estos Orígenes de la novela , el estudio de las novelas de costumbres y de las novelas dramáticas anteriores a Cervantes. En él se encontrarán también las noticias críticas y bibliográficas de algunos diálogos satíricos afines a la novela, cuyo texto va incluido en el presente volumen.

[p. 217]. [2] . Nota del Colector .—La fecha es la determinación del 2.º volumen de la primera edición de Orígenes de la Novela.