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Obras completas de Menéndez... > ESTUDIOS Y DISCURSOS DE... > VII : ESTUDIOS HISTÓRICOS > ANA BOLENA

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EL que suscribe ha examinado con la debida atención, por encargo de la Real Academia de la Historia, la obra en dos tomos, intitulada «Ana Bolena. Capítulo de la historia de Inglaterra (1527-1536)», compuesta en lengua inglesa por el señor Pablo Friedmann, e impresa en Londres el año pasado de 1884.

No ha sido el objeto del erudito historiógrafo, y él mismo lo confiesa en su prefacio, presentar una biografía completa de Ana Bolena, ni mucho menos una historia de su tiempo. Pero nos parece demasiado modesta la afirmación que repetidamente hace, de que sólo ha tratado de historiar aquellos acontecimientos del reinado de Enrique VIII, con los cuales el nombre de Ana Bolena está intimamente enlazado.

Los materiales de que el autor se ha valido son, en primer término, las correspondencias inglesas del Rey, de sus ministros, de sus agentes en el extranjero; en segundo lugar, la correspondencia de Carlos V, de su tío, de su hermano y de sus ministros, en cuanto se refieren a Inglaterra; en tercer lugar, la correspondencia de los agentes franceses; en cuarto, la correspondencia diplomática de los agentes del Papa y de los Estados neutrales; y [p. 210] en quinto y último, algunos diarios, crónicas, memorias de contemporáneos o relaciones dignas de fe, tomadas de documentos que ahora no poseemos.

En la calificación del valor histórico de estas fuentes, mister Friedmann ha procedido con el más severo e imparcial criterio, rebajando muchísimo la importancia histórica de los documentos oficiales ingleses, los cuales, según él, sólo ofrecen una incompleta y mentirosa pintura de las negociaciones a que se refieren, dado que los agentes de Enrique VIII tenian la pésima costumbre de adular su vanidad, presentándole las cosas del modo que más podía halagarle, sin tener empacho de pasar en silencio los hechos más averiguados o de presentarlos a una luz enteramente falsa. Por el contrario, Mr. Friedmann da grande importancia a la correspondencia de los agentes de Carlos V, los cuales habían llegado a enterarse de que el enmascarar la verdad, no era el medio más adecuado para servir a sus propios intereses. Todos los papeles publicados sucesivamente por Mr. Weiss en su Colección de los Despachos del Cardenal Granvelle (París, 1841-52), por el Dr. C. Lanz en su Correspondencia del Emperador Carlos V (Stuttgart, 1844), por el Dr. G. Heine en sus Cartas de Carlos V (Berlín, 1848), y por Bucholtz en su Historia del Emperador Fernando I, forman la base principal del libro de Mr. Friedman, el cual, además, ha hecho investigaciones personales en los archivos de Simancas, Barcelona, París y Bruselas y en el Museo Británico de Londres, donde le ha servido de hilo conductor el excelente catálogo de nuestro compañero don Pascual de Gayangos.

Pertrechado con estos subsidios y teniendo siempre a la vista la útil colección de Bergenroth, el Dr. Friedmann ha extendido su investigación a los archivos de Viena, donde perseveran manuscritas las correspondencias de tres embajadores españoles en Inglaterra, el obispo de Badajoz, don Iñigo de Mendoza y Eustaquio Chapuis. De las cartas de este último, algunas habían sido publicadas en 1844 por el Dr. Carlos Lanz, otras en 1850, traducidas al inglés por W. Bradford, algunas en 1856 por Mr. Fronde en un apéndice al segundo tomo de su Historia de Inglaterra. Posteriormente Mr. Brewer y Mr. Gairdner han acrecentado la colección de extractos y el señor Gayangos ha llegado a dar un entero análisis de esta correspondencia. [p. 211] Por lo que toca a documentos franceses, el autor concede gran precio a las correspondencias del condestable Ana de Montmorency, y de los dos hermanos Du Bellay (Juan y Guillermo); el primero de los cuales fué por largo tiempo embajador en Inglaterra; y con la misma estimación explota las de sus sucesores diplomáticos Juan Joaquín de Vaux, Gil de la Pommeraye, Montpesat, Juan de Deinteville, M. de Castillon, Antonio de Castelnau y otros, cuyas cartas se conservan, por la mayor parte, en la Biblioteca Nacional de París.

Fuera de Francia, España e Inglaterra, el historiador de Ana Bolena ha acudido a la correspondencia del cardenal Campeggio, publicada en parte por el P. Theiner (Roma, 1864), en parte por el Dr. Hugo Laemmer (Monumenta Vaticana), a las relaciones de los embajadores venecianos dadas a conocer por Rawdon Brown, y al diario y las cartas del embajador danés en Londres Pedro Schwaben, cuidadosamente publicado por Mr. C. F. Wegener (Copenhague, 1860-1865).

Todo este aparato erudito es ya indicio de la escrupulosa conciencia con que el autor ha procedido al narrar este singular episodio de los anales ingleses, tan íntimamente enlazado con el primer establecimiento de la Reforma religiosa en las Islas Británicas.

Siguiendo paso a paso los documentos, Mr. Friedmann apenas aventura ningún juicio de conjunto, ni deja traslucir su propia creencia o nacionalidad, lo cual sería defecto en una historia definitiva y crítica, pero no lo es en una monografía, en que el autor no se propone otro fin que demostrar cuán poco es lo que sabemos con certeza de los ocultos móviles y complicadas intrigas que se cruzaron en este asunto del primer divorcio de Enrique y de la caida y muerte de Ana Bolena, y declara satisfacerse con haber disipado algunos errores y mostrado fuentes y caminos nuevos. Siempre hablan así la modestia y el verdadero mérito. La obra del Dr. Friedmann, a pesar de los estrechos límites en que el autor ha querido voluntariamente encerrarse y que le han impedido satisfacer todas las curiosidades que en un lector español suscitan forzosamente el nombre y los infortunios de la reina Catalina de Aragón, merece con todo eso, y juzgándola sólo por lo que su propio autor ha querido que sea, un puesto de los más señalados [p. 212] y brillantes en la hermosa serie de monofragías históricas que nuestro siglo puede presentar como uno de sus más indiscutibles títulos de gloria. La hacen acreedora a grande estima la ausencia de pasión y la escrupulosa buena fe con que Mr. Friedmann ha procedido, la infatigable diligencia con que ha escudriñado casi todo lo que se refiere a la vida de su heroína, el orden y lucidez que pone en su relato, el interés que ha acertado a darle y la sagacidad con que desentraña los intereses y afectos de los muy variados personajes que intervienen en tan complicado y bien tejido drama.

En mi concepto, Mr. Friedmann se ha mostrado capaz de hacer todavía mucho más de lo que ha hecho, y culpa suya será si no enriquece la literatura histórica con un cuadro general del estado de Inglaterra bajo el cetro de Enrique VIII, a quien nunca hemos visto juzgado y retratado de tan magistral manera como aparece en la breve y jugosa introducción del presente libro, donde el autor nos describe en pocos, pero expresivos rasgos, el carácter del rey y la muy torcida dirección que desde el principio habían sufrido sus brillantes cualidades, inclinándose por pendiente insensible a la vanidad, al fausto y a la soberbia, que no le impedían ser fácil juguete de todo el que acertaba a explotar hábil y oportunamente sus pasiones, más violentas que firmes ni duraderas, y complicadas con una extraña doblez de carácter que le llevaba hasta querer engañarse a sí propio. Igual verdad moral ostentan los perfiles de Wolsey, de Tomás Cromwel y de Crammer. La belleza moral del carácter de la reina Catalina obtiene cumplida alabanza, aunque el autor insiste, quizá con exceso, al menos para lectores españoles, en los que él cree defectos de terquedad y orgullo y que, en su opinión, contribuyeron a enajenarle el cariño de su esposo, como si no hubiera bastado para ello la propia condición del rey, tan propenso a encontrar encantos en las mujeres que por el momento no poseía.

La reina Catalina aún espera biógrafo español que la haga cumplida justicia; pero entre tanto contribuirá a ello, si bien de una manera indirecta, el libro de Mr. Friedmann, que con tanta energía manifiesta y pone de resalto las malas artes y la ambición desapoderada y sin escrúpulo de su rival, nacida y criada en medio de las más degradantes influencias. Ana no era buena, dice [p. 213] con la más encantadora sencillez Mr. Friedmann, resumiendo en una sola frase el juicio inapelable del pueblo inglés y de la posteridad.

Por todas estas razones, y además por referirse a sucesos enlazados con nuestra historia nacional y por la circunstancia de haber sido trabajada en buena parte con documentos españoles, merece el libro de Mr. Friedmann la atención de todos los eruditos españoles y la simpatía y el aprecio de la Academia de la Historia.

Tal es la opinión del que suscribe, sometiéndose en todo y por todo al mejor fallo de la Academia.

                                                                                  M. MENÉNDEZ Y PELAYO.

Madrid , Mayo 29 de 1885.

Notas

[p. 209]. [1] . Nota del Colector. - Informe dado a la Academia de la Historia en 29 de Mayo de 1885 sobre la obra de Mr. Pablo Friedman que lleva este título.

Se colecciona por primera vez en Estudios de Crítica Literaria.