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Obras completas de Menéndez... > ESTUDIOS SOBRE EL TEATRO DE... > VI : IX. CRÓNICAS Y... > IX. CRÓNICAS Y LEYENDAS... > XCVI.—EL BRASIL RESTITUÍDO

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Esta comedia, inédita hasta ahora, imprímese por la copia que D. Agustín Durán hizo (y en la Biblioteca Nacional se conserva) del original autógrafo, que después de haber pertenecido al erudito montañés D. Fernando de la Serna (autor de los Viajes de un español por Levante, y de otros curiosos libros), formó parte de la rica colección de papeles relativos a la historia de América [p. 229] que juntó Mr. O'Rich, cónsul de los Estados Unidos en España durante el reinado de Fernando VII.

Firmó Lope esta obra suya en 23 de octubre de 1625, y de 29 de octubre es la licencia de Pedro Vargas Machuca para la representación.

Nuestro poeta, que tuvo la fortuna de no alcanzar los desastres de la segunda mitad del reinado de Felipe IV, participó del justo entusiasmo de sus coetáneos por los memorables triunfos que coincidieron en sus primeros años y que parecían anuncio de una nueva era de prosperidad para la Monarquía. Tejió, pues, en sus versos espléndida corona al héroe del Palatinado y vencedor de Fleurus, al expurgador de Breda y al recuperador del Brasil, invadido por los holandeses. Y ciertamente que ni D. Gonzalo de Córdoba (a pesar del terrible peso de su apellido), ni menos Ambrosio Espínola y D. Fadrique de Toledo, eran indignos de cerrar con sus prestigiosas hazañas el gran ciclo de la historia nacional, que en tan portentoso número de obras, palpitantes de entusiasmo patriótico, había recorrido Lope.

Rotas las hostilidades entre España y las Provincias Unidas, en 1621, con el vencimiento del plazo de la tregua, que en mal hora dejamos de prorrogar, meditaron los holandeses inferir grave quebranto a nuestro poder colonial y a nuestra navegación, atacando alguna de las colonias americanas, especialmente de las que estaban más abandonadas y desguarnecidas. Y como ya el interés mercantil comenzaba a influir en las relaciones de los pueblos tanto o más que el religioso y político de otros tiempos, dióse cebo a la codicia de armadores y negociantes con la formación de la Compañía de las Indias Occidentales, constituída en 1622, con estatutos análogos a la que ya existía para la India Asiática. Concedióse a la nueva Sociedad, por término de veinticuatro años, el derecho exclusivo del tráfico y navegación en América y África, con plenos poderes para nombrar y deponer todo género de funcionarios, para concertar tratados de alianza y de comercio con los indígenas, declarar la guerra, levantar fortalezas y, finalmente, establecer colonias. Los Estados Generales subvencionaron a la [p. 230] Compañía con 200.000 florines por cinco años, suma que había de ser reintegrada del producto de las presas marítimas y de los saqueos de las ciudades. Esta nueva máquina de guerra contra el Imperio español causó, desde luego, innumerables pérdidas a nuestras flotas. En trece años, de 1623 a 1636, la Compañía armó en corso 800 navíos, y apresó más de 500 barcos portugueses y castellanos. Las presas subieron a 90 millones de florines, y hubo año en que los dividendos repartidos entre los socios llegaron al 95 por 100 del capital de las acciones. Pero las primeras empresas militares distaron mucho de ser tan afortunadas. Después de varias tentativas poco felices en la costa de África, los holandeses pusieron la mira en el Brasil, en cuya larguísima costa apenas existían más puntos fortificados que los de Bahía y Pernambuco. Residían en aquella colonia buen número de cristianos nuevos, es decir, judaizantes ocultos, que, deseosos de librarse de las pesquisas de la Inquisición, y estando en correspondencia frecuente con sus correligionarios de Amsterdam, vieron llegado el momento de conseguir, a la sombra de la bandera holandesa, el libre ejercicio de su culto, proscrito en la península y en los dominios americanos. Dieron oído los holandeses a estas insinuaciones, tomaron lenguas del estado de abandono en que se hallaba aquella inmensa y despoblada región, y resolvieron la invasión del Brasil, comenzando por su capital, que era entonces la ciudad de San Salvador, en la bahía de Todos los Santos, residencia del Obispo, de la Audiencia y del Gobernador de la colonia. Para dar sobre seguro el golpe, aprestaron una escuadra de 26 naves, que llevaron a su bordo 1.300 marineros, 1.700 hombres de desembarco y 500 piezas de artillería. Mandaba la expedición Jacobo Willekens, de Amsterdam; iba de vicealmirante Pedro Heyn, y de general de infantería y gobernador de lo que se conquistase Juan Van Dorth, señor de Horst y Pesh. Reunida la escuadra en Cabo Verde el 26 de marzo de 1624, se presentó delante de Bahía el 8 de mayo, y rompió el fuego al día siguiente contra 15 navíos fondeados en el puerto, quemando unos y apresando otros. Sorprendido el Gobernador portugués Diego de Mendonça por tan [p. 231] repentino y formidable ataque, vió sucumbir uno tras otro, sin resistencia casi, los tres fuertes de la plaza; y aunque él se defendió con valor inútil, la ciudad fué tomada en menos de dos días, huyendo al campo la mayor parte de sus moradores. Los holandeses saquearon casas y templos, recogiendo un botín riquísimo que bastó para abarrotar cuatro naos; y deseosos de afianzar su conquista, comenzaron a mejorar las fortificaciones, y dieron un edicto ofreciendo casas, tierras y libertad de religión a todos los que quisieran avecindarse en Bahía. Acudieron en tropel los judíos, y también algunos indígenas y negros, pero la mayor parte se mantuvieron fieles a la metrópoli, y muy pronto los portugueses fugitivos organizaron la resistencia, dirigidos por el belicoso obispo D. Marcos Texeira, y tomaron la ofensiva contra los invasores, causándoles notable daño en todas las salidas que intentaron (una de las cuales costó la vida al mismo general Van Dorth), hasta llegar a encerrarlos en el recinto de la ciudad.

Llegó a España con gran presteza la noticia de la catástrofe de Bahía, y causó, tanto en Portugal como en Castilla, general indignación y asombro, no sólo por lo que era en sí misma, sino por la terrible amenaza que envolvía para el poder colonial de las dos monarquías de la Península, reunidas entonces en una sola cabeza. Era la primera vez que mercaderes y soldados de una potencia extranjera invadían, con propósitos y aparatos de ocupación definitiva, ningún punto del litoral americano, que hasta entonces no había sufrido más que invasiones piráticas, y aun éstas a largos intervalos. Todo el mundo comprendió la gravedad del caso, y se mostró dispuesto a los mayores sacrificios de sangre y dinero. Entre castellanos y portugueses hubo noble competencia de patriotismo, desinterés y bizarría. Y los gobernantes de aquel tiempo (dicho sea en honra de Felipe IV y del Conde-Duque de Olivares) no se mostraron inferiores a lo que exigía este arranque del sentimiento popular, que se mostró tan unánime en Lisboa como en Madrid. Con inesperada rapidez se hicieron los preparativos de aquella feliz expedición. La carta regia de 7 de agosto, en que Felipe IV anunció a los gobernadores [p. 232] del reino de Portugal que dentro de aquel mes debía estar aparejada para hacerse a la vela la armada del mar Océano, destinada a la reconquista del Brasil, manifestando el mismo Rey el sentimiento de no poder mandarla en persona, pareció tan noble y magnánima como cuadraba al Monarca de todas las Españas, y fué acogida por los portugueses con inexplicable júbilo. Y aquí conviene dejar la palabra al excelente historiador Rebello da Silva, cuyo testimonio no puede ser sospechoso: Viendo al Rey tan decidido y al Conde de Olivares tan fogoso, que soñaban con atropellar el tiempo, los obstáculos y hasta los imposibles, infundióse un alma nueva en el cuerpo debilitado de Portugal, y el reino, súbitamente remozado, sintió renovarse en todo su ardor los días de entusiasmo y heroísmo. Los gobernadores y los hidalgos, los más ricos negociantes y hasta los plebeyos, rivalizaron unos con otros, compitiendo sobre cuál daría más pruebas de amor a la patria. Felipe IV había prometido los auxilios pecuniarios de Castilla, autorizando en nombre y por cuenta de ella todos los contratos que firmasen los gobernadores. La respuesta del país fué briosa. Tomó sobre sí los gastos, y nunca salió de nuestros puertos armada más completa. La ciudad de Lisboa repartió por sus moradores un donativo de ciento y veinte mil cruzados, que pagaron todas las clases. El Duque de Braganza, D. Teodosio, mandó veinte mil cruzados para municiones y pólvora. El Duque de Caminha, Marqués de Villa Real, D. Miguel de Meneses, diez y seis mil y quinientos. El Conde de Ficalho, Duque de Villahermosa, Presidente del Consejo de Portugal, dos mil y cuatro cientos. El Marqués de Castel-Rodrigo, Consejero de Estado, más de tres mil. Muchos hidalgos y titulares se empeñaron para rescatar la honra de la nación. Los prelados concurrieron con igual voluntad. Don Miguel de Castro, Arzobispo de Lisboa, ofreció dos mil cruzados; el Arzobispo de Braga, D. Alfonso Hurtado de Mendoza, diez mil; el metropolitano de Évora, D. José de Mello, cuatro mil. Los obispos de Porto, de Coimbra, de la Guarda y del Algarve también ayudaron al Estado con gruesas sumas. Los mercaderes alemanes dieron cincuenta quintales de pólvora, [p. 233] y los negociantes, en general, treinta y cuatro mil cruzados. Subió sin violencia el subsidio a doscientos y treinta mil cruzados, consumidos con la escuadra y las tropas. La Hacienda Real no tuvo que gastar un maravedí. [1] No fué menos pronto y espontáneo el socorro de los brazos que el sacrificio del dinero. Nunca, desde el cerco de Mazagán, durante la menor edad de D. Sebastián, se notó en los hidalgos y señores igual fervor en empuñar las armas para una jornada de mil y quinientas leguas, tan peligrosa por el mar, por el clima y por la fortaleza del enemigo. La expedición portuguesa no pasaba de cuatro mil hombres; pero era tanta la nobleza que se alistó en ella, que no había memoria de expedición más lustrosa, ni de gente tan bien nacida, desde que la derrota de Alcazarquivir había sepultado la flor de las esperanzas de Portugal. El Rey, inspirado por la necesidad, quiso que se agradeciesen y loasen en su nombre estos testimonios de adhesión individual y colectiva, y pidió los nombres de los mejores vasallos para recompensarlos, como efectivamente lo hizo después. La actividad de los gobernadores corría parejas con la impaciencia del Rey y de Olivares. El Conde de Basto, Ministro íntegro y austero, tomó sobre sí las providencias relativas al ejército de tierra, y el Conde de Portalegre, no menos hábil, pero más celoso de la popularidad, dedicóse a los armamentos marítimos, probando ambos ser iguales en el calor de los sentimientos patrióticos, y dignos de la amistad que los unía... Todos los aprestos se hicieron con tal celeridad, que dentro de tres meses estaba a punto de navegar la escuadra.»

La escuadra de Portugal, compuesta de 22 naves, al mando de D. Manuel de Meneses, salió del puerto de Lisboa el 22 de noviembre de 1624, y en 6 de febrero de 1625 se unió en las islas de Cabo Verde con la armada castellana procedente de Cádiz, formada por la reunión de las escuadras llamadas del Océano, del Estrecho, de Vizcaya, de las Cuatro Villas y de Nápoles, en total 30 navíos [p. 234] y otras embarcaciones más pequeñas, llevando a bordo 7.500 hombres de desembarco; los portugueses eran 4.000, como queda dicho. Mandaban estos diversos contingentes marinos tan aventajados y expertos como D. Juan Fajardo, Martín de Valdecilla, D. Francisco de Acevedo y Bracamonte y Francisco de Ribera. Por Capitán general de mar y tierra de todas las fuerzas combinadas de ambos reinos iba el insigne castellano D. Fadrique de Toledo y Osorio, Marqués de Villanueva de Valdueza.

Cuando en 29 de marzo apareció tan lucida expedición en la boca del puerto de Bahía, había comenzado la indisciplina y el desorden entre los holandeses, a consecuencia, principalmente, de la muerte de Van Dorth y de la incapacidad de su sucesor, Guillermo Schouten. Los colonos de Bahía, refugiados en el campo, se habían rehecho, y hostigaban la ciudad por todas partes, bajo la hábil dirección del capitán mayor D. Francisco de Moura. Pero la plaza estaba en condiciones de defensa muy superiores a las del año anterior; los invasores habían hecho en ella formidables defensas; contaban, dentro de su recinto, 2.000 soldados europeos (franceses, flamencos e ingleses), 500 negros armados, y tenían fondeados en el puerto 18 navíos de guerra. Se esperaba, además, la inminente llegada de dos poderosas escuadras, armadas en Amsterdam por la Compañía para defender y asegurar la conquista. Su tardanza, ocasionada por los temporales, permitió a D. Fadrique efectuar el desembarco, saltando en tierra 2.000 castellanos, 1.500 italianos del tercio de Nápoles con algunas piezas de artillería, a los cuales se unieron muy pronto refuerzos venidos de Pernambuco, Río Janeiro y otros puntos. Los enemigos desampararon sin gran resistencia los fuertes, pero en la ciudad hicieron porfiada y valerosa resistencia, sosteniendo un mes entero de brecha abierta. Distinguiéronse de nuestra parte en los porfiados combates D. Manuel de Meneses, D. Francisco de Almeida y el Marqués de Torrecusa, D. Juan de Orellana y otros muchos, con valiente emulación de portugueses y castellanos. El 28 de abril se dió la señal del asalto, y cuando comenzaban los españoles a escalar uno de los baluartes, el jefe holandés Hans Kyff, que [p. 235] había sustituído al inepto Schouten, pidió capitulación, consintiendo D. Fadrique en recibir a sus comisionados. Pretendían salir de la plaza con las honores de la guerra, pero nuestro General dictó, como vencedor, las condiciones, que fueron generosas ciertamente. Los vencidos entregaron la ciudad con toda la artillería, banderas, dinero, navíos, mercaderías, prisioneros y esclavos; y juraron no hacer armas contra España hasta restituirse a Holanda. Don Fadrique les consintió sacar las ropas de su uso, víveres para tres meses y medio, y las armas necesarias para su defensa después de salir del puerto. En 1.º de mayo evacuaron la ciudad los defensores, reducidos a unos 1.912 hombres, la mayor parte aventureros de muy probado valor, pertenecientes a varias naciones europeas. El despojo fué riquísimo: 18 banderas, 200 piezas de artillería, 500 quintales de pólvora, 600 esclavos negros, 7.200 marcos de plata y mercancías estimadas en 300.000 ducados, y por algunos en mucho más. De los navíos quedaron en nuestro poder seis, por haber destruído nuestra artillería los restantes. Para completar tan memorable triunfo sólo faltó la destrucción de las dos escuadras holandesas, que tres semanas después de la capitulación aparecieron a la vista de Bahía, retirándose inmediatamente sin empeñar combate apenas vieron tremolar los estandartes españoles sobre los fuertes de la plaza. Pareció a algunos excesiva prudencia en D. Fadrique el no haber cogido todos los frutos de su victoria persiguiendo a las naos enemigas hasta apresarlas y rendirlas; pero otros le disculparon con la falta de agua y bastimentos que padecía nuestra escuadra. De esta resolución del General se habló variamente; pero la fortuna favorable aquel año a nuestras armas, les concedió a los pocos meses otro triunfo muy señalado en la costa del África occidental, contra los holandeses de una de estas flotas, que intentaron apoderarse de la fortaleza de San Jorge de la Mina, siendo rechazados con pérdida de 200 hombres, y herido gravemente el almirante Jan Dirks Lamb.

Grandes fueron los regocijos que a tales nuevas sucedieron en España. Felipe IV galardonó con especial distinción los servicios [p. 236] prestados en la jornada del Brasil por los portugueses. «Acto de política hábil (dice el historiador ya citado), y que pareció abrir nueva era en el sistema castellano. Si el Rey hubiera acudido siempre a los peligros con la misma prontitud y premiado los sacrificios con la misma grandeza, pronto hubiera conquistado la voluntad de los nobles, y con el tiempo y la suavidad hasta el ánimo de los pueblos.» Desgraciadamente, lo impidió la política unitaria y antiforal, aunque patriótica a su modo, del Conde-Duque de Olivares. El cual tampoco supo, descaminado por su altivez y soberbia, estimar y honrar debidamente a los hombres de guerra y de mar que todavía quedaban a España. Don Fadrique de Toledo, que añadió a sus laureles del Brasil otros no menos honrosos ganados contra los piratas ingleses y franceses del mar de las Antillas, a quienes derrotó en las islas de Nieves y San Cristóbal, fué víctima de la saña o de la envidia del omnipotente valido, y murió encarcelado y condenado a graves penas en 1634. La poesía castellana, que por la pluma de Lope de Vega había ensalzado su mayor triunfo, escribió con la de Quevedo, en su venerable túmulo, este conceptuoso epitafio:

   Al bastón, que le vistes en la mano
Con aspecto real y floreciente,
Obedeció pacífico el tridente
Del verde emperador del Oceano.
   Fueron oprobio al belga y luterano
Sus órdenes, sus armas y su gente,
Y en su consejo y brazo, felizmente
Venció los hados el Monarca hispano.
   Lo que en otros perdió la cobardía,
Cobró armado y prudente su denuedo,
Que sin victorias no contó algún día.
   Esto fué don Fadrique de Toledo,
Y hoy nos da desatado en sombra fría,
Llanto a los ojos y al discurso miedo.

Es numerosa, tanto en portugués como en castellano, la literatura relativa a la jornada del Brasil y recuperación de Bahía. [p. 237] Sobresalen en ella, por ser los más copiosos y fidedignos, los libros del P. Bartolomé Guerreiro, [1] de Juan de Medeiros Correia, [2] de D. Tomás Tamayo de Vargas, [3] de D. Jacinto de Aguilar y Prado; [4] y a todos vence, por ser relación de testigo presencial, la del salmantino D. Juan de Valencia y Guzmán, no publicada hasta nuestros días. [5] Don Gonzalo de Céspedes y Meneses, en la historia que comenzó a escribir de Felipe IV, dedica largo espacio a estos sucesos, [6] y modernamente hablan de ellos, con la debida extensión, Vanrhagen, en su Historia general del Brasil; [7] Rebello [p. 238] da Silva, en la suya notabilísima de Portugal durante los siglos XVII y XVIII, [1] y D. Cesáreo Fernández-Duro en los Anales de la Armada española que con tanta diligencia viene publicando. [2] Desde el punto de vista holandés trató del asunto Netescher, en su noticia histórica sobre los Países Bajos y el Brasil en el siglo XVII. [3]

Escrita la comedia de Lope bajo la impresión de las primeras noticias que a Madrid llegaron, y representada en octubre de 1625, es decir, siete meses después de la reconquista de Bahía, es claro que sus fuentes hubieron de ser la relaciones o gacetas que por aquellos días se imprimieron para satisfacer la curiosidad pública. Llegan a diez las que hasta ahora se conocen, pero, siendo tan semejantes entre sí, no puedo determinar a punto fijo la que prefirió Lope, de quien dice el aprobante Vargas Machuca que «va muy ajustado y conforme a la mejor relación que de este suceso tenemos, calificada de un testigo instrumental que se halló en esta guerra y trajo de ella honrosas señales en sus heridas.» Parece que estas señas cuadran a las de D. Francisco de Avendaño y Vilela, [4] pero me descamina el no encontrar su nombre citado en la comedia, donde estaba, al decir de Vargas Machuca.

[p. 239] El Brasil restituído es una especie de loa donde no se ha de buscar fábula dramática de ningún género, sine exactitud histórica, buen lenguaje, fáciles versos y mucho entusiasmo patriótico, cualidades que nunca faltan en Lope. Como no era fácil poner en acción todas las peripecias del sitio, se valió, como otras veces, del recurso de introducir personajes alegóricos, que unas veces profetizan y otras veces muestran, en una especie de panorama poético, lo que ha de pasar o está pasando fuera de la escena. Algunas de estas personificaciones son curiosas: el Brasil aparece en figura de dama India, con una rueda de plumas y una flecha dorada. Con ella alternan el crinado Apolo, la Religión (en hábito de dama española) y la Herejía, descubiéndose por final el retrato de Felipe IV.

Lope insiste mucho en la ayuda prestada por los conversos [p. 240] hebreos a la invasión holandesa. En boca de uno de ellos, Bernardo, que es el traidor o personaje odioso de la pieza, pone estas palabras, enteramente ajustadas a la verdad histórica:

   Temiendo que el Santo Oficio
Envía un visitador,
De cuyo grave rigor
Tenemos bastante indicio,
   Los que de nuestra nación
Vivimos en el Brasil,
Que tiene por gente vil
La cristiana Religión,
   Por excusar las prisiones,
Los gastos, pleitos y afrentas,
Y ver deste yugo exentas
De tantas obligaciones
   Nuestras familias, que ya
A tal extremo han llegado,
Porque dicen que enojado
Dios con nosotros está,
   Habemos escrito a Holanda,
Que con armada se apresta...
.........................................
   Juzgando será mejor
Entregarnos a holandeses,
Que sufrir que portugueses
Nos traten con tal rigor.

Nuestro poeta reparte con mucha equidad la palma de la victoria entre Portugal y Castilla:

   Estas dos fuertes naciones,
Que, por nueva unión hermanas,
La emulación de sus glorias
Hace parecer contrarias...
..........................
Porque fuera Lusitania
Única, a no haber Castilla,
Por las letras y las armas,
Y si Portugal no hubiera,
Castilla por Fénix rara
Se celebrara en el mundo...
[p. 241] Tales palabras podían escribirse con sincera efusión en 1625, última y memorable ocasión en que los dos pueblos demostraron tener una alma sola. Lope, favorecido de la suerte en tantas cosas, lo fué también en recibir la visita de la muerte antes que sus ojos presenciasen el naufragio de 1640.

Como muestra del estilo y lenguaje de esta comedia, bastará citar el gracioso monólogo del soldado aventurero Machado, estando de centinela sobre el muro de Bahía, en el primer acto:

¡Bien haya aquel venturoso
Que, avaro y rico en la tierra,
Cuenta doblones que guarda,
Y no montañas de arena!
¡Bien haya aquel a quien dieron
Mohatras tan grande hacienda,
Sin que por ella le enojen
Las varas ni las sentencias!
¡Bien hayan un cura que vive
Sirviendo a Dios en su aldea,
Con sus diezmos y primicias,
Sus bodigos, vino y cera!
Y ¡bien haya el labrador
Que, con su fértil cosecha,
No envidia púrpura y oro,
Y sólo el sol le despierta!
Vengan a la guerra un poco
Los que por allá se quejan,
Sabrán qué es calor y frío,
Cuándo abrasa y cuando hiela.
¡No aprendiera yo en mi patria
Éstas que se llaman letras,
Que se estudian en la cama
Y en los coches se pasean!
.........................................
¿Hay cosa como decir:
«Récipe: Calipundelas,
Uncias duas
de Sirupi»,
Y agarrabis con la izquierda?
¿Hay cosa como sentado
Escribir: «Párrafo treinta,
Lo dice Gazmio, ley Niflos»,
Aunque los pleitos se pierdan?
[p. 242] No fué Lope el único poeta dramático que trató el asunto de la reconquista del Brasil. En la parte 33 de Comedias varias (1670) hay una de Juan Antonio Correa, Pérdida y restauración de la bahía de Todos los Santos, y quizá en el Teatro portugués exista alguna sobre el mismo argumento.

Notas

[p. 233]. [1] . En los armamentos de Portugal se entiende, pues los de la escuadra del mar Océano, que era la principal y más numerosa, corrieron por cuenta de la Corona de Castilla.

[p. 237]. [1] . Iornada dos vassallos da coroa de Portugal, pera se recuperar a cidade do Salvador, na Bahya de Todos os Sanctos, tomada pollos Olandezes, a oito de Mayo de 1624, e recuperada ao primeiro de Mayo de 1625. Feita pelo Padre Bertolameu Guerreiro, da Companhia de Iesu... Lisboa, Mattheus Pinheiro, 1625.

[p. 237]. [2] . Relaçäo verdadeira de todo o succedido na restauraçäo da Bahia de Todos os Santos. Lisboa, 1625.

[p. 237]. [3] . Restauracion de la ciudad del Salvador, i Baia de Todos-Sanctos, en la Provincia del Brasil. Por las armas de D. Filipe IV... Madrid, viuda de Alonso Martín, 1628.

[p. 237]. [4] . Escrito histórico de la insigne y baliente (sic) Iornada del Brasil, que se hizo en España el año 1625. Es el cuarto de los siete tratados incluídos en el libro colecticio que Aguilar y Prado formó con el título de Compendio histórico de diversos escritos en diferentes asumptos (Pamplona, 1629). Todos ellos se habían impreso sueltos, y tienen portada y paginación diversas.

[p. 237]. [5] . Compendio historial de la jornada del Brasil y sucesos della, donde se da cuenta de cómo ganó el rebelde holandés la ciudad del Salvador y Bahía de Todos Santos, y de su restauracion por las armas de España, cuyo general fué D. Fadrique de Toledo Osorio, Marqués de Villanueva de Valdueza, capitan general de la Real armada de el mar Océano y de la gente de guerra de el reino de Portugal en el año de 1625, por D. Juan de Valencia y Guzman, natural de Salamanca, que fué sirviendo a S. M. en ella de soldado particular, y se halló en todo lo que pasó. (En el tomo LV de la colección de Documentos inéditos para la historia de España, 1870.)

[p. 237]. [6] . Historia de Don Felipe IIII, rey de las Españas. Por Don Gonzalo de Céspedes y Meneses, 1634. Barcelona, por Sebastián Cormellas. Folios 204-206-235 a 243.

[p. 237]. [7] . Historia geral do Brazil, por um socio do Instituto Historico do Brazil, natural de Sorocaba. Madrid y Río Janeiro, 1854. Tomo I, páginas 341-352.

[p. 238]. [1] . Historia de Portugal nos seculos XVII e XVIII, por Luiz Augusto Rebello da Silva. Lisboa, Imprenta Nacional. Tomo III, páginas 333-358.

[p. 238]. [2] . Armada española desde la unión de los reinos de Castilla y de Aragón... Madrid, Rivadeneyra, 1898. Tomo IV, páginas 45-62.

[p. 238]. [3] . Les hollandais au Brésil notice historique sur les Pays-Bas et le Brésil au XVII siècle. La Haya, 1853.

[p. 238]. [4] . Relacion del viaje y sucesso de la Armada que por mandato de su Magestad partió al Brasil a echar de allí a los enemigos que lo ocupaban. Dase cuenta de las capitulaciones con que salió el enemigo, y valía de los despojos. Hecha por D. Francisco de Avendaño y Vilela, que se halló en todo lo sucedido, así en la mar como en la tierra. Sevilla, por Francisco de Lyra, 1625.

Relación de la carta que embió a su Magestad el señor don Fadrique de Toledo, general de las Armadas y poderoso exército que fué al Brasil, y del felicissimo sucesso que alcanzaron, dia de los gloriosos Apostoles S. Felipe y Santiago, que fué a primero de Mayo deste año de 1625. Dase cuenta a su Magestad de las capitulaciones que en su Real nombre trató con el enemigo, del modo que salieron de la ciudad y del grande inyerés que su Magestad consiguió en su recuperacion. Impreso con licencia del señor Teniente don Luis Ramirez, en Sevilla, por Simon Faxardo, en la calle de la Sierpe, en la calleja de las Moças. Año de 1625.

Verdadera relacion de la grandiosa vitoria que las Armadas de España han tenido en la entrada del Brasil, la qual queda por el Rey don Felipe Quarto, nuestro Señor, que Dios guarde. Dasse tambien aviso de la refriega de los Navíos sobre la Baía, y los dias que duraron las batallas. Cádiz, por Juan de Borja, 1625.

Relacion del sucesso del Armada y exército que fué al socorro del Brasil desde que entró en la bahía de Todos los Santos, hasta que llegó a la ciudad del Salvador, que poseian los rebeldes de Olanda. Cádiz, por Gaspar Vecino, 1625.

Relacion de la jornada del Brasil escrita a Ivan de Castro escribano público de Cádiz por Bartolomé Rodriguez de Burgos, escribano mayor de la Armada. Cádiz, por Juan de Borja.

Todavía da razón de algunas más el Sr. Fernández-Duro en su citada obra.

Del apreciable pintor madrileño Félix Castello, discípulo de Carducci, existe en nuestro Museo del Prado un cuadro que representa el desembarco de D. Fadrique de Toledo en la bahía del Salvador. Figuran en él, retratados, además del General, el maestre de campo D. Pedro Osorio, D. Juan de Orellana y otros personajes. Este cuadro, con otro del mismo autor que representa también una victoria contra holandeses, exornaba en otro tiempo el Salón de Reyes del palacio del Buen Retiro.