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Obras completas de Menéndez... > ENSAYOS DE CRÍTICA FILOSÓFICA > IV.—APUNTAMIENTOS BIOGRÁFICOS Y BIBLIOGRÁFICOS DE PEDRO DE VALENCIA

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[p. 237] En el año de 1598, a los setenta y uno de su edad, expiraba en Sevilla Arias Montano, el gran filólogo, el eminente escriturario, el sabio humanista, el dulcísimo poeta, colosal figura en aquel siglo de gigantes, que vió morir a Erasmo y a Luis Vives. Fatigado en vida por la envidia y las persecuciones, envuelto en dilatados procesos, acusado ora ante la Corte de Roma, ora en el Tribunal de la Inquisición Suprema, por émulos como el maestro León de Castro, mejor helenista que hebraizante, ciego y descaminado perseguidor de los varones más ilustres de su tiempo, consiguió, por fin, Arias Montano poner a salvo de tales ataques la contrastada Polyglota de Amberes. Pero, muerto él, volvieron a levantarse sus enemigos, intentando oscurecer el brillo de su nombre y dar al traste con la Biblia Regia, monumento imperecedero de su gloria. A dicha, vino a defenderla de tan enconada persecución un discípulo de Arias Montano, educado por él en las letras hebreas, y en las griegas por el Brocense. Retirado primero con su maestro en la peña de Aracena, más tarde en un lugar de Extremadura, pasó Pedro de Valencia los más floridos años de su edad entregado a la soledad, al estudio y a la contemplacion de la Naturaleza. Amamantado en los grandes modelos de la antigüedad, era su estilo vivo, rápido, enérgico y conciso, más bien que periódico y cadencioso en la lengua latina, un tanto incorrecto y desaliñado en la castellana, achaque común a casi todos los humanistas de su tiempo, acostumbrados a pensar y a escribir en una lengua extraña. Despreciador de la afectación y los vanos adornos, su estilo llevaba siempre una fuerza irresistible de lógica. Su erudición era inmensa, había leído repetidas [p. 238] veces casi todos los autores griegos y latinos, conocía poco menos que de memoria el texto hebreo de la Biblia; entre los libros de su tiempo, rarísimo era el que no había pasado por sus manos. Reunía a tales cualidades un amor irresistible a la verdad y un aliento generoso para proclamarla. Conocedor de los males del reino, clamó repetidas veces contra las pesadas imposiciones, pechos y gabelas, que oprimían al pueblo; combatió la tasa del pan y la alteración de la moneda; vió en la ociosidad el origen de los males de España; escribió sobre el acrecentamiento de la labor de la tierra, tan decaída después de la expulsión de los moriscos y solicitó ahincadamente que se adoptasen ciertas disposiciones de policía sanitaria en los lugares atacados por la peste. En un discurso dirigido al Cardenal Arzobispo de Toledo, inquisidor general de España, clamó contra la absurda y bárbara preocupación, que conducía a la hoguera infinidad de pobres mujeres, acusadas de brujas y hechiceras. Fué el azote de todas las supersticiones, el terror de los falsarios y embaidores, descubrió la impostura del pergamino de la torre Turpiana y de las láminas de plomo del Sacromonte de Granada, y a haber vivido más tiempo, terrible contrario hubieran encontrado en él Román de la Higuera y los demás forjadores de falsos cronicones y antigüedades supuestas. Defensor de los fueros de la lengua castellana y del buen gusto literario en la poesía y en la prosa, fué el primero en dar el grito de alarma contra las audaces innovaciones de don Luis de Góngora. Porque Pedro de Valencia era teólogo, escriturario, jurisperito, economista, historiador, filólogo y hasta entendido en achaques de Medicina, pero era sobre todo y más que todo crítico. Crítico en filosofía, crítico en antigüedades, crítico en moral y en política, crítico en literatura, crítico en todo. Adornado con tales dotes, lanzóse a la defensa de Arias Montano, a quien respetuosamente llamaba «mi señor», y opúsose a la impresión de la paráfrasis caldea del P. Andrés de León, que altaneramente pretendía menoscabar la reputación de su maestro. Apoyado en esta lucha por casi todos los hebraizantes españoles, discípulos o amigos de Arias Montano, obtuvo el triunfo más completo y señalado, sacando ilesa del combate la gloria de su señor, cuyo nombre honró por cuantos medios estuvieron en su mano, nombrándole con veneración en todas sus obras y componiendo un hermoso epitafio latino, que se esculpió sobre la [p. 239] losa de su sepulcro. Por eso al nombre del maestro irá siempre unido el de su piadoso discípulo. Fué Pedro de Valencia una verdadera autoridad literaria en su tiempo; sus obras, todavía no bien quilatadas por la crítica y desconocidas en su mayor parte, proporcionan hartos motivos de alabanza y admiración a la posteridad. Útil sería recogerlas en colección, pero hoy ¿quién se acuerda de su nombre? ¿Quién conoce sus escritos? Y, sin embargo, la única obra suya que se ha dado a la estampa, su admirable tratado Academica sive de judicio erga verum, ha corrido la Europa, repetida en multitud de ediciones, despertando la admiración de los sabios franceses, ingleses y alemanes, que han desesperado de igualarla, cuanto más de excederla. En España, nadie se acordaba del tratado ni de su autor, hasta que José Olivet, colector de la edición de Marco Tulio ad usum Delphini, tuvo la suerte de haberle a las manos, y con admiración vió que era el mejor comentario a los libros filosóficos de Cicerón y el más acabado resumen de las diversas doctrinas sostenidas por los filósofos griegos sobre la cuestión capital de la Lógica, la certeza de nuestros conocimientos, el criterio de la verdad. Pasmóse de que estuviera tan desconocido, reprodújole íntegro en su regia impresión francesa de las obras del príncipe de la elocuencia, y desde entonces acompaño a casi todas las ediciones completas de Cicerón, hechas en el siglo pasado. En España donde tanto entusiasmo se despertó, a fines del mismo siglo, por nuestras glorias filosóficas, reprodújose dos veces y ambas con notable esmero. Hoy, ¿cuántos han leído las Academias de Pedro de Valencia, cuántos las conocen siquiera de oídas?

Triste sería la contestación. El nombre de este español insigne, como el de tantos otros, está olvidado en su patria. Nuestros bibliógrafos y críticos apenas hacen mención de su persona y obras. Exceptuamos, sin embargo, a Nicolás Antonio, que en su copiosísima Bibliotheca Hispana Nova nos da bastantes noticias de los escritos de Pedro de Valencia, pero muy pocas respecto a su vida, sin duda, porque en su tiempo era de todos conocida. Nosotros hemos tenido la suerte de hallar una biografía del sabio discípulo de Arias Montano, escrita sin duda por persona muy allegada a él y conocedora de los sucesos de su vida. Existe entre los curiosísimos papeles que forman el códice R.—87 de la Biblioteca [p. 240] Nacional, papeles que pertenecieron antes a don Juan de Fonseca y Figueroa, sumiller de cortina del Rey Felipe IV. Por encargo suyo y contestando a un interrogatorio, se extendieron las siguientes noticias biográficas de Pedro de Valencia, desgraciadamente incompletas. Comienzan en la página 135 del referido códice. Hasta hoy han permanecido inéditas.

«Pedro de Valencia nasció en Zafra (según otros, en Córdoba, de una familia oriunda de Zafra; él se llama siempre Zairensis, lo cual corrobora la afirmación de su biógrafo), en el año de 1555, cerca del fin del año; fueron sus padres Melchor de Valencia y doña Ana Vázquez; su padre fué de Córdoba y su madre de Segura de León. Crióse en Zafra y aprendió allí la latinidad, de Antonio Márquez. Volvióse su padre a Córdoba, y allí, siendo de muy corta edad, oyó las artes en el colegio de la Compañía y emprendió la Teología con grande admiración de su ingenio; sus padres, por no tener otro hijo, no quisieron que passase adelante con la Teología, sino que estudiase Leyes, y así le enviaron a Salamanca, en donde las estudió, no perdiendo nunca la afición e inclinación a las sagradas letras, porque desde allí pidió algunas veces le pejassen oír Teología. Ocupóse desde sus primeros años en la lección de todos los buenos autores, y así era muy conocido entre los demás estudiantes, y los libreros, cuyas librerías él frecuentaba mucho, conocían su afición a estos estudios, y así, habiéndole venido a Cornelio Bonardo, entre otros libros, los Poetas heroicos griegos, en un tomo, que imprimió Henrico Estéfano el año 1566 le dijo que se lo comprasse, y él se agradó tanto del libro, que saliendo de allí y encontrándose luego con el maestro Francisco Sánchez (de las Brozas), le dijo que quisiera saber griego, por comprar aquel libro. Compró también en este tiempo los Psalmos, en verso latino, de Arias Montano y agradándole mucho se aficionó a su autor. Estando en Salamanca murio su padre, y se volvió a Zafra su madre, la cual, aunque no le quedaba otro hijo, no quiso traerle y tenerle consigo, sino que prosiguiesse sus estudios hasta graduarse en Leyes, como lo hizo. Vuelto a Zafra, como se hallaba con hacienda muy bastante para poder pasar honradamente, no quiso ocuparse en abogacía ni divertirse a pretensiones, sino dióse a la lección de todos autores antiguos, latinos y griegos, sin olvidar las leyes, porque en ocasiones de importancia, [p. 241] por amistad u otros respectos, daba su parecer, con grande erudición e ingenio. Salió la Biblia Regia, y él, por la noticia que tenía de Arias Montano y afición a las letras sagradas, pidió al Dr. Sebastián Pérez (Obispo que fué después de Osma), que estaba entonces en Lisboa, por medio de un amigo suyo, que se la comprasse, y se la compró y envió; pasando después de Lisboa a Madrid el Dr. Sebastián Pérez, salieron a un pueblo cerca de Zafra a verle, y allí, agradeciéndole el cuidado, le pidió le diesse a conocer a Arias Montano, que era amigo suyo. Escribióle luego Arias Montano desde la Peña (de Aracena), y él fué luego allá; introdújole Arias Montano en la lección de la Sagrada Escritura y enseñóle la lengua hebrea.»

Continúa esta noticia, contestando a las siguientes preguntas:

¿De qué edad se casó y qué año, nombre y padres de su mujer? ¿Cuántos hijos tuvo? ¿Cómo se llamaron? ¿Qué amigos tuvo de letras y con quién trató? ¿Cuántos años vivió? ¿Qué año vino a Madrid? ¿Qué oficio le dieron y en qué le ocuparon mientras estuvo aquí?

«Ya está dicho que nasció el año de 55 al fin del año, casó el de 87, por octubre, de donde se infiere que era entonces de treinta y dos años; su mujer, doña Inés de Ballesteros, hila de Gonzalo Moreno y doña Beatriz Vázquez, hermana de doña Ana Vázquez, madre de dicho Pedro de Valencia, y así eran primos hermanos y casaron con dispensación, la cual se trujo de Roma, por orden de Arias Montano, y fué sin causa ninguna y sin venir cometida al ordinario, sino que Su Santidad decía que por cuanto fulano y fulana, primos hermanos, se querían casar, Su Santidad lo tenía por bien y quería que se casasen y dispensaba con ellos, de manera que llevándola por buen respeto a don Diego Gómez de Lamadrid, que era Obispo de Badajoz entonces, se espantó y dijo que él no tenía que hacer nada, que ya todo venía hecho de Roma. Tuvo y dejó cinco hijos, los cuatro varones y una hembra: el Dr. Melchor de Valencia, catedrático de Leyes de la Universidad de Salamanca; doña Beatriz de Valencia, Benito Frías de Valencia, graduado en Cánones y Leyes, don Juan de Valencia, gentilhombre del excelentísimo señor duque de Feria; Pedro de Valencia, estudiante de Cánones y Leyes. El principal amigo fué el doctor Benito Arias Montano, como ya hemos dicho. El más antiguo, y [p. 242] cuya amistad siempre se continuó desde estudiantes en Salamanca, fué el licenciado Fernando Machado, oidor de presente en Indias, en Chile, persona de muchas letras y virtud, y como a tal le ha cometido el Consejo negocios de grande importancia y agora ha venido a Lima a visitar algunos del Consejo y de la chancillería de aquel reino. Tuvo muy grande amistad con el licenciado Alonso Ramírez de Prado, del Consejo, y después de muerto la continuó con su hijo don Lorenzo Ramírez de Prado, a quien había sacado de pila. Con el licenciado Francisco Machado, doctísimo teólogo, y Juan Alonso Machado, muy docto jesuíta, hermanos del dicho Fernando Machado; con el licenciado Pedro Benítez Marchena, gobernador del estado de Feria, y con los licenciados Hernán Rodríguez de Mesa, Diego Durán y Tomás Núñez Maldonado, todos clérigos y doctos en su profesión de cánones y leyes. Con éstos solía comunicar, y a las tardes, después de haber estudiado, salíanse a pasear por el campo y con el licenciado Juan Moreno Ramírez, su cuñado, que estuvo en casa y compañía de Arias Montano nueve años, hasta el de 1598, que fué en el que murió el Dr. Arias Montano, a 6 de julio, teólogo y que trata del estudio de la Sagrada Escritura, y sabe las lenguas antiguas, y así como si fuessen hermanos, habitaron juntos en una casa, y en suma hermandad y amistad con el trato se comunicaban de ordinario sus estudios. Tuvo otros muchos amigos que le veneraron grandemente: el maestro Juan Alonso Curiel, Catedrático de Escritura en Salamanca; el P. Fr. José de Sigüenza, de la Orden de San Jerónimo, que murió prior de El Escurial; el Dr. Terrones, predicador de Su Majestad, Obispo de León; el Arcediano de Sevilla, Luciano de Negrón; el Dr. Simón de Tovar y el Padre Francisco Sánchez de Oropesa, insignes médicos, los cuales, y otros, le estimaban grandemente y se admiraban de lo mucho que sabía de aquella facultad por la lección que tenía de todos los autores griegos que escribieron en ella. Los maestros Fr. Gregorio de Pedrosa, Fr. Hortensio Félix Paravicino, Fray Francisco de Jesús, predicadores de Su Majestad; Juan Bautista Lavaña. De los príncipes, el Cardenal de Toledo, don Bernardo de Sandoval y Rojas; el Duque de Feria, el Condestable, el Conde de Lemos, don Juan de Idiáquez, el Marqués de Velada, etcétera, etc. Vivió sesenta y cuatro años, con muy buena salud, hasta un año antes de morir, que se fué enflaqueciendo y melancolizando [p. 243] de manera que pasaba con desconsuelo y desaliento, que fué creciendo hasta que murió (en el año 1619).»

Hasta aquí llega la anónima biografía de Pedro de Valencia, faltando, como se ve, la relación de los últimos años de su vida. No obstante, podemos llenar este vacío con las noticias que nos da Nicolás Antonio. Según refiere este eminente bibliógrafo, Felipe III llamó a su corte a Pedro de Valencia, dándole el cargo de cronista suyo, sin otro objeto que tenerle a su lado. El autor de la Bibliotheca Hispana pone su muerte en el año 1620. Los escritos del sabio discípulo de Arias de Montano quedaron en poder de su hijo Melchor, pasando después al de su hermano Juan, gentilhombre del duque de Feria y autor de la comedia Nineusis seu de divite epulone. En tiempo de Nicolás Antonio, conservaba una gran parte de los papeles de Pedro de Valencia el Marqués de Agrópoli y después de Mondéjar, don Gaspar Ibáñez de Segovia, tan conocido por sus obras históricas y cronológicas.

Tranquilo y respetado por su virtud y sus letras, pasó Pedro de Valencia los últimos años de su vida, sin que le acarreasen disgustos ni persecuciones sus ideas políticas y económicas, audazmente expuestas en varios escritos presentados al Rey, ni su atrevida impugnación de las brujas y de los duendes, ni su desenfadado informe contra los falsarios de la Alcazaba de Granada. Fué respetada siempre su autoridad como sabio; mantúvose en su mano vigorosa el cetro que había empuñado Arias Montano. Muerto él, la decadencia de la crítica histórica y del estudio de las lenguas orientales fué rápida y patente. A fines del siglo XVII apenas había en España quien conociese la lengua hebrea. Apartemos la vista de tiempo tan infausto para las letras y recordemos nuestra edad de oro, ilustrada por tantos y tan egregios varones, entre los cuales no merece ocupar el lugar postrero Pedro de Valencia. Bien conoció el abismo en donde iba a precipitarse nuestra patria; por eso combatió el mal gusto literario en la persona del más grande de sus apóstoles, apenas vió que el príncipe de la luz se convertía en príncipe de las tinieblas.

Las obras de Pedro de Valencia en su mayor parte permanecen inéditas; algunas se han perdido; muy pocas han logrado los honores de la impresión en diversos tiempos; unas están en latín, otras en castellano; muchas originales, algunas traducidas del [p. 244] griego. Las que hemos podido ver, y algunas más de que tenemos noticia, son las siguientes:

Manuscritos existentes en la Biblioteca Nacional.

—Aa, 216: Obras varias, copia hecha en el siglo pasado.

Carta a Fr. Diego de Mardones, confesor del Rey nuestro Señor. Zafra, 25 de enero de 1606. Sirve de dedicatoria al tratado siguiente:

—P, 3 «Acerca de los moriscos de España. Tratado de Pedro de Valencia.»

Al fin de este tratado se lee la nota siguiente: «Está sacado y trasladado este tratado de la copia del original, escrito y firmado de Pedro de Valencia, autor del en Ávila, a 5 de diciembre de 1613. Pág. 162: Discurso de P. de V. sobre el precio del trigo, al Rey N. S. En Zafra, 25 de julio de 1605.»

Pág. 239: Discurso de Pedro de Valencia acerca de la moneda de vellón.

Pág. 275: Respuesta a algunas réplicas que se han hecho contra el discurso del precio del pan, para el reverendísimo confesor de S. M., el P. M. Fray Diego de Mardones. En Ávila, a 31 de diciembre de 1613. Pedro de Valencia.

La copia está hecha en Madrid, a 1.º de noviembre de 1777.

—Aa, 52: Papeles varios Contiene de nuestro autor:

«Discurso de Pedro de Valencia acerca de los cuentos de las brujas y cosas tocantes a magia, dirigido al Ilmo. Sr. D. Bernardo de Sandoval y Rojas, Cardenal-Arzobispo de Toledo, Inquisidor general de España.» En él se inserta un largo trozo de las Bacantes, de Eurípides, traducido en verso castellano.

En la pág. 276 se lee: «Este papel no se pudo acabar por no poder entenderse bien el de donde se sacaba.»

Al principio tiene este códice unas hojas con trazas de original, que contienen parte del discurso referido; otro papel contra la ociosidad, firmado por Pedro de Valencia, en Madrid, 6 de enero de 1608 años; otro que se titula: «Descripción de la primera de las virtudes (la prudencia)», y otro, «descripción de la justicia en ocasión de querer Arias Montano comentar las leyes del Reino». Además contiene una dedicatoria a la Reina Doña Margarita, de un libro intitulado: De las enfermedades de niños, y una descripción o Pintura de las virtudes.

[p. 245] En el índice se dice existir en el mismo códice unos Apuntamientos sobre la labor de la tierra, pero nosotros no hemos podido encontrarlos. Quizá hayan sido arrancadas las hojas que los contenían, si bien el códice no presenta señales de mutilación alguna.

Del discurso acerca de las brujas poseía copia Nicolás Antonio; otra tuvimos ocasión de examinar en poder de un librero de Barcelona, y otras muchas se conservan en bibliotecas públicas y particulares. Dió ocasión a este escrito el famoso auto de fe de Logroño, celebrado en 1610. Con escándalo y horror leyó Pedro de Valencia la relación de aquel suceso: vió con ira y con lástima que habían sido condenadas por el Santo Oficio cincuenta y tres y reflexionando que en el asunto de los brujos había tanto de necedad como de bellaquería, pidió licencia al inquisidor general para exponer su sentir en la materia. Regía entonces el Consejo de la Suprema don Bernardo de Sandoval y Rojas, Cardenal Arzobispo de Toledo; nombre caro a las letras españolas por la protección que dispensó a Cervantes. El sabio y piadoso prelado, honra de la Iglesia española de su siglo, no sólo otorgó a Pedro de Valencia la merced que solicitaba, sino que le mandó extender por escrito su dictamen. Manifestó el discípulo de Arias Montano que no juzgaba conveniente la publicación de los procesos y sentencias inquisitoriales por honor del mismo Tribunal, y para evitar el escándalo y mal ejemplo que en la multitud producían. Bosqueja con erudición copiosísima el origen de tales supersticiones en los pueblos del Oriente, y más tarde en Grecia y Roma; afirma que aunque ciertos prodigios y transformaciones no son imposibles a los ángeles caídos, es lícito, prudente y debido examinar cada caso en particular, debiéndose presumir siempre que ha sido por vía natural, humana y ordinaria, no habiendo forzosa necesidad de acudir a milagro que altere el curso natural y común de las cosas, porque el ungüento de que usan los que se tienen por hechiceros puede adormecerlos y exaltar su imaginación hasta el grado de contar sus sueños como realidades. Opina que se debe examinar lo primero si los reos están en su juicio, o si, por demoniacos, melancólicos o desesperados, han salido de él. Parécenle los brujos más mentecatos que herejes, y opina que se les debe curar con azotes y palos, mas no con infamias ni sambenitos. Puede ser— añade— que el pacto sea entre ellos (los brujos y las brujas) y que estén de acuerdo [p. 246] en confesar tales disparates antes que lo cierto. En su opinión, los tales hechiceros no son otra cosa que gentes de mal vivir, que buscaban la soledad y el misterio para ocultar sus maleficios. Concluye rogando que se examinen las causas despacio y que se trate con blandura a los reos, en lugar de exasperarlos para que confiesen desatinos y necedades. Nunca se ha impreso este tratado, y ciertamente que lo merecía. Escrito con gran despreocupación y libertad de ánimo, era el mejor correctivo que entonces podía oponerse a las Disquisiciones mágicas, del P. Martín del Río, y otros libros ejusdem furfuris, que han costado más sangre a la humanidad que todas las invasiones de los bárbaros.

Dd, 30: Contiene de nuestro autor:

«Advertencias para declaración de una gran parte de la Historia apostólica en los Actos y Epístola ad Galatas, por Pedro de Valencia, varón doctísimo y en todo género de letras muy eminente.» Copia del siglo XVIII, págs. 179 a 251.

—Aa, 144. Tiene 138 folios. Al Ilustrísimo Cardenal Arzobispo de Toledo, D. Bernardo de Sandoval y Rojas, mi señor. En Madrid, 1.º de febrero de 1608.

Para declaración de una gran parte de la Historia Apostólica en los Actos y en la Epistola ad Galatas. Advertencias de Pedro de Valencia, varón doctísimo y en todo género de letras muy eminente.» Tiene 95 folios, y siguen de la misma letra cuatro epigramas latinos. Quedan en blanco los folios desde el 98 al 138.

Esta era la obra predilecta del autor, según se deduce de sus cartas.

A, 80: Tiene 829 folios. En folio.

«Observaciones sobre la Sagrada Escritura, del P. Andrés de León.»

A, 81: Tiene 581 folios. En folio.

Advertencias de Pedro de Valencia y Juan Ramírez acerca de la impresión de la paráfrasis caldaica del P. Andrés de León, de la Orden de los Clérigos menores.»

Pág. 59: Respuesta del licenciado Juan Moreno Ramírez a las objeciones que el P. Andrés de León ha puesto a los censores que reprobaron su obra.

Pág. 68: Respuesta a las objeciones hechas a la censura del maestro Alonso Sánchez.

Pág. 73: Respuesta a las objeciones hechas a la censura del [p. 247] maestro Francisco de Espinosa. Ídem a las objeciones hechas a la censura del Dr. Gante.

Pág. 80: Respuesta del licenciado Juan Moreno Ramírez a las censuras que aprobaron la obra del P. Andrés de León.

Contiene el códice una multitud de documentos originales relativos a tan ruidoso negocio. Hay muchas contestaciones de Juan Ramírez, y no pocas de Pedro de Valencia.

Ms. citados por Nicolás Antonio, como existentes en la Biblioteca del Marqués de Mondéjar.

«Dissertatio ad Paulum V. Pont. Max. ut festum Sti. Pauli in Ecclessia constituatur.» Existe en la Biblioteca Nacional, códice B, 129, pág. 155.

«Censura sobre los comentarios de Jerónimo de Prado y Juan Bautista Villalpando sobre Ezequiel.»

«Expositio primi capitis Geneseos.» Con este título se conserva en la Biblioteca Nacional un tratadito contenido en un códice marcado con la signatura A, 165. pág. 184. Quizá sea el que menciona Nicolás Antonio con el título de

«Respuesta a Arias Montano sobre unos lugares del Génesis.»

«Discurso sobre el acrecentamiento de la labor de la tierra.» Se dice existir en la B. N., códice A., 52, pero yo no he podido hallarle.

«Discurso sobre instruir a un grande de España en la materia de estado.»

«Discurso sobre que deben comunicar los pobres a los ricos los datos de la doctrina y entendimiento.»

«Discurso contra el Cardenal Baronio, sobre la venida de Sant-Yago a España.»

«Discursos sobre que no se pongan cruces en lugares sucios e indecentes.»

«Discurso a S. M. para que no se cargue tanto a los reinos con imposiciones.»

«Discurso para el gobierno público de los lugares de España en donde hay peste.»

«Discurso sobre materias de guerra y estado, compuesto de palabras y sentencias de Demóstenes, juntas y traducidas del Griego.»

«Defensa de la memoria de Arias Montano.»

«Respuesta a los argumentos que se oponen al parecer del [p. 248] autor acerca de la admisión de colegiales naturales y forasteros del colegio de San Bernardo de Oropesa.»

«Juicio sobre las Soledades y el Polifemo de don Luis de Góngora.» Después hablaremos de este tratado.

Colección de cartas:

Al Dr. Francisco Sánchez de Oropesa, sobre la interpretación de unos lugares de Hipócrates.

Al Dr. Terrones, en alabanza de Arias Montano. Sobre la impresión de sus obras.

A Don Pedro García de Galarza, sobre una voz griega que se lee en la oración dominical. Galarza era entonces Obispo de Coria.

A Fr. Joseph de Sigüenza, sobre un lugar del cap. 53 de Isaías.

Otra carta miscelánea.

Al Mtro. Fr. Martín de Peraza, catedrático de Escritura en Salamanca.

A don Pedro González de Acevedo, Obispo de Plasencia, sobre unos lugares de San Juan Crisóstomo y sobre un lugar de San Pablo ad Philippenses: «Non rapinam arbitratus est, etcétera.» Sobre el día de la celebración de la Pascua.

Al Dr. Fernando Boan, Canónigo de Badajoz; en ella hace un juicio crtítico de los Anales del Cardenal Baronio.—Sobre un lugar de Baruch: sobre el cual escribió el Padre Martín de Roa en el libro 3.º singularmente cap. IX et X.

Al Mtro. Curiel.

Al Mtro. Francisco de Medina, Canónigo de Sevilla, sobre la dificultad de interpretar el Apocalipsis: dos cartas. En alabanza de los versos de don Juan de Arguijo, poeta sevillano.

Al licenciado Montero, Cura de Monasterio, sobre que las Sibilas no son profetisas.

A Miguel Ferrer, Secretario del Duque de Béjar, sobre la lección de la Historia.

Al P. Luis de Alcázar, cuatro cartas sobre la interpretación del Apocalipsis.

Al racionero Pablo de Céspedes, sobre los Syrios y los Arameos, etc., etc. En la Biblioteca Nacional se conservan algunas cartas, dirigidas a persona desconocida, que parece ser el P. Sigüenza. Dos de estas cartas han sido incluídas por don E. de Ochoa en [p. 249] el tomo 2.º de su Epistolario Español, que forma parte de la Biblioteca de Rivadeneyra.

Ms. que vió Vázquez Siruela

« Explicación de dos lugares de S. Pablo.»

«Observaciones sobre la Escritura, dirigidas al Cardenal-Arzobispo de Toledo, don Bernardo de Sandoval y Rojas.» Las cita don Martín de Herce Jiménez en su libro titulado Predicación de St. Yago en España, y afirma que se conservan en la Biblioteca de El Escorial.

De vitâ Christi, en lengua castellana. Dividido en cuatro partes; la primera se titulaba «Preámbulos del Evangelio» la segunda «Predicación del Evangelio», la tercera «Obra del Evangelio», y la cuarta «Frutos del Evangelio». Poseía este manuscrito, según Nicolás Antonio, el Arcediano Dormer, que le atribuía, no sabemos con qué fundamento, a Pedro de Valencia.

«Tratado del linaje de los Sepúlvedas.» Desconocido. Le cita Rodrigo Méndez de Silva en su «Memorial de los Sepúlvedas». El dicho de este genealogista merece poquísima fe, puesto que a renglón seguido añade que Pedro de Valencia fué cronista de Felipe II.

«Tratado del odio de los pueblos hebreo y gentil, y de la paz cristiana.» Desconocido. Le menciona el mismo Pedro de Valencia en una de sus cartas al P. Sigüenza.

Ms. existente en la Biblioteca del Marqués de la Romana, hoy agregada a la Nacional.

«Informe sobre el pergamino y láminas de Granada. Para el ilustrísimo Sr. Cardenal-Arzobispo de Toledo, don Bernardo de Sandoval y Rojas. Madrid, 26 de noviembre de 1607.» Sobre este asunto véase la erudita Historia de los falsos cronicones, escrita por el señor Godoy Alcántara y premiada por la Academia de la Historia. Pedro de Valencia, en su informe briosamente escrito, manifiesta los graves daños que a la Iglesia española había de acarrear la invención de falsas reliquias y libros supuestos.

[p. 250] Obras traducidas:

Ms. existente en la Biblioteca Nacional, Códice A.— 33. Lección cristiana, que es lo que todos los discípulos de Christo comúnmente deben saber y cada uno por su parte guardar, coligido y brevemente recopilado de la doctrina y reglas del Maestro, por el condiscípulo Benito Arias Montano, para instrucción de la pequeña grey. Traducido del latín. Porfiad a entrar por la puerta estrecha.

Después corrigió este título y sustituyó:

«La lección Christiana o las obligaciones comunes y particulares de todos los discípulos de Christo, coligidas de los preceptos y reglas del maestro y reducidas a un breve sumario para la instrucción de la pequeña grey, por el condiscípulo Benito Arias Montano. Porfiad a entrar por la puerta estrecha. Traducido del latín.»

Tampoco le gustó este título y volvió al primero, haciendo sólo una levísima alteración. Antepuso las palabras «para instrucción de la pequeña grey» y pospuso por el condiscípulo Benito Arias Montano».

Prelación de Arias Montano, al christiano lector.

Esta versión, escrita de puño y letra del mismo Pedro de Valencia, tiene muchas correcciones marginales de su mano. El Dictatum Christianum, de Arias Montano, se imprimió en Amberes, 7 de octubre de 1574 años. Siguen las aprobaciones de la edición latina, traducidas igualmente al castellano. Fué publicada esta versión por Mayans.

«Oración o discurso de Dion Chrisóstomo que se intitula peri anachoreseos, esto es, «del retiramiento», traducida del griego. Publicado por Mayans, al fin de sus Ensayos oratorios.»

«Christophori Plantini Epitaphium.»

«Petrus de Valencia lectoribus (Prefación a los Salmos de Arias Montano.)»

«Borrador de carta que escribió al licenciado Alonso Ramírez, cuando fué proveído fiscal de Hacienda.»

«Apología de Lysias sobre la muerte de Eratóstenes. Traducida del griego.» No está completa.

«Copia de un capítulo de una carta del duque mi señor.»

[p. 251] «Ad orationem dominicam illam: Pater noster qui es in coelis, symbola.»

«De la tristeza, según Dios y según los hombres. Consideración sobre un lugar de San Pablo.»

«Sobre las guerras de Flandes, de Jerónimo Franchi Conestaggio.»

«De los autores de los libros sagrados y del tiempo en que se escribieron.» Memorial sacado por la mayor parte de Sixto Senés y de los Anales del Cardenal César Baronio.

«Relación de la traza de las virtudes, hecha por Pedro de Valencia y Juan Bautista Lavaña.»

«Ejemplos de príncipes, prelados y otros varones ilustres que dejaron oficios y dignidades y se retiraron.»

«De hebraeorum choro expensa quaedam et utilia.»

«Otro papel o carta acéfala, que comienza: La manifestación de contento y gusto con que he sido recibido de esta ciudad, y más señaladamente de vm., me certifican y aseguran de las voluntades de todos, con que se acrecientan mis deseos y las obligaciones con que vengo a servir y aprovechar a esta corona, etc., etc.»

Eruditísima carta de Pedro de Valencia a don Luis de Góngora, fecha en Madrid. Junio de 1613. Es una censura del Polifemo y las Soledades, escrita a ruegos del mismo Góngora. Posee el original don Aureliano Fernández Guerra.

Carta a persona desconocida, al principio de la cual se lee: Trasládese este papel con cuidado, y si pudiera ser póngase el latín en letra redonda; y adviértese que se haga párrafo aparte y distinción, donde está aquí en esta plana a la margen.

«Discurso sobre el texto: «Et posuerunt omnes qui audierant in corde suo dicentes: Quis putas puer iste erit: Et enim manus domini erat cum illo.»

«Apuntes sobre algunos edificios y templos famosos.»

«Discurso dirigido a la reina Doña Margarita.»

«Otro discurso a la misma reina.»

«Humanae rationis exempla illustriora» (De diversa letra: dudo que sea de nuestro autor.)

«Oda sáfica en alabanza de Arias Montano. Epigrama al mismo.» De la misma letra.

Las últimas hojas, en deplorable estado de conservación, contienen [p. 252] tienen una traducción latina del tratado griego de San Epifanio, sobre las doce piedras del racional del sacerdote hebreo.

Por no desmembrar la descripción de este códice, he reservado para este lugar la enumeración de los tratados originales que comprende:

R.—123. Comienza este cuaderno con un opúsculo titulado «Refutantur tamquam apochriphi aliqui reges antiqui Hispaniae a Joanne Annio Viterbiensi introducti, quem aliqui recentiores sequuti sunt, per M. fratrem Franciscum de Cabrera. Augustinianum. Antiquariensem».

Faltan desde el folio 29 al 354.

355. «Theophrasti de igne liber singularis.» Al fin se lee: Zafra, junii 2, id est Pentecoste anni 1591.

Faltan desde el folio 370 al 439, en que comienza:

Thucydidis, Olori filii, Historia sui temporis liber primus.

Estas dos versiones parecen de puño y letra del mismo Pedro de Valencia.

Al principio de este códice se lee: «Tiene 475 folios sin las tablas.» En el estado desastroso en que hoy se encuentra, no tiene más que 54. Acaba con un tratado de medicina en latín (folios 354 a 358). Le han sido arrancados por mano violenta los 421 folios restantes, además de la tabla. Ni aun podemos saber los tratados que contenía este precioso códice, que debieron ser de grande importancia, como lo indican los mutilados restos que de él se conservan.

Afirma nuestro autor en una de sus cartas haber traducido del griego:

«8 homilías de San Macario»,

y haber corregido varias interpretaciones latinas de diversos autores.

«Tratado de Luciano, que no se debe dar crédito fácilmente a la calumnia.» Citado por Nicolás Antonio.

Obras impresas.

Academia | sive | de iudicio erga verum | ex ipsis primis fontibus, | opera | Petri Valentiae | Zafrensis in extrema Baetica |. Antuerpiae | ex officina Plantiniana | apud viduam et Joannem Moretum | 1596.

[p. 253] Está dedicada a don García de Figueroa, Camarero de Felipe III. Fecha en Zafra, 1596. Este precioso tratado tiene por objeto ilustrar las mutiladas reliquias que de los «Académicos» de Cicerón han llegado a nuestras manos. Discútese principalmente en ellos la certeza de nuestros conocimientos, o sea, el criterio de la verdad: «judicium erga verum». Comienza Pedro de Valencia exponiendo la teoría de Platón sobre el juicio de la verdad, seguida religiosamente por sus discípulos, Espeusipo y Jenócrates; bosqueja el trastorno introducido en las doctrinas platónicas por Arcesilao, fundador de la segunda Academia; coteja su sentir con el de Zenón; estudia el parecer de los escépticos o pirrónicos; hace un bellísimo análisis de la opinión estoica; habla de Carneades y de la Nueva Academia; indica las alteraciones introducidas por los sucesores de Carneades en la doctrina de su maestro, y termina hablando de los cirenaicos y de la escuela epicúrea, no sin advertir de pasada el nacimiento de la escuela ecléctica representada en el alejandrino Potamón. Difícil es hallar un libro que en tan reducido número de páginas contenga tanta y tan sabrosa doctrina, tomada siempre de las mismas fuentes. La obra está materialmente erizada de citas griegas, y a tal grado llevó Pedro de Valencia su escrupulosidad en este punto, que jamás quiso valerse del testimonio de Sexto Empírico, sólo porque en su tiempo no se había publicado aún el texto griego de este filósofo, y nuestro autor se fiaba poquísimo de los traductores latinos. Bosquejo acabadísimo de una historia de la filosofía, manifiesta bien claro lo que hubiera hecho Pedro de Valencia si se hubiera dedicado más a este linaje de estudios.

José Olivet, en el prefacio a las obras de Cicerón, publicadas por él en París el año 1740, escribe lo siguiente: Pedro de Valencia, natural de Córdoba, hombre muy docto y quizá el que mejor ha penetrado en los arcanos de la filosofía griega, de tal suerte ilustró no con breves y separados escolios, sino con un extenso razonamiento, los mutilados y oscuros restos que de los «Académicos de Cicerón» nos quedan, que me parece haberlos entendido él sólo. Esta obra rarísima y casi desconocida se publicó en Amberes, el año 1596.

Consecuente con este juicio, insertó el tratado de Pedro de Valencia a continuación de los «Académicos» y del «Lúculo».

La edición «ad usum Delphini» reprodújose en Ginebra, en [p. 254] Parma y en Amsterdam. En todas estas impresiones se añadieron los «Académicos» de nuestro autor.

Mr. Durand, hombre erudito, se propuso dar a luz una colección completa de las obras filosóficas de Cicerón, en latín y en francés, añadiendo los mejores comentarios. En un artículo prospecto incluido en el tomo 15.º de la Biblioteca Británica, dice: «Habiendo leído en un proyecto impreso en París un elogio notable de las Academias de Pedro de Valencia, verdadero comentario de las de Cicerón, entré en grandes deseos de ver este libro; no habiéndole encontrado en Londres, acudí a la Biblioteca de Oxford, donde sabía que estaba, y allí tuve el placer de copiarle. Conocí que Olivet no había sido bastante exacto en su edición, y con este auxiliar pude comprender el espíritu del original, que hasta entonces no había entendido.» Al poco tiempo publicó Durand un libro titulado:

Académiques de Cicerón avec le texte latin de l'éditon de Cambridge et des remarques nouvelles outre les conjectures de Davies et de Bentley et le commentaire philosophique de Valentia. Par un des membres de la Société Royale.—A Londres, 1740.

En el prefacio dice el editor, tratando de la oscuridad de los «Académicos»:

«Esto era lo que tanto me hacía desear el libro de Valencia, en el cual he hallado la mayor parte de las ilustraciones que necesitaba. Lleva el título de Academias de Pedro de Valencia, que se dice «Zafrensis, in extrema Baetica», aunque Olivet le hace de Córdoba. Nuestros diccionarios históricos no hablan de él. En su dedicatoria asegura ser jurisconsulto, y al fin del comentario habla de sus graves ocupaciones en el ejercicio de su profesión. Promete un tratado sobre la moral de los Stoicos. ¡Lástima grande que no llegase a escribirle, pues con su profundidad y claro estilo nos hubiera revelado cosas más útiles, que las luchas entre ambas Academias, sobre todo, en los diálogos «de finibus», hasta hoy tan oscuros! Mas, corno quiera que sea, el libro que nos ha dejado es excelente en sí mismo, necesario para comprender a Cicerón y particularmente estos dos fragmentos. Parece inclinarse al lado de los escépticos, aunque aparenta mantener en el fiel la balanza. Comienza este tratado señalando un origen singular a la filosofía, que llama hija del placer y de la paz; hace en seguida [p. 255] un gran elogio de la doctrina socrática; pasa de allí a los principios de Platón y al criterio de la verdad, que fija principalmente en el espíritu, sin excluir los sentidos. Llega, por fin, a la gran disputa entre Zenón y Arcesilao, y examina, siguiendo a Cicerón, pero con mayor extensión y profundidad, las armas de ambos combatientes. Las sutilezas del Pórtico le ocupan mucho tiempo, y éste es quizá el trozo más acabado de su libro. De aquí pasa a Pirrón, a Antíoco, a Crisipo, a Carneades, a Filón, tan poco conocido, y los caracteriza a todos con un sólo rasgo. Acaba por Epicuro, cuyo verdadero sistema sobre el testimonio de los sentidos desenvuelve con la misma habilidad, presentándole bajo un aspecto mucho más favorable que Cicerón. Véase, en general, el contenido del libro de Valencia, que me ha sido de no poco auxilio para dar a mi traducción y a mis escolios cierto grado de claridad que acaso los libre del olvido. En reconocimiento por estos servicios, y para agradar a los curiosos, he reimpreso el mismo libro con una exactitud rara y digna del asunto, acordándome muchas veces de aquel precepto de Plinio: «no hay cosa más bella ni más digna de la modestia de un hombre honrado, que confesar ingenuamente a quién es deudor de sus adelantos», aunque no falten autores que obren de diverso modo.» ¡He aquí cómo habla un sabio extranjero de nuestro Pedro de Valencia!

Los redactores de la Biblioteca Británica nos dieron un largo y cuidadoso extracto de las Academias de Pedro de Valencia y una breve noticia de su vida, tomada de Nicolás Antonio. Manifiestan su esperanza de que algún día se publiquen en colección las obras de varón tan eminente. Hasta ahora en esperanza se ha quedado.

Trató de realizarla don Francisco Cerdá y Rico, incluyéndolas en su colección de opúsculos selectos y raros de españoles ilustres. Publicó el primer tomo en 1781, pero desgraciadamente la obra no continuó. El primer volumen contiene las Academias. Lleva el título siguiente:

«Clarorum hispanorum | opuscula selecta et rariora | tum latina, tum hispana | magna ex parte nunc primun | in lucem edita. | Collecta et ilustrata | a Francisco Cerdano Rico | Valentino | Regia Bibliotheca, academiae historiae socio | et causarum patrono apud. Reg. Consilium | Volumen prius | Matriti, anno 1781 | apud Antonium de Sancha | in platea vulgo de la aduana vieja.» Edición muy bien hecha. Las Academias llenan desde la página 157 a la 252.

[p. 256] Reimprimióse, además, en la siguiente colección:

«M. Tulii | Ciceronis | Opera. Tomus duodecimus. Anno 1797.» Bellísima edición, tan buena como las mejores extranjeras. Consta de 14 tomos. Matriti ex typographia regia. En la pág. 443 del tomo 12.º comienzan las Academias de Valencia, que llenan lo restante del tomo.

«Lección cristiana de Arias Montano, traducida al español por Pedro de Valencia.» Madrid, 1739, por Juan de Zúñiga. Reimpresa, más tarde, en Valencia. Cuidó de esta edición don Gregorio Mayáns, de quien son todos los documentos que acompañan a la obra.

«Ensayos oratorios de don Gregorio Mayáns y Siscar. Va añadida la oración de Dion Crisóstomo «del retiramiento», traducida al español por Pedro de Valencia. Madrid, 1739.» Reimpresa en Valencia.

Cerdá y Rico poseía originales o copias de casi todos los escritos de Pedro de Valencia, citados por Nicolás Antonio.

Notas

[p. 235]. [*] . El original de este estudio se conserva autógrafo en la Biblioteca de Menéndez Pelayo y por él se ha hecho la impresión. Forma parte de la inédita Biblioteca de Traductores, que se publicará en esta Edición Nacional.