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Obras completas de Menéndez... > BIBLIOTECA DE TRADUCTORES... > IV : (OLIVER-VIVES) > QUEVEDO, FRANCISCO GÓMEZ DE

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[p. 91]

Impertinencia parecería en nosotros, mucho más dada la índole de esta obra, referir largamente la vida ni aquilatar las numerosas obras del español Luciano, del satírico eminente a la par que profundo filósofo y polígrafo infatigable, cuyo nombre va colocado al frente de este artículo. Ambas tareas han sido desempeñadas por el sabio académico D. Aureliano Fernández Guerra, en términos que no dejan lugar a la emulación, y quitan, aun a los más arrojados, el deseo de escribir sobre Quevedo cosa digna de ser leída. Nuestro intento se reduce a dar noticia de sus traducciones.

Nació D. Francisco Gómez de Quevedo y Villegas en Madrid, en septiembre de 1580, siendo bautizado en la parroquia de San Sebastián. Su familia procedía de Bejorís, en el valle de Toranzo, acaeciendo así por coincidencia extraña que de los montes cántabros fuesen oriundos tres de los ingenios más portentosos que han cultivado las letras españolas: Lope, Calderón y Quevedo. El padre de nuestro Menipo era secretario de la Reina Doña Ana de Austria, y su madre dama de la Infanta Doña Isabel Clara Eugenia. Perdiólos D. Francisco en edad temprana, quedando bajo la tutela del protonotario de Aragón Agustín de Villanueva, y en la Universidad complutense aplicóse con insaciable anhelo de saber al estudio de muy diversas artes y facultades. Graduóse, no sabemos cuándo, de licenciado en Teología; cursó las lenguas griega, hebrea y arábiga, y entre las vivas conoció bien las de mayor utilidad entonces. Por su erudición granjeóse el aprecio, trato y correspondencia de los ilustres humanistas Vicente Mariner, Gaspar Scioppio, González Salas y Justo Lipsio, que no dudó en apellidarle magnum decus Hispaniae, cuando sólo contaba veintitrés años. En las letras humanas fué eminente y tuvo no escasos conocimientos del Derecho Civil y Canónico, de las matemáticas, filosofía natural y moral, astronomía y medicina. Protegido por el Duque de Lerma siguió a la Corte, cuando se trasladó a Valladolid en 1601, y con ella volvió a Madrid en 1606, dándose a conocer al poco tiempo por sus primeros Sueños y por otros satíricos desenfados, de no menor precio. En 1611 vióse obligado a huir de España, por haber dado muerte a un hombre [p. 92] en desafío en el atrio de la iglesia de San Martín, y acogióse, en Sicilia, al Virrey Duque de Osuna, que le honró con ilimitada confianza e hízole participante de todos sus consejos. Con importantes comisiones del Duque vino a España en 1613 y 1615. Pasó, en 1616, al virreinato de Nápoles, y fué Quevedo el ama de su gobierno, para España tan glorioso, y tuvo parte notable, hasta con peligro de su vida, en los proyectos contra la república de Venecia, imaginados por Osuna, el embajador Bedmar y don Pedro de Toledo. La astucia y los indignos manejos del Gobierno veneciano, que fingió con este motivo la conjuración famosa de 1618, y logró desacreditar en Madrid al Duque, hasta conseguir su destitución y proceso en 1620, trajo, como natural consecuencia, largas prisiones para nuestro caballero, acrecentado el rigor con que a Osuna y a él se les trataba, con el advenimiento de Felipe IV en 1621. Obtuvo al fin libertad en 1622, y por algún tiempo pareció disfrutar el favor del Conde-Duque de Olivares, tomando parte activa en los literarios festejos de la corte del Rey Poeta. Hasta 1639, y salvo un destierro a la Torre de Juan Abad, en 1628, producido, a lo que se cree, por la publicación de la Política de Dios, fué relativamente tranquila y en alto grado provechosa para nuestras letras la vida de Quevedo, que durante ellos las enriqueció con la mejor parte de sus innumerables producciones. Sólo vinieron a alterar su reposo literarias polémicas, como las sostenidas con ocasión del Memorial por el patronato de Santiago, la lucha incesante con los poetas cultos y la originada por el Para-todos de Montalbán, que dieron ocasión de parte de Quevedo a sátiras inimitables como La culta latiniparla, la Aguja de navegar cultos y la Perinola, y por el lado de sus enemigos a libelos insolentes, como el Tribunal de la justa venganza. Pero en 1639 desencadenóse de altas regiones horrible tempestad contra Quevedo, con ocasión de un Memorial en que censuraba los desaciertos de la administración pública, papel que corrió de mano en mano y llegó por fin a las del Monarca. Juró el Conde-Duque el exterminio de Quevedo, y en la noche del 7 de diciembre fué preso en casa del Duque de Medinaceli, su protector y amigo, y llevado con rigurosos tratamientos al convento de San Marcos de León, donde permaneció hasta junio de 1643, sufriendo indecibles molestias, pero sin abandonar [p. 93] jamás el cultivo de las letras, único solaz que le restaba en sus tribulaciones. La caída del Conde-Duque vino a libertarle, pero aquejado por grave enfermedad, retiróse a su señorío de La Torre de Juan Abad, en la Mancha, y cerca de allí, en Villanueva de los Infantes, falleció ejemplarmente el 8 de septiembre de 1645, dos años después de haber salido de su calabozo.

Sus escritos fueron en gran número y sobre las materias más variadas. El más completo y cuidadoso de los catálogos de sus producciones puede verse en el tomo I de las Obras de Quevedo, colección formada e ilustrada por D. Aureliano Fernández-Guerra. Divídelos este erudito en Discursos Políticos, Satírico-Morales, Festivos, Ascéticos, Filosóficos, Crítico-Literarios, Epistolario y Poesías. Aquí nos limitaremos a citar entre los primeros la Política de Dios y Gobierno de Cristo, los Grandes Anales de Quince Días, el Mundo Caduco, el Memorial por el patronato de Santiago, el Chitón de las Tarabillas, la Carta al Rey Cristianísimo Luis XIII y los dos opúsculos sobre la rebelión de Portugal (Descífrase el alevoso manifiesto, etc., etc.) y la de Cataluña (La de Barcelona ni es por el huevo ni es por el fuero), etc. A los escritos satírico-morales y en especial a sus seis admirables Sueños, compuestos a imitación de Luciano (Sueno de las Calaveras, Alguacil Alguacilado, Zahurdas de Plutón, Mundo por dentro, Visita de los chistes, Casa de locos de amor) y a las dos fantasías aristofánicas del mismo linaje, que se intitulan El entremetido, La dueña y el soplón y La Hora de todos y fortuna con seso , debe especialmente la popularidad sin igual de que siempre en España ha disfrutado. No son acreedores a inferior loa los festivos, entre los cuales se distinguen la ingeniosísima novela del Buscón, las agudas cartas de El Caballero de la Tenaza y el donairoso Libro de todas las cosas y otras muchas más, de cuyos desenfados pudiéramos decir, como Cervantes del Tirant lo Blanch, que son tesoro de contento y mina de pasatiempos. Muy diverso es el tomo de las obras ascéticas y filosóficas, no escritas, a la verdad, con el apacible estilo y gusto acendrado de nuestros clásicos del siglo XVI, pero ricas de erudición y de doctrina, fecundas en altos pensamientos y provechosas enseñanzas. Tal acontece con las Vidas de Santo Tomás de Villanueva y de San Pablo, con La Cuna y la Sepultura, con la Virtud Militante, con los tratados de La Providencia de Dios y La [p. 94] Inmortalidad del alma. Juicio sagaz y penetrante, gusto más seguro en la teoría que en la práctica avaloran los discursos crítico-literarios, entre los cuales se señalan el Cuento de Cuentos, la Perinola y La Culta Latiniparla, además de infinitas censuras, prólogos y advertencias en libros propios y ajenos. De muy variada lectura son las Cartas y de toda laya, y muy numerosas las Poesías, harto conocidas y celebradas para que nos detengamos a analizarlas.

Sobre las ediciones y manuscritos de las obras de Quevedo tampoco apuntaremos nada, limitándonos a remitir a nuestros lectores a los dos catálogos publicados por el señor Fernández Guerra, en los tomos I y II de su colección, de los cuales el primero abraza 310 artículos, incluyendo traducciones, críticas, invectivas y defensas, y el segundo 90, a los cuales han de agregarse otros 130 incluídos en un índice de mss. que sigue en el primer tomo al de impresos.

A todas las ediciones hasta hoy existentes supera en corrección y esmero tipográficos y en riqueza de escritos inéditos y eruditas ilustraciones, la que llena los tomos XXIII y XLVIII de la Biblioteca de AA. Españoles faltando aun el tercer volumen que ha de contener las poesías. Formóla el señor Fernández-Guerra, que en ella ha incluído todas las obras en prosa del célebre polígrafo, a excepción del Origen de los estoicos y defensa de Epicuro, tal vez destinados a ir con el Epicteto en el tomo III. La colección de Fernández-Guerra es un verdadero dechado de este linaje de trabajos.

Hizo Quevedo las traducciones siguientes del hebreo, del griego, del latín, del francés y del italiano:

Paráfrasi en verso del Cántico de los Cánticos. Cítala Montalbán en su Para-todos. No se ha conservado íntegra. Sólo existen algunos fragmentos insertos en la Musa Urania, que coleccionó, de igual suerte que la Euterpe y la Caliope, con muy escasa diligencia, su sobrino D. Pedro Aldrete de Quevedo Villegas, repitiendo varias composiciones, mutilando otras, atribuyendo a Quevedo escritos ajenos, y produciendo, en fin, lamentable confusión, que aun no ha deshecho la crítica contemporánea. Por lo que toca a la paráfrasis antes mencionada, no dudó en intercalar entre los fragmentos de su tío los primeros capítulos de la versión poética de Arias Montano: En los floridos valles de Siona, [p. 95] por nosotros inserta en el artículo de aquel sabio orientalista. Encontrólos entre los papeles de Quevedo y sin más averiguación, los unió a sus poesías. En cuanto a la parte que realmente es de Quevedo y comprende los siguientes retazos:

En un valle de myrtos y de alisios...
Béseme con el beso de tu boca...
Como atiende al honor de su querida...
Mientras el Rey estuvo recostado...
Aunque a tan buen pastor se debe todo...
Con solo desearme, amiga mía...
La Esposa que se vió favorecida...

todos en sextas rimas, es indudable que su autor se propuso imitar y rehacer la obra de Arias Montano, pero hízolo intercalando rasgos de mal gusto y alejándose, cuanto no es decible, de aquel excelente original. Compárese el principio de la paráfrasis de Montano, ya conocida de nuestros lectores, con el de la de Quevedo:

En un valle de myrtos y de alissos,
Que el cielo es jardinero de sus calles,
Donde todas las yerbas son narcissos,
Y el valle es el narcisso de los valles,
En quien el sol con elegantes rayos,
Todos los meses los enmienda en Mayos...

En esta extravagante imitación hay, sin embargo, versos felicísimos, como de Quevedo, y rasgos admirablemente vertidos, aunque siempre de sobra amplificados. Pero jamás se encuentra un acierto sin hallar al lado una frase conceptuosa o retumbante.

Además de los fragmentos de Quevedo y Arias Montano hay, en la Musa Urania, otro en liras que comienza:

Béseme con el beso
Mi esposo de su boca sacrosanta

que tampoco es de Quevedo, porque el estilo es enteramente diverso y no del siglo XVII, sino del XVI. Véase entre los Anónimos.

Poesías Morales. Lágrimas de un penitente. Están en la Urania, y fueron dedicadas por Quevedo, en 1613, a su tía D.ª Margarita [p. 96] de Espinosa y Rueda, con una carta que puede leerse en el Epistolario formado por el señor Fernández-Guerra. Cada una de las breves (y muy bellas) poesías que forman esta coleccioncita lleva el título de Psalmo, pero no lo son, aunque contienen imitaciones de varios libros sagrados mezcladas con otras de poetas clásicos.

Lágrimas de Jeremías castellanas, ordenando y declarando la letra hebraica con paráfrasi y comentarios. Esta versión permanece inédita, y aunque hecha con la desigualdad que caracteriza todas las versiones de Quevedo, es muy digna de publicarse. Hemos visto copias de ella en la Biblioteca Nacional y en la de Santa Cruz de Valladolid.

Heráclito Cristiano o Harpa a imitación de la de David. Contiene algunas traducciones e imitaciones de Salmos. Hállase en los dos libros siguientes:

Semanario erudito, que comprehende varias obras inéditas, críticas, morales, instructivas, políticas, históricas, satíricas y jocosas de nuestros mejores autores antiguos y modernos. Dalas a luz D. Antonio de Valladares y Sotomayor. Tomo Primero. Madrid, 1788, por Blas Román.

Obras Morales, Políticas y Jocosas de Don Francisco de Quevedo y Villegas, Caballero del Orden de Santiago, Señor de la Torre de Juan Abad, que publicó en el Semanario Erudito D. Antonio Valladares de Sotomayor y ha separado de él para la instrucción común el mismo editor. Sin a. ni l. de impresión. En ambos ocupa el primer lugar el Harpa de David.

Los dos primeros capítulos del Libro de Job en prosa. Sirven de texto al libro titulado La Constancia y Paciencia del Santo Job en sus pérdidas, enfermedades y persecuciones, obra póstuma de D. Francisco de Quevedo Villegas, etc., incluído como tercer tratado de la Providencia de Dios, padecida de los que la niegan, y gozada de los que la confiesan. Doctrina estudiada en los gusanos y persecuciones de Job, impreso por primera vez en Madrid, 1713, por los herederos de Gabriel de León, y reproducido posteriormente en todas las ediciones completas de Quevedo hechas en el siglo pasado, y en el presente en el segundo tomo de la del señor Fernández-Guerra (pp. 215 a 248), quien le ha separado con buen acuerdo del libro de la Providencia, dado caso que no forma parte de él, y fué escrito muchos años antes, en 1631, con [p. 97] el título impropio de Themanites redivivus in Job. Encabézase con un Discurso Previo, Teológico, Ético y Político, en que (son sus palabras) «precede noticia de Job, que escribió su libro, y cómo; que le tradujo Moisén; en cuál lengua uno y otro; con cuál estilo y método».

Romance en que libremente se traduce el cap. 3.º de Job Pereat dies in qua natus sum et nox in qua dictum est: conceptus est homo. Insertóse en la Musa Urania.

Del griego

Epicteto y Phocílides en español con consonantes. Con el origen de los Estoicos, y su defensa contra Plutarco, y la defensa de Epicuro contra la común opinión. Autor Don Francisco de Quevedo Villegas, Cavallero de la Orden de Santiago, Señor de la villa de la Torre de Juan Abad. A Don Jvan de Herrera su amigo, Cavallero del Ábito de Santiago, Cavallero del excelentísimo señor Conde-Duque, y Capitán de cavallos. A costa de Pedro Coello Marcader de Libros.

(Colofón.) Con licencia, en Madrid, por María de Quiñones. Año M.DC.XXXV.

Remisión del Vicario. Aprobación del P. Nieremberg. Licencia del Vicario. Aprobación del Licdo. Pedro Blasco, Protonotario Apostólico. Privilegio a favor de Quevedo. Fe de erratas. Tasa. (130 fojas, 8.º)

En Barcelona, en casa de Sebastián y Jayme Matherad, Impressores de la Ciud. y su Univer. A costa de Juan Sapera librero (1635). 99 fs. A la aprobación del P. Blasco une la del P. Luis de Céspedes, y las licencias del Vicario y del Lugarteniente y Capitán General.

En la Parte Segunda de las Obras en prosa de D. Francisco &., &. Madrid: Por Melchor Sánchez, 1658, publicada bajo los auspicios del Duque de Medinaceli.

En la de Melchor Sánchez, 1664, a costa de Matheo de la Bastida.

Unido (con foliatura diversa) a la tercera parte de las obras, o sean, las Seis Primeras Musas Castellanas, en las ediciones hechas por Foppens en 1661, 1670 y 1671. Falta el Origen, etc.

[p. 98] En la de Madrid, por Antonio González de Reyes. Año de 1687 (Parte 2.ª).

En la 3.ª de la ed. de Amberes, por Henrico y Cornelio Verdussen. Año 1699, y en la 2.ª el Origen de los estoicos y la Defensa de Epicuro.

En la 2.ª de la ed. llamada de la Academia de los Desconfiados (Barcelona, 1702, por Joseph Llopis).

En la 2.ª de la ed. llamada del León (por tener tal emblema en su portada). Madrid, 1713. En la imp. de Manuel Román, a costa de los herederos de Gabriel de León.

En las reproducciones de una y otra hechas en 1703 y 1716.

En la de 1719, de Juan de Zúñiga.

En la de 1720, imp. de Juan Martínez de Casas (con el sello del León).

En la de 1724, de Francisco Lasso, impresa en Madrid, por Juan de Ariztia. Siempre en la Parte 2.ª

En la parte 3.ª de la de Amberes, 1726. por la viuda de Henrico Verdussen.

En la 2.ª de la colección llamada de la hermandad de S. Juan Evangelista. Madrid, º729, por Juan de Zúñiga.

En la de D. Pedro Alonso de Padilla, 1729.

El Epitecto suelto, en Madrid, 1735. Mancionado en el índice de la Biblioteca Nacional que formaron los Iriartes.

En la magnífica edición de Ibarra, 1772, tomo II.

En la no menos estimable de Sancha, tomo V, 1790.

En el tomo III del Parnaso Español de Sedano, 1770-1776, se hallan el Epicteto y el Focílides, mas no el Origen ni la Defensa.

No damos más extensa noticia de cada una de estas ediciones, pues ya lo hizo con admirable puntualidad y esmero el señor Fernández-Guerra. Notaremos, sin embargo, que tal vez no sean tantas las impresiones de las Obras completas de Quevedo, pues es muy probable que los libreros de fines del siglo XVII y comienzos del XVIII reimprimiesen tan sólo, en ocasiones, aquellos tomos que más escaseaban, resultando de aquí los duplicados de ciertos volúmenes de las colecciones de los Desconfiados, del León de las de Foppens, Verdussen y algunas otras.

Dejando aparte los dos preciosos tratados que tituló Quevedo Origen de los estoicos y Defensa de Epicuro, sólo diré respecto [p. 99] a las traducciones de Epicteto y de Focílides que su estilo es desaliñado y en ocasiones una verdadera prosa rimada, especialmente en la del Enchiridion, en su original no escrito en verso ni con formas poéticas. Tradújole Quevedo en estancias de forma irregular, a la manera de las que empleó el Conde de Rebolledo en su Selva Militar y Política y otros tratados didácticos. Ya que no pudo dar poesía a aquel catecismo moral, tan árido como provechoso, supo conservar el traductor el tono austero y grave del filósofo estoico, que se ajustaba maravillosamente a su genialidad de centralista. Véase un ejemplo:

De la veneración, que a Dios se debe,
Es esta la doctrina:
Lo primero creer que la Divina
Magestad vive y reyna, y es la fuente
De todo bien, que justa y santamente
Dispone Cielo y Tierra,
Que dispensa la paz como la guerra,
Que todo lo crió, que lo gobierna
Su providencia eterna;
Así de sus secretos
Siempre tendrás en todas ocasiones
Reverentes y ciertas opiniones,
Y por esta razón determinarte
Debes a obedecerle,
A seguirle y amarle y a temerle
Y debes sujetarte
A cuanto sucediere, sin quejarte;
Antes debes alegre
Gozar o padecer lo que te ordena
De contento o de pena;
Pues ordena tu gusto o tu tormento
El sumamente excelso entendimiento
Que ni puede, ni quiere
Errar en lo que obrare o permitiere.

Precede al Epicteto una Razón de esta traducción, en que Quevedo advierte haber consultado para ella el original griego, la versión latina, la italiana, la francesa y las dos castellanas del Brocense y del Maestro Gonzalo Correas; forma atinado juicio de tales trabajos, y observa que en cuanto a la división de capítulos seguirá a Sánchez. Un soneto, una Prevención sobre la pluralidad de Dioses y una Vida de Epicteto, completan estos preliminares.

[p. 100] La traducción del Commonitorium, erradamente atribuído a Focílides de Mileto, es muy superior a la del Epicteto y aun puede calificarse de joya preciosa, pues si prosaísmos tiene, débelos al original tan escaso de colorido poético como rico en fructuosas enseñanzas. Está hecha en versos sueltos, en general fáciles y bien construidos. El tono sentencioso de la poesía gnómica aparece muy bien reproducido. Ejemplo:

Tenemos esperanza firme y cierta
Que han de tornar a ver la luz del día
Las reliquias y huesos de los muertos,
Y dignas ya del alma, que al momento
Dioses vendrán a ser, porque en los muertos
Eternas almas quedan, que no todo
Con el aliento espira. El alma nuestra
Es imagen de Dios, que encarcelada
Mortales y cautivos miembros vive.
El cuerpo es edificio de la tierra
Y en ella habemos de volvernos todos
Desatados en polvo, cuando el cielo,
De tan vil edificio desceñidos
Reciba el alma, que en prisión de barro
Reynó en pobre república y enferma. etc.

Dedicó Quevedo esta traslación al Duque de Osuna.

Precede una noticia biográfica de Focílides.

Anacreón Castellano. Con paráphrasi y comentarios. Por Don Francisco Gómez de Quevedo. (Un globo, y alrededor: Nihil ad me.) Amphidis. Inest igitur, ut apparet in vino quoque ratio: nonnulli veró qui bibunt aquam stupidi sunt.—Madrid, MDCCXCIV. En la imprenta de Sancha. Se hallará en su librería, en la Aduana Vieja. Con las licencias necesarias. 8.º prolongado, 161 páginas.

Poseyó el ms. original D. Agustín de Montiano y Luyando: hoy para en poder de D. Pascual de Gayangos. Copia antigua se conserva en la Biblioteca Nacional.

Generalmente se considera este tomo como el XII de la edición de Quevedo, publicada por D. Antonio de Sancha. Desde 1794 sólo una vez ha sido reproducido, en los Apéndices al tomo III de la Historia Universal del docto hispanista panormitano D. Salvador Constanzo.

Los preliminares en la ed. de Sancha y en el ms. de la [p. 101] Biblioteca, son: Advertencia. Vida de Anacreonte. Dedicatoria al Duque de Osuna, fecha en 1.º de abril de 1609. L. Tribaldi Toleti (Luis Tribaldos de Toledo) pro Anacreonte Apologeticum. De Anacreonte poeta... Hieronymus Ramirez. Vincentii Spinelii Epigramma.

Contra esta versión, y no contra la de Villegas, como algunos han pensado, compuso Góngora el célebre soneto:

Anacreonte español, no hay quien os tope,
Que no diga con mucha cortesía,
Que ya que vuestros pies son de arropía,
Vuestras melosidades son de arrope.
..............................................
Con cuidado especial vuestros antojos
Dicen que quieren traducir del griego,
No habiéndolo mirado vuestros ojos...

La paráfrasis de Quevedo, llena de rasgos de mal gusto y harto distante de la sencillez griega, es, no obstante, trabajo notabilísimo, que honra en extremo sus conocimientos helenísticos, y en que, por lo general, está bien interpretado el espíritu de Anacreonte, o más bien el de sus imitadores. No tradujo Quevedo todas las odas μ&2;λη atribuídas al lírico de Teyo, sino sólo las más selectas, y con ellas mezcló composiciones de otros poetas y algunas propias. Los versos son elegantes y numerosos, pero inferiores en lozanía y soltura a los de Villegas.

Intercaladas en el Anacreonte se leen dos hermosas traducciones de Catulo, que transcribimos a continuación (a pesar de no ser éste su lugar oportuno, por ser versiones del latín):

Carm. V. Vivamus, mea Lesbia, &.

Vivamos, Lesbia, y amemos,
Y no estimemos en nada
Los envidiosos rumores
De los viejos que nos cansan.
Pueden nacer y morir
Los soles, mas si la escasa
Luz nuestra muere, jamás
Vuelve a arder en viva llama.
Perpetua noche dormimos
Y así antes que la Parca
De las prisiones del cuerpo
Desciña con llanto el alma,
[p. 102] Dame mil besos, y ciento,
Luego, y con mil acompaña
Éstos, y luego otros mil
Y otros ciento, y cuando hayan
Confundido los millares
La cuenta, con esta traza
Confusos los mezclaremos,
Sin saber en qué fin paran
Y sin que ningún malsín
Envidie gloria tan alta:
Que no nos podrá ofender
Aunque más malicia traiga,
pues sólo sabe que hay besos
Pero cuántos, no lo alcanza.

Carm. VII. Quaeris quot mihi basiationes...

Preguntas con cuántos besos
Tuyos me contento, Lesbia,
Respóndote que con tantos
Como hay en la Libia arenas
Y en el Cyrenaico campo
la serpicíferas yerbas,
Entre el oráculo ardiente
De Anmón, pobre de grandeza,
Y el monumento sagrado
De Bato antiguo; o quisiera
Tantos besos de tu boca
Cuantas doradas estrellas
Ven, cuando la noche calla,
Los hurtos que Amor ordena
En los oscuros amantes
Amigos de las tinieblas:
Tantos besos solamente
Le sobran y le contentan
Al ya perdido Catulo
Por tu divina belleza.
Que no los pueda contar
El curioso, ni los pueda
Con ojo envidioso y malo
Fascinar la mala lengua.

Con esta fidelidad y este colorido poético sabía interpretar Quevedo los modelos de la antigüedad.

Primera parte de la vida de Marco Bruto. Escrivióla por el [p. 103] Texto de Plutarco, ponderada con Discursos, D. Francisco de Quevedo Villegas, Cavallero de la Orden de Santiago, señor de la Villa de la Torre de Juan Abad. Dedicada al Excelentísimo Sr. Duque del Infantado. 19. Año 1644. Con licencia. En Madrid. Por Diego Díaz de la Carrera. A costa de Pedro Coello, mercader de libros. 153 fols. 8.º Con una anteportada de Juan de Noort que representa a Antonio en actitud de arengar al pueblo, levantando la túnica del cadáver de César, y el grabado de una medalla de Bruto (anverso y reverso) que facilitó a Quevedo el abad D. Martín de Lafarina.

Preliminares. Dedicatoria. Privilegio a favor de Quevedo. Tassa. Fe de erratas. Aprobación del Dr. D. Diego de Córdoba. Licencia del Ordinario. Aprobación de D. A. Calderón, magistral de Toledo. Juicio que de Marco Bruto hicieron los autores en sus obras (contiene traducidos trozos de Cicerón, Veleyo Patérculo, Séneca el autor del Diálogo de los Oradores, Floro, Tácito, las vidas de Marco Bruto y C. Casio Longino, de Aurelio Víctor y citas de Dante y Montaigne). De la medalla de Bruto y de su reverso. A quien leyere. Al fin lleva una Protestación de fe.

Segunda edición. Año de 1645. En Madrid, por Diego Díaz de la Carrera, a costa de Pedro Coello. Tal vez no sea distinta de la anterior y haya error en la fecha.

Tercera, 1648. En Madrid, por Diego Díaz de la Carrera, a costa de Pedro Coello, mercader de libros. 144 fols. 8.º

1649. En la primera parte de las Obras en prosa de D. Francisco de Quevedo. Madrid, a costa de Pedro Coello, 1649.

Reprodúcese de igual manera en el tomo I de las colecciones ya citadas de 1658, 64, 87, 1702, 1703, 13, 19, 20, 24, 29 y 72, y en el II de la de Sancha, de 1790.

En el primero de la del señor Fernández-Guerra, pp. 129 a 164.

Contiene este libro la Vida de Marco Bruto de Plutarco, no más que hasta la mitad, ilustrada con largos discursos políticos, llenos de antítesis, conceptos, equívocos y cláusulas contrastadas, pero muy elogiados por lo profundo y sabio de su doctrina. La traducción de Plutarco está hecha con esmero, pero se resiente, aunque en grado menor, de los mismos defectos de estilo notados en las ilustraciones.

[p. 104] La segunda parte de esta obra que Quevedo dejó casi terminada, no ha llegado a nuestros días.

Existe una traducción latina del Marco Bruto de Quevedo, cuya descripción bibliográfica, hecha por el señor Fernández-Guerra, es la siguiente:

Nobilis Hispani Francisci de Quevedo, Equitis Ordinis D. Jacobi, Politicus Prudens, sub persona Marci Bruti, et excursibus Politicis, in ejus vitam a Plutarcho conscriptam, exhibitus... Amstelodami, ex officina Henrici et Theodori Boom, 1669.

Preliminares. Viro praellustri, Dmño. Jacobo Navandro, Consulari Rotterodamensi... Theodorus Graswinckel S. P... (dedicatoria). Candido lectori (prólogo del traductor Graswinckel). 94 folios, 4.º menor.

De un fragmento del Marco Bruto, la Cuestión Política con que se termina, hay traducción inglesa:

Quevedo Villegas. The controversy about resistance and non resistance discussed. Translation from the Spanish. London, 1710.

Del latín

Suasoria Sexta de Marco Anneo Séneca el Retórico. Consulta Cicerón si le es decente rogar por su vida a Marco Antonio. Declaman a Cicerón Quinto Haterio, Porcio Latrón, Cyro Marilio Esernino, Cestio Pío, Pompeyo Silón, Triario, Aurelio Fusco, Cornelio Hispano, Argentario. Declama después de todos estos antiguos declamadores, D. Francisco de Quevedo Villegas.

Suasoria Séptima de Marco Anneo Séneca el Retórico. Consulta Cicerón si le conviene quemar sus escritos, prometiéndole Marco Antonio, que le tenía proscripto, que le perdonaría la vida si los quemase. Declaman por las obras de Cicerón a Cicerón Quinto Haterio, Cestio Pío, Publio Asprenate, Pompeyo Silón, Triario, Argentario, Aurelio Fusco. Declama, después de todos estos antiguos declamadores D. Francisco de Quevedo Villegas.

Púsolas Quevedo al fin del Marco Bruto para llenar algunas hojas, y por ser conducentes al propósito de su historia. Acompañan a todas las ediciones de aquella obra. Salieron de las prensas de Diego Díaz de la Carrera, afeadas con notables yerros. El señor [p. 105] Fernández-Guerra ha depurado el texto (pp. 164 a 169 de la edición Rivadeneyra).

Todas las controversias de Séneca traducidas y anotadas, y en cada una de ellas añadida la decisión de las dos partes contrarias.

Perdió Quevedo este libro, con otras obras suyas mencionadas en el prólogo del Marco Bruto, durante su última persecución. A fines del siglo XVIII le poseía D. Juan Vélez de León, secretario del Duque de Medinaceli. Refiérelo Álvarez Baena. Ignórase hoy su paradero.

Noventa Epístolas de Séneca, traducidas y anotadas. Tuvo igual desdichada suerte que el anterior, mas no fué completa su pérdida. Han llegado a nosotros las epístolas V, X, XXXI, XXXII, XLI (comentada), la XLIII, XLIV, LIV, CV, CX, CXVI, además de cuatro originales de Quevedo, escritas a semejanza de las de Séneca. Consérvanse estos preciosos restos en el cód. M-277 de la Biblioteca Nacional, tomo II, fol. III de las Obras manuscritas de Quevedo, que recogió, en 1724, D. Juan Isidro Fajardo. Han sido impresas en el tomo II de la colección del señor Fernández-Guerra, pp. 381 a 389.

La traducción es excelente y reproduce bien el estilo cortado, antitético, rígido y preñado de sentencias, dominante en Séneca, de quien fué Quevedo entusiasta admirador y digno émulo.

Epístola XXII del libro VIII de Plinio, a Caio Geminio. Traducida con igual acierto que las de Séneca, y comentada. Hállase en el códice ya citado, y ha sido impresa por el señor Fernández-Guerra (Loc. cit.).

De los remedios de cualquier fortuna. Libro de Lucio Anneo Seneca, traducido con adiciones, que sirven de comento. Madrid, por Juan Martínez, 1638. Edición rarísima, que no ha logrado ver el señor Fernández-Guerra. Sus preliminares, reproducidos en impresiones posteriores, son: Dedicatoria al Duque de Medinaceli. Otra al más desdichado hombre. Juicio deste libro de L. Anneo Séneca, cuyo título es: Diálogo entre el Sentido y la Razón.

Reimpresión probable en 1644, no vista por el señor Guerra.

En el libro titulado Enseñanza entretenida y donairosa moralidad, publicado por Pedro Coello en 1648 e impreso por Diego Díaz de la Carrera, y en el tomo I de la colección publicada por el mismo en 1649.

En el tomo II de las colecciones repetidas veces citadas de [p. 106] 1650, 1658, 1664, 1687, 1702, 1703, 1713, 1719, 1720, 1724, 1729, y 1772

En el tercero de la de Sancha, 1790.

Edición suelta de Los Remedios de cualquier fortuna, con adiciones de Arias Carrillo y D. Diego de Torres, 1787.

En diversas impresiones de las obras del mismo Torres Villaroel, especialmente en la de 1799, por la viuda de Ibarra (tomo III).

En el tomo II de la edición de Rivadeneyra, pp. 369 a 379.

Terminó Quevedo este trabajo en Villanueva de los Infantes a 12 de agosto de 1633.

La disposición de este libro no es de Séneca, pero las máximas en él insertas están esparcidas con iguales palabras en diversos lugares de sus obras. Otro tanto acontece con el libro De paupertate. Ambos florilegios debieron ser formados en los tiempos medios, como tantas otras colecciones de sentencias decoradas con los nombres del mismo Séneca, de Catón y otros egregios varones de la antigüedad.

Traducciones de dos odas de Catulo, ya citadas.

Imitaciones varias de autores clásicos esparcidos en las Seis Primeras Musas y notadas por D. Jusepe A. González de Salas:

Clío. Soneto IX (Epig. 22 del lib. 1.º de Marcial).

Polimnia. Sonetos 1.º (Juvenal, Sát. 10), 2.º (íd. sát. 13), 3.º (de diversos pensamientos de Epicuro, S. Pedro Crisólogo y Séneca), 4.º (Juvenal, sát. 8), 5.º y 7.º (Tácito), 8.º (Juvenal, sátira 8.ª), 9.º (Juv. sat. 1.ª) 10 (Persia, sát. 2.ª), 12 (Juvenal, sát. 13.ª), 13 (Catulo, car. 92 y Petronio), 15 (Juv. sát. 1.ª), 22 (Persio), 28 (San Agustín), 33 (Sén., ep. 108), 34 (íd., ep. 88), 35 (De Demetrio el cínico, referido por Séneca), 36 (Séneca, ep. 62), 38 (Sén.. ep. 68), 40 (Sén., de ira, cap. 14.º), 41 (Marcial, ep. 35, lib. 1.º), 42 (Juvenal, sát. 3.ª), 45 (De Demetrio, referidas por Séneca, cap. 5.ºde Providentiâ), 50 (Sat. 1.ª Juvenal), 51 (Epicteto), 64 (Pers., sát. 2), 68 (Juv. Sát. 8.ª), 71 (Pers., sát. 2.ª), 87 (Juvenal, sát. últ.), 96 (Juvenal, sát. 14), 99 (Tertuliano), 101 (Juvenal sát. 10.ª), 103 (Juvenal, sát. 4.ª).

Melpómene. Soneto 10.º (Juvenal).

Erato. Idilio 1.º (De Anacreonte, Ausonio y algún otro).

Talía. Soneto 1.º (de varios epigramas griegos y latinos), 8.º (de un epigrama de la Antología).

[p. 107] En todas estas composiciones se reproducen sólo pensamientos sueltos más o menos alterados. Quevedo se inspiraba en los antiguos y escribía después siguiendo su propio genio.

En la Euterpe se imprimió con el título de Pintura de una monarquía estragada por los vicios la traducción del Delicta majorum de Horacio, hecha por Bartolomé Leonardo de Argensola.

En la Euterpe y en la Caliope se lee la hermosa silva Roma antigua y moderna, que es, en parte, imitación de la elegía primera del libro cuarto de Propercio Hoc quodcumque vides.

Sobre las ediciones de las Nueve Musas, consúltese el catálogo del señor Fernández-Guerra.

Con el título de Medicamentos enamorados se halla en la Caliope una, hasta cierto punto, imitación de la Pharmaceutria de Virgilio.

Sátira 2.ª de Persio. Cítala D. Jusepe González de Salas en sus Ilustraciones. Hallábase incluída, sin duda, en la copiosa colección de Sonetos y traducciones varias de griegos y latinos que llegó a formar Quevedo, y hoy desdichadamente ha perecido.

Un fragmento de Lucano, Jus et fas multos... inserto en el Entremetido, la Dueña y el Soplón.

El opúsculo de Santo Tomás, Del modo de confesarse, traducido y con notas. Cítale el mismo Quevedo entre los libros que le sustrajeron durante su última prisión.

Traslado de una carta de Urbano VIII, dando cuenta, al rey España, de su ascensión al pontificado y de otra del Cardenal Borja, relativa al mismo asunto. Permanecen inéditas y las cita el señor Fernández-Guerra en el tomo I (Catálogo).

Del italiano

El Rómulo del marqués Virgilio Malvezzi. Traduzido de Italiano por Don Francisco de Quevedo Villegas, Caballero del Ábito de Santiago, Señor de la Villa de Juan Abad. Al Excellentíssimo señor Don Juan Luys de la Cerda, Duque de Medinaceli, Marqués de Cogolludo, Conde de la Ciudad y Gran Puerto de Sta. María, Marqués de Alcalá, Señor de las Villas de Deza, Enciso, y Lobón, y las demás de sus estados y señoríos, Comendador de la Moraleza del Orden y Cavallería de Alcántara &. Con licencia: en Pamplona, por la viuda de Carlos Labayén. Año 1632.

[p. 108] Preliminares: Aprobación de Fr. Jvan Maldonado. Licencia del consejo. Dedicatoria. A Pocos (advertencia). Juicio del Dr. Gerónimo Pallés. El impresor.

Madrid, por María de Quiñones, año de 1635. A costa de Pedro Coello, mercader de libros, 108 hs. 16.º

Madrid, 1636. Citado por Nicolás Antonio.

Tortosa, en la imprenta de Francisco Martorell, 1636.

Edición dudosa de 1648, si ya no es la siguiente, como creemos.

Lisboa, 1648, por Paulo Craesbeck. Año de 1648. Impressos a costa de Juan Leite Perera, mercader de libros. 8.º 4 hs. prls. y 140 folios.

En el tomo I de las colecciones de Pedro Coello, 1649; Tomas Alfay, 1650 (imp. por Diego Díaz de la Carrera); 1658, 1660, 1664, 1669, 1670, 1687, 1699, 1702, 1703, 1713, 1716, 1719, 1720, 1724, 1726, 1729 y 1772.

En el segundo de la de Sancha, 1790.

En el primero de la dirigida por Fernández-Guerra, 1852 (páginas en 111 a 127).

Quevedo se limitó aquí a traducir con fidelidad y acierto el libro del Marqués Malvezzi, más apreciable por su erudición y saber político que por sus dotes literarias. En la edición de Lisboa van unidos al Rómulo otros dos opúsculos de Malvezzi, el Tarquino y el David Perseguido, traducidos por autor anónimo.

Del francés

Introducción a la vida devota. Compuesto por el Bienaventurado Francisco de Sales, Príncipe y Obispo de Colonia de los Alobroges. Traduzido por Don Francisco de Quevedo &. &. Viva Jesús. A la Reina Nuestra Señora. Madrid, 1634. En la Emprenta Real a costa de Pedro Mallard.

Lleva por portada una lámina de Juan de Noort. 8.º

Privilegio. Erratas. Tassa. Aprobación del Licdo. Blasco. Licencia del Ordinario. Censura del P. Mateo de la Natividad. Dedicatoria de Quevedo. Pedro Mallard, a la Nación Española. D. Francisco de Quevedo Villegas al pueblo cathólico cristiano en la obediencia de la Sta. Iglesia de Roma. Carta de la [p. 109] congregación general del clero de Francia a la Santidad de Urbano Octavo. Prefacio.

Madrid, Melchor Sánchez, 1646.

En el tomo II de las ediciones de 1646, 1658,1660,1664, 1669, 1670, 1687, 1699, 1702, 1703, 1713, 1716, 1719, 1720, 1724, 1726, 1729 y 1772.

Tomo IV de la edición de Sancha, 1790.

En el segundo de la de Fernández-Guerra (pp. 249 a 341).

Preciosa interpretación de la admirable Filotea de San Francisco de Sales, que también interpretaron Eyzaguirre, Cubillas Donyagüe y D. Pedro de Silva, los dos últimos en ocasiones con más fidelidad, siempre con menos elegancia que Quevedo.

Santander, 3 de abril de 1875.

IMITACIONES Y REMINISCENCIAS DE SÉNECA EN QUEVEDO

La imitación del estilo cortado, antitético y afectadamente sentencioso de Séneca, es común a todas las obras serias, así políticas como ascéticas y filosóficas de Quevedo, comenzando por la misma Política de Dios. Pero donde encuentro más directas reminiscencias es en los lugares siguientes:

Marco Bruto. En los preliminares traduce el capítulo 20 del libro 2.º de Beneficiis, donde se halla en germen el principio político que en esta obra suya se propuso desarrollar Quevedo. Luego traduce un pasaje de la Consolación a Helvia (cap. 8 y 9). Advierto que también Montaigne (el señor de Montaña) está citado por Quevedo en estos principios.

Sus Suasorias sexta y séptima de Marco Anneo Séneca el Retórico, traducidas y continuadas con declamación propia por Quevedo.

En El Entremetido, la Dueña y el Soplón, traduce en verso suelto un pedazo del discurso de Fótino a Tolomeo en el libro VIII de la Farsalia:

Llégate a los hados
Y a los Dioses, y asiste a los dichosos,
Huye los miserables...

y lo llama veneno razonado.

[p. 110] Nota D. Aureliano Fernández-Guerra que a Séneca le llama siempre Quevedo mi Séneca.

En la Vida de San Pablo y con ocasión de mentar a Galión, dice Quevedo que «Séneca debió de solicitar a S. Pablo para que viniese a España a... con deseo de que participase de la salud de su doctrina... No me persuaden las epístolas que andan con nombre de S. Pablo, a Séneca respondidas... El estilo contradice las firmas supuestas, ni se lee el fuego de la caridad del Apóstol en las suyas, ni en las del filósofo resplandece la curiosa felicidad de su estilo, ni arde la viveza de las sentencias en la brevedad de las cláusulas. Empero, en sus obras, muchas proposiciones que centellean luces católicas y no pocas consideraciones que se llegan a lo místico, y doctrinas que rescatadas del humo de la idolatría y apartándose, aunque con temor recatado, de sus delirios, se ladean al conocimiento de un solo Dios, me persuaden le oyó atento y le trató reverente».

Más adelante cita el libro de Clemencia: «Persuádome que Séneca solicitado de algún temor de la variedad o inconstancia que encontrarla en su discípulo, por prevención le recomendó la virtud a que parecía se inclinaba, más para que la continuase que porque creyese, seguro de su natural, que la tenía con firmeza... alabanzas tan bien dichas como brevemente mal logradas y desmentidas.»

El libro más senequista y más estoico de Quevedo es La Cuna y La Sepultura para el conocimiento propio y desengaño de las cosas agendas. «Me he valido en los cuatro primeros capítulos de la doctrina de los estoicos... doctrina (fuera del principio de la insensibilidad de afecto) útil y eficaz, y verdaderamente varonil, y robusta, y que aun en la idolatría animó con esfuerzo hazañoso las virtudes morales... doctrina que en aquel siglo, en que no había amanecido Jesucristo... tuvo por séquito las mayores almas que vivieron aquellas tinieblas.»

Quevedo encuentra los fundamentos de la doctrina estoica en el libro de Job.

También hay mucho senequismo de pensamiento y de frase en Las Cuatro Pestes y Las Cuatro Fantasmas, aunque es más teológico. En la Pobreza cita versos de Lucano (libro 5.º), Oh vitae tuta facultas, y los traduce en verso. En El Desposorio cita [p. 111] la epístola 86 del grande Séneca y lo que en ella dice de Scipión. En otra parte del mismo discurso le llama el grande Español... nuestro Séneca que aunque en la eternidad del alma dicen se contradijo, en partes, habla con sentimiento casi católico. Y cita unas palabras de la epístola 79 a Lucilio, que llama no solo doctas sino devotas, y que acreditarían la correspondencia de San Pablo con Séneca si el estilo de las cartas tuviera parentesco con las canónicas. Y defiende contra Tertuliano que Séneca creyó en la inmortalidad. Después de copiar otro pasaje (de la ep. 78) sobre el dolor, escribe: «¡Atreveréme a decir algo, no añadiendo a Séneca, sino imitándole... «Voz es de Séneca, y Séneca me persuado lo aprendió de Job.»

Providencia de Dios. «Lucano en algunos versos de su Pharsalia pronuncia este error (el de la mortalidad del alma) y en muchos le evitará, tartamudeando todo el ateísmo y con más voz en negar la providencia, en que tuvo por discípulo a Tácito, como lo mostraré en su Tratado. Este, pues, docto poeta en la noche de la gentilidad, en el primero libro reconoce que creer la inmortalidad del alma, aunque fuese error, es error feliz.» (Copia unos versos que empiezan (vers. 457):

Mors media est. Certè populi, quos despicit Arctos.

y los comenta largamente.

Y más adelante: «Oye estos versos de Lucano, libro IV de su Farsalia, verso 807:

Felix Roma quidem, civesque habitura beatos

Agradó de suerte el precio destas palabras a Cornelio Tácito que, sin temer el nombre de ladrón, cometió «el robo de ellas.»

para probar que hay Dios y alma inmortal, y providencia divina, trae más palabras de mi Séneca en su epístola 117 y en la 73: «No hay alma buena sin Dios» y añade: «¡Grandes palabras conformes a los mayores misterios de nuestra fe!... En el libro 2.º de las Cuestiones Naturales, 37, mostró semblantes de teólogo místico y escolástico, y se arroja a tratar de la predestinación de Dios, y cómo siendo infalible, no quita el libre albedrío al hombre. [p. 112] Reconozco que estropeó con los términos profanos algo que leyó u oyó de S. Pablo, llamando hado la predestinación y que no fué capaz de tan alta doctrina. Empero sin el baptismo defendió el libre albedrío que niega Martín Lutero... No he podido dar a los ateístas y herejes tapaboca más afrentoso que éste, con la mano de Séneca, filósofo gentil, sin baptismo, y el más feliz ingenio y la pluma de mejor sabor que se reconoce por todos en aquellas tinieblas, tan útilmente modesto en su doctrina que S. Gerónimo le colocó en el Catálogo de los escritores eclesiásticos, y S. Agustín frecuentemente le citó, y otros gravísimos escritores católicos.» Todavía hace otras citas de Séneca (epístola 31) llamándole nuestro cordobés. También hay alguna cita de Lucano: «Generosa y seriamente lo dijo Lucano, ponderando las causas de la ruina de la República:

Namque et opes nimias mundo Fortuna subacto.»

La Constancia y paciencia del Santo Job. «Mi Lucano, que en ingenio, agudeza y sentencias éticas y políticas excedió no sólo a los poetas, sino a los historiadores y oradores, pues habiendo tenido tantos ladrones como lectores, que se han enriquecido con su robo, siempre podrá con el caudal que añadan sus palabras, enjoyar a otros muchos, en el libro IV de la eterna Pharsalia suya, habla del caballo... y parece algo a esta inimitable descripción de Job:

Quippe ubi non sonipes motus clangore tubarum
Saxa quatit pulsu...

Julio Scalígero, que en su Poética censura con el odio a la nación española, no con el juicio, por esta abundancia llama a Lucano demasiadamente ambicioso, y superfluo, con ostentación sobrada. No de otra manera murmura el mendigo envidioso la opulencia del rico. Ladren contra Lucano los Scalígeros, hijo y padre, que antes se quebrarán los dientes que se los hinquen... ¿Quién no se preciará más de tener por familiar a Lucano, de quien tanto se precia Boecio, que de discípulo de la estudiosa malignidad de los Scalígeros?»

[p. 113] En el mismo tratado hay una cita del aragonés Marcial (libro IV, ep. 21).

En la homilía a la Santísima Trinidad, cita otra vez a Séneca. «De Dios grandes cosas dijeron los filósofos, y más y mayores que todos, Séneca.»

De los Remedios de cualquier fortuna. Libro de Lucio Anneo Séneca, filósofo estoico, a Galión, traducido por Quevedo, con adiciones suyas en el fin de todos los capítulos, que sirven de comentario. Dedicatoria al Duque de Medinaceli (20 de mayo de 1638). «Vuestra excelencia... no extrañará la docta y bien intencionada malencolía de Séneca.» Nueva dedicatoria «al más desdichado hombre». Juicio deste libro... «Yo no sólo afirmo ser de Séneca todas las sentencias y palabras, sino este mismo estilo, porque en Séneca hallamos, primero que en el Petrarca, el estilo de repetir una palabra muchas veces... y declararla repetidamente, de diferentes maneras... Por esto no sigo la censura de Lipsio, pero añado que cuando no fuera el tratado (digo la disposición de él) de Séneca, es cierto que todas las razones y sentencias lo son, sin mudar las palabras, como se convence de la lección de sus Epístolas, donde a diversos intentos se leen todas, sin faltar alguna.» A los remedios de Quevedo añadieron otros D. Diego de Torres y D. Francisco Arias Carrillo.

Quevedo había traducido y anotado hasta noventa de las Epístolas de Séneca, pero se le perdieron en el tiempo de sus persecuciones. Hoy sólo se conservan la 5, la 10, la 31, 32, 41, 43, 44. 54, 105, 110 y 116.

La 41, lleva una larga nota, en que entusiasmado Quevedo con las palabras de Lipsio, Oh pulchram, altamque epistolam, exclama: «Leía sin pasión, juzgaba sin envidia, no se conocía en sus comentos lo propio, lo francés no pasa del nacimiento a la pluma. ¡Oh mi Lipsio, grande honra de Francia! Tanto como España debe a Córdoba porque le dió a Séneca, te debe España porque se le resucitas y se le defiendes!», y luego se indigna contra Moreto, que «reprende a Séneca no tanto como cristiano al gentil, cuanto como francés vivo al español muerto...». «Gran ventaja hacen a todos los filósofos y poetas los que dellos fueron en el tiempo de las persecuciones de los mártires cristianos i viéronlos despreciar la vida, triunfar en la muerte, predicar el Evangelio, [p. 114] pudieron oír a los apóstoles, y por esto excedieron en doctrina a los demás. Son ejemplo Séneca, Epicteto, Juvenal y Persio... Que está Dios en el varón cuya mente es buena, mejor lo dijo Lucano en el libro IV de su Farsalia. en aquellas animosas palabras de Catón:

Ille Deo plenus, tacita quem mente gerebat»

Epístolas de Quevedo a imitación de las de Séneca, sobre asuntos morales y políticos, dirigidas también a Lucilio, pero alusivas en gran parte a sucesos de la vida del autor. Quedan la 3, la 29, la 39 y la 75.

En el Discurso que precede a las Poesías de Fr. Luis de León, cita y traduce el epigrama 21 del libro 10 de Marcial:

Scribere te, quae vix intelligat ipse Modestus

En el prólogo de la Eufrosina, cita de Séneca un pasaje de la epístola 115.

Entre los apuntamientos autógrafos que dejó Quevedo, hay algunas cosillas de Séneca, de Marcial, etc.

Quevedo estuvo en correspondencia con Justo Lipsio, que en una carta le dice: Nunc Seneca vester totum me habet.

La carta a D. Antonio de Mendoza contra el temor de la muerte, es enteramente senequista, y abunda en citas del filósofo cordobés.

Poesías

Musa Clío. Soneto A la fiesta de toros y cañas del Buen Retiro en día de grande nieve. Es imitación del epigrama 3.º del libro 4.º de Marcial:

Adspice quam densum tacitarum vellus aquarum

El soneto A Mucio Scévola, es imitación del sabido epigrama Cum peteret Regem. [p. 115] El soneto:

Faltar pudo a Scipion Roma opulenta

tiene asunto y algún pensamiento tomados de la epístola 86 de Séneca, y sirvió a su vez de modelo a otro soneto de Quevedo al Duque de Osuna.

Polymnia. Dos sonetos en que ha reproducido las palabras de Séneca a Nerón y de Nerón a Séneca referidas por Tácito.

El soneto:

Si de un delito propio es precio en lid

es imitación, en parte, de Juvenal, y en parte, de la epístola 87 de Séneca.

El soneto:

En el mundo naciste, no a enmendarle

es imitación de la epístola 108 de Séneca.

El soneto:

Todo lo puede despreciar cualquiera...

es imitación de la epístola 62 de Séneca: Contemnere omnia aliquis potest. En nota, dice D. Josepe Antonio que D. Francisco fué «muy devoto de Séneca».

También el soneto:

No es falta de poder, que ya no pueda

lo es de esta sentencia Quidquid debebam nolle, non possum.

El soneto:

Si el sol por tu recato diligente

son sentencias de Séneca en el tratado de ira, lib. 1.º, cap. 14.

El soneto:

El barro que me sirve, me aconseja
[p. 116] se funda en una sentencia del cínico Demetrio referida por Séneca.

El soneto:

Sólo en ti, Lesbia, vemos ha perdido

es imitación de Marcial, libro 1.º, epigrama 35.

El que empieza:

Tuya es, Demetrio, voz tan animosa

son palabras de Demetrio, comentadas por Séneca en el tratado De Providentia, cap. 5.º

Hay senequismo novelado con imitaciones de Persio en el Sermón estoico de Censura moral.

Las ilustraciones de D. Josepe al Parnaso, están llenas de epigramas de su Marcial redivivo.

Epicteto y Focílides. En una Prevención sobre la pluralidad de Dioses, trae citas del libro 4.º de Beneficiis, capítulos 7 y 8, para probar que Séneca «creyó en la unidad de Dios»: Quid enim aliud est natura quam Deus.

Nombre, origen, intento, recomendación y descendencia de la doctrina estoica. Cita de Séneca, ep. 74. Trae Quevedo el origen de los estoicos de la Escritura y del libro de Job.

«Animosamente se sudó la muerte en el baño Séneca». Condena el suicidio. «Referiré, no sin dolor, las palabras de Séneca (ep. 79, De Ira, III, cap. XV... Ni el ser Séneca cordobés ni el ser tales los escritos de Séneca han podido acallarme para que en esta parte no diga que con ellos antes se mostró Timón que Séneca, tanto peor cuanto mejor hablado. ¿Cómo, oh grande Séneca, no conociste que es cobardía necia dejarse vencer del miedo de los trabajos, que es locura matarse por no morir? Contigo, no con Fanio, hablaba Marcial, cuando dijo:

Matóse Fanio al huir
De su enemigo el rigor.
Pregunto yo, ¿no es furor
Matarse por no morir?
[p. 117] Desquitéme de un español con otro... y es de advertir que no porque Séneca tenga opinión de que es lícito darse la muerte, es opinión estoica, no lo es sino de un estoico.

Yo no tengo suficiencia de estoico, mas tengo afición a los estoicos: hame asistido su doctrina por guía en las dudas, por consuelo en los trabajos, por defensa en las persecuciones, que tanta parte han poseído de mi vida. Yo he tenido su doctrina por estudio continuo: no sé si ella ha tenido en mí buen estudiante.»

Defensa de Epicuro. Citas de Séneca De Beneficiis. lib. IV, capítulo II; De Vita beata, caps. XII y XIII. «Estas palabras por sí tienen soberanía, dichas por nuestro Séneca... ¡cuán grande estimación solicitan a Epicuro!... Séneca habla de Epicuro con suma veneración... Séneca, cuyas palabras todos los hombres grandes reparten por joyas en sus escritos, repartió en los suyos las de Epicuro, donde se leen con blasón de estrellas... Más frecuente es Epicuro en las obras de Séneca que Sócrates y Platón, y Aristóteles y Zenón. Él se precia mucho de hacerlo y da la razón en la epístola VIII... En veinte epístolas Séneca le cita todas las veces que necesita de socorro en las materias morales de que escribe (cita trozos de la VII, IX, XII, XIII, XVIII, XIX, XXI, XXIII, XXIV), «olvidóse Séneca que le citaba contra sí: no empero es falta de memoria, antes sobra de ingenuidad; no rehusó citar la verdad contra sí. En afirmar que se debía dar muerte el sabio, se mostró estoico, y en contradecirse, buen estoico. ¡Oh grande Séneca! Cuán felizmente sabes acertar, hasta cuando te contradices», XXV, XLVI, LIV, LXVII, «reconoce Séneca a Epicuro por estoico en la división de los bienes: yo le reconozco por el mejor estoico en la tolerancia de los últimos dolores». «Grande es esta defensa donde bastaba nombrar a Séneca... Dará fin a esta defensa la autoridad de señor de Montaña (Montaigne) en su libro que en francés escribió, y se intitula Essais o Discursos, libro tan grande que quien por verle dejara de leer a Séneca y a Plutarco, leerá a Plutarco y a Séneca» (cita el cap. II, del libro II y el cap. X del mismo).

A Epicuro admiróle Séneca, admiróle... con él deshonra al grande cordobés quien no lo creyere en esto, quien no le siguiere. Errores tuvo Epicuro como gentil, no como bestia...»

[p. 118] Quevedo gustaba poco de los libros filosóficos de Cicerón: «Temo escarmentado que unos hombres que en estos tiempos viven hazañosos del estudio han de ladrar el haber yo osado moderar a Cicerón las alabanzas en la filosofía.

El peso elegante y admirable del juicio del Sr. de Montaña... la diligencia de Arnando» (sic).

En el comentario al Anacreonte, traduce Quevedo el epigrama 49 del libro IV de Marcial:

Nescis, crede mihi, quid sint epigrammata, Flacce.

(Cita a Remy Belleau.)

«El valeroso y doctísimo soldado y poeta castellano Francisco de Aldana... Si alcanzo sosiego algún día, pienso enmendar y corregir las obras deste nuestro poeta español, tan agraziadas de la emprenta, tan ofendidas del desaliño de un su hermano, que sólo quien de cortesía le creyere a él lo que dice, creerá que lo es.»

Quevedo y Lucano.

Fatis accede deisque
Et cole felices, miseros fuge

«Siempre he leído esto de buena gana, y a este admirable poeta (niégueselo quien quisiere) con atención en lo político y militar, preferido a todos después de Homero.»

Notas