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Obras completas de Menéndez... > BIOGRAFÍA CRÍTICA Y... > PRÓLOGO DE LA PRIMERA EDICIÓN

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La presente BIOGRAFÍA CRÍTICA Y DOCUMENTAL DE MENÉNDEZ PELAYO, que tal es el título con que ha sido premiada en el Concurso Nacional organizado por la Junta Central del Centenario del nacimiento del gran Polígrafo español, no puede presumir de historia imparcial y desapasionada. La vida de los grandes hombres no se escribe con esa hipócrita imparcialidad de que alardean algunos autores; por el contrario, las más leídas y celebradas son las que están escritas con pasión; con pasión de amor o con pasión de odio, pero con pasión.

Y si alguien me saliera al paso con la tan traída y llevada frase de Tácito de que la historia debe escribirse sine ira et studio, le diré que ni aun el mismo autor de la Vida de Agrícola y de Los Anales, que repite la sentencia en varias formas y lugares — historia vacua amore et odio, dice en la Historia de los Emperadores— , prescinde en estas obras de su patriciado y estoicismo cuando toma la pluma, ni deja de mojarla ora en miel ya en hiel, según hable de su suegro o del Emperador Nerón, por ejemplo.

Pero además, Tácito no se refiere propiamente al modo cómo se ha de escribir la historia, sino más bien a cómo debe ser investigada y meditada. Cuando, después de serios e imparciales estudios, y aquí es donde viene bien lo de la imparcialidad, se encuentra uno ante el hombre virtuoso y sabio, o el malvado e ignorante, justo es poner amor u odio en el personaje; que la historia, según el concepto clásico, es maestra de la vida y ha de enseñar a amar lo bueno y a aborrecer lo malo.

[p. VIII] Encariñado el autor de este libro con su biografiado por la lectura pausada que durante muchos años viene haciendo de sus escritos, y más al dirigir la impresión de ellos para la Edición Nacional de las Obras Completas de Menéndez Pelayo , que publica el Consejo Superior de Investigaciones Científicas; embriagado por el ambiente de devoción al Maestro que se respira en esta su amada ciudad de Santander; en trato con algunos de los que fueron sus familiares y amigos; sintiendo a diario el aleteo de su espíritu entre estos libros viejos que él guardaba —y por qué no decirlo, guardo yo también— con amor en su Biblioteca, no puede menos de escribir esta biografía cum zelo et ardore, con todo el entusiasmo que sus fuerzas le prestaren, para ensalzar y poner a buena luz, como se merece, la hasta ahora algo intencionadamente oscurecida, quizás olvidada y, desde luego, para la mayor parte, incomprendida figura de aquel genial español, dechado de sabiduría y de humanas virtudes; del genio que ha dado en tiempos modernos los más decisivos pasos para la restauración de nuestra conciencia nacional, de quien, aunque no dejó discípulos directos, puede ser maestro de una nación entera y hacerla surgir a una nueva y gloriosa vida, como dijo Farinelli.

Pero no porque vaya a ser una apología de Menéndez Pelayo este libro, se ha de pensar que el cuadro carezca de algunas sombras. El autor es parcial; sí, es decir, ha tomado su partido, pero no quiere en modo alguno ocultar la verdad, ni dejar de hacer justicia hasta con quien para él representa algo entrañable. Esas sombras contribuirán, por otra parte, a presentarnos en forma más humana a D. Marcelino, a acercarle a nosotros, ya que el entusiasmo y asombro que provocó, en escritores de su época principalmente, y las leyendas casi milagrosas que de su gran saber y facultades intelectuales se han divulgado, nos presentan un Menéndez Pelayo que pocas veces toca a tierra, que se nos pierde entre las nubes, como si fuera sólo espíritu divinamente iluminado y no un mortal, todo lo extraordinario y prodigioso que se quiera, pero hombre al fin, como nosotros, con todas sus pasiones, indómitas unas y domadas las más, en lucha titánica y constante consigo mismo.

De Menéndez Pelayo se han escrito varias biografías: la [p. IX] primera por Miguel García Romero, secretario de la Juventud Católica de Madrid (Madrid, Imp. Vda. de Aguado, 1879). Incompleta, como es natural, pero muy útil para el estudio de la juventud del biografiado.

En el mismo año de su muerte apareció el libro de Andrés González Blanco, Marcelino Menéndez Pelayo. Su vida y su obra, (Madrid. Librería de los Sucesores de Hernando, 1912); estudio valioso y muy injustamente olvidado, pues, aunque pobre en datos biográficos, sabe el Sr. González Blanco hacer resaltar la figura del gran crítico literario y del profundo humanista.

Un pequeño folleto, pero de gran interés, no sólo por el asunto que trata, sino por quien lo escribe, íntimo amigo de D. Marcelino desde la infancia, apareció también en este año: La niñez de Menéndez y Pelayo, por Gonzalo Cedrún de la Pedraja (Madrid. Librería de Victoriano Suárez, 1912). En sus 26 páginas en 8.º, encierra datos curiosos y anécdotas preciosas sobre los primeros años del niño fenómeno, como le llamaban ya a Marcelino sus compañeros de escuela. Datos de primera mano e ignorados hasta entonces, que han aprovechado después todos los biógrafos.

En la Biblioteca Los Grandes Españoles, vol. VIII, se publicó (Madrid, Imp. de Juan Pueyo, 1913) el libro de Luis Antón del Olmet y Arturo García Garraffa, Menéndez Pelayo, relato anecdótico, muy periodístico, y como tal, algo desordenado y anárquicamente escrito, pero que alcanzó gran difusión.

En el año de 1914 escribió Adolfo Bonilla y San Martín su Marcelino Menéndez y Pelayo, (Madrid. 1914, Imp. de Fortanet). Apareció también en el tomo IV de los Orígenes de la Novela, de la Nueva Biblioteca de Autores Españoles. Es el primer libro en el que se relata entera la vida del autor de los Heterodoxos y una de sus mejores biografías. La parte referente a los viajes de D. Marcelino, está narrada con minucioso detalle, siguiendo la correspondencia del joven santanderino con su amigo Laverde, aunque no pudo el autor consultar las cartas entre Menéndez [p. X] Pelayo y Pereda, importantísimas también para puntualizar estos viajes. Bonilla lleva a cabo en este libro la gran tarea, que ya había comenzado en 1906 (Numero extraordinario de Ateneo), de poner orden y completar en buena parte, la extensa bibliografía de la producción literaria del Maestro. El trato íntimo que con él tuvo en vida, la formación en su cátedra y en sus libros, capacitaron al Sr. Bonilla para llegar a ser uno de los que mejor han tratado de la vida y magisterio de Menéndez Pelayo.

Libro fundamental para el conocimiento de la vida íntima de D. Marcelino es el de las preciosas Memorias de uno a quien no sucedió nada, (Madrid. Editorial Voluntad, 1922), obra póstuma de Enrique Menéndez Pelayo, abundante en anécdotas curiosas y significativas y escrita con la gracia y donaire que caracterizaron al fino poeta, hermano de nuestro sabio.

Finalmente salió a luz el estudio de Miguel Artigas, Menéndez y Pelayo, (Santander, Imp. Aldus, 1927), libro divulgador, no solamente de la vida, sino también de la obra gigantesca llevada a cabo por el restaurador del prestigio científico español. La bibliografía que escribió Bonilla quedó aumentada por Artigas sobre todo en la que pudiéramos llamar segunda edición de su libro y que lleva el título: La vida y la obra de Menéndez Pelayo, (Zaragoza. Imp. El Heraldo de Aragón, 1939); ampliación de cuatro conferencias dadas en la Universidad de Zaragoza en 1938.

Estos dos libros de Artigas y otros escritos suyos publicados en el Boletín de la Biblioteca de Menéndez Pelayo, marcan una nueva época en los estudios menéndezpelayistas, y han venido a ser como el manual constantemente citado por cuantos escriben sobre el gran Genio de nuestras letras.

Desde principios del año 1936 revolvía en la Biblioteca de Menéndez Pelayo, D. Rafael García y García de Castro, el gran baúl en que se guardaba la copiosa correspondencia dirigida al Maestro. Llegó el mes de julio y el dominio rojo en Santander, pero él, disfrazando su condición de sacerdote, continuaba ardoroso la tarea. Fruto de aquel esfuerzo y de aquella audacia, fue [p. XI] el libro Menéndez y Pelayo, el sabio y el creyente, (Madrid. Ediciones Fax, 1940). No es propiamente, la del hoy Excelentísimo y Reverendísimo Sr. Arzobispo de Granada, una biografía que siga al hilo los acontecimientos de la vida de Menéndez Pelayo, ni tal cosa se propuso el autor, pero sí encontrará allí todo lector curioso, datos y juicios muy acertados para comprender lo que en nuestra cultura representa el autor de la Ciencia Española.

Y aquí pudiéramos decir que termina lo referente a biografías, pues si bien apareció en 1914 el extenso libro de Adolfo de Sandoval titulado Menéndez y Pelayo, su vida íntima, su obra y su genio, (Madrid. Colección Lyke), es tan fantasioso el tal escrito que bien se le puede clasificar entre el género novelístico.

Se han publicado también, sobre todo en este año del Centenario del nacimiento de Menéndez Pelayo, artículos, estudios, conferencias, antologías, libros y números extraordinarios de revistas, de valor indudable para el mejor conocimiento de la vida y la obra de D. Marcelino; pero aunque la gran mayoría de ellos los conocemos, no es posible reseñarlos aquí. Un buen inventario de toda esa extensa producción literaria sobre Menéndez Pelayo hasta fines de 1954, puede leerse en el folleto de José Simón Díaz, Estudios sobre Menéndez y Pelayo, (Madrid. Instituto de Estudios Madrileños, 1954). Respecto a los que posteriormente han salido, pueden consultarse los artículos bibliográficos del mismo autor, publicados en el número extraordinario de Arbor (julio-agosto de 1956) y en el libro Estudios sobre Menéndez Pelayo, de varios autores, dirigido por D. Florentino Pérez Embid (Madrid. Editora Nacional, 1956). Sobre bibliografía más menuda y reciente de artículos periodísticos, apareció en el número extraordinario de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos (enero-abril, 1956) un detallado estudio: El Centenario de Menéndez Pelayo en la Prensa Española , dirigido por Ramón Fernández Pousa, Director de la Hemeroteca Nacional de Madrid, con la colaboración de María Natividad Jiménez Salas y Manuel Altolaguire. Nos consta que esta recolección bibliográfica tan útil se continuará en números sucesivos de la Revista de Archivos.

[p. XII] Aficionado yo, más a saborear la producción ajena que a dar a conocer la propia, no escribiría esta nueva Biografía de D. Marcelino si no me remordiera la conciencia el dejar inéditos tantos datos como he recogido de labios de amigos y familiares del Maestro y sobre todo en su abundantísima correspondencia —pasan de 15.000 sólo las cartas a él dirigidas, que se conservan en su Biblioteca— con la que he formado ya varios Epistolarios, que han ido apareciendo en el Boletín de la Biblioteca de Menéndez Pelayo. «La biografía completa de Menéndez Pelayo—dijo Artigas—sólo podrá escribirse bien cuando recojamos y utilicemos su copiosa correspondencia, y para hacer un estudio acabado de su obra, falta, por lo menos, que la conozcamos completamente; porque hay artículos y trabajos que ni siquiera en su Biblioteca se hallan».

El material está hoy todo reunido en los sesenta y dos tomos publicados de las Obras Completas y tres más, con infinidad de trabajos, dispersos y desconocidos en su mayoría, que he entregado ya a la imprenta y aparecerán pronto con el título de Varia. Si después de tal preparación y a pesar del empeño que en ello he puesto, sale imperfecto mi estudio biográfico, cúlpese a la inhabilidad de la pluma de quien esto escribe, no a su buena voluntad.

Debo dar razón del título que he puesto a esta obra. No conocí personalmente a Menéndez Pelayo; pero estudié la Historia de la Literatura Española con un fervoroso discípulo suyo, que le citaba opportune et importune, viniera o no a cuento. Después, cuando cursé el doctorado de Letras en Madrid, en 1913, estaba todavía vivo su recuerdo en la Universidad, aunque desde 1898 había dejado la cátedra por la Dirección de la Biblioteca Nacional. Todos mis maestros llamaban siempre al autor de Las Ideas Estéticas, Menéndez Pelayo o D. Marcelino Menéndez Pelayo, con muestras de gran veneración. Así lo aprendí y así continué practicándolo; pero llegué a Santander en el verano de 1931 para dirigir la Biblioteca del Maestro y, de asombro en asombro, iba notando la familiaridad cariñosa con que se referían a él sus paisanos: «escuché a Marcelino, cuando representando al rey leyó [p. XIII] aquel precioso discurso al inaugurar la estatua de Pereda», me decía hoy un viejo; y al siguiente día me contaba un joven que él «recordaba que, siendo niño, había visto a D. Marcelino en el tranvía de Miranda, camino del Sardinero, siempre leyendo».

¡Marcelino! ¡Don Marcelino!... Perdí un poco aquella timidez respetuosa con que le admiraba y comencé a llamarle también familiarmente D. Marcelino... Me pareció que me había acercado más a él y le comprendía mejor. Luego los innumerables profesores que tienen relación con la Biblioteca, los eruditos que, principalmente durante las vacaciones estivales la frecuentan, los asistentes a los Cursos de Verano, que aquí se reúnen, todos se han ido contagiando de este modo sencillo y amoroso de llamar al Maestro; y hoy en el mundo de las letras, el «Don Marcelino» por antonomasia es D. Marcelino Menéndez Pelayo. Este es el porqué con sólo su nombre titulo el presente estudio.

Y si añado Biografía del último humanista español, es porque estoy convencido de que el humanismo es el rasgo más característico de su personalidad. Fue más humanista que polígrafo, aun tomado este vocablo en el extenso y profundo sentido que él le daba; más que crítico literario, a pesar de ser el primero entre los nuestros; más que historiador de la filosofía, y de la estética y de la religión, aunque en todas estas ramas de la erudición y de la ciencia brillara portentosamente. «Era, lo diremos con palabras suyas, referentes a Alfredo Adolfo Camús «el tipo más perfecto y acabado de lo que en otros siglos se llamaba un humanista, es decir, un hombre que tomaba las letras humanas como base y fundamento de cultura, como luz y deleite del espíritu, poniendo el elemento estético muy por encima del elemento histórico y arqueológico... No era un filólogo en el riguroso sentido de la palabra; respetaba mucho a los que lo son, pero no se atravesaba en su camino; entendía que las palabras son piedras y que las obras literarias son edificios, y más que contemplar la piedra en la cantera gustaba de verla sometida ya a las suaves líneas de la euritmia arquitectónica. Filólogos podrán quedar, y de hecho queda alguno, y es de esperar que se multipliquen, pero [p. XIV] ¿cuándo volveremos a tener humanistas? Bueno es saber la antigüedad; pero todavía es cosa más rara y más delicada y más exquisita sentirla; y sólo sintiéndola y viviendo dentro de ella, se adquiere el derecho de ciudadanía en Roma y en Atenas... Con él no perdimos sólo un maestro sabio y ejemplar, una organización crítica poderosa, sino también el tipo de una cultura que se extingue, el último representante de una casta de hombres que desaparece; y no podemos menos de recordar sus postrimerías con la íntima tristeza de quien contempla descender al ocaso el sol de las humanidades españolas.»

Eso es lo que principalmente fue Menéndez Pelayo, el último de nuestros humanistas, con un humanismo humanísimo, si se me permite la redundancia, que empapa y perfuma su vida y su obra toda. Un humanismo muy español y cristiano, que trasciende sabiduría clásica, españolismo y profunda religiosidad.

ENRIQUE SÁNCHEZ REYES.

Notas