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Obras completas de Menéndez... > BIBLIOTECA DE TRADUCTORES... > IV : (OLIVER-VIVES) > VALDÉS, JOSÉ MANUEL

Datos del fragmento

Texto

[p. 308]

Catedrático de prima de Medicina, Protomédico general del Perú, Director del Colegio de Medicina y Cirugía de Lima.

Este distinguido literato peruano, amigo de nuestro académico D. José J. de Mora, que le dedicó un soneto, publicó en Lima una apreciada versión de los Salmos, que no hemos llegado a ver, y de la cual conocemos sólo los tres a continuación insertos, que tomamos del libro intitulado:

Poesías de la América Meridional. Coleccionadas por Anita J. de Wittstein... Leipzig: F. A. Brockaus, 1867. 8.º, 359 páginas.

Salmo VIII, Domine, Deus noster.
¡Oh Dios y Señor nuestro!
Qué excelso y admirable
En la tierra es tu nombre,
Pues su gloria reluce en todas partes.

¡Qué mucho si en los cielos
Tu grandeza no cabe,
Y tanto los escede,
Que no pueden contigo compararse!

A párvulos sencillos
Inspiras que te alaben:
Y de este modo humillas
A los que no te rinden homenaje.

Pero yo cuando miro
Esos cielos tan grandes,
Que formaron tus dedos
A la luna y estrellas rutilantes:

¿Qué es el hombre, te digo,
Qué recuerdo de él haces?
¿Qué es el hijo del hombre
Para que tú te dignes visitarle?

A los ángeles santos
Poco inferior le criaste,
Mas tú le glorificas,
Para que a todos los vivientes mande.

Para que como a dueño
Le sirvan y le acaten
Las ovejas, los bueyes
Y cuantos brutos en el campo pacen.
[p. 309] Los pájaros veloces
Que atraviesan los aires:
Y hasta los mismos peces
Que surcan los senderos de los mares.

¡Oh Dios y Señor nuestro!
Qué excelso y amirable
En la tierra es tu nombre,
Pues su gloria reluce en todas partes.
Salmo XVIII, Coeli enarrant.
Con clara voz publican
Los cielos la excelencia
De la gloria de Dios; su omnipotencia
Las obras de sus manos testifican,
Y el claro firmamento
Las declara en armónico contento.

Cada día al que sigue
Anuncia su grandeza,
Sus encomios también la noche expresa, [1]
La que sucede el cántico prosigue,
Y este himno permanente
En todo idioma se oye claramente.

Su armonioso sonido
En la tierra percibe
Hasta el salvaje que en su extremo vive,
Y sólo el temerario que su oído
Cierra a este lenguaje
Le niega al Hacedor el homenaje.

Su trono majestuoso
De clara luz formado,
Parece que en el sol le ha colocado,
Pues cual sale del tálamo el esposo,
Asi es la bizarría
Del astro refulgente que hace el día,

Con pasos de gigante
Emprende su carrera,
Desde un extremo al otro de la esfera,
La repite gozoso en el instante,
Y al mundo vivifica
Con la luz y calor que comunica.

Sin mácula y hermosa
Más que el sol la ley santa
Al sumo bien las ánimas levanta,
[p. 310] Y en sus promesas fiel y generosa,
Hace a los pequeñuelos
Que aquí gusten las gracias de los cielos.

Sus mandatos son rectos,
Dirige las acciones,
Alegra los devotos corazones,
Excitando dulcísimos afectos,
Y es su luz tan activa
Que a la razón ilustra y la cautiva.

Inspira el temor santo
Que al alma fortalece
Y que en el justo siempre permanece.
Es muy veraz no admite algún quebranto,
Y en el premio o castigo
Su justificación está consigo.

Aquesta ley divina
Más que el oro es amable
Y las piedras preciosas, porque estable
Es la felicidad a que encamina,
Y porque más dulzura
Que la miel, tiene para el alma pura.

Tu siervo, ¡oh Dios! la observa,
Y tal deleite gusta,
Que todo fuera de ella le disgusta:
Y al que esta santa caridad conserva,
Le tienes preparada
Copiosa recompensa en tu morada.

Mas ¡ay! ¿quién tener puede
¡Oh Señor! sin tu lumbre
De todos sus delitos certidumbre?
Haz que de los ocultos libre quede,
Y tu perdón imploro
De los ajenos que contrito lloro.

Mírame, pues, propicio,
Tu indignación se acabe,
Tu santa gracia mis pecados lave,
Y echa de mí al orgullo, al grande vicio
Que a ninguno perdona
Porque a todos los hombres inficiona.

Entonces mis loores
Serán a tu oído aceptos:
Rumiaré en tu presencia los preceptos,
Con grato corazón a tus favores,
Y por ningún motivo
Ma apartaré jamás de tu atractivo.

Así, Señor, lo espero,
[p. 311] Porque ya con tu ayuda,
De falsos bienes mi alma está desnuda,
Y sólo quiere amar al verdadero.
A ti se dé la gloria,
Pues tuya, oh Redentor, es mi victoria.
Salmo XXII, Domini est terra.
Del Señor es la tierra,
Y todo lo que en ella se contiene,
Su vasta redondez, cuanto ella encierra
Y todos los vivientes que en sí tiene.

Porque la crió de nada,
Sobre mares y ríos la dió asiento,
Para que de aguas sin cesar bañada
Diese a sus moradores alimento.

¿Y quién al monte santo
Del Señor subirá para alabarle?
¿Quién en el valle de miseria y llanto
Podrá ante su Santuario contemplarle?

Aquel que es inocente
En sus obras y afectos: cuya vida
Dedicada a servirle santamente
No le fué sin provecho concedida,

Que nunca falso jura
Ni a su prójimo engaña con malicia;
Y sus palabras conformar procura
A la eterna verdad y a la justicia.

Al que en esto es constante
Bendecirá el Señor, será regido
Por Dios su Salvador, y en todo instante
Por su misericordia protegido.

Así al justo consuela
Que le busca por fe en las criaturas,
Y cuyo amante corazón anhela
Ver al Dios de Jacob en las alturas.

¡Príncipes celestiales!
Abrid las puertas y entonad victoria:
Levantaos, oh puertas eternales,
Pues viene el Rey a entrar en su alta gloria.

¿Quién es, decís pasmados,
Este rey de la gloria? santo y fuerte
Señor, que combatiendo. derribados
Ha dejado al infierno y a la muerte.

De vuestra corte el velo
¡Oh príncipes! alzad, sagradas puertas,
[p. 312] Abríos para que entre el Rey del cielo.
Por cuyo triunfo quedaréis abiertas.

¿Quién es el Rey laudable
Que entra triunfante en la celeste esfera?
¡El Dios de las batallas formidable,
El Rey que en todo el universo impera!

Como se vé, las versiones del médico limeño, aunque puras en el lenguaje, no se distinguen por su vigor poético, y con frecuencia, por su flojedad y prosaísmos nos hacen recordar las de Olavide y Bedoya.

Santander, 26 de abril de 1876.

Notas

[p. 309]. [1] . Desliz de poeta americano.