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Obras completas de Menéndez... > BIBLIOTECA DE TRADUCTORES... > IV : (OLIVER-VIVES) > PÉREZ DE CAMINO, MANUEL NORBERTO

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[p. 45]

Nació este elegante y olvidado poeta en Burgos, en 6 de junio de 1783. Dedicóse a la carrera de las leyes; a los veinticinco años era fiscal, y a los veintinueve presidente del tribunal de Alcaldes de Casa y Corte. Perteneció al bando de los afrancesados y hubo de emigrar en 1813. Establecióse en Burdeos, donde residió el resto de sus días. Durante la emigración compuso la mayor parte de sus obras literarias. Murió en Cussad-Medoc, el 12 de noviembre de 1842.

Pocos fueron los escritos que dió a la estampa Pérez de Camino. Casi todas sus poesías quedaron inéditas. Por dicha, la diligencia del Excmo. Sr. D. Manuel Alonso Martínez, sobrino del poeta burgalés, ha venido a reparar esta falta, sacando de la oscuridad tan estimables producciones, y acrecentando con ellas los tesoros de nuestra literatura nacional. Publicada está ya la excelente traducción que de las Elegías de Tibulo hizo Pérez de Camino y es de esperar que no tarden en seguirla las versiones de Catulo, y de las Geórgicas virgilianas. Urge la publicación de estos trabajos, pues de Catulo, así como de Tibulo, no se había dado a la estampa traducción completa, encontrándose sólo breves ensayos perdidos en las obras de diversos poetas; y en cuanto a las Geórgicas, conveniente parece una versión más, siendo bastante desgraciadas, con ligeras excepciones, las que hasta ahora tenemos [p. 46] en castellano. Suplicamos, pues, al señor Alonso Martínez, que haga pronto del dominio público las traducciones de autores clásicos, que trabajó Pérez de Camino.

En un catálogo inglés de libros españoles hemos visto citado un poema de nuestro autor, titulado La Opinión, impreso en Burdeos en 1820. No tenemos otra noticia de dicha composición, ni la cita el señor Alonso Martínez en la biografía de su ilustre pariente.

Sólo conocemos de Pérez de Camino las obras siguientes:

Originales

Poética y Sátiras de D. Manuel Norberto Pérez de Camino. Burdeos, imprenta de Lawalle joven, paseo de Tournay. 1829. 12.º 217 páginas. Libro muy escaso, y casi desconocido en España. ¿Cómo esta Poética, superior, a nuestro entender, a la de Martínez de la Rosa, ha sido tan olvidada, que apenas se encuentra erudito que tenga noticia de su existencia, ni crítico que para nada la mencione? ¿Por qué ha pesado tal fatalidad sobre una de las producciones literarias más notables del primer tercio de nuestro siglo? Sunt fata libellis. Diferentes causas han influído para que permaneciese en la oscuridad el libro de Pérez de Camino. Publicóse en tierra extranjera y debieron ser pocos los ejemplares que penetrasen en España; por otra parte llevaba a su frente un nombre casi ignorado en la república de las letras; es muy dudoso que llegase a manos de los inteligentes esta Poé tica; no hubo críticos que se consagrasen a su alabanza; de aquí el olvido o, mejor dicho, la total ignorancia de que semejante libro existiese. Agréguese a esto que el código poético del magistrado burgalés apareció en la época menos favorable para su promulgación, precisamente en el punto y hora en que se consumaba la gran revolución literaria. Las doctrinas del clasicismo francés, fervorosamente defendidas por nuestro poeta, cedían al impulso de la nueva escuela, ya victoriosa en Alemania y en Inglaterra. Camino vió con espanto los progresos del romanticismo y le juzgó con toda la rigidez propia de los estrechos principios críticos, en que había sido educado. Parecióle «una secta absurda, que se distinguía sobre todo por la incoherencia de las ideas y por la [p. 47] falta de plan», y en consonancia con tal juicio, dejó consignado en briosas octavas su odio y animadversión hacia la escuela romántica, fijándose especialmente en un altísimo poeta, que debió parecerle la encarnación del desorden y de la anarquía literaria. Por eso apostrofa a Lord Byron, de la manera que van a ver nuestros lectores:

¿Qué me importan tu estilo sobrehumano,
Tu fuego, tus brillantes descripciones?
De tanto movimiento busco el centro,
Busco el punto de apoyo, y no le encuentro.

Y más adelante llama a los cantos de Childe-Harold:

Abortos de una loca fantasía,
Que me arrastra falaz por rumbo incierto,
Para darme por término un desierto.

A pesar de los anatemas de Pérez de Camino y otros escritores de su escuela, el nuevo sistema poético consiguió entronizarse en Francia, que extremó el desorden, como había extremado la rigidez de los preceptos, y de Francia vino en triunfo a nuestro suelo, pocos años después de la publicación de la Poética. Y caídas en menosprecio las doctrinas neoclásicas, fácil es comprender que fueran olvidados los inflexibles códigos, que pretendieron reducir a moldes determinados las creaciones del ingenio.

No es para olvidado, sin embargo, el libro de Pérez de Camino. Nada de notable ofrece su doctrina, bebida en fuentes de todos conocidas. La Poética de Aristóteles (tal como la entendieron sus comentadores), la de Horacio, la de Vida y sobre todo la de Boileau, son los ejemplares que tuvo a la vista Pérez de Camino. A Boileau sigue sobre todo con particular delectación. Hasta reproduce sus acerbas censuras de el teatro español; no se olvida de traducir, hablando de la unidad de tiempo, aquel famoso pasaje del niño y de las barbas, y, encerrando sus odios de escuela en una sola octava, termina diciendo:

Nuestros padres más libres que groseros,
O por triste indigencia subyugados,
Dejando del buen gusto los senderos
Caminos escogieron desusados;
[p. 48] Por lauros, sí usurpados, lisonjeros,
Por extraños y propios deslumbrados,
En un monstruo el poema convirtieron,
Que Menandro y Terencio esclarecieron.

Por demás está decir que sigue las huellas de Boileau, y hasta le traduce, al combatir la introducción del cristianismo como elemento poético, si bien muestra mayor acierto que su modelo, reprobando el continuo empleo del fárrago mitológico en asuntos que repelen semejante adorno.

Si en el fondo no ofrece particular interés esta Poética, tiénele muy grande bajo el aspecto de la forma. Salvo algunas locuciones y ciertos giros poco castizos que acusan la dilatada residencia de su autor en extranjero suelo, el poema está escrito con gallardía y primorosamente versificado. Conserva bien el tono didáctico, distinguiéndose sobre todo por aquella severa concisión, que tan bien cuadra a los preceptos. Octavas hay en esta Poética tan numerosas y acendradas como las más célebres de nuestra lengua. Algunas, sin duda las mejores, citó el señor don L. A. de Cueto, único escritor que se ha ocupado de Pérez de Camino, en el bellísimo trabajo titulado Bosquejo histórico-crítico de la poesía castellana en el siglo XVIII. Nosotros transcribiremos algunas más, esperando que nuestros lectores perdonen esta prolijidad, por tratarse de un libro casi desconocido. No las escogeremos con particular empeño; abrimos el libro, y tropezamos con el siguiente elogio de la poesía:

¿Qué no alcanza la lira sonorosa
Cuando regala blanda los oídos?
La misma religión su magestuosa
Voz adornó con métricos sonidos.
En ellos a la plebe pavorosa,
Del numen los oráculos temidos,
Llena del santo horror que la agitaba,
La Pitia sobre el trípode exhalaba.
La misma religión de esta manera
Del canto proclamaba el son potente.
Movió en tanto a la gloria lisongera
De Aquiles el cantor la griega gente.
Su musa, que honrará la edad postrera,
Sonora celebrando y eminente
De los antiguos héroes las acciones,
[p. 49] A pueblos y caudillos dió lecciones.
Hesiodo, preceptor de labradores
En versos exhaló su zelo caro,
Y, cantando del campo las labores,
Pródigo supo hacer el suelo avaro.
Píndaro aseguró a los vencedores
Del polvoroso circo nombre claro,
Y del grave Lucrecio en la armonía,
Oír nos dió su voz filosofía.
Así amor, así honores soberanos
En la tierra las musas alcanzaron,
Y aromas en sus aras pías manos
Del Ródope al Pirene derramaron,
Ni vivieron oscuros los humanos
A cuyo ardor la cítara fiaron.
Legislador, filósofo, profeta,
Un objeto de culto fué el poeta.
Era en plazas y templos admirada
Su lira y en las cámaras reales.
Un poeta, de Alcino en la morada,
Canta a Ulises sus hechos inmortales;
Un poeta a Penélope asaltada
Por el loco furor de cien rivales,
Consuela con su canto melodioso
Del largo apartamiento de su esposo.
Aun de las hiperbóreas regïones
El bronco, ferocísimo guerrero,
El halago de armónicas canciones
En el festín amaba placentero.
De la lira de Ossian los blandos sones
Calmaban de su pecho el ardor fiero,
Si de Morvén lloraba la ruïna
O la temprana muerte de Malvina.

A la Poética van unidas las Sátiras, composiciones no tan recomendables. No tenía el autor grandes disposiciones para este género, e ingenuamente lo confiesa él mismo:

De dulce natural formado he sido,
Más que para decir duras verdades,
Para cantar los hurtos de Cupido.

Afea las sátiras cierto espíritu volteriano, si consecuencia natural de la condición de los tiempos, no por eso menos censurable. Son tres, precedidas de una dedicatoria a Moratín. La [p. 50] primera es una censura general de los vicios de la época, la segunda se titula La Falsa Devoción y la tercera La Intolerancia.

Elegías de Tibulo, traducidas al castellano por D. Norberto Pérez del Camino, con un prólogo del Excmo. Sr. D. Manuel Alonso Martínez. Madrid, imprenta de Julián Peña, 1874. 8.º 326 páginas.

Encabeza este tomo, con elegancia impreso, un prólogo-biografía del autor, escrito por su sobrino el señor Alonso Martínez. En este trabajo, tan modesto como esmerado, se insertan tres composiciones líricas de Pérez de Camino. La primera es una Oda al Garona, algo prosaica a veces, llena, por lo demás, de sentimiento. La segunda es una canción en versos pentasílabos A mi aldea, poesía graciosa y ligera, comparable con las buenas anacreónticas de Meléndez. Está la tercera en lengua francesa, y la dedica Pérez de Camino a una señora con quien casó en Burdeos.

Es un esfuerzo de ingenio, notable sin duda, pero que no admira a los que conocen las excelentes traducciones que de diferentes poesías clásicas nuestras hizo Maury, tan esclarecido vate en francés como en castellano. Más dificultades aún que el versificar en una lengua viva, ofrece el hacerlo en una lengua muerta, y, sin embargo, lo realizaron Sannázaro, Fracastorio, Jerónimo Vida, Juan Segundo y otros latinizantes del siglo XVI, autores de poesías sabrosísimas, que, a lo menos en apariencia, conservan la pureza y armonía clásicas, por más que su latín, en expresión de Mr. Nisard, ferait rougir aux valets de chambre de Ciceron.

Por excesiva modestia no entra el señor Alonso Martínez en el examen de la traducción de Tibulo, y como quiera que en ningún periódico ni revista, aun de aquellos más especialmente consagrados a la crítica, hemos visto juicio alguno que merezca citarse, sin duda porque es más fácil analizar detenidamente y prodigar encomios exagerados a frívolas producciones contemporáneas, que ocuparse en el útil estudio de la literatura clásica, vamos a reparar esta falta, en cuanto nos sea posible, teniendo en cuenta siempre que escribimos unas apuntaciones bibliográficas y no un artículo de crítica literaria. La publicación de un Tibulo completo en lengua castellana es un verdadero acontecimiento, y el que juzgue de otra manera, poco entusiasmo debe sentir por la buena y bella literatura.

[p. 51] En diferentes artículos de este Ensayo hemos citado las versiones de Tibulo, que hasta ahora existen en castellano. Breve es por cierto la enumeración. No tenemos noticia de ningún trabajo completo, exceptuando el del jesuíta Ceris y Gelabert, que, o se ha perdido o permanece inédito, sin que hasta ahora hayamos podido averiguar su paradero. Tampoco son numerosas las traducciones sueltas de diversas composiciones. La elegía tercera del libro segundo fué parafraseada por Fr. Luis de León y por Villegas; la segunda del libro primero fué traducida por nuestro terenciano Bretón de los Herreros, cuya reciente pérdida lloran las musas cómicas; y, por último, el autor de esta bibliografía, aunque indigno de entrar en cuenta con tan señalados varones, probó sus fuerzas en esta empresa, traduciendo en tercetos la primera del mismo libro, como muestra, siquiera débil, de su admiración a Tibulo. Fuera de propósito parece encarecer las dificultades que un trabajo de esta índole naturalmente ofrece. Veamos cómo las venció Pérez de Camino.

Comienza su libro con un discurso preliminar bien pensado, y con elegancia escrito. Quéjase de la falta de traducciones de obras clásicas, y de la sobra de libros franceses, que corrompían el gusto y viciaban la lengua; censura con este motivo el neo-gongorismo de su tiempo, en lo cual claramente se ve que alude a ciertos poetas de la escuela salmantina, y en especial a Cienfuegos; aconseja, como supremo remedio, el estudio de los modelos de la antigüedad; habla del carácter de las poesías de Tibulo, y trata después de las traducciones en general. Divídelas en tres clases, colocando en la primera las interpretaciones literales, en la segunda las paráfrasis y en la tercera las que «reúnen la fidelidad sin servidumbre, y la poesía sin licencia». Decídese por las últimas, censurando acremente las famosas traducciones alemanas de Voss, de quien dice que «no es el intérprete de grandes poetas, sino un geómetra que compasa versos». Trata después de la cuestión métrica, y prosigue hablando de su traducción y del método seguido en ella. Breves noticias sobre Tibulo cierran este prólogo. Lástima es que Pérez de Camino no nos diga su opinión sobre la autenticidad del libro tercero de Tibulo, que muchos, siguiendo a Voss, atribuyen a Lygdamo, y sobre la del libro cuarto, que, según Heyne, es obra de Sulpicia. Por lo demás, [p. 52] su traducción comprende los cuatro libros, y solamente excluye el panegírico de Mesala. En cambio inserta al fin la dulcísima elegía de Ovidio a la muerte de Tibulo, composición de las más bellas que produjo la musa de la antigüedad. A cada uno de los cuatro libros acompañan muchas y curiosas notas.

Usó Pérez de Camino en su versión de variedad de metros, procurando evitar el fastidio que pudiera producir una versión continuada en tercetos o en versos sueltos. Además de estas dos formas, generalmente empleadas en la versión de composiciones de esta índole, usó nuestro poeta con habilidad no escasa de los cuartetos endecasílabos, llegando a encerrar en ocasiones un dístico del original en dos versos castellanos. Tal acontece en la elegía tercera del libro primero, que es sin duda de las mejor interpretadas:

Pues a surcar sin mí vais el Egeo,
No me olvidéis, Mesala, compañeros;
De Feacia en los campos extrangeros,
Por dolencia letal preso me veo.
Detén, muerte cruel, tu brazo impío,
Detente, negra muerte, oye mi duelo,
No tengo tierna madre en este suelo,
Que en su seno recoja el polvo mío;
No hermana, que perfume mi urna fría,
Y en suelta cabellera me lamente.
Antes de consentir en verme ausente,
¿Qué numen no invocó la prenda mía?
Tres veces en las suertes mi destino
Consultó; tres feliz le halló el infante;
Todo anunció mi vuelta, mas mi amante,
Nunca miró sin llanto mi camino.

Hállase este trozo concisamente vertido, y aun imita bien en lo posible el tono ternísimo del original, si es que son imitables aquellos versos dulcísimos, en que hasta la colocación de las palabras produce honda impresión en el alma: Abstineas, mors atra, precor; non hic mihi mater | Quae legat in moestos ossa perusta sinus. Non soror, Assyrios cineri quae dedat odores, | Et fleat effusis ante sepulchra comis. Recomendarse debe la lectura de Tibulo a los que afirman que el sentimiento melancólico fué desconocido antes del cristianismo; ¡como si los antiguos hubieran sido [p. 53] hombres de diferente especie que la nuestra! Lo que no existió antes del cristianismo, o existió sólo en algunas almas privilegiadas, fué la vaga y melancólica aspiración a lo infinito, la creencia de que el mundo es valle de expiación y de lágrimas, que sólo de pasada habitan los desterrados de la Jerusalén celeste. La melancolía tibulina está por el contrario mezclada con elementos profanos, terrenos, y a veces repugnantes. Pero no nos incumbe entrar ahora en cuestiones tan hondas, propias de un libro de crítica filosófica, y no de unos apuntamientos bibliográficos. Continuando el examen de la traducción de Camino, citaremos, como pasaje bien interpretado, el siguiente de la misma elegía:

Y si el hado fatal mi hora señala,
En mi tumba dirá letra esculpida:
«Tibulo yace aquí; rindió su vida,
Siguiendo la fortuna de Mesala.»
Venus, porque al amor he sido blando,
Me llevará a los campos venturosos,
Reinan danzas y cantos armoniosos
Allí, y el ruiseñor vaga trinando.
Canela sin cultivo da la tierra,
Crece la rosa en prados y en ejidos,
Juegan virgen y mozos confundidos,
Y anímales amor con dulce guerra,
Y allí brillas de mirto coronado,
Tú que en brazos de amor la luz perdiste,
Yace empero un lugar de noche triste,
De estrepitosos ríos circundado.
Tesifone, sus sierpes sacudiendo,
Hiere en él, y la turba delincuente
Dispersa, mas el can de triple frente
El acerado umbral guarda rugiendo.

No se observa violencia alguna en este trozo, y, sin embargo, se hace en él uno de los más difíciles esfuerzos métricos, traducir en igual número de versos que el original. Y adviértase que no una vez sola hace Camino tan difícil prueba, sino que la repite en varias elegías, llegando en algunos lugares de la Lustración Campestre (elegía primera del libro segundo) a un grado tal de concisión, que verdaderamente admira. Nunca es difícil ni premioso, nunca, o pocas veces, resulta oscuro el concepto, antes suele ganar en belleza, acercándose, en lo que cabe, a la purísima [p. 54] forma clásica del original, modelo de sencillez y de no afectada elegancia. Reprensible es el intento de aquel anónimo, que tradujo la Poética de Horacio en menos sílabas que el original (él tuvo la paciencia de contarlas; yo no me he atrevido a hacer la comprobación), puesto que raya en lo ridículo este pueril empeño de crearse inverosímiles dificultades. Así es que el tal anónimo salió desgraciadamente de su empresa, y como es de suponer, dejó sin traducir cerca de la mitad del original, y los versos resultaron durísimos, oscuros y tan preñados de conceptos, que el sentido parece escaparse por todos lados, en busca de más holgada vestidura. Pero ¿quién pondrá reparo a los siguientes armoniosos, elegantes y clarísimos versos de la Lustración Campestre?

Cuantos me circundáis, cantad en coro;
Fieles de la costumbre observadores,
Que dejado nos han nuestros mayores,
Lustremos la campiña y su tesoro.
Ven, Baco de racimos coronado,
Ceres orna tu sien de rubia espiga;
Descanse el labrador de su fatiga,
Y descansen la tierra y el arado.
..................................................
Dioses lanzad el mal de estos confines;
Campos purificamos y zagales;
Lobo veloz los tardos recentales
No teman, ni la mies yerbas ruines.
Y alegre, rico agosto presagiando,
Los troncos el colono al fuego entregue,
Y su turba infantil en tanto juegue,
La frágil rama en bóvedas doblando.
Así será; ya el cielo a nuestro acento,
La profética entraña anuncia pío;
Soltad la llave al ánfora de Chío,
Dadme humoso Falerno de años ciento.

Exceso de concisión es, sin duda, traducir el Eventura precor por Así será, pero ¿quién ha de reprobar tal interpretación? En otras ocasiones, sin encadenarse tanto, llega a dar a sus traducciones un grado notable de perfección y de belleza. Dice Tibulo:

Atque aliqua assidue textrix operata Minervam
Cantat, et applauso tela sonat latere.
[p. 55] y traduce Camino:
Por él la tejedora se desvela,
Y cruzando el estambre, dulce canta,
Y al cadencioso impulso de su planta,
Responde en son armónico la tela.

No sé si me engaño, pero esta versión me parece igual o superior al original. No siempre es tan afortunado Pérez de Camino, pero en general sus traducciones son felices y exactas. Entre las mejores citaremos la de la elegía X del libro 1.º A la guerra, en que, combinando caprichosamente los endecasílabos, llega a conseguir igual grado de concisión que en las anteriormente citadas. En versos sueltos está hecha, y con notable esmero, la versión de la elegía tercera del tercer libro. Traslúcese en las notas el cariño con que la miraba el traductor. Juzguen nuestros lectores de su mérito, por el comienzo. Dice así:

¿Por qué llenar el cielo con mis votos,
Y el ruego prodigar, y el blando aroma?
No morar en magnífico palacio,
No pórticos de mármol hollar pido,
Ni renovar cien campos con mis yuntas,
Ni en mis trojes cerrar pingües cosechas.
Feliz gozar contigo larga vida,
Y en tu seno inclinar mi anciana frente
Pido tan sólo, hasta el fatal momento,
Que el leteo bajel pise desnudo. etc.

Por último citaremos la cuarta del mismo libro, en que el traductor demuestra bien claro, que si no adoptó para todo su trabajo los tercetos fué no porque no supiera manejarlos con notable primor y facilidad.

Advertiremos finalmente que como obra a que su autor no dió la última mano, presenta el Tibulo de Pérez de Camino algunas asonancias y algún otro defecto métrico de fácil corrección. Y aun en tal cual pasaje resaltan ciertos errores de interpretación, que tal vez hubiera salvado, al revisar su trabajo. Citaremos algún ejemplo.

En la elegía de Ovidio a la muerte de Tibulo se lee el dístico siguiente, hablando de Orfeo:

[p. 56] Ælinon in silvis idem pater, Ælinon altis
Dicitur invitâ concinuisse lyra.

El sentido literal es éste: «Dícese que el mismo padre (de Orfeo, esto es, Apolo) entonó en las selvas el Elino» (canto lúgubre de los griegos), etc. Camino, tradujo:

No debió entre las selvas nacimiento
Al mismo padre Lino, y con encanto
No resonó invencible su instrumento?

Esta interpretación es, como se ve, enteramente errada. Pero estos y algunos otros lunares no deslustran el mérito de la traducción de Pérez de Camino, digna de entrar en cuenta con las mejores que de poetas latinos existen en nuestra lengua, con la Tebaida de Juan de Arjona con el Horacio de Burgos, con el libro primero de la Eneida de Ventura de la Vega con los bucólicos y algún otro trabajo de D. Juan Gualberto González y con el Pervigilium Veneris que parafraseó D. Juan Valera.

En cuanto al texto latino que acompaña al Tibulo de Camino, sólo diremos que aunque abunda en graves yerros, no es tan malo como la generalidad de los que salen de nuestras imprentas. Sólo hubiéramos deseado que en lo posible se adoptase el texto, que siguió el traductor, que fué a nuestro entender el de Barbon, u otro muy semejante, pues de lo contrario se expone al lector a gravísimas confusiones, viendo en contradicción palmaria el original y la versión. Las ediciones de Tibulo hechas en el siglo pasado abundan en variantes, a veces no poco sustanciales, y hasta presentan trastrocados algunos pasajes. En casi todas ellas aparece en la elegía primera el trozo que comienza:

Ferreus ille fuit, qui te cum possit habere,
Maluerit prædas stultas et arma sequi.

y aun suelen colocar después del

Non ego laudari curo, mea Delia, tecum. etc.

otro que empieza

Ipse boves, mea, sim tecum modò, Delia possim. etc.
[p. 57] Estos dísticos han sido trasladados por los editores modernos a la elegía segunda, a la cual indisputablemente pertenecen. Camino, que siguió las ediciones antiguas, los puso en la elegía primera y, sin embargo, el texto latino que se coloca enfrente de su versión los inserta en la segunda. Al lector que no vaya prevenido, le extrañará, sin duda, esta diferencia, y aun juzgará, si lee sólo la primera, que el intérprete ha hecho en ella impertinentes adiciones.

Obras inéditas.

Traducción de las poesías de Catulo.

Traducción de la Geórgicas de Virgilio.

Traducciones e imitaciones varias de Horacio, de Ovidio y de la segunda oda de Safo.

Poesías originales, algunas de las cuales cita el Excmo. Sr. don Leopoldo A. de Cueto en su Bosquejo histórico crítico de la poesía castellana del siglo XVIII. Hay entre ellas muchas anacreónticas.

Aquí suspendemos este artículo, para continuarle el día que vean la luz pública las producciones que acabamos de citar.

Santander, Viernes de Dolores de 1875.

Notas