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Obras completas de Menéndez... > ENSAYOS DE CRÍTICA FILOSÓFICA > V.—RAIMUNDO LULIO.—PRÓLOGO DE LA EDICIÓN DEL «BLANQUERNA», DE LULIO, PUBLICADA EN MADRID, EN 1883, POR LA BIBLIOTECA DE LA «REVISTA DE MADRID»

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I.—NOTICIAS DEL AUTOR Y DE SUS LIBROS

Pasaron, a Dios gracias, los tiempos de inaudita ligereza científica en que el nombre del iluminado Doctor sonaba como nombre de menosprecio, en que su Arte magna era calificada de arte deceptoria, máquina de pensar, jerga cabalística, método de impostura, ciencia de nombres, etc. ¡Cuánto daño hicieron Bacon y nuestro Padre Feijoo con sus magistrales sentencias sobre Lulio, cuyas obras declaraban enteramente vanas, sin haberlas leído! Es verdad que los lulianos, nunca extinguidos en España, se defendieron bien; pero como el siglo pasado gustaba más de decidir que de examinar, dió la razón a Feijoo, y por lo que toca a España, sus escritos se convirtieron en oráculo. Hoy ha venido, por dicha, una reacción luliana, gracias a los doctos trabajos e investigaciones de Helfferich, Roselló, Canalejas, Weyler y Laviña, Luanco, etc., no todos parciales o apologistas de Lulio, pero conformes en estudiarle por lo serio antes de hablar de él. [1] Ya no se tiene a Ramón Lull por un visionario, o, a lo sumo, por inventor de nuevas fórmulas lógicas, sino por pensador profundo y original, que buscó la unidad de la ciencia y quiso identificar la Lógica [p. 260] y la Metafísica, fundando una especie de realismo racional; por verdadero enciclopedista; por observador sagaz de la naturaleza, aunque sus títulos químicos sean falsos o dudosos; por egregio poeta y novelista, sin rival entre los cultivadores catalanes de la forma didáctica y de la simbólica, y, finalmente, por texto y modelo de lengua en la suya nativa. El pueblo mallorquín sigue venerándole como a mártir de la fe católica; la Iglesia ha aprobado este culto inmemorial, y se han desvanecido casi del todo las antiguas acusaciones contra la ortodoxia luliana.

La vida de Lulio, el catálogo de sus libros o la exposición de su sistema sería materia, no de breves páginas, sino de muchos y abultados volúmenes, sobre los ya existentes, que por sí solos forman una cumplida biblioteca.

La biografía de Lulio es una novela: pocas ofrecen más variedad y peripecias. [1] Nacido en Palma de Mallorca el 25 de enero de 1235, hijo de uno de los caballeros catalanes que siguieron a Don Jaime en la conquista de la mayor de las Baleares, entró desde muy joven en palacio, adonde le llamaba lo ilustre de su cuna. Liviana fué su juventud, pasada entre risas y devaneos, cuando no en torpes amoríos. Ni el alto cargo de Senescal que tenía en la corte del Rey de Mallorca, ni el matrimonio que por orden del monarca contrajo, fueron parte a traerle al buen camino. La tradición, inspiradora de muchos poetas, ha conservado el recuerdo de los amores de Raimundo con la hermosa genovesa Ambrosia del Castello (otros la llaman Leonor), en cuyo seguimiento penetró una vez a caballo por la iglesia de Santa [p. 261] Eulalia, con escándalo y horror de los fieles que asistían a los Divinos Oficios. Y añade la tradición que sólo pudo la dama contenerlo mostrándole su seno devorado por un cáncer. Entonces comprendió él la vanidad de los deleites y de la hermosura mundana; abandonó su casa, mujer e hijos; entregóse a las más duras penitencias, y sólo tuvo desde entonces dos amores: la Religión y la Ciencia, que en su entendimiento venían a hacerse una cosa misma. En el Desconort, su poema más notable recuerda, melancólicamente los extravíos de su juventud:

           Quant fui grans, e senti del mon sa vanitat,
       Comencey à far mal: é entrey en peccat;
       Oblidam lo ver Deus: seguent carnalitat, etc.

Tres pensamientos le dominaron desde el tiempo de su conversión: la cruzada a Tierra Santa, la predicación del Evangelio a judíos y mulsumanes, un método y una ciencia nueva que pudiese demostrar racionalmente las verdades de la Religión, para convencer a los que viven fuera de ella. Aquí está la clave de su vida: cuanto trabajó, viajó y escribió se refiere a este objeto supremo.

Para eso aprende el árabe, y retraído en el monte Randa, imagina su Arte universal, que tuvo de buena fe por inspiración divina, y así lo da a entender en el Desconort. Logra de Don Jaime II de Mallorca, en 1275, la creación de un colegio de lenguas orientales en Miramar, para que los religiosos Menores allí educados salgan a convertir a los sarracenos; fundación que aprueba Juan XXI en el año primero de su pontificado.

¡Qué vida la de Raimundo en Miramar y en Randa! Leyéndola tal como él la describe en su Blanquerna, se cree uno transportado a la Tebaida, y parece que tenemos a la vista la venerable figura de algún padre del yermo. Pero Dios no había hecho a Raimundo para la contemplación aislada y solitaria; era hombre de acción y de lucha, predicador, misionero, maestro, dotado de una elocuencia persuasiva, que llevaba tras sí las muchedumbres. Así le vemos dirigirse a Roma para impetrar de Nicolás III la misión de tres religiosos de San Francisco a Tartaria, y el permiso de ir a predicar él mismo la fe a los musulmanes, y emprende luego su peregrinación por Siria, Palestina, Egipto, Etiopía [p. 262] Mauritania, etc., [1] disputando en Bona con cincuenta doctores árabes, no sin exponerse a las iras del populacho, que le escarneció, golpeó y tiró de las barbas, según él mismo dice.

Vuelto a Europa, dedícase en Montpelier a la enseñanza de su Arte; logra del Papa Honorio IV la creación de otra escuela de lenguas orientales en Roma; permanece dos años en la Universidad de París, aprendiendo gramática y enseñando filosofía; insta a Nicolás IV para que llame a los pueblos cristianos a una cruzada; se embarca para Túnez, donde a duras penas logra salvar la vida entre los infieles, amotinados por sus predicaciones; acude a Bonifacio VIII con nuevos proyectos de cruzada, y en Chipre, en Armenia, en Rodas, en Malta, predica y escribe, sin dar reposo a la lengua ni a la pluma.

Nuevos viajes a Italia y a Provenza; más proyectos de cruzadas, oídos con desdén por el Rey de Aragón y por Clemente V; otra misión en la costa de África, donde se salva casi de milagro en Bugía; negociaciones con pisanos y genoveses, que le ofrecen 35.000 florines para ayudar a la guerra santa... [2] Nada de esto le aprovechó, y otra vez se frustaron sus planes. En cambio, la Universidad de París le autoriza en 1309 para enseñar públicamente su doctrina, verdadera máquina de guerra contra los averroístas, que allí dominaban.

En 1311 se presenta Raimundo al Concilio de Viena con varias peticiones: fundación de colegios de lenguas semíticas; reducción de las Órdenes militares a una sola; guerra santa, o, por lo menos, defensa y reparo a los cristianos de Armenia y Santos Lugares; prohibición del averroísmo y enseñanza de su arte en todas las Universidades. La primera proposición le fué concedida; de las otras se hizo poca cuenta.

Perdida por Lulio toda esperanza de que le ayudasen los poderosos de la tierra, aunque el Rey de Sicilia, Don Fadrique, se le mostraba propicio, y determinado a trabajar por su cuenta en la conversión de los mahometanos, se embarcó en Palma el 14 de agosto de 1314 con rumbo a Bugía, y allí alcanzó la corona del martirio, siendo apedreado por los infieles. Dos mercaderes [p. 263] genoveses le recogieron expirante, y trasladaron su cuerpo a Mallorca, donde fué recibido con veneración religiosa por los jurados de la ciudad, y sepultado en la sacristía del convento de San Francisco de Asís.

La fecha precisa de la muerte de Raimundo es el 30 de junio de 1315.

El culto a la memoria del mártir comenzó muy pronto: decíase que en su sepulcro se obraban milagros, y la veneración de los mallorquines al doctor iluminado fué autorizada, como culto inmemorial, por Clemente XIII y Pío VI. En varias ocasiones se ha intentado el proceso de canonización. Felipe II puso grande empeño en lograrla; y hace pocos años que el Sumo Pontífice Pío IX, ratificando su culto, le concedió Misa y rezo propios, y los honores de Beato, como le llamaron siempre los habitantes de Mallorca.

Este hombre extraordinario halló tiempo, a pesar de los devaneos de su mocedad, y de las incesantes peregrinaciones y fatigas de su edad madura, para componer más de quinientos libros, algunos de no pequeño volumen, cuáles poéticos, cuáles prosaicos, unos en latín, otros en su materna lengua catalana. El hacer aquí catálogo de ellos sería inoportuno y superfluo: vea el curioso los que formaron Alonso de Proaza (reproducido en la Bibliotheca, de N. Antonio); el doctor Dimas (manuscrito en la Biblioteca Nacional), y el doctor Arias de Loyola (manuscrito escurialense). Falta una edición completa; la de Maguncia (1731 y siguientes), en diez tomos folio, no abraza ni la mitad de los escritos lulianos. Ha de advertirse, sin embargo, que algunos tratados suenan con dos o tres rótulos diversos, y que otros son meras repeticiones.

Entre los libros que pertenecen al Arte o lógica luliana, de algunos de los cuales hay colección impresa en Strasburgo, 1609, descuella el Ars magna generalis et ultima, [1] ilustrada por el Ars brevis y por las diversas artes inventivas, demostrativas y expositivas. Igual objeto llevan el De ascensu et descensu intellectus, la [p. 264] Tabula generalis ad omnes scientias applicabilis, empezada en el puerto de Túnez el 15 de septiembre de 1292, y, sobre todo, el Arbor scientiae, obra de las más extensas y curiosas de Lulio, que usó en ella la forma didáctica simbólica, ilustrando con apólogos el árbol ejemplifical.

Entre los opúsculos de polémica filosófica descuella la Lamentatio duodecim principiorum philosophiae contra Averroístas. Como místico, su grande obra es el Líber contemplationis; como teólogo racional, el De articulis fidei, además de sus varias disputas con los sarracenos. Numerosos tratados de lógica, retórica, metafísica, derecho, medicina y matemáticas completan la enciclopedia luliana. Libros de moral práctica, en forma novelesca, son el Blanquerna y el del Orden de la caballería, imitados por don Juan Manuel en el De los Estados y en el Del Caballero y del Escudero. Novelesca es también en parte la forma del Llibre de maravelles, que contiene la única redacción española conocida del apólogo de Renart. Las poesías de Lull, coleccionadas por el señor Roselló (que es de sentir admitiese algunas, a todas luces apócrifas, como las Cobles de alquimia y la Conquista de Mallorca, forjada indudablemente por algún curioso de nuestros días), son: ya didácticas, como L'Aplicació de l'art general , la Medicina del Peccat y el Dictat de Ramón; ya líricas, como el Plant de nostra dona Santa María, Lo cant de Ramón, y dos canciones intercaladas en el Blanquerna; ya lírico-didácticas, como el hermoso poema del Desconort, y hasta cierto punto Els cent noms de Deu, donde la efusión lírica está ahogada por la sequedad de las fórmulas lulianas. [1]

[p. 265] Dos caracteres distinguen a la doctrina luliana, uno externo y otro interno: es popular y armónica. Prescinde de todo aparato erudito; apenas se encontrará en los escritos de Lulio una cita; todo aparece como infuso y revelado. Para herir el alma de las muchedumbres se vale el filósofo mallorquín del simbolismo, de los schemas, como ahora se dice, o representaciones gráficas, de la alegoría, de la narración novelesca y del ritmo: hasta metrifica las reglas de la lógica.

Construye Lulio su sistema sobre el principio de unidad de la ciencia: toda ciencia particular, como todo atributo, entra en las casillas de su Arte, que es a la vez lógico y metafísico, porque R. Lulio pasa sin cesar de lo real a lo ideal y de la idea al símbolo. Pero no me pertenece hablar aquí de la lógica luliana, ni del juego de los términos, definiciones, condiciones y reglas, ni de aquel sistema prodigioso que en el Árbol de 1a Ciencia engarza con hilo de oro el mundo de la materia y el del espíritu, procediendo alternativamente por síntesis y análisis, tendiendo a reducir las discordancias y resolver las antinomias, para que, reducida a unidad la muchedumbre de las diferencias, como dijo el más elegante de los lulianos, venza y triunfe y ponga su silla, no como unidad panteística, sino como última razón de todo, aquella [p. 266] generación infinita, aquella espiración cumplida, eterna e infinitamente pasiva y activa a la vez, en quien la esencia y la existencia se compenetran, fuente de luz y foco de sabiduría y de grandeza. Esto me trae a los lindes de la teodicea luliana, en la cual debo entrar, ya que las audaces novedades del ermitaño mallorquín fueron calificadas por Eymerich y otros de manifiestas herejías, punto que conviene poner en claro.

II.—TEOLOGÍA RACIONAL DE LULIO.—SUS CONTROVERSIAS CON LOS AVERROÍSTAS

Para no extraviarnos en el juicio, conviene tener presente ante todo la doctrina de las relaciones entre la fe y la ciencia, tal como la expone Santo Tomás. En el capitulo III de la Semana contra gentes leemos: [1] «Hay dos órdenes de verdades en lo que de Dios se afirma: unas que exceden toda facultad del entendimiento humano, verbigracia, que Dios es trino y uno; otras que puede alcanzar la razón, por ejemplo, que Dios existe y que es uno, lo cual demostraron los filósofos guiados por la sola razón natural.» Y en la Suma Teológica (par. l.ª, q. II, art. II, añade: «No son estos artículos de la fe, sino preámbulos a los artículos.» La fe, por lo tanto, no está contra la razón, sino sobre la razón. Infiérese de aquí, y Santo Tomás lo dice expresamente, que la fe no puede ser demostrada, porque trasciende el humano entendimiento, y que en las discusiones contra infieles no se ha de atender a probar la fe, sino a defenderla. Yerran, pues, los que se obstinan en probar racionalmente la Trinidad y otros misterios, en vez de contentarse con demostrar que no encierran imposibilidad ni repugnancia.

¿Fué fiel a estos principios Ramón Lull? Forzoso es decir que no, aunque tiene alguna disculpa. Encontróse con los averroístas, que disimulaban su incredulidad diciendo: «La fe y la razón son [p. 267] dos campos distintos: una cosa puede ser verdadera según la fe, y falsa según la razón.» Y Lulio juzgó que la mejor respuesta era probar por la razón todos los dogmas, y que no había otro camino de convencer a los infieles. No pretende Lulio, que aquí estaría la heterodoxia, explicar el misterio, que es por su naturaleza incomprensible y suprarracional, ni analizar exegética e impíamente los dogmas, sino dar algunas razones que aun en lo humano convenzan de su certeza. La tentativa es arriesgada, está a dos pasos del error, y error gravísimo, que en manos menos piadosas que las de Lulio hubiera acabado por hacer racional la teología, es decir, por destruirla. Tiene, además, una doctrina sobre la fe propedéutica, verdaderamente digna de censura, aunque profunda e ingeniosa. En el capítulo LXIII del Arte Magna leemos este curioso pasaje, que ya he citado antes de ahora: «La fe está sobre el entendimiento, como el aceite sobre el agua... El hombre que no es filósofo cree que Dios es: el filósofo entiende que Dios es. Con esto el entendimiento sube con la intelección a aquel grado en que estaba por la creencia. No por esto se destruye la fe, sino que sube un grado más, como si añadiésemos agua en el vaso subiría sobre ella el aceite. El entendimiento alcanza naturalmente muchas cosas. Dios le ayuda con la fe y entiende mucho más. La fe dispone y es preparación para el entendimiento, como la caridad dispone a la voluntad para amar al primer objeto. La fe hace subir el entendimiento a la intelección del ser primero. Cuando el entendimiento está en un grado, la fe le dispone para otro, y así de grado en grado hasta llegar a la inteligencia del primer objeto y reposar en él, identificándose fe y entendimiento.» «En entendimiento—dice en otra parte—es semejante a un hombre que sube con dos pies por una escalera. En el primer escalón pone el pie de la fe, y luego el del entendimiento cuando el pie de la fe está en el segundo, y así va ascendiendo. El fin del entendimiento no es creer, sino entender, pero se sirve de la fe como de instrumento. La fe es medio entre el entendimiento y Dios. Cuanto mayor sea la fe, más crecerá el entendimiento. No son contrarios entendimiento y fe, como al andar no es contrario un pie al otro.» [1]

[p. 268] Cabe, sin embargo, dar sentido ortodoxo a muchas de estas proposiciones, aun de las que parecen más temerarias. Cuando llama Raimundo a la fe preparación para el entendimiento, se refiere al hombre rudo e indocto, en quien la fe ha de suplir a la razón, aun por lo que toca a las verdades racionalmente demostrables; v. gr., la existencia y unidad de Dios. Pero no ha de negarse que esa escala y esos grados tienden a confundir las esferas de la fe y de la razón, aunque Lulio, fervoroso creyente, afirma a cada paso quod fides est superius et intellectus inferius. Él comprendía que la verdad es principio común a la fe y al entendimiento, y empeñado en demostrar que illa lex quaecumque sit per fidem, oportet quod sit vera, erraba en el método, aunque acertase en el principio.

En el Desconort dice: «Ermitaño, si el hombre no pudiese probar su fe, ¿podría culpar Dios a los cristianos, si no la mostrasen a los infieles? Los infieles se podrían quejar justamente de Dios, porque no permita que la mayor verdad fuese probada, para que el entendimiento ayudase a amar la Trinidad, la Encarnación», etcétera. [1] Y replica el ermitaño: «Ramón, ¿si el hombre pudiese demostrar nuestra fe, perdería el mérito de ella? Y ¿cómo lo [p. 269] infinito ha de comprender lo finito?» [1] A lo cual contesta como puede Raimundo: «De que nuestra fe se pueda probar, no se sigue que la cosa creada contenga ni abarque al ente increado, sino que entiende de él aquello que le es concedido.» [2]

En la introducción a los Artículos de la fe [3] explana la misma idea: «Dicen algunos que no tiene mérito la fe probada por la razón, y por esto aconsejan que no se pruebe la fe, para que no se pierda el mérito... En lo cual manifiestamente yerran. Porque o entienden decir que la fe es más probable que improbable, o al contrario. Si fuera más improbable que probable, nadie estaría obligado a admitirla. Si dicen que es improbable en sí, pero que se puede probar su origen divino, síguese que es probable, porque viene de Dios, y verdadera y necesaria, por ser Él la suma verdad y sabiduría. [4] El decir que por razones naturales puede desatarse cualquiera objeción contra la fe, pero que las pruebas directas de ella pueden también destruirse racionalmente, implicaría contradicción. El que afirma, v. gr., y prueba por razones [p. 270] necesarias que en Dios no hay corrupción, afirma y prueba que hay generación.» [1]

Repito que el error de Lulio es de método: él no intenta dar explicaciones racionales de los misterios: lo que hace es convertir en positiva la argumentación negativa. Ahora conviene dar alguna muestra de esas demostraciones, para él más necesarias y potí simas que las demostraciones matemáticas. A eso se encamina el libro De articulis fidei, escrito en Roma en 1296. [2]

Después de probar en los primeros capítulos la existencia del ente summe bonum, infinite magnum, eterno, infinito en potestad, sumo en virtud y uno en esencia, apoya el dogma de la Trinidad en estas razones, profundas, sin duda, y que además tienen la ventaja de dejar intacto el misterio: [3] «Si la bondad finita es [p. 271] razón para producir naturalmente y de sí el bien finito, la bondad infinita será razón que produzca de sí naturalmente el bien infinito: Dios es infinita bondad: luego producirá el bien infinito, igual a Él en bondad, esencia y naturaleza. Entre el que produce y lo producido debe haber distinción de supuestos, porque nada se produce a sí mismo. A estos supuestos llamamos personas... El acto puro, eterno e infinto, obra eterna e infinitamente lo eterno y lo infinito...: solo Dios es acto puro: luego obra eterna e infinitamente lo eterno y lo infinito. El acto es más noble que la potencia y la privación, y Dios es acto puro y ente nobilísimo: luego obra eternamente lo perfecto y absoluto... A la persona que produce llamamos Padre, a la producida Hijo... Resta probar la tercera persona, es decir, el Espíritu Santo. Así como es natural en el Padre engendrar, así es natural en el Hijo amar al Padre... Todo amor verdadero, actual y perfecto, requiere de necesidad amante, amado y amar... Imposible es que el amor sea un accidente en la esencia divina, porque ésta es simplicísima: luego el amor de padre e Hijo es persona. Tan actual y fecundo es en Dios el amar como el engendrar.» Y por este camino sigue especulando sobre el número ternario, sin que las frases que usa de bonificans, bonificatum, bonificare, magnificans, magnificatum, magnificare puedan torcerse en sentido heterodoxo y antitrinitario, como pretendía Nicolás Eymerich, a pesar de las repetidas declaraciones de Lulio.

Largo sería exponer las pruebas que alega éste de la Creación, del pecado original, de la Encarnación, de la Resurrección, de la Ascensión, del Juicio final, etc., pruebas demasiado sutiles a veces, otras traídas muy de lejos, pero casi siempre ingeniosas y hábilmente entretejidas. Si este precioso tratado fuese más conocido, quizá no lograría tanto aplauso la Teología Natural de Raimundo Sabunde, que en muchas partes le copia.

Explanó Lull sus enseñanzas teológicas en muchos libros, y [p. 272] hasta en un poemita, Lo dictat de Ramon, donde prueba la Trinidad, como ya hemos visto, y la Encarnación; porque

       Mays val un hom deificar
       Que mil milia mons crear...

Al adoptar esta forma, quería, sin duda, el filósofo mallorquín, que hasta el pueblo y los niños tomasen de memoria sus argumentos, y supiesen contestar a los infieles. [1]

«Raymundo Lulio fué—dice Renán—héroe de la cruzada contra el averroísmo.» [2] Solicitó en el Concilio de Viena que los pestíferos escritos del comentador se prohibiesen en todos los gimnasios cristianos. En los catálogos de Alonso de Proaza, Nicolás Antonio, etc., constan los siguientes tratados antiaverroístas:

Liber de efficiente et effectu. (París, marzo de 1310.)

Disputatio Raymundi et Averroystae de quinque quaestionibus.

Liber contradictionis inter Raymundum et Averroystam, de centum syllogismis circa mysterium Trinitatis. (París, 1310.)

Otro libro del mismo argumento. (Montpelier, 1304.)

Liber utrum fidelis possit solvere et destruere omnes objectiones quas infideles possunt facere contra sanctam fidem catholicam. (París, agosto de 1311.)

Liber disputationis intellectus et fidei. (Montpelier, octubre de 1303.)

Liber de convenientia quam habent fides et intellectus in objecto.

Liber de existentia et agentia Dei contra Averroem. (París, 1311.)

Declaratio Ray. Lulli per modum dialogi edita contra CCXVIII opiniones erroneas aliquorum philosophorum, et damnatas ab Episcopo Parisiensi.

[p. 273] Ars Theologiae et philosophiae mysticae contra Averroem.

De ente simpliciter per se, contra errores Averrois.

Liber de reprobatione errorum Averrois.

Liber contra ponentes aeternitatem mundi.

Lamentatio duodecim principiorum philosophiae contra Averroistas. [1] Este es el más conocido, y fué escrito en París el año 1310. Está en forma de diálogo, con estos extraños interlocutores: forma, materia, generación, corrupción, vegetación, sentido, imaginación, movimiento, inteligencia, voluntad y memoria, todos acordes en decir que la filosofía est vera et legalis ancilla Theologiae, lo cual conviene tener muy en cuenta para evitar errores sobre el racionalismo de Lulio. No pretendía éste que la razón humana pudiera alcanzar a descubrir por sí las verdades reveladas, sino que era capaz de confirmarlas y probarlas. El empeño de Lulio era audaz, peligroso, cuanto se quiera, pero no herético.

De las demás proposiciones que a éste se achacan, apenas es necesario hacer memoria. Unas son meras cavilaciones de Eymerich, a quien cegaba el odio; otras no están en los escritos lulianos, y pertenecen a Raimundo de Tárrega, con quien algunos le han confundido. Ciertas frases, que parecen de sabor panteísta o quietista, han de interpretarse benignamente mirando al resto del sistema, y tenerse por exageraciones e impropiedades de lenguaje, disculpables en la fogosa imaginación de Lulio y de otros místicos.

Algunos tildan a éste de cabalista. Realmente escribió un opúsculo: De auditu Kabbalistico sive ad omnes scientias introductorium, donde define la Cábala superabundans sapientia y habitus animae rationalis ex recta ratione divinarum rerum cognitivus; pero leído despacio y sin prevención, [2] no se advierte en él huella de emanatismo ni grande influjo de la parte metafísica de la Cábala, de la cual sólo toma el artificio lógico, las combinaciones de nombres y figuras, etc., acomodándolo a una metafísica más sana.

[p. 274] Cuanto al monoteísmo, que fundía los rasgos capitales del judaísmo, del mahometismo y del cristianismo, achacado por el senor Canalejas y otros a Lulio, no he encontrado, y me huelgo de ello, en las obras del filósofo palmesano el menor vestigio de aberración semejante. Creía él, como creemos todos los cristianos, que el mosaísmo es la ley antigua, y que el islamismo tiene de bueno lo que Mahoma plagió de la ley antigua y de la nueva: ni más, ni menos. Por eso intentaba la conversión de judíos y mulsumanes, apoyándose en las verdades que ellos admiten. Lo mismo hacían y hacen todos los predicadores cristianos cuando se dirigen a infieles, sin que por eso se les acuse de sacrílegas fusiones.

Terminaré esta vindicación—si vindicación necesita aquel glorioso mártir, a quien veneran los habitantes de Mallorca en el número de los bienaventurados—repitiendo que los artículos de la fe son siempre en las demostraciones de Lulio el supuesto, no la incógnita, de un problema que se trate de resolver, y que esas demostraciones no pasan de un procedimiento dialéctico, más o menos arriesgado, donde la Teología da el principio, y la Filosofía, como humilde sierva, trata de confirmarle por medios naturales. [1]

III.—DEL «BLANQUERNA» Y DE LA EDICIÓN PRESENTE

Sobre el libro que de nuevo estampamos, y que figura con justo título entre los cinco o seis principales monumentos de la literatura catalana, han discurrido largamente: Helfferich, exponiendo su argumento; Canalejas, mostrando las analogías entre el libro de Raimundo Lulio y el de los Estados, de don Juan Manuel; Morel-Fatio, describiendo y extractando uno de los códices más antiguos y estimables, harto más primitivo y correcto que el impreso de Valencia. Como la presente edición no se dirige a los filólogos, sino a los estudiosos de la doctrina del Doctor Iluminado, y además no se estampa aquí el texto catalán (que [p. 275] ya es hora que se llame así, y no mallorquín, provenzal ni lemosino, como sigue diciéndose a despecho de la historia), tenemos que prescindir de todas las cuestiones relativas a la pureza e integridad del original. Urge una edición crítica de esta obra maravillosa, que convendrá acrisolar con presencia de los códices que aún subsisten en París, en Palma de Mallorca y en Madrid, los cuales, aunque ya algo apartados del tiempo del beato Ramón, están muy lejos de alterar el nativo sabor de sus frases con las impertinentes y nada felices alteraciones del editor valenciano, a quien siguió harto fielmente el traductor, cuya versión reimprimimos a falta de otra mejor. Como quiera, e importa consignarlo, estas variantes, importantísimas para el filólogo romanista, no llegan ni tocan a lo esencial de la obra, sino a su vestidura más externa:

Fué el beato Ramón una naturaleza mixta de pensador y de poeta, de tal manera, que ni su arte dejó de ser didáctico nunca, ni sus ideas se le presentaron, a no ser raras veces, en forma especulativa y abstracta, sino de un modo figurativo y arreadas con los colores de la poesía simbólica. Y así como el mito y la ironía son elementos perpetuos y esenciales en la filosofía platónica, así lo son en la filosofía luliana la alegoría, el apólogo y las representaciones gráficas en forma de árboles y de círculos. El carácter popular de la doctrina contribuye a esto, y bien puede decirse que el bienaventurado mártir nunca filosofó sino por colores y figuras. Sus mismas aficiones cabalísticas y las misteriosas virtudes que parece reconocer en los números y en los nombres, encierran un elemento estético, aunque de orden inferior: el elemento combinatorio. El árbol de la ciencia es un paso más, y dependientes de aquel vasto, aunque sencillo simbolismo, aparecen ya los apólogos, subordinados casi siempre, es verdad, a un fin de prueba y de enseñanza, y dotados por lo general de más virtud silogística que estética. Del apólogo, aun concebido así, no era difícil el tránsito a la novela trascendental y docente, representada en el vasto conjunto de las obras de Lulio por el Libro de maravillas, el Del orden de la caballería y el del Blanquerna. Contiene el primero, en la sección llamada Libro de las bestias, la única forma española conocida hasta ahora de la inmensa epopeya satírica de la Edad Media (el Roman de Renart), y tiene el segundo la gloria de haber sido no ya imitado, sino traducido casi a la letra [p. 276] por don Juan Manuel; pero a uno y otro vence el Blanquerna por la grandeza de la concepción, y por tener intercaladas las páginas más bellas que en prosa escribió su autor: el Cántico del amigo y del amado, verdadero joyel de nuestra poesía mística, y digno predecesor de los encendidos cantos de San Juan de la Cruz.

Es el Blanquerna una novela utópica, pero no fantástica y fuera de las condiciones de este mundo, como la República de Platón o la Utopia de Tomás Moro, o la Ciudad del sol de Campanella, o la Oceana de Harrington, o la Icaria de Cabet. Al contrario, Raimundo Lulio, tenido comúnmente por entusiasta y aun por fanático, aparece, en este libro suyo, hombre mucho más práctico y de más recto sentido que todos los moralistas y políticos que se han dado a edificar ciudades imaginarias. No hay una sola de las reformas sociales, pedagógicas o eclesiásticas propuestas por Ramón Lull, cuyo fondo no esté dado en alguna de las instituciones de la Edad Media y de su patria catalana, ninguna de las cuales él intenta destruir, sino avivarlas por la infusión del espíritu cristiano, activo y civilizador. Cierto que a través de las peripecias de la novela, y mezclados con sus raptos y efusiones místicas y con la exposición popular de su teodicea, va persiguiendo el beato Ramón los propósitos y preocupaciones constantes de su vida: la liberación de Tierra Santa; la enseñanza de lenguas orientales; la polémica con los averroístas, y el querer probar por razones naturales los dogmas de la fe. Pero todo esto, que con ser más o menos aventurado e irrealizable, pertenece sin duda a la esfera más alta de la especulación y de la actividad humana, es, en cierto sentido, independiente de la utopía y de la fábula novelesca, la cual, a decir verdad, está cifrada en los ejemplos de perfección que en sus respectivos estados nos dan Evast y Aloma, y su hijo Blanquerna.

Será bueno que no abra este libro quien busque solamente en lo que lee, un frívolo y pasajero deleite. No le abra tampoco el que se pare sólo en la corteza, y desconozca en absoluto la alta misión del apóstol mallorquín en la historia de la ciencia humana. No se acerque a él, finalmente, quien no tenga el ánimo educado para sentir lo primitivo, lo rústico y lo candoroso. Nunca se vió mayor simplicidad de palabras cubriendo más altos y trascendentales sentidos. Todo es aquí natural y llano; todo plática familiar y cuasi desaliñada, en cuyos revueltos giros centellean [p. 277] de vez en cuando las iluminaciones del genio. Si la lengua que el autor usa conserva todavía algún dejo y resabio de provenzalismo, y no es enteramente la lengua del pueblo de Cataluña, es, con todo eso, lengua eminentemente popular, no tanto por las palabras y por los giros, como por el jugo y el sabor villanesco; verdadero estilo de fraile mendicante avezado a morar entre los pobres y a consolar a los humildes. De aquí cierta ingenuidad infantil y pintoresca, que verdaderamente enamora en el texto catalán, y que nunca podría pasar íntegra a otra lengua, aunque todavía quedan rastros de ella en la traducción que publicamos.

Y era el alma del autor tan hermosa, y de tal modo, a pesar de su larga experiencia mundana, había vuelto, por auxilio de la Divina Gracia, a la pureza de los párvulos y de los pobres de espíritu, que nadie, al leer una buena parte de sus capítulos, recuerda al gran filósofo sintético, llamado por alguien con frase audaz el Hegel cristiano de los siglos medios, antes la primera impresion que se siente es que tal libro debió brotar del espíritu de un hombre rudo y sin letras, pero amantísimo de Dios y encendido en celestiales y suprasensibles fervores.

Y, sin embargo, ¡cuánta doctrina! Pero toda ella popular y acomodada al entendimiento de las muchedumbres, para quien el beato misionero escribía. Aquí está el último fruto del Arte Magna y del Libro del ascenso y del descenso, pero no en la forma aceda conveniente a paladares escolásticos, sino todo en acción, en movimiento, en drama. Y este drama tiene para nosotros otro valor, el valor histórico, como que puede decirse que todo el siglo XIV va desfilando a nuestra vista. Aquí penetramos en el cristiano hogar de Aloma, y asistimos a las castas y reposadas pláticas de los padres de Blanquerna y a su conversión a Dios entera y heroica, fecundísima en frutos de buen ejemplo. Aquí en la delicadísima figura de Cana, la monja y la abadesa, renace con todos sus místicos esplendores y suavísimas consolaciones el huerto cerrado de las esposas de Cristo. Aquí el caballero feudal, robador y tirano, aparece siempre domado por la voz y las parábolas del monje y del ermitaño. Aquí vemos poblarse de anacoretas las benditas soledades de Miramar y de Randa, y es tal el encanto de realidad contemporánea que el libro tiene, que a ratos nos parece recorrer las plazas de alguna ciudad catalana de los siglos medios, y mezclarnos en el tráfago de mercaderes, juglares [p. 278] y menestrales, y a ratos acompañar el séquito de los Cardenales por las calles de Roma, y oír en el Consistorio la voz del Papa Blanquerna, repartiendo las rúbricas del Gloria in excelsis.

Exhala todo este libro suavísima fragancia de poesía cristiana; es venero de consolaciones para los casos desastrosos de la vida; enseña a esperar y a no rendirse, y a no separar la vida contemplativa de la acción, como no la separó nunca su autor, aquel sublime loco, cuya divina insensatez sólo será cumplida el día en que la unidad ponga su trono sobre lo ideal y lo real, juntos en síntesis armónica, en la vida, en la ciencia, en el arte. Ciertamente que en tales hombres no desmiente la humanidad la semejanza digna que en ella está impresa.

Hay en el Blanquerna algunos versos intercalados, pero lo más poético de él es el Cántico del amigo y del amado, que está en prosa, si bien partido en versículos. Como ya tuve ocasión de juzgarle en un discurso académico, repito ahora lo que entonces dije, aspirando a condensar en breves palabras la grandeza artística del bienaventurado apóstol de Africa.

«Y cuando llegó el siglo XIII, la edad de oro de la civilización cristiana, a la vez que la teología dogmática y la filosofía de Aristóteles, purificada de la liga neoplatónica y averroísta, se reducían a método y forma en la Suqnma Theologica, y en la Summa contra gentes, la inspiración mística, ya adulta y capaz de informar un arte, centelleaba y resplandecía en los áureos tercetos del Paradiso, sobre todo, en la visión de la divina esencia que llena el canto XXVIII, y llegaba a purificar e idealizar los amores profanos en algunas canciones del mismo Dante, y corría por el mundo de gente en gente llevada por los mendicantes franciscanos, desde el santo fundador, que si no es seguro que hiciera versos (sea o no suyo el himno de Frate Sole), fué a lo menos soberano poeta en todos los actos de su vida y en aquel simpático y penetrante amor suyo a la naturaleza, hasta Fr. Pacífico, trovador convertido, llamado en el siglo el Rey de los versos, y San Buenaventura, cuya teología mística, aun en los libros en prosa, en el Breviloquium, en el Itinerarium mentis ad Deum, rebosa de lumbres y matices poéticos, no indignos algunos de ellos de que Fr. Luis de León los trasladase a sus odas. Y en pos de ellos, Fra Giacomino de Verona, el ingenuo cantor de los gozos de los bienaventurados, y el Beato Jacopone da Todi, que no compuso [p. 279] el Stabat, dígase lo que se quiera, porque nadie se parodia a sí mismo, pero que fué en su género frailesco, beatífico y popular, singularísimo poeta, mezcla de fantasía ardiente, de exaltación mística, de candor pueril y de sátira acerada, que a veces trae a la memoria las recias invectivas de Pedro Cardenal.

»¿Y a quién extrañará que enfrente de toda esta literatura franciscana, cuyo más ilustre representante solía llorar porque no se ama al amor, pongamos, sin recelo de quedar vencidos, el nombre del peregrino mallorquín que compuso el libro Del Amigo y del Amado? ¡Cuándo llegará el día en que alguien escriba las vidas de nuestros poetas franciscanos con tanto primor y delicadeza como de los de Italia Ozanan! Quédese para el afortunado ingenio que haya de trazar esa obra, tejer digna corona de poeta y de novelista, como ya la tiene de sabio y de filósofo, el iluminado doctor y mártir de Cristo, Ramón Lull, hombre en quien se hizo carne y sangre el espíritu aventurero, teosófico y visionario del siglo XIV, juntamente con el saber enciclopédico del siglo XIII. En el beato mallorquín, artista hasta la médula de los huesos, la teología, la filosofía, la contemplación y la vida activa se confunden y unimisman, y todas las especulaciones y ensueños armónicos de su mente toman forma plástica y viva, y se traducen en viajes, en peregrinaciones, en proyectos de cruzada, en novelas ascéticas, en himnos fervorosos, en símbolos y alegorías, en combinaciones cabalísticas, en árboles y círculos concéntricos, y representaciones gráficas de su doctrina, para que penetrara por los ojos de las muchedumbres, al mismo tiempo que por sus oídos, en la monótona cantilena de la Lógica metrificada y de la Aplicació de l'art general. Es el escolástico popular, el primero que hace servir la lengua del vulgo para las ideas puras y las abstracciones, el que separa de la lengua provenzal la catalana, y la bautiza desde sus orígenes, haciéndola grave, austera y religiosa, casi inmune de las eróticas liviandades y de las desolladoras sátiras de su hermana mayor, ahogada ya para entonces en la sangre de los albigenses. Ramón Lull fué místico, teórico y práctico, asceta y contemplativo, desde que en medio de los devaneos de su juventud le circundó de improviso, como al antiguo Saulo, la luz del cielo; pero la flor de su misticismo no hemos de buscarla en sus Obras rimadas, que, fuera de algunas de índole elegíaca, como el Plant de nostra dona Santa Maria, son casi [p. 280] todas, incluso la mayor parte del Desconort, exposiciones populares de aquella su teodicea racional, objeto de tan encontrados pareceres y censuras, exaltada por unos como revelación de lo alto, y tachada por otros punto menos que de herética, por el empeño de demostrar con razones naturales todos los dogmas cristianos, hasta la Trinidad y la Encarnación, todo con el santo propósito de resolver la antinomia de fe y razón, bandera de la impiedad averroísta y de preparar la conversión de judíos y musulmanes, empresa santa que toda su vida halagó las esperanzas del bienaventurado mártir.

»La verdadera mística de Ramón Lull se encierra en una obra escrita en prosa, aunque poética en la sustancia: el Cántico del Amigo y del Amado. El Cántico está en forma de diálogo, tejido de ejemplos y parábolas, tantos en número como días tiene el año, y su conjunto forma un verdadero Arte de contemplación. Enseña Raimundo que «las sendas por donde el Amigo busca a su Amado son largas y peligrosas, llenas de consideraciones, suspiros y llantos, pero iluminadas de amor». Parécenle largos estos destierros, durísimas estas prisiones: «¿Cuándo llegará la hora en que el agua, que acostumbra a correr hacia abajo, tome la inclinación y costumbre de subir hacia arriba?» Entre temor y esperanza hace su morada el varón de deseos, vive por pensamientos y muere por el olvido; y para él es bienaventuranza la tribulación padecida por amor. El entendimiento llega antes que la voluntad a la presencia del Amado, aunque corran los dos como en certamen. Más viva cosa es el amor en corazón amante, que el relánpago y el trueno, y más que el viento que hunde las naos en la mar. Tan cerca del Amado está el suspiro, como de la nieve el candor. Los pájaros del vergel, cantando al alba, dan al solitario entendimiento de amor, y al acabar los pájaros su canto, desfallece de amores el Amigo, y este desfallecimiento es mayor deleite e inefable dulzura. Por los montes y las selvas busca a su amor; a los que van por los caminos pregunta por él, y cava en las entrañas de la tierra por hallarle, ya que en la sobrehaz no hay ni vislumbre de devoción. Como mezcla de vino y agua se mezclan sus amores, más inseparables que la claridad y el resplandor, más que la esencia y el ser. La semilla de este amor está en todas las almas: ¡desdichado del que rompe el vaso precioso y derrama el aroma! Corre el Amigo por las calles de la ciudad, [p. 281] pregúntanle las gentes si ha perdido el seso, y él responde que puso en manos del Señor su voluntad y entendimiento, reservando sólo la memoria para acordarse de Él. El viento que mueve las hojas le trae olor de obediencia; en las criaturas ve impresas las huellas del Amado; todo se anima y habla y responde a la interrogación del amor: amor, como le define el poeta, «claro, limpio y sutil, sencillo y fuerte, hermoso y espléndido, rico en nuevos pensamientos y en antiguos recuerdos»; o como en otra parte dice con frase no menos galana: «hervor de osadía y de temor». «Venid a mi corazón—prosigue—los amantes que queréis fuego, y encended en él vuestras lámparas: venid a tomar agua a la fuente de mis ojos, porque yo en amor nací, y amor me crió, y de amor vengo, y en el amor habito.» La naturaleza de este amor místico nadie la ha definido tan profundamente como el mismo Ramón Lull, cuando dijo que «era medio entre creencia e inteligencia, entre fe y ciencia». En su grado extático y sublime, el Amigo y el Amado se hacen una actualidad en esencia, quedando a la vez distintos y concordantes. ¡Extraño y divino erotismo, en que las hermosuras y excelencias del Amado se congregan en el corazón del Amigo, sin que la personalidad de éste se aniquile y destruya, porque sólo los junta y traba en uno la voluntad vigorosa, infinita y eterna del Amado! ¡Admirable poesía, que junta como en un haz de mirra la pura esencia de cuanto especularon sabios y poetas de la Edad Media sobre el amor divino y el amor humano, y realza y santifica hasta las reminiscencias provenzales de canciones de mayo y de alborada, de vergeles y pájaros cantores, casando por extraña manera a Giraldo de Borneil con Hugo de San Víctor!»

Notes

[p. 259]. [1] . Vid. Helffzrich: Raymond Lull und die Anfange der catalanischen Literatur (Berlín, 1858).—Roselló: Obras rimadas de Lull (Palma, 1859), y Biblioteca Luliana (inédita).—Canalejas: Las doctrinas del doctor iluminado R. Lulio (Madrid, 1870), y otros opúsculos.—Weyler y Laviña: Raymundo Lulio juzgado por sí mismo (Palma, 1867).—Luanco: Raymundo Lulio considerado como alquimista (Barcelona, 1870).

[p. 260]. [1] . Vid. entre otros biógrafos de Lull: Doct. Petri Bennazar almae sedis Maioricarum canonici. Breve ac compendiosum rescriptum, nativiatem, vitam... R. Lulli complectens (Mallorca, 1688).— Vindiciae Lullianae... Auctore D. Ant. Rai. Pasqual (Aviñon, 1778).— Vida y hechos del admirable Doctor y mártir Ramón Lull, por el Dr. Juan Seguí (Palma, 1606) .—Historia del reino de Mallorca, por D. Vicente Mut (todo el libro III).— Vida admirable del ínclito mártir de Cristo B. Raimundo Lulio, por Fr. Damián Cornejo (Madrid, 1686).— Disertaciones históricas del culto inmemorial de R. Lulio, por la Universidad luliana (1700).— Acta B. R. L. Maioricensis, por Juan B. Soler (1708).—Wadding: Anales, etc.

[p. 262]. [1] . Algunos tienen este primer viaje por fabuloso; pero el Sr. Roselló le afirma.

[p. 262]. [2] . Algunos niegan este hecho, que realmente es poco probable.

[p. 263]. [1] . Raymundi Lulli, Opera ea quae ad inventam ab ipso artem universalem, scientiarum, artiumque omnium... pertinent. Argentinae, sumptibus Lazari Zetneri (1599). Con los comentarios de Cornelio Agripa y de Jordano Bruno.

[p. 264]. [1] . Debemos mencionar algunas de las ediciones más asequibles de los tratados antedichos. Buena parte de los filosóficos se hallarán en la colección intitulada:

Beati Raymundi Lulli, doctoris illuminati et martyris Operum... Anno salutis Domini MDCCXXI. Maguntiae, ex officina typographica Mayeriana per Joannem Gregorium Haffuer (con interesantes prolegómenos de Salzinger). Diez tomos en folio. Nunca, o rarísima vez, se hallará ejemplar íntegro.

B. Raymundi Lulli... Liber de ascensu et descensu intellectus. Valentiae impresus anno 1512 et nunc Palmae Majoricarum anno 1744. Ex typis Michaelis Cerdá..., 1744. En 8.º Hay una traducción castellana del siglo pasado (en el cual se reimprimieron y tradujeron muchas obras de Lulio). La edición de Zetzner, ya mencionada, no contiene más que el Ars brevis, el De auditu Kabbalistico, Lamentatio contra Averroistas, Logica, Tractatus de conversione subjecti et praedicati, De venatione medii, Rhetorica, Ars Magna y De articulis fidei.

Árbol de la ciencia, del iluminado maestro Raimundo Lulio, nuevamente traducido y explicado por D. Alonso de Cepeda y Andrada. Bruselas, 1664. (Dió ocasión a un notable opúsculo del judío Isaac Orobio de Castro contra los Lulianos.)

B. Raymundi Lulli... Liber magnus contemplationis. (Palmae, 1746.)

El Blanquerna se imprimió en Valencia (1521) por Juan Jofre, traducido al valenciano, es decir, remozado en el estilo, por mossén Juan Bonlabii. Hay una traducción castellana: Blanquerna, maestro de la perfección cristiana en los estados de matrimonio, religión, prelacía, apostólico señorío y vida eremítica... Con licencia. Año 1749. En Mallorca, por la viuda de Frau. El traductor tuvo a la vista un antiguo manuscrito catalán. De otro semejante ha presentado extractos mi amigo A. Morel-Fatio en su curioso artículo Le Roman de Blanquerna (Romania, tomo VI). El libro del Orden de la caballería y el De maravillas están en prensa para la Biblioteca catalana de D. Mariano Aguiló. Sobre el segundo de estos libros, véase el opúsculo de Hofmann: Ein Katalanisches Thierepos von Ramon Lull (München, 1872).

[p. 266]. [1] . «Est autem in his quae de Deo confitemur, duplex veritatis modus. Quaedam namque... sunt de Deo, quae omnem facultatem humanae rationis excedunt ut Deum esse trinum et unum. Quaedam vero sunt, ad quae etiam ratio naturalis pertingere potest, sicut est Deum esse: quae etiam philosophi demostrative probaverunt, ducti naturalis lumine rationis.»

[p. 267]. [1] . Et sic fides ascendit super intellectum, sicut oleum ascendit super aquam... Et tunc intellectus ascendit ad illum gradum intelligendo, in quo erat credendo... Sicut charitas disponit voluntatem ad amandum objectum primum, fides disponit intellectum ad intelligendum... Et quando intellectus est in aliquo gradu intelligendo, fides disponit illum in illo gradu credendo, ut ascendat in alium gradum intelligendo, et sic de gradu in gradum, quousque intellectus ascendit ad primum objectum et in ipso quiescit intelligendo... Fides est medium cum quo intellectus acquirit meritum, et ascendit ad primum objectum, quod quidem influit intellectui fidem, ut ipsa sit intellectui unus pes ad ascendendum. Et intellectus habet alium pedem de sua natura, videlicet intelligere: sicut homo ascendens scalam cum duobus pedibus. Et in primo scalone ponitur pes fidei. Et in illomet pes intellectus, ascendendum gradatim... Credere non est finis intellectus, sed intelligere, verumtamen fides est suum instrumentum... fides consistit inter intellectum et Deum», etc.

[p. 268]. [1] .         «Nermitá, si la fe hom no pogués provar,
                                      Donch Deus als christians no pográ encolpar,
                                      Si á los infaels no la volon mostrar;
                                      Els infaels se pogren de Deus per dret clamar;
                                      Car major veritat no lax argumentar;
                                      Perque l'entendiment ajut á nostra amar,
                                      Com mays am trinitat é de Deus l'encarnat», etc.

[p. 269]. [1] .         «Ramon, si hom pogués demostrar nostra fe,
                                   Hom perderá merit................
                                   Encara qu'el humá entendre no conté
                                   Tota virtut de Deu qu'infinida es manté
                                   Tant, que causa finida tota ella no té.»
                         
[p. 269]. [2] .     «E si bé's pot provar, no's segueix que creat
                                  Contengua é comprena trestot l'ens increat,
                                  Mas qu'en entén aytant, com en eyl s'en es dat .»
                            
                                                         (Obras rimadas, págs. 331 a 333.)

[p. 269]. [3] . Articuli fidei sacrosanctae ac salutiferae legis christianae cum eorumdem perpulchra introductione: quos illuminatus Doctor Magister Raymundus Lullius rationibus necessariis demostrative probat. (Págs. 941 y siguientes de la edición de Strasburgo.)

[p. 269]. [4] . «Dicunt etim quod fides non habet meritum cui humana ratio praebet experimentum, et ideo dicunt, quod non est bonum probare fidem ut non amittatur meritum... Ostendunt se manifestissime ignorantes. Quia aut intendunt dicere quod ipsa fides in se est magis im probabilis quam probabilis... Aut intendunt dicere quod ipsa fides in se est magis improbabilis quam probabilis, sed probabile est quod sit a Deo. Et in hoc casu si probabile est quod sit a Deo, sequitur quod ipsa est probabilis, et si est verum quod sit a Deo, ipsa est vera et necessaria.»

[p. 270]. [1] . Si quis autem dixerit quod objectiones quae possunt fieri contra fidem, possunt solvi per rationes necessarias, et probatiores quae possunt fieri pro fide possunt frangi per rationes necessarias, dicimus quod implicat contradictionem... Qui autem intendit improbare per necessarias rationes quod corruptio non est in Deo, et ipsum oportet tenere quod generatio est in Deo», etc.

[p. 270]. [2] . «Factus fuit iste tractatus Romae anno Domini MCC nonagesimo sexto, et completus ibidem in vigilia Beati Johannis Baptistae...» (Así acaba el libro.)

[p. 270]. [3] . «Sed bonitas finita est ratio bono finito, quod producat naturaliter et de se bonum finitum: ergo bonitas infinita erit ratio bono infinito, quod producat naturaliter et ex se bonum infinitum: ergo cum in Deo sit bonitas infinita, producet bonum infinitum. Nihil autem aljud a Deo potest esse infinitum, sed solus Deus, ut probatum est: ergo Deus, cum sit bonum infinitum, producet bonum infinitum, et per consequens idem et aequale sibi in bonitate essentiae et naturae... Inter producens et productum oportet esse distinctionem suppositorum, cum idem non possit se ipsum producere... Utrumque dicimus personam... Omne id quod est purus actus, aeternus et infinitus, agit aeterne et infinite et aeternum et infinitum: alias non esset purus actus aeternus et infinitus: sed Deus est purus actus aeternus et infinitus: ergo agit aeternaliter et infinite et aeternum et infinitum... ergo Deus producit Deum... Nobilius est illud ens quod bonum est et bonum facit, infinitum est et infinitum facit, aeternum est et aeternum facit, perfectum est et perfectum facit quam illud quod non facit, alias potentia et privatio essent nobiliora quam sit actus», etc.

«Probato quod sit in Deo persona Patris et Filii, restat probare; tertiam personam, scilicet Spiritum Sanctum... Sicut ergo naturale est patri filium generare, ita naturale est et filium amare, cum sit infinite bonus... Omnis amor verus, actualis et perfectus requirit de necessitate amantem, amatum et amare, sed in Deo est amor verus, actualis et perfectus... Impossibile est in divinis esse aliquod accidens, cum essentia divina, ut probatum est, sit simplicissima et nobilissima; sed si amor patris et filii non esset persona, esset amor accidentalis: ergo necesse est illum amorem esse personam. Tantae actualitalis et fecunditatis est amare in Deo sicut generare, sed per generare exit persona de persona, ergo de amore patris et filii exit persona.»

[p. 272]. [1] . Obras rimadas, págs. 370 a 382. Acaba:

            «A honor del Sanct Sprit
        Comenzá é fini son escrit
        Ramon, en vinent de Paris
        El comaná á Sanct Loys
        E al noble rey d'Aragó
        Jacme, en l'encarnació

De Christ M.CC.XC nou...»

[p. 272]. [2] . Averroes et l'Averroisme, págs. 225.

[p. 273]. [1] . «Duodecim principia Philosophiae M. Raymundi Lulli, quae et lamentatio seu expostulatio Philosophiae contra Averroistas.» (Dedicado a Felipe el Hermoso.) Págs. 117 a 153 de la edición de Strasburgo.

[p. 273]. [2] . Páginas 44 a 116. Nótese este lugar: Ubi philosophia Platonis desinit, ibi incipit Kabbala sapientia.

 

[p. 274]. [1] . Los franciscanos han defendido siempre la ortodoxia de Ramón, y le tienen por hermano suyo, aunque de la tercera Orden. Es en muchas cosas semejante a los poetas de aquella religión en Italia. Sería curioso un paralelo entre Lull y Jacopone de Todi.