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Obras completas de Menéndez... > BIBLIOTECA DE TRADUCTORES... > IV : (OLIVER-VIVES) > PANDO, JOSÉ M.ª

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Nació en Lima, en 1787. Educado en el Seminario de Nobles, de Madrid, entró desde muy joven en la carrera diplomática. Ya en 1802 era agregado en la Legación de Parma, de donde paso a la de Roma. Habiéndose negado, en 1808, lo mismo que su jefe D. Antonio de Vargas Laguna y todo el personal de la Embajada, a prestar juramento de fidelidad a José Napoleón, fué en cerrado en la fortaleza de Fenetrelle, en los Alpes, donde permaneció hasta la caída del Imperio. En 1815 desempeñó las funciones de secretario de Legación en los Países Bajos y después las de encargado de Negocios, por ausencia del ministro plenipotenciario D. Miguel Ricardo de Álava; oficial de la primera Secretaría de Estado en 1818. Concurrió en 1820 a la redacción del manifiesto de 10 de marzo, en que Fernando VII transigió con el pronunciamiento militar de los Cabezas. Poco después fué nombrado encargado de Negocios y cónsul general en Lisboa. En 1822, oficial segundo de la primera Secretaría de Estado, e inmediatamente después secretario primero de la Legación de España en París. En 1823, ministro de Estado, acompaño las postrimerías del régimen constitucional. Es suya la circular de 27 de mayo de aquel año, protestando contra el principio de intervención. Después de la caída del régimen constitucional, se trasladó al Perú y ofreció sus servicios a Bolívar, que le nombró ministro de Hacienda y después ministro plenipotenciario en el Congreso de Panamá. Nuevamente ministro de Hacienda y luego administrador general de Correos en el Perú, bajo la administración del general Gamarra, en 1833. Acogiéndose a la amnistía promulgada en España por la reina Cristina, volvió a su antigua patria y consiguió ser reintegrado en su posición de diplomático español, si bien disfrutó poco tiempo de ella, por [p. 29] haber fallecido a fines de 1840, antes de cumplir los cincuenta y cuatro años de edad.

Fué hombre muy culto, de inmensa lectura y muy aficionado a la literatura y a las artes. Quedan muy pocas poesías suyas: la mejor es la Epístola (política) a Próspero (Bolívar), más elocuente que poética, pero escrita con color en algunos pasajes, con majestad en otros (Londres, 1826). Escribía en prosa con claridad y nervio, y ha tenido fama como publicista. Sus obras principales son:

El Mercurio Peruano, periódico publicado en Lima en 1827. Reclamación de los vulnerados derechos de los hacendados de las provincias litorales del departamento de Lima (sobre la emancipación de los esclavos negros), 1833. Pensamientos y apuntes sobre Moral y Política (Cádiz, 1837). Elementos de Derecho Internacional (Madrid, 1843) , si bien esta última, que es la que logró más boga, apenas merece considerarse más que como un plagio de la excelente obra de D. Andrés Bello (publicada en Santiago de Chile en 1832), a quien sigue paso a paso, copiando textualmente sus mismas palabras en casi todos los capítulos. Por cierto que Bello se quejó de esta rapiña con modestia verdaderamente ejemplar, en un artículo que publicó sobre la obra de Pando en El Araucano, 1845 (reproducido en el tomo de sus Obras Completas, 537-541), donde acaba por elogiar la obra del plagiario en estos términos: «Como quiera que sea, el autor de los Principios de Derecho Internacional (el mismo Bello) tiene menos motivo para sentirse quejoso que agradecido. Pando les ha dado ciertas galas de filosofía y erudición que no les vienen mal; y sacando partido de su vasta y variada lectura, en que tal vez no ha tenido igual entre cuantos escritores contemporáneos han enriquecido la lengua castellana, derrama curiosas y selectas noticias sobre la historia y la bibliografía del Derecho público. Sus creencias filosóficas desenvueltas en la Introducción, nos han parecido demasiado impregnadas en la metafísica germánica a que Pando tuvo en sus últimos años una predilección particular; pero es justo decir que se hace en ella una interesante reseña de las varias teorías morales, y el autor al mismo tiempo que las resume y formula, las juzga. Aun aquellos que no acepten sus fallos filosóficos (y en este número nos contamos nosotros) hallarán en [p. 30] esta y otras partes de la obra excelentes ideas, expresadas de un modo nuevo y brillante, y verán una buena muestra del talento y exquisita erudición del autor.»

Rasgo evangélico de mansedumbre literaria.

Notas