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Obras completas de Menéndez... > ESTUDIOS SOBRE EL TEATRO DE... > V : IX. CRÓNICAS Y LEYENDAS... > LXVIII.—LOS HECHOS DE GARCILASO DE LA VEGA Y MORO TARFE

Datos del fragmento

Texto

Comedia inédita hasta ahora. Imprímese por el manuscrito de la Biblioteca Nacional, que perteneció antes a D. Cayetano Alberto de la Barrera; copia antigua, pero no muy correcta, adquirida por él en la almoneda de los libros de D. José de Gámez. Al frente puso aquel insigne bibliógrafo la siguuente nota, que reproducimos con su peculiar ortografía:

«La Comedia de los Hechos de Garcilaso de la Vega y moro Tarfe , compuesta por Lope de Vega, y por él menzionada con el simple título de Garcilaso de la Vega , es completamente inédita: la gloria de su descubrimiento me perteneze. Casi puede decirse que ni aun constaba como perdida; puesto que enlazándose también el argumento de la titulada El cerco de Santa Fé , incluída en la Primera parte de Comedias de El mismo Autor, con el dudoso hecho de ese tal Garcilaso, jeneralmente se calculaba que debían de ser una misma pieza. Pero solo tienen de comun el asedio de la ziudad o el triunfo del Ave María. »

Razón tenía Barrera para estar ufano de su hallazgo, porque la presente comedia es, sin disputa, la más antigua de cuantas conocemos de Lope. Y al decir esto no me olvido de El verdadero amante , que Lope llamó primera comedia suya , y que acaso lo sea, pero que de seguro fué refundida por él antes de imprimirla, como lo prueba la división en tres actos, que no es la que Lope usó en sus primeros ensayos, según resulta de estas terminantes palabras del Arte nuevo de hacer comedias.

       Y yo las escribí de once y doce años,
       De a cuatro actos y de a cuatro pliegos,
       Porque cada acto un pliego contenía.

La única comedia de Lope en cuatro actos es el Garcilaso , y, por consiguiente, la única muestra de sus comedias infantiles, de las que componía a los once y doce años. Por el estilo y la traza, se parece esta comedia a las de Juan de la Cueva. Por la valentía [p. 228] y brillo de la versificación, por el instinto de las situaciones dramáticas, por la soltura del diálogo, y sobre todo por el hábil empleo de la poesía popular, las deja a larga distancia, y no puede ser más que de Lope. ¡Y esto lo escribía un niño de doce años! Digamos como un antiguo poeta nuestro:

       Los Hércules que mandan la fortuna,
       Doman los monstruos en la misma cuna.

La hazaña de Garcilaso de la Vega a que esta pieza se refiere, es no sólo dudosa , como dice Barrera, sino enteramente fabulosa; pero, como todas las leyendas, nació de varios datos históricos confundidos o mal interpretados. Su proceso es verdaderamente curioso. Hubo, es cierto, un Garcilaso entre los conquistadores de Granada, pero fué personaje bastante oscuro, de quien no constan particulares empresas. Su apellido, sin embargo, y su asistencia en aquella jornada, sugirieron a la fantasía de algún cantor popular la extraña amalgama de especies genealógicas y heráldicas que vamos a deslindar.

La ilustre y antigua familia de los Lasos de la Vega, debe su apellido, según es notorio, no a las hazañas que hiciesen en la vega de Granada, como creyó el autor del romance, sino a la circunstancia de tener su solar en la vega montañesa donde hoy se levanta la rica y floreciente villa de Torrelavega, segunda en vecindario e importancia entre las poblaciones de la actual provincia de Santander. [1] La notoriedad de este linaje comienza en Garcilaso de la Vega, llamado el Viejo , Merino mayor de Castilla, gran privado de Alfonso XI y víctima del furor popular, que le dió cruda muerte en la iglesia de San Francisco de Soria el año 1326, del modo que se refiere en la Crónica de aquel Monarca. Hijos suyos fueron Garcilaso y Gonzalo Ruiz de la Vega, que en la batalla del Salado (1340) fueron los primeros en pasar la puente y herir en el haz de los musulmanes. «Et estos caballeros estidieron muy [p. 229] firmes, sufriendo muchas azagayadas et espadadas, et dando muchos golpes en los moros; pero los moros eran muchos y los cristianos pocos et estaban en grande afincamiento.» Nada más que esto dice la Crónica (cap. CLIII), y no es pequeña gloria para los dos adalides montañeses el haber llevado la vanguardia en tal jornada, decidiendo con su impetuoso arranque lo que la excesiva prudencia o la mala voluntad de D. Juan Manuel parecía querer retardar en aquel momento supremo. Pero los genealogistas no se dieron por contentos con tan poca cosa, e inventaron el encuentro y desafío de Garcilaso con un moro que llevaba atado a la cola del caballo un listón con las letras del Ave María , letras que Garcilaso puso en su escudo, después de vencido y muerto el insolente moro. De este modo lo cuentan, siempre con referencia a la batalla del Salado, Gonzalo Fernández de Oviedo en sus Quincuagenas (batalla 1.ª, quincuagena 3.ª, diálogo 43), Argote de Molina en su Nobleza de Andalucía (lib. II, cap. LXXXIII), y por supuesto el famoso coplero Gracia Dei, en sus pícaras trovas:

       Sin figuras ni colores
       Vimos la vega dorada,
       Solar de grandes señores,
       Con muchas doradas flores
       De lis, con azul cercada.
       .......................
       Sobre verde relucía
       La banda de colorado
       Con oro, con que venía
       La celeste Ave María
       Que se ganó en el Salado.

Esta leyenda heráldica, transportada del Salado a la vega de Granada, y del tiempo de Alfonso XI al de los Reyes Católicos, nos da el segundo elemento de la fabulosa tradición que investigamos. Pero también ella tiene explicación fácil. El célebre marqués de Santillana, D. Íñigo López de Mendoza, que pertenecía a la familia de los Garcilasos por su madre doña Leonor de la Vega, usó constantemente en sus escudos y banderas el mote del Ave [p. 230] María , no como emblema nobiliario ni por vanidades del mundo, sino como muestra de la especial devoción que tenía a la Virgen Santísima. Sus descendientes continuaron tan piadosa costumbre, y el Ave Maria quedó en las armas de la Casa del Infantado, sin necesidad de que ningún rey se la concediera ni de que fuese ganada en batalla ninguna.

Pero todavía falta un cabo por desenredar en esta madeja. No en la guerra de Granada, pero en tiempos bastante próximos a ella, en el reinado de Enrique IV, otro Garcilaso, de la prosapia de los anteriores, sobrino del marqués de Santillana, murió heroicamente en la hoya de Baza el 21 de septiembre de 1455, «ofreciendo su vida por la salud de los suyos», cual otro Decio, y mereciendo los honores de la inmortalidad en un canto fúnebre de su deudo Gómez Manrique. Sumemos esta muerte gloriosa, y no lejos de Granada, con el apellido y el mote, y tendremos explicada íntegramente la leyenda. Otras han nacido de principios mucho más livianos.

No sabemos cuándo empezó a correr entre el vulgo; pero sí que uno de los primeros libros en que se halla es la Historia de los bandos de los Zegríes y Abencerrajes , de Ginés Pérez de Hita (1595). En el capítulo XVIII de esta famosa novela, se inserta un romance que Hita llama antiguo , pero su antigüedad, juzgando por el estilo y versificación, no parece mucha. En él está fundada la comedia de Lope, y, por consiguiente, no debemos omitirle, aunque figura en las colecciones de Durán y Wolf:

       Cercada está Santa Fe—con mucho lienzo encerado,
       Al derredor muchas tiendas—de seda, oro y brocado,
       Donde están duques y condes,—señores de grande estado,
       Y otros muchos capitanes—que lleva el rey don Fernando...
       Cuando a las nueve del día—un moro se ha demostrado
       Encima un caballo negro—de blancas manchas manchado,
       Cortados ambos hocicos,—porque lo tiene enseñado
       El moro, que con sus dientes—despedace a los cristianos.
       El moro viene vestido—de blanco, azul y encarnado,
       Y debajo esta librea—trae un muy fuerte jaco,
       Y una lanza con dos hierros—de acero muy bien templado,
        [p. 231] Y una adarga hecha en Fez,—de un ante rico estimado.
       Aqueste perro, con befa,—en la cola del caballo,
       La sagrada Ave María— llevaba, haciendo escarnio.
       Llegando junto a las tiendas,—de esta manera ha hablado:
       —¿Cuál será aquel caballero—que sea tan esforzado,
       Que quiera hacer conmigo—batalla en aqueste campo?
       Salga uno, salgan dos,—salgan tres o salgan cuatro;
       El Alcaide de Donceles—salga, que es hombre afamado;
       Salga ese conde de Cabra,—en guerra experimentado;
       Salga Gonzalo Fernández,—que es de Córdoba nombrado,
       O si no, Martín Galindo,—que es valeroso soldado;
       Salga ese Portocarrero,—señor de Palma nombrado,
       O el bravo don Manuel—Ponce de León llamado,
       Aquel que sacara el guante—que por industria fué echado
       Donde estaban los leones,—y él le sacó muy osado.
       Y si no salen aquéstos,—salga el mismo rey Fernando,
       Que yo le daré a entender—si soy de valor sobrado,—
       Los caballeros del Rey,—todos le están escuchando:
       Cada uno pretendía—salir con el moro al campo.
       Garcilaso estaba allí,—mozo gallardo, esforzado;
       Licencia le pide al Rey—para salir al pagano.
       —Garcilaso, sois muy mozo—para emprender este caso,
       Otros hay en el real—para poder encargarlo.—
        Garcilaso se despide—muy confuso y enojado,
       Por no tener la licencia—que al Rey había demandado.
       Pero muy secretamente—Garcilaso se había armado,
       Y en un caballo morcillo,—salido se había al campo.
       Nadie le ha conocido,—porque sale disfrazado;
       Fuése donde estaba el moro,—y de esta suerte le ha hablado:
       —¡Ahora verás, el moro—si tiene el rey don Fernando
       Caballeros valerosos—que salgan contigo al campo!
       Yo soy el menor de todos,—y vengo por su mandado.—
       El moro, cuando le vió,—en poco le había estimado,
       Y díjole de esta suerte:—Yo no estoy acostumbrado
       A hacer batalla campal—sino con hombres barbados:
       Vuélvete, rapaz, le dice,—y venga el más estimado.—
       Garcilaso, con enojo,—puso piernas al caballo;
       Arremetió para el moro,—y un gran encuentro le ha dado.
       El moro, que aquesto vió,—revuelve así como un rayo:
       Comienzan la escaramuza—con un furor muy sobrado;
       Garcilaso, aunque era mozo,—mostraba valor sobrado;
        [p. 232] Dióle al moro una lanzada—por debajo del sobaco:
       El moro cayera muerto,—tendido le había en el campo.
       Garcilaso con presteza,—del caballo se ha apeado:
       Cortárale la cabeza—y en el arzón la ha colgado:
       Quitó el Ave María—de la cola del caballo:
       Hincado de ambas rodillas,—con devoción la ha besado,
       Y en la punta de su lanza,—por bandera la ha colgado.
       Subió en su caballo luego,—y el del moro había tomado.
       Cargado de estos despojos,—al real se había tornado,
       Do estaban todos los grandes,—también el rey don Fernando.
       Todos tienen a grandeza—aquel hecho señalado:
       También el Rey y la Reina—mucho se han maravillado
       En ser Garcilaso mozo—y haber hecho un tan gran caso.
       Garcilaso de la Vega—desde allí se ha intitulado,
       Porque en la Vega hiciera—campo con aquel pagano.

Indudablemente este romance, calificado de viejo y tradicional en la Primavera de Wolf (núm. 93), no es muy vetusto, ni siquera parto genuino de la musa popular. Su languidez y prosaísmo revelan la mano de algún refundidor de los últimos años del siglo XVI, acaso del mismo Pérez de Hita. Otro debió de existir, más rápido y animado, del cual éste conserva vestigios, especialmente en el reto del moro. Ya veremos de qué suerte Lope (¡a los doce años!) restauró por instinto la parte heroica y primitiva del romance, combinándole muy hábilmente con otro también fronterizo, pero de diverso asunto, el de la muerte de Albayaldos (núm. 89 de Wolf), que comienza:

Santa Fe, ¡cuán bien pareces—en los campos de Granada!...

Y este infantil acierto es tanto más de admirar, cuanto que los poetas cultos de las postrimerías del siglo XVI que intentaron refundir el romance del desafío de Garcilaso, así Lucas Rodríguez en su Romancero historiado (1579), como Gabriel Lobo Laso de la Vega en su Romancero y tragedias (1587), a los cuales se debe, dicho sea de paso, el nombre de Tarfe dado al moro retador, en nada mejoraron el original que imitaban. Y no hablemos de otros dos detestables romances anónimos, insertos en el Romancero [p. 233] general de 1604, y en su Segunda parte , publicada por Miguel de Madrigal en 1605; composiciones llenas de insulsos juegos de palabras, en que se compara el Ave María , por lo de ave , con la gallina que da sustancia al caldo de la olla, y se llama a Garcilaso de la Vega «divino cazador» y «caballero del Toisón», con otras sandeces semejantes, a las cuales es mil veces preferible la vulgaridad del interminable romanzón del Triunfo del Ave María (que hoy mismo cantan y venden los ciegos), y que seguramente está tomado de una de las comedias que indicaremos en el capítulo siguiente. [1]

Tornando a la comedia de Lope, no se puede negar que los dos primeros actos, si bien lozanamente versificados, revelan la inexperiencia del prodigioso niño, y apenas se enlazan con la acción principal, ocupados como están con los amores y celos de Tarfe, Fátima y Gazul. Puede decirse que huelgan completamente, aunque siempre sería lástima perder tan sonoros tercetos y rotundas octavas. El drama caballeresco no empieza hasta la jornada tercera, con la fundación de Santa Fe, que un renegado anuncia al Rey Boabdil en estos términos:

           Sabrás que el rey cristiano don Fernando
       Viene con gran furor contra Granada,
       Eterna destrucción amenazando,
           Y en tu anchurosa vega desdichada
       Ha hecho una ciudad gallarda y bella,
       De grueso muro y torres adornada;
           Tiene asentadas en el hilo dellas,
       De seda y oro tan gallardas tiendas,
       Que todo el cristianismo ha junto en ellas.
           Suelta, perdido Rey, suelta las riendas
       Al llanto amargo o las airadas manos
       Y adonde te repares y defiendas;
           Que el atrevido Rey de los hispanos
       Ha juntado en la empresa valerosa
       Los leones fierísimos cristianos.
           [p. 234] Viene en su campo, Rey, la más famosa
       Gente que tiene la invencible España,
       De gloria y nombre eterno deseosa;
           Y el fiero Rey, con la sangrienta saña,
       En aqueste propósito tan firme,
       Que ya sus filos en tu sangre baña.

El Rey Chico, después de muchas imprecaciones contra Mahoma por el desamparo en que le deja, siente arder en sus venas la belicosa sangre de sus antepasados, y se prepara para la defensa:

           Hágase alarde de mi gente armada,
       Repárense los fosos y los muros,
       La gruesa cerca esté fortificada;
           Salgan las armas y los petos duros,
       A quien la blanda paz puso en la tierra;
       Que no es ya tiempo de vivir seguros.
           Los instrumentos que en su centro encierra,
       Salgan acicalados y lucidos,
       Suenen los añafiles sangre y guerra.
           Vengan con vuestros pechos atrevidos
       Los hierros y pendones de las lanzas,
       De la cristiana sangre guarnecidos;
           Cóbrense las perdidas esperanzas;
       Que nunca rey temió, ni menos temo,
       De la fortuna encuentros y mudanzas.

«descúbrese un lienzo, y hase de ver en el vestuario una ciudad con sus torres llenas de velas y luminarias, con música de trompetas y campanas.» (Esta acotación indica ya los progresos del aparato escénico.) Salen Garcilaso, Martín Galindo, Portocarrero y otros héroes cristianos; su diálogo, que los espectadores debían de acompañar en coro, es una glosa de las palabras del romance:

       Santa Fe , ¡ Cuán bien pareces
        En la vega de Granada!

       GALINDO
       ¡Cuán alta belleza alcanza!
       Y es de tanta perfección,
        [p. 235] Que muestra en ella el león
        La fuerza de su pujanza.
           ¡Cómo alegre y adornada
       A nuestra vista te ofreces!
        Santa Fe , ¡ cuán bien pareces
        En la vega de Granada!

       PORTOCARRERO
           Galindo, señor de Palma,
       Y vos, mi buen Garcilaso,
       Entended que a cada paso
       Se me regocija el alma.
           
¡Oh ciudad fortificada,
       Que en nueva esperanza creces!
       Santa Fe , ¡ qué bien pareces
       En la vega de Granada!
           
¿Qué más gloria y bien querer,
       Qué contento y alegría,
       Que haber hecho en sólo un día
       Lo que nadie pudo hacer?
           Publique el cristiano bando,
       Que donde imposible fué,
        Cercada está Santa Fe
       De mucho lienzo encerado.

        GALINDO
           ¡Qué alegre y vistosa risa
       Es el ver contra el pagano
       Tanto bizarro cristiano ,
       Tanto pendón y divisa;
           
Ver tanto caballo atado,
       Quebrando frenos y riendas,
       Asentadas ricas tiendas
       De sedas
, oro y brocado!
       
...........................

El reto del moro Tarfe es también una paráfrasis del romance:

           Bando cristiano, ajuntado
       Para vuestro intento fiero,
       ¿Cuál será aquel caballero
       En armas aventajado,
            [p. 236] Pues de vuestro sitio estampo,
        La planta es vuestra deshonra,
        Que por ensalzar su honra
        Se salga conmigo al campo?
           Y pues del alto teatro
       Os ayuda vuestro Dios,
        Salga uno , salgan dos ,
        Salgan tres o salgan cuatro.
           Probad mi pecho acerado:
       Salga todo el campo entero,
        O salga Portocarrero ,
        Comendador afamado.
           Muéstrese el pecho esforzado
       Como en el reto de lindo,
        O salga ese buen Galindo ,
        Señor de Palma nombrado.
           ¿Qué estáis suspensos mirando?
       Vengan los fieros denuestos;
        Y si no hay ninguno déstos ,
        Salga el propio rey Fernando...

Pide Garcilaso licencia al Rey para salir a lidiar con el pagano, y oye en contestación las palabras del romance:

           Garcilaso, sois muy mozo
       Y en las armas poco usado.

A semejanza de Cervantes y otros dramaturgos de aquel período de transición, Lope hace uso de una máquina alegórica: sale la Fama por encima del moro, tañendo su trompeta para anunciar al orbe la hazaña de Garcilaso.

Tal es esta pieza, informe, sin duda, pero suficiente para demostrar que Lope, al salir de la escuela, se encontraba ya en posesión de la fórmula generadora de su teatro histórico: la conversión de las rapsodias épicas en drama.

Notes

[p. 228]. [1] . Vid. Costas y montañas , por Juan García (D. Amós de Escalante), Madrid, 1871, páginas 373-391, y Los Garcilasos , por D. Ángel de los Ríos y Ríos (Revista Cántabro-Asturiana , Santander, 1877).

[p. 233]. [1] . Véanse todas estas composiciones en el Romancero , de Durán, números 1.118 a 1.123 y 1.300.