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Obras completas de Menéndez... > BIBLIOTECA DE TRADUCTORES... > II : (DOMENECH-LLODRÁ) > IRIARTE, D. TOMÁS

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Texto

[p. 243]

Nació en Orotava (isla de Tenerife) el 18 de septiembre de 1750. En su isla natal aprendió la lengua latina, bajo la dirección de su tío, Fr. Tomás de Iriarte, dominico. En 1764 vino a España, y en Madrid continuó sus estudios, al lado de su tío, el insigne erudito y helenista D. Juan de Iriarte, a la sazón bibliotecario del Rey. Dedicóse con especial ahinco nuestro D. Tomás a las letras humanas y estudios de erudición varia, llegando a poseer con perfección notable las lenguas latina, italiana, francesa e inglesa, no sin adquirir al propio tiempo sólidos conocimientos de ciencias físicas y exactas. Cultivó también la música con particular predilección, señalándose no sólo en concepto de aficionado inteligente, sino como diestro tañedor de varios instrumentos. [p. 244] Sus primeras composiciones dramáticas, originales y traducidas, los versos latinos que en 1771 compuso en ocasión de unas funciones reales, y otros ensayos dignos de aprecio, dieron a conocer su nombre en el círculo literario de aquella época, conquistándole asimismo no poca estimación el recuerdo de su tío, fallecido en 1771, de quien se presentaba como digno sucesor, pues si a él cedía en erudición profunda y acendrada, superábale en amenidad de ingenio y en gusto poético. Obtuvo D. Tomás señalados cargos oficiales, como el de oficial traductor de la Primera Secretaría de Estado, director del Mercurio Histórico y Político, y algún otro no menos adecuado a la índole de sus ocupaciones habituales. Mas cuando parecía hallarse en la cumbre de toda prosperidad y buena andanza vinieron a agitar y envenenar su vida numerosas polémicas literarias, de aquellas tan frecuentes en el siglo XVIII, el más belicoso que registran las letras españolas, siglo disputador y crítico por excelencia, de calma aparente, pero de interna lucha y extraordinaria evolución de ideas en todas las esferas. La especie de dictadura que llegó a ejercer Iriarte en lo que entonces se llamaba el Parnaso, levantó, naturalmente, discordias y rivalidades promovidas por ingenios audaces y turbulentos que, superiores con frecuencia al literato de Canarias en ciertas dotes, rehusaban someterse a la especie de yugo que de consuno parecían imponerles su posición y favor en los centros oficiales y el general aplauso con que eran recibidas sus producciones. Cuestiones más hondas encerraban estas, al parecer, rencillas personales, pues no menos significaban que la protesta, durante todo aquel siglo continuada, del espíritu español contra extranjeras influencias y en especial contra la del gusto galoclásico. Sostenedores se hicieron de tal protesta, en el período que vamos recorriendo, Sedano, Huerta y el mismo Forner, que por una contradicción lamentable daba la razón a sus enemigos y hacía causa común con ellos en la cuestión del teatro. Las diferentes vicisitudes de esta lucha marcadas están por la agria polémica de Sedano, Iriarte y Ríos con motivo de la traducción de la Epístola ad Pisones hecha por el segundo, por la que con motivo de las Fábulas Literarias se empeñó entre Iriarte, Forner y Samaniego, y por la conjuración de todos contra Huerta, al aparecer el Theatro Hespañol. No entraremos en pormenores sobre estas [p. 245] campañas críticas; de la sostenida con motivo de la Poética horaciana hablaremos más adelante, de las lides de Forner con Iriarte y de Huerta con todos los poetas de su tiempo, queda dicho más que suficiente en los artículos respectivos de esta biblioteca. Baste apuntar aquí que ningún ataque hizo tanta mella en Iriarte como los de Forner, y que las atroces diatribas de El Asno Erudito y Los Gramáticos Chinos provocaron terribles represalias de parte de la familia de los Iriartes, que llegó a perseguir judicialmente al docto e implacable satírico, y tuvo especial ahinco en impedir la publicación de Los Gramáticos. Otro incidente de diverso género amargó los últimos años de Iriarte. La Inquisición le juzgó sospechoso en sus creencias religiosas y afecto a los libros e ideas enciclopedistas, llamóle a su tribunal e impúsole cierta penitencia, que consistió, según es tradición y fama, en reclusión o destierro a Sanlúcar de Barrameda. Vuelto a Madrid, prosiguió entregado a tareas literarias hasta su muerte, acaecida en 17 de abril de 1791, siendo enterrado en la parroquia de San Juan.

En las dos colecciones de obras de Iriarte, publicadas en 1787 y 1805, faltan diversas obras suyas, unas nunca impresas ni conocidas más que de nombre, otras publicadas aparte en diversos años. Son las siguientes:

Hacer que hacemos. Comedia impresa en 1770, bajo el anagrama de D. Tirso Imareta. Tenía el autor dieciocho años cuando la compuso.

El malgastador. La Escocesa. El Mal hombre. El aprensivo. La pupila juiciosa. El mercader de Smirna. Comedias traducidas del francés, en prosa, con destino al teatro de los Sitios Reales. De algunas de estas piezas es fácil señalar los originales. El Mal hombre ha de ser Le Mechant, de Gresset; el Aprensivo será el Enfermo de aprensión, de Molière; El malgastador quizá corresponda a Le Dissipateur, de Destonches, a quien parece haber tenido especial afición Iriarte; la Escocesa es de Voltaire, y el Mercader de Esmirna, de Goldoni. Pero como ninguna de estas traducciones se ha impreso (que yo sepa), sólo podemos, sobre los textos de algunas, aventurar conjeturas más o menos fundadas y plausibles.

Lecciones Instructivas de Historia y Geografía.

El Nuevo Robinson de Campe. Traducción excelente que ha [p. 246] sido muchas veces reimpresa y disfruta de grande y general aprecio. El Robinson, de Campe, es un arreglo del de Daniel de Foe, expurgado de ciertos resabios de secta y acomodado a la inteligencia de los niños. Así este libro, como el anterior, fueron destinados a la lectura en las escuelas, y están escritos con grande esmero y pureza de dicción.

Las demás producciones de Iriarte están reunidas en la colección siguiente:

Obras de D. Tomás de Iriarte. Madrid, 1787, en la Imprenta de Benito Cano. 4.º, seis tomos. Precede una advertencia al lector. He aquí el contenido de cada uno de los volúmenes:

Tomo I.— Fábulas Literarias. La Música, poema. La primera edición de las Fábulas se había hecho en 1782 (Imprenta Real) y la primera del Poema de la Música en 1780, en la misma imprenta y con notable lujo. Ambas obras son bien conocidas y sobre ambas ha dado sin apelación su fallo la crítica. Las Fábulas son una joya literaria de inestimable precio, admirables por la seguridad y tino de los preceptos, por la discreción y novedad de las narraciones, por la sin par elegancia del estilo y lo vario, correcto y aun flúido de la versificación. En cambio, el Poema de la Música está justamente olvidado y apenas es leído, sino por algún curioso; queda sólo su fama (in malam partem) como dechado de prosaísmo, distinguiéndose sólo de la innumerable turba de poemas didascálicos que produjo el siglo pasado por las buenas condiciones de estilo y lenguaje que nunca abandonan a su autor. Para colmo de desdicha, tiene el Poema de la Música la de comenzar con un verso de los llamados de gaita gallega, verso que ha llegado a ser proverbial entre nuestros hombres de letras, oyéndose con frecuencia aun en boca de aquellos que no han tenido aliento para engolfarse en la árida lectura de este enfadosísimo poema triste monumento de las letras extraviadas.

Tomo II.—Poesías sueltas. Abraza once epístolas, ingeniosas y bien versificadas, unos hexámetros latinos Al nacimiento del Infante D. Carlos Clemente, con su traducción castellana; un romance endecasílabo al nacimiento de otro Infante, escrito en forma alegórica e intitulado La Paz y la Guerra; el Egoísmo, fantasía poética; el Apretón, poema joco-serio, y una saladísima macarronea, publicada en el Corresponsal del Censor, con el título del [p. 247] Metrificatio invectivalis contra studia modernorum. Completan este volumen, aparte de varias traducciones (vide infra.), la égloga de la Felicidad de la vida del campo, diecinueve sonetos, seis anacreónticas y diferentes epigramas, juguetes, letras para música, etcétera.

Tomo III.—Traducción de los cuatro primeros libros de la Eneida (infra.).

Tomo IV.—Traducción de la Epistola ad Pisones (inf.) y la comedia El Señorito Mimado, el más apreciable de los ensayos dramáticos del siglo XVIII anteriores a Moratín. Consta de tres actos en verso.

Tomo V.—Traducciones dramáticas del francés (inf.) y la Librería, comedia original, en un acto y en prosa.

Tomo VI.— Obras críticas: El diálogo Donde las dan, las toman (infr.), la carta sobre las Conversaciones Instructivas. del P. Arcos y el folleto Para casos tales suelen tener los maestros oficiales, escrito en contestación al Asno Erudito, de Forner.

Muerto Iriarte en 1791, trataron sus herederos de hacer nueva edición de sus escritos, por ser raros y muy buscados los ejemplares de la primera. Publicose, pues, la

Colección | de obras en verso y prosa | de | D. Tomás de Iriarte. | Madrid. En la Imprenta Real. | Año de 1805. Ocho tomos, 8.º El primero, de VI, + 327 págs.; el segundo, de XXVI, + 326; el tercero, de XXII, + 330; el cuarto, de LXV, + 318; el quinto, de 334, y dos no foliadas; el sexto, de VIII, + 396; el séptimo, de VIII, + 440, y el octavo, de 327. Los seis primeros volúmenes son mera reproducción de los publicados en 1787. Los dos últimos comprenden:

Tomo VII.— Los Literatos en quaresma, especie de papel periódico que comenzó a publicar y dejó incompleto. La Señorita mal criada, comedia, en tres actos y en verso, digna hermana de El Señorito Mimado. Guzmán el Bueno, soliloquio o escena trágica unipersonal, escrita a ejemplo del Pigmalion, de Rousseau. Poesías varias (14 sonetos, una epístola, varios romances, décimas, epigramas, inscripciones y nueve fábulas inéditas).

Tomo VIII.—Reflexiones sobre la égloga Batilo (de Meléndez). El Don de gentes, comedia original, en tres actos y en verso. Donde menos se piensa, salta la liebre, zarzuela. Respuesta a una crítica [p. 248] de El Señorito Mimado. Discusión gramatical sobre la voz presidente.

Todas las poesías sueltas, originales, de Iriarte, comprendidas en los tomos I, II y VII de sus obras, con más una fábula no coleccionada, han sido reimpresas en el tomo LXIII de la Biblioteca de AA. Españoles, segundo de Líricos del siglo XVIII, colección ordenada por el Excmo. señor D. Leopoldo Augusto de Cueto.

Traducciones

Los cuatro primeros libros de la Eneida. Llena esta versión el tomo III de las Obras del traductor en las ediciones de 1787 y 1805. Dícenos su biógrafo D. Martín Fernández de Navarrete que pensó Iriarte escribir un poema épico, cuyo asunto fuera la Conquista de Méjico por Hernán Cortés, pero que desistió de su intento y dió principio a la interpretación del poema virgiliano. Fortuna grande es, sin duda, vernos privados de la proyectada epopeya que, a pesar del claro entendimiento, buen gusto y purísimo lenguaje del poeta canario, es de temer que en prosaísmo se hubiera asemejado al de Escóiquiz y a tantas otras producciones de la misma laya como abortó la infausta manía épica del siglo pasado. Tampoco ganamos mucho con la traducción empezada de la Eneida, sin que por esto sea posible condenar al olvido ni al desprecio tan estimable ensayo. Iriarte nada hizo malo ni despreciable; siempre hay algo que alabar en sus obras más frías, dechados de una escuela de mediocridad elegante.

La traducción va encabezada con esta sentencia de Propercio:

Si deficiant vires, audacia certe
Laus erit: in magnis et voluisse sat est.
(Lib. 2.º, eleg. X.)

(original, entre paréntesis, de aquel tan decantado verso de Reinoso:

El atreverse sólo, es heroísmo).

Sigue un buen prólogo escrito con la discreción y sano juicio característicos de Iriarte, en que se habla del mérito de Virgilio, de las dificultades que presenta para su interpretación, de la pobreza de las lenguas modernas comparadas con la Latina, de los comentadores y traductores que conviene consultar, etc. La [p. 249] traducción está en romance endecasílabo, conservándose en cada uno de los cantos un mismo asonante. El texto está casi siempre bien interpretado, y en este punto sólo elogios merece Iriarte. La poesía del original se echa de menos con harta frecuencia, sin que por eso se noten ridículos prosaísmos, pecando más bien de frialdad esta traslación y siendo seco, duro y no poético el estilo más bien que rastrero y desaliñado, como pudiera temerse y como afirman algunos críticos sin haber leído ni estudiado detenidamente esta obra iriartina.

Tenía un gusto harto acendrado nuestro humanista para que a sabiendas tradujera la Eneida en el mismo estilo que la carta a los Pisones; su intento fué emplear un lenguaje y estilo verdaderamente poéticos, según anuncia en el prólogo, y en este punto no se encontrarán muchos descuidos. Lo que sí falta casi siempre es la penetración del espíritu virgiliano, la armonía correspondencia entre el alma del traductor y la del poeta, necesaria si las traducciones no han de ser frías y pálidas copias como el retrato de un muerto. Y esta falta de poesía, que mal pudo remediar Iriarte, porque no estaba en su mano, aparece más y más en el libro 4.º, cuyo admirable tejido de contrapuestas pasiones y sublimes afectos en vano intenta desarrollar el elegante y mediano poeta del siglo XVIII. No es la suya una versión de Gaceta, como aguda y discretamente dijo Voltaire de la del P. Desfontaines, pero es, sí, una reproducción académica correcta, pero helada, sin fuego, sin vigor y sin nervio. ¡Qué Dido tan vulgar y tan pobre, es la de Iriarte!

Comenzó éste la traducción del libro 5.º, pero hubo de abandonarla desde los primeros versos, por recibir orden del conde de Floridablanca para encargarse de las Lecciones instructivas ele Geografía e Historia, antes mencionadas. No sabemos que continuara, más adelante, su trabajo, nunca reimpreso desde 1805.

Arte Poética o Epístola de Horacio a los Pisones. Precédela este epígrafe de Cicerón De optimo genere oratorum: Nec verbum pro verbo necesse habui reddere, sed genus omnium verborum vimque servavi. Imprimióse por vez primera en Madrid, 1777, Imp. Real y hállase reproducida en el tomo IV de las ediciones de las Obras de Iriarte publicadas en 1787 y 1805. Llena las IX, 124 págs. primeras de la segunda.

Los defectos de las dos traducciones del Arte Poética hechas [p. 250] por el licenciado Vicente Espinel y por el jesuíta catalán José Morell (Vide sus artículos) movieron a Iriarte a emprender con diligencia y esmero el mismo trabajo. En su versión evitó cuidadosamente los yerros en que habían incurrido sus predecesores, estudió y meditó profundamente el texto original, examinó cuantas ediciones de Horacio pudo haber a las manos, unas con sólo el texto, como la Elzeviriana de 1629, que es de las más correctas; la de Londres, de 1737; la de Glasgow, de 1760, y otras ilustradas con notas y comentarios de diversos eruditos, como son, entre los más antiguos, Acron, Porfirio, Jano Parrasio, Francisco Luisino, Iodoco, Badio Ascensio, Angelo Policiano, Celio Rodigino, Aldo Manucio, Jacobo Boloniense, Henrico Glareano y Francisco Sánchez de las Brozas, y entre los más modernos Joseph Juvencio, Juan Bond, Minellio, Daniel Heinsio, Ricardo Bentley, el jesuíta Pedro Rodelio, Luis Desprez, el académico francés Dacier, el P. Sanadon y el abate Batteux. Ilustró su trabajo con notas de varia erudición y un excelente discurso preliminar en que analiza con docta y fundada crítica todas las traducciones castellanas del Arte Poética, públicadas antes de la suya. Para su traducción adoptó la silva, usada por muchos de nuestros célebres poetas, como Lope en el Laurel de Apolo, en la Gatomaquia y en otras obras, y Góngora en sus Soledades. Iriarte tenía sobrada afición a este metro, y así le empleó en el Poema de la Música, en casi todas sus epístolas y en algunos de sus poemas cortos, al paso que para su traducción de la Eneida eligió con mejor acuerdo el verso endecasílabo asonantado, y esto le impidió ser tan redundante, difuso y prosaico como en la Epístola ad Pisones. En esta versión no se hallarán errores en punto a la inteligencia del sentido, que Iriarte comprendía bien, no se hallarán defectos en el lenguaje, que es donde quiera purísimo, castizo y acendrado, pero se hallarán desleídos los pensamientos del original en 1.065 versos, a veces duros, a veces flojos y casi siempre prosaicos. Sin embargo, no nos abrevemos a decir, con Burgos, que la traducción de Iriarte vale tan poco como aquellas cuyos defectos censuró, que sus versos malísimos, detestables, sin ritmo ni armonía están atestados de locuciones propias de la prosa más abyecta, y que su lectura es insoportable por esta razón, etc...; que es común en cuantos traducen una obra clásica desacreditar las traducciones anteriores. En su dura, injusta y acre censura vino Burgos a ser el [p. 251] vengador de Espinel y de Morell, triturados del mismo modo por Iriarte. Al criticar éste el trabajo de Vicente Espinel, extendió sus censuras al colector del Parnaso Español, que había encabezado con tal versión su obra, tributándola elogios desmedidos. Resintióse, Sedano y en el tomo IX de su Parnaso replicó a las censuras de Iriarte con una defensa mal encaminada de la traducción de Espinel y una crítica, algo más justa, de la de Iriarte, fijándose, sobre todo, en el prosaísmo y dureza de algunos versos, y en el desprecio que manifestaba hacia la metrificación suelta. Iriarte, preciado tal vez en demasía de su obra, contestó en un opúsculo crítico, rico de discreción, de agudeza y de doctrina, aunque harto apasionado y no exento de acres personalidades. Titúlase:

Donde las dan, las toman. Diálogo joco-serio sobre la traducción del Arte Poética de Horacio, y sobre la Impugnación que de aquella obra publicó D. Juan Joseph López de Sedano al fin del tomo IX del Parnaso Español. Madrid, 1778. 8.º Tomo de igual tamaño que el de la Epístola. Reimpreso en el 6.º volumen de sus obras (eds. de 1787 y 1805). VIII, + 286 págs. en la segunda. Este diálogo, cuya crítica es casi siempre exacta en lo relativo a la traducción de Espinel, a la falta de método y elección en el Parnaso, etcétera, flaquea sólo en cuanto a la defensa de los malos versos de Iriarte, bien censurado por Sedano:

La explicación naturalmente viene...
Como narración cómica tolera...
Antes que Leda los dos huevos puso...
El verso yambo de seis de ellos nace...
Ni más ni menos de cinco actos tenga...

Todas las evasivas y sofismas de Iriarte no bastan a hacer tolerable lo que por sí hiere el oído.

Los posteriores incidentes de esta contienda en que, como es sabido, tomó parte D. Vicente de los Ríos en pro de Iriarte (vide artículo Villegas), son bien conocidos. Años después, en 1785, publicó en Málaga Sedano cuatro tomitos intitulados Coloquios de la Espina, a nombre de D. Joaquín Chavero y Eslava, de Ronda. Allí reproduce sus acerbas censuras contra Iriarte y su traducción de Horacio, añadiendo nuevos y furiosos ataques a las obras y buen nombre de Ríos, que descansaba ya en el sepulcro. Pocos [p. 252] ejemplos de más encarnizada saña ofrece la agitada historia de las pelamesas literarias del siglo XVIIII.

Intercalada en el diálogo Donde las dan, las toman, aparece en la primera edición una traducción de la Sátira 1.ª de Horacio, Qui fit, Maecenas, afeada con los mismos defectos de prosaísmo, flojedad y dureza, justamente notados en la de la Epístola ad Pisones. Al formar Iriarte en 1787 la colección de sus obras completas, separó del diálogo la sátira para colocarla entre las poesías sueltas del tomo II, acaeciendo otro tanto en la reimpresión de 1805. Reprodujo Burgos esta sátira en nota a la suya (tomo III, ediciones de 1820, 1841 y 1844). Págs. 193 a 209 en la ed. de Iriarte hecha en 1805.

Imitación de la oda X del libro 4.º de Horacio: Oh crudelis adhuc et Veneris muneribus potens. Es un soneto precioso. Hállase en el tomo II de las Obras de Iriarte (pág. 246 de la ed. 1805).

Traducción de catorce fábulas de Fedro. Prólogo del libro 1.º El Lobo y el Cordero. El Grajo y el Pavo Real. El perro pasando el río con un pedazo de carne en la boca. Las Ranas al Sol. El Lobo y la Grulla. El Lobo y la Zorra, siendo juez el Mono. El Ciervo mirándose en la fuente. La Zorra y el Cuervo. El Asno al Pastor Anciano. Los Perros Hambrientos. La Comadreja y un hombre. La Zorra y la Cigüeña. El Truhán y el Rústico. Traducciones bien hechas y muy dignas de aprecio, si bien inferiores de mucho a las fábulas originales del mismo traductor, que en ellas iguala, si no excede, las prendas de concisión y sencillez elegante tan elogiadas en el apologuista latino. Hállanse en el tomo II de las Obras de Iriarte (1787 y 1805), págs. 193 a 235.

El Filósofo Casado. Comedia, en cinco actos y en verso. Traducción de Le Philosophe Marié, de Destouches. Es un verdadero dechado de este género de trabajos y con razón dijo de ella Alcalá Galiano que era harto superior al original francés. Léese en el tomo V de las obras de nuestro autor (181 págs., en la ed. de 1805).

El Huérfano de la China. Tragedia, en cinco actos y en verso. Traducción bien hecha, aunque algo fría y lánguida, de L' Orphelin de la Chine, una de las obras dramáticas más flojas de la vejez de Voltaire. Léese a continuación de El Filósofo Casado, en el repetido tomo V. Ambas traslaciones están hechas con libertad y sumo acierto, a la par que expurgadas de ciertos pensamientos [p. 253] y frases que hubieran podido alarmar a la censura y a los espectadores. Ambas fueron representadas con éxito feliz en el Teatro de los sitios reales, para el cual hizo asimismo Iriarte las versiones en prosa en su lugar enumeradas. (Págs. 184 a 280 del referido tomo.)

La Despedida, de Metastasio. Imitación muy linda. Puede verse en el tomo VIII (pág. 389).

Santander, 18 de marzo de 1876.

Notas