II.- ESPAÑA ROMANA: L. ANNEO SÉNECA
Inicia la serie de nuestros polígrafos el que entre ellos, y por pertenecer no a la cultura española, sino a la general, quizá más facilidades presente de investigación, ya por el grande influjo que como educador moral ejerció en el mundo todo, ya también por las infinitas obras y concienzudos trabajos que acerca de su persona y producciones reunimos; circunstancias por ningún otro presentadas dentro de nuestra historia científica, la cual no puede ofrecer carácter parecido al de Séneca por lo tocante a su popularidad. Esto le semeja a Platón y Aristóteles –desde luego en una esfera más limitada, la ética práctica-, haciéndole compartir con ellos el cetro de la hegemonía intelectual durante el largo período de la Edad Media y el Renacimiento. Tropezamos, sin embargo, con la dificultad de decir lo anteriormente sabido y escrito relativo a Séneca sin caer en la mera recopilación, haciendo labor de propia cuenta. Para obviarla procuraremos dar a nuestras investigaciones tinte original, especialmente en lo que atañe al pensamiento español y a nuestra cultura tradicional. No es esto afirmar que vaya a ser nuevo cuanto digamos. Muchas cosas referiremos de antiguo aprendidas entre las personas cultas, y vulgarizadas en obras magistrales sobre la civilización helénica y la del primer siglo del Imperio Romano, leídas y meditadas por los que se consagran a estos estudios. Únicamente a modo de recuerdo, expondremos algunas ideas acerca de la aparición y el desenvolvimiento de las escuelas filosóficas griegas en Roma, con especialidad del estoicismo, el cual hubo de adquirir una especie de segunda vida, supliendo su falta de base metafísica con un carácter práctico de moralidad, en algo semejante al Cristianismo primitivo. [p. 149] También hablaremos en esta introducción de la tan conocida y dramática historia del Imperio Romano en el primer siglo de su existencia, particularmente de los reinados de Calígula, Claudio y Nerón, período en el cual Séneca vivió, representando un papel importantísimo. Esto dicho, conozcamos el método que hemos de seguir.
Debe comprender el estudio de Séneca como polígrafo: 1.º La exposición de su biografía, recordando las fuentes de que para ello nos valemos y prescindiendo de minucias bibliográficas. 2.º El catálogo de sus obras y las convenientes noticias e indicaciones críticas para la más fácil inteligencia y discernimiento, así de las que se perdieron, como de las que conservamos en estado fragmentario o que erróneamente se le atribuyen. 3.º El estudio de su sistema metafísico deducido de los pocos pasajes, pero interesantes, que nos legó en dos de sus principales obras; [1] porque, si bien es ante todo moralista, su moral está fundada en una metafísica que será más o menos ecléctica, más o menos razonada, pero que no deja por eso de ser una metafísica al fin y al cabo. En este punto estudiaremos, por tanto, sus conceptos de Dios, del Universos, del alma humana, conceptos que en parte son del estoicismo y en parte también distintos de los de Zenón. 4.º Sistema moral, causa de su continua nombradía. 5.º Influencia de Séneca en las edades todas, singularmente en Quevedo, Rousseau y Diderot, apuntando los rasgos característicos del pensamiento español que se encuentran en sus obras, su popularidad asombrosas, y, por último, la mayor o menor probabilidad de sus relaciones con el Cristianismo.
Hay todavía en el estudio de Séneca una parte de gran interés: sus tragedias; monumento, según hemos dicho, de familia, en las cuales hemos de ver una causa principalísima del inmenso prestigio que durante mucho tiempo después de su muerte conservó su nombre y que son, a la vez, las últimas muestras que del teatro romano han llegado a nosotros. Dentro de la enumeración de los hechos externos de la vida de Séneca, se impone [p. 150] otro preámbulo como este que trazamos a su biografía: el relativo a la disparidad de los informes concernientes a su discutida conducta moral, y a las fuentes de nuestro estudio. Son éstas pocas en número, discordes y con sensibles lagunas y vacíos; cosa tanto más lamentable cuanto que se trata de una personalidad que alcanza muy alta representación en la historia de su siglo. Moralista de primer orden, especie de director de la conciencia de sus contemporáneos, hay necesidad de tener presente cuanto de Séneca escribieron detractores y panegiristas, conviniendo saber si estuvo su conducta en contradicción con su moral, o si, por el contrario, hubo ecuación perfecta entre sus enseñanzas y algunos actos discutibles de su vida.
Estimamos como fuentes, por lo que hace relación a este punto, los datos recogidos de sus propios escritos, o sean los que encontramos en algunas de sus Epístolas a Lucilio [1] y en sus Tratados de Consolación, [2] toda vez que no conservamos de él Memorias. En estos libros, no sólo da noticias relativas a su persona, cosa extraña en aquel tiempo, sino que, además, hace indicaciones de su vida interna, confidencias personales acerca de su modo de ser psicológico y moral, revelaciones íntimas, tales que constituirían Memorias propiamente dichas de no estar todo ello diseminado y como repartido en sus diferentes obras. Hay que consultar asimismo lo que nos dicen Tácito, en sus Anales; Suetonio, en sus Doce Césares; Dion Casio, en su Historia Romana. Tocante al estilo de Séneca, apreciaremos las referencias conservadas en Fronton, en Aulo Gelio, y más detenidamente en Quintiliano, no sin antes discurrir, siquiera con [p. 151] brevedad, acerca del valor de cada una de ellas, empezando por la obra de más cuenta, por los Anales [1] de Cayo Cornelio Tácito, monumento admirable (el primero de la historiografía romana), y si incompleto [2] suficiente para nuestro propósito. [3]
Los Anales de Tácito, escritos por quien como nadie se preciaba de representar la tradición semiestoica, no por completo abrazada, como sabemos, por nuestro filósofo, han de adolecer indudablemente de cierta acritud hostil, pero con todo, y a través de las graves acusaciones que formula, muéstrase el gran historiador un tanto favorable al maestro de Nerón; pudiéndose decir que es el primer escritor serio que ha tratado de la vida de Séneca, si bien está demostrando a la continua que pertenecía a ese partido de oposición virtuosa, especie, repetimos, de estoicismo que tanta influencia tuvo bajo los primeros Césares y tanto brilló en los Flavios y Antoninos, llegando a su apogeo al subir al solio imperial Marco Aurelio.
Conviene, para juzgar con imparcialidad el valor que deben merecernos las opiniones que los referidos testimonios nos han dejado acerca de la persona de Séneca, de su moral y de su gusto literario, apreciar las tres reacciones por aquel entonces acaecidas. Política la primera, siguió inmediatamente al triunfo de [p. 152] Vespasiano y Tito, no acabando ni con los frenéticos furores de Domiciano, y tenía por objeto afear la memoria de Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón. Cuéntase del mismo Vespasiano que ordenó a Cluvio hiciese tres libelos, intitulado uno de ellos Martirologio de las víctimas de Nerón y como éste infinidad de ellos, de los cuales el mismo Tácito asegura que, aun diciendo en parte la verdad, estaban inspirados a menudo en los odios y pasiones de circunstancias.
Menos hay que notar de Cayo Suetonio Tranquilo (especie de Varrón de la decadencia), colector de anécdotas acerca de Los Doce Césares , de curiosas noticias literarias en su obra de De Viris Illustribus , de la cual nos restan, algo mutilados, los capítulos. De Claris Grammaticis y De Claris Rhetoribus , y de algunas biografías de poetas, más o menos abreviados o alterados; escritos, desde luego ajenos a nuestro propósito, si exceptuamos el primero de los citados, o sean, Los Doce Césares. [1]
Pero donde se encuentra reunido el mayor número de acusaciones contra el polígrafo cordobés, y donde mayor carácter de gravedad revisten también, es en Dios Casio, griego de nacimiento y de lengua, autor poco leído ni digno de serlo por su estilo, aun cuando curioso por el número de noticias que supo reunir: escribió una Historia Romana en 80 libros, desde los más antiguos tiempos, hasta Alejandro Severo; trabajo perdido en su mayor parte, pues no se conservan de los 35 primero libros sino algunos trozos inconexos, e insignificantes reliquias del LV en adelante. Los XIX libros del XXXV a LIV, son los que existen casi completos, pudiendo servir para subsanar la falta hasta el LXXX el compendio o extracto, casi cronológico, del monje Xiphilino, que vivió hacia el siglo XI, y en donde se leen los mayores cargos contra Séneca. Al formularlos, debió de guiarse Dion Casio por el libelo de un tal Suilio, Magistrado y Gobernador concusionario del tiempo de Nerón, procesado por Séneca a causa de sus latrocinios, y que lo escribió para vengarse, [p. 153] consiguiendo con ello ser nuevamente perseguido por calumniador y que el Senado en justicia le condenase. Tiene la conjetura tanto más fundamento, cuanto que el tono y carácter de la obra manifiestan bien a las claras que Dion Casio no pudo tener animadversión contra Séneca, a quien apenas nombra al hablar de Calígula, siendo, todo lo más, eco póstumo de los odios que abrigara respecto del filósofo cordobés algún escritor más antiguo, casi con seguridad Suilio. Con todo, preséntase Dion Casio diligente y severo; experto en las cosas públicas, con gran conocimiento de las leyes, costumbres e instituciones de todos los pueblos y señaladamente del romano, lo que le daría lugar preferente entre los historiadores de su edad si se revelase menos intolerante con los hombres y no tan benévolo con las supersticiones paganas. Estos antecedentes, junto con la especie de reacción política de que dejamos hecho mérito, y que en parte él representaba, explican sus dicterios contra Séneca. [1]
Paladín de otra reacción, la simbolizada por la escuela nueva, que bien puede llamarse romántica dentro del clasicismo romano, y en un orden por completo literario, debe considerarse al retórico de tiempo de Domiciano, al calagurritano M. Fabio Quintiliano, decidido defensor de la antigua forma, y el más ardiente mantenedor de los triunfos de Cicerón, a quien siempre cita como modelo con lo cual dicho queda el juicio que le merecería la hinchada y altisonante declamación de nuestro polígrafo, no obstante reconocer en él algunos méritos, lo que quizás hiciera obligado por su espíritu culto y por el deseo constante de no traspasar los límites que le imponía su gusto acendrado, lo que hoy llamaríamos buen gusto. [2]
No rayó, ni con mucho, a la altura de Quintiliano, aun [p. 154] siendo en su época personaje de los más distinguidos y, desde luego, el que mejor representa su fisonomía, Marco Cornelio Frontón de Cirta (hacia 100-175 después de J. C.), ya famoso como orador desde los días de Adriano, nombrado por Antonio Pío preceptor de Marco Aurelio y de L. Vero y Cónsul en 143, gran corruptor del estilo, de positivo influjo en las costumbres y uno de los que con más dureza se significan contra Séneca; cosa que nada tiene de extraño, considerando los malos vientos que por entonces corrían para las ideas senequistas. [1]
Aulo Gelio pertenece a la misma escuela arcaica de Frontón, si bien tenía más de arqueólogo que de gramático, siendo de escasa importancia lo que escribe acerca de Séneca. [2] Los veinte libros de sus Noches Áticas son fuente inagotable de rarísimas curiosidades y anécdotas, no solamente gramaticales, sino literarias, aunque su crítica sea pobre y estrecha y sus noticias carezcan de todo método, como por la generalidad acontece en estos libros de misceláneas, que tanto abundan en la decadencia de las dos literaturas clásicas.
La cuestión relativa a la moralidad de Séneca-el cual hasta entonces era tenido como Padre de la Iglesia, pues Tácito no fué leído hasta el siglo XV, y además, ni le ultraja en gran manera, ni le hace desmerecer en gloria-adquiere gran importancia en el siglo XVII, con motivo del descubrimiento de Dión Casio, mejor, del Códice de Xiphilino, continuando desde entonces hasta hoy con idéntica efervescencia. No vamos a discutir, que fuera pueril hacerlo, las relaciones más o menos lícitas de Séneca con Agripina, ni menos la casi bélica contienda mantenida en el siglo XVIII entre Tiraboschi, el gran historiador, por un lado, [p. 155] y Lampillas, Andrés, Serrano, [1] por otro; pero sí entraremos, siquiera sea de corrida, en el apologético de Diderot (Sobre la vida de Séneca el Filósofo, sus escritos y los reinados de Claudio y de Nerón); apologético tan sólo escrito para hacer resaltar la oposición que él creía existir entre las ideas de Séneca y las de los Santos Padres. Tuvo Diderot adversarios que le combatieron con la misma virulencia por él empleada, sin que consiguieran el uno ni los otros aportar datos nuevos a la discusión.
Y no paró en el siglo XVIII este alegato contra o en favor de la inmoralidad de Séneca: en nuestros mismos días, por el año 1885, se han publicados dos libros, francés el uno, alemán el otro, defendiendo briosamente los actos del filósofo-bien que como de soslayo-y atribuyendo la muerte de Agripina, no al asesinato, sino al suicidio, lo cual tanto vale como defender lo indefendible. Va esto dirigido a disculpar el mensaje, manifiestamente de Séneca, dirigido por Nerón al Senado a causa de la muerte de su madre.
Para nuestro estudio nos atendremos a los tres primeros citados historiadores (con especialidad a Tácito y a las referencias de Séneca), olvidando las posteriores publicaciones, ora con carácter ditirámbico, ora pacifico o crítico; insuficientes para destruir antiguos testimonios.
P. DE LIÑÁN Y EGUIZÁBAL.
(En la revista La Ciudad de Dios.)
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[p. 156] III.- ESPAÑA ROMANA: ANNEO SÉNECA
Nació Séneca en año que aún no ha podido fijarse con entera seguridad, probablemente hacia el 750 de la fundación de Roma, o sea, cuatro años antes de la era vulgar.
Su patria, Córdoba, sí que se encuentra consignada por los antiguos y hasta por él mismo, que repetidas veces alude a ella en sus obras: Cordubensis nostri Municipii . Vió, pues, la luz en la región de España, que quizá recibió los primeros gérmenes de una cultura, ya floreciente, según Estrabón, en la época de los Turdetanos.
Su familia era ilustre, rica y considerada entre las gentes patrias. Marco Anneo Séneca, su padre, primer individuo de la gens Annea , pertenecía al orden ecuestre, fué magistrado y agricultor en la Bética, y por su propio hijo sabemos que era de carácter rígido y chapado a la antigua. En tiempo de Augusto, pasó a Roma, donde se cree tuvo escuela oratoria, lo que dió lugar a que se le designase con el sobrenombre de el Retórico , para distinguirle de su hijo Lucio Anneo, comúnmente llamado Séneca el Filósofo . Fué, sin embargo, aquél, más bien que retórico, el colector, poco afortunado, de un género de discusiones que los antiguos llamaban Suasorias y Controversias.
Esta colección de trozos de discursos, que había oído en su juventud de boca de los más famosos oradores que sucedieron a Cicerón, hízola en su vejez a ruego de sus hijos Lucio, Novato y Mela, ayudado por su portentosa memoria que le permitía repetir quinientos versos seguidos y recordar palabra por palabra las estrambóticas declamaciones de sus contemporáneos.
La mayor parte de dichos fragmentos son muestras de esa clase de ejercicios oratorios, verdadera esgrima de escuela, juego [p. 157] pueril en que se complací entonces míseramente la juventud romana, discutiendo con detestable estilo causas fingidas de extravagante asunto, de forma absurda y pésimo gusto. Arte declamatorio, en suma, falso y envervante, que había sustituído a aquella magna et oratoria eloquentia de la era de Augusto, que vibró y fulminó en la tribuna y en el foro y murió al sucumbir las libertades romanas.
Erudito recopilador por puro dilettantismo de tan abigarrado género oratorio, protesta, sin embargo, como crítico, del mal gusto dominante en su época y del que él mismo no consigue librarse; consigna excelentes doctrinas en su prólogos de las Controversias y Suasorias -documentos curiosísimos para el estudio de la historia literaria de su tiempo-; suspira por la grande y viril elocuencia, ya perdida; siente y deplora su decadencia, que combate en todas sus formas y agrádale tan sólo el modo de decir enérgico y agreste de Porcio Latrón, su genial paisano.
Si al afán declamatorio, triunfante en su siglo, y del cual él por necesidad tuvo que sufrir la influencia, se añade la tendencia común a los retóricos de la Bética, entonces en boga, hacia la hinchazón y el énfasis, abuso de color y conceptismo, aún debemos considerar más digno de encomio, que tratase de poner un dique al desbordamiento del mal gusto; aunque desgraciadamente fuera mayor entre sus coetáneos el influjo de los ejemplos perniciosos que recopiló, que el de sus sanos preceptos.
Lejos, pues, de ser el fautor de los vicios literarios de su época, es censor vehementísimo de ellos, y, como preceptista, puede, en cierto modo, ser considerado como discípulo de Marco Tulio y predecesor de Quintiliano; no obstante de que, como ya hemos dicho, sufriera el contagio funesto de la mala retórica imperante, contagio que comunicó a su hijo Lucio Anneo.
En la educación de éste se combinaron dos direcciones: beneficiosa la una para formar su carácter y desdichada la otra.
En su juventud, mostró Séneca aficiones no sólo a la filosofía teórica, sino también a la práctica puesto que sabemos que observó la abstinencia pitagórica y los austeros principios de los estoicos; que aprendió de los griegos Sotion y Atalo, y [p. 158] de los romanos Demetrio el Cínico y Papiro Fabiano, todos ellos famosos en Roma, y de los que el mismo Séneca dejó cariñosos recuerdos en sus escritos, y especialmente, en sus Cartas a Lucilio . A estos filósofos debió la parte robusta y viril de su carácter. Lástima grande que la segunda tendencia de que ya hemos hablado, la enervante manía retórica que formaba a la sazón el ambiente de Roma, se mezclase a su severa educación filosófica, haciendo que Séneca fuera a la vez que filósofo estoico, orador aplaudido y retórico a la moda. De aquí, esa especie de contradicción entre sus ideas y su estilo, entre su moral y algunas de sus acciones.
Ya en tiempos de Calígula se ejercitó en el foro, por consejo de su padre, y además desempeñó los cargos de cuestor y senador. Sus éxitos juveniles le hicieron caer en desgracia del extravagante Calígula, que no carecía de un cierto buen gusto, pero que entre sus locuras tenía la de creerse literato y, sobre todo, gran orador, y que llegó a decir de los discursos de Séneca, que parecían hechos de cal sin arena por lo abundantes en sentencias y faltos de trabazón.
Esta envidia imperial llegó a exacerbarse de tal modo, que Calígula pensó en matarlo y sólo desistió de su propósito (según cuenta Dion Casio), convencido por una de sus concubinas, de que siendo tan mala la salud del desmedrado filósofo, pronto se vería libre de él y de sus discursos, sin necesidad de acudir a la violencia. Realmente, la salud de Séneca no debía ser por aquel entonces muy buena (aunque él acaso por precaución exagerase sus dolencias); puesto que influído por la enseñanza de los pitagóricos, se ejercitó en la abstinencia, renunciando al lujo y a los placeres de la mesa; siendo su vida de asceta pagano, vivo contraste de la opulenta y corrompida de los romanos de su tiempo.
No creyéndose todavía seguro y aprovechándose de la estancia de Casio Pollion, su tío, en Egipto, en calidad de prefecto, huyó a las orillas del Nilo. Este viaje fué ocasión de que escribiese dos libros, que se han perdido, acerca de Egipto el uno y de la India el otro. Algunos eruditos, juzgando por los títulos de estas obras, afirmaron que Séneca viajó por la Persia la Bactriana y la India; pero la verdad es, que nosotros no [p. 159] sabemos nada de positivo acerca de estos viajes a los que Séneca no alude en sus obras conocidas.
Lo que sí demuestran estos libros es una curiosidad científica hacia el estudio de la Naturaleza, tan poco frecuente entre los romanos, que casi constituye una excepción en Plinio, y que en Séneca también se manifiesta en sus Cuestiones naturales , especie de manual de física, no falto de observación propia, y que aventaja a cuanto sobre el particular escribieron los romanos.
A su regreso de Egipto abrió una escuela en Roma que se vió muy concurrida. Pero acusado por Mesalina-ignórase con qué fundamento-de sostener relaciones adúlteras con Julia Livilla, hija de Germánico, fué desterrado por Claudio a la isla de Córcega. La semejanza de la causa del destierro de Séneca-según el sospechoso y tardío testimonio de Dion Casio-con la del de Ovidio, nos hace imaginar que acaso se haya atribuído equivocamente al extrañamiento de Séneca la misma causa que provocó el destierro del autor de las Metamorfosis . Por lo demás, sería inútilmente ridículo el pretender hoy averiguar la verdad de la existencia de estos amores, así como también de los que le han supuesto con Agripina. Tal discusión recordaría cómicamente la cruenta disputa sostenida en sus asperezas de Sierra Morena entre Don Quijote y Cardenio, sobre si la reina Madásima tuvo o no amores con el maestro Elisabad...
Durante los ocho años de la estancia del filósofo en Córcega, se dedicó a sus investigaciones morales y cosmológicas y escribió además varios epigramas (únicos versos sueltos que de él nos quedan) y tres Consolaciones a Helvia, su madre; a Marcia y a Polibio. ¡Curioso contraste literario y moral el que ofrecen el primero y el último de estos documentos!
La Consolación a Helvia , en la que hace un magnífico retrato de su atribulada madre, es propia de un moralista incorruptible; moralista que desaparece en absoluto entre las bajezas de la desgraciada Consolación a Polibio , digna de ser comparada con la más triste y humilde de las elegías ovidianas.
Adula en ella la vanidad literaria del liberto, que se sentía hombre de letras con la misma razón que su amo el Emperador Claudio, que también se creía literato a pesar de ser un [p. 160] imbécil. Con el pretexto de consolar a Polibio de la muerte de su hermano, nuestro moralista, abandonado ya por su estoica filosofía, enaltece la gloria de vivir cerca del Emperador y le ruega que interceda para que termine su destierro.
De simple flaqueza literaria podría benévolamente calificarse esta especie de memorial, sin el chocante contraste que ofrece con el libelo vulgarmente llamado Apokolokynthosis, o sea, Transformación de Claudio en Calabaza , escrito por Séneca en los comienzos del reinado de Nerón, y en el que manifiesta en toda su crudeza su verdadero juicio-que era el de todos los romanos-acerca del ya muerto Emperador. Esta donosa sátira, comparable a los Diálogos de Luciano, es una especie de Menipea , escrita en prosa y verso, digna de la fama y del ingenio de Lucio Anneo.
Aunque con ello no demos una gran idea de la firmeza de carácter de nuestro biografiado, nos vemos obligados a reconocer que la misma mano que escribió la ampulosa, fría y pesada Consolación a Polibio , fué la que trazó los sangrientos perfiles del libelo contra Claudio. Diderot, entre otros, negó la autenticidad de la primera; en cambio; los escritores enemigos del filósofo han supuesto que el segundo no sea suyo. Medios ambos muy socorridos para defender la propia opinión apasionada. Nosotros, prescindiendo de estos juicios extremosos, admitimos como del mismo autor ambos documentos.
La subida de Agripina al solio imperial cambió los destinos del filósofo. Queriendo la Emperatriz dar satisfacción al mundo intelectual romano, que volvía sus ojos hacia el desterrado de Córcega, le designó para dirigir la educación de Nerón. ¿Cómo cumplió Séneca tan importante cometido? Muy mal, si sólo juzgásemos por los actos del discípulo.
Es cierto que en el llamado «quinquenio neroniano», Séneca, ayudado por el prefecto Burrhus, consiguió contener los feroces instintos de Nerón y atenuar la depravación de su gusto artístico. En las provincias donde sólo llegaban los decretos imperiales, obra de Séneca, acerca de la administración (excelente, según Dion mismo atestigua), se tenía un buen concepto de Nerón, hasta el punto de que a su muerte varios impostores tomaron su nombre para sublevar aquellas regiones.
[p. 161] Nerón, naturaleza vesánica, como la de casi todos los descendientes del matrimonio de Augusto con Livia, tenía el espíritu viciado por una cierta literatura que le llevaba a realizar en la vida lo que en el arte no podía ejecutar por falta de recursos artísticos. Era un mediocre-con todos los vicios inseparables de la mediocridad-que no sólo envidiaba, sino perseguía de muerte a los literatos de valer. Su reinado fué de un romanticismo sanguinario y fúnebre, a la vez que voluptuoso y brutal, que llegó al colmo de lo horrible después de la muerte de Agripina.
Séneca tuvo en estas tendencias de Nerón una parte de culpa. Aunque era un gran moralista, hemos visto ya en él con toda claridad sus inclinaciones a la decadencia y al mal gusto. Estas inclinaciones que en el maestro-gran artista-se exteriorizan (atenuadas en parte por su genio), en los atroces argumentos de sus tragedias, que no son otra cosa que declamaciones en verso; en el discípulo-artista frustrado-que en cambio contaba con la voluntad y con el poder, se tradujeron en hechos. No pudiendo escribir tragedias, las vivió.
La influencia perniciosa que la literatura declamatoria de Séneca ejerció en el Emperador, fué en parte compensada por la sabia y consoladora doctrina de su Ética y de los libros De Ira y De Clementia , que le dedicó.
Durante los primeros cinco años pudo contrarrestrar un tanto sus instintos perversos; pero viéndose más adelante impotente para refrenarlos, fué poco a poco retirándose de los negocios. Desgraciadamente, aún tenía alguna parte en ellos cuando se sometió al parricidio contra Agripina.
Éste es el punto más sombrío de la vida de Séneca y uno de los más oscuros de la historia. Hasta el mismo Tácito no nos puede inspirar absoluta confianza, puesto que no es difícil descubrir en el pasaje de su historia que dedica a este drama, una tendencia a hacer efecto, a componer el cuadro.
Los apologistas de Séneca notan ciertas inverosimilitudes en los preparativos de la trirreme, en el modo de salvarse Agripina a nado en Baia y en la escena entre Nerón, Séneca y Burrhus. Aun siguiendo a la letra a Tácito, vemos que Séneca sólo tomó una parte indirecta en los hechos. El ilustre historiador [p. 162] con un estilo sobrio y elocuente, en él tan habitual, cuenta que al saber Nerón por el liberto de Agripina que ésta se había salvado, consultó con Séneca y Burrhus; les dijo que Agripina había querido matarle y les enseñó el puñal con que lo intentara, pidiéndoles consejo. Miráronse Burrhus y Séneca, y este último más fácil en expedientes- hactenus promptior -preguntó si se podría contar con los pretorianos. La respuesta fué negativa y Tácito añade (aunque sin asegurarlo), que entonces Nerón, sin consultar más, ordenó al liberto Niceto que asesinase a la Emperatriz.
Muerta Agripina, Nerón envió un mensaje dando cuenta de su fallecimiento al Senado, documento que redactó Séneca. En las noticias que de él nos trasmite Tácito, se ve patente el afán de justificarse. Sin embargo, del único fragmento que del famoso mensaje nos queda en las Instituciones Oratorias de Quintiliano, se puede deducir que Séneca creía que Agripina había intentado matar a su hijo, dándose muerte después. De cualquier modo que los hechos ocurrieran, madre e hijo tenían poco que echarse en cara y el testimonio de Tácito es más contra Nerón y contra toda la familia de Augusto que contra el filósofo cordobés.
Después de la muerte de Agripina los favoritos de Nerón trataron de indisponerle con su maestro, diciéndole que éste con sus cuantiosas riquezas-que parece ascendían a 300 millones de sextercios-quería formarse un partido en Roma anulando a Nerón. Séneca, previendo el peligro, pidió permiso al Emperador para cederle sus inmensos dominios-entre los que se contaban jardines espléndidos, descritos por Juvenal-y retirarse al campo. Tácito pone en boca del filósofo un discurso admirable con este argumento, y otro en la de Nerón, rehusando la oferta y manifestándole su filial cariño. No fiándose Séneca, renunció a su fastuoso tren de vida, licenció gran número de libertos y se fingió enfermo de la gota, retirándose a una de sus haciendas con Paulina, su mujer, y dedicándose a las especulaciones filosóficas.
Trató Nerón, en vano, de envenenarle, porque Séneca en su retiro sólo se alimentaba de frutos y bebía agua solamente. Por fin pudo Nerón realizar descaradamente sus deseos de [p. 163] matar a su maestro, aprovechando como pretexto la conspiración de Pisón. No hay indicios de que en ella tomase parte Lucio Anneo, aunque sí se sabe que estaban complicados su hermano Mela y su sobrino el poeta Lucano. Parte de los conjurados pretendían-según Tácito-hacerle emperador por sus virtudes. Cosa que no demuestra la complicidad del filósofo en la conjuración, sino solamente el gran concepto en que se le tenía por sus méritos.
Rodeado de sus amigos y secretarios cumplió la orden de Nerón, abriéndose las venas. Como por su mucha edad la sangre corriese con lentitud, tomó la cicuta, pero no le produjo efecto alguno. Por último, se hizo conducir a un baño caliente. Al entrar en él echó agua sobre los esclavos que le rodeaban, pronunciando filosóficas sentencias, murió con la estoica serenidad que convenía al autor de las Epístolas a Lucilio , el año 68 de J. C., octavo del reinado de Nerón.
[p. 164] IV.-ESPAÑA ROMANA. CATÁLOGO Y
CLASIFICACIÓN
DE LAS OBRAS
DE SÉNECA
Como complemento de la biografía e historia externa de Séneca, expondremos a continuación el cuadro general de sus obras, enumerándolas y clasificándolas.
Aun cuando son muchas y tan diversas las que de él han llegado a nosotros, bastantes son también las que en el transcurso del tiempo se han perdido y conocemos tan sólo por simples fragmentos o meras alusiones.
De Filosofía natural, por ejemplo, leyeron los latinos además de las Cuestiones Naturales , las siguientes obras: un libro sobre los terremotos (De motu terrarum) , que escribió Séneca siendo joven; otro de Mineralogía, acerca de las piedras (De lapidum natura); otro sobre los peces (De piscibus); un tratado de Cosmología (De forma mundi) , y los libros ya indicados sobre la India (De situ Indiae) y el Egipto (De situ et sacris Aegyptiorum).
De Filosofía moral hanse perdido también sus escritos (Moralis philosophiae libri... Exhortationes, De Officiis, De innatura morte, De matrimonio, De paupertate, De suspertitione) . Esta última obra de Séneca existía aún en tiempo de San Agustín, que la cita en su Ciudad de Dios por el interés que ofrecían las noticias curiosas que había en ella acerca de Mitología y del estado social del primero siglo del Imperio Romano.
No nos queda tampoco sus discursos, y ya hemos dicho que fué orador político y forense, ni los documentos públicos (mensajes, oraciones, etc., que escribió para Nerón). Sabemos también que era muy considerado como poeta, pero sólo nos quedan las tragedias y epigramas antes citados. Además, [p. 165] escribió una biografía de su padre, un elogio de Mesalina, varias cartas a Novato y Cesonio Máximo; todo lo cual se ha perdido. Pero lo que resta de él basta para que admiremos su mente luminosa y sus condiciones de pensador, moralista y poeta, que le hacen digno de su fama de gran polígrafo.
La más simple clasificación que podemos hacer de sus escritos, es la siguiente: Obra en prosa y composiciones en verso.
Al primer grupo pertenecen: Las Cuestiones naturales, dedicadas a Lucilio (Naturalium Quaestionum libri VII) . Tratado de Cosmología y Física, que aún servía de texto en la Edad Media. De Clementia , dos libros, de los cuales el segundo no está completo. De beneficiis , siete libros. Epistolae ad Lucilium, son veinte libros que contienen 124 epístolas. Dialogorum libri XII, que comprenden las siguientes obras: un libro De Providentia, otro De Constantia sapientis, tres libros De Ira , uno De Consolatione ad Marciam , otro De Vita beata , un opúsculo de Otio (incompleto), uno De tranquillitate animi, otro De brevitate vitae y las Consolationes a Polibio y a Helvia.
Debemos advertir que estos tratados se designan en el códice más antiguo con el nombre de Diálogos, no por las razones a que obedece Platón al dar este calificativo a sus obras, sino en el sentido estoico; es decir, porque el filósofo habla en ellos como si estuviese ante sí un interlocutor, a cuyas supuestas objeciones responde.
Antes de enumerar las obras que pertenecen al segundo grupo de nuestra clasificación, debemos, desde luego, fechar, por falta de datos, la existencia de un Séneca, el Trágico , diferente de Lucio Anneo.
De las tragedias a él atribuídas, cuatro (Medea, Hipólito, Edipo y Las Troyanas) son indudablemente suyas, según el testimonio de Quintiliano. Las demás (Hércules furioso, Las Fenicias, Agamenón, Thyestes, Hércules en el Eta) , muy conformes con el estilo y caracteres de las tragedias auténticas de Séneca, deben de estar escritas por discípulos inmediatos y acaso parientes del maestro, puesto que sabemos que su hermano y algunos de sus sobrinos, se dedicaban a la literatura. Las referidas tragedias están tomadas de Sófocles y Eurípides. La única de argumento romano y en la que figura como personaje el [p. 166] propio Séneca, la Octavia, debió de ser hecha con posterioridad a la muerte de Nerón, de cuya caída en ella se habla, y probablemente por Floro, amigo de Adriano, y quizá de la gens Annea.
La colección de estas tragedias (Senecanum opus) , de rigurosa autenticidad las unas, y atribuídas, con más o menos fundamento las demás a nuestro trágico, están inspiradas, como la Farsalia , en un concepto de estoicismo práctico, y en la forma ostentan un carácter uniforme de ampulosidad y de romanticismo.
Además de la colección de tragedias, debemos citar las siguientes composiciones en verso: A Córcega, A la ciudad de Córdoba, A un amigo, Contra un enemigo, Poder del tiempo, Un voto, Epitafio . Finalmente, también incluímos en este grupo, aunque parte de ella esté escrita en prosa, la Apokolokyntosis , título que se ve sustituído en algunos códices por este otro: Divi Claudii Apotheosis a Seneca per saturam.
A la fama de que gozaron las obras de moral de Séneca se debió no sólo que fuesen copiadas con esmero, sino el que algunos autores tratasen de dar autoridad a sus trabajos atribuyéndoselos al filósofo cordobés. En este caso se encuentran las 14 epístolas a San Pablo, hoy de indiscutible falsedad, pero que San Agustín y San Jerónimo citan como auténticas.
En la Edad Media era tanto el renombre de Séneca que se le atribuyeron: La obra de San Martín Dumiense, Obispo de Braga, que floreció en el 560; un compendio de historia romana, de Floro; y con algo más de fundamento la obra de Petrarca, De remediis utriusque fortunae, para la cual el escritor italiano aprovechó el tema y varios fragmentos del trabajo de Séneca. De remediis fortuitorum, que se había perdido.
Los manuscritos de las obras en prosa de Séneca son numerosos, pero en su mayoría de fechas recientes. Los más antiguos son el Mediolanensis del siglo IX, el Memmianus y el Bongarsianus (perdidos) y un Berlinensis del siglo XIII. Para la primera parte de las Epístolas, un Parisinus; para la segunda, los manuscritos de Bamberg y de Strasburgo del IX y del X. Notabilísimo el códice de la Ambrosiana de Milán, el siglo IX, que contiene doce Diálogos y ha servido de base de las ediciones modernas.
[p. 167] La edición princeps de las obras en prosa de Séneca hízose en Nápoles en 1475. De las tragedias hay fragmentos en un códice de miscelánea del siglo IX al X. Pero el que tiene mayor número es el códice florentino de la Medicea, que ha servido de base principal para las ediciones críticas modernas. Entre éstas las dos más aceptables son las de Fickert y Haase. La segunda (Leipzig, 1878), que es la más usual forma parte de la edición de Teubner. Para el teatro de Séneca es la más corriente la de F. Leo. Berlín, 1879.
Los mejores comentaristas de Séneca fueron Erasmo, Muret, Justo Lipsio, Ruhkopf, Fickert, Diderot, Rousseau, Quevedo y Martín del Río. Y en nuestros días Haase, Baehrens, Cornelissenj Madvig, De Maistre, Fleury, Aubertin, Prevost-Paradol, Gastón Boissier y Martha.
M.[ANUEL] M.[ULTEDO].
(De El Globo, Madrid.)
[p. 168] V.-INFLUENCIA FILOSÓFICA Y MORAL DE SÉNECA [1]
La cuestión de las relaciones de San Pablo y Sénca, pueden considerarse como el primer capítulo de la historia de la influencia de Séneca en el pensamiento filosófico y moral de las generaciones sucesivas.
Explicación de esta influencia. Sus caracteres. Séneca influye más por sentencias y aforismos aislados que por el conjunto de su doctrina. Influye principalmente como moralista. La eficacia de su pensamiento ético es independiente de la metafísica estoica, que paulatinamente y por las tendencias del genio romano, iba quedando relegada a segundo lugar, aun entre los estoicos mismos. Así como el eclecticismo de Séneca le había permitido adoptar ideas de diversas procedencias, así esta misma amplitud en algunos puntos y lo que llamaban los antiguos la poca diligencia o precisión de su filosofía teorética, contribuyó acaso a hacer más duradera su influencia moral, y a que ésta pudiera acomodarse a hombres de diversas escuelas, de diversos tiempos y hasta de religiones distintas. Contribuyó también al crédito persistente de las enseñanzas de Séneca su estilo, que tiene grandes defectos, pero también grandes cualidades: brillante, rico de antítesis y de imágenes, rico en fórmulas de inmejorable [p. 169] concisión, lleno por una parte de ingenio y agudeza (elemento intelectual) y por otra de color y vibración nerviosa, estilo febril y agitado que parece reproducir las convulsiones de una sociedad enferma; estilo romántico dentro de la antigüedad, estilo de escuela cordobesa, abundante en sorpresas, donde las ideas cruzan como relámpagos, estilo admirable en su propio desorden, aunque no pueda proponerse como tipo de belleza clásica y aunque fatigue la imaginación por exceso de brillantez y el entendimiento por exceso de sutileza; estilo caracterizado por una continua efusión de luz, que sin intermitencia deslumbra los ojos, y que principalmente carece de claro-oscuro. A esta opulencia fastuosa del estilo, que contrasta con la austeridad de la doctrina y con el corte seco y rígido de las cláusulas y al modo original con que Séneca renueva todos los lugares comunes, se debe en parte su prestigio, pero se debe, sobre todo, a lo elevado de su ideal ético y al sentimiento exquisito y a veces gracioso, que tuvo de la belleza moral, al tono familiar y cariñoso de su enseñanza, a la fuerza trágica con que expone los conflictos y las angustias de la conciencia y a la emoción personal que pone en sus predicaciones, al interés dramático que sabe comunicar a los problemas morales, rompiendo con la luminosa serenidad de la filosofía antigua: todo lo cual hace de él un escritor esencialmente moderno, un filósofo doméstico, un consolador de las almas afligidas.
Nunca ha influído por el conjunto de su sistema, pero puede decirse que ha influído siempre y que su espíritu vive perenne no sólo en la moral práctica, sino en ciertos puntos de filosofía trascendental: influye por las tendencias eclécticas o más bien armónicas de su pensamiento; por la conciliación entre los conceptos platónicos de la idea y aristotélico de la forma; influye, sobre todo, por su filosofía de la voluntad (Fichte, Maine de Biran, Schopenhauer...), y por su doctrina de la conciencia, y de la inmanencia de Dios en el fondo del alma.
Entre los antiguos, los gramáticos y retóricos como Quintiliano, Fronton y Aulo Gelio, le zahieren y tienen en poco por su estilo. Los filósofos, los moralistas como Epicteto y Marco Aurelio desarrollan y continúan ampliamente sus enseñanzas. El estoicismo sentado en el trono imperial.
[p. 170] Los cristianos le adoptan. La Edad Media cree en el cristianismo de Séneca, y aunque no influye en el organismo de la escolástica, como otros filósofos más metódicos, principalmente Aristóteles, sirve de fondo a todas las compilaciones morales, a todos los centones de máximas, que suelen decorarse con los nombres de Séneca y Catón , como tipos de la sabiduría moral y práctica entre los antiguos. El nombre de Séneca, principalmente en su patria, España, llega a hacerse sinónimo de sabiduría. El de De remediis fortuitorum del Petrarca pasó por de Séneca.
El Renacimiento niega el cristianismo de Séneca (Luis Vives y Erasmo, los primeros); pero sigue venerándole como rey de los moralistas. Montaigne se funda principalmente en las máximas de Plutarco y de Séneca, y llama la doctrina de éste la Crème , es decir, la nata de la filosofía. Muchas veces traduce a Séneca sin decirlo y le mezcla con las conclusiones de su propio escepticismo risueño y mundano.
Renacimiento erudito del estoicismo. Justo Lipsio levanta un monumento a la gloria de la filosofía de Séneca. Síguenle muchos españoles, especialmente Quevedo y Gracián (Malebranche). Los cartesianos le tienen en poco.
Séneca en los moralistas franceses del siglo XVI: Le Rochefoucauld, La Bruyère. Séneca en el siglo XVIII: J. Jacobo Rousseau, mezcla de estoico y de cínico, repite muchas de las paradojas de Séneca en la carta sobre los espectáculos, en el discurso sobre la desigualdad de las condiciones, en la carta sobre el suicidio inserta en La Nueva Eloísa ; el famoso trozo del Emilio declamando contra el uso de comer carne de animales, procede de Séneca.
Entusiasmo delirante de Diderot por Séneca, y fogosa apología que hace de su vida y doctrinas.
La Harpe contra Séneca.
Séneca en los filósofos de la voluntad:
A) El estoicismo Kantiano. La crítica de la Razón práctica. El Imperativo categórico. Las teorías estéticas y la práctica dramática de Schiller. Escritos morales de Fichte (Discursos a la nación alemana) . Introducción a la vida bienaventurada, etc.
B) Maine de Brian, reacciona contra la ideología [p. 171] sensualista, partiendo de un punto de vista psicológico análogo al de Séneca: teoría del esfuerzo voluntario.
C) Influencia de Séneca en el pesimismo de Schopenhauer, tanto por su doctrina de la voluntad, como por sus aforismos prácticos. Gracián, sirve de alzo entre Séneca y Schopenhauer. Acción inconsciente de la voluntad en Schopenhauer: filosofía del dolor y de la muerte.
Acción consciente y libre de la voluntad en Séneca (filosofía del ser y de la vida).
D) Séneca en España. Primer senequista español, San Martín Dumiense (siglo VI), oriundo de Panonia (actual Hungría), catequista de los suevos (De differentiis quatuor virtutum, Formula vitae honestae, De moribus, etc.). Sus obras llegaron a confundirse durante la Edad Media con las de Séneca, cuya doctrina reproducen, aunque cistianizada.
Siglos XIII y XIV. En las compilaciones morales de estos siglos predominan las sentencias arábigas, pero hay también muchas de Séneca («El de Córdoba») con preferencia a las de cualquier otro filósofo gentil. (Libro de los doce sabios, Poridat de Poridades, Bonium, Flores de Philosophia, Livre de la Saviesa, Castigos et documentos de Don Sancho, etc.)
Siglo XV. La influencia latina, pero mucho más de Séneca que de M. Tulio, triunfa de la influencia oriental en nuestros moralistas. Virtuosa Bemfeitoria , del Infante Don Pedro; Lea Conselheiro , del rey Don Duarte; Fernán Pérez de Guzmán, traductor de las epístolas; don Alonso de Cartagena, Obispo de Burgos, traductor de varios tratados De vita beata, De providentia, etc. Dice de Séneca que «puso tan menudas y juntas las reglas de la virtud en estilo elocuente, como si bordara una ropa de argentería, bien obrada en ciencia, en el muy lindo paño de la elocuencia».
El Dr. Pedro Díaz de Toledo, traductor y glosador de los Proverbios . «En él se mezcla la influencia platónica con la de Séneca.»
El Rey de Aragón Alfonso V. Traductor de las epístolas de Sénca en la poesía moral; (El Marqués de Santillana, Bias contra Fortuna , etc.).
[p. 172] Siglo XVI. El pensamiento armónico de la metafísica de Séneca reaparece en Fox Morcillo.
En el siglo XVI, sin embargo, los metafísicos predominan sobre los moralistas: es la edad de oro del genio nacional: aristotelismo alejandrista, helenista o clásico (Sepúlveda, Govea, Cardillo, Nuñez), el antiaristotelismo y ramismo (Herrera, Núñez Vela, el Brocense ). Platonismo y neo-platonismo (León Hebrero, Fox Morcillo). Pensadores independientes-filosofía crítica, vivismo o eclectismo español-(Vives, Gómez Pereyra, Vallés, Huarte, doña Oliva, Francisco Sánchez). Peripatismo escolástico (Suárez, Vázquez, etc.). Entre los místicos y ascéticos sólo Fr. Luis de León aparece influído por conceptos estoicos («Dichoso el que jamás ni ley ni fuero...»).
En el siglo XVII se imponen los moralistas: Razzia [sic] pesimista. Su influencia en la poesía: la epístola moral.
El senequismo del siglo XVII: Quevedo, Saavedra Fajardo (más bien Tácito y Maquiavelo que Séneca), Baltasar Gracián.
Libros de Nuñez de Castro, Martín Rizo, Díaz de Aux y otros muchos, en pro y en contra de Séneca ( Séneca juez de sí mismo, Séneca contra Séneca, Séneca y Nerón, etc.). El Heráclito y Demócrito , de Alonso López de Vega, «que en el ingenio parece un Séneca y en el decir le excede». Riqueza de la literatura senequista en el siglo pasado.
Todavía pueden encontrarse rastros del estoicismo de Séneca en Quintana («granos todos de incienso...») y de su estilo brillante, antitético y paradójico, en los escritos filosóficos de Donoso Cortés, que parece el último retoño de la escuela cordobesa.
M. MENÉNDEZ PELAYO.
[p. 149]. [1] Nota de Menéndez Pelayo .-Sus Epístolas a Lucilio y sus Consolidaciones (a Hevia, a Marcia y a Polibio). Más adelante se indican las ediciones que aprovechamos para las referencias.
[p. 150]. [1] Nota de Menéndez Pelayo.-Especialmente las 49, 98 y 108. Para las citas directas entiéndase, tanto en este caso como en los sucesivos, que nos referiremos a la edición grande de Nisard (París, Dubochet et Cie); en las españolas seguimos la versión de la Biblioteca Clásica, por don F. Navarro y Calvo (Madrid, 1884), tomo LXVI.
[p. 150]. [2] Nota de Menéndez Pelayo.-Sobre todo el dedicado a su madre. Pueden utilizarse también: De Tranquillitate animi, De Otio ad Serenum y De Vita Beata, donde se hallan datos autobriográficos. Tenemos estos tratados magistralmente traducidos al castellano por el licenciado Pedro Fernández de Navarrete, como puede verse en ediciones de todos conocidas, en las Bibliotecas de AA. EE., en la Clásica y en la Economía Filosófica.
[p. 151]. [1] Nota de Menéndez Pelayo .-Hacen relación a Séneca: XII, 8, 3; XIII, 2, 11, 13, 42; XIV, 52, 53; XV, 60, 62, 63, 65, etc, de la edición Nisard. Para las citas españolas nos valemos de la clásica traducción de Carlos Coloma (2.ª edición acompañada del texto latino, con licencia, Madrid, Imprenta Real, 1794), corregida e ilustrada por don Cayetano Sixto, presbítero, y don Joaquín Ezquerra, tomo II, folio.
[p. 151]. [2] Nota de Menéndez Pelayo.- No conocemos más que el primero y último tercio: los cuatro primeros libros, fragmentos del V y VI, y desde el XI al XVI, con mutilaciones al comienzo y al fin. Nos falta, por tanto, el reinado de Calígula, el principio del de Claudio hasta el año 47 y los años 66-68 del de Nerón. Están escritos en tiempo de Nerva y Trajano, a la vista de preciosas Memorias , entre ellas las de la emperatriz Agripina.
[p. 151]. [3] Nota del Colector.- En la reseña de esta conferencia publicada por M. M. (Manuel Multedo) en El Globo de 18 de noviembre de 1896, se añade al llegar a este punto lo siguiente: «Respecto a filosofía, ningún testimonio nos será dable hallar. Con él murió la corta tradición filosófica latina, que empieza en Cicerón y acaba en Séneca. Después habla en griego, v. gr., en los Soliloquios de Marco Aurelio.»
[p. 152]. [1] Nota de Menéndez Pelayo.- Véase, sólo desde un aspecto anecdótico, el reinado de los tres Césares, que ocupó la vida del filósofo, ed. Nisard. Poseemos ed. castellana de la Biblioteca Clásica , hecha por F. Norberto Castilla (Madrid, 1883), tomo LXIV.
[p. 153]. [1] Nota de Menéndez Pelayo.- No conocemos traducción castellana impresa de este libro. Una de las mejores del texto latino es: Dionis Cassii: Historiae Romanae quae extant, ed. F. W. Sturz.-Lipsiae, 1824-25, ocho vol. in 8.º La comúnmente citada es la greco-latina de Didot.
[p. 153]. [2] Nota de Menéndez Pelayo.- IX, 2, 8; X, 1, último de Nisard. Aprovechamos para las referencias castellanas la traducción de los PP. Rodríguez y Sandier, de las Escuelas Pías, anotada según la ed. Rollin.-Madrid, Imprenta-Administración del Real Arbitrio de Beneficencia, 1799, tomo II, 4.º
[p. 154]. [1] Nota de Menéndez Pelayo.- La última edición de Frontón (su Correspondencia con M. Aurelio, y sus Tratados de Elocuencia y Oraciones , etc), después de la de A. Mai y la recensión de Del Riu, «recensuit S. A. Naber», según Teuffel, se ha publicado en Leipzing, Teubner, 1867, XXXVI + 296 páginas.
[p. 154]. [2] Nota de Menéndez Pelayo.- Lib. XII, cap. II de Nisard. Puede consultarse con fruto la traducción española, inserta en la Biblioteca Clásica , por don F. Navarro y Calvo, tomo II. Madrid, Hernando, 1893. Hacen también relación a Séneca, aun cuando de pasada, entre los antiguos: Marcial, VII, 44 (a la pág. 440-41 de la ed. esp. de Capalleja); Juvenal, V, 119; Plinio (N. H., XIV, 51), etc., etc.
[p. 155]. [1] Nota del Colector.- La reseña de Multedo en El Globo , añade: «que se creían obligados a defenderlo, no ya por sus méritos o por espíritu de justicia, sino por vanidad nacional, empleando todo género de argucias y nimiedades».
[p. 168]. [1] Nota del Colector.- No hemos podido hallar desgraciadamente reseñas de las lecciones correspondientes a los apartados 3.º y 4.º en los que habló Menéndez Pelayo de los sistemas metafísico y moral de Séneca, materia, sin duda, la más importante de cuanto dijo sobre el filósofo cordobés; pero ofrecemos en cambio al lector en las páginas que siguen un guión que sirvió al Maestro para la explicación en la cátedra del Ateneo.