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Obras completas de Menéndez... > BIBLIOTECA DE TRADUCTORES... > IV : (OLIVER-VIVES) > REBOLLEDO, BERNARDINO

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Texto

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Conde de Rebolledo y del Sacro Romano Imperio, Señor de Yrian, Cabeza y pariente mayor de los Rebolledos de Castilla, Caballero del Orden de Santiago, con banda e insignia de la Amaranta, Comendador y Alcayde de la Tenencia de Villanueva de Alcaudete y Puebla de D. Fadrique, Capitán de infantería de Marina y de Caballos Corazas españoles, Coronel de un regimiento de alemanes, Gobernador y Capitán general del Palatinado inferior, Teniente de Maestre de campo general de los Estados de Flandes, Maestre de campo del Tercio de infantería española, nombrado General de artillería, Ministro plenipotenciario en Dinamarca y Ministro del Supremo Consejo de Guerra, &., &.

Nació D. Bernardino de Rebolledo en León, año de 1597, y fué bautizado el 31 de mayo del mismo año en la iglesia parroquial de Nuestra Señora del Mercado, en dicha ciudad. Fueron sus padres D. Gerónimo de Rebolledo, señor de Yrian, y D.ª Ana de Villamizar y Lorenzana, ambos de familias ilustres de aquel reino. No hemos de detenernos en cuestiones genealógicas, remitiendo a los aficionados a este linaje de erudición, al prólogo que precede a la edición de sus obras. A nuestro propósito basta consignar que la familia de los Rebolledos, insigne en letras y armas, primero en Castilla, más tarde en Aragón y en Valencia, ha dado a nuestra poesía dos varones no indignos de memoria, el valenciano D. Alonso Girón de Rebolledo, dulce cantor de la Pasión. encomiado por Cervantes y Gil Polo, y el aragonés D. Bernabé Rebolledo de Palafox. marqués de Lazán, que en el primer tercio del pasado siglo, época la más calamitosa para las letras españolas, dió muestras de su claro ingenio y singulares disposiciones para la poesía descriptiva, en su Métrica historia, sagrada, profana y general del mundo. A la misma familia perteneció D.ª Ana Girón de Rebolledo, esposa de Juan Boscán; a ella debemos la conservación de las poesías de su marido y sobre todo la de los versos divinos de Garcilaso, que tuvo la suerte de hallar entre sus papeles. Vino a aumentar las glorias antiguas de su casa nuestro D. Bernardino, demostrando una vez más con su ejemplo que la «sciencia non embota el fierro de la lanza, nin face floja [p. 134] la espada en la mano del caballero». Carecemos de noticias sobre los estudios que debió hacer el Conde de Rebolledo. Harto mejor hubiera hecho su biógrafo, el licenciado Isidro Flórez de Laviada, en darnos cuenta de esta y otras particularidades no menos importantes, que se dejó en el tintero, en vez de habernos regalado un largo y pedantesco itinerario de sus viajes, asiendo la ocasión por los cabellos para hacer ostentación de sus conocimientos geográficos. Ardía noble sangre en las venas del Conde de Rebolledo, inflamaba sus generosos alientos el noble recuerdo de sus antepasados, arrastrábale su propia inclinación a las fatigas de la guerra. A los catorce años de su edad, en el de 1611, pasó a Italia y empezó a servir como alférez de una compañía de Marina, en las galeras de Nápoles y de Sicilia. Gracias a la tregua con los Estados de Holanda, ninguna guerra exterior distraía las fuerzas españolas de la eterna lucha con el Turco y con las regencias berberiscas. Dieciocho años continuó en el servicio D. Bernardino de Rebolledo, ascendiendo de teniente a capitán de Marina, señalándose en cuantas empresas acaecieron. Hallóse en todos los viajes que hizo el Príncipe Filiberto a Berbería y al Levante, acompañó a D. Pedro de Leyva en la presa de la Caravana del Turco y otras muchas naves que se tomaron en la costa africana; fué de los primeros que entraron en el bajel de corsarios, apresado por la Capitana de Sicilia a vista de Cabo-Martín, presenció la toma de los seis navíos argelinos cerca de las islas de San Pedro y mandando una galera de Sicilia combatió valerosamente con un bajel pirata y tuvo la suerte de apresarle en las aguas de Tortosa. Tomó parte en otras acciones navales y militares de importancia, hallóse en la recuperación de la ribera de Génova y en la toma de Arbenga; asistió al asalto de Onella, Porto-Mauricio y castillo de Vintimilla, distinguiéndose siempre como esforzado guerrero y capitán prudente. Habiendo sido reformada la Compañía que él mandaba, en el tercio de Marina, concedióle el Rey la merced de 25 escudos de entretenimiento en las galeras de Sicilia.

Encendida por este tiempo la guerra en Italia, pasó Rebolledo a Lombardía, siguiendo las banderas del Marqués Spínola; acompañóle en la torna de Nizza y en los sitios de Pontestura, San Jorge y Casal, dando clara muestra de su valor indomable y [p. 135] siendo gravemente herido de un arcabuzazo, delante de los muros de aquella ciudad. Rindióse Casal a las armas españolas y D. Bernardino fué comisionado por Spínola para entregar al Rey Felipe IV las llaves del castillo. Dióle el Rey plaza de gentil-hombre de boca del Infante Cardenal Don Fernando. En estos viajes tuvo ocasión de recorrer gran parte de España, Francia, Italia, Grecia y la costa de Africa. Con el Infante Don Fernando pasó a Flandes, donde tomó no escasa parte en los grandes sucesos de aquella campaña, hallándose en el socorro de Maestricht, en la expugnación de Wertal, en el paso del Mosa y en la jornada de Güeldres. En el año de 1635, el Duque de Lerma, maestre de campo, general de los ejércitos de Flandes, le ordenó que permaneciese a su lado, durante aquella campaña. En el siguiente año de 1636, treinta y nueve años de su edad, le nombró el Infante Don Fernando, Teniente de Maestre de campo general del referido ejercito de Flandes, encargándole que fuera a solicitar el apoyo de Alemania. A esta delicada misión diplomática sucedieron otras de no escasa importancia, cerca del Emperador, del Rey de Hungría y de los Electores de Colonia y Maguncia. Acreditado como hábil negociador, otorgóle el Emperador Fernando II, en la Dieta de Ratisbona, el título de Conde del Sacro Romano Imperio, merced que confirmó su hijo Fernando III por Bula imperial expedida en Praga a 5 de septiembre de 1638. Desde entonces pudo titularse Conde de Rebolledo, agregando este título al de señor de Irián, al cual creían tener derechos primogénitos de su casa. Honra a D. Bernardino la constancia con que rehusó títulos y honores de parte de un monarca extranjero, hasta que por su Real Cédula le autorizó Felipe IV para aceptarlos. En el año de 1640, fué nombrado Maestre de campo General del Tercio de Infantería Española, por Patente dada en Bruselas a 26 de noviembre, en consideración a sus relevantes méritos en aquella guerra, ora lidiando como capitán de caballos lanzas españoles, ora como teniente de Maestre de campo en las cinco campañas antecedentes. Sucesivamente se le confirió el gobierno de la plaza de Frackendal y el cargo de Superintendente de la gente de guerra del Palatinado. Ejerciendo este mando, tomó por asalto los castillos de Crucenak, Pequelem y Falestein, en el Palatinado inferior. En 7 de enero de 1643 se le nombró gobernador y capitán [p. 136] general del mismo Palatinado. Por este tiempo levantó a su costa un regimiento de alemanes, del cual fué elegido coronel. En 1644, se le mandó asistir a las conferencias o Congreso internacional de Passau con los plenipotenciarios alemanes, facultándole para nombrar un gobernador, durante su ausencia. Fué a Bruselas, y habiendo ocupado los ejércitos de Francia y Suecia todas las Plazas del Rhin, hubo de acudir nuestro D. Bernardino a la defensa de Frackendal, cuyo gobierno tenía. En aquella ciudad permaneció sitiado dieciocho meses, sin que descaeciese un punto su valor; y a pesar de faltarle los socorros de Flandes y Alemania, no sólo mantuvo el asedio, sino que obligó a las fuerzas combinadas de franceses y suecos a levantar el sitio. Por los años de 1646 fué nombrado capitán general de Artillería del ejército, que se había de formar en la frontera del Luxemburgo. No habiéndose reunido el ejército hasta 1647 por haberlo impedido los holandeses, obtuvo licencia Rebolledo para continuar en España sus servicios. Ardía entonces en Cataluña la guerra llamada de los segadores, Barcelona se había constituído en república y había acabado por arrojarse en los brazos de la Francia. Fué D. Bernardino al socorro de Lérida, pero en el camino le mandó el Rey detenerse, encargándole que volviese a Alemania, para asistir al Congreso de Westfalia y terminadas las negociaciones pasase a Dinamarca, en calidad de ministro plenipotenciario. Hízolo así y en 1649 encargóse de la Embajada de España en Copenhague. Veinte años permaneció en aquellos países, acreditando su prudencia en repetidas ocasiones y especialmente en la porfiada guerra que con el Rey de Dinamarca, Fernando III, sostuvo el de Suecia, Carlos Gustavo, por los años de 1657, impidiéndole que pasase a Francfort para tomar parte en la elección de Emperador. Y mostrólo más que todo en la grande invasión del ejercito sueco en la isla de Zelandia y sitio de su capital Copenhague. En este asedio, que duró más de dos años, el Conde de Rebolledo asistió al Rey de Dinamarca con su brazo y su consejo, animando a los defensores de la plaza, combatiendo él mismo y ajustando, con el sueco, una tregua ventajosa para el monarca dinamarqués. Durante su embajada en Copenhague compuso gran parte de sus obras, allí trabajó las Selvas Dánicas, compendio de la historia de Dinamarca, en verso castellano; allí ordenó sus Ocios, añadiendo no [p. 137] pocas composiciones, y dedicó estas dos obras a la Reina Sofía Amalia de Luneburg. Allí compuso su Idilio sacro, tradujo los Salmos y dedicó a la Reina Cristina de Suecia el libro de Job y los Trenos de Jeremías con los títulos de Elegías sacras y la Constancia victoriosa. Ambas traducciones fueron bien recibidas por la ilustre señora, en cuya ruidosa conversión al catolicismo no dejó de influir el Conde de Rebolledo. A lo menos tal se deduce de una carta suya, fecha en Copenhague a 30 de marzo de 1656 y llena de curiosos pormenores. En Copenhague compuso también la Selva Militar y Política, tratado apreciable, escrito en malísimos versos, pero fruto de su larga y bien aprovechada experiencia. Dedicóla al Rey de Romanos Fernando IV y acrecentóla más tarde para instrucción del Príncipe Don Carlos. En 1662, lleno de años, de riquezas y de honores, volvió a España, a descansar de sus fatigas, y por Real Orden de 15 de septiembre del mismo año se le confirió una plaza de ministro del Supremo Consejo de la Guerra. Por otra Real Cédula del año 64 se le mandó asistiese al Consejo, a pesar de no corresponderle por su antigüedad. En 1670, se le nombró ministro de la Junta de Galeras y en el siguiente año de 71 fué elegido miembro de la Junta, que se formó, para tratar de los negocios de Ceuta. En esta situación permaneció cerca de 12 años, respetado por su saber y su experiencia, que, como Ulises, habla adquirido, peregrinando por extrañas tierras y naciones, observando sus leyes y costumbres. Fué el más rico de los Grandes de su tiempo, pues sólo de pensiones, encomiendas, asignaciones y sueldos reunía más de 50.000 ducados de renta anual. Cuatro años antes de su muerte, en 1672, hizo su testamento, y no teniendo herederos forzosos, fundo, en la iglesia de su patria, León, dos Memorias de a 200 ducados anuales cada una, destinadas para dote de dos huérfanas pobres de la familia y apellido de Rebolledo, por cualquiera de las líneas colaterales, y en su defecto del de Quiñones, Villamizar y Lorenzana. Fundó igualmente otras doce Memorias anuales de a 100 ducados cada una, destinadas a otras tantas doncellas, extrañas a su familia. Dejó otros 200 ducados para misas por su alma y mandó enterrarse en la capilla de Nuestra Señora de los Remedios, en el convento de Mercedarios Calzados de la villa de Madrid. En 27 de marzo de 1676, a los ochenta cumplidos de su edad, [p. 138] entregó su alma al Criador, el egregio capitán, diplomático y poeta leonés. No dejó sucesión legítima ni bastarda. «Fué el Conde de Rebolledo, según muestra su retrato, de hermosa presencia y gran gentileza personal, alto y gallardo de cuerpo, el rostro hermoso, blanco, grueso y prolongado, aspecto grave, majestuoso y alhagüeño, los ojos vivos, los labios gruesos, el cabello largo y abundante.» Tal le describe Sedano, a quien hemos seguido en esta breve noticia biográfica, porque tuvo a la vista curiosos documentos que generosamente le franqueó el Marqués de Inicio, descendiente de Rebolledo. Fué D. Bernardino de suave y apacible condición, constante, liberal, sufridor de trabajos, fiel a su palabra, despreciador de las injurias y justo en todos sus procederes. Honró el nombre español en tierras extrañas, fué en todo y por todo un cumplido caballero castellano, nunca hubo mancilla ni sospecha en su honor. Como militar, obtuvo gloriosos laureles; como diplomático, fué un modelo de habilidad y energía; como poeta, ha dejado en su traducción de los Trenos de Jeremías un modelo que vivirá tanto corno viva la lengua castellana. Que era hombre de grande erudición y vivísimo ingenio lo demuestran su Tratado de la hermosura y del amor y su Defensa de Epicuro. Vir eruditione praestanti, omniumque disciplinarum cognitione ornatus, quod satis ostendit in metricis operibus vernaculis quae edidit, elegantiae, animi ac doctrinae plenis, le llama Nicolás Antonio. Grande fué la estimación que del Conde de Rebolledo hicieron los monarcas de su tiempo. «No menos os habéis ganado para con todos el nombre de generoso y fortísimo soldado, que el de grande y prudentísimo varón», le escribía el Emperador Fernando III. Afirma Sedano que en su tiempo se conservaban aún sesenta y ocho cartas originales del Rey Felipe IV dirigidas a nuestro Conde, desde el año de 1648 hasta el de 61. La Reina Cristina de Suecia, una de las Princesas más doctas que han ocupado ningún trono, le escribía de su mano, en 10 de diciembre de 1651: «Estoy tan persuadida de la excelencia de vuestro ingenio, que no cabe en mi imaginación que ninguna obra suya sea indigna de él.» Laboriosus in otiis, constans in laboribus , fué la divisa que le aplicaron sus contemporáneos. Sus obras son:

Ocios del conde D. Bernardino de Rebolledo, señor de Irián. Amberes, 1650. En 12.º Esta edición, muy incompleta, contiene [p. 139] sólo algunas composiciones de las incluídas en la de 1660. Cuidó de la impresión el licenciado Isidro Flórez de Laviada, secretario del Conde.

Selva Militar y Política, del conde D. B. de R., señor de Irián. Colonia Agripina, 1652. Dedicó el autor esta obra al Rey de Romanos Fernando IV, que le contestó dándole las gracias por el regalo. Hállase la carta en el prólogo del licenciado Isidro Flórez de Laviada a la edición de 1660. Fué el impresor de Colonia David Kinck. Nicolás Antonio menciona vagamente una edición con estampas, que quizá sea la de Copenhague, 1661, que no hemos podido haber a las manos. En esta segunda impresión acrecentó considerablemente su tratado el Conde de Rebolledo y sustituyó la dedicatoria al Rey de Hungría y Bohemia con otra al Príncipe Don Carlos.

Las Selvas Dánicas. Copenhague, 1656. Dedicadas a la Reina de Dinamarca Sofía Amalia de Luneburg.

Traducciones

Selva Sagrada o Rimas Sacras del Conde D. Bernardino de Rebolledo, señor de Irián. Dedicadas a la Majestad de Felipe 4.º La Constancia Victoriosa y los Trenos, égloga y elegías sacras del... dedicadas a la Serenísima Reyna Cristina de Suecia. Idilio sacro del Conde D. Bernardino de Rebolledo, dedicado a la Sacra Real Magestad de la Reyna Ntra. Señora D.ª Mariana de Austria. Todas estas obras forman un volumen impreso en Colonia, el año 1655.

Todas las obras impresas y manuscritas de Rebolledo se dieron a la estampa en Amberes, el año 1660, en colección formada por el licenciado Isidro Flórez de Laviada. Llevan el título siguiente:

Ocios del Conde D. Bernardino de Rebolledo, señor de Irián. Tomo primero de sus obras poéticas, que da a haz el licenciado Isidro Flórez de Laviada, natural de la ciudad de León, divididos en cinco partes. Amberes, oficina Plantiniana, 1660, en 4.º marquilla.

Selva Militar y Política del Conde D. Bernardino de Rebolledo, señor de Irián. Tomo segundo de sus obras poéticas que da a luz [p. 140] el licenciado Isidro Flórez de Laviada, natural de la ciudad de León. Amberes, en la oficina Plantiniana. 1660, en 4.º mayor.

Selva Sagrada o Rimas Sacras del Conde D. Bernardino de Rebolledo, señor de Irián. Tomo tercero, dedicado a la magestad de Felipe 4.º &. &. Amberes, en la oficina Plantiniana . 1660, en 4.º marquilla.

Reprodujo esta edición D. Antonio de Sancha, con el título siguiente:

Ocios del Conde D. Bernardino de Rebolledo, señor de Irián. Tomo primero. Parte primera de sus obras poéticas. Con licencia. En Madrid, en la imprenta de D. Antonio de Sancha. Año de 1778. Se hallará en su casa, en la Aduana Vieja. Parte segunda. Íd.

Este tomo 1 se divide en dos partes o volúmenes. Lleva el primero una advertencia de Cerdá y Rico. Sigue el prólogo del Licdo. Flórez (49 páginas). Divídense los Ocios en cinco libros. El primero contiene las poesías eróticas, dedicadas a Lisi, notables por la facilidad y elegancia. Son 35 romances, 26 sonetos, varias glosas, letras, endechas, décimas y redondillas, tres églogas, nueve madrigales y no pocos epigramas. Cierran esta parte de los Ocios dos epístolas, notable la segunda bajo el aspecto bibliográfico, pero detestable como poesía. El libro segundo se compone de poesías satíricas y jocosas, coleccionadas a instancia de una dama que gustaba no poco de ellas. Las hay escritas con gracia no escasa y sin igual donaire, y se leerían con más gusto si el bueno del licenciado Flórez de Laviada no las hubiese mutilado bárbaramente, en una porción de lugares, suprimiendo además los nombres propios, con lo cual nos dejó a oscuras de infinitas alusiones. En cambio, no dejó de incluir alguna que otra composición harto desaforada.

Abundan en esta sección los romances y los epigramas, hay además un entremés titulado De los maridos conformes, que debió ser representado en Copenhague. Descúbrese en estos pasatiempos el ingenio agudo y zumbón del Conde de Rebolledo.

Comienza el tercer libro de sus Ocios (tomo 1, parte segunda de la edición de Sancha) con un romance histórico sobre la Reina Doña Urraca. Llenan lo restante de esta sección la tragicomedia Amar despreciando riesgos y el  prólogo a la comedia de Sufrir más por querer más. Contiene el cuarto libro una colección de [p. 141] poesías varias (romances, sonetos, epístolas, silvas, etc., etc.), la mayor parte morales y filosóficas. Inclúyense en el libro quinto las Selvas Dánicas, compendio de la historia de Dinamarca, que sin duda ha sido el original de copias tan detestables corno la historia de España, en versos pareados, del P. Isla, y la de los Condes de Barcelona, de Vaca de Guzmán, obras refractarias a toda poesía, modelos de prosaísmo, de extravagancias y de ripios, Sin embargo, el poema de Rebolledo, menos malo que sus imitaciones, interesa por su asunto, y es hasta una curiosidad de historia literaria.

Contienen además el primer volumen de la edición de Amberes y los dos primeros de la de Sancha, cuatro cartas en prosa, modelos de estilo epistolar y llenas de curiosísimas noticias. Están fechadas en Copenhague y enderezadas a diferentes amigos suyos de España. Al fin de los Ocios se halla un curioso tratadito de estética, con el título de Discurso de la hermosura y del amor. Está bellísimamente escrito, como todas las prosas del Conde de Rebolledo. Maravilla es que esté tan olvidado. Su doctrina es la platónica. Bien merecía un detenido análisis, que ahora no podemos consagrarle. A todos estos fragmentos debe agregarse un discurso apologético contra un teólogo protestante. Cierra esta pieza el tomo primero, volumen segundo de la impresión de Sancha. Tiene 686 páginas.

Selva militar y política del conde D. Bernardino de Rebolledo, señor de Irián. Tomo segundo. Tercera edición. Con licencia, en Madrid, por D. Antonio de Sancha, año de 1778. Se hallará en su casa, en la aduana Vieja. 380 páginas. Dedicatoria el Príncipe Don Carlos. Aprobación del P. Güemes, del orden de Sto. Domingo, en Copenhague, a 15 de marzo de 1652. Erudita defensa de Epicuro, dedicada al Sr. D. Juan de Goes, traductor alemán de su Política. El tal supuesto poema se divide en ocho partes, que tratan de las diversas formas de gobierno, de sus dificultades, de la disciplina militar, de la guerra ofensiva y defensiva, de la prudencia política, del consejo y consejeros del Rey, de la hacienda y de los tributos, de la educación de la juventud en general y de la del príncipe en particular, de la razón de Estado y de otra porción de cuestiones a veces harto inconexas, y que se tratan en párrafos o distinciones separadas, como él las llama. Es obra [p. 142] excelente, si se la quita el título de poema didáctico y se resuelven en prosa sus malos versos, para alivio de los lectores.

Rimas Sacras o Selva Sagrada del Conde de Rebolledo. Tomo tercero, dedicado a la Magestad de Felipe 4.º Tercera edición. Con licencia. En Madrid, en la imprenta de D. A. de Sancha, año de 1778. 472 páginas. Aprobaciones. Contiene este volumen los Salmos, el Libro de Job y las Lamentaciones de Jeremías, de cuyas versiones nos ocuparemos más adelante.

Adornan la edición de Sancha, tan esmerada como todas las suyas, tres retratos: uno, del Conde; otro, de Felipe IV, y el tercero, de la Reina Cristina de Suecia.

Procuremos ahora quilatar brevemente la índole del talento poético del Conde de Rebolledo. Esto nos dará margen para hablar de sus traducciones.

Encontró Rebolledo inundado el campo de nuestras letras por el torrente del mal gusto; los culteranos, secuaces de Góngora, los conceptistas acaudillados por Ledesma, amenazaban destruir los últimos restos de la buena poesía castellana del Siglo de Oro, trabajosamente conservados por los Argensolas, Jáuregui, Villegas y el Príncipe de Esquilache, no sin que alguno de estos ingenios pagase tributo al general contagio. Lope de Vega, Quevedo y otros se esforzaban en contener aquella invasión de bárbaros, conducidos al combate por el gran poeta cordobés, a cuyo lado asistían Villamediana, Silveira, Fr. Hortensio Félix Paravicino y el dogmatizador de aquella secta Baltasar Gracián, cuyo lema «en nada, vulgar» era el estandarte, bajo cuyos pliegues se agrupaban aquellos talentos descaminados por el demonio de la soberbia. Fatigaban las prensas enormes volúmenes, atestados de citas y erudición de poliantea, cuyo pretexto era comentar el Polifemo y las Soledades, obras maestras de la nueva escuela, y el verdadero objeto hacer alarde de cuanto sabían e ignoraban los comentadores. El Faetonte de Villamediana y el Macabeo de Silveira, eran encomiados a porfía y puestos en cotejo con la Ilíada y la Odisea. La literatura científica caminaba apresuradamente hacia su ruina; sermonarios llenos de necedades indignas de la cátedra del Espíritu Santo, libros de moral filosófica, recomendables como excelentes soporíferos; escritos de ciencias físicas y naturales, atestados de vulgares consejas y patrañas, [p. 143] precursores del Ente dilucidado y otros tratados ejusdem furfuris; historias de ciudades y monasterios, inspiradas en aquellos falsos cronicones forjados en la ominosa testa del P. Román de la Higuera y de su digno competidor Lupián Zapata; libros, en fin, indefinibles como La historia natural del Fénix y otros esperpentos semejantes, amenazaban sepultar, con su enorme peso, los monumentos preciosos que nos había legado el siglo anterior. Nada encontraríamos comparable a aquella decadencia, si en nuestros días no se hubiesen escrito La Analítica y el Ideal de la humanidad para la vida. La Agudeza y arte de ingenio era el código de la época; en aquella obra había consumido sus mejores años el profundo autor del Criticón. ¡Triste monumento de la humana flaqueza! Sólo se había salvado de tan universal destrucción nuestro teatro, todavía lozano, lleno de vigor y de vida, porque le animaba el poderoso espíritu nacional y aquel generoso instinto que se sobrepone siempre a los sistemas calculados en las decadencias literarias. Conservaban oculto el sacro fuego de la poesía lírica Rioja, Pedro de Quirós y algún otro, últimas glorias de la escuela sevillana. Contempló Rebolledo el lastimoso estado de corrupción, a que habían venido nuestras letras; repugnada a su buen sentido práctico, educado en los libros de la antigüedad y alimentado con el trato de varones doctos, españoles y extranjeros, que tuvo ocasión de conocer en sus largas peregrinaciones. Vió el abismo y huyó de él, pero para caer en otro abismo más peligroso y más profundo todavía. Rechazó aquel estilo metafórico, hinchado y pedantesco, que los secuaces de Góngora habían puesto de moda, y sustituyó a las hipérboles descomunales, a los vuelos caprichosos del ingenio, a todo aquel laberinto de tropos, de figuras, de forzadas trasposiciones a las que el gran poeta de Córdoba había hecho plegarse la lengua, cual esclava dócil a su voluntad inquieta y antojadiza, la fría, yerta, exacta y matemática regularidad de la prosa. El remedio era mil veces peor que la enfermedad. Por eso Rebolledo, nacido en el siglo XVII, fué por su carácter y por sus tendencias un sectario de la escuela prosaica del siglo XVIII. Por eso, no sólo Góngora, grande e inimitable aun en sus extravíos, sino muchos discípulos suyos, son infinitamente más poetas que el Conde de Rebolledo. En algunas de sus composiciones no tiene más defecto que el grandísimo de no tener ninguno. No es un [p. 144] prosaísmo el suyo de la índole baja y rastrera del de Olavide, Montengón o Salas, refractario a toda poesía. Es más bien parecido al de Iriarte; es el prosaísmo de un hombre de talento que obra por sistema, oponiendo un defecto al defecto contrario. Y así como Iriarte, guiado por su buen gusto acendradísimo fué notable poeta el día en que acertó con la índole de su ingenio, que le llevaba a la sátira literaria, así Rebolledo fué poeta elegante y versificador ameno en los géneros menores, y fué grande y verdadero poeta, aunque sostenido en alas ajenas, el día en que repitió los acentos divinos del Rey Profeta, elevándose a altura desusada en la interpretación del dramático y misterioso libro de Job, o llorando, con Jeremías, sobre las ruinas de Jerusalén destruída por los caldeos. Acertó en los postreros años de su edad, después de haber malgastado largas horas en la composición de fatigosos poemas didácticos, muy útiles, sin duda, como tesoros de consejos y documentos morales y políticos, pero que no son poesía, ni por asomos. No erró tanto en la elección de los asuntos como muchos versificadores del siglo pasado, no se le ocurrió cantar el ácido carbónico, como a Viera y Clavijo; ni el arte de hacer confites, corno a Lebrún; ni el arte de preservar la salud, como a Amstrong; ni los veinte concilios generales, como a Salanova; ni puso en verso el Roselli «de philosophia» y el Sánchez «de matrimonio» como aquel embajador de la Derrota de los Pedantes, verdadero tipo de todos los fabricantes de poemas didácticos; ni se le pasó por las mientes, como a cierta D.ª María Camporredondo, comentar, en seguidillas, la filosofía de Escoto. El Conde de Rebolledo tenía sobrado talento para incurrir en semejantes desvaríos, eligió un asunto digno y elevado, quiso recoger en un libro los principios fundamentales de la Política (y ya con mal acuerdo) los del arte militar. Hubiérale escrito en prosa y sería tan leído como las Empresas de Saavedra Fajardo. En la forma que él le dió, no hay voluntad bastante enérgica que pueda acabar su lectura. Hasta desdeñó coger las flores que alguna vez se le presentaban en su camino, olvidó que, si Lucrecio era inmortal, lo debía a los episodios de su poema y que si las Geórgicas son el monumento más bello de la literatura latina, no es por exponer minuciosamente la cría caballar, ni las enfermedades de los animales, objetos rastreros y antipoéticos, sino por la belleza [p. 145] incomparable de las digresiones y más que todo por la historia dulcísima de Orfeo y Eurídice. Olvidó que una colección de máximas morales y políticas es cosa muy laudable y muy útil, pero no es poesía, aunque la anime el genio griego en las obras de Teognis, de Focílides y del autor desconocido de los Versos áureos de Pitágoras. Todo esto olvidó el Conde de Rebolledo, y resultó una obra pesadísima e insoportable, que bautizó con el nombre de Selva Militar y Política. Largos trozos de prosa rimada forman esta obra, yerta y frigidísima, engendrada entre los hielos del Septentrión. Véase una ligera muestra tomada del capítulo 10 que lleva el título ramplón y antipoético de Cuerpos y cabos del ejército, y otras prevenciones forzosas:

En la caballería
Ha de haber General, en que de Marte
Se reconozcan el esfuerzo y arte,
Teniente, Comisarios generales
Y los demás comunes Oficiales
Que si no son muy buenos,
Obrando, como suele de repente
Será cualquier desastre contingente.
Es necesaria buena artillería
Y muy bien atalada,
Un entero cañón, con municiones.
Para tirar cien veces,
Requiere cien caballos
Y respectivamente
Los medios, quartos y menores piezas;
Bastará un general que la gobierne,
Teniente, Ayudantes, Gentil-hombres
Y todos los ministros inferiores,
Insignes ingenieros, a quien toca
Saber cuanto depende
De números, medidas, proporciones,
Artífices de fuego, Minadores,
Prácticos Petarderos,
Algunas compañías
De solos gastadores,
Otras de Marineros
Y fábricas de puentes
Con los demás pertrechos competentes,
Pues parece oficina en cierto modo
Donde quieren hallarlo todos todo.
[p. 146] Basta, porque falta la paciencia para seguir leyendo. Esto es prosa y prosa vil y rastrera, es una degradación, una parodia de la poesía. ¿De esta suerte pretendía Rebolledo oponerse al contagio del mal gusto? ¿Tales versos colocaba en frente de los versos de Góngora? Oigamos por un momento al poeta cordobés:
La dulce boca que a gustar convida
Un humor entre perlas destilado
Y a no envidiar aquel licor sagrado
Que a Júpiter ministra el garzón de Ida.
Amantes, no toquéis, si queréis vida,
Que entre el un labio y otro colorado,
Amor está de su veneno armado,
Cual entre flor y flor sierpe escondida. etc.

¿Puede darse mayor dulzura y armonía? En otro soneto, el poeta de Córdoba se dirige al Guadalquivir, el divino Betis de los poetas sevillanos:

Rey de los otros ríos caudaloso,
Que en fama claro, en ondas cristalino,
Tosca guirnalda de robusto pino
Ciñe tu sien y tu cabello undoso.
Pues, dejando tu nido cavernoso
De Segura en el monte más vecino,
Por el suelo andaluz tu real camino,
Tuerces soberbio, raudo y espumoso; etc.

Esto es poesía, lo demás es prosa rimada indigna de leerse.

Ondeábale el viento que corría
El oro fino, con error galano,
Cual blanca hoja de álamo lozano
Se mueve al rojo despuntar del día.

Preceptistas sin alma censurarían en estos versos la profusión de epítetos y tacharían de oscura la comparación siguiente:

Y mientras con gentil descortesía
Mueve el viento la hebra voladora,
Que la Arabia en sus venas atesora
Y el rico Tajo en sus arenas cría.
[p. 147] Un ejemplo más y concluímos; véase la gallardía de estos versos:
Raya, dorado sol, orna y colora
Del alto monte la lozana cumbre,
Sigue con apacible mansedumbre
El rojo paso de la blanca Aurora...

No hemos citado a humo de pajas estos versos de Góngora. Sabido es el desprecio en que le tuvieron los críticos del siglo pasado. Pues bien, en el siglo pasado se ensalzaba hasta las nubes el mérito de Rebolledo y la Selva Militar y Política era encomiada como un modelo de perfecciones. Ignoraban aquellos críticos, hijos de un siglo por excelencia prosaico, que valen más cuatro versos del romance de Angélica y Medoro o del forzado de Dragut que la Selva Militar y Política, la Música de Iriarte y otros poemas didácticos por el estilo. Consecuencia de tales doctrinas literarias fué un prosaísmo horrible, como no se ha visto jamás. El buen capellán de las Descalzas, D. Francisco Gregorio de Salas, quiere celebrar la felicidad de la vida del campo y lo hace de la manera que van a ver nuestros lectores. Sean sordos por un momento los manes de Garcilaso y de Valbuena. Los versos de Salas a trechos producen risa, a trechos indignación, porque parecen escritos expresamente para burlarse de la poesía pastoril, cultivada por aquellos grandes maestros.

El borrico rebuzna; ladra el perro
Y algún guarda vocea desde un cerro.
.....................................................
Hoza el cerdo en el lodo,
Se baña en él y se humedece todo
.....................................................
Las verduras y frescas ensaladas
Por mi mano plantadas
Que por las tardes tomo,
Y bien aderezadas me las como.
Cual arrea la mula de una noria,
Cual a su tiempo busca la achicoria.
[p. 148] ¡De esta suerte se escribían églogas y poemas didácticos en el siglo pasado! No llega a tal extremo el Conde de Rebolledo, pero él, en pleno siglo XVII, abrió el camino, a sabiendas, y de consiguiente no está exento de culpa. No nos detendremos en las Selvas Dánicas, que a todos los defectos indicados añaden el estar atestadas de nombres exóticos, que hacen ásperos y duros los versos. Mucho mejores son los Ocios, aunque a veces se resienten también de prosaísmo, como sucede en una larga carta, que Sedano llamó Poema bibliográfico, cual si en verso pudiera enseñarse la bibliografía. Sus composiciones amorosas son a veces modelos de fácil e ingenioso discreteo, a veces respiran sencillez y pureza. Hay algunas composiciones cortas, imitando a los antiguos, entre ellas no debe quedar olvidado el siguiente madrigal:
Dichoso quien te mira
Y más dichoso quien por ti suspira
Y en extremo dichoso,
Quien un suspiro te debió amoroso.

El lector erudito recordará al momento la oda segunda de Safo, Φα&ΧιρΧ;ᾳετα&λσαθυο; μοι κὲινος &ΣΧαρον;ςσος Θεο&1;σιν traducida al latín por Catulo y no olvidada por Horacio en la suya a Pirra; vertida al francés por Boileau, al castellano por Luzán, Conde, Canga Argüelles y Castillo y Ayensa, y felizmente imitada por Quintana, en cuatro versos, que tienen muy cercano parentesco con los de Rebolledo:

Dichoso aquel que junto a ti suspira
Que el dulce néctar de tu risa bebe
Que dulcemente palpitar te mira
Y a demandarte compasión se atreve.

La tragicomedia Amar despreciando riesgos, no carece de cierto mérito, aunque peca de fría y lánguida. Los versos jocosos, especialmente los epigramas, están escritos con facilidad y gracia, y en algún caso merecen ponerse en parangón con los de Baltasar de Alcázar y Jacinto Polo de Medina. El siguiente puede servir como muestra del ingenio con que sazonaba sus composiciones ligeras:

Pues el rosario tomáis,
No dudo que le recéis
@149@ Por mí que muerto me habéis,
O por vos que me matáis.

Sospecho, y Ticknor lo indica, que el pensamiento de este galante epigrama está tomado de unas redondillas portuguesas de Camoens (Rimas, edición de 1598, fol. 158). Sin embargo, el Conde de Rebolledo supera en concisión y claridad a Camoens, cuyo epigrama es algún tanto sutil y alambicado.

Entremos ya en la Selva Sagrada, obra maestra del Conde de Robolledo, que sin duda hará vivir su nombre en la posteridad. Empieza con una traducción completa de los Salmos, hecha, no según la verdad hebraica, porque Rebolledo era muy mediano hebraizante, sino teniendo a la vista la interlineal de Arias Montano y la literalísima versión castellana impresa por los judíos de Ferrara. De esta suerte se acercó todo lo posible al texto original, en términos que alguna vez parece traducción directa. No es que los Salmos de Rebolledo se aproximen ni de lejos a los de Fr. Luis de León y Arias Montano, almas verdaderamente hebreas, encendidas en aquel sacro fuego que abrasaba el alma del Rey Profeta. Nunca exclamará, como el divino poeta del Tormes (Salmo 103 de la Vulgata, 104 del hebreo):

Alaba, oh alma, a Dios; Señor, tu alteza
¿Qué lengua hay que la cuente?,
Vestido estás de gloria y de grandeza
Y luz resplandeciente.
Encima de los cielos desplegados
Al agua diste asiento;
Las nubes son tu carro, tus alados
Caballos son el viento.
Son fuego abrasador tus mensageros
Y el trueno y torbellino,
Las aguas sobre asientos duraderos
Mantienes de contino.
Los mares las cubrían de primero
Por cima los collados,
Mas visto de tu voz el trueno fiero
Huyeron espantados...
Tú que los montes ardes, si los tocas
Y al suelo das temblores,
Cien vidas, que tuviera, y cien mil bocas
Dedico a tus loores.
[p. 150] Ni sabrá decir, como Arias Montano, parafraseando el salmo 50:
Dios, que en la eterna, cristalina cumbre
Respetado de arcángeles habitas,
Pues la misericordia es la costumbre,
En que más de ordinario te ejercitas,
Pues por la grande, inmensa muchedumbre
De tus misericordias infinitas,
Borra de mis delitos el proceso,
En tu divina eternidad impreso.

Nunca se eleva tanto el estro lírico del Conde de Rebolledo. Ni sabe tomar, como Jáuregui, el tono dulcísimo de la elegía, en la paráfrasis del salmo Super flumina Babilonis:

En la ribera undosa
Del babilonio río
Los fatigados miembros reclinamos,
Y allí, con faz llorosa
Junto a su margen frío,
Con lágrimas sus ondas aumentamos.
Entonces de los ramos
De los silvestres sauces suspendimos
Las cítaras y arpas, do solía
Alentar sus enojos algún día
Alegre el corazón, cuando vivimos
En ti, Jerusalem; mas la memoria
De tu asolado imperio
Y el duro cautiverio
En que trocamos hoy la antigua gloria
Nos despojó del regocijo y canto
Para entregarnos al afán y al llanto.

Ni dirá, con el felicísimo imitador moderno de Fr. Luis de León, González Carvajal, interpretando el salino 41:

Cual ciervo fatigado
Que en raudales de fuente cristalina
Refrescarse desea,
Mi espíritu inflamado
Del deseo, Señor, de tu divina
Visión que lisongea
Tanto mi triste suerte,
Sed tiene del Dios vivo, del Dios fuerte,
[p. 151] Nunca expresará con tal vehemencia los impulsos del alma hacia el infinito. Pero si los Salmos de Rebolledo no reúnen las altas cualidades que avaloran las versiones de los autores citados, tienen, en cambio, bellezas propias, que los hacen dignos de alabanza y estudio. A veces el prosaísmo los hace lánguidos, pero en general tienen el mérito de la fidelidad y de la concisión, su lenguaje es valiente y gallardo, la versificación armoniosa y fácil.

Citaremos uno de los más breves, el 93 (92 de la Vulgata):

Reynó Jehová, vistióse de grandeza,
1. Ciñóse fortaleza
Y los orbes, por él bien construídos
No serán conmovidos.
2. Has entonces tu trono establecido,
Pero tú siempre has sido.
3. Crecen, Señor, los ríos,
Su voz han levantado,
Sus ondas encrespado
Con tan soberbios bríos
4. Que el estruendo del mar han igualado
Cuando más proceloso
Pero Dios es en todo poderoso.
5. Y muy constantes son sus testimonios,
Tu palacio, Jehová, tiene hermosura
Y santidad que para siempre dura.

Muy superior en mérito a la traducción de los Salmos es la del Libro de Job, con el título de La constancia victoriosa, égloga sacra. No tememos afirmarlo; si no existiera la traducción de fray Luis de León, la del Conde de Rebolledo sería la primera que se ha hecho en castellano del misterioso poema hebreo. Paráfrasis admirable de aquel divino libro, es la Constancia victoriosa, uno de los monumentos más grandes de nuestro Parnaso lírico en el siglo XVII. ¿Quién pudiera imaginar que D. Bernardino de Rebolledo, aquel que tan minuciosamente exponía los más prosaicos pormenores del arte militar, había de elevarse a esferas de tan pura y sublime poesía, al pulsar el arpa de los profetas? Tan cierto es que traduciendo e imitando, puede alzarse el poeta con desusado vuelo, y mucho más cuando intenta reproducir la palabra divina, que tanta luz y esplendor comunica a la palabra humana. Citaré una muestra ligera, porque todo el poema está [p. 152] reproducido en el tomo II de Poetas líricos de los siglos XVI y XVII (Biblioteca de AA. Españoles), donde podrán consultarle nuestros lectores.

Véase la descripción del Leviathán:

¿Quién de su pecho descubrió el vestido?
¿De quién será domado
Con freno duplicado?
¿Quién de su rostro abrir las puertas pudo
Ni miró sin terror las diferentes
Hileras de sus dientes?
Es su loriga de uno y otro escudo,
Como acero bruñida
Y cual malla tejida,
Cuya maravillosa contextura
El viento en vano contrastar procura,
Porque están los escudos tan unidos,
Que no serán por nada divididos.
Sus estornudos vierten luz ardiente
Y como los más rojos
Párpados de la aurora son sus ojos.
Haces de llama, lanza, refulgente
Y cantidad no poca
De centellas su boca.
Y su nariz exhala humo tan ciego,
Como vaso que hierve a mucho fuego:
Los carbones inflama
De su aliento la llama.
En su cerviz está la fortaleza,
Delante dél se alegra la tristeza.
............................................
Su corazón es firme cual las peñas,
Cual las de piedra de molino ruedas,
Que están abajo quedas.
De su grandeza temblará el más fuerte.
...................................................
Es el hierro cual paja dél rompido
Y el acero templado
Como palo podrido.
Nunca se ha de las flechas retirado,
Las piedras de las hondas son dél vistas
Cual frágiles aristas.
.................................
En hervor espumoso
Del mar mueve el abismo más profundo,
@153@ Rastro en las ondas deja luminoso
Y senda en que parece
Que el piélago encanece.
Ni su igual tiene el mundo.
..........................................
Porque es el más excelso, el más terrible,
De todo monstruo príncipe invencible.

Y ¿qué diremos de las Elegías Sacras, versión divina de los Trenos de Jeremías, comparable sólo a la paráfrasis dulcísima del judío Moseh Pinto Delgado? Nunca han sido interpretadas con tan tierna melancolía, con tan intensa tristeza, con tanta vehemencia de expresión, las Lamentaciones del profeta de Sión, las elegías mas sublimes que han resonado en oídos humanos.

¡Cómo se ha deslucido
El precioso metal, mas acendrado
Las piedras esparcido
Del templo derribado!
........................................
Los hijos de Sión más estimados
Y queridos que el oro más sincero,
¡Cómo son despreciados
En su trage bizarro,
Como vasos de barro,
Artificio de mano del ollero.
Las serpientes sustentan sus hijuelos,
De mi pueblo la hija rigurosa
Aun mirarlos no osa,
Dejándolos a beneficio incierto,
Como los avestruces del desierto.
La lengua del infante,
Que de la madre el pecho alimentaba
De sed al paladar se le pegaba,
Y con voz anhelante
El algo más crecido, ¡pan! gritaba,
Mas nadie se lo daba.
Y los muy regalados
De hambre en las calles fueron asolados,
Los que en púrpura tiria descansaban
Inmundos muladares abrazaban.
Jehová su indignación ha ejecutado,
De su enojo las iras ha vertido,
@154@ En Sión ha encendido
Fuego que sus cimientos ha quemado. (Elegía 4.ª)
.................................................
Sus puertas destrozadas
Fueron, sus cerraduras quebrantadas,
Y con su rey los príncipes llevados
A los pueblos de ley desheredados,
Sus profetas no vieron
A Jehová, ni respuesta de él tuvieron.
En el suelo sentados
Los ancianos callaban,
Que de Sión la hija gobernaban,
Y de saco enlutados
En polvo sus cabellos sepultaban,
Las de Jerusalem vírgenes puras,
Llorando las comunes desventuras
De tan áspera guerra
Postraban sus cabezas por la tierra.
Con el llanto mis ojos
Cegaron, mis entrañas se afligieron,
Y en mortales enojos
Derramarse quisieron,
Cuando el quebranto de mi pueblo vieron;
El niño que del pecho aun dependía,
En la pública plaza perecía.
Otros por el sustento preguntaban,
Al tiempo que espiraban,
Y si en las calles no desfallecían,
A sus madres venían,
Prorrogando la vida breve plazo,
Sólo para morir en su regazo. (Elegía 2.ª)
¡Qué sola y desolada
La ciudad populosa,
En las gentes famosa,
Como viuda está desconsolada.
La que como señora
Provincias dominaba
Paga tributo ahora.
En las noches que un tiempo descansaba
Amargamente llora.
Sus lágrimas no paran
En sus mejillas, corren hasta el suelo,
Nadie la da consuelo.
.....................................
De Sión las calzadas
De luto están cubiertas,
@155@ Por no ser frecuentadas
Como en otras edades,
De los que concurrieron
A sus solemnidades,
Y de sus magistrados a las puertas,
Sacerdotes y vírgenes suspiran.
......................................
De el cielo ha derramado
Fuego sobre mis huesos,
Que los ha consumido.
......................................
Ha mis valientes en mí mesma hollado,
Ejércitos traído,
Con que mi juventud ha debelado
Y de Judá las vírgenes han sido
Como en lagar pisadas,
Con violencias jamas imaginadas. (Elegía 1.ª)

A este precio pueden perdonarse al Conde de Rebolledo la Selva Militar y Política y las Selvas Dánicas.

No nos detendremos en el Idilio Sacro, que es la pasión de Cristo sacada de los Evangelios y puesta, en general, en malos y prosaicos versos. Hay alguno que otro pasaje escrito con cierto vigor poético, pero nada que se parezca a la Cristíada del P. Hojeda. Rebolledo se limitó a seguir, punto por punto, la narración evangélica, sin conseguir por eso imitar su sencillez sublime. Nada diremos de las demás obras de Rebolledo, porque el cotejo con las Lamentaciones las haría perder mucho de su natural valor.

Si nuestra voz fuese oída por la juventud estudiosa, hoy tan descaminada literaria como filosóficamente, terminaríamos este artículo, recomendando la lectura de la Constancia victoriosa y de los Trenos y recordándoles, que según el abate Marchena, que a pesar de su volterianismo tanto se deleitaba con la prosa mística y la poesía religiosa, «el Conde de Rebolledo, menos que mediano poeta (sentencia sobrado rígida e intolerante; sin estro y sin calor en el alma no se escriben las Elegías Sacras) se encumbra tanto en alas de Jeremías, que no pocas veces merece ser estudiado como modelo».

[p. 156] Adición a la parte bibliográfica

Obras de Rebolledo, reproducidas en varias colecciones:

Parnaso Español. Colección de poesías escogidas de los más célebres poetas castellanos. Tomo V. Desde la página 199 a la 286 se leen Los Trenos de Jeremías y el Idilio Sacro. Al principio del tomo hay una curiosa y extensa biografía de Rebolledo escrita por el colector D. Juan José López Sedano. Al fin del volumen se lee un juicio crítico de las dos composiciones incluídas.

En los tomos VII, VIII y IX de la misma colección hay otras poesías del Conde de Rebolledo, entre ellas la epístola en tercetos, que Sedano llama Poema Bibliográfico.

No tuvo entrada el Conde de Rebolledo en las colecciones de Fernández (P. Pedro Estala), Quintana y Marchena.

El Idilio Sacro se reimprimió en una colección de poesías sagradas, dada a luz a principios de este siglo, de la cual recordamos haber visto un juicio crítico en la Minerva, periódico que, por aquellos tiempos, se publicaba en Madrid.

Biblioteca de Autores Españoles. Tomo XLII. Poetas Líricos de los siglos XVI y XVII Tomo II. M Rivadeneyra, editor impresor. Madrid, 1857.

En ella insertó el colector D Adolfo de Castro las traducciones del Libro de Job y de los Trenos de Jeremías, precedidas de noticias biográficas y juicios críticos. Al fin del torno se hallan varios epigramas de Rebolledo, sin las lagunas que aparecen en las ediciones antiguas.

En el tomo XXXV de la misma colección hay varias composiciones de Rebolledo.

Notas