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Obras completas de Menéndez... > BIBLIOTECA DE TRADUCTORES... > I : (ABENATAR–CORTÉS) > ADICIÓN : ACUÑA DE FIGUEROA, FRANCISCO.

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Nació en Montevideo el 20 de septiembre de 1790 Y murió en 6 de octubre de 1862. Había sido durante muchos años director de la Biblioteca Nacional del Uruguay.

Sus Obras Completas revisadas y anotadas por D. Manuel Bernáldez, forman ocho volúmenes en 4.º impresos en 1890 (Montevideo, Vázquez Cores, Dornaleche y Reyes, editores). La distribución es la siguiente: cuatro tomos de poesías diversas, sin distinción alguna de asuntos ni de géneros; dos de epigrafías y toraidas, y otros dos con el Diario histórico del sitio de Montevideo. Se cita, además, una traducción de Gli Animali Parlanti de Casti, que al parecer no ha visto la luz pública. Fué poeta ingenioso y fecundísimo, buen hablista, versado en el conocimiento de los [p. 34] clásicos latinos e italianos, fácil y donoso en la poesía ligera, gran maestro en el epigrama, versificador inagotable con grandes condiciones para la improvisación, pero bastante dueño de la lengua y del metro para hacerse perdonar su facilidad que en otro hombre de menos ingenio hubiera sido desastrosa. Como lírico, pertenece a la escuela de Arriaza, pero su humor jovial y festivo no menos que su vena rítmica le da gran parecido con Bretón de los Herreros, a quien se parecía hasta físicamente. Era un ingenio algo vulgar en sus aspiraciones artísticas, pero sano, bien avenido con la vida, castizo e inocente en sus chistes, muy español en todo, muy regocijado y expansivo en su honesta alegría, y muy a proposito para rehacer el ánimo de los lectores después de tanta bambolla sentimental, lúgubre y afrancesada como se ha escrito a orillas del Río de la Plata. En la dicción, es uno de los escritores más puros que en América pueden encontrarse. Sus faltas de gusto nacen de la idea un poco trivial que se había formado de la poesía, que para él consistía principalmente en el mecanismo y artificio de los versos. Por eso no tenía reparo en versificar las materias más ingratas, y estaba más satisfecho que de ninguna obra suya, de un Diario poético o crónica rimada del sitio de Montevideo durante los años de 1812, 13 y 14. en más de mil páginas. Lo más apreciable de su obra (que ganaría mucho reducida a la quinta parte) son los epigramas, cuya colección tituló Mosaico. De ella, como de todas las de su género, puede repetirse la sentencia que formuló Marcial sobre la suya propia: Sunt bona, sunt quaedam mediocria, sunt mala plura. Pero, a decir verdad, hay pocos centones de epigramas compuestos por un solo autor, en que se encuentren tantos buenos como los que pueden entresacarse de la enorme cifra de 1.450 a que ascienden los del Mosaico. Se conoce que el poeta había nacido para este género de chiste lapidario, y que le perseguía con ahinco, acertando muchas veces con la punta aguda y sutil, aunque rara vez envenenada. Son pocos los que ni aun remotamente, ofendan el decoro o parezcan dictados por la maledicencia. Pero muchos consisten en meros retruécanos o juegos de palabras, y otros tienen poco de originales, hasta cuando no se confiesen traducidos.

No por su valor intrínseco, pues es de los más flojos, sino [p. 35] por referirse a Horacio, a quien Acuña de Figueroa tradujo a veces con acierto, copiaré el epigrama 1.257:

«El latinista mejor
Fué Horacio... ¡qué poesía
Y qué sátira!», decía
A don Serapio un doctor.
¡Oh!, respondió don Serapio,
Rascándose el peluquín:
Debió de estudiar latín
Con algún Padre Escolapio.»

Notas