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Obras completas de Menéndez... > HISTORIA DE LAS IDEAS... > V : INTRODUCCIÓN AL SIGLO... > INTRODUCCIÓN. RESEÑA... > ADVERTENCIA PRELIMINAR

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FUÉ mi propósito terminar en este volumen la introducción larguísima que voy escribiendo a la historia de las ideas estéticas en nuestro suelo durante el siglo XIX. Pero es tal la abundancia de la materia y tal la gravedad de las cuestiones críticas que sugiere, que me ha sido imposible encerrar en tan breves términos la exposición de una serie de evoluciones literarias tan complicadas e importantes. Va, pues, en este volumen la historia del romanticismo francés, considerado, no solamente en sus teorías, sino en la aplicación que lograron dentro de las diversas formas del arte. Todo lo relativo a las corrientes posteriores que en la novela se inician con Balzac, en la crítica con Sainte-Beuve, y en la lírica con los pequeños grupos posteriores a Musset y a T. Gautier, y nacidos en gran parte de su impulso, ya por imitación, ya por reacción, será materia del volumen siguiente, que también contendrá un sucinto examen de la Estética italiana. Con esto quedará abierto el camino para discernir en nuestra producción filosófica y artística de este siglo los numerosos elementos de importación extranjera, y la parte de originalidad que, sin embargo, contiene.

Conozco mejor que nadie los defectos de composición de esta Historia, defectos voluntarios en cierto modo y nacidos del propósito de utilidad didáctica que en ella domina. Quizá cuando la obra esté terminada y se perciba mejor el lazo entre sus diversas partes parecerá menos monstruosa la intercalación de este episodio de cuatro volúmenes. Así como en siglos pasados el pensamiento español fué dominador e influyente, y sirve de clave para [p. 164] explicar fenómenos de la historia intelectual de otras naciones, así en el presente ha recibido constantes influencias del pensamiento de aquellas, y quien le estudia y expone, puestos siempre los ojos en la relación con nuestra vida intelectual, estudia y expone anticipadamente gran parte de la historia literaria y científica de España durante el siglo décimonono; y, remontándose a los origenes de las cosas, puede evitarse muchas repeticiones inútiles y concentrar sus fuerzas, cuando el caso llegue, no en lo que ha sido mero reflejo más o menos pálido, sino en los relámpagos de inspiración castiza que han surcado el cielo de nuestras letras, a pesar de la imitación, y por obra de los mismos que más dócilmente hacían gala de seguir ejemplos extraños. Hay, pues, en mi plan, a vueltas de la desproporción exorbitante de lo que parece accesorio y de lo principal, un sentido de unidad y de lógica interna, que no ha de negarme quien tenga la paciencia de seguir mi trabajo con la atención que estas cosas requieren.

Precisamente la misma enormidad del defecto indica que ha sido cometido a sabiendas, y que el autor no siente por él grandes remordimientos. Bien pudiera excusarme con ejemplos ilustres como el de la introducción de Robertson sobre la Edad Media, que ocupa casi la tercera parte de su Historia del Emperador Carlos V, y es más leída y celebrada que la historia misma, y de interés mucho más general por su materia. Pero prefiero confesar lisa y llanamente mi culpa, añadiendo un solo descargo. Malo será mi libro por ser mío, pero nadie me negará que en él doy mucho más de lo que prometo; lo cual será superfluo y monstruoso, pero no deja de ser útil, aun para los mismos que más lo censuren. Y, por otra parte, cierta superfluidad y despilfarro ha sido siempre muy de autores españoles, algo díscolos y rebeldes de suyo contra ciertas prudentísimas leyes de parsimonia y equilibrio. Yo me confieso en esta parte de los más pecadores, aunque siempre estoy formando propositos de la enmienda, para aplacar los iracundos manes de Boileau y de Luzán.

Mi libro nada pretende enseñar a los franceses, que han ilustrado admirablemente todos los períodos de su historia literaria antigua y moderna, todos sus autores, aun los más oscuros. Nada enseñará tampoco a los demás extranjeros, que tienen sobre la [p. 165] revolución románticos libros tan excelentes como el del danés Brandes, que si no en la lengua nativa de su autor, a lo menos en alemán, corre en manos de todas las personas cultas. Mi libro no puede tener más originalidad que la de mi juicio y gusto propio, buenos o malos, la de mi impresión personal y directa, después de leídos todos los autores de que voy a hablar, y algunos más que no me han parecido dignos de ser citados. Esta Historia no es una compilación si un resumen; es mi trabajo propio sobre las fuentes. Los juicios ajenos son para mí muy respetables, pero yo no respondo más que del mío, incompetente sin duda, como en grado mayor o menor lo es siempre el de un extranjero, pero basado en indagación propia y libre, en cuanto he podido, de preocupaciones de patria o de escuela. Hay españoles que conocen y sienten mucho mejor que yo la lengua y la literatura francesas, pero esta misma intimidad los hace casi franceses, y priva quizá a sus juicios de aquella espontaneidad y franqueza que pueden tener los de un español incorregible como yo, que nunca ha acertado a pensar más que en castellano, que no sabe leer un libro extranjero sino traduciendo mentalmente, y que ha aprendido lo poco que sabe de lenguas vivas por los mismos procedimientos que se aplican a la enseñanza de las lenguas muertas.

No se crea por eso que el prurito de originalidad me ha arrastrado a prescindir de las opiniones de tantos y tan admirables críticos como Francia ha producido en este siglo. Al contrario, he procurado siempre iluminar y robustecer mi juicio con el parecer ajeno, e indico en notas todos aquellos estudios y monografías que contienen la expresión más autorizada de la crítica francesa sobre cada materia. Sainte-Beuve, sobre todo, el gran maestro de esa crítica, no igualado ni excedido por ninguno de los posteriores, ha sido consultado por mí a cada paso en sus innumerables volúmenes. A ellos debo una buena parte de mi educación literaria, y me complazco en reconocer aquí la deuda que con él tenemos todos los que poco o mucho hemos trabajado sobre literatura francesa.

Por lo mismo que mis investigaciones en lo sucesivo han de versar principalmente sobre nuestra propia historia literaria, y quizá no se me vuelva a presentar en la vida ocasión de exponer mis ideas sobre literatura extranjera (materia muy descuidada en [p. 166] España, donde suele aprenderse en malos e inseguros guías), me he dilatado tanto en estos estudios previos, que para mí han sido muy amenos, y quizá no serán inútiles para otros. Una sola ventaja tiene el aislamiento en que vivimos los que en España nos dedicamos a tareas de erudición o de ciencia. El silencio y la indiferencia de la crítica son tales, que, si no nos alienta ni nos estimula, tampoco nos molesta ni perturba, imponiéndonos modas y preocupaciones del momento, ni sujetándonos a la tiranía del mayor número, como en otras partes suele acontecer. Como apenas somos leídos, libres somos para dar a nuestras ideas el desarrollo y el rumbo que tengamos por conveniente; y quien tenga la fortaleza de ánimo necesaria para resignarse a este perpetuo monólogo, podrá hacer insensiblemente su educación intelectual por el procedimiento más seguro de todos, el de escribir un libro cuya elaboración dure años. Entonces comprenderá cuánta verdad encierra aquella sabida sentencia: «El que empieza una obra no es más que discípulo del que la acaba». Si algún lector benévolo y paciente notare alguna ventaja, ya de crítica, ya de estilo, en los últimos tomos de esta obra, respecto de los dos primeros, atribúyala a esta labor oscura y austera, que no conduce ciertamente al triunfo ni a la gloria, pero que para el sosiego y buen concierto de la vida moral importa tanto.

M. M. Y P.

Notas