Biografía

Retrato fotográfico de Ignacio Hernando de Larramendi en 1980

Ignacio Hernando de Larramendi y Montiano (1921-2001) fue un empresario español, mecenas cultural, carlista y escritor. En el mundo empresarial es conocido por sus muchos años al frente de MAPFRE y en la actualidad se le sigue considerando uno de los cien empresarios españoles más influyentes del siglo XX. En el mundo de la cultura es reconocida su labor como mecenas y promotor de múltiples iniciativas relacionadas con la cultura hispana, sobre todo en Iberoamérica, como recoge el libro Mecenazgo cultural de Ignacio Hernando de Larramendi y Montiano: crónica y testimonios editado por la Fundación MAPFRE Tavera en 2002. En política estuvo comprometido con el carlismo y desempeñó algunos cargos relacionados con ese compromiso, pero en esta faceta es más conocido por su labor de promoción de los estudios históricos sobre el tradicionalismo y la recuperación de sus autores.

Infancia y juventud

Tanto la familia de su padre como la de su madre pertenecían a familias vascas acomodadas, pero en trayectorias descendentes desde algunas generaciones atrás. Su abuelo paterno, Mariano Hernando, fue un hombre de negocios conocido por la plaza de toros que construyó en la zona de Trocadero de París.

El padre de Ignacio, Luis Hernando de Larramendi (1882-1957), ejerció como abogado en Madrid. Carlista desde muy joven por influencia de su abuelo, fue secretario político, entre 1919 y 1921, del pretendiente carlista Jaime de Borbón y Borbón-Parma (1870-1931) y candidato, sin éxito, a las Cortes. A mediados de la década de 1930, volvió a ser delegado del carlismo, pues se entendía muy bien con el pretendiente carlista. Siempre se preocupó por cuestiones sociales y trasladó ese interés a sus hijos. Durante la Guerra Civil escribió artículos, se ocupó de asuntos jurídicos y se negó a acatar el Decreto de Unificación que fusionó los partidos políticos Falange Española de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FE de las JONS) y Comunión Tradicionalista. Tras la guerra dejó la actuación política puesto que ni él ni nadie de su familia reconoció la legitimidad del gobierno de Franco.

La madre de Ignacio, María de Montiano y Uriarte (1886-1976), era descendiente, entre otros, de Manuel de Montiano (1685-1762), quien fuera gobernador de La Florida y, más tarde, de Panamá, y Agustín de Montiano (1697-1764), sobrino del anterior, fundador de la Real Academia de la Historia; sin embargo, sus antepasados más cercanos vivieron, en parte, de la venta del patrimonio familiar; su padre era médico en Bilbao. María de Montiano era considerada la chica más guapa de la ciudad: «eso dicen», contestaba cuando se lo comentaban; de espíritu hondamente caritativo, se sentía orgullosa de su «etnia» vasca y era muy aficionada a la genealogía, a la que dedicaba buena parte de su tiempo.

La pareja vivió en Madrid en la calle Velázquez, en el edificio que actualmente lleva el número 100. Tuvo nueve hijos, que fueron educados en un ambiente fervientemente católico. Tras unos años de enseñanza impartida por una preceptora particular en casa, Ignacio Larramendi, el mayor de los chicos, ingresó en el Colegio de Nuestra Señora del Pilar en 1932, aunque no pudo terminar allí sus estudios a causa de la Guerra Civil.

Cuando estalló la guerra, la familia se encontraba en su lugar de veraneo habitual, en San Sebastián, que resultó zona republicana. Cuenta Ignacio Larramendi: «empezaron a llegar noticias de movimientos de tropas de Marruecos, con que se inició el alzamiento, y empezó a sonar el nombre del general Franco; fue cuando mi padre me dijo que si él iba a dominar la situación "todo estaba perdido"». Luis Larramendi, aunque había defendido con éxito, durante el juicio por el atentado a Alfonso XIII en Madrid, al anarquista Aquilino Martínez Herrero, lo que le había granjeado la simpatía de algunos anarquistas, pensaba que no obstante, por su conocida adscripción tradicionalista, podía ser buscado en cualquier momento y escapó a la zona nacionalista, pero los acontecimientos le permitieron volver algunas semanas más tarde, cuando carlistas navarros ya habían tomado la ciudad.

Ignacio acabó el bachillerato, con los marianistas del Colegio de Santa María, en 1937 y ese verano se incorporó a un destacamento del Requeté Auxiliar, en Fuenterrabía (donde luego supo que estaba la que luego sería su esposa, a la que todavía no conocía); también hacían guardias en los calabozos de la cárcel de Irún. Cuando después del verano volvió a San Sebastián, se dedicó a actividades políticas en la Agrupación Escolar Tradicionalista (AET) y, en la primavera de 1938, con 16 años, estuvo durante tres semanas por Cataluña, buscando a su hermano Luis Manuel, de 15, que se había unido con nombre falso a un Tercio de requetés. Esta experiencia juvenil de Ignacio Hernando de Larramendi inspiró a Mikel Azurmendi para su novela En el requeté de Olite, publicada en 2016 (ver la noticia).

En julio ambos hermanos se incorporaron al frente como voluntarios, inicialmente en la Segunda Compañía de Radio Requeté de Campaña, pero, a raíz de un conflicto con el teniente de la unidad, a principios de 1939, se incorporó a la Compañía de Tolosa de Guipúzcoa del Tercio de San Miguel. Después de escaramuzas de poca importancia, el batallón llegó a Cataluña, hasta la frontera francesa, y a finales del invierno fue enviado a Extremadura. De nuevo, tras algunos combates de baja intensidad, alcanzó la provincia de Toledo en el momento de la victoria final del bando nacionalista.

En 1939 Larramendi comienza sus estudios de Derecho en Madrid y consigue graduarse en 1941; aunque inicialmente quiso ejercer de abogado, en 1944 fue contratado por la Dirección General de Seguros. En 1940 comenzó a salir con Lourdes Martínez Gutiérrez (1924-2015), nieta del general Alfredo Gutiérrez Chaume, e hija de Armando Martínez Abad, funcionario de Hacienda, que murió cuando ella tenía solo tres meses. La madre, María Dolores Gutiérrez Gorostiza, ya viuda y con dos niños pequeños, Armando y Lourdes, se presentó a unas oposiciones para incorporarse a Hacienda, era la primera convocatoria en la que se admitía a mujeres, y las sacó. Ignacio y Lourdes se casaron en 1950 y tuvieron nueve hijos, nacidos entre 1951 y 1965; por orden de edad: CarmenLuis, Coro, Ignacio, Tachi, Carolo, Margarita, Miguel y Ramón.

Primeras acciones políticas: de repartidor de folletos a cargo en el partido

Ignacio Larramendi, de requetéCon tan solo 10 años, en 1931, Ignacio ya se comprometía políticamente y repartía en Madrid los folletos electorales carlistas de su padre durante las primeras elecciones de la República, las llamadas constituyentes. Además, como se ha dicho, ya en San Sebastián, tras estallar la guerra, estuvo alistado en el Requeté e ingresó en la Agrupación Escolar Tradicionalista, en la que llegó a ser «jefe de Madrid en el exilio». De vuelta a la capital, participó activamente en la organización local de la Agrupación Escolar Tradicionalista (AET) y emergió como uno de sus líderes más activos.

Junto con un grupo de compañeros con una vocación similar, de los que los más conocidos fueron Rafael Gambra y Francisco Elías de Tejada, cuyas obras han sido editadas digitalmente por la Fundación Ignacio Larramendi, organizó pequeñas manifestaciones semiprivadas contra Franco, hasta que, en 1942, fue detenido y puesto a cargo de la Dirección General de Seguridad, donde pasó cuatro días en los calabozos. Su actividad más notable fue con la Academia Mella, llamada así por Vázquez de Mella, una iniciativa educativa privada, de corte carlista, propiedad del padre Máximo Palomar; su experiencia allí hizo que Larramendi reforzara su inclinación por las cuestiones sociales y la cultura, en lugar de su dimensión política.

Tras la desaparición de la Academia a mediados de la década de 1940, no había ninguna estructura carlista oficial o semioficial en Madrid; los problemas políticos internos y la fragmentación dinástica contribuyeron a la crisis del movimiento. Durante ese período, Larramendi, influido por Elías de Tejada y por su propio padre, se decantó por favorecer a Dom Duarte y a los Braganza como los candidatos más legítimos al trono, aunque a principios de 1950 ya era un firme defensor de los Borbón-Parma.

Después de un episodio breve y de éxito moderado, el lanzamiento en 1951 de la editorial tradicionalista Cálamo, en esa década de los cincuenta se involucra de nuevo en las actividades de Comunión Tradicionalista; Ignacio era conocido en el movimiento carlista por ser un militante joven, vehementemente antifranquista –intransigente en este tema–, y leal a la dinastía. Era uno de los seguidores del dirigente carlista Manuel Fal Conde, los llamados falcondistas, aunque no llegó a alcanzar los niveles más altos en el movimiento. No fue incluido entre los asistentes a la primera presentación real del aspirante Don Javier en Barcelona en 1952, aunque, sin duda, la posición de su padre, que en aquel momento era uno de los organizadores de la campaña de Don Javier, le ayudó a entrar en los círculos de gobierno carlista de la época. 

Parece que pronto el antifranquismo de Larramendi superó al de Fal; a mediados de la década de 1950 era uno de los «duros» o «guipuzcoanos», una facción interna de Comunión Tradicionalista que se quejaba de que la línea oficial del partido se estaba inclinando en favor de Franco; otros lo consideran miembro de la facción de «intelectuales», también opuesta al grupo de «integristas» de Fal.

Cuando la crisis interna alcanzó su punto álgido, a mediados de la década de 1950, Fal fue forzado a dimitir y los vasco-navarros sugirieron que Larramendi pasara a ser miembro del Secretariado Político, un órgano recién creado que tenía como objetivo ayudar al nuevo dirigente, José María Valiente. El plan consistía en apoyar las aspiraciones al trono de Don Javier, pero el intento fracasó, ya que la nueva ejecutiva del partido estaba dominada por los partidarios de sustituir la intransigencia con una oferta colaboracionista a Franco. Larramendi dimitió cuando la nueva Secretaría contactó con Falange proponiéndole una acción conjunta. Su carrera en la ejecutiva duró tan solo unos meses.

Últimos años en política: en la retaguardia

Larramendi se mantuvo activo en las estructuras carlistas y participó en sus iniciativas públicas. En el acto anual de Montejurra de 1957, Larramendi se encontraba entre las autoridades del partido cuando presentaron un heredero al trono, don Carlos Hugo. Larramendi era algo escéptico y temía que el príncipe se viera tentado a seguir una línea colaboracionista; ese mismo año, Larramendi fue clave en el fomento de la disidencia en la organización de la AET de Madrid, que depuso a su líder y principal promotor de don Carlos Hugo, Ramón Massó, por comprometer la identidad tradicionalista y defender el acercamiento al régimen. 

A finales de la década de 1950, Larramendi trabaja con las estructuras carlistas en Madrid, lo que implicaba la colaboración con el séquito personal del príncipe, que estableció su cuartel general en la capital. Las discrepancias continuaron y dieron lugar a dos facciones, los colaboracionistas y los anticolaboracionistas. Massó, promotor de la primera y antiguo compañero de Larramendi de los años de la Academia, consideraba que era el representante de la «más pura ortodoxia tradicionalista».

En los primeros años de la década de 1960 Larramendi siguió frecuentando Montejurra todos los años, aunque con sus hijos más que con la ejecutiva oficial. A mediados de esa década ya apenas participaba en la vida del partido, especialmente después de que en 1963 sus amigos Gambra y Elías de Tejada rompieran con la Comunión Tradicionalista por estar adoptando una postura cada vez menos ortodoxa. Cuando el conflicto llegó a su clímax, a finales de la década de 1960, Larramendi fue un testigo más que un participante. A medida que los defensores de Carlos Hugo iban cambiando su inclinación profalangista por un antifranquismo beligerante, sus primeras dudas se desvanecieron y fueron reemplazadas por la preocupación por el giro radicalmente marxista del príncipe. Lo que no cambió nunca fue su lealtad a la dinastía; poco antes de la expulsión de don Javier en 1969, Larramendi acudió, con toda su familia, a la residencia en Madrid de su rey, Villa Covadonga. 

Con el paso de los años, se vio que los defensores de Carlos Hugo no eran mayoría y hubo muchos enfrentamientos al tratar el futuro. En 1970 Larramendi fue elegido por los carlistas madrileños para participar como compromisario en la reunión que habría de celebrarse en Arbonne. Era considerado representante de los tradicionalistas pero sin haber participado en las luchas internas del partido, por lo que parecía un delegado algo neutral y de hecho adoptó una postura conciliadora.

En lo que parecía un eco lejano de los escritos prosociales de su padre, Larramendi declaró, respecto a la orientación socialista del carlismo, que había que actuar en vez de hablar y que él era el primero en estar dispuesto a ello. Su postura la asumía como dirigente de una empresa, pero la mayoría de los presentes consideró que se trataba de una adhesión a don Carlos Hugo. Pronto les demostró lo contrario; Larramendi se quedó fuera del recién creado Partido Carlista y en 1975 se dirigió a su rey, don Javier, en una carta conjunta, exigiéndole la confirmación de los principios tradicionalistas.

Cuando el pretendiente abdicó en favor de su hijo, los tradicionalistas dirigieron a don Carlos Hugo otra carta; Larramendi no estuvo entre los firmantes de esta carta ni de la siguiente, que supuso la ruptura final con el nuevo aspirante al trono. A mediados de la década de los 70, se acercó tímidamente a los sixtinos, pero dejó su actividad política tras la muerte de Franco.

MAPFRE: de estar al borde de la quiebra a ser líder del mercado

Cartel de MAPFRE de cuando Ignacio Larramendi comenzó a hacerse cargo de la Mutualidad. De Rafael de PenagosLarramendi estuvo trabajando en la Dirección General de Seguros hasta 1952 y realizó algunos viajes a Londres para conocer el mercado británico. Cuando abandona la Dirección General de Seguros en 1952, se incorpora a la Royal Insurance Company para dirigir su oficina de Madrid. En 1955, a raíz de un desacuerdo con sus dirigentes, volvió de nuevo, aunque solo por unos meses, a la Dirección General de Seguros y ese mismo año se incorporó a MAPFRE, una mutualidad aseguradora privada de tamaño medio. En aquel momento la compañía estaba al borde de la quiebra y la contratación de Larramendi como director general entraba dentro del programa de saneamiento. Larramendi renegoció un periodo de amortización de la deuda a largo plazo con el Consejo General de Colegios de Farmacéuticos de España, cerró algunas sucursales y simplificó las operaciones en curso, lo que permitió a la Mutualidad salir de números rojos y volver a obtener beneficios a finales de la década de 1950. A lo largo de los años, Larramendi diseñó nuevos planes de crecimiento.

Cuando se introduce el seguro sanitario obligatorio, Larramendi crea MAPFRE Mutua Patronal de Accidentes de Trabajo. A principios de la década de 1960, impulsa el desarrollo de una rama financiera, con el fin de fusionar los seguros con los créditos y realizar una oferta combinada a los compradores de automóviles; el plan se llevó a cabo en 1962 con la compra de la Central de Obras y Crédito y demostró ser un éxito en el mercado automovilístico español, que estaba creciendo muy rápidamente. Otro importante movimiento estratégico fue la creación de Muinsa, una sociedad de inversión que tenía como objetivo encontrar la forma de invertir pese a las restrictivas normativas que limitaban la actividad inversora de las compañías de seguros. Pronto le siguieron otras sociedades de inversión especializadas, Muinsa Dos, PROGESA y Mapinco y, en la década de 1960, la mutualidad comienza a cambiar el formato de algunas de sus estructuras para convertirlas en sociedades anónimas. 

En 1969 Larramendi diseña la primera reestructuración importante de la empresa, que se materializa en 1970. Como consecuencia de su aplicación se creó el Grupo MAPFRE, integrado por MAPFRE Mutualidad, como sociedad matriz especializada en el ramo del seguro del automóvil, y dos sociedades anónimas filiales: MAPFRE Industrial, centrada en seguros generales, y MAPFRE Vida, dedicada a los seguros de vida. El esquema funcionó bien y consistía en una estructura empresarial basada en la autonomía funcional de las distintas sociedades, pero donde se aprovechaban una serie de servicios comunes. Gracias al boom de las ventas de coches a principios de la década de 1970, el grupo se convierte en el líder del mercado de seguros de automóviles. La posición de Larramendi como director general era tan sólida que cuando se produjo un conflicto con el presidente del Consejo, fue este el que tuvo que dejar su cargo en 1972. Su papel en la empresa cambió en 1975, fecha en la que pasó de ser director general a ser consejero delegado, manteniéndose como figura clave en la empresa. 

A mediados de la década de 1970 la economía mundial atravesó un periodo de crisis que llegó a afectar a España y a MAPFRE. Larramendi respondió con otra reorganización, en 1978, que se basó en la creación de la Corporación MAPFRE como compañía tenedora (holding) y la reducción de las participaciones en las sociedades controladas. El plan resultó una solución temporal y en 1983 se crea el Sistema MAPFRE, donde la Mutualidad seguía siendo la propietaria de la mayoría de acciones y, a través de la Corporación, controlaba a todas las empresas filiales. En el plan se acentuaba la división en tres grandes áreas: transporte, riesgos diversos y reaseguro y vida. Una vez terminada la crisis, el grupo recuperó su dinámica y en 1983 MAPFRE se convirtió en la empresa líder del mercado de seguros español.

Ya en 1969 Larramendi tomó la decisión de iniciar la expansión fuera de España; aunque se barajaron diversas posibilidades, desde el principio él tenía su mirada puesta en Iberoamérica, en un momento en el que nadie creía en lo iberoamericano. A principios de la década de 1970, la compañía inició su estrategia y creó la Editorial MAPFRE para publicar obras sobre temas relacionados con el seguro escritas por especialistas españoles, pertenecienmtes o no a MAPFRE, y traducciones, que se ponían a disposición de los aseguradores iberoamericanos; mientras, Ignacio Larramendi se dedicaba a recorrer él mismo el continente y conjeturaba que Argentina era el mercado más prometedor y Colombia el país «más españolista».

A finales de la década de 1970, la compañía buscaba la fórmula más adecuada para la expansión; por una parte, en 1976 se crea MAPFRE Internacional, que accede directamente a muchos mercados de América del Sur, por otra, se forman unos conglomerados de reaseguro con empresas belgas y holandesas. Pero esas estrategias no funcionaron del todo bien. La estrategia más exitosa fue la adquisición de entidades locales y el uso del reaseguro como un ariete para entrar en los mercados locales. Tras las adquisiciones de Seguros Caribe (Colombia), Aconcagua (Argentina) y otras empresas, a finales de 1980 MAPFRE pasó a desempeñar un papel importante en el continente. También la rápida respuesta de la empresa ante el terremoto de 1985 en México hizo que el grupo ganara en prestigio y reconocimiento. En 1998 la compañía se convierte en la líder del mercado del reaseguro en Iberoamérica y en la primera empresa extranjera en general. En el mercado iberoamericano MAPFRE participaba en 10 empresas antes de 1990 y en 22 después de esa fecha.

Durante el mandato de Larramendi MAPFRE tan solo consiguió desarrollar un negocio testimonial en Europa. Tras diversas simulaciones de mercado, se llegó a la conclusión de que, pese a desempeñar un papel clave en España, la empresa no estaba en condiciones de competir a plena escala con conglomerados más grandes alemanes, holandeses o franceses en la entonces denominada Comunidad Económica Europea (CEE), especialmente después de que una inversión previa en Progress, una empresa siciliana, que pretendía marcar el comienzo de la expansión en Italia, terminara siendo un fiasco. En algún momento MAPFRE pensó en entrar en Japón, pero los planes de expansión al Lejano Oriente se diluyeron y se redujeron a la realización de algunos negocios en Hong Kong y Macao. 

En 1985 Larramendi cambia su cargo de consejero delegado por el de presidente de la Comisión de Control institucional, aunque seguía siendo él el que manejaba las riendas. A finales de 1980 codiseñó otro plan, el llamado Plan de Sistema MAPFRE. Dos entidades clave, MAPFRE Mutualidad y Corporación MAPFRE, seguían siendo los dos pilares. Se reestructuró todo el negocio de acuerdo con la lógica que ganaba en popularidad entre los magnates de la época y que seguía el modelo zaibatsu, japonés; su principal característica era la conversión de los conglomerados de múltiples empresas en esquemas federativos con gran autonomía de sus componentes.

En 1990 la compañía vuelve a insistir en su división de banca y crea el Banco MAPFRE, el núcleo de crédito del Sistema. Ese mismo año, tras cumplir 70 años, Larramendi renuncia a todos sus cargos en la empresa salvo en el negocio internacional, donde se mantiene activo hasta 1995, respetando así las normas que él mismo había redactado e implantado. Cuando dejó la empresa, MAPFRE contaba con 1.648 sucursales, 4.500 empleados directos y 12.000 indirectos, un activo consolidado de 500 millones de pesetas y unas ganancias anuales de 200 millones de pesetas.

MAPFRE: factores del éxito empresarial

Libro Los cien empresarios españoles de siglo XXLarramendi se cuenta entre los 100 empresarios españoles más influyentes del siglo XX. Cuando se le preguntaba acerca de su éxito empresarial, Larramendi solía señalar factores relacionados con los recursos humanos y principalmente hacía referencia al código de conducta interno que él mismo introdujo y que en aquella época no era nada común en las empresas. Ese código fue el responsable de la aparición de una nueva casta de empleados, los denominados mafristas. El código se suponía que reflejaba los valores morales que él defendía, en primer lugar el respeto mutuo, la transparencia y la integridad. También destacaba la importancia de delegar, de una gestión descentralizada y de dar respuesta a lo que llamaba la anarquía de las iniciativas e ideas individuales, este modelo figura ahora en los manuales de gestión del cambio como «cambio emergente» en contraposición a «cambio planificado».

De hecho, muchos historiadores del mundo empresarial coinciden en que el enfoque de Larramendi del factor humano resultó clave. Importó mecanismos que había aprendido en Gran Bretaña y Estados Unidos e introdujo una gestión moderna de los recursos humanos con promociones dentro de la empresa, planes de formación, supervisión, orientación y otras técnicas, sin olvidar su preferencia por contratar a personas que acababan de terminar sus estudios universitarios. Esto formaba parte de su mentalidad general, que actualmente es común en los directivos de hoy en día pero que no lo era entonces, y que se centraba en todas las partes interesadas (empleados, propietarios, clientes, proveedores y todas las personas afectadas) y no solo en los accionistas. También se ha confirmado que la gestión descentralizada con direcciones generales regionales en lugar de delegados provinciales y la total responsabilidad de la dirección sin responsabilidades cruzadas, contribuyeron a la eficiencia interna de las operaciones. Se le atribuye el desarrollo de un modelo de negocio denominado «diversificación especializada», que permite dar prioridad al cliente, reducir el trabajo administrativo y aumentar la economía de escala con el aprovechamiento de numerosos servicios compartidos.

Larramendi también es considerado el responsable de introducir en España una serie de características específicas para los mercados de seguros y financieros, ya fueran nuevos productos, como planes de asistencia en viaje para motoristas o programas de asistencia en el hogar a los dueños de inmuebles, ya fueran nuevas técnicas corporativas, como la gestión de riesgos, la ampliación del alcance de las actividades a áreas completamente nuevas o un nuevo concepto de relación estratégica con el cliente de «ventanilla única de productos financieros». Le daba mucha importancia a la disponibilidad de información precisa y accesible, rayando casi en la obsesión, lo que hizo que MAPFRE fuera líder en términos tecnológicos y se convirtiera en la segunda empresa en España en introducir el télex y en una de las primeras en adoptar técnicas de almacenamiento de datos digitales de gran escala.

El éxito de MAPFRE en Iberoamérica se considera un fiel reflejo de la teoría del paradigma ecléctico de John Dunning, con las ventajas de la propiedad, la presencia local y la internacionalización combinadas y explotadas al máximo. Otro concepto al que se hace referencia es la teoría de los activos intangibles de Richard E. Caves; en el caso de Larramendi serían la selección de riesgos (con énfasis en reaseguro, seguros directos y asistencia), la gestión de recursos humanos y, sobre todo, la banca de proximidad cultural, factores todos ellos que permitieron que MAPFRE superara a sus competidores, especialmente a los estadounidenses. Obtuvo numerosos reconocimientos nacionales e internacionales, por ejemplo la Medalla de Oro de la Excelencia del International Insurance Seminar Founder´s Award (1986) y la Medalla de Oro del Seguro Español (1987). 

Mecenazgo cultural 

Cubierta del libro Mecenazgo culturalDe acuerdo con su concepto de responsabilidad social corporativa, ya en la década de 1970 Larramendi participa en diversas iniciativas sin ánimo de lucro; en 1975 crea la Fundación MAPFRE, para promocionar la seguridad en el trabajo y dar respaldo a los programas de recuperación después de un accidente; a la que siguieron la Fundación Cultural Mapfre Vida (1988), la Fundación Mapfre América (1988), la Fundación MAPFRE Estudios (1989), la Fundación Mapfre Medicina (1989) y la Fundación MAPFRE Guanarteme.Cuando se jubiló, Larramendi se dedicó por entero a las actividades relacionadas con esas Fundaciones.

Se centró principalmente en la Fundación MAPFRE América. Su principal iniciativa fue el lanzamiento de las Colecciones Mapfre 1492, un conjunto de diecinueve series, cada una con diversas publicaciones y centrada en un tema específico, por ejemplo, las lenguas indígenas o los centros urbanos; cada volumen publicado se donó a numerosas instituciones de diversos países, fundamentalmente iberoamericanos. Otra de sus iniciativas fue la reedición de documentos históricos y el copatrocinio de conferencias, coloquios y programas americanistas internacionales, a menudo en colaboración con la UNESCO.

En la década de 1990, Larramendi es el cofundador y el alma de la Fundación Histórica Tavera, que posteriormente se fundió en la Fundación MAPFRE Tavera y después en la Fundación MAPFRE, que prolonga la actividad del Instituto del mismo nombre y se dedica a la protección del patrimonio bibliográfico y documental de España, Portugal e Iberoamérica. La Fundación se embarcó en una serie de proyectos de digitalización, programas de apoyo a iniciativas bibliográficas y referenciales, catalogación y cooperación en el archivo con diversas instituciones civiles y eclesiásticas. El Instituto Tavera publicó también algunas series digitales bajo el título común de Clásicos Tavera, y cada una abarcaba un solo tema histórico, como, entre otros, Iberoamérica, historias regionales o bibliografías. Paralelamente se creó el Centro de Referencias REFMAP y Centro de Publicaciones Digitales.

Otra de las ramas de la actividad de mecenazgo de Larramendi estaba relacionada con el carlismo. Contribuyó económicamente en diversas iniciativas editoriales relacionadas con el carlismo, especialmente con la revista Aportes.

En medio de la creación de las Fundaciones mencionadas, hubo un momento en el que Ignacio Larramendi decidió crear que solo dependiera de la familia Hernando de Larramendi (ver «Principios básicos» en La Fundación) y que fuera, por lo tanto, absolutamente independiente, una que recogiera los principales intereses (ver «Objetivos» en La Fundación) que habían marcado y marcarían su vida hasta el final: el fomento de la caridad en las relaciones sociales como expresión concreta del amor y preferencia por los débiles y pobres, base de la doctrina de la Iglesia Católica, y el apoyo a los estudios sobre la historia del carlismo para que sus ideas y actuaciones se conocieran lo mejor posible, así como a la investigación científica no lucrativa. Pero además, no podía olvidar su compromiso con España, que hacía extensible a Portugal e Iberoamérica, un compromiso que unió a su amor a la cultura y a su inquietud por conocer y aprovechar las nuevas tecnologías en beneficio de ese compromiso. Todo ello dibujó en su cabeza lo que acabaría siendo en 1986 la Fundación Hernando Larramendi, a la que denominó así en honor a su padre, y que, actualmente, ha tomado, por decisión unánime de su patronato, el nombre de quien la constituyera, pasando a llamarse Fundación Ignacio Larramendi.

Entre las iniciativas de la Fundación destacan las relacionadas con la promoción de estudios sobre el carlismo, con los libros de temática histórica que van integrando la Colección Luis Hernando de Larramendi y con las convocatorias del Premio Internacional de Historia del Carlismo Luis Hernando de Larramendi, y lo que Ignacio Larramendi llamó Bibliotecas Virtuales FHL, un proyecto muy ambicioso para la cultura en lengua española y portuguesa enfocado a la recuperación del acerbo documental que se guarda en las catedrales españolas, a la compilación de las obras de los comentaristas de Aristóteles, base de la escolástica y de la tradición cultural occidental, a la creación de una biblioteca virtual decidada a los autores tradicionalistas hispanos y a otra, que podría equivaler con el tiempo y por sus características virtuales a la biblioteca infinita de Borges, dedicada a los pensadores, científicos y creadores literarios españoles, portugueses e iberoamericanos, esta biblioteca virtual es la línea de actuación más activa actualmente. Continúa llamándose Biblioteca Virtual de Polígrafos, como la bautizó Ignacio Larramendi, y en ella se han acabado integrando las bibliotecas virtuales relacionadas con los comentaristas de Aristóteles y con los autores tradicionalistas; cuenta ya con casi 900 autores, ha sido denominada caso de estudio por dos de las principales organizaciones que operan en Interntet, el W3C y Europeana, y usted, si está leyendo este texto, está en ella. Su director de Proyectos es Xavier Agenjo Bullón, quien la inició, junto con Ignacio Larramendi, .

Para conseguir manejar, digitalizar y catalogar en la World Wide Web tanta documentación y tantos libros de la forma más práctica y que permitiera la máxima difusión, Ignacio Larramendi, tras comprobar que el desarrollo tecnológico en ese momento era precario, creó en 1996 DIGIBÍS, una empresa tecnológica que suma a su especialización en digitalización enriquecida de todo tipo de documentos y publicaciones, el desarrollo de un software de gestión para bibliotecas y archivos que garantiza la mayor visiblidad de los datos y facilita la máxima fluidez en el intercambio de la información a escala global; el primer director fue Joaquín van den Brule, hasta 2000: le sucedió entonces la actual directora de la empresa, Tachi Hernando de Larramendi, hija de Ignacio.

El estado español reconoció la labor empresarial y de mecenazgo cultural de Ignacio Larramendi otorgándole diversos galardones, entre los que destacan la Encomienda de Isabel la Católica (1996) y la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil (1998).

Autor 

Cubierta del libro Tres claves de la vida inglesaLarramendi es autor de ocho libros y más de 200 artículos (ver también «Sus libros de un vistazo»), la mayoría de estos últimos en publicaciones especializadas. Una gran parte de ellos están relacionados con los negocios, entre los que destaca el Manual básico de seguros (1981).Sin embargo, los lectores suelen encontrar más interesantes sus ensayos sociales y políticos.

Tres claves de la vida inglesa (1951) fue el resultado de la estancia de Larramendi en Londres. El libro trata formalmente sobre sistemas legales, comerciales y de seguros y alaba el modelo social del estado británico por fusionar el orden y la organización económica eficientes, por un lado, y los valores y estructuras tradicionales, por el otro. El sistema británico es visto como un sistema equilibrado, especialmente en comparación con el modelo francés, derivado de las ilusiones burocráticas en cuanto al estado y sus poderes para construir un nuevo orden. Larramendi mantuvo su fascinación por el sentido de continuidad británico y las instituciones intermediarias que actúan entre el estado y la sociedad hasta el final de su vida.

En 1977 Larramendi publica Anotaciones de sociopolítica independiente para hablar sobre la etapa posterior al franquismo en España. El trabajo era un avance no beligerante de una visión social católica. En términos prácticos propone vagamente un régimen híbrido con algunos mecanismos de regulación que debían operar como pesos y contrapesos frente a una política basada en el sufragio universal, considerando inútiles la mayoría de instituciones franquistas. El franquismo en general es visto con sentimientos contradictorios, como un sistema que garantizaba la paz y la transformación socio-económica, pero plagado de corrupción y venganza. A favor de la integración española en las estructuras europeas de occidente, también propone «la gran Europa de raza blanca y herencia cristiana» como entidad política para el siglo XXI. Un tema que se repite varias veces es la preocupación por la penetración del comunismo en España, aunque el libro reconoce el socialismo, en sus encarnaciones «no maximalistas», como una posible opción a tener en cuenta. 

En 1992, Larramendi publica Utopía de la Nueva América, resultado de su fascinación por el continente americano; la tesis clave es que Iberoamérica y Angloamérica deberían combinarse para crear una nueva entidad cultural. A mediados de la década de 1990, comienza su obra magna, una serie de cinco volúmenes, concebida como una respuesta a las amenazas que percibía de desequilibrio global, desintegración de Europa y fragmentación de España, se suponía que para avanzar en una propuesta de «reforma operativa del estado español» aunque también para resolver problemas de tipo general. La serie se quedó finalmente en tres libros, casi 750 páginas en total: Crisis de sociedad: reflexiones para el siglo XXI (1995), Panorama para una reforma del estado (1996) y Bienestar solidario (1998). Todos fueron intentos holísticos, y a la vez bastante detallados, por redefinir las principales instituciones públicas en línea con la visión de la solidaridad cristiana; Crisis de sociedad tiende a ser un libro más histórico y teórico, Panorama para una reforma del estado habla sobre áreas clave de funcionamiento del estado, mientras que Bienestar solidario se centra en las principales estructuras públicas, sobre todo las relacionadas con la educación, el trabajo y el seguro. 

Su libro más popular es Así se hizo MAPFRE (2000), donde habla de la historia de la compañía con un trasfondo bastante amplio de su vida personal y del entorno empresarial y social general. 

Por último, la introducción a las Bibliotecas Virtuales FHL publicada en Madrid en 2001 y reimpresa en 2002 y aumentada y corregida en 2005 y 2008 contiene una declaración de principios donde expone el porqué de las Bibliotecas Virtuales FHL y donde señala:

1. Con independencia de aspectos culturales, históricos y humanísticos, este plan tiene importancia por su utilización de moderna tecnología y es un avance sobre otro semejante quizás en todo el mundo. Su eje serán las Bibliotecas Virtuales FHL, en que se integran estos objetivos.

2. Sus objetivos están inspirados en los que he mantenido durante toda mi vida empresarial e institucional, y en los principios de actuación de mi familia.

3. Las aportaciones de la Fundación Hernando Larramendi se deben considerar como seed money para la incorporación de instituciones en todo el mundo.

4. Este proyecto me garantiza personalmente una actividad ilimitada en una labor útil socialmente, en tanto conserve capacidad para ello.

5. Doy gracias a Dios por la posibilidad de ofrecer ayuda económica con este objeto, como consecuencia de mi esfuerzo y trayectoria empresarial, que en su mayor parte destiné a esta Fundación.

Ignacio Hernando de Larramendi y Montiano murió el 7 de septiembre de 2001; a pesar de la enfermedad, pudo mantener su actividad hasta el último momento.