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Obras completas de Menéndez... > BIBLIOTECA DE TRADUCTORES... > I : (ABENATAR–CORTÉS) > CIENFUEGOS, NICASIO ÁLVAREZ DE

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[p. 338]

Nació en Madrid el 14 de diciembre de 1764. Estudió Filosofía y Derecho en la Universidad de Salamanca: allí contrajo estrecha amistad con Meléndez, que contribuyó a formar y dirigir su gusto poético. En la epístola titulada El recuerdo de mi adolescencia, conmemora los apacibles días que al lado de su maestro y amigo disfrutó en las márgenes del Tormes y en las espesuras de Otea. Terminada su carrera de Jurisprudencia, pasó Cienfuegos a Madrid y pronto se dió a conocer como poeta con algunas composiciones líricas, que corrieron de mano en mano con general aplauso. Deseando probar sus fuerzas en la dramática, escribió sucesivamente tres tragedias: Idomeneo, Zoraida, La Condesa de Castilla, ninguna de las cuales llegó a aparecer en público teatro, aunque se representaron en las casas de algunos Grandes, aficionados al arte de la declamación. El Gobierno de aquella era distinguióle con los honrosos cargos de director de la Gaceta y del Mercurio y primer oficial de la Secretaría de Estado. Sin más incidentes que alguna polémica literaria pasó quieta y sosegadamente su vida hasta el año fatal y gloriosísimo de 1808. Lo que entonces acaeció a Cienfuegos, Quintana lo dirá mejor que nosotros en el siguiente pasaje de sus Memorias: «Viéneme a la memoria que pocos días después encontrándome con Cienfuegos, a quien había hechos la misma proposición (de escribir en favor del Gobierno francés), y encontrado la misma repulsa, dándonos cuenta recíproca de nuestra aventura, concluyó con decirme: Nosotros hemos hecho lo que debíamos, venga después lo que quisiere: una vez se muere y no más. » La muerte, que ya le destruía, no le dejaba pensar más alegremente, pero no le abatía para pensar con flaqueza. Hombre digno, sin duda, de otros tiempos y de otro país donde se hiciera el debido aprecio de los talentos y de la virtud. [p. 339] Él estuvo para ser sacrificado por el feroz Murat sobre la sangre aun caliente de las víctimas de Mayo; él fué después arrancado casi moribundo del lecho en que yacía, para morir al llegar al territorio francés; él acabó así, como bueno, para no jurar fe a un tirano.» Y, en efecto, habiéndose publicado en la Gaceta un artículo contrario a los deseos de Murat, y esto pocos días después del 2 de Mayo, llamó aquel feroz caudillo a Cienfuegos y amenazóle de muerte si persistía en su actitud hostil a la política napoleónica. Contestó Cienfuegos con entereza, y respetárónle por entonces los franceses, pero en 1809, juzgando peligrosa su presencia en Madrid, condujéronle a Ortez, donde falleció a principios de julio. Allí descansan sus cenizas; allí, como cantó Lista,

La hermosa Ninfa del Adur vencido
Quiere aplacar con ruegos
La inexorable sombra de Cienfuegos.

¿Qué diremos de su mérito poético? Sobre ningún escritor del siglo XVIII ha habido tal discordancia de pareceres. Los hijos de la escuela salmantina le ensalzan a porfía como vate filosófico, melancólico, profundo; los de la escuela sevillana le respetan, y Lista, en especial, jamás le nombra sin veneración grande; en cambio, Moratín, el hijo, y sus secuaces Hermosilla, Tineo, Silvela y algún otro tiénenle por autor de pésimo gusto, hinchado y babilónico, lleno de afectación y amaneramiento en su sensibilidad y líricos arranques. Infinitas de sus frases y locuciones han quedado como tipos de extravagante neologismo, gracias a haberlas clavado Inarco en la picota de su Epístola a Andrés, y como si no bastara este fallo sin apelación, encargóse Hermosilla de triturar, moler y desmenuzar cada frase y cada verso de Cienfuegos en la sangrienta diatriba que tituló Juicio crítico de los principales poetas españoles de la última era. Hoy la crítica, distante ya de los bandos y pasiones literarias del siglo XVIII, ha venido a sentenciar en este litigio, declarando a Cienfuegos poeta de temple varonil, de altas ideas, de fuerzas y de nervio en el decir, pero de sentimiento escaso, y éste forzado, de más entusiasmo lírico aparente que real, ampuloso y declamatorio casi siempre, de gusto descaminado en el estilo, y de lenguaje sobre toda [p. 340] ponderación anárquico, neológico y anticastizo. [1] Estas bellezas y estos defectos son comunes a sus odas, epístolas y tragedias.

Sus obras son:

Elogio del Excmo. Sr. Marqués de Sta. Cruz, Director de la Real Academia Española, leído en la junta de 2 de noviembre de 1802 por D. Nicasio Álvarez Cienfuegos. (Noticia tomada del Memorial Literario.)

Discurso de recepción en la misma Academia. Impreso en el cuaderno 3.º de las Memorias de esta Corporación (Madrid, 1870).

Sinónimos y tratado del artículo. Madrid, en la Imprenta Real, año de 1830. Segunda edición microscópica unida a la de los Sinónimos, de Huerta. El tratado no es del artículo sino del adjetivo. Los sinónimos son en número de 41 y acreditan el claro discernimiento y saber filológico de Cienfuegos. Algunos habían sido ya publicados por el traductor del Blair, a quien se los comunicó nuestro poeta.

Muchos artículos de la Gaceta y especialmente del Mercurio.

Gramática filosófica de la lengua castellana, que parece haberse perdido.

Poesías de D. Nicasio Álvarez de Cienfuegos. Dedicadas a sus amigos. Madrid, 1798.

Poesías de Don Nicasio Álvarez de Cienfuegos. Con licencia. En Valencia: Por Ildefonso Mompié, 1816. Simple reproducción de la primera. Estas dos ediciones contienen, además de las poesías líricas, las tres tragedias Idomeneo, Zoraida, La Condesa de Castilla y una comedia, Las Hermanas Generosas, cada cual con su dedicatoria. Las obras dramáticas tienen paginación especial en la ed. de Valencia. Barcelona imp. de Brusi, 1822. Igual a las anteriores.

Poesías de D. Nicasio Álvarez de Cienfuegos. Madrid, en la [p. 341] Imprenta Real, 1816. 2 ts. Esta impresión más completa que las anteriores por contener una tragedia más, el Pítaco (presentada en concurso a la Academia Española y no premiada por sus ideas republicanas, aunque abrió a su autor las puertas de aquella sabia Corporación), y seis poesías líricas (En la ausencia de Cloe, La Rosa del desierto, Al marqués de Fuerte-Hijar, La Pastorcilla Enamorada, En alabanza de un carpintero y La Escuela del Sepulcro), igualmente inéditas, carece, sin embargo, de una oda a Bonaparte, inserta en las primeras, que el autor mandó suprimir si llegaban a reimprimirse sus obras, por «haberse hecho indigno de elogio Napoleón con sus posteriores usurpaciones y violencias». La ed. que acabamos de registrar se hizo de orden del Rey y con notable esmero.

La gloriosa muerte de Cienfuegos hizo acallar toda animadversión a sus ideas, y la censura tan vigilante y extremada en aquellos días dejó pasar el Pítaco y la Oda a un carpintero, llena de espíritu democrático y hasta inocentemente socialista.

Poesías de D. Nicasio, etc. (En el tomo LXVII de la Biblioteca de AA. Españoles, tercero de Poetas líricos del siglo XVIII, colección ordenada e ilustrada por el Excmo. señor D. L. A. de Cueto.) Hanse añadido a todas las poesías líricas antes conocidas otras nueve, imitadas del francés, para que acompañaran a la traducción castellana de la novela de Florián, Gonzalo de Córdoba.

En todas estas ediciones, desde la primera inclusive, se leen, traducidas en verso castellano, estas poesías:

Odas 1.ª, 2.ª, 3.ª y 4.ª de Anacreón (sic. por Anacreonte). De ellas dijo, no sin razón, Hermosilla, que prueban que el traductor sabía poco griego, pues incurre en graves lapsus, a pesar de tratarse de un texto tan sencillo. Pero aun es más lamentable el total alejamiento de la sencillez griega y el neologismo imperdonable de algunas frases, como la deslunada noche, la enastada frente y otras parecidas. El sepulcral olvido, el ornar con vanidades y otras expresiones hinchadas pertenecen al estilo de Cienfuegos, pero no al de Anacreonte.

Oda 5.ª del libro III de Horacio, Coelo Tonantem. Esta versión pasa generalmente por mala, sobre la fe y palabra de Burgos, que al juzgarla ásperamente tuvo la destreza de citar sólo la primera y la última estrofa, dechados de ampulosidad, extravagancias y [p. 342] mal gusto. Y, en efecto, quien sólo conozca de esta Oda el cargoso velar, la estruendosa Roma, los amables cultos y el Olimpo retemblante ha de creer forzosamente que para conocer a los clásicos en versiones semejantes, vale más no conocerlos absolutamente (frases de Burgos). Mas no lo dirá el que haya leído las estrofas que a continuación transcribimos y alguna más que aun pudiera citarse:

¿Qué fué su toga, su renombre y templos?
Tú lo previste, oh Régulo, que hollando
Pactos infames, ante el ara augusta
De la posteridad sacrificaste,
Con virtud despiadada,
La juventud romana cautivada.
«Yo lo vi, yo lo vi, dijo, enclavados
En los púnicos templos los pendones
E incruentas espadas, que el guerrero
Arrancar se dejó. Yo vi en las libres
Espaldas, entre lazos,
Los ciudadanos retorcidos brazos.
.....................................
¿Será que el oro de su vil rescate
Haga más fuerte al campeón esclavo?
Le hará más vil y engendrador de infames,
Que nunca tinta su color nativo
La lana ha recobrado,
Ni su valor el pecho amancillado.

Imprimióse por primera vez esta traducción en el Diario de Madrid de 9 de enero de 1795. En los números correspondientes al 21, 22 y 23 publicóse una crítica no mal encaminada. A ella contestó doctamente Cienfuegos en el número del 29 y siguientes.

Santander, 17 de marzo de 1876.

Notes

[p. 340]. [1] . Véanse juicios de Cienfuegos en Quintana, Introducción a la poesía del siglo XVIII; Marchena, Discurso Preliminar a sus Lecciones de Filosofía Moral, etc.; Hermosilla, Juicio Crítico, y aún embozadamente en el Arte de Hablar y en el Curso de Bellas Letras; Salvá, Gramática Castellana; Alcalá Galiano, Lecciones de Literatura del siglo XVIII y arte sobre Cienfuegos en el Laberinto; Martínez de la Rosa, Apéndices a la Poética; L. A. de Cueto, Bosquejo histórico-crítico de la poesía en el siglo XVIII, y otros.