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Obras completas de Menéndez... > ENSAYOS DE CRÍTICA FILOSÓFICA > APÉNDICE.—LA ACADÉMICA O DEL CRITERIO DE LA VERDAD DE P. DE VALENCIA

Datos del fragmento

Texto

[p. 393] Opúsculo filosófico de Pedro
de Valencia, natural de Zafra,
ahora por primera vez traducido
en lengua castellana por Marcelino
Menéndez Pelayo
.

INTRODUCCIÓN

En todos tiempos fué tenido en precio y estimación el amor a la sabiduría, y no hubo pueblo tan rudo e ignorante que dejase de honrar a los que se dedicaban a su estudio. Mas no en todas edades y naciones floreció igualmente esta ciencia desde la más remota antigüedad. Unos se consagraron antes que otros a la investigación científica. Los griegos, que en este campo conquistaron la más preciada gloria, comparados con los pueblos del Asia, parecen niños, en lo que toca a la antigüedad de su doctrina. Esto dijo a Solón un sacerdote egipcio, según refiere Platón en el Timeo. La causa de este atraso paréceme haber sido la siguiente. Como la sabiduría, que se adquiere por industria y diligencia humanas, se ofrece sólo a los que en la paz y en el ocio ahincadamente la buscan, y, por lo general, acompaña a la dominación, acudiendo en tropel este linaje de sabios, así como los falsos profetas, a los palacios de los príncipes, no de otra manera que los enjambres de moscas llenan las cocinas de los ricos; por esta razón vino tarde a los griegos la sabiduría, como tarde vino la paz, el ocio y la dominación. Pues, ¿cómo habían de consagrarse [p. 394] a la ciencia y a las artes de la paz, los que de continuo andaban ocupados, ora en allegar recursos para la vida, ora en acrecentar su imperio, ora en rechazar los ataques de sus enemigos? Por eso los Griegos concedieron el nombre de sabios a los maestros de supersticiones, que ellos apellidaban teólogos, y a los poetas que cantaron las genealogías de los dioses, los misterios y el culto de los númenes; siendo así que estos hombres apenas pusieron la mano en parte alguna de la sabiduría, tratando a lo más, oscura y enmascaradamente la que se llama política. (Vid. Plutarco, Del Silencio de los oráculos.)

Pues el cuidado de la religión es, sin duda, la parte primera y más y excelente en la constitución del gobierno civil. A éstos sucedieron los que por dedicarse a la contemplación de las cosas naturales, fueron llamados físicos, esto es, naturalistas. Entre ellos fué ilustre, y más ilustre todavía por ser el maestro de Sócrates, Anaxágoras, el último de los físicos. Pues, desde Sócrates, dominó en Grecia otro método, y dirección filosófica diversa. La mayor parte de los filósofos dividen en tres partes todo el estudio de la filosofía: Lógica, Física, Ética.

Trata la primera de la palabra y del razonamiento; la segunda, de la naturaleza; la tercera, de las costumbres, y parte suya es la Política, contada por los peripatéticos como cuarta parte de la filosofía.

Los filósofos, anteriores a Sócrates, apenas conocieron, ni de nombre, la Lógica y la Ética; corrían de boca en boca no pocos apotegmas suyos enderezados a la reformación de las costumbres, mas no sujetos a ley, ni ordenados de suerte que formasen una total disciplina de las costumbres; valiéndose de razones y argumentos en la enseñanza y en la disputa, puesto que el uso de la razón es común a todos los hombres. Pero nunca les había pasado por las mientes que existiese el arte de entretejer y encadenar os argumentos, más tarde apellidada «dialéctica».

No era Sócrates hombre que emprendiese las cosas sin arte y dejase de encaminarlas a la práctica. Así, pues, dejando aparte la curiosa especulación e indagación de la naturaleza y de los fenómenos celestes, propúsose aplicar la razón a la práctica de la vida, reformando a la par sus costumbres. Ciertamente consta que fué diestro y peritísimo artífice en ambas disciplinas. Pero [p. 395] juzgando tal vez, como los Académicos posteriores, que era el método más acomodado a la enseñanza «la disputa por entrambas partes», valíase de él casi siempre, y no afirmaba con resolución cosa alguna, sino que andaba en busca de la verdad, y que nada sabía. Con esta convicción o disimulo, hizo que sus discípulos, secuaces y admiradores, o no comprendiesen claramente su sentencia, o la entendiesen de diverso modo, según el ingenio de cada cual, resultando de aquí que ninguno de los amigos y familiares de Sócrates conviniese con los demás en la tradición de la filosofía lógica y moral; como quiera que en esto influyó también la ambición de gloria y el anhelo de hacerse conocidos y famosos por diferentes caminos.

Y no menor discordia surgió entre ellos en cuanto a la filosofía natural que Sócrates había dejado intacta. Y así como, desde muy antiguo, disputóse en la física sobre los «principios de las cosas», no de otra manera se contendió en la lógica sobre el «juicio, o, más bien, el criterio de la verdad», y en la ética sobre los «fines de los bienes y de los males».

No pertenece a nuestro intento tratar de todas las partes de la filosofía, ni de todas las opiniones de los filósofos, obra larga, en verdad, y no poco dificultosa. Sólo voy a seguir el curso de aquel río que, naciendo de Sócrates y dilatándose por una serie no interrumpida de filósofos, en especial académicos, viene a morir en la era de Cicerón; pues si bien corre en los tiempos de Favorito y Plutarco de Queronea, a lo menos pierde casi todo su caudal después de Cicerón.

Útil he juzgado esta parte de la erudición griega (sin la cual, según afirma Varrón, no es posible entender la Filosofía escrita en lengua latina), para los que emprenden la lectura de las obras filosóficas de Marco Tulio, en especial del Lúculo, y pienso, además, que ha de dar no escasa luz a otros libros de la antigüedad, siendo aparte de esto muy digna de conocerse la cuestión relativa al criterio de la verdad.

[p. 396] CAP. I.—DE PLATÓN Y SUS DISCIPULOS ESPEUSIPO Y XENÓCRATES.
(PRIMERA ACADEMIA)

Y comenzando por Platón, el más ilustre de los discípulos de Sócrates; unos le suponen dogmático, juzgándole otros aporemático o escéptico. Pues el campo de la filosofía está dividido entre dos grandes bandos, el de los dogmáticos, que asientan y establecen principios generales llamados dogmas, y el de los aporemáticos o escépticos, que de todo dudan, todo lo investigan y ponen en tela de juicio, y nada afirman, negándose a prestar su asentimiento a cosa alguna. Fuése dogmático Platón, fuése más bien escéptico, como en no pocos lugares aparece; su opinión sobre el criterio de la verdad fué la siguiente: «Las cosas se juzgan por el entendimiento humano (la inteligencia) guiada por la razón.» Pero como las cosas caen, unas bajo la jurisdicción de la inteligencia, y otras se perciben por los sentidos, esto es como las unas son «inteligibles» y las otras «sensibles», la razón humana debe ser doble también, llamándose «opinadora» u «opinante» la razón con que se perciben las cosas sensibles, así como se llaman «opinables» las cosas sujetas a los sentidos, y «opinión» el conocimiento de las cosas mismas, al paso que la ciencia se forma mediante el conocimiento de las cosas perceptibles sólo por la inteligencia. Aprueba Platón el conocimiento de las cosas sensibles comprobado por la razón, mas no de suerte que pueda formar verdadera ciencia, sino como opinión que nos traiga a la memoria la ciencia de las cosas que realmente existen.

Comprende, pues, la inteligencia el sentido con la razón opinadora aplicada al sentido, y el entendimiento unido a la razón que produce la ciencia. Las cosas aprehendidas por la inteligencia son las «Ideas», esto es, ciertas formas constantes de las cosas, que sean realmente, o como él dice, que existan en lo que es.

De la razón en general, habla así en el T'meo. «Hay algo que es, y no se engendra; hay algo que se engendra, y no es; lo uno es siempre del mismo modo, y es comprendido por la inteligencia unida a la razón; lo otro percibido por la opinión y el sentido [p. 397] privado de razón, es opinable, engendrado, mortal, y nunca es ente, en realidad de verdad.» En los Académicos de Cicerón, lib. I, expone Varrón esta doctrina, propia, según afirmaba Antíoco, de Platón y de los antiguos Académicos. Aunque nazca de los sentidos un juicio, no está el criterio de la verdad en los sentidos. Querían los Académicos que la razón fuese juez de las cosas; a ella solamente juzgaban digna de crédito, porque ella sola veía lo que era simple, y siempre del mismo modo, y tal cual era. Llamábanla idea, nombre usado ya por Platón. Nosotros podemos llamarla imagen (species). Los sentidos, pesados y tardos, no podían percibir de modo alguno aun aquellas cosas que parecían sujetas a su dominio, cuando éstas eran o demasiado pequeñas, de tal suerte, que se escapasen de su alcance, o tan movibles y arrebatadas que nada en ellas permaneciese constante, por hallarse en perpetuo reflujo o mudanza.

Así, pues, al conocimiento de éstas le llamaban sólo opinión, y ponían la ciencia únicamente en las nociones y razonamientos del alma.

El mismo Cicerón añade en el Lúculo: «Platón atribuyó al pensamiento y a la mente todo el criterio de la verdad, y la verdad misma abstraída de las opiniones y de los sentidos.» Galeno, siendo platónico, llama «criterios físicos», esto es, «instrumentos dados por la naturaleza para el juicio», a la sensibilidad y a la inteligencia, que podemos llamar también «mente» ( διάνοια sive νοἤς ) raciocinio ( λογισμός ).

Esta fué también la opinión de los antiguos peripatéticos, que pusieron el criterio de la verdad en el sentido mismo de las cosas sensibles, no excluyendo la razón y la inteligencia de las cosas que la mente percibe; sino que Aristóteles abandonó aquellas ideas e imágenes de las cosas que Platón llama inteligibles ( τὰ νοητά ) por ciertas nociones universales de los seres que no se encuentran fuera de los seres mismos, sino que por medio de la inteligencia se separan de la materia, y se ofrecen a la contemplación perpetuas, simples y del mismo modo, en medio de la mudanza y variedad de los objetos.

Tal es la doctrina que sustituyó Aristóteles a la de las ideas. Estos son los géneros y las especies de las cosas, y todo lo que de ellas se dice y se predica; forman el objeto de la ciencia, y se [p. 398] llaman en las escuelas «universales». Materia es sobrado abstrusa y de difícil indagación; aprenderse puede en los dos grandes filósofos y en sus innumerables intérpretes.

Espeusipo, que sucedió a Platón en la Academia; Xenócrates y los demás académicos antiguos hasta la época de Arcesilao, se apartaron poco del sentido de Platón en este punto, según se deduce de la exposición de sus doctrinas, hecha por Sexto Empírico (Adversus disciplinas, cap. de criterio). Que conservaron con fidelidad las demás opiniones de Platón, consta por el testimonio de Antíoco, cuyo parecer sigue Varrón en el lib. I de los Académicos, de Marco Tulio. No obstante, el pitagórico Numenio (apud Eusebium, De preparatione Evangelica, I, 14), afirma que sólo en esta parte permanecieron fieles a la tradición platónica, no habiendo imaginado todavía aquella célebre «época», y otras invenciones a este tenor. Mas en lo que toca a las demás opiniones de Platón, no tardaron en separarse por diversos caminos, unos antes, otros después, invirtiendo e interpretando a su manera la doctrina de su maestro, ora a sabiendas, ora por ignorancia, ora por otras causas, entre las cuales desgraciadamente hay que contar el descaminado anhelo de gloria.

CAP. II.—ARCESILAO Y LA SEGUNDA ACADEMIA

Los filósofos estoicos y todos los no académicos acusan a Arcesilao de innovador y trastornador manifiesto de la escuela platónica. Lúculo habla así en los Académicos de Cicerón: «Así como en nuestra república se levantó Tiberio Graco para destruir la paz y el sosiego públicos, así en la escuela de Platón levantóse Arcesilao para alterar el estado de la filosofía, defendiéndose con la opinión de aquellos que habían negado la posibilidad de saber ni de percibir cosa alguna.» En Plutarco (de commun. notitiis adversus Stoicos), ciertos estoicos apellidan a Arcesilao y a los académicos que le sucedieron «sofistas, peste de la filosofía, trastornadores, y perturbadores de las doctrinas que procedían rectamente».

La causa de haberse apoyado, como dice Lúculo, en la autoridad de los antiguos, fué la siguiente: «Deseando Arcesilao alejar [p. 399] de sí la acusación de innovador y revolucionario, no sólo ponía todo su conato en manifestar que no se apartaba de Sócrates y Platón, a quienes llamaba sus maestros, sino que citaba a la mayor parte de los filósofos naturales anteriores a Sócrates, en apoyo de la «acatalepsia o época», que había tomado de Pirrón.» (Lact. lib. III, De falsa sapientia, cap. 4.º, Plutarcus ad Colotem.)

No lo entendían así los sofistas de su tiempo, antes pensaban que atribuía sus propios y novísimos dogmas a los antiguos e ilustres varones Sócrates y Platón, Parménides y Demócrito, para conciliarse autoridad y gracia entre el vulgo. Mas es lo cierto que el dogma de la acatalepsia o de la «no comprehensión» está repetido y confirmado en Homero y otros poetas antiquísimos, según Diógenes Laercio en la vida de Pirrón. (Sext. adv discipl. Cap. de Crit. et Hypotypos lib. I.) Lo cual también intenta probar Cicerón en el Lúculo, pues tal parece haber sido el propósito de todos los Académicos posteriores a Arcesilao. Muy de diverso modo refieren, pues, el origen de la Academia Segunda o de Arcesilao, los Académicos mismos y los filósofos de las demás escuelas que les acusan de ambición, calumnia y turbulencia. Por boca de los primeros habla así Cicerón en el Lúculo (Acad. ad Varr. lib. I) «Emprendió Arcesilao su polémica con Zenón, no con pertinacia o anhelo de vencer, a lo que yo entiendo, sino por la oscuridad de aquellas cosas que movieron a confesar su ignorancia a Sócrates; y como admiradores del mismo Sócrates, de Demócrito, de Anaxágoras, de Empédocles y de casi todos los antiguos que unánimes negaron que cosa alguna pudiera conocerse, ni percibirse, ni saberse, ellos dijeron que los sentidos eran engañosos, la inteligencia débil, breve el curso de la vida; afirmaron como Demócrito, que la verdad estaba sumergida en un pozo, que la opinión y el hábito dominaban el mundo, y que todo, en fin, estaba cercado de tinieblas.»

Sostienen, pues, los platónicos la existencia de una sola Academia, cuyo origen buscan en Sócrates, Platón y otros filósofos más antiguos, y niegan que Arcesilao ni otro de sus sucesores introdujese modificación alguna en las doctrinas de su maestro. Así es que, añade Cicerón, después de las palabras transcritas: «Llaman nueva a esta Academia; paréceme antigua, si es que en la antigua contamos a Platón.»

[p. 400] El mismo Filón, de quien más adelante hablaremos largamente, filósofo tenido por innovador entre los Académicos, negó la existencia de las dos Academias, y refutó el error de los que tal pensaban. Plutarco, en el libro que compuso en defensa de todos los filósofos contra Colotes, discípulo de Epicuro, después de referir que Arcesilao había sido atacado con todo linaje de invectivas por Epicuro y por el mismo Colotes, acusándole de haber vendido por antiguos y agenos, dogmas propios y nuevos, y de haber intentado por este medio granjearse el popular aplauso, contesta que dará las gracias a Colotes y a cualquiera que le demuestre que Arcesilao vino a cortar el hilo de la tradición académica. De consiguiente, al paso que muchos consideran a Arcesilao como el fundador de la Segunda Academia, sus discípulos sostienen que nada nuevo inventó, a no ser aquella sentencia que él demostró haber sido ya pronunciada por Zenón: «que el sabio no debía opinar», esto es, que no debía asentir a lo incógnito y no percibido. Pues sostenía Arcesilao que la doctrina de «no existir nada que pudiese ser percibido» había sido defendida por Sócrates, Platón y otros antiguos, cuyas doctrinas él seguía.

Afirmados estos dos principios «El sabio nada debe opinar», «No existe cosa alguna que pueda ser percibida», inferíase como natural consecuencia la «época» ( &17;ποΧή ), esto es, la detención antes de afirmar nada. Con cuya opinión piensa Lactancio que no sólo la ciencia toda, sino toda la filosofía se trastorna y es del todo destruída. (Lact. de falsa sapientia. lib. III, cap. 3.) «Porque—dice—si nada puede saberse como enseñó Sócrates, ni opinarse, como dice Zenón, desaparece toda filosofía.» De esta manera vino la «época» a la escuela de Platón. Pues, por más que podía percibirse, no por eso negaron la posibilidad de la opinión, por lo cual no tenían necesidad alguna de la «época» o no afirmación pirrónica. Nosotros, atendiendo más bien a la claridad que a la brevedad y elegancia, pondremos aquí la disputa de Zenón y Arcesilao, cual si fuesen un par de gladiadores, de los que suelen combatir en las escuelas; añadiremos el parecer de Zenón y de los estoicos sobre el criterio de la verdad, y así constará la causa y el origen de la guerra más encarnizada entre los dos principales bandos filosóficos: los Académicos y los Estoicos; todo lo cual suelen omitir los historiadores. Nosotros, en este lugar, no examinamos [p. 401] la cuestión misma, ni interponemos nuestro parecer, sino que referimos un hecho, a la manera de los gramáticos, como dice Galeno, esto es, reduciendo nuestro trabajo a repetir y poner de manifiesto las doctrinas de los antiguos; tarea ingrata, a la verdad, y sin gloria, por no decir despreciable, en el sentir común de los hombres.

Tal es, sin embargo, el trabajo que vamos a emprender. De esta suerte—repito—se verán claras las causas de la guerra y el origen de la nueva Academia, fundada por Arcesilao, si así place a sus secuaces y discípulos.

El principio fundamental de Zenón era éste: «No conviene al sabio opinar nada»; esto es, «el sabio no debe asentir sino a lo percibido y con toda claridad conocido». Aprueba esto Arcesilao y lo alaba como digno de la gravedad de un sabio, aunque nuevo y no aprendido de sus antecesores en el estudio de la filosofía. Pero pide a su vez que Zenón le conceda este segundo principio: «El sabio no debe aprobar nada», como consecuencia del primero, ofreciéndose sino a sostener el combate. Niega Zenón la consecuencia, y acepta la lid a que le provoca su adversario. Entra Arcesilao en batalla, arrojando, a la manera de los griegos, un dardo entre ambas haces. «El sabio—dice—no debe asentir más que a lo percibido; nada hay que pueda ser percibido; luego el sabio no puede asentir a nada, y debe retener la afirmación. «Niega Zenón la menor.» «Nada hay que pueda ser percibido.» Porque hay algo cuya percepción es posible. ¿Cuál?, pregunta Arcesilao. Y responde Zenón: «La fantasía» ( ϕαντασ&ΧιρΧ;α ), esto es, «la visión» o «la apariencia» lo que aparece, si es lícito valerse de esta palabra. Luego todo lo que se ve, todo lo que aparece, ¿es verdad y se percibe?, pregunta Arcesilao. De ningún modo, responde Zenón. Al decir yo que se percibe la fantasía, entiendo solamente aquella que sea impresa y formada de aquello que es, por cuya razón aquello es, y cual ninguna pueda ofrecerse de aquello que no es. Concede Arcesilao la exactitud de esta definición; pero añade que puede objetarse que no existe ninguna fantasía tal que no haya otra semejante a ella y que de ella no se distinga o para servirnos de sus mismas palabras, « ὁμοιοτάτη κα&λσαθυο; άδιάκριτος ». (Epict. Arr. lib., II, cap. 20.)

Tal es la causa especiosa de la guerra, según los Académicos [p. 402] la refieren. Y si es cierta, corno piensa San Agustín (Contra Acad. lib. III, cap. 9), aún es más justa la causa de Arcesilao y de los Académicos, que lo que pensaban ellos mismos, según yo entiendo. Pues dice el santo doctor (Contra Acad. lib. III. cap. 17), que, habiéndose apartado Zenón abiertamente del parecer de Platón y de Polemos, su maestro, negaba en la naturaleza toda existencia fuera de la de los cuerpos, afirmando que Dios y el alma eran cuerpos también; Arcesilao, ocultando, como un misterio, la doctrina de Platón, relativa a las cosas percibidas por la inteligencia, y de las cuales únicamente puede formarse verdadera ciencia, y viendo que Zenón nada había dejado sobre lo cual pudiera haber otra cosa que opinión, impugnó con razón todo conocimiento, siguiendo las doctrinas platónicas, y no quiso conceder a su adversario más que la opinión. Y habiendo Zenón. prohibido opinar, Arcesilao negó también el asentir. Pues el conocimiento de los cuerpos, esto es, de los objetos reales, es opinión, no ciencia o comprehensión verdadera. Persuadióse, pues, San Agustín (Contra Acad. lib. I., cap. 20) de que los Académicos habían conservado fielmente las doctrinas platónicas, aunque las ocultaban, y, según el testimonio de Cicerón, sólo las descubrían a los que perseveraban en la escuela hasta la vejez. Nosotros describiremos el método universal de la Academia, cuando lleguemos a Carneades, verdadero autor de ella. Pues en cuanto a Arcesilao, es generalmente tenido por pirrónico, bajo el nombre de Académico. Sexto juzga encontrar grande analogía entre Arcesilao y los Pirrónicos, tanto que coloca en la misma escuela a Arcesilao y a Pirrón.

Numenio, citado por Eusebio (Hypotypos, lib. I, cap. 33), escribe que Arcesilao, armado en la escuela de Crantor y de Teofrasto, de Diodoro y de Pirrón, entró en la lid con Zenón, manteniéndose siempre pirrónico, bajo el disfraz de Académico. Estas son sus palabras: «Los escépticos Mnaseas, Philomelo y Timo le llaman escéptico, contándole entre los suyos, por haber negado lo verdadero, lo falso, y lo probable.» Y añade Numenio que conservó Arcesilao el nombre de Académico por respeto a Polemón, su maestro. Pues por su parte no prestaba asenso a lo que escribió Diocles de Gnido en sus Diatribas, es, a saber, que Arcesilao, temiendo a los sofistas discípulos de Teodoro y de Bión, que [p. 403] impugnaban con pertinacia y sin distinción todos los dogmas de los filósofos, no se decidió a asentar ningún dogma, sino que se ocultó con la invención de la «época», queriendo así permanecer seguro. Lo que Cicerón dice de él conviene más a un Escéptico que a un Académico: «Solía Arcesilao defender el pro y el contra de las cosas, diciendo que, pues, en una cosa se encontraban razones favorables y adversas, fácilmente podría sustentarse la afirmación por entrambas partes.»

También es opinión de los Escépticos ésta: «toda razón tiene otra razón igual en contra», doctrina que niega no sólo la certeza, sino también la probabilidad. Pues si hay por entrambas partes razones de igual fuerza, la una no es más probable que la otra. Lo que Cicerón dice de Arcesilao concuerda bien con lo que escribe Galeno sobre los antiguos Académicos. Pues dice éste: «Pensaban los antiguos Académicos que la disputa por entrambas partes venía a degenerar en la «época» o no afirmación absoluta». Ciertamente por lo que toca a la percepción, juzgan los Académicos de igual fuerza las razones en pro y en contra; en lo que mira a la probabilidad, perécenles de mayor peso unas razones que otras. En nada se distinguirían los Académicos de los Pirrónicos, si negasen no solo la certeza, sino también la probabilidad. Sobre este punto hablaremos con más extensión en otro lugar. Lo que Eusebio refiera de Arcesilao parece convenir más bien a un Scéptico que a un Platónico.

«A Polemón sucedió Arcesilao, que, según dicen, abandonando las opiniones de Platón, introdujo en la escuela nueva manera de filosofar, y constituyó la Segunda Academia. Dijo que en todas las cosas convenía retener la afirmación, que todo era incomprensible, y que las razones en pro y en contra eran de igual fuerza; que los sentidos y la inteligencia eran igualmente engañosos. Alababa aquella sentencia de Hesiodo: «Los dioses ocultaron la sabiduría a los hombres.» Quiso introducir dogmas nuevos e inopinados. Al afirmar Cicerón que Arcesilao entabló polémica con Zenón, no por tenacidad o deseo de triunfo, sino por amor a la verdad, parece llevar puesta la mira en defender a Arcesilao de los cargos contra él dirigidos. Los pasajes que vamos a transcribir de Lactancio y de Numenio, expresan el común sentir de los antiguos, respecto a esta cuestión. Dice el primero ( De falsa [p. 404] sapientia, lib. III, cap. 6.º): «Arcesilao, maestro de ignorancia, oponiéndose a Zenón, príncipe de los estoicos, para destruir toda filosofía, apoyóse en aquella sentencia de Sócrates: «Nada podemos saber». Y de esta suerte opúsose a la estimación de todos los filósofos que juzgaban con sus sistemas haber penetrado y descubierto la verdad», etc. Nuinenio escribe de Zenón y Arcesilao: «Hízolos la envidia enemigos, desde que juntos concurrían a la escuela de su maestro Polemón.» Y en otro lugar añade: «Viendo Arcesilao la estima de que gozaba Zenón, y juzgándole adversario digno de talento, impugnaba acre e intrépidamente cuantas opiniones suyas llegaban a su noticia.» Y un poco más abajo, escribe: «Al observar que el dogma de la fantasía ideado por su adversario, era generalmente celebrado en Atenas, comenzó a imaginar todo género de artificios para destruirle.» Y añade Numenio que Zenón, teniendo acaso mucho que responder en defensa de su doctrina acerca de la fantasía, juzgó conveniente guardar silencio hasta que, viendo que Arcesilao no presentaba un sistema enfrente del suyo, volvióse contra los dogmas de Platón, que en nada podía haberle ofendido. Impunemente destrozaba entretanto Arcesilao los sentidos, la razón y el conocimiento en general, hasta que se alzó, por fin, un vengador. (Vid. Cic. en el Lúculo.) Éste fué Crisipo, columna firmísima del pórtico de los Estoicos.

Notas

[p. 391]. [*] . Traducción de este opúsculo de Pedro de Valencia por Menéndez Pelayo. Está sin concluir y se conserva autógrafa en la Biblioteca del Maestro. No ha sido publicada hasta ahora.