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Obras completas de Menéndez... > BIBLIOTECA DE TRADUCTORES... > I : (ABENATAR–CORTÉS) > ANÓNIMOS

Datos del fragmento

Texto

[p. 86]

ANÓNIMO

Diálogos de Luciano, no menos ingeniosos que provechosos, traduzidos de Griego en lengua castellana. Leon, en casa de Sebastian Griypho, año de 1550.

8.º, 148 hs. fols. y una de Tabla. Edición lindísima, del tamaño y forma de los clásicos griegos y latinos publicados en Leon de Francia por los hermanos Gryphos.

No lleva este precioso libro prólogo ni advertencia alguna, y contiene cinco diálogos de Luciano y un idilio de Mosco, a saber:

«Amicicia». (Es el Toxaris, del cual existen otras dos versiones castellanas, muy inferiores a ésta.)

«Charon o los Contempladores».

«El Gallo».

«Menippo en los abismos» (es el Hércules Menippo).

«Menippo sobre las nubes» (el Icaro-Menippo).

(Estos tres últimos diálogos fueron traducidos bastante mal, mucho tiempo después, por D. Francisco Herrera Maldonado. Su versión está hecha del latín, a diferencia de la presente, trabajada sobre el texto griego.)

«El Amor fugitivo» (Idilio de Mosco: la versión está hecha en cuartetos de arte mayor).

[p. 87] Casi con seguridad me atrevo a decir que esta traslación fué hecha por el insigne helenista y famoso luterano Francisco de Encinas o Dryander. Su estilo, que no se confunde fácilmente con el de escritor alguno de su época, el lugar y año de la edición, la falta de toda advertencia, y aun del nombre del traductor, precaución que observó Enzinas en otras interpretaciones suyas, el mérito y fidelidad de la versión, todo me induce a suponerla obra suya. Sin embargo, como ha corrido anónima y no hay pruebas incontestables de este aserto, la coloco en este lugar.

ANÓNIMO.

Historia Verdadera de Luciano, traducida de Griego en lengua Castellana. Argentina [Estrasburgo], Agustin Frisio, M.D.LI.

4.º, 4 hs. prels. y 48 foliadas.

Este opúsculo de peregrina rareza contiene sólo el primer libro de los dos en que se dividen las Historias Verdaderas (así llamadas en burlas) del satírico de Samosata.

Tengo esta traducción por obra del protestante burgalés Francisco de Enzinas. El estilo es muy suyo, como fácilmente advertirá quien haya leído las versiones de Plutarco, de Floro y de algunas décadas de Tito Livio. El libro se imprimió en Argentina (Strasburgo) por Agustín Frisio, en la misma ciudad y por el propio impresor que los libros antedichos, todos los cuales aparecieron entre los años 1550 y 1552; de igual suerte que la Historia Verdadera de Luciano. Enzinas surtía de traducciones del griego y del latín aquellas prensas en combinación con el editor de Amberes, Arnoldo Byrcman, según resulta de varios párrafos de cartas publicadas por el Dr. Bohemer; imprimiéndose tales trabajos anónimos o con nombres supuestos, o bien se alteraba la portada, cual aconteció en el Plutarco, para que pudiesen correr en Espana sin excitar sospechas por la heterodoxia del traductor. A, Enzinas, pues, juzgo que debe atribuirse esta versión de Luciano, y ya tuve ocasión de indicarlo en una tesis sobre La novela entre los latinos, sin haber visto, cuando tal escribía, la admirable Bibliotheca Wiffeniana del Dr. Bohemer, que apunta y sostiene la misma idea, aun sin haber examinado el libro en cuestión. [p. 88] Para mí llega casi a la evidencia esta sospecha, en vista de la correspondencia que él en parte publica.

Hoy creo asimismo que es obra de Enzinas la traducción de cinco diálogos de Luciano y un idilio de Hosco, publicada en León de Francia, por los Gryphos en 1550. Ya Gallardo advirtió discretamente que la letra parecía del mismo carácter y grado que la empleada en las Vidas de Cimón y Lúcilo. El estilo es idéntico al de esta versión de la Historia Verdadera, y hasta en el frontis hay la mayor semejanza: dícese en ambas traduzida de Griego en lengua castellana, sin discrepar ni en un ápice la fórmula adoptada.

ANÓNIMO.—(D. J. F. V. J. D. M.)

No sabemos si las iniciales transcritas ocultan los nombres de uno o de dos helenistas, ni nos ha sido posible descifrarlas. Suenan al frente de una versión, así intitulada:

—Oración de Demóstenes en defensa suya, acerca de la corona, traducida del griego por J. F. V. J. D. M. Madrid, imprenta de Villalpando, 1820. 8.º Opúsculo que ha llegado a hacerse rarísimo.

Reimprimióle el laborioso escritor italiano D. Salvador Constanzo en el tono III de su Historia Universal (Madrid, 1853-1860), parte 1.ª, pp. 458 y siguientes. (Apéndices a la narración.)

El ignorado autor de esta versión del Discurso por la corona, supo interpretar magistralmente el texto de Demóstenes, y mostró a la par su modestia, ocultando su nombre. Es de sentir que no incluyera la oración de Esquines, a que contesta Demóstenes, y aun más el que no emprendiera con igual o superior acierto la traslación al castellano de las Obras Completas del más grande de los oradores áticos, trabajo que aun falta en nuestra literatura, a pesar de haberle emprendido diversos helenistas, pues parece que la mala suerte se ha complacido en extraviar o dejar inéditos sus ensayos, cual ha acontecido sucesivamente con los de Simón Abril, Berguizas, Fez, Lozano, González, Andrés y otros.

Santander, 22 de marzo de 1876.
[p. 89] ANÓNIMO.—D. JOSEF M...

Tal vez el abate Marchena, con quien repetidas veces hemos de tropezar en esta Biblioteca, publicó: Vida de Teseo, traducida del original griego de Plutarco, por D. Josef M... Madrid, impr. Nacional, 1821. 12.º, 102 págs.

Esta versión, que es bastante rara, está hecha con fidelidad y acierto. Tal vez el intérprete pensó seguir publicando las demás vidas paralelas. Si fué Marchena, como sospechamos, hubo de impedírselo su muerte, acaecida aquel mismo año. También pudiera atribuirse este opúsculo a D. José Musso Valiente, que trasladó más tarde al castellano el Ayax flagelífero de Sófocles y otras producciones griegas.

Santander, 22 de marzo de 1876.

ANÓNIMO.

Traducción libre o paráfrasis de la oda primera de Safo. Ποικιλόθρον ἀθανατ ᾿Αϕρόδιτα.

En la primera edición de las Poesías Póstumas de D. Josef Iglesias de la Casa (Salamanca, por Francisco de Toxar, 1795) se incluyeron por error, como producciones de aquél, ocho traducciones de Horacio y una de Safo, que Iglesias conservaba entre sus papeles, y sin ánimo de apropiárselas, según entendemos, a pesar de su no mucha escrupulosidad en tales materias. En la segunda edición hecha por el mismo Tojar, en 1798, colocóse al frente una advertencia sobre las adiciones y enmiendas de esta reimpresión. Allí se dice que las versiones de Horacio y de Safo no son de Iglesias, pero que se conservan en esta edición, señaladas con un asterisco, por ser raras y por haber dado margen a una polémica en el Diario de Salamanca. Todos los editores de Iglesias han continuado reproduciéndolas, e incluídas aparecen entre sus obras en la excelente colección de Poetas Líricos del siglo XVIII que forma parte de la Biblioteca de Rivadeneyra.

Respecto a las traducciones de Horacio no hay cuestión [p. 90] posible; son de Bartolomé Martínez, de Juan de Aguilar, de D. Diego Ponce de León y Guzmán, y se hallan insertas con otras diez, también de poetas del siglo XVI, en las Flores, de Pedro de Espinosa, impresas en Valladolid, 1605. Pero no acontece otro tanto con la de Safo, que no hemos visto impresa en parte alguna, y como tampoco hemos logrado examinar el Diario de Salamanca, a que Tojar se refiere, y en que tal vez se aclarase este arcano, confieso mi ignorancia en cuanto al autor y época de esta versión, y la pongo entre las anónimas. Lo que sí diré es que me parece bastante más moderna que las de Horacio, y que, salvo algún descuidillo, puede graduarse de excelente. Juzguen mis lectores:

¡Salve, Venus hermosa,
La más dulce maestra
De amor en la palestra,
De Jove hija preciosa,
Cuyo numen sagrado
En tantas aras siempre fué invocado!
¡Salve! y mi voz atiende,
No dejes que a millares
Me maten los pesares,
Antes acá desciende,
Cual un tiempo solías
Grata acudir a las plegarias mías.
Movida de mi ruego
Tal vez a mí bajaste,
Tal vez por mí dejaste
El celestial sosiego
Que del gran Padre amado
Gozaste en el alcázar estrellado.
Yo oí en ligero vuelo
Tirar en carro uncidas
Tus aves más queridas,
Y descender del cielo,
Cortando con sus alas
Del aire vago las etéreas salas,
Y cuando a mí llegabas,
Tú misma, oh dulce diosa,
Con vista cariñosa,
Que risas de amor dabas,
La causa me pedías
Del dolor que en mi rostro conocías.
¿Por cuál razón demando
Tu auxilio sin sosiego,
[p. 91] Quién a mi dulce ruego
Quisiera atraer más blando,
O a quien prender quería
En las amantes redes que tendía?
Acuérdome cuan grata
Me dijo allí tu boca:
«¿Quién tu furor provoca?
Mi bien ¿quién te maltrata?
Si hubiera quien por caso
Huya de ti, tras ti volverá el paso.
Si no recibes dones,
Los dará afectuoso,
Si es libre y desdeñoso
Veráse en tus prisiones,
Si sin amor le vieres,
Luego amará y hará cuanto quisieres.»
Ven, ¡oh de amor princesa!
Ven, ven como solías
En los antiguos días,
Pues tu deidad no cesa,
Ven y libra mi vida
De insufribles tormentos oprimirla,
Ven, y en tan fuerte instante
Tu auxilio en mí se vea,
Cumple lo que desea
Mi corazón amante,
Y en mi favor armada
Conmigo mire tu deidad sagrada.

El que tradujo esta oda era helenista consumado y maestro en la lengua y en la versificación. Algo amplifica y deslíe, sin embargo, los pensamientos del original.

Fray Bernardo de Zamora dice en su Gramática Griega (Prólogo) que su discípulo D. José Rodríguez de Robles se proponía publicar, entre otros opúsculos traducidos del griego, varios fragmentos de Safo y de Alceo. ¿Sería, por ventura, uno de ellos la 1.ª Oda, en la traducción, probablemente salmantina, que dejamos registrada?

Santander, 22 de marzo de 1876.

ANÓNIMO.

En la Philosophia Vulgar del sevillano Juan de Mal-Lara hállanse intercaladas varias poesías de un anónimo amigo suyo, [p. 92] que a mi entender era el licenciado Cristóbal de Tamariz. Estas composiciones se reducen a tres cuentos, un tanto ligeros, pero narrados con tanta gracia como los mejores de Lafontaine, y dos sonetos, uno de ellos imitación del apólogo esópico de

EL MÉDICO Y EL CIEGO
Un hombre enfermo de ojos se dolía
Y un médico tirano lo curaba,
Y entrando a visitarlo, le hurtaba
Una alhaja de casa cada día.

Y por poder llevarle cuanto había
La cura de los ojos dilataba,
Hasta que ya entendió que no quedaba
Cosa alguna que fuese de valía.

Los parches le quitó muy denodado
Y díjole: «Cumplido es tu deseo,
Págame, pues que ves que te he sanado.»

Él miró acá y allá: «Mas antes creo,
Le respondió, que es cierto que he cegado
Porque en toda mi casa nada veo.»
4 de abril de 1876.

ANÓNIMO.—Siglo XVI.

Ifigenia en Aulide. Tragedia imitada o traducida de la de Eurípides por autor desconocido. No llegó a imprimirse, que sepamos, pero fué representada con aplauso en los teatros de Madrid, El Pinciano, en la Philosophia Antigua Poética, impresa en 1596, afirma haberla visto en las tablas. El discreto continuador del Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán, Juan Martí, oculto con el nombre de Mateo Luján de Sayavedra, la menciona asimismo en el cap. VII, lib. 3.º de su novela, añadiendo que se representaba en el Teatro de la Cruz.

No tenemos otra noticia de tal versión. Sospecha un muy docto amigo nuestro que tal vez esta Ifigenia era la tragedia de Eurípides que tradujo en verso Boscán, y cuyo título no consta.

Santander, 4 de abril de 1876.
[p. 93] ANÓNIMO.—Siglo XVII.

Epístola de Dido a Eneas.—De Ovidio (es la Heroida, VII) .

—Elegía de Ovidio El Papagayo (6.ª del libro 2.º de los Amores).

Hállanse estas dos versiones en el códice M-6 de la Biblioteca Nacional, tomo 6.º de la colección de poesías varias, intitulada Parnaso. Las dos son muy flojas, y están en versos lánguidos e insonoros. Por tal razón, no las publicamos, limitándonos a consignar aquí su existencia.

Santander, 22 de marzo de 1876.

ANÓNIMO.—Siglo XVIII.

Elegía 5.ª del libro 1.º de los Amores de Ovidio, Æstus erat.

En la Biblioteca Nacional se conserva un tomito de poesías varias del siglo XVIII, recopiladas por D. Juan de Dios Gil de Lara, comandante de Artillería, aficionado a las letras y curioso papelista. Una de estas poesías fué la elegía citada (una de las más libres de la colección ovidiana de los Amores), de la cual queda sólo el título, habiendo sido arrancadas violentamente del tomo las hojas que la contenían por algún lector, enojado de las obscenidades de tal elegía. No hemos podido averiguar el nombre del traductor.

Santander, 22 de marzo de 1876.

ANÓNIMO.

Dominico tal vez. Según afirma Tamayo de Vargas en su Junta de Libros la mayor que España ha visto en su lengua, tradujo a nuestra lengua:

Los artículos de la primera parte de Santo Tomás... para conocimiento de la ciencia del Santo Doctor. Ms. en 4.º

[p. 94] Esta 1.ª parte es la de la Summa Theologica, como fácilmente se deja adivinar. No hemos podido adquirir otra noticia de semejante trabajo.

ANÓNIMO.

La Historia de Anastasio, bibliotecario. Es. que se conservaba en la Biblioteca del Conde-Duque de Olivares, según N. Antonio. Vanas han sido nuestras diligencias para indagar su paradero.

ANÓNIMO.—Probablemente siglo XVIII.

Traducción de las Geórgicas de Virgilio. (Ms.).

Cítala Luzán en su Poética (lib. 2.º, cap. XXIII) al aconsejar que se emplee en las composiciones largas una versificación holgada, aunque no del todo suelta, «aprovechando las rimas cuando se presenten espontáneas, poniéndolas lo más distantes entre sí que sea posible, pareándolas solamente al fin de los períodos, esto es, cuando se deba hacer punto. He visto—añade—algunos pedazos de traducción de las Geórgicas de Virgilio, que se acercan a lo que propongo. Y transcribe este trozo, que hace lamentar la pérdida de la versión entera, y aun del nombre de su autor:

Labradores, pedid nublado estío,
Sereno invierno: el invernizo polvo
Al trigo ahoga, la heredad abona:
Que si Gárgara admira sus cosechas
Y de fertilidad Misia blasona,
Más que al cultivo con que las promueven
A esta sazón benéfica las deben.
¿Qué diré del que apenas ha esparcido
En tierra las semillas, cuando sigue
Destrozando infructíferos terrones,
Y conduce después a los sembrados
El arroyuelo amigo, dirigiendo
Las riquezas tras sí? ¿No miras cómo
Al tiempo que en los campos, abrasados
Con el ardor, las plantas mueren, guía
[p. 95] Desde la cumbre por pendiente cauce
Las ondas de cristal? Ellas, cayendo
Ronco murmullo entre las guijas mueven,
Y entrando a borbotones por las grietas
Refrigeran las hazas que las beben.
¿O del otro que en tierna hierba pace
El vicioso alcacer, quando ya sube
Los surcos a igualar, porque resista
La caña al peso de preñada arista?
¿O bien del que procura dar corriente
A la encharcada linfa de arenisco
Terreno bebedor, principalmente
En las variables estaciones, cuando
Salen los ríos de su madre, y cubren
De légamo las vegas anchurosas,
Del cual vemos después que va filtrando
El tibio humor en las cavadas fosas?

Con razón dice Luzán que esta traducción es «más enérgica y exacta que otras que poseemos», pues, en efecto, nos parece superior a todas las hechas hasta aquel tiempo, a juzgar por esta ligera muestra.

ANÓNIMO.

Trogo Pompeio, su Historia recopilada por Justino. Ms.

Citado por Nicolás Antonio como existente en la Biblioteca del Conde-Duque de Olivares. Creémosle distinto de las demás versiones de Justino mencionadas en este Catálogo.

ANÓNIMO.

La Historia de Valerio Máximo de los dichos y hechos de los Varones antiguos Griegos y Romanos.

Menciónale, sin dar más noticias, Nicolás Antonio, advirtiendo que se conservaba escrito en antiguos caracteres en la Biblioteca de Olivares. Probablemente sería alguna de las versiones del siglo XV, registradas en esta bibliografía.

[p. 96] ANÓNIMO.

Nicolás Antonio da por desconocido el nombre del traductor de

Lucio Floro, compendio de las catorce décadas de Tito Livio, pero es sabido ser dicha traslación obra del heterodoxo Francisco de Enzinas (Vid. su artículo), cuyo nombre suele estar borrado, y aun faltar la hoja que le contenía, en muchos ejemplares.

El mismo humanista completó la traducción de Tito Livio de Fr. Pedro de Vega en la edición de Colonia, 1553, que N. Antonio pone también en la sección de obras anónimas.

ANÓNIMO.

Nicolás Antonio trae como anónima la traslación de los Comentarios de César, impresa en Alcalá, 1529. Es de Diego López de Toledo (Vid. su artículo).

ANÓNIMO.

El mismo bibliógrafo cuenta como obra de traductor desconocido la edición del Asno de Oro (Madrid, 1601). Es la de Diego López de Cartegana (Vid.) expurgada ya por la Inquisición.

ANÓNIMO.

La versión anónima de la Almoneda de Vidas, de Luciano, citada por Nicolás Antonio como impresa en Madrid, 1634, es la de don Sancho Bravo de Lagunas (Vid.).

ANÓNIMO.

La Tebaida de Estacio, mencionada como anónima por Nicolás Antonio y D. Luis Joseph Velázquez, es la traducción de Juan de Arjona y Gregorio Morillo, en su lugar citada.

[p. 97] ANÓNIMO.

Las Cuestiones Tusculanas, de Cicerón. Ms. citado por Nicolás Antonio como existente en la Biblioteca del Conde de Villaumbrosa. No hemos podido indagar su paradero, ni adquirir ninguna otra noticia de semejante versión ni de su autor.

ANÓNIMO.—Siglo XVI.

La Comedia de Plauto, llamada Amphitrion, traduzida de latin en lengua castellana. Agora nuevamente impressa en muy dulce, apacible y sentenciosso estilo, 1554.

Colofón: «Fué impressa la presente obra en la imperial cibdad de Toledo, en casa de Juan de Ayala: en el año de 1554.»

4.º, let. gótica. Sin foliatura, signaturas a-c, las dos primeras de 8 hojas y la última de 11.

El traductor aprovechó en partes la traducción de Oliva y en partes la de Villalobos.

ANÓNIMO.

La Comedia | de Plauto, intitulada Mi- | lite glorioso, traduziea | en lengua Caste- | llana. (Enseña de las dos cigüeñas. con el lema Pietas homini tutissima virtus.) En Anvers. | En casa de Martin Nucio. | M. D. L. V. | Con privilegio imperial. Suma de privilegio. Dedicatoria del traductor.

Esta comedia llega hasta el blanco del folio 53.º, sigue después:

La Comedia | de Plauto, intitulada Me- | nechmos, traducida en len- | gua Castellana por el mis- | mo Author. (Enseña de las dos cigüeñas, con el mismo lema.) En Anvers, en casa del Martín Nucio, | 1555. | Con previllegio imperial. En 12.º, 92 hojas foliadas, una con unos versos latinos y el escudo de las cigüeñas, y tres blancas. La segunda comedia termina en el folio 92.

[p. 98] La versión está dedicada al Secretario Gonzalo Pérez, traductor de la Ulyxea, de Homero. De la dedicatoria resultan los únicos datos que del intérprete tenemos. Dice así: «Muy magnifico y muy reverendo Señor. Habiendo llegado a la villa de Lila con esta carga tan trabajosa y pesada de la Hacienda Real, me mandó su Magestad entretener algunos días en cierta ocupación harto ociosa; y como me faltase la comunicación de la gente de la tierra, por no entender la lengua francesa... acogíme a la... de los libros. Acerté a recorrer algunas comedias de Plauto.—Y acordándome que v. m., viniendo en la nave del Rey nuestro Señor, desde Castilla, me alabó mucho la traducción que hizo el Maestro Hernán Pérez de Oliva de la primera—parecióme que no sería tiempo muy perdido ejercitarme yo en estudio donde gastó sus horas una persona tan calificada como Oliva.—Un impresor, mi amigo, me rogó que le diese esta obra para publicarla.—Suplico a v. m. la lea algún rato, si tuviere ocioso, que todavía creo que holgará de leer cosa nueva en nuestra lengua, fuera de los papeles que tocan a negocios, que comúnmente traen pesadumbre, tratándose de ordinario,» &. Al fin se encuentra una composición latina, así encabezada: Ad Dominum Gonzalum Perez, traductoris tetrastichon. »

Juicio crítico de Moratín (Orígenes del teatro español, p. 200 de la edición de Rivadeneyra, Biblioteca de AA. Españoles, tomo 2.º):

«En estas dos traducciones merecen alabanza el lenguaje y el estilo: Véanse los dos siguientes trozos sacados de la primera:

«No estás bien en los negocios; porque en la mala mujer y en el enemigo todo cuanto se gasta es perdido, pero con el huésped y con el amigo ganancia es lo que se gasta, y tengo por buena dicha topar con héspedes de mi condición, a quien reciba en mi casa; come y huelga y bebe conmigo y alégrate en mi compañía; libre te es en mi casa y yo también soy libre, quiero gozar de mí con libertad, porque por la misericordia de los dioses y por las riquezas, que me concedieron, pude muchas veces casarme con alguna de muchas mujeres que se me ofrecieron de muy buena casta y con mucho dote, pero no quise meter en mi casa una gruñidora con quien perdiese mi libertad.»... «Como tengo muchos [p. 99] parientes, no me hacen falta los hijos; agora vivo a mi voluntad y dichosamente siguiendo lo que se me antoja; cuando me muriere, dejaré mis bienes a mis deudos que los partan entre sí; ellos comen conmigo, curan de mi salud, vienen a ver qué hago, si mando alguna cosa; antes que amanezca ya están en mi cámara; pregúntanme si he dormido bien aquella noche, téngalos en lugar de hijos; envíenme presentes y regalos; si hacen sacrificios, dan de ellos mayor parte a mí que a sí; sácanme de mi casa, llévenme a las suyas a comer y cenar; aquel se tiene por más desdichado que me envió menos; ellos debaten entre sí con sus presentes; yo callo y recíbolos; desean mis bienes; pero entretanto consérvanlos y acreciéntalos con los suyos, &.»

«Si en la traducción de estas comedias—prosigue Moratín—se advierte a las veces error de inteligencia en algunos pasajes, omisiones en otros, expresiones que pertenecen a varias personas en boca de una sola, debe atribuirse la culpa a las viciadas ediciones latinas, que hubo de tener presentes el traductor.»

En la Biblioteca Nacional se conserva una copia de estas dos comedias, hecha en el siglo pasado y conforme en un todo con el impreso.

ANÓNIMO.

Ilíada de Homero, en octavas castellanas. Parte Primera, en doze libros. Al pie de la página hay una nota que dice: «Desde 1.º de setiembre de 1745 a 30 de marzo de 1746.»

Precédela un largo proemio, dividido en los siguientes parágrafos: Concepto de la Ilíada y de Homero. Causa, disculpa y utilidad de la versión. (Fué hecha durante una grave indisposición de su autor.) Lo que suena la obra y puede aprovecharse de ella. Advertencias deducidas de la Ilíada. Plano (sic) de Homero para la Ilíada.

Argumento de la Ilíada. Argumento del libro primero. Comienza así:

Canta, Diosa, la ira lamentable
Del grande Achiles, hijo de Peleo,
[p. 100] Causa de inmensos males insaciable,
Del campo griego el vengativo empleo
Que mil heroicas almas implacable
Rencor ocioso anticipó al Leteo,
Colmando en sus destrozos las riberas
Pasto y cebo a las aves y a las fieras.

Ilíada de Homero en octavas castellanas. Parte 2.ª, en doze libros. Como muestra de esta versión, en general desdichada, copiaré la súplica de Priamo a los pies de Aquiles MnÅsai patrØ$ soio, qeoi$ pieˆkel', 'Acilleã (libro XXIV del poema):

Piensa, oh Aquiles, en tu padre amante,
Que de su edad te acuerda con la mía,
Pues, como yo, con paso vacilante
Pisa la vecindad del postrer día,
Que hoy tal vez, de enemigos no distante
Siente débil opuesta su osadía,
Padeciendo a horfandades de tu ausencia
Indefenso el furor de su insolencia.

Pero él con las noticias de tu vida
Ya esparce el corazón, que al fin espera
Cada día de un hijo la venida
Que es de su tierno amor centro y esfera,
Pero yo que infeliz, logré florida
En Troya tan fecunda primavera
De tantos hijos, gloria de mi estado,
Ya veo que ninguno me ha quedado.

Cuando abordó a mis puertos vuestra armada
Eran cincuenta, y de ellos diez y nueve
Nacidos de mi esposa desdichada
Porque mis penas con sus penas pruebe:
Del impetuoso Marte arrebatada
La porción más copiosa en tiempo breve,
La más valiente a estragos de la guerra
Yace olvidado polvo entre la tierra.

Pero el que era mi bien y mi esperanza
Único para mí, que en él ponía
De la salud común la confianza
Porque a todos con ella defendía,
Este, el más noble triunfo de tu lanza
[p. 101] Probó a tus manos la última agonía,
Peleando por su patria heroicamente,
Héctor. No diga más quien tanto siente.

Vengo, infeliz, por él al campo griego
Y porque su rescate me concedas
Te aumento a ti piedades y a mí luego
Aun más en precio, que imponerme puedas:
Concédeme su póstumo sosiego,
Por los Dioses, Achiles, que le cedas,
Reverencia su nombre en mi gemido,
Templo es suyo la voz de un afligido.

Compadéceme, Aquiles generoso,
En estado tan triste y miserable,
Acuérdate de un padre tan glorioso
De quien soy un espejo lamentable,
Pero en grado mil veces más penoso,
porque en mí se ha apurado de insaciable
La Desdicha, pues beso tan rendido
La mano por quien todo lo he perdido.

Posee el manuscrito de esta versión (absolutamente desconocida), dividido en dos volúmenes 4.º nuestro amigo D. Santiago Pérez Junqueras, del comercio de libros de Madrid.

Dentro de uno de los tomos hay una tarjeta que dice así: Don Juan Antonio Llorente (a quien tal vez perteneció el ms.). En otro tomo servía de registro un sobre dirigido al Duque de Soto mayor, embajador español en Portugal. Parece inferirse de aquí que la traducción se hizo en dicha Embajada. La copia parece dispuesta para la imprenta.

Santander, 12 de noviembre de 1875.

ANONIMO.—D. J. R. M. C.—¿Marchena? D. José Ruiz M. Cueto.

Tito Lucrecio Caro. De la naturaleza de las cosas. Poema en seis cantos. (Ms. que posee nuestro amigo D. Damián Menéndez Rayón, archivero del Ministerio de Hacienda.) Un tomo en 4.º sin foliatura. Al fin del poema se lee: «Año de 1791, en Valmojado, [p. 102] por D. J. R. M. C.» No hay prólogo, advertencia ni indicio alguno, por donde pueda rastrearse el nombre del traductor. La copia parece bastante posterior al año de 1791. Es la única traducción de Lucrecio, que hasta el presente ha llegado a nuestras manos. Comienza así:

LIBRO PRIMERO
Madre de los Romanos, alma Venus,
Deleite de los dioses y los hombres,
Debajo de la bóveda del cielo,
Por do giran los astros resbalando,
Haces poblado el mar, que cruzan naves,
Y las tierras fructíferas fecundas.
Por ti todo animal es concebido,
Y abre sus ojos a la luz del día.
De ti, Diosa, de ti los vientos huyen,
Ahuyentas con tu vista los nublados,
Te ofrece suaves flores varia tierra,
Las llanuras del mar contigo ríen,
Y brilla en nueva luz el claro cielo.

Al punto que galana primavera
La faz descubre, y su fecundo aliento
Recobra ya Favonio desatado,
Primero las ligeras aves cantan
Tu bienvenida, oh Diosa, porque al punto
Con el amor sus pechos traspasaste.
En el momento, por alegres prados
Retozan los ganados encendidos
Y atraviesan la rápida corriente:
Prendidos del hechizo de tus gracias
Mueren todos los seres por seguirte
Hacia do quieres, Diosa, conducirlos:
Por último en los mares y en las sierras,
En los frondosos bosques de las aves,
En medio de los ríos caudalosos,
Y en medio de los campos que florecen,
Con blando amor hiriendo todo pecho,
Haces que las especies se propaguen.
Pues eres tú la Diosa soberana
De la naturaleza, y por ti sola
[p. 103] Todos los seres ven la luz del día;
Yo imploro tu favor, tú me acompaña
En el poema que escribir intento
«DE LA NATURALEZA DE LAS COSAS»
Y a mi querido Menmio dedicarle,
A quien tú, Diosa, engalanar quisiste,
Con prendas sobrehumanas para siempre;
Da eterna gracia, oh Diosa, a mis acentos.

La invocación está, como se ve, gallardamente traducida, exceptuando algún rasgo un tanto prosaico. Tampoco anduvo desgraciado el intérprete en el elogio de Epicuro:

Cuando la humana, deleznable vida
Oprimida yacía con infamia
En la tierra por grande fanatismo,
Que desde las mansiones celestiales
Alzaba la cabeza, amenazando
A los mortales con aspecto horrible;
Al punto un varón griego osó el primero
Levantar hacia él mortales ojos
Y abiertamente declararle guerra.

No intimidó a este hombre señalado
La fama de los Dioses, ni sus rayos,
Ni del cielo el colérico murmullo;
El valor extremado de su alma
Se irrita más y más con la codicia
De romper el primero los recintos
Y de natura las ferradas puertas.
La fuerza vigorosa de su ingenio
Triunfa y se lanza más allá los muros
Inflamados del mundo, y con su mente
Corrió la inmensidad...

Nótase, en general, que en la versión de los trozos didácticos el traductor decae, apareciendo en repetidas ocasiones frío, prosaico y descuidado versificador. A los pasajes mejor interpretados siguen otros casi intolerables por lo desaliñado del estilo y lo duro y escabroso de la metrificación. Vese a las claras que el anónimo traductor era buen latinista (en general, el texto está vertido con escrupulosa fidelidad) y hombre de no despreciables [p. 104] dotes poéticas, pero de gusto poco fino y seguro. Así que entre versos armoniosos y bien construídos no titubea en intercalar otros que hieren y lastiman el oído; repite hasta la saciedad determinadas palabras, en especial la de «naturaleza», abusa de los adverbios en «mente» por su naturaleza antipoéticos, no tiene reparo en colocar inmediatos o muy cercanos versos asonantados, y por tal manera destruye el efecto de sus mejores trozos. Atiende, en general, más a la fidelidad que a la elegancia de la traducción. Cuando Lucrecio decae, su traductor lo hace lastimosamente; cuando el poeta latino se levanta en alas de su genio, el intérprete castellano se enciende en el sacro fuego de su modelo, y llega a producir acentos de noble y verdadera poesía. Véase la descripción del sacrificio de Yfigenia:

A la manera que en Túlide un tiempo
El altar de Dïana amancillaron
Con la inocente sangre de Yfigenia,
La flor de los caudillos de los griegos
Los héroes más famosos de la Acaya.
Después que la cabeza rodearon
De la doncella con fatales vendas
Que por ambas mejillas la colgaban;
Cuando vió que su padre entristecido
Estaba en pie, del lado de las aras,
Y junto a él cubriendo los ministros
El cuchillo, y su pueblo derramando
En su presencia lágrimas a mares,
Muda de espanto, la rodilla en tierra,
Como una desgraciada suplicante,
No la valía en tan fatal momento
Haber dado al monarca la primera
De padre el nombre, pues arrebatada
Por varoniles manos, y temblando
Fué llevada al altar, no como hubiera,
En himeneo ilustre acompañada,
Ido a las aras con solemne rito,
Antes doncella, en el instante mismo
De sus bodas, cayese degollada,
A manos de su padre, impuramente,
Inmolada, cual víctima infelice,
Para dar a la escuadra buen suceso.
¡Tanta maldad persuade el fanatismo!
[p. 105] Traducción enérgica del Tantum relligio potuit suadere malorum, comparable en concisión con la sentencia de Lucrecio, y encerrada, como ella, en un solo verso. Aún es mejor el siguiente pasaje del Canto primero:
¿Tal vez perecen las copiosas lluvias,
Cuando las precipita el padre Éter
En el regazo de la madre tierra?
No; pues hermosos frutos se levantan,
Las ramas de los árboles verdean,
Crecen y se desgajan con el fruto;
Sustentan a los hombres y alimañas,
De alegres niños pueblan las ciudades,
Por cualquier parte, en los frondosos bosques
Se oyen los cantos de las aves nuevas,
Y los ganados de pacer cansados
Tienden sus cuerpos por la verde alfombra,
Y sale de sus ubres atestadas
Copiosa y blanca leche sus hijuelos
De pocas fuerzas, por la tierna yerta
Lascivos juguetean, conmovidos
Del placer de mamar la pura leche.

Véase otra descripción llena de vigor y robustez. Hállase en el mismo Canto:

La fuerza enfurecida de los vientos
Revuelve el mar, y las soberbias naves
Sumerge, y desbarata los nublados;
Con torbellino rápido corriendo
Los campos a la vez, saca de cuajo
Los corpulentos árboles, sacude
Con soplo destructor los altos montes,
El ponto se enfurece con bramidos,
Y con murmullo aterrador se ensaña.
Pues son los vientos cuerpos invisibles
Que barren tierra, mar y el alto cielo
Y esparcen por el aire los destrozos:
No de otro modo corren y arrebatan,
Que cuando un río de tranquilas aguas
De repente sus márgenes extiende
Enriquecido de copiosas lluvias,
Que de los montes a torrentes bajan,
Amontonando troncos y malezas:
Ni los robustos puentes la avenida
[p. 106] Impetuosa resisten de las aguas:
En larga lluvia rebosando el río,
Con ímpetu estrellándose en los diques,
Con horroroso estruendo los arranca,
Y revuelve en sus ondas los peñascos,
Con furor destruyendo los contornos:
Del mismo modo los furiosos vientos,
Semejantes a un río impetuoso,
Se arrojan sobre un cuerpo, y le sacuden,
Y le llevan delante con gran fuerza,
Y en remolino rápido girando,
Mil vueltas le hacen dar a la redonda.

Canto segundo, comienza así:

Revolviendo los vientos las llanuras
Del mar, es deleitable desde tierra
Contemplar el trabajo grande de otro,
No porque dé contento y alegría
Ver a otro trabajado, mas es grato
Considerar los males, que no tienes;
Süave también es sin riesgo tuyo
Mirar grandes ejércitos de guerra
En batalla ordenados por los campos,
Pero nada hay más grato, que ser dueño
De los templos excelsos guarnecidos
Por la tranquila ciencia de los sabios
Desde do puedas distinguir a otros
Y ver cómo confusos se extravían
Y de la vida buscan el camino
Vagabundos, debaten por nobleza,
Se disputan la palma del ingenio
Y de noche y de día no reposan
Por adquirir tesoro, y ser tiranos.
¡Oh míseros humanos pensamientos!
¡Oh pechos ciegos! entre qué tinieblas
Y a qué peligros exponéis la vida
Tan rápida, tan breve! ¿Por ventura
No oís el grito de naturaleza,
Que alejando del cuerpo los dolores
De grata sensación el alma cerca,
Librándola de miedo y de cuidado?
Vemos cuán pocas cosas son precisas
Para ahuyentar del cuerpo los dolores
Y bañarle en delicias abundantes;
Si no se ven magníficas estatuas
[p. 107] De cuyas diestras juveniles penden
Lámparas encendidas por las salas,
Que nocturnos banquetes iluminan,
Ni el palacio con plata resplandece,
Ni reluce con oro, ni retumba
El artesón dorado con las liras, &, &.

Canto tercero. Empieza:

¡Oh tú ornamento de la griega gente
Que encendiste el primero entre tinieblas
La luz de la verdad, adoctrinando
Sobre los intereses de la vida!
Yo voy en pos de ti y estampo ahora
Mis huellas en las tuyas, no codicio
Ser tanto tu rival, como imitarte
Ansio enamorado ¿Por ventura
Entrara en desafío con los cisnes
La golondrina? o los temblosos chotos
Volaran por acaso en la carrera
Así como el caballo vigoroso?
Tú eres el padre y creador de ciencia,
Y del modo que liban las abejas
En los bosques floríferos las mieles,
Así también nosotros de tus libros
Bebemos las verdades más preciosas,
Preciosas, varón ínclito, muy dignas
De tener siempre vida perdurable, &. &.

Canto 4.º Principia así:

Los sitios retirados del Pierio
Recorro, por ninguna planta hollados;
Me es gustoso llegar a íntegras fuentes,
Y agotarlas del todo; y me deleito
Cortando nuevas flores, coronarme
Las sienes con guirnalda brilladora
Con que no hayan ceñido la cabeza
Las doctas musas a poeta alguno,
Primero porque enseño cosas grandes
Y trato de romper los fuertes nudos
De la superstición agobiadora;
Después porque enseñando las materias
De suyo oscuras, con pieria gracia,
Hablo en verso tan dulce, a la manera
Que cuando intenta el médico a los niños
[p. 108] Dar el ajenjo ingrato, se prepara
Untándoles los bordes de la copa
Con dulce y pura miel, para que pasen
Sus inocentes labios engañados
El amargo brebaje del ajenjo,
Y la salud les torne aqueste engaño
Y dé fuerza y vigor al cuerpo débil, &. &.

Canto quinto:

¿Quién con robusto pecho cantar puede,
Según la magestad de los objetos,
Estos descubrimientos asombrosos?
¿O quien tan elocuentes labios tiene
Que pueda celebrar las alabanzas
De Epicuro inmortal, sublime genio?
Nadie que mortal cuerpo haya tenido,
Porque si como exige la grandeza
De los descubrimientos de las cosas,
Es preciso que hablemos de las mismas,
Un Dios fué aquel, un Dios, ínclito Memmio,
Que primero inventó aquel plan de vida,
Que hoy de «sabiduría» tiene nombre,
Haciendo que por medio de esta arte
Sucediese la calma a los tormentos
Y a las tinieblas una luz hermosa, &.

Véase cómo interpreta el Tum porro puer, ut saevis projectus ab undis navita:

Y el niño semejante al marinero,
Que a la playa lanzó borrasca fiera,
Tendido está en la tierra, sin abrigo,
Sin habla, en la indigencia y desprovisto
De todos los socorros de la vida,
Desde el momento en que naturaleza
A la luz le arrancó con grande esfuerzo
Del vientre de su madre; y llena el sitio
De lúgubre gemido, como debe
Quien tiene que pasar trabajos tantos!

Canto sexto:

En otro tiempo Atenas la primera
Ciudad famosa descubrió los frutos
[p. 109] A los mortales desafortunados,
Y les dió nueva vida y les dió leyes
Y la primera dió dulces consuelos
Contra las desventuras de la vida,
Cuando produjo al mundo el varón sabio
De cuya boca la verdad salía,
Y de cuyas divinas invenciones
Se asombra el universo, y cuya gloria,
Triunfando de la muerte se levanta
A lo más encumbrado de los cielos,

De buen grado transcribiríamos, si su extensión no lo impidiera, la descripción de la peste, que cierra el poema de Lucrecio. Bastan los principios de los cantos y las ligeras muestras, que de algunos dejamos transcritas, para apreciar en algún modo el mérito y los defectos de esta versión absolutamente desconocida. Sabemos que su ilustrado poseedor trata de darla a la estampa, y esperamos que antes de mucho podremos leer a Lucrecio en lengua castellana. La traducción anónima, cuyo artículo bibliográfico acabamos de extender, suplirá la falta de otra más acabada, ya que por desgracia ha perecido la que en sus juveniles años trabajó Burgos, con la cual acaso no tuviéramos que envidiar ni la de Lagrange, ni la de Clarcke, ni la de Marchetti.

Esta versión debe ser obra del abate D. José Marchena.

ANÓNIMO.

Carta que envía la Reina Filis a su amado Demofón, quejándose de su tardanza en Atenas, donde él era Señor; y esto por le haber prometido de venir dentro de un mes; y viendo que se tardaba, escribe la presente carta.

En 4.º, 7 hojas. Frontis. Letra gótica. Sin lugar ni año.

El frontis representa una reina sentada en su trono, con un globo en la mano, y a la vuelta se encabeza la plana con dos figuras de galán y dama.

En seguida comienza la obra. Es una traducción o paráfrasis de la Heroida segunda de Ovidio. El ignorado autor de este pliego [p. 110] suelto, hoy rarísimo, llevaba sin duda la mira de popularizar las creaciones de la musa clásica. Gallardamente cumplió su intento, por lo que toca a esta Heroida y tal vez respecto a la de Dido y Eneas, que en el artículo siguiente mencionamos. ¡Cómo habría penetrado el buen gusto hasta en las clases inferiores de la sociedad, en la época del Renacimiento, cuando se impriman para uso del pueblo traducciones bellísimas de los clásicos latinos, en la misma fortuna en que desde fines del siglo XVII vienen imprimiéndose los pliegos sueltos que relatan las hazañas de famosos bandidos y malhechores!

Con buen acuerdo escogió el anónimo traductor a Ovidio, poeta el más dulce y tierno de los latinos, predilecto siempre de los españoles, como lo demuestran las numerosas traducciones de las Heroidas y de los Metamorfoseos, mencionadas en este catálogo. Hábilmente supo trasladar las bellezas del original en fáciles y escondidos versos castellanos. Con frecuencia amplifica demasiado y la traducción es sobrado difusa respecto al original, pero tales defectos se perdonan fácilmente en una composición escrita sin pretensiones literarias y en la que el autor, dirigiéndose al pueblo, ha ocultado hasta su nombre. Por lo demás, es tal la facilidad y dulzura del poeta, tal la sonoridad y armonía de sus versos, a tal punto ha sabido asimilarse el espíritu del original, sin pretenderlo ahincadamente, que tales cualidades harían perdonar mayores yerros. Transcribiremos en este lugar algunos pasajes, para amenizar algún tanto la aridez de este trabajo bibliográfico. Comienza la carta:

FILIS A DEMOFÓN                                    PHYLLIS DEMOFOONTI

Tu huéspeda, Demofón,                           Hospita, Demophoon, tua te Rhodo
Triste Filis Rodopea                                                                       [peia Phyllis
De tu cruel condición                              Ultra promissum tempus abesse queror.
Me quejo, pues sin razón                                                                          
La muerte darme desea.                           .....................................................
Quéjomo tú ser absente
Más del tiempo prometido;
Quéjome, pues, que lo siente
Mi corazón tan doliente
De las llagas de Cupido.

[p. 111] Más adelante dice (verso 106 del original latino):

¡Ay de mí! ¿Qué Filis sea?                               Hei mihi! si, quae sim Phyllis et unde,
Si preguntas por ventura                                                                                        [rogas:
Soy la que verte desea,                                      Quae tibi Demofhoon, longis erroribus
Soy la que cuando te vea                                                                                        [acto
Terná la vida segura.                                          Threicios portus hospitiumque dedi.
Soy la que tú, Demofón,
Traído por tus errores
Cautivaste en la prisión
Perpetua sin remisión
Que me dieron tus amores
Yo soy la que mi posada,
Puertos y Tracia te di,
Yo soy Filis engañada
Que pasa y tengo pasada
Tan mala vida por ti.
Yo soy la que tu riqueza,
Demofón, te acrecentó,
Por cuya grande crueza                                      Cujus opes auxere meas, cui dives
Ha crescido mi tristeza,                                                                                [egenti
Pues tu palabra faltó                                          Manera multa dedi, multa datura fui.
A ti pobre y amenguado
Mucha riqueza te di.
Mucha mis hubiera dado,
Si quisiera tu cuidado
Memoria tener de mí.
Soy la que te quise dar
El mi reino por subjeto,                                     Quae tibi subjeci latissima regna Lycurgi,
La que no puede dejar                                                                                        
Tuya siempre se llamar                                      Nomine femineo vix satis apta regi.
De corazón, sin defeto.
Escasamente regidos
Pueden ser bien por mujer
Los mis reinos sometidos
A tí, por quien son perdidos
Los tiempos de mi placer.

De la parte que se muestra
Ródope muy cavernoso                                      Qua patet umbrosum Rhodope glacialis
Son reinos y tierra nuestra,                                                                          [ad Haemum
Hacia la grande traspuesta                                Et sacer admissas exigit Hebrus aquas.
Del Hemo, monte famoso.
Por donde el Hebro sagrado
Sus aguas lanza en la mar
Es el mi reino alargado
Que por quererte de grado
Yo loca te quise dar.
[p. 112] A ti mi virginidad                           Cui mea virginitas avibus libata si
Te di con falsa esperanza                                                                                        [nistris,
Cuya poca lealtad                                                     Castaque fallaci zona recincta manu.
Mil agüeros en verdad
Me mostraron sin tardanza.
Con tu mano fue ceñida
Por ti la faja muy casta,
Siendo por ti rescebida,
Por cuya maldad crescida
Toda mi vida se gasta.
La furia, pues, infernal                                             Pronuba Tesiphone thalamis ululavit
Tesifone dió bramidos                                                                                                [in illis
En mis bodas, que al fatal                                        Et cecinit moestum devia carmen avis.
Día de pena mortal
Causó mis males crescidos.
Entonces yo vi cantar
A aves tristes triste canto,
Queriendo profetizar
Ser muy dignas de llorar
Mis bodas con triste llanto.

Alecto estuvo presente                                             Adfuit Alecto, brevibus torquata colubris,
De culebras muy cercada,                                                                                                
Sabiendo cuán prestamente                                      Suntque sepulcrali lumina mota face.
Sería ya conveniente
La mi vida ser llorada.

De mortajas y tristeza
Fueron hachas encendidas
En mis bodas, que crueza
Tiene con tanta firmeza
Para siempre destruídas.
Pero yo siempre muy triste
Playas y rocas paseo                                                 Moesta tamen scopulos fruticosaque
Desque venir prometiste,                                                                                [littora calco,
Después que de aquí partiste                                      Quaque patent oculis aequora lata
Y nunca venir te veo.                                                                                                 [meis.
Y adonde más se parescen
Los mares, echo los ojos;
Mirando, mis penas crescen
Y nunca más ver merescen
Si cuidados a manojos.
Hora siendo esclarescida
Con el lucero la tierra,                                             Sive die laxatur humus, seu frigida
O la tiniebla venida,                                                                                             [lucent;
Es de continuo crescida                                           Sidera, prospicio, quis freta ventus
La pena que me da guerra.                                                                                        [agat;
Siempre miro por el viento
[p. 113] Que entonces mueve la mar,
Por ver si mi pensamiento
De tan sobrado tormento
Veniendo quieres librar.

E las que de lejos veo                                        Et quaecumque procul venientia lintea
Velas en el mar venir,                                                                                              [vidi,
Que me traen siempre creo                                Protinus illa meos auguror esse deos.
A Demofón, que el deseo
Nunca deja de servir.
Adevino también luego
Que traen a mi dios aquellas,
Porque vive siempre ciego
Mi pensamiento del fuego
Que causaron tus centellas.
Voy corriendo a ver la mar
Que cuasi no me detienen                                    In freta procurro, vix me retinentibus
Las aguas en el entrar                                                                                             [undis
para me certificar                                                   Mobile qua primas porrigit aequor
Si tus naos son las que vienen                                                                              [aquas.
Por la parte por la cual
El mar sus aguas extiende,
Allí voy pensar mi mal,
Que ser tanto desigual
De tu tardanza depende
Y cuanto se allegan más                                       Quo magis accedunt, minus et minus
Estoy muy más sin provecho.                                                                       [utilis adsto;
¡Oh cuidado sin compás,                                      Linquor et ancillis excipienda cado.
Llagado siempre ternás
De pesares este pecho!
Desmayo con la pasión,
Levántanme mis criadas,
Es tanta mi perdición
Que queman mi corazón
Estas llamas afeadas.
Un golfo que es encorvado                                 Et sinus adductos modice falcatus in
En dos arcos estendidos,                                                                                    [arcus
Ya tengo muy bien mirado,                                  Ultima praerupta cornua mole rigent.
Para en él ser acabado
El dolor de mis sentidos.
Las sus dos puntas finales
Son rocas de gran altura,
A do quiero que mis males
Acaben sus desiguales
Tormentos y desventura.
Daquí tuve pensamiento                                       Hinc mihi suppositas immittere corpus
Mil veces me despeñar,                                                                                      [in undas
[p. 114] El cuerpo lanzar sin tiento        Meus fuit et quoniam fallere pergis,
En las aguas, pues más siento                                                                       [erit.
Tan triste vida pasar,                                        .....................................................
Y pienso que ansí será.
Pues usas de tal engaño,
Matarme mejor será
Y el cuerpo padescerá
En morir un solo daño.»

La carta termina así:

El huéspede Demofón                                      Phyllida Demophoon leto dedit hospes
A Filis dió triste suerte,                                                                                [amantem,
Por quererle sin razón                                      Ille neci causam praebuit, ipsa manum
Le causó tanta pasión
Que fué causa de su muerte.
Él causa de se matar
A la triste Filis dió,
Mas ella por desear
Hacer fin a su penar
Con sus manos se mató.»

Consta esta versión de 73 coplas, acabadas las cuales se pone un villancico:

Miren bien los amadores
Que la muerte con dolor
Es la paga del amor.

El último pie se glosa en una copla de 7 versos.

ANÓNIMO.

Carta de Dido a Eneas.

Impresa en 4.º, letra gótica, el tipo parece el mismo de la carta de Filis a Demofón. Las creemos obra de un mismo traductor, pero por no tener seguridad completa, las colocamos en artículos separados. El estilo parece idéntico. La carta de Dido a Eneas comienza:

[p. 115] Eneas, pues que te vas
Y me dejas tan burlada
Toma esta carta y no más
En que mi muerte verás
Por ti solo ser causada.
Siente agora el gran dolor
Que me das con tu partida,
Agradece el gran amor
Que te puso con favor
Reparando tu venida.

Es traducción de la Heroida séptima de Ovidio. No hemos tenido ocasión de ver este segundo pliego, mencionado por don Bartolomé José Gallardo.

Santander, 15 de agosto de 1874.

ANÓNIMO.

Marcial en verso castellano. Traducción hecha, a lo que parece, en tiempo de Felipe IV. Consérvase manuscrita en la Biblioteca Nacional (Códice M-III). Precédela el siguiente prólogo:

«Intentaba traducir a Marcial, y ofrecióseme su epigrama 17 del libro primero:

Sunt bona, sunt quaedam mediocria, sunt mala plura,
Quae legis hic: aliter non fit, Avite, liber.

Con que me pareció echar mano de lo más entretenido, honestando lo que ha expurgado el escrúpulo, con que le concedo lo que me pide en la 36 del libro primero.

Parcas lusibus et jocis rogamus,
Nec castrare velis meos libellos.

Y aunque así les queda indecencia, pasará embozada, porque no se malogre el donaire del autor, y porque a borrones sueltos que no han de ver la imprenta se les puede permitir, mudando las dicciones o dejándolas en su latín, corno el de «Mentula», con la disculpa que hallo en el mejor de sus príncipes, epigrama 15 del libro 11.º:

Quam sanctus Numa mentulam vocabat,

menos decente por ser su lenguaje vulgar.

[p. 116] Mi intento fué divertir una melancolía, procedida del agravio, que es bien notorio a los más ignorantes. (¿Qué agravio será éste?) y al paso que ha caminado, me he dejado llevar, con que salió la traducción más larga de lo que pensaba en su principio. Lo que usted puede hacer es lo que él aconsejó, ep. 3, libro 13, dejando lo que no le pareciere bien:

Praetereas, si quid non facit adstomachum.

Y cuando todo no sea igualmente entretenido, se librará de la censura, que hizo uno de las obras de Séneca, diciendo que no dejan descansar al entendimiento, que es lo que contiene la epigrama 59 del libro 10 de nuestro poeta.

Non opus est nobis nimium lectore guloso.
Hunc volo, qui fiat non sine pane satur.

En la traducción he procurado llegarme a la letra y hallando variedad en los expositores, hacerme árbitro, dando licencia para que el que reparare en ello, haga lo mismo.

Alabo la religiosa honestidad de Radero, mas cansa su demasiado escrúpulo, cuando deja de traducir la 25 en el libro de los espectáculos:

Dum peteret dulces audax Leander amores.

Donde no hay palabra deshonesta, ni más de que el pobre nadador, que se iba a casar, nadaba en carnes, como se acostumbra, que si fuera deshonestidad no se permitiera la tabla del Paraíso, por estar nuestros primeros padres así; y no fué menor niñería quitar dos versos en la epig. 110 del libro primero, donde dice: «La braca de Publio era tan honesta que no conoció a Venus, ni se halló marido para tan tierna doncella.» Gracioso melindre en quien no se escandaliza de los besos de Póstumo, epigramas 10, 12, 21, 22 y 23 del libro 2.º, como si fueran más permitidos en lo nefando que en Lesbia. Dejo otros porque no es mi intento embarazarme en su censura, de que se escapa por haber nacido alemán. (Nótese) que yo sólo trato de mi excusa en oídos que tanto [p. 117] reverencio. Dádiva es pequeña, según mi deseo, que lleva la disculpa en la epigrama 59, libro 5.º del mismo:

Quod non argentum, quod non tibi misimus aurum
Hoc facimus causa, Stella diserte, tuâ.
Quisquis magna dedit, voluit sibi magna remitti;
Fictilibus nostris exoneratus onus.

Con que merezca perdón mi atrevimiento. Vale.»

Comprende esta traducción los siguientes epigramas:

Del libro de los espectáculos. 1.º (dos traducciones), 9, 10, 11, 12, 13, 14, 17. 18, 19, 20, 22, 29 y 30.

Del libro primero. 7, 11, 14, 16, 17, 20, 21, 22, 23, 24, 25, 26, 29, 30, 33, 34, 35, 36, 37, 38, 39, 40, 41, 43, 45, 47, 48, 49, 52, 55, 56, 57, 58, 59, 60, 61, 62, 63, 64, 65, 69, 72, 73, 74, 75, 76, 77, 78, 82, 84, 85, 88, 90, 91, 92, 94, 96, 98, 99, 100, 104, 105, 107, 108, 110, 111, 113, 115, 116 y 117.

Del libro segundo. 2, 3, 4, 5, 7, 9, 10, 11, 12, 13, 15, 16, 18, 19, 20, 21, 22, 23, 24, 25, 26, 27, 29, 30, 32, 33, 34, 36, 38, 40, 41, 43, 44, 46, 48, 50, 51, 53, 54, 55, 56, 57, 58, 59, 60, 61, 62, 63, 64, 66, 68, 69, 75, 76, 77, 79, 80, 82, 85, 86, 87, 88, 89, 90 y 91.

Del tercero. 3, 4, 8, 9, 10 a 15, 26, 27, 28, 30, 32, 33, 34, 36 a 40, 42, 43, 45, 46, 49, 50, 51, 52, 55, 60, 62 a 66, 68, 69, 70, 72, 74, 76, 79, 80, 85, 89, 91 a 95.

Del cuarto. 13, 15, 16, 18, 20, 21, 22, 24, 26, 27, 33 a 38, 42, 48, 49, 51, 54, 56, 59 a 63, 65 a 80, 82, 83, 86, 88 y 90.

Del quinto. 4, 9 a 17, 20, 21, 22, 29, 30, 44, 45, 48, 49, 51, 52, 54, 58 a 66, 74, 76, 78, 81, 83 y 85.

Del sexto. 5, 7, 8, 10, 11, 12, 18, 20, 22, 23, 25, 28 a 32, 34, 36, 38 a 40, 45, 48, 51, 52, 53, 55, 61 a 63, 67, 70 a 72, 74 a 79, 82, 84, 86, 88 a 90, 92 a 94.

Del séptimo. 2 a 4, 8, 9, 11 a 13, 17, 20, 24, 33, 35, 38, 39, 41, 42, 45, 47, 52, 63, 65, 75, 76, 80, 82, 84, 85, 86, 87, 89, 91, 93 a 101.

Del octavo. 9, 10, 12, 15, 17, 19, 20, 23, 24, 27, 30, 31, 32, 35, 38, 43, 44, 46, 52 a 54, 56, 57, 60, 69, 73 y 77

Del noveno. 6, 11, 15, 16, 22, 30, 31, 33, 36, 42, 43, 47, 49, 51, 52, 54, 68, 75, 80, 82, 83, 84, 87, 89, 90 a 94, 98 y 103.

[p. 118] Del décimo. 8, 14, 15, 16, 18, 21, 23, 27, 29, 32, 39, 43, 47, 49, 53, 60, 67, 69, 75, 77, 81, 82, 83, 84, 90, 91, 95, 97 y 102.

Del undécimo. 6, 8, 14, 15, 16, 30, 33, 35, 36, 40, 41, 44, 45, 50, 55, 63, 65, 66, 68, 69, 72, 77, 79, 84, 87, 88, 90, 93, 94, 98, 104 y 105

Del duodécimo. 7, 10, 12, 13, 17, 20, 22, 23, 25, 30, 33, 34, 35, 38, 40, 41, 42, 45, 47, 51, 54, 56, 59, 62, 64, 66, 69, 74, 78, 79, 80, 82, 85, 92, 94, 95, 98, 101, 102 y 103.

Sigue un índice alfabético muy completo.

El manuscrito parece original, consta de 157 folios numerados y 16 de tabla, dos blancos, uno al principio y otro al fin.

Imagino que esta versión es distinta de la que hizo Tamayo de Vargas (Vide «A los aficionados de la lengua española», al frente del Plinio de Jerónimo de Huerta) y distinta también del Marcial redivivo de D. Jusepe Antonio González de Salas. No hay indicio por donde pueda rastrearse el nombre del traductor. Fué, sin duda, uno de tantos aficionados como tuvo Marcial en el siglo XVII. Citaremos algunas muestras de este curioso trabajo, hasta hoy desconocido:

Del libro de los espectáculos, epig. 1.º, Barbara Pyramidum:

Calle de las Pirámides de Egipto
Los bárbaros milagros que pregona
Menfis, y de los muros que blasona
No hable el babilónico distrito.

No se alabe la máquina y el rito
Del templo de la hija de Latona,
Ni los cuernos de altar que un Dios abona,
Y por su inmensidad no admite escrito.

Caría no ensalza con loores varios
Los Mausoleos que colgó del viento;
Todo se olvide ya de aquí adelante.

Los asombros del mundo extraordinarios
Calle la fama, dé a su trompa aliento
Y del anfiteatro sólo cante.

Epigrama 18 del mismo libro, Lambere securi:

La tigre del suelo Hircano
Gloria rara y en el nuestro
Enseñada del maestro
[p. 119] A lamer la diestra mano,
Volvió tan embravecida
Que despedazó al furioso
León, con diente rabioso,
Cosa en ningún tiempo oída,
No se atrevió a tal crueza
Cuando en las selvas vivía,
Porque nuestra compañía
Le infundió mayor fiereza.

Del libro primero, ep 22. Cum peteret regem:

Mucio ante el rey el brazo belicoso
Engañando la guardia al fuego llega,
Y a las sagradas llamas se lo entrega,
De que en ellas perezca deseoso.

Admirado de ver el riguroso
Milagro, el rey a su valor se allega
Y no sólo el enojo no le ciega,
Mas de enemigo pasa a ser piadoso.

Manda salvar del fuego al varón fuerte
Y que libre se vaya porque quiere
Huir de mano, aunque abrasada, fiera.

Dichoso error, pues mejoró la suerte,
Con que fama mayor y gloria adquiere,
Porque a no errar, menor hazaña hiciera.

Epigrama 33 del mismo libro. Non amo te, Sabidi:

Decir no sé la ocasión,
Sabido, si te desamo,
Sólo sé que no te amo,
Pero no sé la razón.

Epigrama 3 del libro segundo:

Sexto bien puedes negar
Lo que a pedir se te viene,
Que no debe quien no tiene,
Sino el que puede pagar.

Epigrama 48. Nuper erat medicus:

Diaulo el enterrador
En este piadoso oficio
[p. 120] No ha perdido el ejercicio
Del tiempo que era doctor.
Santander, 10 de septiembre de 1874.

ANÓNIMO.

Traducción de la oda 11.ª del libro 1.º de Horacio.

Hállase en las Flores de poetas ilustres de Pedro de Espinosa. (Vide el art. de Bartolomé Martínez). Es de incierto autor. Atribúyenla algunos a D. Luis de Góngora y otros a Pedro de Espinosa. Entrambas opiniones nos parecen destituídas de fundamento, pues a ser de Góngora, el colector de las Flores no hubiera dejado de incluirla entre las muchas poesías de Góngora insertas en aquella celebre antología, y si fuera obra del mismo Espinosa, no hubiera tenido reparo en darla su nombre, como a tantas otras composiciones propias incluídas en su escogida colección. Por otra parte no descubrimos en la versión citada el estilo de Góngora ni el de Pedro de Espinosa. La traducción mencionada dice así:

No indagues (oh Leuconoe) con cuidado
Curioso, que saberlo es imposible
El fin que a ti y a mí determinado
Tiene el supremo Dios incomprensible,
Ni quieras tantear el estrellado
Cielo y saber el número imposible,
Cual babilonio, mas el pecho fuerte
Opón discretamente a cualquier suerte.

Ora el Señor del cielo poderoso
Que vivas otros mil inviernos quiera,
Ora en este postrero riguroso,
Se cierre de tu vida la carrera
Y en este mar tirreno y espumoso,
Que agora brava tempestad y fiera
Quebranta en una y otra roca dura
Te dé juntas la muerte y sepultura;
Quita el cuidado que tu vida acorta
Con un maduro seso y fuerte pecho,
No quieras abarcar en vida corta
De la esperanza corta largo trecho,
[p. 121] La vida huye, lo que más te importa
Es no poner en duda tu provecho
Coge la flor que hoy nace alegre, ufana,
¿Quién sabe si otra nacerá mañana?

ANÓNIMO.

«Traducción de los primeros versos del Arte Poética de Horacio. Publicóla Sedano, llamándola madrigalete.» Hállase en el tomo IX del Parnaso Español, pág. 370. A pesar de su insignificancia reproducimos este fragmento, por las agrias cuestiones a que dió lugar entre Iriarte y Sedano. (Véase el art. de Iriarte):

Si a la cabeza de una hermosa dama
Le aplicase un pintor cuello de yegua
Y los miembros de varios animales,
Aves y fieras, rematando todo
En pece horrible, al ver tal monstruo, amigos,
¿Contuvierais la risa? Pues, Pisones,
Creed que esta pintura es todo libro
En que, cual sueño de hombre delirante,
Se fingen monstruos de conceptos vanos
Sin tener proporción, pies ni cabeza.

Léase la acerba, pero fundada crítica que de esta versión hizo Iriarte en el diálogo que lleva por título Donde las dan, las toman.

ANÓNIMO.—D. J. M.

Probablemente D. José Marchena, aunque no tenemos seguridad entera.

En el número XVI de las Variedades de Ciencias, Literatura y Artes, correspondiente al 15 de agosto de 1804, apareció un breve artículo de Quintana acerca de Ossian y de una nueva traducción española de sus poemas. En el advierte el insigne poeta y crítico que «un español ausente de su patria más de doce años ha, y que en medio de las vicisitudes de su fortuna no ha dejado de cultivar las musas castellanas, tiene enteramente traducido [p. 122] a Ossian en nuestra lengua y se propone publicarle. Pero queriendo antes tantear la opinión del público sobre su trabajo ha remitido diferentes trozos al autor de este artículo con una carta, etcétera.»

Todas las circunstancias de varia fortuna y ausencia por más de doce años de su patria, convienen exactamente al abate Marchena y no pueden aplicarse con la misma exactitud a D. Juan M. Maury, a quien en un principio creí autor de estos fragmentos. El cantor de Esvero y Almedora usó siempre de las iniciales J. M. M. como puede verse en las mismas Variedades, y el estilo de los trozos ossiánicos no se parece al suyo especialísimo.

Sea como quiera, el ignorado traductor de Ossian hizo su versión directamente del inglés, tradujo asimismo la disertación de Blair acerca de la autenticidad de estos poemas. y proyectó añadir a su obra las mejores notas de Macpherson, Cesarotti, Latourneur, &, y una disertación original sobre los Celtas y el celticismo, en que pensaba demostrar, entre otras cosas, que los Etruscos eran un pueblo céltico, y que los romanos, colonia Etrusca, descendían, por tanto, de los celtas.

Es sobremanera lastimoso que no llegasen a ver la luz pública semejantes trabajos. Los fragmentos de traducción insertos en las Variedades son bellísimos, y nunca se mostró Marchena tan poeta, ni aun en su oda famosa a Cristo Crucificado. Y como quiera que es rarísima la colección del periódico en que salieron, hemos determinado transcribirlos a continuación para solaz de nuestros lectores, como venimos haciendo con todas las traducciones poéticas estimables y de corto volúmen.

En el núm. XVII de las Variedades aparecieron las siguientes:

I. Invocación al Héspero en la introducción a los cantos de Selma:

¡Oh de la falleciente
Noche brillante estrella!
Serena resplandece tu luz bella
En el claro Occidente:
Tu dorado cabello fluctuante
Vaga en tu frente hermosa,
Y de tu nube sales majestuosa
La colina corriendo. En este llano
¿Qué miras?: el insano
[p. 123] Huracán calló ya, lejos murmura
El arroyo sonante;
Allá lejos, del bosque en la espesura,
En la roca escarpada
Bramando va a estrellarse la irritada
Onda del Océano, y susurrando
Mil insectos nocturnos van volando.
¿Qué miras, luz hermosa?
Mas tú partes riendo; de la undosa
Mar las olas acuden, y el luciente
Cabello bañan. Salve silencioso
Astro resplandeciente,
Enciende en tu luz pura
Mi espíritu tenebroso,
E ilumina de Ossian el alma oscura.

II. Diálogo entre Vinvela y Silrico en el poema de Corrictura.

VINVELA.
Hijo es de la colina el amor mío;
Al viento va sonando
Su arco, y sus perros siguen palpitando
El vasto ciervo por el bosque umbrío.
Hijo es de la colina el amor mío:
¿Cuál, di, es de tu reposo
El sitio delicioso?
¿Duermes tú cabe la fuente
O junto al raudo torrente,
Que del monte con estruendo
Baja rugiendo?
El viento que se embravece
Silvando, los juncos mece,
Y la niebla huye volando
La colina despejando.
Yo desde aquella roca
Quiero ver a mi amado,
Sin ser vista; así un día
De la caza tornado
Le vi junto al anciano
Roble de Brano.
Él alto descollaba
Y a todos sus iguales
Se aventajaba.
[p. 124] SILRICO
¿Qué voz escucho amable
Suave cual viento de la primavera?
Yo no oigo el agradable
Son de la fuente, ni la voz parlera
Del aura en las montañas
Que susurrante espira entre las cañas.
Lejos, Vinvela mía,
Lejos voy, de Fingal a la lid fiera,
Ni en la colina umbría
Seguirán ya mis perros mi carrera,
Ni veré tu hermosura
Las huellas estampar en la llanura
Brillante, cual el arco variado
De colores pintado,
O cual de luna cándida
En los mares diáfanos
Refleja el esplendor.
VINVELA
¿Así partes, Silrico, y desolada
Vinvela quedará ?
El corzo sin temor en la escarpada
Roca paciendo está,
Ni teme del desierto el viento fuerte
Ni el árbol silvador,
Que allá lejos al campo de la muerte
Es ido el cazador.
Vos, extrangeros, hijos del undoso
Mar ¡ay! dejadme a mí silencio hermoso.
SILRICO
Si en el campo cayera,
Alza mi tumba fría:
Alza, Vinvela mía,
Cuatro piedras musgosas en memoria
De mi doliente historia.
Así quando viniere
El cazador, sentado
Sobre el sepulcro helado,
Aquí, duerme un caudillo valeroso
Dirá en blando reposo;
[p. 125] Mi espíritu contento
Mis loores oirá en el vago viento.
Cuando Silrico yazca desangrado
No te olvides, hermosa, de tu amado.
VINVELA
Si mi Silrico, ¡ay! muere,
¿Qué será de su amada?
Mísera, desolada
Por siempre ¡ay! viviré.
Errante, sin consuelo,
Por el bosque sombrío,
Por el undoso río
Siempre te buscaré.
Aquí, diré, dormía
Mi cazador amado
De cazar fatigado
En la floresta umbría.
Ay, Silrico, si mueres,
¿Que será de tu amada?
Vinvela desolada
Por siempre vivirá.
Ah, también yo me acuerdo del caudillo,
Dijo el Rey de Morvén: en la pelea
Fuego devorador era su saña,
Mas ora no lo veo.
En la colina le encontrara un día
Pálido el rostro de color de muerte,
La frente torva, de suspiros hondos
Preñado el pecho, en descompuestos pasos
Al yermo caminaba,
Mas ora a mis caudillos no acompaña
Cuando suena el escudo de la guerra.
¿Habita acaso en la morada estrecha
El Jefe de Carmora?
Crazán, replica Ulino,
Entona de Silrico el triste canto
Cuando el héroe tornara a sus colinas,
Y su amada Vinvela era ya muerta.
Sobre su tumba reposaba el mísero,
Y viva la creía.
Hermosa pasear la ve en el valle,
Mas su brillante forma
Rápida se disipa,
Cual el rayo del sol huye en el campo
[p. 126] Y cual tenue vapor se desvanece.
Escucha de Silrico
El canto que es suave, pero triste.
SILRICO
Cabe la pura fuente estoy sentado,
Los vientos silvan en la verde encina;
Un árbol susurrrar oigo agitado.
Del lago se enturbió la cristalina
Cerúlea faz, el corzo apresurado
Desciende volador de la colina,
Los torrentes inundan la maleza,
Cubierto el campo miro de tristeza.
Todo está triste, oscuro y silencioso
Y tristes son también mis pensamientos,
Muestra, oh cara Vinvela, el rostro hermoso,
Y tus cabellos sueltos a los vientos,
Cese de hoy más tu llanto doloroso,
Amada, y sean alegres tus acentos:
Tu caro esposo torna a consolarte
Y a casa de tu padre va a llevarte.
¿Pero quién es aquella
Que cual rayo de luz en la llanura
Ornada de hermosura
Va, cual la Luna del otoño bella,
Como el Sol que en el cielo se pasea
Después de tempestad y el monte orea?
Cobre las altas rocas
Vienes, Vinvela amada,
Pero ronca es tu voz y fatigada
Como de las montañas
La brisa va silvando por las cañas.
VINVELA
¿Y tornas, salvo, amado,
De la guerra? ¿Do están tus compañeros?
Yo tu muerte he escuchado
Y te lloré con oyes lastimeros.
SILRICO
Sí, solo torno, hermosa,
Solo yo torno: todos ¡ay! cayeron
Mis amigos: sus tumbas erigieron
[p. 127] En la llanura undosa
Mis manos. Mas, sumida en tu tristeza,
¿Por qué estás sola, amada, en la maleza?
VINVELA
Sola estoy, oh Silrico, en la morada
Pálida, fría,
Sola en la umbría
Mansión helada.
Por ti Vinvela vivió,
Por ti de dolor murió.
Dice y desaparece
Cual la niebla que el viento desvanece.
SILRICO
¡Dónde huyes rápida!
Mira mis lágrimas
Correr por ti.
Venga en alas de los céfiros
Tu bella imagen plácida,
Dulce, Vinvela, a mí.
Hermosa fuiste
Mientras viviste,
Y hermosa ora también me pareciste.
Yo sentado en la colina,
O en la fuente cristalina
En ti siempre pensaré.
De tu voz dulce el sonido,
Amada, llegue a mi oído,
Cuando yo más triste esté.

III. Diálogo entre Conal y Crimora extractado del mismo poema de Carrictura.

CRIMORA
¿Quién viene del collado
Cual nube con el rayo de occidente
Teñida? Su voz recia es como el viento
Pero dulce es su acento
Como el arpa que suena blandamente
De Corrilo armonioso... ¿No es mi amado?
¿Por qué, Conal, estás oscurecido
Y de acero ceñido?
[p. 128] ¿De Fingal poderoso
No vive ya el linaje valeroso?
¿Quién tu frente oscurece,
Conal, y así tu espíritu entristece?
CONAL
Todos viven, amada,
Serenos tornan de la caza agora,
Cual torrentes de luz de la escarpada
Colina bajan, como fuego ardiente
Sus escudos brillantes el sol dora
Y su terrible voz suena rugiente.
Mas la guerra, amor mío, está cercana,
Tremendo Dargo ha de venir mañana.
CRIMORA
Conal, yo veo sus velas, como espesa
Niebla en la mar escura,
Que a la playa se acercan lentamente:
Mucha, Dargo, es tu gente.
CONAL
Tráeme, amada, la dura
Cota acerada de Rinval valiente,
El escudo esplendente
Que así reluce, cual la luna llena
Que por el Cielo puro va serena.
CRIMORA
Aquí el escudo tienes de Rinval,
Mas a mi padre no le defendió,
Que por la lanza de Gormal cayó:
¡Ah! tú también puedes caer, Conal.
CONAL
Morir bien puedo, amada,
Pero por ti mi tumba será alzada.
Dos pardas peñas frías
Dirán mi nombre a los futuros días.
Sobre mi túmulo
Tu melancólico
[p. 129] Pecho palpitará,
Y tu ojo lánguido
Amargas lágrimas
Por Conal verterá.
Mas aunque eres amable
Cual luz del Cielo pura,
Y muy más agradable
Que de la blanda brisa la frescura,
Quedar no puede tu Conal contigo:
Crimora, alza la tumba de tu amigo.
CRIMORA
Dame esas relucientes
Armas, la lanza de bruñido acero,
Y esa espada que quiero
Yo también encontrar con tus valientes
A ese Dargo tan fiero.
A Dios, rocas de Arvén,
Ciervos, quedad a Dios,
Arroyos de Morvén
¡Ah! nunca tornaremos más los dos.
Lejos el sitio está
Do nuestra tumba fría se alzará.

IV. Pintura de Fingal y canto de los Bardos al principio del poema de Cortón.

¿Quién es aquel que viene
De la tierra extrangera, de sus miles
En torno rodeado? El Sol le dora
Con sus luces radiantes; con sus sueltos
Cabellos juega el viento del Otero,
Plácido es su semblante, de la guerra
Sereno torna, cual süave rayo
Del Sol que sale de encarnada nube
Del Occidente, y el risueño valle
De Cona alumbra. ¿Quién otro sería
Que el hijo de Conal, el Rey famoso
De generosos hechos? Sus colinas
Contento mira, y a sus Bardos manda
Que entonen sus mil voces armoniosas.
Ya por el campo huyeron espantadas
Desbaratadas
Las legiones fieras
Que de extrangeras
[p. 130] Tierras acudieron:
Todos huyeron.
Con dolor profundo
El Rey del mundo
Ve nuestra victoria,
Y nuestra gloria
Mira envidioso:
Blande furioso
La paterna espada,
Su vista airada
Hacia Morvén tornando,
Y en balde nuestra hueste amenazando
Ya por el campo huyeron espantadas
Desbaratadas
Las legiones fieras
Que de extranjeras
Tierras acudieron:
Todos huyeron.
Así cantaban los acordes Bardos
De Selma en el palacio, mil lumbreras
De la extrangera tierra relucían
Del pueblo en medio, y el festín alegre
En torno se extendía...

V. Canto de Fingal en honor de la desgraciada Moyna en el poema de Cortón

Fingal, alzando el canto
Dijo con voz armónica:
«Oh Bardos, los loores
De Moyna malhadada
Entonad: vuestro canto
El espíritu invoque de la hermosa.
¡Sombra desventurada!
De Morvén en las selvas te reposa,
Do mil vírgenes duermen, los amores
De los héroes valientes, el encanto
De los años pasados.
De Balcluta, ¡ay! los muros elevados
Yo los he visto al suelo derrocados.
El fuego resonante
Sus torres consumió, ni de la gente
Se escuchan ya las voces: el torrente
Sus ondas tornó atrás, que interrumpiera
El muro derribado su carrera,
Y en ronco son bramara ondisonante.
[p. 131] Ora en las salas del banquete crece
El cardo, el viento silva meneando
El musgo, y el raposo va mirando
Por las ventanas, la alta yerba mece
Su cabeza a los vientos: desolada,
Moyna, está tu morada,
Tu palacio paterno
Yace sumido en el silencio eterno.
Alzad, oh Bardos, el doliente llanto
Sobre la tierra de los extrangeros;
Cayeron los primeros,
Mas nosotros también un día caeremos,
Y sólo viviremos
En el suave, melodioso canto.
Hijo del tiempo alado
¿A qué levantas, ¡ay! el torreado
Palacio? vendrá día
Que del desierto el huracán furioso
Soplando le derrueque, ¿ya espantoso
No le escuchas ahullar en tu vacía
Sala, y silvar por entre los gastados
Escudos de los años horadados?
Mas venga cuando quiera
El torbellino rugidor, mi nombre
Vivirá eternamente, y el renombre
De mi diestra guerrera
Dirá la voz del Bardo pregonera:
Alzad el armonioso
Cántico, y la alegría
Mi palacio frena en este día.
Cuando tú caigas, hijo luminoso
Del Cielo, si tu luz ha de eclipsarse,
Si tu almo resplandor ha de apagarse,
¡Oh Sol, cual de Fingal la valentía,
Nuestro nombre glorioso
No morirá contigo, que esplendente
Vivirá en la memoria eternamente!

VI. Apóstrofe al Sol con que termina el poema de Cortón.

¡Oh! tú que luminoso vas rodando
Por la celeste esfera
Como de mis abuelos el bruñido
Redondo escudo, ¡oh Sol! de dó manando
En tu inmortal carrera
¿Va, di, tu eterno resplandor lucido?
[p. 132] Radiante en tu belleza
Magestuoso te muestras, y corridas
Las estrellas esconden su cabeza
En las nubes, las ondas de Occidente
Las luces de la luna oscurecidas
Sepultan en su seno; reluciente
Tú en tanto sólo vas midiendo el cielo.
¿Que quién puede seguir tu inmenso vuelo?
Los robles empinados
Del monte caen: el alto monte mismo
Los siglos precipitan al abismo:
Los mares irritados
Ya menguan, y ya crecen,
Ora se calman, y ora se embravecen:
La blanca luna en la celeste esfera
Se pierde, mas tú, oh Sol, en tu carrera
De eterna luz brillante
Ostentas tu alma—faz, siempre radiante.
Cuando el mundo oscurece
La tormenta horrorosa
Y el relámpago vuela, y cruje el trueno,
Tú, riendo sereno,
Muestras tu frente hermosa
En las nubes, y el Cielo se esclarece.
¡Ay! que tus puros fuegos
En balde lucen, que los ojos ciegos
De Ossian no los ven más: ya tus cabellos
Dorados vaguen bellos
En las bermejas nubes de Occidente,
Ya en las puertas se mezclan del Oriente!
Pero también un día tu carrera
Acaso tendrá fin como la mía,
Y sepultado en sueño en la sombría
Nube no escucharás la lisonjera
Voz de la roja aurora:
¡Sol! en tu juventud gózate ahora.
Escura es la edad yerta
Como la claridad de luna incierta,
Que brilla entre vapores nebulosos,
Y entre rotos nublados: con violento
Soplo del Norte el viento
En la llanura silva, y temerosos,
Su curso suspendiendo
Los peregrinos oyen el estruendo.

Notas