Comedia inédita hasta ahora. Imprímese por el manuscrito de la Biblioteca Nacional, que perteneció antes a D. Cayetano Alberto de la Barrera; copia antigua, pero no muy correcta, adquirida por él en la almoneda de los libros de D. José de Gámez. Al frente puso aquel insigne bibliógrafo la siguuente nota, que reproducimos con su peculiar ortografía:
«La Comedia de los Hechos de Garcilaso de la Vega y moro Tarfe , compuesta por Lope de Vega, y por él menzionada con el simple título de Garcilaso de la Vega , es completamente inédita: la gloria de su descubrimiento me perteneze. Casi puede decirse que ni aun constaba como perdida; puesto que enlazándose también el argumento de la titulada El cerco de Santa Fé , incluída en la Primera parte de Comedias de El mismo Autor, con el dudoso hecho de ese tal Garcilaso, jeneralmente se calculaba que debían de ser una misma pieza. Pero solo tienen de comun el asedio de la ziudad o el triunfo del Ave María. »
Razón tenía Barrera para estar ufano de su hallazgo, porque la presente comedia es, sin disputa, la más antigua de cuantas conocemos de Lope. Y al decir esto no me olvido de El verdadero amante , que Lope llamó primera comedia suya , y que acaso lo sea, pero que de seguro fué refundida por él antes de imprimirla, como lo prueba la división en tres actos, que no es la que Lope usó en sus primeros ensayos, según resulta de estas terminantes palabras del Arte nuevo de hacer comedias.
Y yo las escribí de
once y
doce años,
De a
cuatro actos y de
a cuatro pliegos,
Porque cada acto un
pliego contenía.
La única comedia de Lope en cuatro actos es el Garcilaso , y, por consiguiente, la única muestra de sus comedias infantiles, de las que componía a los once y doce años. Por el estilo y la traza, se parece esta comedia a las de Juan de la Cueva. Por la valentía [p. 228] y brillo de la versificación, por el instinto de las situaciones dramáticas, por la soltura del diálogo, y sobre todo por el hábil empleo de la poesía popular, las deja a larga distancia, y no puede ser más que de Lope. ¡Y esto lo escribía un niño de doce años! Digamos como un antiguo poeta nuestro:
Los Hércules que
mandan la fortuna,
Doman los monstruos
en la misma cuna.
La hazaña de Garcilaso de la Vega a que esta pieza se refiere, es no sólo dudosa , como dice Barrera, sino enteramente fabulosa; pero, como todas las leyendas, nació de varios datos históricos confundidos o mal interpretados. Su proceso es verdaderamente curioso. Hubo, es cierto, un Garcilaso entre los conquistadores de Granada, pero fué personaje bastante oscuro, de quien no constan particulares empresas. Su apellido, sin embargo, y su asistencia en aquella jornada, sugirieron a la fantasía de algún cantor popular la extraña amalgama de especies genealógicas y heráldicas que vamos a deslindar.
La ilustre y antigua familia de los Lasos de la Vega, debe su apellido, según es notorio, no a las hazañas que hiciesen en la vega de Granada, como creyó el autor del romance, sino a la circunstancia de tener su solar en la vega montañesa donde hoy se levanta la rica y floreciente villa de Torrelavega, segunda en vecindario e importancia entre las poblaciones de la actual provincia de Santander. [1] La notoriedad de este linaje comienza en Garcilaso de la Vega, llamado el Viejo , Merino mayor de Castilla, gran privado de Alfonso XI y víctima del furor popular, que le dió cruda muerte en la iglesia de San Francisco de Soria el año 1326, del modo que se refiere en la Crónica de aquel Monarca. Hijos suyos fueron Garcilaso y Gonzalo Ruiz de la Vega, que en la batalla del Salado (1340) fueron los primeros en pasar la puente y herir en el haz de los musulmanes. «Et estos caballeros estidieron muy [p. 229] firmes, sufriendo muchas azagayadas et espadadas, et dando muchos golpes en los moros; pero los moros eran muchos y los cristianos pocos et estaban en grande afincamiento.» Nada más que esto dice la Crónica (cap. CLIII), y no es pequeña gloria para los dos adalides montañeses el haber llevado la vanguardia en tal jornada, decidiendo con su impetuoso arranque lo que la excesiva prudencia o la mala voluntad de D. Juan Manuel parecía querer retardar en aquel momento supremo. Pero los genealogistas no se dieron por contentos con tan poca cosa, e inventaron el encuentro y desafío de Garcilaso con un moro que llevaba atado a la cola del caballo un listón con las letras del Ave María , letras que Garcilaso puso en su escudo, después de vencido y muerto el insolente moro. De este modo lo cuentan, siempre con referencia a la batalla del Salado, Gonzalo Fernández de Oviedo en sus Quincuagenas (batalla 1.ª, quincuagena 3.ª, diálogo 43), Argote de Molina en su Nobleza de Andalucía (lib. II, cap. LXXXIII), y por supuesto el famoso coplero Gracia Dei, en sus pícaras trovas:
Sin figuras ni colores
Vimos la vega
dorada,
Solar de grandes
señores,
Con muchas doradas
flores
De lis, con azul
cercada.
.......................
Sobre verde relucía
La banda de
colorado
Con oro, con que
venía
La celeste
Ave María
Que se ganó en
el Salado.
Esta leyenda heráldica, transportada del Salado a la vega de Granada, y del tiempo de Alfonso XI al de los Reyes Católicos, nos da el segundo elemento de la fabulosa tradición que investigamos. Pero también ella tiene explicación fácil. El célebre marqués de Santillana, D. Íñigo López de Mendoza, que pertenecía a la familia de los Garcilasos por su madre doña Leonor de la Vega, usó constantemente en sus escudos y banderas el mote del Ave [p. 230] María , no como emblema nobiliario ni por vanidades del mundo, sino como muestra de la especial devoción que tenía a la Virgen Santísima. Sus descendientes continuaron tan piadosa costumbre, y el Ave Maria quedó en las armas de la Casa del Infantado, sin necesidad de que ningún rey se la concediera ni de que fuese ganada en batalla ninguna.
Pero todavía falta un cabo por desenredar en esta madeja. No en la guerra de Granada, pero en tiempos bastante próximos a ella, en el reinado de Enrique IV, otro Garcilaso, de la prosapia de los anteriores, sobrino del marqués de Santillana, murió heroicamente en la hoya de Baza el 21 de septiembre de 1455, «ofreciendo su vida por la salud de los suyos», cual otro Decio, y mereciendo los honores de la inmortalidad en un canto fúnebre de su deudo Gómez Manrique. Sumemos esta muerte gloriosa, y no lejos de Granada, con el apellido y el mote, y tendremos explicada íntegramente la leyenda. Otras han nacido de principios mucho más livianos.
No sabemos cuándo empezó a correr entre el vulgo; pero sí que uno de los primeros libros en que se halla es la Historia de los bandos de los Zegríes y Abencerrajes , de Ginés Pérez de Hita (1595). En el capítulo XVIII de esta famosa novela, se inserta un romance que Hita llama antiguo , pero su antigüedad, juzgando por el estilo y versificación, no parece mucha. En él está fundada la comedia de Lope, y, por consiguiente, no debemos omitirle, aunque figura en las colecciones de Durán y Wolf:
Cercada está Santa
Fe—con mucho lienzo encerado,
Al derredor muchas
tiendas—de seda, oro y brocado,
Donde están duques
y condes,—señores de grande estado,
Y otros muchos
capitanes—que lleva el rey don Fernando...
Cuando a las nueve
del día—un moro se ha demostrado
Encima un caballo
negro—de blancas manchas manchado,
Cortados ambos
hocicos,—porque lo tiene enseñado
El moro, que con
sus dientes—despedace a los cristianos.
El moro viene
vestido—de blanco, azul y encarnado,
Y debajo esta
librea—trae un muy fuerte jaco,
Y una lanza con dos
hierros—de acero muy bien templado,
[p. 231] Y una adarga hecha en Fez,—de un
ante rico estimado.
Aqueste perro, con
befa,—en la cola del caballo,
La sagrada Ave
María— llevaba, haciendo escarnio.
Llegando junto a
las tiendas,—de esta manera ha hablado:
—¿Cuál será
aquel caballero—que sea tan esforzado,
Que quiera hacer
conmigo—batalla en aqueste campo?
Salga uno, salgan
dos,—salgan tres o salgan cuatro;
El Alcaide de
Donceles—salga, que es hombre afamado;
Salga ese conde de
Cabra,—en guerra experimentado;
Salga Gonzalo
Fernández,—que es de Córdoba nombrado,
O si no, Martín
Galindo,—que es valeroso soldado;
Salga ese
Portocarrero,—señor de Palma nombrado,
O el bravo don
Manuel—Ponce de León llamado,
Aquel que sacara el
guante—que por industria fué echado
Donde estaban los
leones,—y él le sacó muy osado.
Y si no salen
aquéstos,—salga el mismo rey Fernando,
Que yo le daré a
entender—si soy de valor sobrado,—
Los caballeros del
Rey,—todos le están escuchando:
Cada uno
pretendía—salir con el moro al campo.
Garcilaso estaba
allí,—mozo gallardo, esforzado;
Licencia le pide al
Rey—para salir al pagano.
—Garcilaso,
sois muy mozo—para emprender este caso,
Otros hay en el
real—para poder encargarlo.—
Garcilaso se
despide—muy confuso y enojado,
Por no tener la
licencia—que al Rey había demandado.
Pero muy
secretamente—Garcilaso se había armado,
Y en un caballo
morcillo,—salido se había al campo.
Nadie le ha
conocido,—porque sale disfrazado;
Fuése donde estaba
el moro,—y de esta suerte le ha hablado:
—¡Ahora
verás, el moro—si tiene el rey don Fernando
Caballeros
valerosos—que salgan contigo al campo!
Yo soy el menor de
todos,—y vengo por su mandado.—
El moro, cuando le
vió,—en poco le había estimado,
Y díjole de esta
suerte:—Yo no estoy acostumbrado
A hacer batalla
campal—sino con hombres barbados:
Vuélvete, rapaz, le
dice,—y venga el más estimado.—
Garcilaso, con
enojo,—puso piernas al caballo;
Arremetió para el
moro,—y un gran encuentro le ha dado.
El moro, que
aquesto vió,—revuelve así como un rayo:
Comienzan la
escaramuza—con un furor muy sobrado;
Garcilaso, aunque
era mozo,—mostraba valor sobrado;
[p. 232] Dióle al moro una lanzada—por
debajo del sobaco:
El moro cayera
muerto,—tendido le había en el campo.
Garcilaso con
presteza,—del caballo se ha apeado:
Cortárale la
cabeza—y en el arzón la ha colgado:
Quitó el Ave
María—de la cola del caballo:
Hincado de ambas
rodillas,—con devoción la ha besado,
Y en la punta de su
lanza,—por bandera la ha colgado.
Subió en su caballo
luego,—y el del moro había tomado.
Cargado de estos
despojos,—al real se había tornado,
Do estaban todos
los grandes,—también el rey don Fernando.
Todos tienen a
grandeza—aquel hecho señalado:
También el Rey y la
Reina—mucho se han maravillado
En ser Garcilaso
mozo—y haber hecho un tan gran caso.
Garcilaso de la
Vega—desde allí se ha intitulado,
Porque en la Vega
hiciera—campo con aquel pagano.
Indudablemente este romance, calificado de viejo y tradicional en la Primavera de Wolf (núm. 93), no es muy vetusto, ni siquera parto genuino de la musa popular. Su languidez y prosaísmo revelan la mano de algún refundidor de los últimos años del siglo XVI, acaso del mismo Pérez de Hita. Otro debió de existir, más rápido y animado, del cual éste conserva vestigios, especialmente en el reto del moro. Ya veremos de qué suerte Lope (¡a los doce años!) restauró por instinto la parte heroica y primitiva del romance, combinándole muy hábilmente con otro también fronterizo, pero de diverso asunto, el de la muerte de Albayaldos (núm. 89 de Wolf), que comienza:
Santa Fe, ¡cuán bien pareces—en los campos de Granada!...
Y este infantil acierto es tanto más de admirar, cuanto que los poetas cultos de las postrimerías del siglo XVI que intentaron refundir el romance del desafío de Garcilaso, así Lucas Rodríguez en su Romancero historiado (1579), como Gabriel Lobo Laso de la Vega en su Romancero y tragedias (1587), a los cuales se debe, dicho sea de paso, el nombre de Tarfe dado al moro retador, en nada mejoraron el original que imitaban. Y no hablemos de otros dos detestables romances anónimos, insertos en el Romancero [p. 233] general de 1604, y en su Segunda parte , publicada por Miguel de Madrigal en 1605; composiciones llenas de insulsos juegos de palabras, en que se compara el Ave María , por lo de ave , con la gallina que da sustancia al caldo de la olla, y se llama a Garcilaso de la Vega «divino cazador» y «caballero del Toisón», con otras sandeces semejantes, a las cuales es mil veces preferible la vulgaridad del interminable romanzón del Triunfo del Ave María (que hoy mismo cantan y venden los ciegos), y que seguramente está tomado de una de las comedias que indicaremos en el capítulo siguiente. [1]
Tornando a la comedia de Lope, no se puede negar que los dos primeros actos, si bien lozanamente versificados, revelan la inexperiencia del prodigioso niño, y apenas se enlazan con la acción principal, ocupados como están con los amores y celos de Tarfe, Fátima y Gazul. Puede decirse que huelgan completamente, aunque siempre sería lástima perder tan sonoros tercetos y rotundas octavas. El drama caballeresco no empieza hasta la jornada tercera, con la fundación de Santa Fe, que un renegado anuncia al Rey Boabdil en estos términos:
Sabrás que el rey cristiano don Fernando
Viene con gran
furor contra Granada,
Eterna destrucción
amenazando,
Y en tu anchurosa vega desdichada
Ha hecho una ciudad
gallarda y bella,
De grueso muro y
torres adornada;
Tiene asentadas en el hilo dellas,
De seda y oro tan
gallardas tiendas,
Que todo el
cristianismo ha junto en ellas.
Suelta, perdido Rey, suelta las riendas
Al llanto amargo o
las airadas manos
Y adonde te repares
y defiendas;
Que el atrevido Rey de los hispanos
Ha juntado en la
empresa valerosa
Los leones
fierísimos cristianos.
[p. 234] Viene en su campo, Rey, la más famosa
Gente que tiene la
invencible España,
De gloria y nombre
eterno deseosa;
Y el fiero Rey, con la sangrienta saña,
En aqueste
propósito tan firme,
Que ya sus filos en
tu sangre baña.
El Rey Chico, después de muchas imprecaciones contra Mahoma por el desamparo en que le deja, siente arder en sus venas la belicosa sangre de sus antepasados, y se prepara para la defensa:
Hágase alarde de mi gente armada,
Repárense los fosos
y los muros,
La gruesa cerca
esté fortificada;
Salgan las armas y los petos duros,
A quien la blanda
paz puso en la tierra;
Que no es ya tiempo
de vivir seguros.
Los instrumentos que en su centro encierra,
Salgan acicalados y
lucidos,
Suenen los añafiles
sangre y guerra.
Vengan con vuestros pechos atrevidos
Los hierros y
pendones de las lanzas,
De la cristiana
sangre guarnecidos;
Cóbrense las perdidas esperanzas;
Que nunca rey
temió, ni menos temo,
De la fortuna
encuentros y mudanzas.
«descúbrese un lienzo, y hase de ver en el vestuario una ciudad con sus torres llenas de velas y luminarias, con música de trompetas y campanas.» (Esta acotación indica ya los progresos del aparato escénico.) Salen Garcilaso, Martín Galindo, Portocarrero y otros héroes cristianos; su diálogo, que los espectadores debían de acompañar en coro, es una glosa de las palabras del romance:
Santa Fe , ¡
Cuán bien pareces
En la vega de Granada!
GALINDO
¡Cuán alta belleza
alcanza!
Y es de tanta
perfección,
[p. 235] Que muestra en ella el león
La fuerza de su
pujanza.
¡Cómo alegre y adornada
A nuestra vista te
ofreces!
Santa Fe , ¡
cuán bien pareces
En la vega de Granada!
PORTOCARRERO
Galindo, señor de
Palma,
Y vos, mi buen
Garcilaso,
Entended que a cada
paso
Se me regocija el
alma.
¡Oh ciudad
fortificada,
Que en nueva
esperanza creces!
Santa Fe , ¡
qué bien pareces
En la vega de
Granada!
¿Qué más
gloria y bien querer,
Qué contento y
alegría,
Que haber hecho en
sólo un día
Lo que nadie pudo
hacer?
Publique el
cristiano bando,
Que donde imposible
fué,
Cercada está Santa Fe
De mucho lienzo
encerado.
GALINDO
¡Qué alegre y
vistosa risa
Es el ver contra el
pagano
Tanto bizarro
cristiano ,
Tanto pendón y divisa;
Ver tanto
caballo atado,
Quebrando frenos y
riendas,
Asentadas ricas
tiendas
De sedas ,
oro y brocado!
...........................
El reto del moro Tarfe es también una paráfrasis del romance:
Bando cristiano,
ajuntado
Para vuestro
intento fiero,
¿Cuál será aquel
caballero
En armas
aventajado,
[p. 236] Pues de vuestro sitio estampo,
La planta es
vuestra deshonra,
Que por ensalzar su honra
Se salga conmigo al campo?
Y pues del alto teatro
Os ayuda vuestro
Dios,
Salga uno ,
salgan dos ,
Salgan tres o salgan cuatro.
Probad mi pecho acerado:
Salga todo el campo
entero,
O salga Portocarrero ,
Comendador afamado.
Muéstrese el pecho esforzado
Como en el reto de
lindo,
O salga ese buen Galindo ,
Señor de Palma nombrado.
¿Qué estáis suspensos mirando?
Vengan los fieros
denuestos;
Y si no hay ninguno déstos ,
Salga el propio rey Fernando...
Pide Garcilaso licencia al Rey para salir a lidiar con el pagano, y oye en contestación las palabras del romance:
Garcilaso, sois muy mozo
Y en las armas poco
usado.
A semejanza de Cervantes y otros dramaturgos de aquel período de transición, Lope hace uso de una máquina alegórica: sale la Fama por encima del moro, tañendo su trompeta para anunciar al orbe la hazaña de Garcilaso.
Tal es esta pieza, informe, sin duda, pero suficiente para demostrar que Lope, al salir de la escuela, se encontraba ya en posesión de la fórmula generadora de su teatro histórico: la conversión de las rapsodias épicas en drama.
[p. 228]. [1] . Vid. Costas y montañas , por Juan García (D. Amós de Escalante), Madrid, 1871, páginas 373-391, y Los Garcilasos , por D. Ángel de los Ríos y Ríos (Revista Cántabro-Asturiana , Santander, 1877).
[p. 233]. [1] . Véanse todas estas composiciones en el Romancero , de Durán, números 1.118 a 1.123 y 1.300.