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Obras completas de Menéndez... > HISTORIA DE LAS IDEAS... > I : HASTA FINES DEL SIGLO XV > CAPÍTULO II.—DE LAS IDEAS ESTÉTICAS EN LOS PADRES DE LA IGLESIA ESPAÑOLA DURANTE LOS PERÍODOS ROMANO Y VISIGÓGITICO.—ORÍGENES DE LA POESÍA CRISTIANA.—JUVENCO.—PRUDENCIO.—SAN DÁMASO.—IDEAS DE OROSIO SOBRE LA HISTORIA.—IDEAS ESTÉTICAS Y LITERARIAS DE SAN IS

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Texto

COMIENZA la transformación del arte antiguo, en el presbítero español Cayo Vecio Aquilino Juvenco, tenido generalmente, aunque no con entera exactitud, por el más antiguo de los poetas latinos cristianos [1] . En los cuatro libros de su Historia Evangélica sigue paso a paso, y no sin elegancia, el texto de los Evangelistas, salpicándole con reminiscencias virgilianas [2] . El prefacio, [p. 292] notable por la alteza de su estilo, muestra que Juvenco, no libre todavía de cierto amor pagano de la gloria, sentía toda la magnitud de su empresa, y saludaba alborozado la aurora de la nueva poesía, bautizada en el Jordán, exaltada en el Tabor y triunfante en el Calvario. «Si nada es eterno en el mundo (dice Juvenco) sino los hechos sublimes, y el lauro de la virtud, y los cantos de los poetas que la celebran; si la fama de estos mismos cantores [p. 293] vivirá eterna, mientras los siglos vuelen, ¿qué gloria no ha de ser la mía, que tomo por asunto las acciones de la vida terrestre de Cristo? Quizá estas páginas me salvarán del fuego eterno, cuando descienda el Sumo Juez en coruscante nube... Asista a mis versos el Espíritu Santo, riéguelos con las puras aguas del Jordán, y concédame decir cosas dignas de Cristo.

           «Inmortale nihil mundi compage tenetur,
       Non orbis, non regna hominum, non aurea Roma,
       Non mare, non tellus, non ignea sydera coeli.
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
       Sed tamen innumeros homines sublimia facta,
       Et virtutis honos in tempora longa frequentant:
       Accumulant quorum famam laudesque, poetae.
       Hos celsi cantum Smyrnae de fonte fluentes,
       Illos Minciadae celebrat dulcedo Maronis;
       Nec minor ipsorum decurrit gloria vatum,
       Quae manet aeternae similis, dum secta volabunt.
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
           Quod si tam longam meruerunt carmina famam,
       Quae veterum gestis hominum mendacia nectunt,
       Nobis carta fides, aeternae in secula laudis,
       Inmortale decus tribuet, meritumque rependet.
       Nam mihi carmen erunt Christi vitalia gesta.
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

        [p. 294] Hoc opus: hoc etenim forsan me subtrahet igni,
       Tunc, cum flammivoma descendet nube coruscans
       Iudex, altithroni genitoris gloria, Christus.
       Ergo, age: sanctificus adsit mihi carminis auctor
       Spiritus, et puro mentem riget amne canentis
       Dulcis Jordanis, ut Christo digna loquamur» [1] .

Juvenco escribía hacia el año 330 de la Era cristiana [2] . Poco más adelante (de 366 a 384), un Papa, también español, San Dámaso, daba nuevo impulso al arte cristiano, mandando cantar el Salterio en las horas canónicas, y enriqueciendo con mármoles e inscripciones (tituli) las Catacumbas. Él fué el primero en celebrar en forma epigráfica los triunfos de los confesores y de los mártires, abriendo el camino a la gran poesía de Prudencio. Por él empezó a correr, lenta y callada, en la Iglesia la vena de la poesía hebráica:

           «Nunc Damasi monitis aures praebete benignas:
       Sordibus depositis purgant penetralia cordis...
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
       Prophetam Christi sanctum cognoscere debes.
                                                                     (Carm. I.)
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
       Quisque sitit, veniat cupiens haurire fluenta,
       Invenient latices, servant qui dulcia mella» [3] .

[p. 295] Recordaré, sólo de pasada, que Prudencio contra Simmaco (lib. II, v. 39 y sigs.), después de haber dado una interpretación casi evhemerista a la mitología, atribuye cierta influencia al arte y a la poesía clásica en los progresos del culto idolátrico:

       «Aut vos pictorum docuit manus, assimulatis
       Jure poetarum numen componere monstris,
       Aut lepida ex vestro sumpsit pictura sacello,
       Quod variis imitata notis ceraque liquenti
       Duceret in faciem, sociique poematis arte
       Aucta, coloratis auderet ludere fucis.
       Sic unum sectantur iter, et inania rerum
       Somnia concipiunt et Homerus, et acer Apelles,
       Et Numa; cognatumque malum, pigmenta, camenae» [1] .
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Y quizá no será aventurado creer que el gnosticismo de los priscilianistas, enlazado por sus orígenes con el neo-platonismo, contribuyó a mantener vivas las antiguas tradiciones estéticas.

[p. 296] Hagamos también mención de Orosio, en cuyas manos, como en las de San Agustín, se transformó la historia con sentido universal y providencialista ; transformación que, aunque se refiera [p. 297] sólo a la materia de la narración, influyó a la larga en la forma de este género semi-artístico, sacándole de los estrechos límites [p. 298] de la ciudad antigua, y dándole por héroe todo el género humano, mirado como una sola familia, o más bien como un solo individuo, [p. 299] que se mueve libremente para cumplir el fin providencial [1] . En otro concepto, y recogiendo cuidadosamente todos los [p. 300] hilos de la tradición artística, sería injusto no estampar aquí el nombre del palentino Conancio, ordenador de la música eclesiástica, [p. 301] y autor de muchas y nuevas melodías, ensalzadas por San Ildefonso en el libro De viris illustribus [1] .

San Isidoro, en el primer libro de los Oficios, recogió curiosas noticias sobre el canto eclesiástico; [2] y en su gran diccionario [p. 302] enciclopédico (las Etimologías ) expone, siguiendo a Boecio, la doctrina de los antiguos acerca de la música, definiéndola «pericia de la modulación, consistente en sonido y canto». Para San Isidoro, que acepta, como Boecio, el sentido pitagórico, no cabe disciplina perfecta sin música. El mundo mismo, y el cielo, están regidos por cierta armonía de números concordes. Toda palabra, toda pulsación de las venas obedece a algún ritmo musical. Encarece luego el poder de la música, para mover y sosegar los afectos [1] , y la divide en tres partes: armónica, rítmica y métrica.

[p. 303] Boecio y Casiodoro han sido también las fuentes del Metropolitano hispalense, en aquella parte de su compilación que se refiere a la gramática, a la retórica y a la poesía, y que abarca los [p. 304] libros primero y segundo de las Etimologías . Así le vemos admitir un concepto de la retórica que ya Quintiliano había rechazado por estrecho. La define, pues: «ciencia de bien decir en cuestiones civiles, para persuadir las cosas buenas y justas». En tres [p. 305] cosas hace consistir esta pericia oratoria: naturaleza, doctrina y ejercicio. Y la llama arte, porque «arte es todo lo que consta de reglas y preceptos, y manifiesta alguna potencia o virtud, llamada por los griegos ἀρετη .» De cinco partes consta la artificiosa elocuencia: invención, disposición, elocución, memoria y pronunciación. Imagen de la vida han de ser las fábulas, según San [p. 306] Isidoro, y fueron imaginadas, ya por causa de deleite y recreación, ya para mostrar la naturaleza de las cosas, ya para interpretar y descubrir las costumbres humanas [1] . En todo discurso [2] [p. 307] o ficción poética debe atenderse a la materia, al lugar, al tiempo [p. 308] y a la persona que escucha, no mezclando lo profano con lo religioso, [p. 309] ni lo inverecundo con lo casto, ni lo leve con lo grave, ni lo lascivo con lo serio, ni lo ridículo con lo triste. [1]

Poco más hay que notar en este breve compendio de la técnica de los retóricos antiguos. Al hablar de la ethopeia, o pintura moral de un personaje, San Isidoro nos enseña que debemos acomodar los afectos a la edad, al estado, a la fortuna, a la alegría o tristeza, al sexo, etc. Así, por ejemplo, cuando introduzcamos la persona de un pirata, serán sus discursos audaces, temerarios, abruptos; y de igual modo diferirán entre sí los de una mujer, un adolescente, un viejo, un soldado, un general, un parásito, un rústico y un filósofo. [2]

Entre las obras perdidas que San Isidoro aprovechó para su trabajo compilatorio (ex veteris lectionis recordatione collectum... sicut extat conscriptum stylo maiorum), figuraban en preferente lugar las de Varrón, de quien, ya directamente, ya por mano de Casiodoro (según conjeturamos), hay muchos extractos en estos libros primeros de gramática y retórica: de allí tomó el Metropolitano hispalense la célebre comparación de la dialéctica y la retórica con la mano abierta o cerrada; comparación que generalmente se atribuye al patriarca de los estóicos. [3]

[p. 310] En cuanto a la distinción de los conceptos de arte y ciencia o disciplina, San Isidoro propende, como Séneca, y como es tradición desde antiguo en la ciencia española, a la conciliación platónico-aristotélica, o más bien a la interpretación platónica de las palabras de Aristóteles. Da, pues, por carácter de la ciencia lo universal y necesario (quae aliter evenire non possunt), y por materia del arte lo contingente (quae aliter se habere possunt), lo verosímil y lo opinable [1] . «Quando aliquid verisimile atque opinabile tractatur nomen artis habebit».

En general, el tratado de Retórica no es en San Isidoro más que un breve y seco epítome de Quintiliano [2] . Más curiosidad ofrecen los capítulos relativos a la poesía, para los cuales bebió el Santo en fuentes que hoy no tenemos, v. gr., en el libro enciclopédico de los Prata de Suetonio. De él tomó un curiosísimo pasaje sobre el origen semidivino de la poesía, consagrada en las sociedades primitivas a las alabanzas de los dioses, y considerada como una parte del culto [3] . Tiene por término la poesía la creación de cierta forma (forma quaedam efficitur) llamada poema, y poetas sus artífices, que también se llaman vates, por la fuerza de su ingenio ( a vi mentis, según Varrón), o porque pronuncian [p. 311] oráculos y vaticinios, como arrebatados de cierto furor sagrado (vesania).

San Isidoro, tan platónico en esto, y tan platónico y tan aristotélico juntamente en dar por campo de la poesía la imitación de lo universal, por medio de oblicuas figuras y con cierto decoro (obliquis figurationibus cum decore aliquo), llega por este camino hasta negar a Lucano el título de poeta «porque parece que compuso historia y no poema.» [1] Y hasta cuando define la comedia y la tragedia, «espejo o imagen de la verdad» (ad veritatis imagine fictae), se apresura a declarar que entiende esta imitación en sentido idealista, por donde la sátira y la comedia vienen a ser representación [p. 312] presentación y censura de lo general o universal de los vicios y defectos humanos (generaliter vitia carpuntur... universorum delicta corripiunt). El oficio del poeta consiste, según San Isidoro, en convertir lo que realmente, fué, en otra especie o forma nueva (ea quae vere gesta sunt, in alias species... conversa transducat).

Las tradicionales definiciones de la comedia y de la tragedia toman en San Isidoro un carácter arqueológico, como de cosa ya pasada y que el autor sólo conocía por los libros. Poetas trágicos son los que cantaban en luctuosos versos, ante el público espectador, las antiguas hazañas y los crímenes de los reyes. Poetas cómicos los que expresaban con las palabras y con el gesto las acciones de hombres privados, y los estupros de las vírgenes, y los amores de las meretrices. [1]

En San Isidoro reviven (quizá de un modo meramente erudito, porque nunca hemos de olvidar que su libro es una colección de extractos) las acerbas execraciones de Tertuliano y de [p. 313] San Cipriano contra los espectáculos del paganismo, que considera obra diabólica. «¿Qué relación puede tener el cristiano con la insania de los juegos circenses, o con la deshonestidad del teatro, o con la crueldad del anfiteatro, o con la atrocidad de la arena, o con la lujuria de los juegos? De Dios reniega quien a tales espectáculos asiste, y como prevaricador de la fe cristiana, vuelve a apetecer lo que renunció en las aguas bautismales, y a hacerse esclavo del demonio y de sus vanidades y pompas». [1]

La doctrina de San Isidoro no tiene, en general, valor propio, sino el de los originales, donde el autor ha espigado para su obra inmensa. Así, v. gr., sabiendo que los Morales y las demás obras de San Gregorio el Magno (que constituyeron uno de los principales elementos de educación en la España visigoda), han sido la base de aquella especie de Suma teológica que San Isidoro llamó los tres libros de las Sentencias, no admira encontrar allí, transcrita casi a la letra, una vehemente diatriba de aquel Papa contra los libros gentiles, de cuyas sentencias y noticias había sido tejida, no obstante, casi toda la Compilación de las Etimologías [2] . San Isidoro, o sea San Gregorio el Magno por boca suya, aconseja a los cristianos «no leer las ficciones de los poetas, para que con el atractivo de la fábula no se mueva el ánimo a liviandad. Porque no sólo se hace sacrificio a los demonios ofreciendo incienso (añade), sino también oyendo gustosamente los decires que ellos inspiran. Hay quien desprecia las Sagradas Escrituras por lo humilde de su elocución, y prefiere deleitarse en las obras de los gentiles, cuyo elegante estilo engañosamente los atrae. [p. 314] ¿Pero de qué sirve adelantar en las doctrinas mundanas, y olvidar las divinas, seguir caducas ficciones y hastiarse de los celestes misterios? Las palabras de los gentiles exteriormente brillan por la elocuencia; pero interiormente están vacías de virtud y sabiduría. Las palabras de los sagrados libros, aunque exteriormente desaliñadas, brillan con la interna luz de los misterios. La enseñanza divina tiene fulgor de sabiduría y de verdad, encerrado bajo tosca envoltura. En humilde estilo se compusieron los libros santos, para que no la elegancia de los vocablos, sino la manifestación del Espíritu, llevase a los hombres a la verdad. (I, Corinth., II, 4). Porque si hubiesen sido tejidos con agudeza dialéctica o exornados con las flores de la retórica, no habría parecido que la fe de Cristo se fundaba en la virtud de Dios, sino en los argumentos de la elocuencia humana... Toda la doctrina del siglo, resonante en palabras espumosas y túrgidas, queda vencida por la doctrina sencilla y humilde de Cristo, porque Dios hizo necia la sabiduría de este mundo . A los fastidiosos y locuaces paréceles indigna la sencillez de las Sagradas Escrituras, comparada con la elocuencia de los gentiles. Pero si con ánimo humilde considerasen los misterios advertirían cuán excelsas son las cosas que ellos desprecian. En la lectura no hemos de amar las palabras, sino la verdad, porque muchas veces es verídica la sencillez, y, por el contrario, es compuesta y adornada la falsedad, que atrae al hombre con el cebo de los errores, y le enreda en dulces lazos con el ornamento de las palabras. No hace otra cosa el amor de la mundana sabiduría sino engreir al hombre, y cuanto mayor fuere su literatura, tanto más crecerá la arrogancia de su ánimo. Por eso se canta en los Salmos: Quoniam non cognovi litteraturam, introibo in potentias Domini (Salmo LXX, 15). Huyamos, pues, de los afeites del arte gramatical, porque engendra en los hombres perniciosa altivez. Con todo eso, peores son los herejes que los gramáticos, porque los primeros propinan a los hombres el jugo letal, al paso que la doctrina de los segundos puede aprovechar para la vida humana, siempre que se aplique a rectos usos». [1]

[p. 315] A este pasaje, que hubiera regocijado al abate Gaume, y que, entendido en términos literales, llevaría consigo la absoluta condenación, [p. 316] no ya del arte antiguo, sino de todo arte [1] , pláceme oponer esta otra sentencia de San Isidoro en sus Cuestiones sobre el Exodo. Es, por decirlo así, la síntesis de la famosa homilía de San Basilio sobre la utilidad que puede sacarse de los escritores antiguos: «¿Qué prefiguraron los israelitas al llevarse el oro y la plata y las vestiduras de los egipcios, sino el estudio que hemos de poner en las obras de los gentiles y la utilidad que podemos sacar de ellas?» [2]

Como la ciencia de San Isidoro es compilatoria, y, por decirlo así, de detritus y de residuos, no es difícil encontrar proposiciones contrarias (porque proceden de diversas fuentes) en el cúmulo de apuntes que iba recogiendo en sus numerosas lecturas. La doctrina de la belleza que expone en el primer libro de las Sentencias está tomada casi literalmente de San Agustín. Enséñanos, pues, [p. 317] San Isidoro [1] «que por la belleza de las criaturas ascendemos al conocimiento de la belleza del Creador, rastreando por lo corpóreo lo incorpóreo, y por lo pequeño lo grande, y por lo visible lo invisible, aunque la hermosura de las cosas creadas no tenga paridad con la de su Hacedor, sino que pertenezca a una inferior y subordinada especie de bien (ex quadam subdita et creata specie boni) . Así como el arte redunda en gloria del artífice, así el Creador es glorificado por sus criaturas, y la misma condición de sus obras manifiesta su excelencia. Por la belleza circunscrita de la criatura nos da Dios a entender su belleza increada que no puede circunscribirse; para que vuelva el hombre a Dios por los mismos vestigios por donde se aparto de él, de tal suerte, que a quien por amor a la belleza de la criatura se apartó de la forma del Creador, le sirva la misma hermosura terrenal para elevarse de nuevo a la hermosura divina».

San Isidoro distingue con extraordinaria claridad lo útil y lo bello (pulchrum—aptum), dando por nota específica de la belleza el ser para sí misma (sibimet), es decir, el tener su finalidad propia e intrínseca, y no tenerla fuera de sí, como lo útil [2] , que implica siempre relación a otra cosa.

En el libro X de las Etimologías, que viene a ser un vocabulario, San Isidoro ha definido dos términos de estética, el bonus y el pulcher, que para él son idénticos, puesto que supone que la [p. 318] palabra bueno fué en su origen sinónimo de hermosura corporal (venustas), y que luego por traslación se aplicó a la virtud, que es la hermosura del alma. De hermosura corpórea señala seis distintos grados, que declara con versos de Virgilio: belleza del semblante, de los cabellos, de los ojos, del color, de las líneas y de la estatura [1] .

No me atrevo a afirmar que pertenezcan a San Isidoro, ni siquiera a la escuela española, los dísticos, por otra parte no inelegantes, que se supone que el Metropolitano hispalense puso en las thecae o cajas que guardaban sus libros. Desde luego, estos versos [p. 319] no figuran en el catálogo de San Braulio. Pero sean de quien fueren [1] , son muestra curiosa y antigua de crítica literaria, y predomina [p. 320] [p. 321] [p. 322] en ellos el sentido que pudiéramos llamar gregoriano, de excluir y proscribir el arte antiguo:

           «Desine gentilibus, ergo, inservire poetis....
       
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
        Has, rogo mente tua, juvenis, mandare memento:
       Cantica sunt nimium falsi haec meliora Maronis:
       Haec tibi vera canunt vitae praecepta perennis
       Auribus ille tuis male frivola falsa sonabit»
[1] .

El espíritu y la tradición del saber de San Isidoro, persiste en todos los Padres cesaraugustanos y toledanos [2] , que siguen [p. 323] las huellas de la muy impropiamente llamada escuela de Sevilla. Tajón ordena, como él, en suma teológica, algo más extensa y [p. 324] metódica que los libros de las Sentencias, las joyas esparcidas en San Gregorio el Magno, San Agustín y otros Padres. Y lo mismo [p. 325] San Ildefonso, a cuya pluma debemos el primer monumento literario exclusivamente consagrado entre nosotros a la devoción de Nuestra Señora: el libro De perpetua virginitate, donde está compendiada en breves frases, y sin que el autor se lo propusiera, la excelencia estética del tipo de la Virgen Madre [1] .

De la escuela isidoriana, trasplantada gloriosamente a las Galias en tiempo de la dominación carolingia, fué principal ornamento el español Teodulfo, Obispo de Orleans, el primero, si no el único, verdadero poeta de la corte de Carlomagno. Pero Teodulfo se distingue entre todos los isidorianos, aun comprendido el maestro, por su amor a la antigüedad clásica [2] . Virgilio y Ovidio, con el comentador y gramático Donato, hacían sus delicias; y hasta procuraba salvar los pasajes escabrosos con la [p. 326] teoría alegórica y del sentido esotérico, considerando la poesía como una fermosa cobertura que encubre útiles verdades; idea tantas veces reproducida en la Edad Media, y que puede considerarse como una de las bases de la poética de entonces:

       «In quorum dictis, quamquam sint frivola multa,
       Plurima sub falso tegmine vera latent.

Así, en el Carmen I del libro IV [1] hace la exposición alegórica de los atributos del amor. En otra poesía consagrada a [p. 327] las alabanzas de las artes liberales [1] , sigue al pie de la letra la enseñanza de las Etimologías. Pero no hay composición suya más importante para nuestro propósito que el Carmen III del libro IV, que contiene la descripción enteramente clásica, y para aquella edad muy elegante, de una estatua de la Tierra, que [p. 328] el docto Obispo aurelianense había mandado labrar a ignorado escultor, dándole el asunto de ella. Representaba una mujer amamantando un niño, y llevando en la mano una cesta llena de flores; en la cabeza, una torre; en la mano, una llave, címbalos y armas. [p. 329] A sus pies, humillados, gallos, bueyes y leones. Cerca de ella, un gran carro de ruedas circulares. Teodulfo va explicando la significación alegórica de todos estos atributos, y la composición no parece mero juego de ingenio [1] , sino descripción de un objeto [p. 330] artístico que tuvo existencia, a lo menos en proyecto, el cual basta para marcar en Teodulfo una inclinación muy decidida a otro [p. 331] [p. 332] [p. 333] arte de carácter más clásico que el latino bizantino dominante en España [1] . [p. 334] [p. 335] [p. 336] [p. 337] [p. 338] [p. 339] [p. 340]

Notas

[p. 291]. [1] . El más antiguo es sin disputa Commodiano de Gaza (siglo III), autor de unas Instrucciones en acrósticos, y de un Carmen Apologéticum en versos rítmicos y populares. El poema De Phoenice, atribuído a Lactancio, es también anterior a Juvenco; pero no está muy claro su origen, ni siquiera su sentido cristiano.

[p. 291]. [2] . Comparetti, en su libro Virgilio nel medio evo (I, pág. 212), juzga con su acostumbrada profundidad, pero quizá con excesiva dureza, el carácter de la tentativa de Juvenco y de las muchas que la siguieron: «El imitar a Virgilio... poniendo en hexámetros la vida de Cristo... era un trabajo artificial, en que las convicciones, los raciocinios, las moralidades podían ser cosa seria; pero la poesía peculiar del sentimiento cristiano no podía tener sino pequeña parte, pocas e incompletas expansiones. Versificar el Evangelio era cristianizar el ejercicio escolástico; pero equivalía también a quitar a la ingenua narración evangélica su poesía propia, para darla un ornato repugnante a su naturaleza. Sin embargo, los cristianos, educados en la cultura romana, y que tenían siempre delante de los ojos los ejemplares antiguos, debían ver con complacencia el que se llenase, aunque fuera de un modo insuficiente y postizo, lo que para ellos era un vacío literario. La descripción de la tempestad en los hexámetros del presbítero Juvenco traía a su memoria la bella descripción virgiliana; el que de la poesía antigua solamente la forma quedase en aquellas composiciones, el que de la poesía cristiana verdadera y propia no hubiese sino una parte muy tenue, era cosa que importaba poco en un tiempo en que la poesía no se apreciaba más que como retórica y versificación. Por tal guisa, la poesía cristiana, siguiendo los tipos clásicos, era cristiana en el argumento, pagana en la forma; siempre que un poeta cristiano salía del argumento sagrado, los tipos clásicos se le imponían de tal modo, que, como vemos en Ausonio, a duras penas se le podía distinguir de un pagano».

Véase también la disertación de A. R. Gebser, De C. Vett. Aq. Juv. vita et scriptis: Iena, 1827.

Ebert ( Historia general de la literatura de la Edad Media en Occidente, tomo I, págs. 109 y sigs.) expone con mucha exactitud, y con más indulgencia que Comparetti, el punto de vista estético de Juvenco: «Aunque sacerdote de la Iglesia cristiana, el autor se nos presenta tan penetrado de la cultura helénica, que concede a Virgilio y a Homero la inmortalidad hasta el fin del mundo... Al mismo tiempo rechaza la mezcla de la mitología antigua, elemento fundamental en las epopeyas clásicas, y que los cristianos de esta época no podían tomar por un ornamento puramente estético, como hacían los paganos. Precisamente la importancia de este elemento religioso en la antigua epopeya nacional es lo que debió excitar a un poeta tal como Juvenco a componer su obra. Pero en el mismo prólogo deja entrever cuanto su punto de vista respecto del asunto había de diferir del de los poetas paganos. Su asunto no admitía otro ornato que el de la verdad. Reproducirla fielmente iba a ser su principal empeño, porque podía esperar de ella algo más que la inmortalidad en la tierra:

           «Versibus ut nostris divinae gloria legis
       Ornamenta libens caperet terrestria linguae.»

»El poeta se esfuerza, por consiguiente, en seguir la narración bíblica con toda la fidelidad posible, es decir, en la medida que se lo permiten el hexámetro y el estilo poético, para el cual Virgilio es su principal modelo. No se puede negar que en sus versos se deslizan expresiones repugnantes a las ideas cristianas: por ejemplo, en vez de Deus, escribe casi siempre summus tonans, Pero generalmente la dicción poética, gracias a la destreza del versificador y a la influencia de la narración bíblica, muestra cierta sencillez relativa que contrasta agradablemente con el estilo ampuloso de la poesía pagana de aquel tiempo, la cual pretendía reemplazar lo vacío del contenido con el fausto presuntuoso de las palabras... No se puede negar a Juvenco el talento de la forma... Nunca le vemos perderse prosaicamente en el laberinto de los detalles. Signo indudable de buen gusto era tal sobriedad en un tiempo en que la poesía épica se había hecho completamente descriptiva... La vestidura poética con que reviste el sagrado texto está tejida con los mismos hilos del estilo épico latino, sobre todo el de Virgilio; pero Juvenco no es un copista o un imitador que sigue con tímido paso a su original, sino que crea, por inspiración propia, su expresión propia también y muchas veces nueva. Tal resultado solamente podía lograrlo un espíritu completamente penetrado de la cultura clásica, que aquí por primera vez en la poesía latina se muestra unida al genio cristiano, aunque no enteramente asimilada...»

[p. 294]. [1] . C. Vetii Aquilini Iuvenci Historiae Evangelicae libri IV; ejusdem carmina dubia aut supposititia. Ad mss. cod. Vaticanos, aliosque recens. Faustinus Arevalus: Romae, 1792, págs. 63 a 68.

[p. 294]. [2] . «Juvencus presbyter (dice San Jerónimo, ep. 70, en otras eds. 84, ad Magnum ) sub Constantino historiam Domini salvatoris versibus explicavit: nec pertimuit evangelii maiestatem sub metri leges mittere.» El mismo santo señala todavía más expresamente la fecha del poema de Juvenco en sus adiciones a la Crónica de Eusebio: «A. D. 332, Juvencus presbyter, natione hispanus, evangelia heroicis versibus explicat»: Que el autor escribía en tiempo de Constantino, lo confirma el mismo epílogo de la Historia Evangélica.

       «Haec mihi pax Christi tribuit, pax haec mihi secli,
       Quam fovet indulgens terrae regnator apertae
       Constantinus, adest cui gratia digna merenti».

[p. 294]. [3] . Las obras de San Dámaso pueden verse en el tomo XIII de la Patrología latina de Migne (págs. 347 a 441), conforme a la edición de A. M. Merenda: Roma, 1754. Hay una tesis doctoral de A. Couret, De S. Damasi summi apud christianos pontificis carminibus: Grenoble, 1869.

Sobre sus poemas epigráficos debe leerse especialmente lo que escribió Rossi en el Boletín de Arqueología Cristiana de 1884. Puede decirse sin sombra de exageración, que Rossi ha resucitado a San Dámaso, a lo menos como poeta y como arquitecto de las Catacumbas. El dará la edición definitiva de sus versos en el tomo II de las Inscriptiones Cristianae. Entre tanto, el estudio ya citado (I Carmi di San Damaso) reúne los principales resultados de las investigaciones del sabio arqueólogo romano, que saluda a San Dámaso como a su maestro y patrón. Véase también en los Studi e Documenti di Storia e Diritto, 1886, las Osservazioni letterarie e filologiche de Cosme Stornaiolo sugli epigrammi damasiani.

Del nombre de San Dámaso es inseparable el del fiel y devoto artífice que en tan hermosos caracteres grabó sus inscripciones: Furius Dionysius Filocalus Damasi papae cultor atque amator.

 


[p. 295]. [1] . No hay que tomar al pie de la letra a Prudencio cuando, en el himno tercero de los Cathemerinon, exclama:

           «Sperne, Camena, leves hederas,
       Cingere tempora quis solita es,
       Sertaque mystica datylico
       Texere docta liga strophio,
       Laude Dei redimita comas».

La misma elegancia y exquisito atildamiento de estos versos prueba cuán lejos estaba su autor de desdeñar esas leves yedras que tanto le sirvieron para tejer sus guirnaldas místicas.

A tal punto llegaba el entusiasmo artístico de Prudencio, que en el mismo poema contra Simmaco, que es una obra de controversia y una acerba impugnación del paganismo, aboga por la conservación de las estatuas antiguas, purificadas de culto idolátrico:

           «Marmora tabenti respergine tincta lavate,
       O proceres: liceat statuas consistere puras,
       Artificum magnorum opera, haec pulcherrima nostrae
       Ornamenta cluant patriae, nec decolor usus
       In vitium versae monumenta coinquinet artis.»

( Contra Symmach, I. V. 502-Ed. Parmenois Vol. I Londini I. Valpy. 1824)

Antes había expresado igual deseo en las últimas palabras que pone en boca del mártir San Lorenzo en el himno segundo de los Peristephanon (v. 482 y siguientes):

           «Tunc pura ab omni sanguine
       Tandem nitebunt marmora;
       Stabunt et aera innoxia
       Quae nunc habentur idola.»

Aún dió mayor muestra de tolerancia solicitando que en gracia de su elocuencia no se destruyese el libro que en defensa de la idolatría había compuesto su adversario Simmaco:

           «Illaesus maneat liber, excellensque volumen
       Obtineat partam dicendi fulmine famam:
       Sed liceat tectum servare a vulnere pectus
       Oppositaque volans jaculum depellere parma».
       ( Contra Symmach. I. v. 649.)

Contienen las obras de Prudencio datos inapreciables para la historia del primitivo arte cristiano. Recuérdese, por ejemplo, en el himno XI de los Peristephanon en alabanza de San Hipólito, la descripción de las Catacumbas, en que no olvida ni siquiera los epitafios de San Dámaso:

       Innumeros cineres sanctorum Romula in urbe
           Vidimus, o Christi Valeriane, sacer.
       Incisos tumulis titulos, et singula quaeris
           Nomina? difficile est, ut replicare queam.
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
       Plurima litterulis signata sepulchra loquuntur
           Martyris aut nomen, aut epigramma aliquod. (a)
       Sunt et muta tamen tacitas claudentia tumbas
           Marmora, quae solum significant numerum.
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

  1. Los tituli damasianos, que ha descubierto Rossi.

      Haec dum lustro oculis, et sicubi forte latentes
           Rerum apices veterum per monumenta sequor,
       Invenio Hippolitum. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
       Exemplar sceleris paries habet illitus, in quo
           Multicolor fucus digerit omne nefas.
       Picta super tumulum species liquidis viget umbris,
           Effigians tracti membra cruenta viri.
       Rorantes saxorum apices vidi, optime Papa,
           Purpureasque notas vepribus impositas.
       Docta manus virides imitando effingere dumos,
           Luserat e minio russeolam saniem.
       Cernere erat, ruptis compagibus, ordine nullo
           Membra per incertos sparsa jacere situs. (a)
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
       Haud procul extremo culta ad pomoeria vallo
           Mersa latebrosis crypta patet foveis.
       Huius in occultum gradibus via prona reflexis
           Ire per anfractus luce latente docet.
       Primas namque fores summo tenus intrat hiatu,
           Illustratque dies limina vestibuli.
       Inde, ubi progressu facili nigrescere visa est
           Nox obscura, loci per especus ambiguum,
       Occurrunt caesis immisa foramina tectis,
           Quae iaciunt claros antra super radios.
       Quamlibet ancipites texant hinc inde recessus
           Arcta sub umbrosis atria porticibus:
       Attamen excisi subter cava viscera montis
            Crebra teretrato fornice lux penetrat.
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
       Talibus Hippolyti corpus mandatur opertis,
           Propter ubi apposita est ara dicata Deo.
       Illa sacramenti donatrix mensa eademque
           Custos fida sui martyris apposita,
       Servat ad aeterni spem iudicis ossa sepulchro,
           Pascit item sanctis Tibricolas dapibus.
       Mira loci pietas, et prompta precantibus ara.
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
       Ipsa, illas animae exuvias quae continet intus,
           Aedicula, argento fulgurat ex solido.
       Praefixit tabulas dives manus aequore laevi
           Candentes, recavum quale nitet speculum,
 

(a). El suplicio de San Hipólito.

       Nec pariis contenta obducere saxis,
           Addidit ornando clara talenta operi.
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
       Angustum tantis illud specus esse catervis,
           Haud dubium est. ampla fauce licet pateat.
       Stat sed juxta aliud, quod tanta frequentia templum
           Tunc adeat, cultu nobile regifico,
       Parietibus celsum sublimibus, atque superba
           Maiestate potens, muneribusque opulens.
       Ordo columnarum geminus laquearia tecti
           Sustinet, auratis suppositus trabibus:
       Adduntur graciles tecto breviore recessus,
           Qui laterum seriem iugiter exsinuent.
       At medios aperit tractus via latior alti
           Culminis exurgens editiore apice.
       Fronte sub adversa gradibus sublime tribunal
           Tollitur, antistes praedicat unde Deum.
       Plena laborantes aegre domus accipit undas,
           Arctoque confertis aestuat in foribus». (a)
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

(a). M. Aurelii Prudentii Clementis V. C. Carmina (ed. de Arévalo): Romae, 1789, tomo II, págs. 1161 a 1188.

Los modernos descubrimientos arqueológicos han venido a dar inesperado valor a estas declaraciones de Prudencio. La inscripción damasiana que él vió en la cripta de San Hipólito ha sido descubierta en 1882, y descubiertos también el cubiculum y el locellus del Santo Mártir en la vía Tiburtina. En cuanto a la pintura, se ha disputado largamente. Döllinger, Kraus, Müntz, De Smedt y otros arqueólogos se inclinaron a creer que era una invención poética de Prudencio, o bien que había tomado por representación del suplicio del mártir algún cuadro de la muerte del Hipólito, hijo de Teseo. (Vid. Müntz, Etude sur l'histoire de la peinture et de l'iconographie chrétiennes, pág. 17 )

Pero tan extraña opinión ha sido refutada con sólidos argumentos por Rossi, y después de él por Allard ( Les dernières persecutions du troisième siècle: París, 1887, págs. 335 y sigs.)

El himno a San Casiano (IX de los Peristephanon ) está fundado en otra pintura vista por Prudencio en Imola:

«Erexi ad coelum faciem; stetit obvia contra
Fucis colorum picta imago martyris».
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

El mismo Dittocheum, poema atribuído con buenas razones a Prudencio y que resume en inscripciones de cuatro versos los pasos principales del Antigno y Nuevo Testamento, ha sido considerado por muchos críticos como una serie de leyendas destinadas a ser puestas al pie de otras tantas pinturas, que presentasen de un modo gráfico los mismos asuntos.

No es de este lugar el encarecer la importancia que para la historia del simbolismo cristiano tienen las poesías de Prudencio, especialmente algunos himnos de los Cathemerinon, y la Psychomachia, que es probablemente el más antiguo de los poemas alegóricos cristianos. Sobre ésta y todas las demás importantísimas cuestiones literarias, históricas y teológicas que suscitan los versos del gran poeta español, léanse, además de los Prolegomena Prudentiana del P. Arevalo, que conservan hoy mismo todo su valor, el libro de Clemente Brockhaus, Aurelius Prudentius Clemens in seiner Bedeutung für die Kirche seiner Zeit (Leipzig, 1872; el de A. Puech, Prudence, Etude sur la poesie latine chrétienne au IVe siecle (París, 1888), y los tres estudios del P. Allard, Rome au quatrième siecle d'après les pöemes de Prudence (en la Revue de Questions Historiques, Julio de 1884); Prudence Historien (en la misma revista, Abril de 1884), y Etude sur le symbolisme chrétien au quatrième siecle d'après les pöemes de Prudence (en la Revue de l'art chrétien, 1885). También merecen tenerse en cuenta la tesis doctoral de Juan Bautista Brys, Dissertatio de vita et scriptis Aurelii Clementis Prudentii (Lovaina, 1885), y el elegante libro del Conde de la Viñaza, Aurelio Prudencio Clemente (Madrid, 1888). Bastan estas someras indicaciones, puesto que no pretendemos agotar aquí la rica bibliografía prudenciana.


[p. 299]. [1] . Predomina en la obra de Orosio, literariamente considerada, un sentido que hoy diríamos pesimista , muy natural en un testigo de la tremenda crisis conocida con el nombre de invasión de los bárbaros: «Praeceperas ergo (dice a San Agustín), ut ex omnibus quae haberi ad praesens possunt histhoriarum atque annalium fastis, quaecumque aut bellis gravia, aut corrupta morbis, aut fame tristia, aut terrarum motibus terribilia, aut inundationibus aquarum insolita, aut eruptionibus ignium metuenda, aut ictibus fulminum plagisque grandinum saeva, vel etiam parricidiis flagitiisque misera per transacta retro saecula reperissem, ordinato breviter voluminis textu explicarem». Pero en medio de este abatimiento fulgura siempre la luz de la esperanza cristiana, que hace prorrumpir a Orosio en estos sublimes acentos: «Ut merito hac scrutatione claruerit regnasse mortem avidam sanguinis, dum ignoratur religio quae prohiberet a sanguine; ista inlucescente, illam constupuisse; illam concludit, cum ista jam praevalet; illam penitus nullam futuram, cum haec sola regnabit». (Lib. I. p. 10)

Afirma claramente la ley providencial en la historia: «primum quia si divina providentia, quae sicut bona et iusta est, agitur mundus et homo».

De Orosio es también la alta idea de considerar la historia del género humano como la de un solo hombre «Iure ab initio hominis per bona malaque alternantia, exerceri hunc mundum sentit quisquis per se atque in se humanum genus videt.

»Igitur... conflictationes generis humani et veluti per diversas partes ardentem malis mundum face cupiditatis incensum e specula ostentaturus necessarium reor.,.» (Lib. I, pról.).

Misión providencial de los grandes imperios: «Si potestates a Deo sunt, quanto magis regna, a quibus reliquae potestates progrediuntur; si autem regna diversa, quanto aequius regnum aliquod maximum, cui reliquorum regnorum potestas universa subjicitur, quale a principio Babylonium et deinde Macedonicum fuit, post etiam Africanum atque in fine Romanum quod usque ad nunc manet, eademque ineffabili ordinatione per quatuor mundi cardines quatuor regnorum principatus distinctis gradibus eminentes». (Lib. II. 1 § 3)

Como todos los autores de filosofía de la historia, usa y abusa de los paralelos: «Ecce símiles Babyloniae ortus et Romae, similis potentia, similis magnitudo, similia tempora, similia bona, similia mala: tamen non similis exitus similisve defectus.» (Lib. II, cap. 3 § 6).

No hay exageración ninguna en calificar, como lo hace Ebert, de prodigioso este «primer ensayo de una historia universal cristiana, que es al mismo tiempo el primer ensayo de una historia universal en el sentido más amplio de la palabra.» El mismo crítico añade que «Orosio fué el primero que dió a la historia un organismo marcado con el sello de unidad que no podía tener entre los paganos, puesto que cada nación particular creía deber a los dioses su fuerza y su poder».

Para comprender las altas miras de Orosio, séame lícito, aun a riesgo de caer en prolijidad y digresión impertinente, transcribir el admirable pasaje del libro III (7, 8), en que presenta el destino histórico de la ciudad romana como preparación providencial para el cristianismo: «At vero, si indubitatissime constat sub Augusto primum Caesare post Parthicam pacem universum terrarum orbem positis armis abolitisque discordiis generali pace et nova quiete compositum Romanis paruisse legibus, Romana iura quam propria arma maluisse, spretisque ducibus suis iudices elegisse Romanos, postremo omnibus gentibus, cunctis provinciis, innumeris civitatibus, infinitis populis, totis terris unam fuisse voluntatem libero honestoque studio inservire paci atque in commune consulere —quod prius ne una quidem civitas unusve populus civium vel, quod maius est, una domus fratrum iugiter habere potuisset— quodsi etiam, cum imperante Caesare ista provenerint, in ipso imperio Caesaris inluxisse ortum in hoc mundo Domini nostri Jesu Christi liquidissima probatione manifestum est: inviti licet illi, quos in blasphemiam urgebat invidia, cognoscere faterique cogentur, pacem istam totius mundi et tranquillissimam serenitatem non magnitudine Caesaris sed potestate filii Dei, qui in diebus Caesaris apparuit, extitisse nec unius orbis imperatori sed creatori orbis universi orbem ipsum generali cognitione paruisse, qui, sicut sol oriens diem luce perfundit, ita adveniens misericorditer extenta mundum pace vestierit». Pensamientos de filosofía de la historia análogos a los de San Agustín y Orosio, se encuentran también en los dos libros de Prudencio contra Simmaco.

El texto de Orosio debe consultarse en la ed. de Zangemeister, tomo V del Corpus Scriptorum Ecclesiasticorum latinorum, publicado por la Academia de Viena (Pauli Orosii Historiarum adversus Paganos libri VII. Accedit ejusdem Liber Apolegeticus. Recensuit et commentario critico instruxit Carolus Zangemeister. Vindobonae, apud C. Geroldi Filium, 1882).

Acerca de Orosio, véase principalmente la monografía de Teodoro de Mörner, De Orosii vita ejusque Historiam libri septem adversus Paganos (Berlín, 1844).


[p. 301]. [1] . «Conantius post Mauritanem Ecclesiae Palentinae sedem adeptus est, vir tam pondere mentis quam habitudine speciei gravis, communi eloquio facundus et gratus. Ecclesiasticorum officiorum ordinibus intentus et providus. Nam melodias soni multas noviter edidit. Orationum quoque libellum de omnium decenter conscripsit proprietate Psalmorum. Vixit in Pontificatu amplius triginta annos, dignusque habitus fuit ab ultimo tempore Witerici, per tempora Gundemari, Sisebuti, Svintillae, Sisenandi, et Cintillae Regum» . (Floreció, por tanto, Conancio en la Sede Palentina desde 609 ó 610, fecha de la muerte de Witerico, hasta 639 ó 40 en que murió Chintila).

V. S. Ildephonsi liber de viribus illustribus, cap. XI, en el tomo I de las obras de los Padres Toledanos, publicadas por el Cardenal Lorenzana (1782), página 289. En el capítulo VI, dice hablando de Juan Cesaraugustano: «In ecclesiastici officiis quaedam eleganter et sono et oratione composuit... Substitit in sacerdotio temporibus Sisebuti et Svintilani regum». Tenemos, pues, dos poetas y músicos himnógrafos, de nombre conocido, en tiempo de los visigodos.

[p. 301]. [2] . Véanse especialmente los capítulos III De Choris, IV De Canticis, V De Psalmis, VI De Hymnis, VII De Antiphonis.

«Chorus enim proprie multitudo canentium est, quique apud Iudaeos non minus a decem constat canentibus, apud nos autem incerto numero a paucioribus, plurimisve sine ullo discrimine constat . . . . . . . . . . .

»Canticum autem est vox hominis; psalmus autem qui canitur ad psalterium . . . . . . . . . .

»Psalterium (Davidis) idcirco cum melodia cantilenarum suavium ab Ecclesia frequentatur, quo facilius animi ad compunctionem flectantur. Primitiva autem Ecclesia ita psallebat, ut modico flexu vocis faceret resonare psallentem, ita ut pronuntianti vicinior esset quam canenti. Propter carnales autem in Ecclesia, non propter spirituales, consuetudo cantandi est instituta, ut, qui verbis non compunguntur, suavitate modulationis moveantur. Sic namque et beatissimus Augustinus, in libro Confessionum suarum (lib. X, c. 33) consuetudinem canendi approbat in Ecclesia, ut per oblectamentum, inquit, aurium, infirmior animus ad affectum pietatis exsurgat. Nam in ipsis sanctis dictis religiosius et ardentius moventur animi nostri ad flammam pietatis cum cantatur. quam si non cantetur. Omnes enim affectus nostri, pro sonorum diversitate vel novitate, nescio qua occulta familiaritate excitantur magis cum suavi et artificiosa voce cantatur».

 


[p. 302]. [1] . Etimolog., lib. III, cap. XV: «Musica est peritia modulationis, sono cantuque consistens: et dicta musica per derivationem a musis...» Cap. XVII: «Sine musica nulla disciplina potest esse perfecta; nihil enim est sine illa. Nam et ipse mundus quadam harmonia sonorum fertur esse compositus, et coelum ipsum sub harmoniae modulatione revolvitur. Musica movet affectus, provocat in diversum habitum sensus. In proelis quoque tubae concentus pugnantes accendit, et quanto vehementior fuerit clangor tubarum, tanto fit fortior ad certamen animus. Siquidem et remiges cantus hortantur. Ad tolerandos quoque labores musica animum mulcet, et singulorum operum fatigationem modulatio vocis solatur. Excitos quoque animos musica sedat... Sed et quidquid loquimur, vel intrinsecus venarum pulsibus commovemur, per musicos rhytmos harmoniae virtutibus probatur esse sociatum».

Para San Isidoro, la Música es una de las cuatro disciplinas matemáticas. Su exposición ocupa nueve capítulos del libro III de las Etimologías. Extractaremos algunas especies curiosas que durante toda la Edad Media fueron muy repetidas, e insertaremos casi íntegra, por su grande interés arqueológico, la declaración de instrumentos. (Cap. XVI.)

«De inventoribus Musicae.» «Moyses dicit repertorem musicae artis fuisse Jubal, qui fuit de stirpe Cain ante diluvium. Graeci vero Pythagoram dicunt hujus artis invenisse primordia, ex malleorum sonitu et cordarum extensione percussa. Alii Linum Thebasum, et Zethum, et Amphiona in arte musica primos claruisse ferunt. Post quos paulatim directa est praecipue haec disciplina, et aucta multis modis; eratque tam turpe musicam nescire quam litteras. Interponebatur autem non modo sacris, sed et omnibus solemnibus, omnibusque laetis, vel tristioribus rebus, Ut enim in veneratione divina hymni, ita in nuptiis hymenaei, et in funeribus threni, et lamenta ad tibias canebantur. In conviviis vero lyra vel cythara circumferebatur, et accubantibus singulis ordinabatur conviviale genus canticorum».

«De tribus partibus Musicae» (cap. XVIII). «Musicae partes tres sunt, id est, harmonica, rhytmica, metrica. Harmonica est quae discernit in sonis acutum et gravem. Rhytmica est quae requirit incursionem verborum, utum bene sonus an male cohaereat. Metrica est quae mensuram diversorum metrorum probabili ratione cognoscit, ut, verbi gratia, heroicum, iambicum, elegiacum».

«De triformi Musicae divisione» (cap. XIX). «At omnem sonum, quia materies cantilenarum est, triformem constat esse natura. Prima est harmonica, quae ex vocum cantibus constat. Secunda organica, quae ex flatu consistit. Tertia rhytmica, quae pulsu digitorum numeros recipit. Nam aut voce editur sonus, sicut per fauces; aut flatu, sicut per tubam vel tibiam: aut, pulsu, sicut per cytharam, aut per quodlibet aliud, quod percutiendo canorum est.

«De prima divisione Musicae quae «harmonica» dicitur.

»Prima divisio Musicae, quae harmonica dicitur, id est, modulatio vocis, pertinet ad comoedos, tragoedos, vel choros, vel ad omnes qui voce propria canunt. Haec ex animo et corpore motum facit, et ex motu sonum, ex quo colligitur musica, quae in homine vox appellatur.

»Vox est aer spiritu verberatus...Proprie autem vox hominum est, seu irrationabilium animantium. Nam in aliis abusive, non proprie sonitus vox vocatur.

»Harmonia est modulatio vocis, et concordantia plurimorum sonorum, vel coaptatio.

»Symphonia est modulationis temperamentum ex gravi et acuto concordantibus sonis, sive in voce, sive in flatu, sive in pulsu. Per hanc quippe voces acutiores gravioresque concordant, ita ut quisquis ab ea dissonuerit, sensum auditus offendat. Cujus contraria est diaphonia, id est voces discrepantes vel dissonae.

«Diastema» est vocis spatium, ex duobus vel pluribus sonis aptatum.

«Diesis» est spatia quaedam, et deductiones modulandi, atque vergendi de uno in alterum sonum.

«Tonus» est acuta enuntiatio vocis: est enim harmoniae differentia et quantitas, quae in vocis accentu vel tenore consistit: cujus genera in quindecim partibus musici diviserunt, ex quibus hyperlidius, novissimus et acutissimus, hypodorius omnium gravissimus est.

«Cantus» est inflexio vocis, nam sonus directus est; praecedit autem sonus cantum.

«Arsis» est vocis elevatio, id est, initium, «Thesis» vocis positio, hoc est, finis.

«De secunda divisione quae «organica» dicitur (cap. XXI).

»Secunda divisio organica est in iis quae, spiritu reflante, completa, in sonum vocis animantur, ut sunt tubae, calami, fistulae, organa, pandura, et iis similia instrumenta.

«Organum» vocabulum est generale vasorum omnium musicorum. Hoc autem cui folles adhibentur, alio Graeci nomine appellant (¿será el Hydraulon?)

«Tuba» primum a Tyrrhenis inventa... Adhibebatur autem non solum in praeliis, sed et in omnibus festis diebus propter laudes vel gaudii claritatem.

«Tibias» excogitatas in Phrygia ferunt, has quidem diu funeribus tantum adhibitas, mox et sacris gentilium.

«Calamus» nomen est arboris proprium, a «calendo», id est, «fundando voces», vocatus.

«Fistulam» quidam putant a Mercurio inventam; alii a Fauno quem Graeci vocant Pana. Nonnulli eam ab Idi pastore Agrigentino ex Sicilia. Fistula autem dicta, quod vocem emittat.

«Sambuca» in Musicis species est symphoniarum. Est enim genus ligni fragilis, unde et tibiae componuntur.

«Pandura» ab inventore vocata... Fuit enim apud Gentiles Pan deus pastoralis, qui primus dispares calamos ad cantum aptavit, et studiosa arte composuit.

»De tertia divisione, quae Rhytmica nuncupatur.

»Tertia est divisio rhytmica pertinens ad nervos et pulsum, cui dantur species cythararum diversarum, tympanum, et cymbalum, sistrum, acetabula aenea et argentea, vel alia quae metallico rigore percussa reddunt cum suavitate tinnitum, et caetera hujusmodi. . . . . . . . . .

»Forma citharae initio similis fuisse traditur pectori humano, quod uti vox de pectore, ita ex ipsa cantus ederetur... Nam pectus Dorica lingua « κ&ΧιρΧ;θάρα » vocatur.

»Paulatim autem plures ejus species extiterunt, ut psalteria, lyrae, barbiti, phoenices, et pectides, et quae dicuntur indicae, et feriuntur a duobus simul. Item aliae atque aliae, et quadrata forma, et trigonali.

»Chordarum etiam numerus multiplicatus est, et commutatum genus... Antiqua autem cithara septem chordis erat, unde Virgilius «septem discrimina vocum». Discrimina autem ideo, quod nulla chorda vicinae chordae similem sonum reddat; sed ideo septem chordae, vel quia totam vocem implent; vel quod septem motibus sonat coelum . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . »Psalterium, quod vulgo canticum dicitur, a psallendo nominatum, quod ad ejus vocem chorus consonando respondeat. Est autem similitudo citharae barbaricae in modum « D » litterae. Sed psalterii et citharae haec est differentia; quod psalterium lignum illud concavum, unde sonus reddiur, superius habet, et deorsum feriuntur chordae, et desuper sonant. Cithara vero concavitatem ligni inferius habet. Psalterio autem Heabraei decachordo usi sunt propter numerum decalogum legis. «Lyra» dicta ἀπο τοῦ λνρε&1;ν , a varietate vocum, quod diversos sonos efficiat. Lyram primum a Mercurio dicunt inventam fuisse, hoc modo. Cum regrediens Nilus in suos meatus, varia in campis reliquisset animalia, relicta etiam testudo est, quae cum esset putrefacta, et nervi ejus remansissent extenti intra corium, percussa a Mercurio sonitum dedit, ad cujus speciem Mercurius lyram fecit, et Orpheo tradidit, qui erat hujus rei maxime studiosus. (Este mito puede estar tomado de la colección de Hygino. lib. II.)

»Unde et aestimatur eadem arte non feras tantum, sed et saxa atque silvas cantus modulatione allicuisse. Hanc musici propter studii amorem et carminis laudem, etiam inter sidera suarum fabularum commentis collocatam esse finxerunt.

«Tympanum» est pellis, vel corium ligno ex una parte extentum. Est enim pars media symphoniae in similitudinem cribri. Tympanum autem dictum quod medium est. Unde et «margaritum» medium tympanum dicitur, et ipsum, ut symphonia, ad virgulam percutitur.

«Cymbala» acetabula quaedam sunt, quae percussa invicem se tangunt, et sonum faciunt. Dicta autem cymbala, quia cum «ballematia» simul percutiuntur. Ita enim Graeci dicunt cymbala «ballematica».

«Sistrum» ab inventrice vocatum. Isis enim Ægiptiorum regina id genus invenisse probatur. Iuvenalis: Isis et irato feriat mea lumina sistro. Inde et hoc mulieres percutiunt, quia inventrix hujus generis mulier. Unde, et apud Amazonas sistro ad bellum feminarum exercitus vocabatur.

«Tintinabulum» de sono vocis nomen habet, sicut et plaussus manuum stridor valvarum.

«Symphonia» vulgo apellatur lignum cavum ex utraque parte, pelle extenta, quam virgulis hinc et inde musici feriunt. Fitque in ea ex concordia gravis et acuti suavissimus cantus.

Capítulo XXIII, De Musicis numeris...

Sed haec ratio quem admodum in mundo est, ex volubilitate circulorum, ita et in microcosmo in tantum praeter vocem valet, ut sine ipsius perfectione etiam homo, simphoniis carens, non consistat, Ejusdem musicae perfectione etiam metra consistunt, in arsi et thesi, id est, elevatione et positione».

En las Etimologías isidorianas se encuentran también algunas nociones relativas a las artes plásticas y gráficas. Véase el libro XV, De aedificiis et agris; capítulos II, III, IV, V, VI, VII, VIII... que contienen algunas definiciones de arquitectura; el XVI, De Lapidibus et metallis, cap. V, De marmoribus, y XX, De aere, extractados principalmente de la Historia Natural de Plinio; el XIX, De navibus, aedificiis et vestibus (capítulos VIII, De fabricis parietum; IX, De dispositione; X, De constructione; XI, De venustate. (Venustas est quidquid illud, ornamenti et decoris causa, aedificiis additur, ut tectorum auro distincta laquearia, et pretiosi marmoris crustae, et colorum picturae); XII, De laqueariis, XIII, De crustis; XIV, De lithostrotis; XV, De plastis. (Plastice est parietum ex gypso effigies signaque exprimere, pingereque coloribus... Nam impressa argilla formam aliquiam facere plastae est); XVI, De pictura, tomado casi totalmente del libro XXXV de Plinio. (Pictura,... est imago exprimens speciem alicujus rei, quae, dum visa fuerit, ad recordationem mentem reducit... Picturam autem Ægiptii excogitaverunt primum umbra hominis lineis circumducta. Itaque initio talis, secunda singulis coloribus, postea diversis; sicque paulatim sese ars ipsa distinxit, et invenit lumen, adque umbras differentiasque colorum, unde et nunc pictores prius umbras quasdam et lineas futurae imaginis ducunt; deinde coloribus complent, tenentes ordinem inventae artis); el XVII, De coloribus; XVIII, De instrumentis aedificiorum; XIX, De lignariis».

 


[p. 306]. [1] . Etim. Lib. I, cap. 40: «Fabulas poetae a fando nominaverunt quia non sunt res factae, sed tantum loquendo fictae... ut imago quaedam vitae hominum nosceretur... Fabulas poetae quasdam delectandi causa finxerunt, quasdam ad naturam rerum, nonnullas ad mores hominum interpretati sunt».

[p. 306]. [2] . «Rhetorica quae propter nitorem et copiam eloquentiae suae maxime in civilibus quaestionibus necessaria existimatur... Conjuncta est autem grammaticae arti rethorica. In grammatica enim scientiam recta loquendi discimus. In rethorica vero percipimus, qualiter ea quae didicimus, proferamus». (Lib. II. Cap. 5.)

El tratado de las figuras (de schematibus), el de los tropos y el de arte métrica (de pedibus) se incluyen en la Gramática, según la práctica de los antiguos (capítulos XXXVI, XXXVII, XXXVIII y XXXIX).

Copiaremos algunas definiciones más, que luego quedaron en las escuelas con valor tradicional.

«Prosa est producta oratio et a lege metri soluta... Unde etiam quae non est perflexa numero, sed recta, prosa oratio dicitur, in rectum producendo. Alii prosam aiunt dictam ab eo quod sit profusa, vel ab eo quod spatiosius prorruat et excurrat, nullo sibi termino praefinito». (Lib. I. Cap. 38.)

Ambas etimologías son absurdas; pero no lo es el principio histórico, claramente establecido por San Isidoro, de haber precedido el desarrollo de la poesía al de la prosa, así entre los griegos como entre los romanos. «Praetera tam apud graecos, quam apud latinos longe antiquiorem curam fuisse carminum quam prosae. Omnia enim prius versibus condebantur, prosae autem studium sero vigit. Primus apud Graecos Pherecides Syrius soluta oratione scripsit, apud Romanos autem Appius Caecus aduersus Pyrrhum solutam orationem primus exercuit». (Ibid.)

Las definiciones métricas están tomadas en parte de San Agustín (lib.11, De Ord., cap. XIV; lib. III, De Musica, cap. I). «Metra» vocata quia certis pedum mensuris atque spatiis terminantur, neque ultra dimensionem temporum constitutam procedunt...

«Versus» dicti ab eo quod, pedibus in ordini suo dispositis, certo fine moderantur per articulos, qui caesa et membra nominantur. Qui ne longius provolverentur quam iuditium posset sustinere, modum statuit ratio, unde reverterentur, et ab eo ipso versum vocatum dicunt quod revertatur.

»Huic adhaeret «rhytmus» qui non est certo fine moderatus, sed tamen rationabiliter ordinatis pedibus currit: qui latine nihil aliud quam «numerus» dicitur».

La definición del carmen es de Servio (in III Æneid): «Carmen» vocatur quidquid pedibus continetur: cui datum nomen existimant, seu quod carptim pronuntiaretur... seu quod qui illa canerent. «carerere mente» existimabantur. Metra vel a pedibus nuncupata, vel a rebus quae scribuntur, vel ab inventoribus, vel a frequentatoribus, vel a numero syllabarum.

»A pedibus metra vocata, ut dactylica, jambica, trochaica...

»A numero, vero, hexametrum, pentametrum, trimetrum...

»Ab inventoribus... ut Anacreonticum, Saphicum, Archilochium. Nam Anacreontica metra Anacreon composuit, Shapica Sapho mulier edidit, Archilochia Archilochus quidam scripsit, Colophonia Colophonius quidam exercuit; Sotadeorum quoque repertor est Sotades genere cretensis: Simonidia quoque metra Simonides poeta lyricus composuit.

»A frequentatoribus, ut Asclepiadea. Non enim ea Asclepius invenit, sed proinde ita vocata sunt, quod eis idem frequentissime et elegantissime usus sit.

«A rebus quae scribuntur ut «heroicum, elegiacum, bucolicum».

»Heroicum enim carmen dictum, quod eo virorum fortium res et facta narrentur. Nam heroes appellantur viri quassi aerei, et coelo digni propter sapientiam et fortitudinem; quod metrum auctoritate caetera metra praecedit, unum ex omnibus, tam maximis operibus aptum quam parvis, suavitatis et dulcedinis aeque capax. Quibus virtutibus nomen solum obtinuit, ut Heroicum vocaretur, ad memorandas scilicet heroum res...»

San Isidoro quiere asimilar, como San Jerónimo, la poesía de los hebreos a la métrica de griegos y latinos. Por eso dice, hablando del verso heroico: «Omnibus quoque metris prius est. Hoc primum Moyses in cantico Deuteronomii longe ante Pherecydem et Homerum cecinisse probatur. Unde et apparet antiquius fuiesse apud Hebraeos studium carminum quam apud gentiles».

Hasta en El libro de Job quiere ver dáctilos y espondeos... «Siquidem et Iob Moysi temporibus adaequatus hexametro versu, dactylo spondeoque decurrit».

«Elegiacum» autem dictum, eo quod modulatio ejusdem carminis conveniat miseris.» (Cita a Terenciano Mauro).

«Bucolicum», id est pastorale carmen, plerique Syracusis primum compositum a pastoribus opinantur, nonnulli Lacaedaemone. Namque transeunte in Graeciam Xerxe rege Persarum, cum Spartanae virgines, sub hostili metu, neque egredi urbem auderent, neque pompam chorumque agrestem Dianae de more exercerent; turba pastorum, ne religio praeteriret, eumdem inconditis cantibus celebrarunt. Appellantur autem Bucolicum a bubus de maiore parte, quamvis opiliorum caprariorumque sermones in iis et cantica inserantur». (Todo esto es de Servio, en el comentario a la égloga primera de Virgilio).

«Hymnos» primum David prophetam in laudem Dei composuisse ac cecinisse manifestum est...

«Epithalamia» sunt carmina nubentium, quae decantantur a scholasticis in honorem sponsi et sponsae. Haec primum Salomon edidit in laudem Ecclesiae et Christi. Ex quo gentiles sibi epithalamium vindicarunt, et istius generis carmen assumptum est. Quod genus primum a gentilibus in scenis celebrabatur; postea tantum in nuptiis haesit. Vocatur autem epithalamium, eo quod in thalamis decantetur». (La definición del epithalamio parece tomada de San Agustín, in Ps. XLIV: ignoramos de donde procede lo restante.)

«Threnos» quod latine «lamentum» vocamus, primus Ieremias versu composuit super urbem Ierusalem, quando subversa est, et populus Israel captivus ductus est. Post hunc apud Greacos Simonides poeta lyricus. Adhibebantur autem funeribus atque lamentis; similiter et nunc».

«Epitaphium» graece, latinae «supra tumulum». Est enim titulus mortuorum, qui in dormitione eorum fit, qui iam defuncti sunt. Scribuntur enim ibi vita mores et aetas eorum».

Luego define el epodon horaciano, la cláusula lírica (un verso corto después de otro largo «quasi praecisos versus integris subiectos ) y el Centón. «Centones apud grammaticos vocari solent qui de carminibus Homeri, vel Virgilii, ad propria opera more centonario, ex multis hinc inde compositis in unum sarciunt corpus, ad facultatem cuiusque materiae». (Lib. I. Cap, 39)

Respecto de las fábulas cap. XL, debe notarse la distinción entre esópicas y líbicas , tomada del libro II de la Retórica de Aristóteles.

«Has primus invenisse traditur Alcmaeon Crotoniensis, appellanturque Æsopicae quia is apud Phrygas in hac repolluit. Sunt autem fabulae aut Æsopicae aut Lybisticae. Æsopica sunt cum animalia muta inter se sermocinasse finguntur, vel quae animam non habent, ut urbes, arbores, montes, petrae, flumina. Lybisticae autem, dum hominum cum bestiis, aut bestiarum cum hominibus fingitur vocis esse commercium. (Lib. I. Cap. 40.)

»Historia est narratio rei gestae, per quam ea quae in praeterito facto sunt dignoscuntur... Apud veteres... nemo conscribebat historiam, nisi is qui interfuisset, et ea quae conscribenda essent vidisset. Melius enim oculis quae fiunt deprehendimus, quam quae auditione colligimus. Quae enim videntur sine mendacio proferuntur. Haec disciplina ad grammaticam pertinet, quia quidquid dignum memoria est litteris mandatur». (Lib. I. Cap. 41.) Cita como primer historiador a Moisés, como segundo al Pseudo-Dares, frigio, cuyo libro apócrifo sobre Troya tiene tanta importancia en la literatura de la Edad Media.

Utilidad de las historias profanas «Historiae gentium non impediunt legentes in iis quae utilia dixerunt. Multi enim sapientes praeterita hominum gesta ad institutionem praesentium historiis indiderunt». (Lib. I. Cap. 42.) Define diversos géneros historiales: la Ephemeris, los Kalendarios, los anales.

«Inter historiam et argumentum et fabulam interest. Nam historiae sunt res verae quae factae sunt. Argumenta sunt quae, etsi facta non sunt, fieri tatamen possunt. Fabulae vero sunt quae nec facta sunt, nec fieri possunt, quia contra naturam sunt». (Lib. I. Cap. 44.)


[p. 309]. [1] . Lib. II, cap. XVI.

[p. 309]. [2] . Lib. II, cap. XIV, De ethopoeia. «Ethopoeiam vero illam vocamus in qua hominis personam fingimus pro exprimendis affectibus aetatis, studii, fortunae, lactitiae, sexus, moeroris, audaciae. Nam cum piratae persona suscipitur, audax, abrupta, temeraria, erit oratio: cum feminae sermo simulatur, sexui convenire debet oratio: jam vero adolescentis et senis, et militis, et imperatoris, et parasiti, et rustici, et philosophi diversa ratio ducenda est. In quo genere dictionis illa sunt maxime cogitanda: quis loquatur, et apud quem, et de quo, et ubi, et quo tempore; quid egerit, quid acturus sit, aut quid pati possit, si haec consulta neglexerit».

[p. 309]. [3] . Lib. II, cap. XXIII, De differentia dialecticae et rhetoricae artis. «Dialecticam vero et rhetoricam Varro in IX disciplinarum libro tali similitudine definivit: Dialectica et rhetorica est quod in manu hominis pugnus adstrictus et palma distensa, illa verba contrahens, ista distendens. Dialectica siquidem ad disserendas res acutior, rhetorica ad illa quae nititur docenda facundior. Illa ad scholas nonnumquam venit, ista jugiter procedit in forum. Illa requirit rarissimos studiosos, haec frequenter et populos».

 


[p. 310]. [1] . Cap. I, lib. I. «Inter artem et disciplinam Plato et Aristoteles differentiam esse voluerunt.» etc., etc. Todo este capítulo parece tomado de Casiodoro, Vid. el estudio de Dressel. De Isidori originum fontibus ( Rivista di Filología, 1873, meses de Octubre a Diciembre).

[p. 310]. [2] . «Haec autem disciplina a Graecis inventa est a Gorgia, Aristotele Hermagora et translata in latinum a Tullio, videlicet et Quintiliano, sed ita copiose ita varie, ut eam lectori admirari in promptu sit, comprehendere impossibile. Nammem branis retentis, quasi adhaerescit memoriae series dictionis, ac mox repositis, recordatio omnis elabitur. Huius disciplinae perfecta cognitio oratorem facit». (Lib. II, cap. II.)

Reproduce, por de contado, la división de los tres géneros oratorios: deliberativo, demostrativo y judicial; la doctrina de los estados de la causa, etcétera. Admite cuatro partes no más en el discurso: exordio, narración, argumentación y conclusión. (Cap. VII.)

[p. 310]. [3] . Lib. VIII, cap. VII, De poetis. «Poetae unde sint dicti, sic ait Tranquillus: «Cum primum homines, exuta feritate, rationem vitae habere coepissent, seque ac Deos suos nosse, cultum modicum ac sermonem necessarium commenti sibi, utriusque magnificentiam ad religionem Deorum suorum excogitaverunt. Igitur ut templa illis domibus pulchriora, et simulachra corporibus ampliora faciebant, ita eloquio, etiam quasi angustiore, honorandos putaverunt, laudesque eorum, et verbis illustrioribus et jucundioribus numeris extulerunt».

Es curiosa la etimología que San Isidoro da al nombre musas, en el mismo sentido que el verbo trobar de la Edad Media! «Musae autem άπο τοῦ μὦσθαι id est «a quaerendo» quod per eas, sicut antiqui voluerunt, vis carminum et vocis modulatio quaereretur». (Lib. III, cap. XV)

[p. 311]. [1] . Lib. VIII, cap. VII. «Unde et Lucanus ideo in numero poetarum non ponitur, quia videtur historiam compusuisse, non poema».

La división de los géneros está tomada de Servio, el comentador de Virgilio ( in Eclog. III). «Apud poetas autem tres characteres sunt dicendi: unus in quo tantum poeta loquitur ut est in libris Virgilii «Georgicorum». Alius dramaticus, in quo nusquam poeta loquitur, ut est in comoediis et tragoediis. Tertius mixtus ut est in Aeneide. Nam poeta illic et introductae personae loquuntur».

Copiaremos algunas definiciones del mismo capítulo, para completar la preceptiva literaria del Santo:

«Comici appellati, sive a loco, quia circum pagos agebant, quos Graeci κῶμας vocant sive a comessatione. Solebant enim post cibum homines ad eos audiendos venire. Sed comici privatorum hominum praedicant acta. Tragici vero res publicas et regum historias. Item tragicorum argumenta ex rebus luctuosis sunt, comicorum ex rebus laetis.

»Duo sunt autem genera comicorum, id est veteres et novi. «Veteres», qui et joco ridiculares extiterunt, ut Plautus, Actius, Terentius. Novi qui et «Satyrice», ut Flaccus, Persius, Iuvenalis et alii... Nec vetabatur eis pessimum quemquem describere nec cujuslibet peccata moresque reprehendere. Unde et nudi pinguntur, eo quod per eos vitia singula denudentur».

Se ve que había llegado a San Isidoro (aprendida probablemente en las sátiras de Horacio) la división de la comedia ateniense en antigua, media y nueva: pero que la había interpretado erróneamente, por no conocer más que la comedia y la sátira latina. «Satyrici» autem dicti, sive quod pleni sint omni facundia, sive a saturitate et copia, de pluribus enim simul rebus loquuntur; seu ab illa lance quae referta diversis frugum vel pomorum generibus ad templa gentilium solebat deferri, aut a Satyris nomen tractum, qui inulta habent ea quae per vinolentiam dicuntur».

»Quidam autem poetae «theologi» dicti sunt, quoniam de diis carmina faciebant».

 


[p. 312]. [1] . Lib. XVIII, cap. XLV. «Tragoedi» sunt qui antiqua gesta atque facinora sceleratorum regum luctuoso carmine, spectante populo, concinebant».

«Comoedi» sunt, qui privatorum hominum acta dictis atque gestu cantabant atque stupra virginum et amores meretricum in suis fabulis exprimebant.

«Thymelici» autem erant musici scenici qui in organis, et lyris, et cytharis, praecinebant. Et dicti thymelici, quod olim in orchestra stantes cantabant super pulpitum quod «thymele» vocabatur.

«Histriones» sunt qui muliebri indumento gestus impudicarum feminarum exprimebant: ii autem saltando etiam historias et res gestas demonstrabant. Dicti autem «histriones» sive quod ab Istria id genus sit adductum, sive quod perplexas historiis fabulas exprimerent, «quasi historiones».

«Mimi» sunt dicti Graeca apellatione, quod rerum humanarum sint imitatores. Nam habebant suum auctorem, qui antequam mimum agerent, fabulam pronuntiaret. Nam fabulae ita componebantur a poetis ut aptissimae essent motui corporis». (Capítulos XLV a XLIX.)

Aun las descripciones de la parte material del teatro son exclusivamente arqueológicas, lo cual no quiere decir que el teatro, en la época de los visigodos, hubiera desaparecido totalmente, puesto que tenemos en las cartas de Sisebuto un testimonio en contrario: «Scena» autem erat locus infra theatrum, in modum domus instructa cum pulpito, quod pulpitum orchestra vocabatur, ubi cantabant comici et tragici, atque saltabant histriones et mimi». (Cap. XLIII.)

«Orchestra» autem pulpitum erat scenae, ubi saltator agere posset, aut duo inter se disputare. Ibi enim poetae comoedi et tragoedi ad certamen conscendebant, iisque canentibus, alii gestus edebant». (Cap. XLIV.)


[p. 313]. [1] . Lib. XVIII, cap. LIX. «Haec quippe spectacula crudelitatis et inspectio vanitatum non solum hominum vitiis sed de daemonum jussis instituta sunt».

[p. 313]. [2] . Lib. III, cap. XIII. Sententiarum. (De libris gentilium.) El método de enseñanza teológica por sentencias (primera sistematización de la Escolástica), se debe casi del todo a los Padres españoles, San Isidoro, San Julián, Tajón, etc.), y es una de las mayores glorias de la llamada con alguna impropiedad escuela de Sevilla.

[p. 314]. [1] . «Ideo prohibetur Christianis figmenta legere poetarum, quia per oblectamenta inanium fabularum mentem excitant ad incentiva libidinum. Non enim solum thura offerendo daemonibus inmolatur, sed etiam eorum dicta libentius capiendo. »Quidam plus meditari delectantur gentilium dicta propter tumentem et ornatum sermonem, quam Scripturam Sanctam propter eloquium humile. Sed quid prodest in mundanis doctrinis proficere, et inanescere in divinis? Caduca sequi figmenta, et coelestia fastidire mysteria? Cavendi sunt igitur tales libri, et propter amorem Sanctarum Scripturarum vitandi.

»Gentilium dicta exterius verborum eloquentia nitent; interius vacua virtutis sapientia manent; eloquia autem sacra exterius incompta verbis apparent, intrinsecus autem mysteriorum sapientia fulgent...

»Sermo quippe Dei occultum habet fulgorem sapientiae et veritatis repositum in verborum vilissimis vasculis.

«Ideo libri sancti simplici sermone conscripti sunt, ut non in sapientia verbi, sed in ostensione Spiritus homines ad fidem perducerentur. (I Corinth., II, 4). Nam si dialectici acuminis versutia aut rhetoricae artis eloquentia editi essent, nequaquam putaretur fides Christi in Dei virtute, sed in eloquentiae humanae argumentis consistere; nec quemquam crederemus ad fidem divino inspiramine provocari sed potius verborum calliditate seduci.

»Omnis saecularis doctrina spumantibus verbis resonans, ac se per eloquentiae tumorem attollens, per doctrinam simplicem et humilem Christianam evacuata est, sicut scriptum est: «Nonne stultam fecit Deus sapientiam hujus mundi?» (I, Corinth, I, 20.)

»Fastidiosis atque loquacibus Scripturae Sanctae minus propter sermonem simplicem placent. Gentili enim eloquentiae comparata videtur illis indigna. Quod si animo humili mysteria ejus intendant, confestim advertunt quam excelsa sunt quae in illis dispiciunt.

«In lectione non verba, sed veritas est amanda. Saepe autem reperitur simplicitas veridica, et composita falsitas quae hominem suis erroribus illicit, et per linguae ornamenta laqueos dulces aspergit.

»Nil aliud agit amor mundanae scientiae, nisi extollere laudibus hominem. Nam quanto majora fuerint litteraturae studia, tanto animus arrogantiae inflatus maiore intumescit jactantia. Unde et bene Psalmus ait: «Quia non cognovi litteraturam.» etc.

»Simplicioribus litteris non est praeponendus fucus grammaticae artis Meliores sunt enim communes litterae, quia simpliores, et ad solam humilitatem legentium pertinentes; illae vero nequiores, quia ingerunt hominibus perniciosam mentis elationem.

»Meliores esse grammaticos quam haereticos. Haeretici enim haustum lethiferi succi hominibus persuadendo propinant, grammaticorum autem doctrina potest etiam proficere ad vitam, dum fuerit in meliores res assumpta».

En el capítulo VIII de la Regula Monachorum , atribuída a San Isidoro, se lee esta severa prevención: «Gentilium libros vel haereticorum volumina monachus legere caveat; melius est enim eorum perniciosa dogmata ignorare, quam per experientiam in aliquem laqueum erroris incurrere».

 

[p. 316]. [1] . Comparetti ( Virgilio nel medio-evo , I, 108) hace notar, sobre estas palabras de San Isidoro, que pasaron a la colección canónica de Graciano, dist. 37; pero que ni ellas ni otras anteriores del IV Concilio cartaginennse, canon XVI, (siglo V) fueron entendidas nunca a la letra, sino que tuvieron valor más bien de consejo y de advertencia que de una ley encaminada directamente a prohibir el estudio de los autores antiguos, puesto que no se establece sanción alguna y todo se remite a la conciencia. «El mismo San Isidoro (añade Comparetti) prueba con el ejemplo de sus Etimologías qué interpretación daba a lo que escribió en las Sentencias ».

Comparetti, a quien ciertamente no se tachará como parcial de la Iglesia católica, dice que «la enemistad de San Gregorio el Magno hacia los estudios profanos ha sido exagerada por muchos escritores, que por no haber hecho estudio especial de la Edad Media, no han comprendido el verdadero valor y el peso real de ciertas expresiones. Interpretando malamente un lugar de Juan de Salisbury (Polycrat, II, cap. XXVI, han llegado a creer que San Gregorio quemó la Biblioteca Palatina, siendo así que en aquel pasaje no se habla más que de libros de astrología, teurgia y otros semejantes, con los cuales ya habían hecho autos de fe varios emperadores, Valente entre otros. ¡No parece sino que después de los vándalos y de los godos podía quedarle a San Gregorio ninguna biblioteca en Roma para quemarla!» Cita luego Comparetti, aunque no con mucho elogio, la tesis de Leblanc: «Utrum Gregorius Magnus litteras humaniores et ingenuas artes odio persecutus sit». (París, 1852) escrita con criterio católico.

[p. 316]. [2] . Cap. XVI, n. 2. «In auro, et argento, ac veste Ægiptiorum significatae sunt quaedam doctrinae quae et ipsa consuetudine gentium non inutili studio discuntur».

 

[p. 317]. [1] . Sentent., lib. I, cap. IV. Quod ex creaturae pulchritudine agnoscatur Creator. Cap. VIII, De mundo. Cap. XII, De anima . Es doctrina de San Agustín, lib. II, cap. VII, De libero arbitrio , y de San Gregorio el Magno, lib. XXVI, cap. VIII de sus Morales. Transcribo las mismas palabras de San Isidoro, que comprendía con su genial lucidez esta doctrina: «Ex pulchritudine circumscriptae creaturae, pulchritudinem suam, quae circumscribi nequit facit Deus intelligi, ut ipsis vestigiis revertatur homo ad Deum, quibus aversus est, ut qui per amorem pulchritudinis creaturae, a Creatoris forma se abstulit, rursum per creaturae decorem ad Creatoris revertatur pulchritudinem». ( Sent. lib. I. cap. IV.)

[p. 317]. [2] . «Decor, elementorum omnium in pulchro et apto consistit, sed pulchum est quod perse ipsum est pulchrum, ut homo ex anima et membris omnibus constans. Aptum vero est, ut vestimentum et victus. Ideoque hominem dici pulchrum ad se; quia non vestimento et victui est homo necessarius, sed ista homini: ideo autem illa apta, quia non sibi, sicut homo, pulchra, aut ad se sed ad aliud, id est, ad hominem accommodata, non sibimet necessaria». ( Sent., lib. I, cap. VIII.)

[p. 318]. [1] . Para no omitir nada de cuanto, aunque sea remotamente, puede referirse en las obras de San Isidoro a la materia que tratamos, mencionaremos los capítulos XXXVII y XXXIX del libro II, Differentiarum. En el primero se establece la distinción entre amor y dilección. En el segundo, la diferencia entre sabiduría y elocuencia, con motivo de lo cual reproduce San Isidoro su definición de la Retórica.

El opúsculo intitulado Allegoriae quaedam Sacrae Scripturae tiene un interés inmediato para la literatura general y para el arte de la Edad Media: el autor da en pocas palabras la significación alegórica de los personajes más importantes del Antiguo Testamento, desde Adán hasta los Macabeos, como también de los de los Evangelios, sin excluir a los personajes de las parábolas. Es una colección preciosísima de tipos tomados de los más antiguos comentadores de la Biblia; colección poco estudiada todavía, si es que alguien ha reparado en ella. Sirve de complemento a estas alegorías el escrito intitulado Liber numerorum qui in Sanctis Scripturis occurrunt, que contiene una explicación mística de los números bíblicos: «Non est superfluum «numerorum» causas in scripturis sanctis attendere. Habent enim quandam scientiae doctrinam plurimaque mystica sacramenta». (Ebert, I, 630).

El que comprenda toda la altísima importancia que tiene el concepto alegórico en la estética cristiana, no dejará de repasar con interés estos libros de San Isidoro que pueden hacer las veces de un repertorio o diccionario de los tipos simbólicos y de las virtudes atribuídas a los números. Algunos pasajes de Dante y de los Autos de Calderón, no podrían entenderse sin esta clave. En la interpretación mística de los números precedieron a San Isidoro el autor de un opúsculo De numerorum mysteriis (atribuído a San Epifanio), y Euquerio, Obispo de Lyon ( De formulis spiritualibus, II). A San Isidoro siguió e imitó el Arzobispo de Maguncia, Rabano Mauro.

Las cuestiones o Exposiciones místicas de San Isidoro sobre diversos libros de la Escritura pueden considerarse como una antología de pasajes de Orígenes, Victorino, San Ambrosio, San Jerónimo, San Agustín, San Fulgencio, Casiano y San Gregorio el Magno.

Sobre las fuentes de San Isidoro debe consultarse principalmente la monografía de H. Dressel, De Isidori Originum fontibus: Turín, 1874. (Tesis de doctorado de la Universidad de Gottinga).

Es difícil, o más bien imposible, señalar con seguridad la fuente de cada pasaje de San Isidoro, porque muchas veces reúne en un solo lugar citas de varios. Dressel ha discutido lo que debe a Salustio, a Justino, a Hegesipo, a Orosio, a Solino, a un antiguo compendio de Vitruvio, «De diversis frabricis architectonicis» (cuyas noticias artísticas mezcló con las de Plinio), a Lucrecio, A Higinio, a Casiodoro (de quien tomó los capítulos de retórica, dialéctica, aritmética, geometría, astronomía y música, lo cual ya había advertido respecto de la Retórica C. Halm, al transcribir los capítulos de San Isidoro en sus Rhetores Latini Minores, 1863), a Servio en su comentario sobre Virgilio, y al escoliasta de Lucano.

Es de esperar que otros eruditos, siguiendo la vía abierta por Dressel, lleguen a discernir las demás fuentes, como ya lo intentaron, con los escasos recursos de su tiempo, nuestros editores Juan de Grial y Faustino Arévalo. Sobre las relaciones de San Isidoro con Solino, ha escrito Mommsen en su edición crítica de este último (Berlín, 1864). Pranti, en su Historia de la Lógica, ha hecho notar lo que San Isidoro tomó de Boecio. Hay que añadir todavía entre los autores más explotados a Suetonio (Prata), a Lactancio (De opificio hominis), a Cello Aureliano en la parte de medicina, etc.


[p. 319]. [1] . Algunos han dudado de la autenticidad de estos versos, por haberlos publicado primeramente en su Martirologio el falsario Tamayo de Salazar. Pero autoridades tan competentes como las de Muratori, Fabricio y Flórez, se los atribuyen al metropolitano de Sevilla, y a la misma opinión se inclina, aunque con ciertas salvedades, el P. Arévalo, que de todos modos los tiene por antiquísimos, y los halló en códices de muy buena nota. Transcribiré algunos dísticos de los más curiosos para conocer la biblioteca de un prelado español del siglo VII:

       «I.—«Sunt hic plura sacra, sunt hic mundalia plura,
                   Ex his, si qua placent carmina, tolle, lege.
               Prata vides plena spinis et copia florum,
                  Si non vis spinas sumere, sume rosas.
               Hic geminae radiant veneranda volumina legis,
                 Condita sunt pariter hic nova cum veteri,
       II.—Ille Origenes ego, doctor verissimus olim,
                 Praereptus subito lingua nocente fui.
              Condere, si credis studui tot millia libros
                Quot legio missos ducit in arma viros,
              Nulla meos unquam tetigit blasphemia sensus,
                Sed vigil et prudens, tutus ab hoste fui *

*. Es curiosa esta apología de Orígenes en el siglo VII.                

Sola mihi casum Periarchon dicta dederunt,
       His me conjectum impia tela premunt.

       III.—Gallia me genitum, me Pictavias ore tonanti
                    Doctorem Hailarium missit alumna suum.

       IV.— Ambrosius doctor, signis insignis et hymnis,
                    Enitet hic titulis, enitet eloquiis,
        V.—Mentitur qui te totum legisse fatetur.
                    An quis cuncta tua lector habere potes?
                Namque voluminibus milla, Augustine, refulges.
                    Testantur libri quod loquor ipse tui.
                Quanvis multorum placeat prudentia libris,
                    Si Augustinus adest, sufficit ipse tibi.
       VI.— Hieronyme interpres, variis doctissime linguis,
                    Te quoque nostra tuis promit bibliotheca libris».

Siguen San Juan Crisóstomo, que indica la influencia bizantina; San Cipriano, célebre desde antiguo en España por la hermandad entre nuestra Iglesia y la de Africa. A continuación los poetas, dando la preferencia a los cristianos sobre los gentiles:

       «IX.—«Si Maro, si Flaccus, si Naso et Persius horret,
                        Lucanus si te, Papiniusque tedet,
                   Par erat eximio dulcis Prudentius ore,
                       Carminibus variis nobilis ille satis.
         X.—Perlege facundi studiosum carmen Aviti,
            
        Ecce Iuvencus adest, Seduliusque tibi.
                  Ambo lingua pares, florentes versibus ambo *
                       Fonte evangelico pocula larga ferunt.
                  Desine gentilibus ergo inservire poetis,
                       Dum bona tanta potes, quid tibi Calliroen?»

(*). Reminiscencia virgiliana, égloga 7.ª

En pos de los teólogos y los poetas, vienen los historiadores; pero no se los especifica:

       XI.—«Historias rerum et transacti tempora secli,
                Condita membranis haec simul arca gerit».

Los elogios de San Gregorio el Magno y de San Leandro aparecen traspuestos, quizá por culpa de los copistas. Transcribimos el segundo:

       XIII.—«Non satis antiquis doctoribus impar haberis,
                    Leander vates. Hoc tua dicta docent».

Había también en la biblioteca de San Isidoro libros de derecho y medicina

       XIV.—«Conditur hic juris series amplissima legum,

Veridico Latium quae regit ore forum.
...................................................................
An dicis forte: Quid jam mihi ista necesse est?
   Quod mediter studii non superesse mihi..
Explicui historias, percurrique omnia legis;
   Vere hoc si dicis, jam nihil ipse sapis.

XV.—Quos claros orbe celebrat medicina magistros,
                 Hos praesens pictos signat imago viros».

Sigue un elogio de la medicina, y termina el poema con una entusiasta exhortación al estudio:

XVI.—..................................................................
           «Ergo sacri Hesperidum montes, et rura valete,
                Nam multis curis munera nostra valent.
           Hic odorata jacent, hic spirant cinnama, thura,
                Quaeque opulentus Arabs, quaeque Sabaea feret.
            ..............................................................................
           Unguenta hic cernis varia, quae Graecia missit,
                Plurima et Hesperia de regione sumus.
       ..............................................................................
XVII.—Qui calamo certare novit cum mortua pelle,
                Si placet hic veniat: hic sua bella gerat».

No era blanda la pena que los bibliófilos de entonces imponían a los copistas negligentes:

           «Quisque vagus fuerit media librarius hora,
       Suspensus binis feriatur terga flagelis.
       ..............................................................................
XVIII.—Non patitur quemquam coram se scriba loquentem,
                    Non est hic quod agas, garrule: perge foras».
            ..........................................................................

El P. Arévalo ha añadido a estos versos otros que, indisputablemente, no pertenecen a esta composición, sino que figuraron al frente de alguna exposición del Cántico de los Cánticos:

XIX.—«Hunc cecinit Salomon mira dulcedine librum
           Qui tenet egregias sponsi sponsaeque camoenas.
       ..............................................................................
           Cantica sunt nimium falsi haec meliora Maronis:
           Haec tibi vera canunt vitae praecepta perennis.
           Auribus ille tuis male frivola falsa sonabit».

                (Op. Om. S. Isid. Ed. Arevelo. Tom. VII. Apend. III.)

De estos carmina de San Isidoro, compulsados con las Etimologías y con otros documentos, se ha valido el P. Tailhan en su inestimable monografía Les bibliothèques espagnoles du Haut Moyen Age (París, 1877), para restaurar la biblioteca del santo Prelado de Sevilla, y lo mismo ha hecho con las de otros Padres visigóticos, atendiendo a las citas esparcidas en sus libros. Las de autores profanos son muy raras. Los libros de retórica de Cicerón están mencionados dos veces en el comentario de San Julián sobre el profeta Nahum. Por lo demás, creemos que el P. Tailhan ha ampliado arbitrariamente el catálogo de los libros de San Isidoro. Difícil le sería probar, por ejemplo, que el Santo había leído las obras de Platón y Demóstenes. San Braulio debía de tener en su biblioteca bastantes libros de poetas, puesto que en una sola epístola, la XI a Tajón ( Esp. Sag. XXX, páginas 331-333), cita a Horacio, Virgilio, Ovidio y Terencio. El mismo San Braulio, en su Praenotatio, acertó a expresar admirablemente la misión providencial de San Isidoro como restaurador y conservador de la cultura antigua: «Quem Deus post tot defectus Hispaniae novissimis temporibus suscitans, credo ad restauranda antiquorum monumenta, ne usquequaque rusticitate veterasceremus, quasi quandam apposuit destinam».

 


[p. 322]. [1] . Apenas es necesario advertir que para San Isidoro sigo constantemente la edición del P. Arévalo (Roma, 1787-1803). Una traducción inédita de las Etimologías (códice del siglo XIV) existe en la Biblioteca del Escorial, y por mil razones debiera publicarse.

[p. 322]. [2] . Poco es lo que podemos afirmar con seguridad acerca de la enseñanza de las letras humanas en la España visigótica. Es célebre el canon 24 del Concilio Toledano IV, celebrado en 633, reinado de Sisenando (Prona est omnis aetas ab adolescentia in malum...), que manda establecer escuelas para los púberes y adolecentes, «in uno conclavi atrii, ut lubricae aetatis annos, non in luxuria sed in disciplinis ecclesiasticis agant, deputati probatissimo seniori quem et magistrum doctrinae et testem vitae habeant». Esta educación se extendía (conforme se infiere del canon 1.º del segundo Concilio Toledano), no sólo a los que se destinaban al estado eclesiástico, sino a los que habían de contraer matrimonio. Simultáneamente con estas escuelas existieron las monásticas, algunas tan célebres como la de Dumio en Galicia, fundada por el metropolitano de Braga San Martín, moralista, de la escuela de Séneca; la de Valclara en Cataluña, que enalteció el cronista Juan Biclarense, educado durante diez y siete años en las escuelas de Constantinopla; la Servitana, que fundaron Donato y sus setenta monjes fugitivos de Africa; la Agaliense, cerca de Toledo, donde se educó San Ildefonso; la de Caulianum, de la cual salieron varios de los Padres Emeritenses. Entre las episcopales, parecen haber sido las más insignes la de Zaragoza y la de Sevilla. Por las Etimologías de San Isidoro podemos conocer cuál era el fondo clásico de esta enseñanza. La consideración retórica rara vez se olvida en los elogios de los Padres de este tiempo. De San Isidoro dice San Valerio en la vida de San Fructuoso: «oris nitore clarens, insignis industriae, sophisticae artis inde plus praemium», y antes le había llamado San Braulio «vir in omni locutionis genere formatus», ponderando su «redundans diversarum artium elegantia» y el «flumen eloquentiae». El mismo San Isidoro, en el tratado De viris Ilustribus, había dicho de Apringio «disertus lingua et scientia eruditus... subtili sensu atque illustri sermone»; de San Leandro «vir suavis eloquio» , y a pesar del amor fraternal, puso algún reparo a sus cartas familiares «si non satis splendidas verbis, acutas tamen sententiis». La historia del Biclarense le parece recomendable, no sólo por la materia, sino por el estilo «historico compositoque sermone valde utilem historiam». A su autor llama Graeca et Latina eruditione munitus. El mismo cuidado de la forma literaria se nota en San Ildefonso, «De viris Illustribus». A San Isidoro elogia como vir decore simul et ingenio pollens, nam tantae jucunditatis affluentem copiam in eloquendo promeruit, ut ubertas admiranda dicendi ex eo in stuporem verteret audientes». El estilo de San Eugenio le parece «eloquio nitidum et rei veritate perspicuum.»

Este dilettantismo literario transcendió a los visigodos civilizados, como es de ver en las cartas del rey Sisebuto y de Bulgarano. Del primero dice San Isidoro ( Chron. Aera 650), «eloquio nitidus sententia doctus, scientia litterarum satis imbutus.» El P. Tailhan califica de gongorino el estilo de las cartas de Sisebuto, y tiene razón (Vid. tomo VII de la España Sagrada ). El rey Teudemiro, último sostenedor del imperio visigodo en las partes orientales de la Península mereció del Pacense (c. XL) el calificativo de «eloquentia mirificus».

Los versos del metropolitano de Toledo San Eugenio, aunque su valor poético no sea de primer orden, presentan ciertas curiosidades de forma, que arguyen un estudio bastante refinado de la parte técnica. Además del uso frecuente de la rima, hay que notar la libertad enteramente romántica con que en la larga composición titulada Lamentum de adventu propriae senectutis, cambia cuatro veces de metro empezando con dísticos, prosiguiendo con trímetros trocáicos y yámbicos, volviendo luego a los dísticos y terminando con estrofas sáficas. Es un ejemplo de polimetría tan raro en aquellos tiempos, que no recordamos otro. Por lo demás, San Eugenio emplea con profusión todos los artificios de decadencia, la epanalepsis, el acróstico, el telesticho y hasta la división de las palabras de los versos.

Se encuentran mencionadas en los versos de San Eugenio cuatro basílicas, dos de ellas a lo menos de Zaragoza (la de los diez y ocho Mártires, la de San Vicente, la de San Millán, la de San Félix in Tutanesio); pero sin descripción artística alguna. Una de las rarezas que presenta la poesía de San Eugenio es su declarada afición a los pormenores realistas; así, en su oda sáfica al verano, (XXX) después de varias estrofas muy limpias y fáciles en estilo noble y elevado, leemos:

           «Musca nunc saevit, piceaque blatta,
       Et culex mordax, olidusque cimex,
       Suetus in nocte vigilare pulex
                    Corpora pungi».

Aquí la transición parece humorística, pero en el Lamentum ya citado la descripción de los males de la vejez está hecha con verdadero lujo y brutalidad de pormenores, que encantarían a cualquier realista moderno. Si el delicado y gracioso Carmen de Philomela fuera obra de San Eugenio, de lo cual dudan muchos, habría que confesar que su talento era singularmente variado y flexible. Cítale San Ildefonso (De Viris illustribus, XIV) como reformador del canto eclesiástico: «Cantus pessimis usibus vitiatos meladiae cognitione correxit».

Entre los fenómenos literarios más notables de la época visigoda, hay que contar la tentativa de San Julián para restaurar las formas de la historia clásica y oratoria, y la literatura íntima, personal y mística del abad del Bierzo San Valerio, a quien puede considerarse como un romántico de la época visigoda (tomo XVI de la España Sagrada). Véanse especialmente las visiones de Máximo, Bonello y Baldario, olvidadas por los que han tratado de los precursores de Dante. San Valerio es para mí el único verdadero poeta de la España visigoda, aunque escribió siempre en prosa.

La existencia de cantos populares en la Península durante la dominación visigoda puede inferirse, con mayor certeza que de los textos, de las Etimologías, del canon 23 del Concilio Toledano III, que prohibe las ballematiae, saltationes y cánticos torpes en las iglesias: «Exterminanda omnino est irreligiosa consuetudo quam vulgus per sanctorum solemnitates agere consuevit, ut populi qui debent officia divina attendere, saltationibus et turpibus invigilent canticis, non solum sibi nocentes sed religiosorum officiis perstrepentes.» También San Isidoro (Regula Monachorum, cap. V, núm. 5) nos habla de canciones de artesanos: «Si enim saeculares opifices inter ipsos labores amatoria turpia cantare non desinunt, atque ita ora sua in cantibus et fabulis implicant, ut ab opere manus non substrahant, quanto magis servi Christi qui sic manibus operari debent ut semper laudem Dei in ore habeant, et linguis ejus psalmis et hymnis inserviant?»

El uso de la poesía licenciosa en los convites, conforme a la costumbre de los romanos del Imperio, está atestiguado por aquel célebre texto de San Valerio. (Ordo querimoniae) en que traza la semblanza del presbítero Justo. «Qui pro nulla alia electione ad hunc pervenit honorem, nisi quia per ipsam multifariae dementiae temeritatem, propter joci hilaritatem, luxuriae petulantis diversam adsumpsit scurrilitatem, atque musicae comparationis lirae mulcente perducitur arte. Per quam multorum domorum convivia voraci percurrente lascivia, cantilenae modulamine plerumque psallendi adeptus est celebritatis melodiam». (Opuscula. 33.) Cuáles eran sus danzas y pantomimas lo declara después el Santo: «Vulgari ritu in obscena Theatricae luxuriae vertigine rotabatur, dum circumductis huc illucque brachiis, alio in loco lascivos conglobans pedes, vestigiis ludibricantibus circuens tripudio compositis et tremulis gressibus subsiliens, nefaria cantilena mortiferae ballematiae dira carmina canens, diabolicae pestis exercebat luxuriam».

 


[p. 325]. [1] . «Non matrem virginitatis deserit «decus,» non virginem maternus impedit partus: at virginem nobilitat foetus, et matrem habet pudor virgineus.

»Sicque matris et virginis nomina nullis dissociata sunt casibus, nullis impedita difficultatibus, nullis laesa proventibus nullis dubia rebus. Indiscreta utraque, inseparabilia utraque, indissecabile totum.

.............................................................................................................................................

Ita maternam virgo accipit veritatem. Ita virginis gloria transit in genitricem».

( SS. Patrum Toletanorum Opera: Madrid, 1782, pág. 115).

El tratado De Itinere Deserti del mismo Santo, está lleno de alegorías y similitudes de plantas, piedras y pájaros, que fueron muy utilizados por los místicos posteriores.

[p. 325]. [2] . Es curioso el catálogo de las lecturas eclesiásticas y profanas de Teodulfo que hace él mismo en el Carmen: De libris quos legere solebat, et qualiter fabulae poetarum a philosophis mysticae pertractentur:

       «Namque ego suetus eram hos libros legisse frequenter
           Extitit ille mihi nocte dieque labor.
       Saepe et Gregorium, Augustinum perlego saepe,
           Et dicta Hilarii, seu tua, papa Leo.          

Hiernoymum, Ambrosium, Isidorum, fulvo ore Joannem,
           Inclyte seu martyr te, Cipriane Pater.
       Sive alios quorum describere nomina longum est,
           Quos bene doctrinae vexit ad alta decus.
       Legimus el crebro gentilia scripta sophorum,
           Rebus qui in variis eminuere satis.
       Cura decens patrum nec erat postrema piorum,
           Quorum sunt subter nomina scripta vide.
       Sedulius, Rutilus, Paulinus, Arator, Avitus,
           Et Fortunatus, tuque Iuvence tonans,
       Diversoque potens prudenter promere plura
           Metro, o Prudenti, noster et ipse parens.
       Et modo Pompeium *, modo te, Donate, legebam,
           Et modo Virgilium, te modo, Naso loquax.
       ................................................................................
       Falsa poetarum stylus affert, vera sophorum,
       Falsa horum in verum vertere saepe solent.
        ................................................................................
       Verum ut fallatur, mendacia milla patescunt,
           Firmiter hoc stricto pristina forma redit».
        ................................................................................

*. Trogo Pompeyo, compendiado por Justino.

[p. 326]. [1] . Cito por la ed. de Sirmond Opera Varia , tomo II, 1696, reproducida en el tomo CV de la Patrología Latina, de Migne:

       «Fingitur alatus, nudus, puer esse Cupido,
           Ferre arcum et pharetram, toxica, tela, facem.
       Quod levis, atatus, quod aperto est crimine, nudus,
           Solertique caret quod ratione puer.
       Mens prava in phraretra, insidiae signantur in arcu,
           Tela prius virus, fax tuus ardor, amor.
        ...............................................................................
       Decipere est promptus, semperque nocere paratus,
           Daemonis est quoniam vis, opus, usus ei».

(Recuérdese la descripción del demon platónico en el Simposio ).

[p. 327]. [1] . Es el Carmen, II, del libro IV.:

       «Discus erat tereti formatus imagine mundi,
           Arboris unius quem decorabat opus.
       Hujus grammatica ingens in radice sedebat,
           Gignere eam semet seu retinere monens.
       Omnis ab hac ideo procedere cernitur arbos,
           Ars quia proferri hac sine nulla valet.
       Hujus laeva tenet flagrum, seu dextra machaeram,
           Pigros hoc ut agat, radat ut haec vitia.
       Et quia primatum sapientia gestat ubique,
           Compserat illius hinc diadema caput.
       Et quia te sensus bonus, aut opinatio gignit,
           Ambae hic assistunt celsa sophia tibi.
       Arboris illius recto de stipite rami,
           Undique consurgunt e regione sibi.
       Dexter Rhetoricam habet, et Dialectica temet.
           Virtutes laevus quatuor atque gerit.
       Rhetorica atque foro dextram protensa sedebat,
           Turritae atque urbis fabrica stabat ei.
       Iura quod eloquio peragit civilia magno,
           Litibus et populi dedere frena solet.
       Corporis arx alas revehit, caput atque leonis,
           Fecerat artificis quae bene docta manus.
       Verborum levitas alis, virtusque leonis,
           In capite eloquii congrua signa dabant.
       Sic capite et pedibus gestans caducifer alas,
           In verbis cursum signat inesse levem.
        Haud procul hinc sedit sensus Dialectica mater:
           Illa videbatur stans, erat ista, sedens.
       Par quibus in sensu, dispar in pluribus actus,
           Stando quod illa boat, ista sedendo legit.
       Illa tumultifluas sedes petit, ista remotas,
           Illa forum jugiter appetit, ista stylum.
       Oribus illa modum componit, moribus ista.
           Illaque fons verbis, sensibus ista manet.
       Laeva caput monstrat, corpus tamen occulis anguis,
           Dum nil dextra tenet quis petit illa petat.
       Quae proponit et assumit, concludit acute.
           Incautum ut solers mox petat angue suo.
       Haec vera a falsis studio discernere magno,
           Aestuat, et veri scit reperire viam.
       Hoc Logica, ast alio consederat Ethica ramo:
           Haec ratione viget, moribus illa probis».
        .......................................................................

( Carminum, lib. IV, 2).

Hauréau hace notar que Teodulfo se aparta en dos cosas de la distribución de las siete artes generalmente admitida: pone la Etica a continuación de la Dialéctica, y sustituye la Aritmética con la Física.

Son muy notables y generosos los esfuerzos que hizo Teodulfo para difundir la cultura literaria en su diócesis de Orleans. El capítulo XX de sus Capitulares ordena a los clérigos establecer escuelas públicas y gratuitas en todos los pueblos grandes o pequeños: «Presbyteri per villas et vicos, scholas habeant, et si quilibet fidelium suos parvulos ad discendas litteras eis commendare vult, eos suscipere et docere non renuant, sed cum summa charitate eos doceant, attendentes illud quod scriptum est: «Qui autem docti fuerint fulgebunt quasi splendor firmamenti; et qui ad justitiam erudiunt multos, fulgebunt quasi stellae in perpetuas aeternitates. ( Den., XII, 3). Cum ergo eos docent, nihil ab eis pretii pro hac re exigant, nec aliquid ab eis accipiant, excepto quod eis parentes charitatis studio sua voluntate obtulerint».

Advierte oportunamente Hauréau que la carta de Carlomagno recomendando a los clérigos la enseñanza de la gramática y de las letras es del año 787, y que si Teodulfo no parece haber sido el que primero concibió la idea de esta medida, a lo menos fué de los Prelados que pusieron más ardor en su cumplimiento, organizando las escuelas claustrales de Saint-Aignan, de Fleury, de Saint-Lifard y de Meung, luego tan famosas, y mencionadas ya en el artículo 19 de las Capitulares: «Siquis ex presbyteris voluerit nepotem suum, aut aliquem consanguineum ad scholam mittere, in ecclesia Sanctae Crucis, aut in monasterio Sancti Aniani, aut Sancti Benedicti, aut Sancti Lifardi, aut in caeteris de his coenobiis quae nobis ad regendum consessa sunt, ei licentiam id faciendi concedimus».

Teodulfo tuvo por principal colaborador en su campaña contra la ignorancia a Wulfino de Orleans, que, al parecer, dirigió la escuela de aquella ciudad. Este gramático y sus discípulos enviaban a Teodulfo sus ensayos poéticos y Teodulfo se los agradece, y los estimula en un carmen muy gracioso, que es el XIII del libro II, «Cur modo carmina non scribat».

       «Carmina saepe mihi, fratres, pergrata tulistis:
            Et nunc quae fertis, credite, valde placent.
       His detector enim, vestri studiumque laboris
             Conlaudo, et moneo vos potiora sequi.
       Crescitis in melius, nobis hinc gaudia crescunt:
           Ut magis atque magis id faciatis amo.
       Qui ex facili pridem poteram depromere versus,
           Aestuo, nec condo ut volo dulce melos.
       Quaretis hoc, quando novus hic successit habendus
           Usus, nostram Erato qui reticere facit.
       Sunt mihi nunc lachrymis potius deflenda piacla,
           Carmine (a) quam lyrico nempe boanda pede.
       Non amor ipse meus Christus mea carmina quaeret,
           Sed mage commissi grandia lucra gregis.
       Pro quo, proque meis orare erratibus opto.
           Carmina ni pangam, crimina nulla gero.
       Ludite vos, pueri, metrica sat lusimus arte:
           Prima quae cupitis iam mihi parta manent.
       Discite sic, fratres, docti ut possitis haberi,
           Et fieri socii civibus aethereis.
       En veneranda piis tanti solemnia festi,
           Nos modo non multum versificare sinunt.
       His itaque praemisis, festum hoc celebremus ovantes,
           Aptius edendi carmina tempus erit.
        .............................................................................
       Nam, Wulfine, tibi debentur praemia laudis
            Cujus ab amne fluunt metria docta bene».
        ..............................................................................

 (a) Otros leen culmina

 

[p. 329]. [1] .     «Quo terrae in speciem perstabat pulchra virago,
       Quae puerum lactat, fruge replet calathum.
       Turritumque caput, magni et sinuaminis anguem,
       Inque manu clavem, cymbala, et arma vehens.
       Hac coram galli, pecudes, torvique leones,
       Submissi stabant, sella et inanis erat.
       Mobilis huic magni suberat vertigo vehicli,
       Atque rotae teretis circulus ibat ei.
       Haec puerum lactat, quoniam nascentia pascit,
       Tellurisque fovet cuncta creata simul.
       In calathis fruges, magnas in turribus urbes,
       Agricolae ingenium signat in angue vafrum.
        .........................................................................
       Hoc opus ut fieret Theodulphus episcopus egi,
           Et duplici officio rite vigere dedi».
       ..........................................................................

( Theodulphi Aurelianensis Episcopi Carmina, lib. IV, Carmen III. Patrol. Lat. de Migne, tomo CV, pág. 336, col. II).

La afición de Teodulfo a los objetos de arte debía de ser tan conocida en su tiempo, que en su famosa Paraenesis ad judices, cuadro interesantísimo de costumbres judiciales y administrativas del siglo VIII, vemos que entre los muchos regalos con que vanamente pretendían los litigantes cohecharle cuando fue de missus dominicus a la Galia Narbonense, figuraba en primer término un vaso magnífico lleno de antiguas figuras y bajo-relieves, que Teodulfo describe con extraordinario lujo de detalles, como si sus aficiones de inteligente coleccionista mantuviesen todavía ruda batalla contra su inflexible conciencia de juez. El pasaje es curiosísimo para la arqueología artística y debe transcribirse íntegro:

       «Clam nostrum quidam submissa voce ministrum,
           Evocat, ista sonat verba sonanda mihi:
       Est mihi vas aliquod signis insigne vetustis,
           Cui pura et vena, et non leve pondus inest.
       Quo caelata patent scelerum vestigia Caci,
           Tabo et stipitibus ora soluta virum.
       Ferrati scopuli, variae seu signa rapinae,
           Humano et pecudum sanguine tactus ager.
       Quo furor Herculeus Vulcanidis ossa retundit,
           Ille fero patrios ructat ab ore focos.
       Quove genu stomachum, seu calcibus ilia rumpit,
           Fumifluum clava guttur et ora quatit.
       Illic rupe cava videas procedere tauros,
           Et pavitare iterum post sua terga trahi.
       Hoc in parte cava, planus cui circulus ore est,
           Nec nimium latus, signa minuta gerens.
       Perculit ut geminos infans Tyrinthius angues,
           Ordine sunt etiam gesta notata decem.
       At pars exterior crebro usu rasa politur,
           Effigiesque perit attenuata vetus.
       Quo Alcides Calydonque amnis, Nessusque diformis
           Certant pro specie Dejanira tua.
       Inlita Nessaeo feralis sanguine vestis
           Cernitur, et miseri fata pavenda Lychae.
       Perdit et Anthaeus dura inter brachia vitam,
           Qui solito sterni more vetatur humo.
       Hoc ego sum domino (dominum me forte vocabat)
            Laturus, votis si favet ille meis».
       ........................................................................

Como se ve, el vaso representaba en su interior la muerte de Caco, y en los bajos-relieves los otros once trabajos de Hércules. Otros litigantes le ofrecen telas de diversos colores y de procedencia oriental, pieles de Córdoba, copas nieladas, etc.

       «Alter ait: mihi sunt vario fucata colore
           Pallia, quae misit, ut puto, torvus Arabs.
       ........................................................................
       Splendorem spectes, junctamque coloribus artem,
           Utque rotis magnis juncta sit arte minor.
       ........................................................................
       Pocula promittit quidam se pulchra daturum,
           Si modo quae poscit non sibi danda darem:
       Interiusque aurum, exterius nigredo decorat.
           Cum color argenti sulphure tactus abit.
       ........................................................................
       Iste tuo dictas de nomine Corduba pelles,
           Hic niveas, alter protrahit inde rubras».
       ........................................................................
                         (Carmina. Lib. I. Col. 286 y sig.)

Como se ve, el interés de la Paraenesis de Teodulfo para la historia del arte y de las industrias artísticas en época de que no abundan los documentos, no es quizá inferior a la que tiene bajo el aspecto jurídico, como lo ha puesto en claro el estudio de Monod, Les Moeurs judiciaires au VIII siècle d'après la «Paraenesis ad Iudices» de Théodulf ( Mélanges Renier: París, 1888, páginas 193 a 215).

Este sentido de las artes plásticas, rarísimo en tiempo de Teodulfo, es uno de los rasgos más curiosos de su original fisonomía. «Si algunas incorrecciones gramaticales (dice Hauréau) no denunciasen el origen bárbaro de Teodulfo, parecería un contemporáneo de Ausonio, un discípulo de los últimos retóricos, un verdadero romano. La descripción del vaso y la descripción de la estatua de la Tierra, muestran hasta qué punto había adquirido el sentimiento de la forma antigua, y con qué gusto, vigor y delicadeza llegó a imitarla.»

Su magnificencia igualó a su gusto, y quedó perpetuada en soberbias construcciones, como la iglesia de Germiny, edificada sobre el modelo de la de Aquisgram; en suntuosos altares, como el de Saint-Aignan, y en códices bíblicos de los más preciosos y opulentos, exornados de iniciales áureas y de brillantes iluminaciones. Uno de estos códices existe todavía en la Biblioteca municipal de Puy. Al frente hay una larga composición de Teodulfo, enumerando y describiendo los sagrados libros y aconsejando su lectura:

         «Quidquid ab Hebraeo stilus Atticus atque Latinus
           Sumpsit, in hoc totum codice, lector, habes.
       ........................................................................
                                            (Carm. Lib. II, 1. Col. 299.)
       Quidquid in ingenuis mundana discitur arte
           Artibus, hic currit liberiore via.
       Quod ratione viget, vel quidquid amatur in illis,
           Hoc a fonte meat, hujus ab amne fluit.
       ........................................................................
                                                           (Ibid. Col. 303)
       Fortibus est panis, pusillis lacteus humor,
           Hos solidis dapibus, has ope lactis alit».
       ........................................................................
                                                                             (Ibid.)

En todos sus códices acostumbraba a poner Teodulfo versos preliminares de esta clase:

       «Codicis hujus opeus struxit Theodulphus amore
           Illius, hic cujus lex benedicta tonat.
       Nam foris hoc gemmis, auro splendescit et ostro,
           Splendidiore tamen intus honore micat».
       ........................................................................
                                        (Carm. Lib. II, 2. Col. 307.)

Los más curiosos son sin duda los que escribió al frente del Salterio que regaló a su hija Gisla o Gisela (lib. III, Car. IV. Col. 326). Son versos llenos de delicadeza y de ternura doméstica:

       «Gisla, favente Deo, venerabile suscipe donum,
           Quod tibi Theodulfus dat pater ecce tuus.
       Nam tibi Psalterium praecepi scribere istud,
           Argento atque auro quod radiare vides.
       ........................................................................
       Organum hoc in gremio, modulamina mente teneto,
           Hoc plectro, his sistris sit tua plena manus.
       Hoc te dulce melos recreet, haec tympana plecte,
           Haec sonet harpa tibi, perstrepat ista lyra.
       Hoc modo cantando, modo pertractando recurre,
           Quo mage divinus hinc tibi crescat amor.
       Assidue si ores, tibi sit si lectio crebra,
           Ipsa Deo loqueris, et Deus ipse tibi.
       Sit tibi larga manus, mores compti, actio prudens,
           Unde creatori rite placere queas.
       Sit lanae studium, sit cura domestica semper,
           Mens tua quo famulos mulceat atque virum».
       ........................................................................

Sobre las Biblias de Teodulfo hay un estudio de Delisle en el tomo XL de la Bibliothèque de 1'Ecole des chartes, 1879.

La índole de nuestra obra no nos permite insistir más en las condiciones poéticas de este ingenio español, asombrosas para su tiempo. Hay que haber leído su descripción de la corte de Carlomagno (III, Car. I), para comprender hasta dónde llegaba la fuerza de su imaginación y la valentía de su pincel.

La cuestión de la patria española de Teodulfo, muy controvertida hasta nuestros días, ha sido afirmativamente resuelta por los dos críticos que con más extensión y acierto han tratado de sus versos, Barthélemy Hauréau en sus Singularités Historiques et Littéraires (páginas 37 a 99), y Ebert (Histoire Générale de la littérature au Moyen-A ge tomo II de la traducción francesa, páginas 81 a 97).

Existen además sobre Teodulfo varias tesis: de Baunard, Théodulphe, évèque d'Orleans (París, 1860); de Rzehulka, Theodulf, Bischof von Orleans (Breslau, 1875); de Lierch, Die Gedichte Theodulf von Orleans (Halle, 1880).


[p. 333]. [1] . La tradición literaria de los tiempos hispano-visigóticos fué conservada también por los mozárabes de Córdoba. Recordando Alvaro Cordobés los tiempos de su adolescencia y de la de San Eulogio, cuando ambos cursaban las aulas del abad Spera-in-Deo, habla de los versos rítmicos que uno y otro componían: «Et ritmicis versibus nos laudibus mulcebamus. Et hoc erat exercitium nobis melle suavius, favis iucundius...» (2). San Eulogio no abandonó nunca el cultivo de la poesía, aunque no han llegado a nosotros sus versos. Durante su primera cautividad se entretuvo en hacerlos métricos, lo cual pasó por una novedad, y prueba que ya entonces estaba perdida u olvidada en España la noción clásica de la cuantidad de las sílabas: «Ibi metricos, quos adhuc nesciebant sapientes Hispaniae, pedes perfectissime docuit, nobisque post egressionem suam ostendit» (4) . De la varia cultura de San Eulogio, bien confirmada por sus escritos, habla con entusiasmo el mismo Alvaro (8): «Quae enim illi non patuere volumina? Quae potuerunt eum latere ingenia Catholicorum, Philosophorum, haereticorum, necnon et Gentilium?... Ubi versus, quorum ille ignoraret, canora? Ubi hymni, vel peregrina opuscula, quae eius non percurreret pulcherrimus oculus? Quotidie enim nova et egregie admiranda quasi a ruderibus et fosis effodiens, thesauros elucidabat invisos». De su viaje a Navarra (in Pampilonensium territorium ultra progrediens) trajo varios códices de autores clásicos que habían caído ya en olvido entre los mozárabes y que produjeron una especie de renacimiento. «In quibus locis multa volumina librorum reperien, abstrusa et pene a multis remota, huc remeans, suo nobis regresu adduxit... Inde secum librum Civitatis Beatissimi Augustini, et Æneidos Virgilii, sive Iuvenalis metricos itidem libros, atque Flacci Satyrata poemata, seu Porphirii depicta opuscula vel Adhelelmi epigrammatum opera, necnon et Avieni fabulas metricas, et Hymonorum Catholicorum fulgida carmina..., non privatim sibi, sed communiter studiosissimis inquisitoribus reportavit». (9).

En las obras del mismo Eulogio y en las de Alvaro quedan indudables testimonios de los progresos que iba haciendo la infiltración de la cultura semítica en el pueblo latino-cristiano, a pesar de los heroicos y prodigiosos esfuerzos de los confesores y de los mártires. El conocimiento de la lengua árabe era cada día más vulgar, como lo prueban las mismas biografías del Memoriale Sanctorum de San Eulogio. Del exceptor Isaac dice que era peritus et doctus lingua Arabica; de Aurelio repite que sus parientes le obligaron a educarse en la literatura arábiga, «arabica erudiendus litteratura.» De Emila y Hieremias, «uterque Arabico insigniter praepollebat eloquio.» ( Patrum Toletanorum Opera, tomo II). Pero el texto más importante y decisivo en esta materia, sobre todo bajo el aspecto literario, es sin duda aquel del Indiculo Luminoso de Alvaro Cordobés, tantas veces alegado, en que se reprende a la juventud cristiana por buscar ansiosamente la pompa de los vocablos caldeos y componer versos en lengua arábiga, ligados por la repetición de las consonantes finales: «Et dum eorum versibus et fabellis mille suis (milesiis? delectamus... et dum illorum sacramenta inquirimus, et Philosophorum, imo Philocomporum a [a . Parece inferirse de este pasaje que ya en el siglo IX existían sectas filosóficas entre los musulmanes.] sectas scire, non pro ipsorum convincendis erroribus, sed pro elegantia leporis et locutione luculenter diserta, neglectis sanctis lectionibus congregamus... Quis rogo hodie solers in nostris fidelibus laicis invenitur, qui Scripturis Sacris intentus b [b. Inventus dice el texto de Flórez, pero el sentido parece que exige intentus .], volumina quorumcumque Doctorum latine conscripta respiciat? Quis evangelico, quis prophetico, quis Apostolico ustus tenetur amore? Nonne omnes juvenes christiani vultu decori, linguae disserti, habitu gestuque conspicui, gentilicia eruditione praeclari, Arabico eloquio sublimati, volumina chaldaeorum avidissime tractant, intentissime legunt, ardentissime disserunt, et ingenti studio congregantes, lata, constrictaque lingua laudando divulgant... Heu, pro dolor! linguam suam nesciunt Christiani; et linguam propriam non advertunt Latini, ita ut omni Christi collegio vix inveniatur unus in milleno hominum numero, qui salutatorias fratri possit rationabiliter dirigere litteras. Et reperitur absque numero multiplex turba, qui erudite caldaicas verborum explicet pompas. Ita ut metrice eruditiori ab ipsis gentibus carmine et sublimiori pulchritudine, finales, clausulas unius litterae coarctatione decorent, et juxta quod linguae ipsius requirit idioma, quae omnes vocales apices commata claudit et cola, rhitmice, imo ut ipsis competit, metrice universi alphabeti litterae per varias dictiones plurimas variantes uno fine constringuntur, vel simili apice». ( España Sag., tomo XI, páginas 273-75). Las últimas frases parecen aludir a los poemas abecedarios, tan comunes entre los orientales.

Contra esta invasión del arabismo, aun en el pueblo fiel, atestiguada también por hechos tales como las traducciones de la Sagrada Escritura y de la colección canónica, el calendario del obispo Recemundo, etc. (aunque, a la verdad, posteriores casi todas a esta fecha), fué una protesta viva la literatura de los Padres de Córdoba. Es evidente que Alvaro, llevado de su genio hiperbólico y de las necesidades de la polémica, exageró un poco el mal que lamentaba. Sus mismas obras, las de San Eulogio, las de Samsón, Leovigildo y Cipriano, prueban cuán recia y duramente resistió a su extinción la cultura latino-eclesiástica. A ello contribuyó la existencia de escuelas como la del abad Spera-in-Deo, organizadas evidentemente conforme al tipo visigótico. Estas escuelas no eran puramente clericales; lo prueba la existencia de un escritor lego tan fecundo y original como Alvaro. Hasta puede sospecharse que la clase literaria de los gramáticos no había desaparecido, y que a ella pertenecía aquel Juan Hispalense, a quien Alvaro dirigió tantas cartas, defendiendo contra él que los varones santos y apostólicos no se habían guiado por el arte de Donato, sino por la simplicidad de Cristo («non verborum compositionibus deservire, sed sensuum veritate gaudere, nec per artem Donati, sed per simplicitatem currere Christi».) El mismo Alvaro le pinta como hombre dedicado especialmente a la Retórica y a la Dialéctica: «Numquod deest tibi Rhetorum faceta facundia, aut dialecticorum quam ego novi spineta contorta? Ubi est liberale illud ingenium quasi tecum congenitum litterarum? Exciderunt tibi Philosophorum praecepta et a mente elapsa est tot tantaque artium quae te excoluit disciplina» (Ep. II). La polémica entre Juan Hispalense y Alvaro parece la de un clásico y un romántico. Alvaro maldice el arte de Donato, porque quiere que la literatura cristiana «auctoritate quadam initatur viribus propriis». (Ep. IV). De aquí su odio contra los retóricos: «Rhetorici verbosi superflui aerem vento repleverunt inani». (Ep. V).

Esa disciplina gramatical de Donato se conservó largo tiempo entre los mozárabes. El P. Burriel nos da razón de un códice de la Biblioteca Toledana escrito el año 1000, que contiene las obras de Donato y Prisciano en latín, pero con algunos escolios arábigos. En la misma forma se nos presenta un códice escurialense de las Etimologías de San Isidoro. Sobre éste y otros puntos importantísimos, y especialmente sobre la influencia ejercida por la civilización y lengua de los mozárabes en el pueblo mahometano, debe leerse la introducción que ha puesto D. Francisco X. Simonet a su monumental Glosario de las voces ibéricas y latinas usadas entre los mozárabes. (Madrid, 1889). Acerca de la literatura de los Padres Cordobeses, puede consultarse, aunque con ciertas precauciones, el notable libro del conde de Baudissin, Eulogius und Alvar. Ein Abschnitte Span. Kirchengeschichte aus der Zeit der Maurenherrschaft (Leipzig, 1872). Existe también una tesis de doctorado De Schola Cordubae christiana sub gentis Ommiaditorum imperio (París, 1858); su autor, Mons-Bourret, obispo de Rodez, autor también del libro titulado L'Ecole de Seville sous la monarchie des Visigoths (París, 1855).

En medio de su aversión a la Gramática y a la Retórica, no dejaba Alvaro de ser uno de los escritores más retóricos que pueden imaginarse, y uno de los tipos más señalados de cierto gongorismo altisonante, que no es raro en los Padres visigóticos, pero que llegó a los mayores extremos, así entre los cristianos libres como entre los sometidos, en los primeros siglos de la Reconquista. Trozos hay de Alvaro en que los grecismos extravagantes y las frases sonoras y vacías llegan a hacer impenetrable el sentido. Véase el principio de la epístola IV «Engloge emperie vestrae sumentes, eufrasia, imo energiae percurrentes epitoma, jucunda, facta est anima, dum vel sere dilecti meruit cognoscere commoda.

Es de suponer que aquel abad Spera-in-Deo, del cual tan magnífico elogio hace el mismo Alvaro, diciendo de él que «totius Baeticae fines prudentiae rivulis dulcorabat (Vita Eul. I) enseñaba a sus discípulos alguna cosa mejor que esta impertinente fraseología. La prueba es que los escritos de San Eulogio, llenos a veces de majestuosa y viril elocuencia y de un gran poder afectivo, están casi libres de esta gárrula ampulosidad, y lo están también algunas páginas del mismo Alvaro, especialmente en la biografía de su amigo: y otras del abad Samsón en su polémica contra Hostegesis. Este último hasta manifiesta gran cuidado de la pureza clásica, y se ríe de los solecismos de Hostegesis: «O admiranda eloquentia! O expavenda, ut de aliis modo taceam, verborum pompa!... Miramini, miramini, obsecro, omnes viri periti, qui scholastica verba nostis pensare, in hujus dictis auctoris linguae novellae, ubi ista didicit? De Tulliano ea, an Ciceronico fonte libarit?,... Si latinus sermo, o baburre! hoc recipere non recusaret, si Romana facundia caperet, si urbanum labium fari posse monstraret... Nam, crede mihi, quia hae ignorantiae tenebrae abolentur quandoque, et adhuc reddetur Hispaniae notitia artis grammaticae, et tunc omnnibus apparebit quantis erroribus subjaceas ipse, qui hodie a brutis hominibus putaris litteras nosse...» (Lib. II, cap. VIII.) Luego hay un texto de Virgilio: Qui Bavium non odit...

En los versos de Alvaro, del arcipreste Cipriano y de los demás poetas mozárabes se ve declarada tendencia a imitar a los poetas de la época visigoda: el Carmen de Philomela de Alvaro reproduce hasta hemistiquios enteros del atribuído a San Eugenio; los versos puestos al frente de la Biblia que mandó copiar un cierto presbítero Leovigildo, tienen reminiscencias evidentes de los dísticos de San Isidoro a los libros de su Biblioteca (Sunt hic plura sacra...) En el restablecimiento del arte métrica olvidada por los mozárabes, parece haber tenido mucha importancia la Epístola ad Arcicium de Adhelmo, que contiene una especie de introducción a la prosodia latina, y en la cual están intercalados aquellos epigramas (más bien enigmas ) que San Eulogio trajo de Navarra. San Adhelmo fué un Obispo anglo-sajón del siglo VII, y el Arcicio a quien está dedicada su arte métrica es el rey Alfredo de Northumberland. Los enigmas, que son ciento, los da el autor como ejemplos de versificación, que confirman la teoría y constituyen una «métrica en acción» al modo de las fábulas literarias de nuestro Iriarte. (Vid. Ebert, I, 661 y 662).

La exuberancia de color, el áspero fanatismo, la violencia polémica de Alvaro, en suma, su ardiente temperamento literario, han sido explicados de diversas maneras. Mientras unos (v. gr.: Ebert) le refieren a un doble origen semítico, el de su linaje judaico (que dista mucho de ser indiscutible) y el de la cultura arábiga (que él tan enérgicamente combatía), otros, por el contrario, ven en él un legítimo retoño del genio cordobés, un nieto de Lucano y precursor de Góngora. Pero cordobés era también San Eulogio, y su gusto nos parece mucho más sobrio, aunque no tan clásico como creía Alvaro, cuando en su intemperancia hiperbólica exclamaba a propósito del Memoriale: «In uno enim et parvo, ut videtur, volumine, et lumen inenarrabile profers coeli, et venustatem sermonis non medie repraesentas humani: dum et oratorum florem aspergis rhetoricum, et prorrigis legentibus cibum divinum. Tibi lacteus Livii subditur amnis, tibi dulcis cedet illa saecularis lingua Catonis, fervens quoque Demosthenis ingenium, et dives Ciceronis olim eloqium floridusque Quintilianus. Et dudum praeconatus stylo in rebus perditis et caducis, et labiis aevi rotatu decursis, omnisque mille generibus exculta doctrina, comparata luculentissimo operi, obsoleta est et infecta». (Rescriptum Alvari ad Eulogium.)

Lo más verosímil parece que en Alvaro llegaron a su colmo por diversas circunstancias combinadas (origen, patria, polémica religiosa, genialidad propia) ciertos vicios literarios que estaban en germen en la literatura visigótica, como es de ver en los tratados escritos en forma de colecciones de sinónimos, en las crónicas poéticas y rimadas, etc. Así fué creciendo aquella especie de culteranismo, que tenía similares en otras partes de Europa, v. gr., en la escuela (que casi pudiera llamarse sociedad secreta) del falso Virgilio de Tolosa, con sus doce maneras de latinidad. Su recrudescencia más fuerte, por lo tocante a España, puede fijarse en los últimos años del siglo IX y principios del X. D. Vicente de la Fuente fué el primero en notar este curioso fenómeno literario. ( Historia Eclesiástica de España, 2.ª edición, tomo III, pág. 28 y sigs.) Hay ejemplos verdaderamente extraordinarios. Véase cómo empieza una de sus cartas el abad de Monserrat Cesáreo, Arzobispo intruso de Tarragona: «Sydereo fulgore veluti clari poli luminaria virtutum meritis radianti, florenti ut olore opinione alma, candenti ut lilium pudicitiae cingulo, rubenti ut rosa, prolixa execratione ecclesiasticae ut apparet gaudium jejuniorum vigiliarumque ac obedientiae colla subnitentium, fragranti respersione, odorifera unitate dissociabili pacis, amoris et benignitatis vinculo connexum quorum oratio in alto aethereoque throno penetrat sicut incensum». No es menos pedantesco este encabezamiento de una escritura catalana del siglo X, citada por el P. Villanueva (tomo X); «Annuente divina pietate, cujus olympi hac telluris titanis atque rerum aeriis patrator hujus vibrantissimus numinis celicolae cernere queunt, rutilantiaque protalata palmo concludit matherie». Podrían multiplicarse con poco esfuerzo estos logogrifos, sin más que hojear los tomos de la España Sagrada y del Viaje literario.

Pocos y obscuros datos nos quedan acerca de la enseñanza literaria en los pueblos de la Reconquista antes del siglo XII. El P. Tailhan los ha reunido todos o casi todos en su monografía ya citada. Continuaron las escuelas episcopales y monásticas, y en ellas el estudio de las siete artes liberales divididas en trivium y quadrivium. La Gramática y la Retórica formaron siempre parte del trivium. «In trivio et quadrivio fuit perfectus», es frase usual en las vidas de Santos de este tiempo. De San Rosendo dice su biógrafo: «Litteras ac liberales artes faciliter didicit». Los libros clásicos eran raros, pero no desconocidos, en las bibliotecas de este tiempo. El inventario de la iglesia de Oviedo (año 882) cita una Eneida de Virgilio, cinco sátiras de Juvenal, una Consolación de Boecio, los dísticos atribuídos a Catón, y las obras de varios poetas cristianos, entre ellos Prudencio, Sedulio, San Avito y Draconcio. La de León posee todavía fragmentos de un Salustio, de un Horacio ( Sátiras, lib. II) y del Andria de Terencio, todos al parecer de letra del siglo XII. Vid. Beer y Díaz Jiménez, Códices de León, 1888, pág. 42). La biblioteca de la Abadía de Santa María la Real de Nájera (fundada en 1052) debía de ser rica en obras clásicas, puesto que en 1270 podía prestar a Alfonso el Sabio «quince libros de letra antigua», entre los cuales figuraban dos códices de Donato, la Tebaida de Estacio («Stacio, de Tebas»), un Boecio de Consolatione, un Prudencio, las Heroidas de Ovidio, las Bucólicas de Virgilio, el Sueño de Escipión (con el comento de Macrobio), un Prisciano, etc. Por el mismo tiempo la Abadía de Albelda prestaba al rey Sabio una Farsalia de Lucano y unas Etimologías de San Isidoro. Vid. Eguren, Códices de los Archivos Eclesiásticos de España, 1859, pág. LXIX.) En la iglesia de Roda existía un códice del siglo XII con fragmentos de las Epístolas de Horacio, y otro que contenía las Eglogas y la Eneida de Virgilio. (Villanueva, Viaje literario, XV, 117).

El mismo Villanueva (tomo VIII, pág. 216) publica el índice de los códices que en el siglo XII existían en el Monasterio de Ripoll, entre los cuales figuran Virgilio, Juvenal, Macrobio, Boecio, Donato y Prisciano. En la Biblioteca capitular de Vich se conservan o conservaban otro Virgilio y otro Horacio, al parecer completos, que el P. Villanueva (tomo VI, pág. 80) declara del siglo XI.

No hay, pues, motivo para creer que la tradición literaria fuese cortada nunca, ni entre los cristianos sometidos ni entre los cristianos independientes, durante el áspero y oscuro período que va desde la invasión sarracena hasta el primer Renacimiento, el del siglo XIII. Las formas de la historia visigótica se conservan fielmente en los cronicones de la Reconquista desde el anónimo de Córdoba hasta el Silense, que las ensancha algo. Y aunque la cosecha poética sea extraordinariamente pobre, no habiéndose salvado ni siquiera las producciones de ingenios en su tiempo tan famosos, como el abad de Albelda, Salvo (a quien llama su biógrafo «Vir lingua nitidus et scientia eruditus», añadiendo que sus himnos y oraciones «plurimam cordis compunctionem et magnam suaviloquentiam legentibus audientibusque tribuunt), todavía en las escasas reliquias que poseemos, ya de cantos históricos, ya de himnos religiosos, ya de inscripciones métricas y subscripciones de códices, se ve la tendencia a conservar la antigua disciplina literaria, enriquecida sin duda, especialmente en las regiones próximas al Imperio franco, con los frutos de la cultura latino-eclesiástica del centro de Europa, influencia que transcendió muy eficazmente a las regiones centrales de España, después de la gran crisis que llamamos reforma cluniacense y abolición del rito mozárabe. Los dísticos pedagógicos ad pueros, tomados por Amador de los Ríos de un códice de San Millán de la Cogolla, parecen de origen transpirenaico:

       «Fistula, pange melos puero meditante camena:
       Regia Pipino, fistula, pange melos».
       ...............................................................................

En estos versos se recomienda a los jóvenes la lectura de Virgilio:

       «Pervigil oro legas cecinit quod Musa Maronis:
       Quaeque Sophia docet optime carpe, puer».
       ...............................................................................

La obra poética de este tiempo (siglo XII) más notable por su extensión y más curiosa por la extrañeza de su forma, el todavía inédito libro De Consolatione Rationis de Pedro Compostelano (Ms. de la Biblioteca del Escorial), contiene versos en alabanza de cada una de las artes liberales, que el autor personifica siguiendo las huellas de Boecio y de San Isidoro. Es notable que estos dos autores apenas falten en ninguna biblioteca eclesiástica de aquellos remotos tiempos, abundando también los ejemplares del venerable Beda (el San Isidoro anglo-sajón) y las obras de los poetas cristianos, entre los cuales Sedulio y Arator parecen haber sido los predilectos. No conocemos ningún tratado de retórica ni de poética perteneciente a esos siglos, y probablemente no existió ninguno. Las nociones técnicas seguían aprendiéndose en las Etimologías , y no en Quintiliano, ni menos en Cicerón, de cuyas obras preceptivas no hemos encontrado rastro en esas bibliotecas. Parece inútil advertir que la Retórica y la Poética de Aristóteles fueron completamente ignoradas hasta el siglo XIII en todo el Occidente. De Aristóteles, por mucho tiempo no se conoció más que la parte lógica, y ésta incompleta; es decir, los tratados que interpretó Boecio. Aun éstos eran raros en España. Los poseía, sin embargo, el Monasterio de Ripoll, en cuyo índice (siglo XII) figuran las Categorías y la Perihermeneia, acompañada, como siempre, de la Iságoge de Porfirio.

El estudio de las bibliotecas de la primera Edad Media, muy incompleto aún, a pesar de los bien intencionados esfuerzos de Eguren y de los admirables resultados del P. Tailhan (que es lástima que limitase su trabajo a Asturias, León, Castilla y Portugal), puede servir de muy seguro indicio para conocer el fondo científico de aquellas remotas y obscuras edades. Es lástima que muchos de nuestros antiguos eruditos, que llegaron a ver monumentos preciosos de esta clase, hoy perdidos, los hayan descrito con tanta negligencia. ¿Qué sería, por ejemplo, un ms. del siglo XII con fragmentos de Homero, que el Padre Villanueva ( Viaje Literario, tomo XV, pág, 71) dice haber visto en la iglesia de Roda? Un Homero latino del siglo XII, aunque sólo contuviese las periochas o sumarios de los cantos, sería siempre una verdadera curiosidad, y lo sería aun en el caso muy probable de que no fuese Homero, sino el falso Dictys o el falso Dares. También nos habla Villanueva en el mismo lugar de un breve comentario incógnito a las Comedias de Terencio. Con estos misteriosos modos de describir, usados por la antigua bibliografía, todo resulta verdaderamente incógnito .