Buscar: en esta colección | en esta obra
Obras completas de Menéndez... > BIBLIOTECA DE TRADUCTORES... > I : (ABENATAR–CORTÉS) > AGUILAR, JUAN DE

Datos del fragmento

Texto

[p. 38]

Cortas son las noticias biográficas que hemos podido allegar sobre este distinguido humanista, hijo de la escuela granadina. Sabemos únicamente que el licenciado Juan de Aguilar, natural de Rute, provincia de Córdoba, tuvo por segunda patria a la ciudad de Antequera, en donde enseñó letras humanas a fines del siglo decimosexto. Discípula suya fué la célebre poetisa doña Cristobalina Fernández de Alarcón, apellidada por sus contemporáneos Sibila de Andulucia y Décima musa antequerana. Tuvo nuestro autor estrecha amistad con el licenciado Juan de la Llana, natural de Antequera, con Pedro de Espinosa, antequerano también, con el maestro Francisco de Cascales, que le dirigió una de sus Cartas Filológicas, y con Lope de Vega, que le tributa el siguiente elogio en su Laurel de Apolo:

Y en la misma ciudad Aguilar sea
Su fama y su esperanza,
Y sin haberlo visto nadie crea
Que sin manos escribe.
Escribe, ingenio, y vive,
Estorbos fueron, vanos,
Pues el ingenio te sirvió de manos.

Indican las últimas palabras de este elogio que Aguilar careció de entrambas manos. Lo confirma Nicolás Antonio en el breve artículo que le dedica en su Bibliotheca Nova: «His virtutibus compensavit natura vitium, quo a ventre ipso matris (natum quippe truncis manibus) hominem deformaverat, in hoc tamen, si Deo placet, intenta, ut nec indigere membris ipsis ad membrorum usum videretur. Eâ enim dexteritate Joannes adprehenso inter extremitates brachiorum calamo formaret litteras ut nec peritissimis ejus artis concederet: adeo verum est quo intenderis [p. 39] naturam valore.» Como muestra de la elegancia con que Aguilar llegó a escribir el latín puede verse una carta suya a Justo Lipsio, publicada entre las epístolas de aquel varón insigne.

Escribió,además:

De sacrosanctæ Virginis Mariæ Montisacuti translatione et miraculis Panegyris. Malacæ, apud Joannem René Rabut, 1619, en 4.º Poema latino, hoy rarísimo.

Muchas epístolas latinas.

Traducciones

Puso en verso castellano muchas composiciones griegas y latinas, según refiere Nicolás Antonio, especialmente varios epigramas de Marcial y no pocas elegías de Ovidio. Todas estas versiones son hoy desconocidas.

Flores de poetas ilustres de España, recogidas por Pedro de Espinosa, natural de la ciudad de Antequera. Valladolid, 1605. En los preliminares de este libro se lee un epigrama latino de Juan de Aguilar, en elogio del autor y de su obra. Más adelante se inserta una traducción de la oda 2.ª del libro I de Horacio. Por su brevedad y por la rareza del libro en que se halla, la transcribimos a continuación, ya que han sido inútiles nuestras diligencias para hallar alguna otra muestra del talento poético de Juan de Aguilar:

ODA 2.ª DE HORACIO
Jam satis terris nivis atque diræ...
Ya el Padre Omnipotente
Cubrió de nieve y de granizo el mundo
Y con su mano ardiente,
Batiendo el sacro alcázar sin segundo
A Roma puso en un terror profundo.

En un espanto horrible
Y miedo puso a todos los vivientes,
Pensaban que el terrible
Siglo tornaba, que ahogó a las gentes
En agua y copiosísimas corrientes.
[p. 40] Pirra se condolía
Viendo mil novedades prodigiosas,
Cuando allí conducía
Proteo el ganado y focas espantosas
A los montes y peñas cavernosas.

Y mil varios pescados
Se vieron de los olmos en la altura,
Subidos y pegados,
Do fundó la paloma simple y pura
Bien conocida casa y mal segura.

Los gamos y las fieras,
Con un temor cobarde y sobresalto,
Olvidan sus carreras,
Nadando sobre el mar tendido y alto,
Dando en el agua un salto y otro salto.

Vimos el agua roja
Del Tíber, que violento sus corrientes
Del mar toscano arroja,
Retorciendo sus ondas y vertientes
Contra los edificios más potentes.

Parece que mostraba
Dar gusto el río al mujeril deseo,
Que mucho se quejaba
Ilia, y el Tíber con atroz meneo
Le promete vengar el hecho feo.

Abre con desatino
Por el siniestro lado un ancho seno,
Talando va el vecino
Campo romano de braveza lleno,
Lo cual no aprueba Júpiter por bueno.

Los mozos descendientes
Tendrán memoria del cruel castigo,
Y afilarán las gentes
El hierro cortador, y un ancho lago
Dará de sangre a nuestro vicio el pago.

¡Ay!, cuanto mejor fuera
Volver el duro y riguroso acero
Y el odio y rabia fiera
Contra el parto feroz, bravo guerrero
O contra el duro scita o persa fiero.

¿A cual deidad, pues, luego
El pueblo invocará para el caído
Imperio? ¿Con qué ruego
Las vírgenes piadosas y gemido
Fatigarán de Vesta el sordo oido?

Y el padre soberano,
[p. 41] ¿A quien dará el divino y santo cargo
Que con remedio sano
El daño limpie y cure mal tan largo,
Volviendo en dulce risa el llanto amargo?

Vén, pues, oh favorable
Apolo, anunciador del alegría,
Descubre el agradable
Rostro hermoso, y un dichoso día
Vestido de una blanca nube envía.

¡Oh tú, Venus graciosa!
Si te place, dé muestra el bello riso
Donde el gozo reposa,
Y dó el amor alegre nacer quiso,
Que torna el mundo en dulce paraíso.

Y tú, Marte encendido
Los ojos vuelve al pueblo que engendraste
Que despreciado ha sido,
En quien tu brava furia apacentaste;
Tan largo juego ya de espada baste.

A ti los alaridos
Y el confuso gritar, y las celadas
Lucidas y bramidos
Te agradan y del moro las espadas
(Que puesto a pié es mas fiero) ensangrentadas.

Tú que de grande altura
A la hija de Atlante nombre diste,
Mudada tu figura,
En vuelo venturoso descendiste
Y de este bello jóven te venciste,

Gustando de llamarte
De César vengador, ¡oh jóven claro!,
Al cielo, que es tu parte
Muy tarde vuelvas, y con gozo raro
Dés al romano pueblo eterno amparo,

Y algun ligero vuelo
No te nos quite; aunque los vicios nuestros
Te ofenden en el suelo,
Primero en él tus grandes triunfos diestros
Canten del sacro monte los maestros.

Ten por blasón honroso
Ser dicho padre y príncipe extremado,
Y al medo belicoso
No consientas correr en campo armado
Sin la pena debida a su pecado.

Notas