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Obras completas de Menéndez... > BIBLIOTECA DE TRADUCTORES... > I : (ABENATAR–CORTÉS) > BERGUIZAS, FRANCISCO PATRICIO DE

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[p. 235]

Vanas han sido nuestras diligencias para hallar noticias biográficas de este sabio helenista y crítico eminente. Sabemos que fué presbítero, bibliotecario de la Real (Nacional, hoy) e individuo de la Academia Española, en la cual entró como honorario en 28 de febrero de 1799; como supernumerario, en 4 de abril del mismo año, y en calidad de individuo de número, en enero de 1801. Ocupó además el cargo de abreviador en la Nunciatura y tuvo una canonjía, en la catedral de Sevilla. En 1808 salió de Madrid, huyendo de los franceses y se refugió primero en Sevilla y más tarde en Cádiz, donde murió el 15 de octubre de 1810. En la Academia había estado encargado de las correspondencias latinas desde 12 de marzo de 1802. [1] Sucedióle en tal comisión el [p. 236] egregio traductor de los Salmos D. Tomás J. González Carvajal, y en la silla académica D. Diego Clemencín.

Tradujo Berguizas un libro piadoso alemán, intitulado (si mal no recuerdo) Dios inmortal padeciendo en carne mortal, pero los trabajos importantísimos que le dan lugar en nuestra Biblioteca son los siguientes:

Píndaro en Griego y Castellano | Tomo 1.º (Así dice la anteportada). Obras Poéticas | de Pindaro | en Metro castellano | con el texto Griego | y notas críticas | por D. Francisco Patricio | de Berguizas, Presbítero | Bibliotecario de S. M. | Madrid. En la Imprenta Real | Año de 1798. | Por D. Pedro Pereyra, impresor de Cámara | de S. M. Al reverso lleva este epígrafe:

Valor y noble pecho y virtud pura                  ...Vires, animumque, moresque
Ensalza y libra del olvido oscuro:                    Aureos educit in astra, nigroque
De aura veloz llevado                                                                    Invidet Orco.
Vuela el cisne Dirceo remontado.                   Multa Dircaeum levat aura cygnum.

                                                             (Horat., lib. 4.º, od, 2.ª)

XX + 104 del Discurso sobre el carácter de Píndaro, 303 págs. de texto y notas. En una plana va el texto griego y al frente la versión castellana. Edición hecha con primor y lindeza; tiráronse algunos ejemplares en papel fuerte, azulado, y de ellos es el que poseo.

Los principios son éstos: Dedicatoria al Príncipe Nuestro Señor. Prólogo. Discurso sobre el carácter de Píndaro. Este último es importantísimo, tanto o más que la traducción, a pesar de su mérito, y por lo tanto conviene dar de él una sucinta idea. Siendo el trozo de crítica más notable del siglo XVIII, es sensible que no le hayan tenido en cuenta los eruditos escritores que han tratado de esta materia. Y comencemos por advertir que Berguizas no es un discípulo ciego de la escuela neo-clásica francesa, es admirador del clasicismo puro, del clasicismo griego, y, en su manera de sentir y de juzgar, presenta originalidad notable.

Al conocimiento del griego unía un profundo estudio de la lengua y literatura de los hebreos, lo cual le hacía sobremanera apto para comprender y gustar las bellezas, a la par sublimes y sencillas, de la poesía lírica de los Dorios, inspirada por el sentimiento nacional y religioso, y análoga por ende en la materia, ya que no en la forma, a los cantos de David y de los Profetas. Esta [p. 237] es una de las primeras afirmaciones que hallamos en el Discurso de Berguizas: «Los versados en las composiciones antiguas de los primeros sabios, o en los cantares y poesías de los primitivos Orientales, son más a próposito para conocer y discernir las bellezas y dificultades de Píndaro que muchos eruditos de conocimientos reducidos a los circunscriptos límites de la literatura moderna.» He aquí por qué erraron tanto los que vieron a Píndaro a través de Horacio, pecado común aun en distinguidos helenistas, y por eso tropezaron mucho más los que como Perrault, Lamothe-Hondard y otros franceses de los siglos XVII y XVIII, quisieron encerrar a Píndaro en los estrechos límites de la lírica moderna, acompasada y académica. Advierte Berguizas que aun en los líricos modernos, así españoles como extranjeros, tenidas por Pindáricos, no se encuentra reflejo ni sombra de Pindarismo, exceptuando, por lo que toca a los nuestros, al Divino Herrera, y esto (nótese bien el acierto y profundidad de esta crítica) no en la retumbante oda a Don Juan de Austria, comúnmente tenida por pindárica, sino en las dos admirables canciones bíblicas Cantemos al Señor..., Voz de dolor y canto de gemido... porque el acercarse a Píndaro no consiste en imitar servilmente la marcha y disposición de sus odas, sus giros y expresiones que en un asunto moderno serían hasta ridículos, sino en enlazar, como él, la naturalidad y la grandeza, arte, diremos con Berguizas, propio de los antiguos, especialmente de los Hebreos y de los Griegos. Coteja después nuestro traductor, para muestra de la semejanza que él encuentra entre ambas poesías, la Pitíaca 1.ª de Píndaro y el Salmo Coeli enarrant, el cántico de Moisés, después del paso del Mar Rojo, y la Nemea 2.ª, haciendo sobre ellos delicadas observaciones, e insistiendo sobre todo en el oculto enlace de los pensamientos y en el decir cortado de los líricos antiguos. No le seguiremos en este análisis, pero sí notaremos la siguiente afirmación que es de alta y fecunda crítica: «Cuanto más distantes de los tiempos primitivos están los poetas líricos, tanto menor es la conexión que aparece en la organización de sus composiciones, tanto menor el fuego y, por consiguiente, tanto menor también el desorden y confusión vehemente de ideas y afectos, en que naturalmente prorrumpe un ánimo agitado y conmovido.» Pruébalo comparando a los hebreos con Píndaro y a éste con Horacio y añade: «Así la lírica del Petrarca es tan metódica, que en cierto [p. 238] modo puede llamarse escolástica y puesta en forma silogística. No pueden darse amores más patéticos y al mismo tiempo más metódicos. Reina igualmente en ellos una efusión entrañable y una serenidad geométrica: afectos delicados y cláusulas geométricas.» Nada de esto hay en Píndaro, cuyo carácter poético describe bien Berguizas en las palabras siguientes, síntesis de la doctrina expuesta en esta parte de su discurso: «Su espíritu enardecido y su imaginación exaltada con el estro y entusiasmo poético, recorre con vuelo rápido espacios inmensos, pinta los objetos más sublimes, acerca y une las cosas más distantes, para repentinamente, prorrumpe en nuevos ímpetus y afectos, agítase y conmuévese, comunica su impulso al espectador, ya se eleva, ya gira, ya truena, ya fulmina; en suma, su poesía y su canto es un continuo fuego, una agitación continua, una perenne efervescencia del corazón y de la mente. » Tampoco olvida Berguizas el miedo histórico, el tiempo y el espacio, como ahora se dice, en que la poesía de Píndaro se produce, antes bien juzga necesaria la consideración de estas circunstancias como elemento que ha de influir en la apreciación final del carácter poético del lírico tebano. Dícelo claramente: «Para conocer el sistema y carácter de Píndaro, es necesario revestirnos de sus ideas y afectos y colocarnos en su misma situación... debemos trasladarnos a las costumbres de aquellos remotos tiempos» y en seguida determina en breves y precisos rasgos el carácter sobremanera local de la poesía de Píndaro, causa para nosotros de oscuridad y de extrañeza. Defiende con este motivo a su poeta de los cargos de dureza y confusión, pero sobre todo son notables las ideas que expone sobre las expresiones que juzgaron bajas y prosaicas críticos de limitado alcance y vista corta. Adviértase que Berguizas escribía en un tiempo en que el atildamiento de la expresión y el abuso de la perífrasis, habían llegado a tal punto, que un traductor de Horacio vertía el ×no$ ; (asno) por «animal doméstico a quien injurian nuestros desdenes» y el famosísimo Barthelemy, al trasladar al francés el episodio de Abradato y Pantea de Xenofonte, sustituía la voz trofÕ$ (nodriza) por el rebuscadísimo rodeo de «mujer que había cuidado de su infancia». Pero nuestro helenista, que no rehuía la expresión sencilla e ingenua, y que veía a los antiguos como realmente debieron ser y no como a la gente del siglo XVIII se le antojaba que fueron, exclamaba con admirable sentido [p. 239] crítico: Es fuerte empeño querer trasladar a este poeta (Píndaro) a nuestros tiempos en vez de trasladarnos nosotros a los suyos... Está muy expuesto a preocupaciones quien se empeña en medir y juzgar todo por sus ideas propias.» Guiado por este principio, sostiene que ni en hebreo ni en griego fueron bajas las expresiones asno fuerte, mi asta o mi cuerno, el ombligo de la tierra, vinoso, ojos de perro, corazón de ciervo, ni debe parecer disonancia el que se compare a una mujer hermosa con una yegua, ni a los Griegos en la Ilíada con las moscas alrededor de la leche, ni a Agamenón con un buey que sobresale entre todos, ni a Ayax con el asno, imperturbable entre la espesa lluvia de palos y golpes. Ni le admira el que la princesa Nausicaa, de la Odisea, saliese a lavar su propia ropa, ni el que los héroes de la Ilíada obsequiasen a sus huéspedes con un puerco entero cocido y aderezado por sus propias manos. Y apenas concede el que sean verdaderamente reprensibles, bajo el aspecto artístico, los improperios de Aquiles a Agamenón, ni los que mutuamente se prodigan Demóstenes y Esquines. Tan amante aparece de la sencillez grandiosa de los antiguos tiempos, que no teme decir: «Está aún por averiguar si al hombre le mejora o le empeora la excesiva y nimiamente refinada cultura que, con la misma mano que acrecienta el numen de sus conveniencias, aumenta el de sus necesidades.» Habla a continuación de las digresiones pindáricas, que atinadamente defiende, alvirtiendo que: Los grandes líricos no hablan al entendimiento en derechura...», que «la poesía antigua jamás tiene visos o resabios de disertación filosófica como la moderna» y que «los Horacios y mucho más los Píndaros no miraban los objetos tan a compás y sangre fría como los Batteux y los Condillac que los analizan». Con ocasión del estilo empleado en su versión, marca bien la diferencia entre el poético y el de la prosa, aludiendo tal vez a la escuela de Iriarte y sus imitadores, y aquí termina su discurso.

Hablando de su traducción, escribe en el prólogo: Dediqué el mayor esmero a trasladar del griego al castellano las gracias y bellezas del original y conservarlas literalmente, siempre que lo permitía la diferente índole de los idiomas y, quando no, sustituyendo otras semejantes; executándolo con solicitud cuidadosa no sólo en los pensamientos, las figuras, las imágenes, las oraciones y cláusulas inversas, las frases cortadas, las sentencias [p. 240] sueltas, las transiciones prontas e inesperadas, las comparaciones suspensas, las alegorías freqüentes, las metáforas atrevidas, los epítetos aglomerados, el estilo rápido, el lenguaje lírico, el dialecto poético, sino aun en las enérgicas y armoniosas onomatopeyas o expresiones imitativas, esforzándome a conservar en lo posible hasta la armonía y los sonidos de las palabras originales. No digo que lo haya conseguido, sino que lo he intentado.»

Para la corrección del texto griego, tuvo presentes la edición de Oxford, 1697; la de Venecia, de 1762; la de Glascua(Glascow), de 1770, y sobre todo la de Gottinga de 1773, dirigida por Christiano Gottlob Heyne.

Fidelísima esta versión, hecha con gran conocimiento de la lengua y carácter del original, limada y correcta en el estilo, castiza en el lenguaje, ¿qué la falta para poder llamarse perfecta? Fáltale sólo el quid divinum, el sacro fuego poético del original, como a todas las versiones hechas por críticas y filólogos, más bien que por ingenios encendidos en la llama de la imaginación y el pensamiento ajenos. Porque indudable es que existe un linaje de poetas, y de poetas egregios, que de escaso arranque propio y de originalidad limitada cobran fuerzas y se elevan a la alta esfera del arte, traduciendo o imitando: a esa familia pertenecen Juan de Arjona, Jáuregui, Burgos, Delille, Castilho y hasta cierto punto Monti, aunque superior a todos ellos. Pero el Píndaro de Berguizas se resiente de la misma falta que la Ilíada de Hermosilla o las traducciones de D. Juan Gualberto González, obras acabadas en cuanto al estudio, la fidelidad, el esmero y el gusto, pero en las que no se reconoce la presencia del estro vivificador de los originales. Fuera de esto, la versificación de nuestro bibliotecario suele ser difícil y trabajosa, poco llenos sus períodos rítmicos, inoportunos los cortes, premiosa la trabazón de las estancias, y muy poco variadas las consonantes, que con frecuencia degeneran en participios, gerundios y adjetivos verbales, recurso cómodo pero desagradable a los oídos por la monotonía y facilidad de la rima. Pero leves son estos defectos en un trabajo tan concienzudo, y en que tantas dificultades han sido victoriosamente superadas. En extremo honra esta versión a nuestros helenistas del siglo XVIII, y hoy mismo podemos presentarla como uno de los títulos más brillantes (pocos, por desdicha) de nuestra patria en este género de estudios.

[p. 241] Tradujo Berguizas por entero las obras de Píndaro y proponíase publicarlas todas, pero no llegó a imprimir más que este tomo primero, que contiene las catorce Olimpiacas. En el prólogo trasladó no obstante la segunda Nemea. Ignoro el paradero de las demás, así como el de las Pitíacas e Ístmicas. En la página 190 de este volumen comienzan las «Notas para la mejor inteligencia y justificación de la traducción castellana de las Olimpiacas de Píndaro», estudio tan notable como el Discurso preliminar. Propúsose Berguizas en estas notas «descubrir y desentrañar la mente y el espíritu de Píndaro, para facilitar la más cabal y completa inteligencia de sus pensamientos profundos, sus recónditas sentencias, sus alusiones alegóricas, toda la ordenada serie de sus ideas y expresiones, y las incomparables gracias y bellezas de su lenguaje y estilo inimitables». Hizo además, el docto académico, las traducciones siguientes, de las cuales desgraciadamente sólo ha quedado la memoria:

Traducciones del griego

Varias Oraciones de Demóstenes. Idem de San Basilio (probablemente el Hexámeron). Homilías de San Juan Crisóstomo.

Traducciones del latín

Varias Oraciones de Cicerón.

Diferentes Odas de Horacio.

Traducciones del hebreo

Los Trenos de Jeremías.

Todos los Profetas menores.

Algunos Salmos.

Diferentes Cánticos del Antiguo Testamento. Quedan el de Moisés y el de Habacuc, como veremos luego.

Menciona él todas estas versiones en el prólogo de Píndaro: «Me entregué a la lectura y observación de los Autores Latinos, Griegos y Hebreos. Siguiendo la máxima de Tulio, ejercitaba el estilo, traduciendo de unos y otros lo que más hería y avivaba mi curiosidad y gusto, o era más conforme y análogo a mi genio. Así me hallé insensiblemente con la traducción hecha de los [p. 242] Trenos de Jeremías, etc... Nunca pensé en dar al público unos escritos no trabajados con semejante designio, sino para mi privado estudio y entretenimiento, contenidos por lo mismo en esquelas muy confusas y en otros borradores de esta especie, apenas inteligibles hoy a mí mismo que los escribí. Habiéndome arrebatado algunos retazos de ellos y publicádolos anónimos, me hicieron ver, contra toda mi esperanza, haber debido a, personas inteligentes estimación y elogios públicos, que yo reputo seguramente excesivos y superiores a su mérito.» Etc. Prosigue diciendo que por esto se determinó a revisar y dar a la estampa el Píndaro.

De toda esa riqueza, quizá para siempre perdida, no nos resta otra cosa que el Cántico de Moisés y el de Habacuc, que tuvo la feliz idea de insertar, el primero en el Discurso sobre el carácter de Píndaro (páginas 54 a 58) y el segundo por apéndice a dicho volumen, llenando las cuatro últimas páginas. Al principio advierte que «había sido ya impreso en el Diario » (probablemente en el de Madrid), aunque no expresa la fecha. Transcribiremos el segundo como muestra de las traducciones de Berguizas:

CÁNTICO DE HABACUC TRADUCIDO DEL HEBREO
Jehová soberano,
Tu son grandioso resonó en mi oído,
Y mi pecho tembló: Jehová excelso,
Tu augusta faz avive la proeza
De tu ínclita grandeza
En medio de los años: en el centro
De los años volubles tu obra ostenta;
Acuérdate en tu ira vehemente
De tu bondad clemente.
Dios viene de Temán; de la alta cumbre
De Farán viene el Santo; el ancho cielo
Cubre su claro ardor; el orbe llena
Su loor que resuena.
Es su albo resplandor cual la luz pura;
De irresistibles rayos lleva armadas
Sus manos esforzadas;
Oculta allí su fuerza omnipotente
Va; delante su frente poderosa
Estrago destructor; ante su planta
Incendiadora llama se levanta.
Se para: el orbe mide;
[p. 243] Miró, y amedrentadas las naciones
Saltaron de temblor; son quebrantadas
Las cimas encumbradas
De los envejecidos montes; doblan
Su antigua espalda los collados; ceden
Al pie eternal, al paso omnipotente
Del ser indeficiente.
De Cusán vi las tiendas derribadas
Bajo iniqua maldad; los pabellones
De Madïán turbados. ¿Está airada,
Está, Jehová, indignada
Con los ríos tu faz? ¿Es tu ira ardiente
contra los ríos? ¿Contra el mar profundo
Tu altiva indignación? En tus gloriosos
Bridones presurosos
Subes; son tus quadrigas voladoras
Salud y salvación libertadoras
Vibras, vibras el arco,
Cual juraste a las tribus; rompes, rasgas
En la tierra hondos ríos; te miraron
Los montes y gimieron; presurosas
Las corrientes undosas
Pasaron; dió el abismo son horrendo
Alzó en alto sus manos; sol y luna
Yertos en su alto giro se pararon:
Su carrera alumbraron
Tus encendidas flechas; los brillantes
Ardores de tu lanza fulminante.
En tu ardiente furor, con pie indignado
El orbe es conculcado;
Las gentes espantadas
En tu ira furibunda amedrentadas.
A libertar saliste
Tu pueblo amado, con tu ungido excelso
A libertarle: de la casa impía
Rompió tu diestra la orgullosa frente;
Tu mano desnudó hasta la garganta
Su vacilante planta.
Rompiste con sus cetros los caudillos
Fuertes de sus guerreros iracundos,
Que, cual raudo huracán, impetüosos
A tus siervos medrosos
Iban a disipar, con faz gozosa
Cual poderoso atroz que en lo escondido
Al pobre desvalido
Se avalanza: mas tú en los anchos mares
[p. 244] Por undosas regiones
Senda fácil abriste a sus bridones.
Mas oí; y retemblaron
Mis entrañas absortas; asombrados
Mis labios, conturbados,
Se estremecieron; qual si horrenda podre
En mis huesos entrase; qual si hediondez
En mí bullese. En tan acerbo día
Repose el alma mía;
En tan infaustas horas ya esté unido
Yo a mi pueblo aguerrido.
No entonces brotará la verde higuera,
No la frondosa vid, no ópimo fruto
La cultivada oliva, no copiosa
Mies la tierra abundosa;
De ovejas el aprisco despoblado
Y el triste establo yacerá desierto:
Mas yo en Jehová excelso y potente
Me alegraré gozoso,
En Dios mi Salvador: Jehová sumo,
Dios es mi vigor fuerte; cual de ciervo
Veloz hará mis pies acelerados;
En montes encumbrados
Me ensalzará y cantares melodiosos
Entonaré en conciertos armoniosos.
Santander, 10 de noviembre de 1875.

Notas

[p. 235]. [1] . Reseña histórica de la Academia Española por su director, Marqués de Molíns. Cuaderno 1.º de las Memorias de dicha Corporación. Madrid, 1870.