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Obras completas de Menéndez... > BIBLIOTECA DE TRADUCTORES... > IV : (OLIVER-VIVES) > VILLEGAS, ESTEBAN M. DE

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[p. 362]

Escasa novedad podemos dar al artículo de Villegas. La diligencia incansable del docto académico D. Vicente de los Ríos recogió a fines del siglo pasado cuantas noticias pudo allegar respecto a la vida y escritos del cisne de Najerilla. Desde entonces poco o nada se ha averiguado en este punto. Redúcese, pues, nuestra tarea en la parte biográfica a extractar las Memorias de la vida de D. Esteban Manuel de Villegas, escritas por el diligente erudito que antes hemos citado.

D. Esteban M. de Villegas nació en Nájera a fines del siglo XVI. Su verdadera patria resulta de la partida de matrícula conservada en la Universidad de Salamanca, de la portada del tomo 2.º de sus Disertaciones críticas, y sobre todo del testimonio del autor mismo en repetidos lugares de sus poesías. No consta con exactitud el año de su nacimiento, por no conservarse su partida bautismal en el Archivo de Santa María la Real de Nájera. La familia de Villegas era oriunda de Pie de Concha, en la Montaña, y una de las principales de Nájera.

Educóse nuestro autor en Madrid, y allí conoció y trató íntimamente a Bartolomé Leonardo de Argensola. Dícelo él mismo en una de sus sátiras:

Vilo, Bartolomé, no una vez sola
Que el dedo de Madrid te señalaba,
Diciendo: «Éste es la Fénix española.»
Yo entonces pequeñuelo comenzaba
Y sobre tus pisadas tal vez puse
Mi pie que perezoso caminaba.

Entonces debió cobrar afición a la poesía. A la edad de catorce años pasó a Salamanca, en cuya Universidad comenzó el estudio de las leyes, al cual no tenía grande inclinación. Por entonces compuso la mayor parte de sus poesías. En 1618 publicó en Nájera la colección de sus Eróticas. En su ciudad natal contrajo matrimonio en 1626. Por circunstancias que a su tiempo señalaremos, habían sido recibidas con frialdad las Eróticas. Entonces abandonó la Poesía y se dedicó a estudios de varia erudición y letras humanas. En 1638 trabajaba en las Bibliotecas de Madrid [p. 363] especialmente en la del Conde-Duque. Comenzó después una obra formada de ilustraciones y comentarios a diversos autores de la antigüedad. Dióla el título de Disertaciones Críticas, y desesperando de publicarla en España, entró en tratos con Pedro Bosco, impresor de Tolosa, mas por falta de recursos le fué imposible darla a la estampa. Ofreció costear la edición su amigo don Lorenzo Ramírez de Prado, pero negóse obstinadamente Villegas, alegando que todavía no le había sido posible consultar diversas ediciones y comentarios, necesarios para la total perfección de su obra. Triste fué su situación en los últimos años de su vida; en vano solicitó algún empleo en la corte, que le permitiera entregarse a sus ocupaciones predilectas. Desesperado al fin, escribía a Ramírez de Prado: «Alzo la mano en el favor de V. S., pues el siniestro de mis letras no tiene premio en esta monarquía. Y estoy seguro que aunque V. S. las apoye y quiera socorrer, no ha de hallar un rincón que darles.» Incansable Villegas, a pesar de su mala fortuna, se ocupaba al mismo tiempo en glosar el Código de Teodosio y componer un Etymológico historial, obras todas que a su muerte quedaron incompletas. En 1663 una grave enfermedad le puso a las puertas del sepulcro; entonces otorgó su testamento, pero restablecido, dedicóse de nuevo a las letras, y, reanimándose su amor a la poesía, como se aviva una luz próxima a extinguirse, emprendió su admirable traducción de Boecio. Logró darla cima y publicarla en 1665. Entre estas ocupaciones le sobrevino la muerte en 12 de agosto de 1669.

No es de este lugar recoger los elogios tributados a Villegas como poeta lírico. Baste decir que en la poesía anacreóntica está considerado como el primero de los nuestros, y el que más se ha acercado a la dulzura y delicadeza del lírico de Teyo. Discípulo del rector de Villahermosa, aunque sin tomar de su maestro la corrección y el gusto, lució, sin embargo, en las anacreónticas y cantinelas, compuestas en su edad florida muchas de las prendas que recomiendan este linaje de composiciones. Menos afortunado en otros géneros, dejó, no obstante, composiciones dignas de alabanza y de estudio, como algunos idilios, en especial el de Los cien pasos y tal cual elegía o sátira. Él intentó introducir en nuestro Parnaso, a veces no sin fortuna, una imitación más o menos aproximada de la métrica clásica; compuso hexámetros, no del [p. 364] todo insonoros en ocasiones, y manejó con sin igual destreza los sáficos adónicos, de los cuales erradamente se le ha supuesto introductor en nuestra lengua. Permítasenos una leve digresión con este motivo.

Los primeros sáficos que conocemos en castellano, por más que nadie haya parado mientes en ellos, son obra del sabio arzobispo de Tarragona, Antonio Agustín. Recorriendo en cierta ocasión sus obras completas (edición de Luca, 1772) tropecé en el tomo séptimo (p. 178) con una carta a su amigo Diego de Rojas, fecha en Bolonia, 1540, y en ella con estas palabras: «Mitto ad te quaedam epigrammata novi cujusdam generis.» Por nota a esta carta inserta el editor de Luca unos sáficos-adónicos, tomados de un códice que Mayáns poseía. Estos son los versos de nuevo género, a que el arzobispo se refiere. Comienzan así:

Júpiter torna, como suele, rico,
Cuerno derrama Jove copïoso,
Ya que bien puede el Pegaseo monte
Verse y la cumbre.
Antes ninguno, sabio poeta
Pudo ver tanto que la senda corta
Viese que a griegos la subida siempre
Fuera y latinos.
Ennio vemos, Livio y Catulo,
Píndaro, Orfeo, Sófocles y Homero,
Virgilio, Horacio y con Nasón Lucano
Esta seguían....

En sáficos tradujo el Brocense con singular acierto la oda X del libro 2.º de Horacio, y por ser breve y no haberla reproducido en el artículo del Mtro. Sánchez, la transcribimos en este lugar:

RECTIUS VIVES, LICINI
Muy más seguro vivirás Licino,
No te engolfando por los hondos mares,
Ni por hüirlos encallando en playa
Tu navecilla.
Quien adamare dulce medianía,
Ni le acongojan viles mendigueces,
Ni le dementan con atruendos vanos
Casas reales.
[p. 365] Más hiere el viento los erguidos pinos,
Dan mayor vaque las soberbias torres,
Y en las montañas rayos fulminantes
Dan batería.
Vive con pecho bien apercibido,
Que en las riquezas tema la caída,
Y en la caída espere, que fortuna
Suele mudarse.
Júpiter suele dar y quitar fríos,
Mala fortuna suele varïarse:
Cantas a veces, y no siempre el arco
Flechas, Apolo.
En casos tristes, fuerte y animoso
Muestra tu pecho, y con prudencia suma
Coge las velas, cuando te hallares
Entronizado.

Y bellísimos sáficos, tan buenos como los mejores de Villegas, se encuentran en las Nises, de Fr. Jerónimo Bermúdez. Véase en prueba de ello el coro de Coimbresas que cierra el acto segundo de la Nise Lastimosa:

¡Cuánto más libre, cuánto más seguro
Es el estado, que de el contento
No se levanta más de lo que huye
Grande miseria!
Tristes pobrezas nadie las desee,
Ciegas riquezas nadie las procure,
La bienaventuranza de esta vida
Es medianía.
Príncipes, reyes y monarcas sumos,
Sobre nosotros vuestros pies tenéis,
Sobre vosotros la crüel Fortuna
Tiene los suyos.
Sopla en los altos montes más el viento,
Los más crecidos árboles derriba,
Rompe también las más hinchadas velas
La tramontana.
Pompas y vientos, títulos hinchados
No dan descanso más, ni mas dulzura,
Antes más cansan y más sueño quitan
Al que los ama.
Como sosiegan en el mar las hondas
Así sosiegan estos pechos llenos,
Nunca quïetos, nunca satisfechos,
Nunca seguros. Etc.
[p. 366] Tres autores habían usado, pues, los sáficos antes de Villegas. En sáficos se habían escrito los hermosos trozos de poesía horaciana, que contienen ambas Nises. Villegas no tuvo otro mérito que el de haberlos empleado con felicidad suma.

Tal acontece en la oda Dulce vecino de la verde selva, y tal en otra menos conocida, imitación bastante afortunada de la Paloma, de Anacreonte. Por no haberse reproducido en el tomo 42 de la Biblioteca de AA. Españoles, la transcribimos a continuación:

Ya por el cierzo, boreal pegaso,
Dime ¿de dónde sacudiendo vienes
Tantos olores de vapor sabeo,
Dulce paloma?
Entre tus plumas de color nevado,
Pálidas miro del amor violas,
Y entre tus uñas de granate llevas
Rosas y flores.
Oye, pues, huésped; yo me voy siguiendo
No mi destino, no, sino el preceto
Justo y discreto de mi dueño amado
Siervo de Nisa.
Desde la falda de la gran Citeres
Viene al amparo de mi gran Poeta: [1]
Él me respeta, pero yo ministra
Dueño le llamo.
Ésta me manda, que volando lleve
Carta nacida de su blando seno,
Blando y ameno, cuya dulce musa
Canta süave.
Entre las peñas resonar solía
Que goza eternas la feliz Rïoja,
Y entre su roja y aseada margen
Nájera oyólas.
Hame jurado religioso, darme
Libre a los vientos, si la carta llevo,
Mas yo, que sólo mi provecho miro
No lo deseo.
¿De qué me sirve penetrar las auras,
Y en los hibiernos abrigar los olmos,
Comer hambrienta, de gusano llenas,
Vacas agrestes?
[p. 367] ¿De que me sirve recrear los ecos
De esta montaña con amante pico,
Y entre tus uñas temerosa verme,
Sacre pirata?
Más vale, esclava de tan alto dueño,
Cumplir honrada liberal su mando,
Y entre su blando y apacible seno
Dar mil arrullos.
Cuando las mesas sigues yo le sirvo,
Yo le arrebato su mejor vianda,
Ya de los dedos de su blanca mano,
Ya de su boca.
Él que me estima y en el alma adora,
No me castiga ni me reprehende,
Antes en taza de dorado vino
Luego me brinda.
Si crece el rayo de la luz febea,
Yo le doy sombra con amigas alas;
Y si la sombra de la noche crece,
Yo le caliento.
Así que paso regaladamente,
Libre de lazos, de temor segura,
O bien dormida, sobre sus alambres
Guardo su lira. [1]

Publicó Villegas las obras siguientes:

Las eróticas o amatorias de Don Esteuan Manvel de Villegas. Parte Primera. (Al fin.) En Náxera, por Jvan de Mongastón. Año de 1618. Cuatro hoj. prels. incluso el frontis grabado, 160 folios y uno para las señas de la edición.

Las Eróticas de Don Estevan Manvel de Villegas. Qve contienen: Las Elegías, libro 1.º; Los Edylios, libro 2.º; Los Sonetos, [p. 368] libro 3.º; Las Latinas, libro 4.º Segunda Parte. En Náxera, por Jvan de Mongastón, 1617. A costa del autor i por él corregida la ortographía. 87 h. foliadas, en realidad 88, por estar duplicada la 82. Dos partes en un vol. 4.º En el frontis lleva un sol naciente con el lema: Me surgente, quid istae?

Las Amatorias de Don Estevan Manvel de Villegas, con la traducción de Horacio, Anacreonte y otros poetas. En Náxera, por Jvan de Mongastón. Año 1620. (Al fin, 1618). Segunda Parte (ut supra). Dos partes en un volumen, 4.º Es la misma edición, sin más diferencia que ser diversa la portada, y blanca la cuarta hoja del tomo. En el frontis hay una viñeta de madera, con dos eslabones, que, hiriendo un pedernal, sacan chispas, y las leyendas: «Con el ocio lo lucido se desluce» y «Rompe y luce». Tuvo por objeto esta variación hacer desaparecer al arrogante mote citado, que produjo malísima impresión en el ánimo de los contemporáneos de Villegas, y atrajo a éste la siguiente crítica blanda y amistosa de Lope de Vega en el Laurel de Apolo:

Aspire luego del Parnaso al monte
El dulce traductor de Anacreonte,
Cuyos estudios con perpetua gloria
Libraron del olvido su memoria,
Aunque dijo que todos se escondiesen,
Cuando los rayos de su ingenio viesen.

La primera parte de las Eróticas se divide en cuatro libros. El primero, dedicado al rey Felipe III, contiene treinta y seis odas, parte originales, parte traducidas de Horacio y otros poetas antiguos. Entre las primeras las hay muy bellas, aunque inferiores a las Anacreónticas y Cantilenas. Como muestra puede citarse la que consagra a la memoria de Garcilaso. Las traducciones son:

De Horacio.—Oda 4.ª del libro 2.º, a Jantia Foceo, XI de Villegas.

Oda 5.ª del mismo libro, XV de las Eróticas.

Oda 8.ª, a Barina, XVII de las Eróticas.

Oda 9.ª, a Valgio, XIX de las Eróticas.

Oda 14, a Póstumo, XXI de las Eróticas.

Oda 16, a Grosfo, XXIV de las Eróticas.

Oda 23 del libro tercero , a Fídile, XXVI de las Eróticas.

[p. 369] Oda 7.ª del libro cuarto, a Torcuato, XXVIII de las Eróticas.

Oda 12, a Virgilio, XXXI de las Eróticas.

No son malas en general estas versiones, mas ninguna me parece bastante notable para transcribirla en este sitio. La mejor es acaso la octava del libro segundo. En los Apuntamientos criticó bibliográficos sobre traductores de Horacio reproduje la novena del mismo libro.

No anduvo Villegas tan afortunado en la versión de Horacio como en la de Anacreonte y algún otro poeta.

De Anacreonte contiene traducidas este libro la oda 2.ª Φύσις κ&2;ρατα ταὐροις y la 23.ª (21.ª, según otras ediciones). ῾Ο πλοῦτος &17;&ΧιρΧ; γε Χρυσου.

Hállase, además, en el libro que vamos recorriendo una paráfrasis bien hecha del célebre himno de Erina (o Melino) de Lesbos ῾Ρὡμην (a la fuerza o a Roma). La pondremos aquí, por no hallarse en la Biblioteca de AA. Españoles

Salve, Roma querida,
Sucesión del gran Marte, tú que pones
En tu cabeza erguida
Mitra compuesta de opulentos dones,
Y gozas en el suelo
Del ocio universal de todo el cielo.
A ti te dió la Parca
Tal privilegio, viendo que potente
Tu mano el cetro abarca,
Y que ha de sustentarle eternamente,
Para que tu prudencia
Rija de todo el mundo la tenencia.
Tú con robustos lazos
Encadenas del mar los pies tardíos
Y del mundo los brazos:
Tú descoyuntas firmes señoríos;
Y sola libertades
Niegas, ciudad, a cuantas hay ciudades.
La misma que porfía
Poner todas las cosas a su planta,
Y la vejez tardía,
Que todo lo trastorna y lo quebranta,
Dan a tu imperio exento
Un inmortal y favorable viento.
Porque de tanto hijuelo
[p. 370] Crías la sucesión fuerte y hermosa,
Que no la tiene el suelo
Mejor para la guerra sanguinosa,
De quien eres fecunda,
Más que de espigas Ceres, cuando abunda.

Entre las composiciones originales de esta sección, hay varias que son imitaciones más o menos ajustadas de diferentes odas de Horacio y una de Anacreonte. Es de advertir que el poeta riojano mezcla en estas imitaciones no pocas extravagancias, que exclusivamente le pertenecen. Cierra este primer libro una oda a Felipe III escrita con tan infantil vanidad, que verdaderamente provoca la risa.

Dice, entre otras cosas:

La juventud lozana,
Que vendrá en las edades postrimeras,
Desde sus vidrieras
Me verá, como el sol de la mañana,
Luciendo entre arreboles,
Que parezca no un sol, sino mil soles.
El coloso de Rodas,
Y tras él las pirámides Nileas,
Las murallas Caldeas
Y las grandezas que celebra todas
La humana fantasía,
Todas no igualarán la fama mía. Etc.

El libro 2.º de la primera parte de las Eróticas lleva el título de Horacio y contiene una traducción de todas las odas del primer libro de este poeta; trabajo a la verdad de mérito no muy subido. Está dedicado a la memoria del Condestable de Castilla, Juan Fernández de Velasco. Citaremos, como muestra, la oda 38 y última de dicho libro Ad puerum:

¡Oh tú sirviente mío,
No te cures del pérsico aparato,
Que llevo con desvío
Las trenzaderas del florido ornato,
Ni busques do florecen
Las frescas rosas, que tardías crecen.
Que yo muy diligente
Busco, porque tu ansia no trabaje
[p. 371] El mirto solamente:
Y a ti no te desdora, siendo paje,
Ni a mí que de contino
Bebo a la sombra de una parra el vino.

Entramos al cabo en los dominios de Villegas, en las regiones donde campea libre y lozana su inspiración juvenil. El libro tercero comprende Las Delicias:

A los veinte limadas,
A los catorce escritas.

Están dedicadas al Condestable de Castilla, D. Bernardino Fernández de Velasco, y son el principal fundamento de la gloria poética de Villegas. «Casi todas las composiciones ligeras que forman el tercer libro de la primera parte—escribe Mr. Jorge Ticknor—son modelos lindísimos en su clase y reflejan con la mayor verdad la natural dulzura del poeta griego (Anacreonte), llegando esto a tal punto, que con dificultad se hallará su igual en la literatura moderna», añadiendo que «las poesías cortas de Villegas están llenas del espíritu de la antigüedad, tan severamente clásico, como fácil, natural y sencillo». Esto dice un crítico extranjero, más inclinado a escatimar los elogios que a prodigarlos. Nada hay que añadir a tan justa alabanza. Baste recordar que en esta sección se hallan la célebre cantilena Del paxarillo. la que lleva en la colección el numero 19, y comienza:

Luego que por oriente,

la de «el amor y la abeja» y otras composiciones de parecido linaje, en nada semejantes a las odas anacreónticas tan de moda en el siglo pasado. Las de Villegas lo son verdadera y legítimamente, y a pesar de los resabios de mal gusto que las afean a veces, contienen rasgos dignos de Anacreonte mismo.

Contiene este libro tres traducciones de Catulo: Ut flos in septis, Vivamus, mea Lesbia y Dicebas quondam. Las tres están bien hechas, pero la primera es verdaderamente admirable y digna de entrar en parangón con las mejores composiciones originales del poeta. Y adviértase que Catulo es de los autores más difíciles [p. 372] de traducir a ninguna lengua, porque su inimitable sencillez y dulzura se pierden en cualquiera traducción, por ajustada que sea.

El libro cuarto de las Eróticas lleva el título de Anacreonte y contiene una traducción casi completa de los monóstrofes del lírico de Teyo, hecha en versos fáciles y numerosos. Está dedicada al Marqués de Auñón, D. Íñigo Fernández de Velasco. Decimos que es «casi completa» y nada más, porque en ella faltan varias composiciones incluídas en casi todas las ediciones griegas y no pocas traducciones modernas, así españolas como extranjeras. Verdad es que en este punto es muy difícil señalar un límite, pues nadie ignora que no son de Anacreonte todas las odas contenidas en la colección que lleva su nombre, perteneciendo muchas de ellas a discípulos o imitadores suyos que formaron en Grecia una escuela anacreóntica, siguiendo las huellas del anciano de Teos. Pero es lo cierto que hasta ahora la crítica moderna no ha conseguido, por más que lo haya intentado, separar las odas auténticas de las apócrifas; y el mismo Henrico Stéfano, conocedor, como pocos helenistas, del estilo de Anacreonte, cuyas bellezas supo trasladar en verso latino con singular primor y elegancia las publicó todas a nombre suyo, sin restricción alguna.»

᾿Ανακρ&οελιγ;οντος Τη&ΧιρΧ;ου μήλη (Odas de Anacreonte de Teos.)— Cuarenta y siete monóstrofes contiene la traducción de Villegas, y a ellos se agregan una oda de incierto autor dedicada a Anacreonte, otra de Alfeo de Mitilene a la medianía, y una de Juliano Egipcio al amor. Los hermanos Canga-Argüelles añadieron en su versión veinte odas y veintiún epigramas, señalando con un asterisco las composiciones omitidas por Villegas. Entre odas y fragmentos no traducidos hasta entonces, contiene el Anacreonte de Conde noventa y una composiciones. Cincuenta y siete tradujo Castillo y Ayensa. Tanta es la variedad que reina entre los intérpretes.

«En la traducción de Anacreonte—dice Ticknor—estuvo Villegas felicísimo. Al leerla vemos por doquiera brotar la jovialidad, alegría y regocijo de los antiguos banquetes, según los describe el poeta de Theos, con la ventaja de no contener nada o muy poco de aquella desenvoltura, que en el día podría ofender y disgustar al lector.»

[p. 373] No hay para qué detenerse a refutar las afirmaciones de Conde en el Prólogo de su traducción De Anacreonte, donde califica de «miserable» la del cisne de Najerilla, añadiendo que «sólo un estúpido tan ignorante del griego, como falto de sentido común, podrá contentarse de tan mala versión». Castillo y Ayensa ha juzgado el trabajo de Conde con la misma severidad que él el de Villegas. Sin ser estúpido, ignorante del griego y falto de sentido común puede admirarse la traducción de Villegas, aun reconociendo su falta de fidelidad en muchas ocasiones. Es verdad que con frecuencia se aparta del original, unas veces por mala inteligencia, otras por los malos textos griegos que tuvo a la vista, y otras, en fin, por sobra de libertad. En ocasiones añade, otras veces quita pensamientos al original, y en ciertos lugares afea sus traducciones con rasgos de pésimo gusto. Pero todo se le perdona, gracias a la facilidad y halago de sus versos; y como el traductor es poeta, reproduce muchas veces el espíritu de la poesía anacreóntica, con más fidelidad que otros intérpretes ajustados y arregladísimos. Graves pecados contra la fidelidad contiene la versión de Conde, en este punto mucho menos disculpable que Villegas, y es lo cierto que, habiéndose hecho en castellano, por lo menos, cinco traducciones completas y no pocas parciales de Anacreonte, algunas tan estimables como la de Castillo y Ayensa, todavía conserva la de Villegas su antigua estimación y se lee con placer aun despues de haber saboreado las poesías originales del lírico de Teyo. Citaré uno de los monóstrofes no incluídos en el tomo 42 de la Biblioteca de AA. Españoles:

Yo ni curo del reino
De Giges el de Sardis,
Ni el oro me da envidia
Ni los cetros reales.

Tan solamente cuido
De que mi barba gaste
Ungüentos que despidan
Olores muy fragantes:

Y de que mi cabeza
Con rosas se enguirnalde.
Hoy, hoy, vivir procuro.
Mañana, ¿quién lo sabe?
[p. 374] A las anacreónticas traducidas siguen las originales, y entre ellas una imitación de la elegía 3.ª del libro 2.º de Tibulo Rura tenent, notable por la naturalidad y gracia.

La segunda parte de las Eróticas, bastante inferior a la primera, se divide también en cuatro libros. El primero se compone de trece Elegías o más bien sátiras y epístolas. Entre ellas es curiosa la séptima, por la acerba crítica que hace del teatro de su tiempo.

Superiores a las Elegías con los Idilios, entre los cuales es notable el de Los Cien Pasos. Contiene este segundo libro una traducción del Bucoliasta, idilio sexto de Teócrito, en la cual no faltan bellezas, aparte de grandes extravagancias. El primero de los Idilios es imitación de la égloga 6.ª de Virgilio.

Escasa consideración merecen los sonetos y epigramas que forman el libro tercero. Baste advertir que entre ellos hay una traducción del epigrama de Marcial Si quando leporem mittis, otra del de Ausonio Trinacrii quondam y una imitación de Andrea Navagiero Florentes dum forté vagans. Las tres son bastante mejores que los epigramas originales de nuestro poeta.

Cierran el tomol as Latinas, o composiciones castellanas en metro latino, y son: una égloga en hexámetros, dos odas sáficas, ya mencionadas, y dos epigramas en dísticos.

Aprobaron las Eróticas Cristóbal de Mesa y Jerónimo de Alarcón.

Los Cinco | Libros | de la consolación, que | comiso Severino Boecio, Va- | rón Consular, y Patricio | Romano. | Tradvcidos | en lengua caste- | llana por D. Estevan | Manvel de Vi- | llegas. Dedicado a los Excelentíssi- | mos Señores, Conde de la Revilla, Duque de Ná- | jara, Marqués de Belmonte, Padre y | Hijos ilustríssimos. | Con las Vidas del mismo | Boecio, y del rey Theodorico, y | un apoyo de la Philosophía | en Tercetos. | Con licencia. En Madrid, por Andrés García de la Iglesia, año de| 1665. 12.º

Dedicatoria. Aprobaciones. Prólogo. 108 fol. y 15 de preliminares.

Esta obra es un modelo de prosa castellana, y sus versos, compuestos en la vejez del poeta, son tan sonoros, tan flúidos y tan naturales como los de las Eróticas, compuestos entre los catorce y los veinte años de su vida.

[p. 375] «Compuso Boecio—dice el traductor—esta obra en verso y prosa, para engolosinar con esta variedad a sus lectores, y gastó en los versos tanta elegancia como Horacio en sus Líricas. Y aunque las prosas se dan bien a entender, y fueron de lo más acendrado de aquel siglo, con todo no igualan a los versos. Este libro fué traducido en tiempos pasados (por Fr. Agustín López), pero con poco adorno y mucho volumen. Así no hizo ruido, antes dejó a muchos descontentos, y a su autor con poco crédito entre los Romancistas, que fué causa para animarme a ponerlo en mejor estado. Y no cayó mal la suerte, porque salió la traducción de tan buen ayre, que no tienen que envidiar los legos que la leyeren a los que saben Latín y entienden con ventajas el texto. Los versos donde está la mayor dificultad van vestidos de tan lustrosos paños, que pueden correr plaza de compuestos, más que de traducidos.»

Suprimió Villegas las últimas prosas del libro quinto, porque, a su entender, se trata en ellas vaga e indecisamente del libre albedrío y de la presciencia divina. Contentóse, pues, con poner el texto latino, para que fuesen completos los cinco libros.

Publicada la traducción de Villegas hizo olvidar no sólo la indigesta y pesadísima de Fr. Agustín López, sino también la antigua de Fr. Antonio de Ginebreda, y la muy estimable de Fr. Alberto de Aguayo, tan encomiada por Ambrosio de Morales y por el severísimo Juan de Valdés en el Diálogo de las lenguas.

Olvidado estuvo el mérito de Villegas, como poeta lírico, hasta mediados del siglo XVIII, en que, entronizada la reacción clásica, buscaron los críticos y preceptistas de la nueva escuela, entre los tesoros de la literatura patria, aquello que más se ajustaba a su particular modo de considerar la poesía. Villegas, imitador del clasicismo greco-romano, aunque imitador a su manera, y mezclando con él bellezas propias, aparte de singulares extravagancias, debió llamar la atención de los eruditos que tuvieron la suerte de tropezar con sus obras, entonces ya muy raras. Elogióle Luzán en su Poética, no le fué en zaga Velázquez en los Orígenes de la poesía castellana y a todos superó el bibliotecario Nassarre, que entre otras singulares proposiciones sustentadas en el Prólogo a las Comedias de Cervantes, afirmó que «D. Esteban M. de Villegas era comparable a los mejores poetas griegos». Al [p. 376] cabo se dió a la estampa una colección de poesías selectas, más o menos ajustada al criterio de la nueva escuela, aunque con pretensiones de serlo; y en ella, como era de suponer, se dió a Villegas no escasa parte. Titulábase:

Parnaso Español. Colección de Poesías Escogidas de los más célebres poetas castellanos. Madrid, por D. Joaquín de Ibarra. impresor de Cámara de S. M., 1769 a 1778. (Los últimos tomos fueron impresos por Sancha; hasta el sexto no aparece el nombre del colector.) Consta esta colección de nueve tomos y fué publicada por D. Juan José López de Sedano, académico de la Historia. Admirador apasionado de Villegas, dióle tal vez excesivo lugar en su Parnaso, procediendo en ésta, como en otras ocasiones, con exceso de afición y falta de crítica.

En el tomo primero insertó gran parte de las Cantilenas, las Latinas y alguna otra composición. En el segundo publicó la traducción de Anacreonte, suprimiendo algunos monóstrofes, que le parecieron libres, escrúpulos de los cuales se burlaba D. Vicente de los Ríos. En el mismo volumen insertó la traducción del Bucoliasta de Teócrito. En el tercero dió entrada a la epístola Así, Bartolomé, cuando camines y a la traducción de Catulo Ut flos in septis. En el cuarto puso el Idilio de los Cien Pasos, alguna elegía y tal cual oda. En el quinto y en el sexto nada publicó de Villegas, por contener el primero poesías sagradas y el segundo seis tragedias. En el séptimo y octavo continuó publicando elegías y odas. En el noveno dió a luz dos sátiras inéditas, una de ellas dedicada a Bartolomé Leonardo de Argensola, está dirigida contra los malos poetas de su tiempo. Por la reseña que antecede, vemos que Villegas aparece descoyuntado en los nueve tomos del Parnaso, siguiendo Sedano el pésimo sistema de dividir y separar las obras de un autor, en vez de reunirlas en un tomo. Pero es lo cierto que llevaba reimpresas más de la mitad de las Eróticas, cuando salió de las prensas de Sancha una hermosa edición de todas las obras de Villegas hasta entonces conocidas.

(Frontis grabado.) Las Eróticas de D. Estevan de Villegas. 1.ª parte (Portada.) Las Eróticas y traducción de Boecio por Don Estevan Manuel de Villegas En Madrid. Por D. Antonio de Sancha. Año de 1774. Dos tomos 8.º Reimpresos en 1797. El primer tomo contiene las dos partes de las Eróticas (la segunda empieza [p. 377] en el folio 282) y el segundo la traducción de Boecio. Esta reimpresión está dedicada a D. M. de Roda y lleva al comienzo las Memorias de la vida y escritos de D. Estevan M. de Villegas, escritas con erudición copiosa y elegante estilo por el docto académico D. Vicente de los Ríos, autor del célebre Análisis del Quijote que precede a la edición de la Academia. En el Boecio se suplió la parte que faltaba del libro quinto con la traducción de Fr. Alberto de Aguayo. En el tomo primero insertó Ríos algunas traducciones de Horacio y de Anacreonte. ms. en su ejemplar de las Eróticas. (Véanse entre los anónimos.)

De los Coloquios de la Espina parece inferirse que Sedano y D. Vicente de los Ríos concibieron juntos el proyecto de reimprimir las Eróticas, pero habiéndose enemistado por la acerba censura que de palabra y por escrito hacía Ríos del Parnaso, se adelantó éste a su amigo, publicando la edición que acabamos de mencionar. Con esto subió de punto la indignación de Sedano, ya no poco irritado por aquellas célebres cartas en que se llamaba a su Parnaso montón o hacinamiento de poesías, «rudis indigestaque moles». Por eso, al publicar el tomo 9.º del Parnaso, censuró con acritud el trabajo de Ríos, echándole en cara, sobre todo, no haber incluído en su edición las dos sátiras que él publicaba, alegando que eran demasiado agrias y severas, siendo la verdadera causa, a lo que resulta de los citados Coloquios, tenerlas manuscritas Sedano y no atreverse a pedírselas Ríos, por haberse roto la amistad, que ligaba a entrambos. Y como al mismo tiempo criticase Sedano duramente la traducción de Horacio, hecha por D. Tomás de Iriarte, y saliese a la defensa de la de Vicente Espinel, harto maltratada por el moderno traductor, no fué menester más para que Iriarte publicase, como a su tiempo vimos, el diálogo titulado Donde las dan, las toman, donde vengó no sólo sus resentimientos personales, sino los de Ríos y otros enemigos literarios de Sedano. Valióse para su trabajo de un cuaderno de reflexiones críticas sobre el Parnaso, redactado por Moratín y Ayala en la famosa tertulia literaria de la fonda de San Sebastián, y publicó íntegras las cartas que mediaron entre Sedano y Ríos, cuando apareció el primer tomo del Parnaso. Sedano no contestó por entonces; dejó que cayese sobre él aquel nublado de impugnaciones, y en 1785, muerto ya D. Vicente del os Ríos, [p. 378] y cuando nadie se acordaba de aquella escaramuza literaria, lanzó desde Málaga (si hemos de atenernos a lo que el frontis reza) no menos que cuatro tomitos, con el título de Coloquios de la Espina, crítica de las más feroces y virulentas que registra nuestra historia literaria, invectiva más digna de un gladiador del siglo XVI que de un erudito del XVIII. Baste decir, como muestra del tono en que está escrita producción tan horrible, que Sedano se entretiene en describir con bárbara y antropófaga fruición los últimos momentos de D. Vicente de los Ríos, no sin tener cuidado de advertir con un tono seco y glacial, que pone espanto, que los horribles padecimientos del sabio académico eran castigo divino por la conducta que observó con él en sus relaciones literarias. Si hubiera de darse crédito a las atroces personalidades contenidas en los Coloquios de la Espina, era forzoso creer que Iriarte, Ríos y cuantos tomaron parte en aquella guerra literaria eran unos malvados, fementidos y traidores a la amistad de Sedano. Afortunadamente hay tan poca hilación y concierto en todo lo que éste dice en su larguísima diatriba, que por lo menos es preciso rebajar la mitad en aquel fárrago de invectivas. A dicha los Coloquios de la Espina fueron poco leídos aun en su tiempo, y hoy escasean bastante, pero no carecen de interés para la historia literaria del siglo pasado, y están bastante mejor escritos que las notas críticas del Parnaso. Allí se censura agriamente la edición de Villegas, hecha por Ríos, pero sin alegar razón alguna, digna de citarse en este lugar.

No tuvo entrada Villegas en la colección de Estala. Quintana reprodujo en la suya la oda a Garcilaso, los sáficos Dulce vecino y varias anacreónticas y cantilenas.

En el tomo segundo de la colección de poetas líricos del siglo décimoséptimo, ordenada por D. Adolfo de Castro (42 de la Biblioteca de AA. Españoles) se han insertado gran parte de las Delicias y la traducción de Anacreonte.

Obras inéditas

Variae Philogiae, sive Dissertationum Criticarum, quas inter amicos disserebat D. Estevan M. de Villegas Najerensis Hispanus. [p. 379] Ms. en dos tomos en folio que poseía el sabio benedictino Fray Martín Sarmiento, y después de su muerte se conservó en el Monasterio de S. Martín de Madrid, despareciendo sin duda con otras joyas literarias en los vandálicos saqueos e incendios del año 1834. El autor dió noticia de su contenido en carta dirigida en 1655 a D. Lorenzo Ramírez de Prado. La cita Ríos y nosotros la transcribiremos aquí, para que, al menos, se conserve esta memoria y tal vez pueda dar luz para indagar su paradero, si es que por dicha existe todavía:

«Tengo escrito sobre todas las controversias y suasorias de Séneca, y aunque me pudieran quitar la gana Fabro y Andrés Scotto, con todo me dispuse, y no sin gran confianza de igualarlos: bien que pongo en manos de los que leyeren mis notas el favor de la censura. Puso Fabro su conato principal en descubrir los colores retóricos de aquella obra; y aunque quiso corregir algunos lugares, fué las más veces con poca felicidad. Escotto se ensanchó más en la explicación e ilustración de las alusiones; pero en las enmiendas fué poco cauto, por no decir inepto. Mis Disertaciones se extienden a ambas cosas, bien que Escoto me dexó poco que hacer en la ilustración, pero en cuanto a la corrección y vindicación de lo que éstos y otros han estropeado, puedo asegurar a V. S. que es cosa grande. De la misma manera tengo igual trabajo sobre las Epístolas de Símmaco, no obstante que las manejaron Francisco Jureto y Jacobo Leccio, a quienes hacemos no pocas ventajas. Los cuatro libros de Tibulo, el primero de Propercio, el Satyricon de Petronio, el primero de Marciano Capella y todo Ausonio me deben insignes explicaciones, y todas nuevas. Hay también algunas sobre Virgilio, Horacio, Silio, Marcial y Juvenal, que, aunque no son muchas, son esquisitas. Ni ha perdonado mi trabajo a los Catalectos de Virgilio ni a la elegía a la muerte de Druso; si bien en ésta no tengo más que sobre los primeros 50 dísticos, y aunque al principio fuí con ánimo de escribir sobre todos, ya me parece que se quedará en este estado. Tengo ilustrado el Demonacte de Luciano y explicado algunos dichos de aquel cínico, porque Gilberto Cognano anduvo en este tratado muy escaso. En los Panegíricos de algunos franceses, que hoy andan juntos con el de Plinio a Trajano y sus Epístolas, tengo tambien mis apuntamientos, aunque breves. De la misma manera [p. 380] sobre los Opúsculos de Claudiano; y tengo deseo de escribir sobre las Diras de Virgilio, que con poca razón atribuyó Escalígero a Valerio Catón, siguiendo a Lilio Giraldo, que fué quien levantó primero esta calumnia.»

Hallábanse además en los volúmenes citados disertaciones sobre Plauto, Catulo, Persio, Tertuliano y otros autores, y

Dos epístolas griegas de Aristeneto, traducidas en versos latinos.

¡Cuánta riqueza perdida! El estilo, a juzgar por algún trozo, que cita Ríos en las notas, debía ser férreo y más semejante al de D. Jusepe Antonio González de Salas, que al de Sepúlveda, al de Osorio, al de Matamoros o al de Melchor Cano. Parece, sin embargo, que esta falta estaba compensada con la erudición copiosísima. Contenían además los tomos citados varias disertaciones y glosas del código de Teodosio.

Anfiteatro o Discurso sobre las Comedias. Se habla de él en una de las aprobaciones del Boecio.

Etymológico historial. Le cita el mismo Villegas en una carta a Ramírez de Prado.

Colección de cartas políticas y literarias, dirigidas en su mayor parte a D. Lorenzo Ramírez de Prado. Se conservaba en la Biblioteca del Colegio Mayor de Cuenca, y contenía al fin una Sátira contra las costumbres de su época. Las cartas, por lo menos eran once, pues Ríos cita la undécima.

Una Sátira que Sedano no se atrevió a publicar, y de la cual tenía copia, así como de las dos que imprimió en el tomo IX del Parnaso.

Hipólito. Tragedia traducida o imitada de Eurípides. La cita el mismo autor en la elegía 6.ª, lib. 1.º de la 2.ª parte de las Eróticas, dirigida a D. Lorenzo Ramírez de Prado. Dice así:

Que no se han de igualar fábulas pías
A una que he engendrado sin remiendo,
Cuya preñez me cuesta cien buxías.

Bien sé que si a tus manos le encomiendo
Has de tomar de Eurípides cariño,
Por quien va nuestro Hipólito creciendo.

Déjale, pues, criar, que agora es niño:
Tú, tú serás el padre al darle el agua,
Y ella le volverá cual blanco armiño. Etc.
[p. 381] Es extraño que el diligente y eruditísimo Barrera no mencione esta pieza en su Catálogo del teatro antiguo español. Nos hizo fijar la atención en los versos que preceden nuestro distinguido amigo y paisano D. Gumersindo Laverde Ruiz, Catedrático de Literatura Latina en la Universidad vallisoletana, nombre caro a las letras y a la Filosofía española, cuyas glorias ha enaltecido más que ninguno.
Santander, 24 de diciembre de 1874.

Notas

[p. 366]. [1] . Villegas no se distinguía por la modestia.

[p. 367]. [1] . Juicios críticos de Villegas, en alto grado encomiásticos, se leen en Luzán, Poética. Mayáns, Retórica. Sedano, Parnaso Español y Coloquios de la Espina. D. V. de los Ríos, Memorias para la vida de Villegas. Forner, Exequias de la lengua castellana. Castillo y Ayensa, Traducción de Anacreonte, etc. Sánchez Barbero, Poética, y Conde, Traducción de Anacreonte, le tratan duramente. Quintana, Introducción a las poesías selectas. Martínez de la Rosa, Anotaciones a la Poética, y Marchena, Discurso preliminar a las Lecciones de Filosofía Moral, reconocen en él a la par que notables perfecciones, graves defectos. Ticknor, se deshace en elogios a su mérito y cita una noticia de su vida y escritos, publicada en el Mercurio Alemán por Wieland, en 1774.