Buscar: en esta colección | en esta obra
Obras completas de Menéndez... > HISTORIA DE LAS IDEAS... > I : HASTA FINES DEL SIGLO XV > ADVERTENCIA PRELIMINAR A LA PRIMERA EDICIÓN

Datos del fragmento

Texto

Con este volumen doy comienzo a la publicación de un largo y árido trabajo, de índole puramente analítica y expositiva. Para que nadie busque en él lo que yo no he querido poner, ni se asombre tampoco de encontrar cosas que por el título no esperaría, diré en breves palabras cuál ha sido mi objeto y mi plan.

Ante todo, advertiré que este libro ofrece poco o ningún interés para los meros aficionados. No es libro de estilo, sino de investigación; y como la materia estaba virgen, todo lo he sacrificado al empeño de dar claridad a las doctrinas que expongo. El hacer frases sobre autores y libros, desconocidos en gran parte para mí mismo hasta que empecé a escribir sobre ellos, me parecería un pecado de ligereza imperdonable. Por esta vez renuncio gustoso a deleitar, y me contento con traer a la historia de la ciencia algunos datos nuevos.

De la fidelidad de estos datos es de lo que respondo. No he retrocedido ante ninguna lectura, por árida que pareciese, y tengo mi orgullo en afirmar que hay páginas de esta obra que me han costado el estudio de volúmenes enteros, sólo para descubrir en ellos alguna idea útil acerca de la belleza o del arte.

No hay que decir que muchas veces, y aun tratándose de obras muy alabadas por los críticos, mi esperanza ha resultado completamente vana, y mi tiempo perdido. Pero ni siquiera en estos casos me he desalentado, y, bueno o malo, afirmativo o negativo, consigno siempre con sinceridad de impresión el resultado de mis [p. 4] lecturas. Añadiré otra cosa para mayor autoridad de esta historia, y es que, con leves excepciones, está compuesta toda sobre libros propios, quiero decir, sobre libros que he recogido y poseo. Permítaseme esta satisfacción de bibliófilo, que es al mismo tiempo nueva garantía de que no me he aprovechado de datos ajenos ni de trabajos de segunda mano, por excelentes que sean. Así, aun en este tomo, que es de todas las partes de la obra la que menos curiosidad bibliográfica ofrece, se hallarán extractos no vulgares de la Poética de Averroes, del Autodidacto de Tofáil, etcétera, al paso que sólo he acudido al libro, por otra parte tan docto y apreciable, de Munk, para las cosas que únicamente en él son accesibles, verbigracia, el Régimen del Solitario de Avempace, y la Fuente de la vida de Gabirol, que he cotejado (aunque en el texto no lo digo) con dos diversos códices latinos, uno de París y otro de Sevilla. Estos accidentes, por otra parte de poca importancia, se citan sólo para dar muestra de la minuciosidad con que he procedido en una labor que no aspira a otro mérito que al de ser exacta y honrada.

Este trabajo tiene un triple carácter. En primer lugar, si se le considera aisladamente, es lo que su título indica, es decir, la historia, o (si este título parece ambicioso) una colección de materiales para escribir la historia de la ciencia de la belleza en general y más especialmente de la belleza artística, entre nosotros. Como esta ciencia es una de las derivaciones o ramas secundarias de la filosofía sin perjuicio de su independencia y valor propio, puede considerarse también, a lo menos en parte, como un capítulo de la historia de la filosofía en nuestra Península; historia que está todavía por escribir, y que escribiré algún día, si la vida me alcanza para completar el círculo de mis trabajos, y si no mueren éstos ahogados por el general escarnio o la general indiferencia, que en nuestro país persiguen a todo trabajo serio, de los que aquí se denigran con el nombre, sin duda infamante, de erudición.

Es al mismo tiempo esta obra una como introducción general a la historia de la literatura española, que es obligación mía escribir para uso de mis discípulos. Han pasado los tiempos en que era lícito tejer la historia de la literatura por método exclusivamente cronológico, o atendiendo sólo al desarrollo más externo de las formas artísticas, así como tampoco bastan meras generalidades [p. 5] históricas o sociales para explicar la aparición del hecho literario. Detrás de cada hecho, o más bien, en el fondo del hecho mismo, hay una idea estética, y a veces una teoría o una doctrina completa de la cual el artista se da cuenta o no, pero que impera y rige en su concepción de un modo eficaz y realísimo. Esta doctrina, aunque el poeta no la razone, puede y debe razonarla y justificarla el crítico, buscando su raíz y fundamento, no sólo en el arranque espontáneo y en la intuición soberana del artista, sino en el ambiente intelectual que respira, en las ideas de cuya savia vive, y en el influjo de las escuelas filosóficas de su tiempo.

Infiérese de aquí (y hemos llegado al principal propósito de nuestro libro) que paralelamente a la historia del arte, ya se le considere en general, ya en su desarrollo dentro de cada siglo y de cada raza, va marchando la historia de la Estética, influyendo de una manera recíproca los preceptos en los modelos y los modelos en los preceptos, ampliando el arte sus formas para albergar concepciones cada día más vastas y sintéticas, y ensanchando la ciencia sus moldes para dar entrada y explicación a las nuevas formas que el arte incesantemente crea. No admitimos, pues, que se dé arte alguno sin cierto género de teoría estética, explícita o implícita, manifiesta o latente; ni en el rigor de los términos confesaremos jamás que pueda crearse ninguna obra propiamente artística, por mera espontaneidad, con ausencia de toda reflexión, como si trabajase sólo una fuerza inconsciente y fatal. El arte, como toda obra humana digna de este nombre, es obra reflexiva; sólo que la reflexión del poeta es cosa muy distinta de la reflexión del crítico y del filósofo.

De aquí que al crítico y al historiador literario toque investigar y fijar, estén escritos o no, los cánones que han presidido al arte literario de cada época, deduciéndolos, cuando no pueda de las obras de los preceptistas, de las mismas obras de arte, y llevando siempre de frente el estudio de las unas y el de las otras. Pero entiéndase siempre que estos cánones no son cosa relativa y transitoria, mudable de nación a nación y de siglo a siglo, aunque en los accidentes lo parezcan, sino que, en lo que tienen de verdadero y profundo, se apoyan en fundamentos matemáticos e inquebrantables, a lo menos para mí, que tengo todavía la debilidad de creer en la Metafísica.

[p. 6] Pero noto que, sin querer, me voy dejando llevar a la exposición de mis ideas particulares, que también irán en esta obra, pero no ciertamente interrumpiendo el curso de la exposición, en que casi siempre dejaré la palabra a los autores mismos, único medio de que las preocupaciones individuales no ofusquen la doctrina ajena; sino en el último lugar, que es el que les corresponde, y ordenadas en forma de epílogo. Mezclarlas con la exposición de las ajenas, daría a la obra un carácter de polémica impertinente, sobre todo tratándose de siglos en que las cuestiones se planteaban y discutían de un modo tan diverso del que ahora usamos. Aunque nuestra ciencia sea substancialmente la misma de Platón y de Aristóteles, a nadie se le ocurre en los tiempos que corremos hacer una apología o una diatriba en favor o en contra de Aristóteles y de Platón. Se los expone, procurando entenderlos, y es mucho más seguro.

Hay, pues, una gran parte de esta obra, casi todo lo anterior a Kant, en que he seguido el método histórico, único que por su sabia serenidad conviene a cosas ya tan lejanas. De allí en adelante la exposición tiene que tomar forzosamente carácter más animado y más crítico, y resolverse, al fin, en ideas propias. Todo lo demás sería combatir con fantasmas.

A nadie asombre que aparezcan aquí tan antiguos los orígenes de una ciencia tenida en la común opinión por modernísima, como que su nombre actual sólo se remonta a la mitad del siglo XVIII, en que aparecieron los trabajos de Baumgarten. Pero si bien se mira, sólo el nombre de Estética es moderno: la ciencia ha existido (aunque a la verdad en estado rudimentario) desde que hay arte en el mundo. Y añadiré una observación que parece paradójica, y no lo es; a saber: que la Estética es al mismo tiempo una de las ciencias más antiguas, y una de las ciencias más modernas y más atrasadas todavía. Sólo una obra de genio ha producido, quiero decir, la Estética de Hegel, y aun en ella, ¡cuántos vacíos, errores y obscuridades! ¡Cuánto de arbitrario y casuístico! ¡Cuánto tránsito de nociones extrañas al arte y que violentamente se introducen en su dominio!

La Estética, tal como generalmente se la considera, abarca tres partes. Llámase la primera Metafísica de lo bello, y es la que ha sido cultivada desde más antiguo, aunque no tanto por los [p. 7] hombres de arte como por los filósofos, que tienen razón en encarecer su importancia (evidente para quien no profese un vulgar positivismo); pero no la tienen para encastillarse en los principios generalísimos y aplicarlos luego violentamente a la práctica artística, que en absoluto ignoran o desconocen, y a la cual, no obstante, pretenden imponer dirección y reglas, en nombre de la belleza absoluta e increada. Estas vanas y pedantescas pretensiones, enunciadas gravemente por hombres, no ya incapaces de coger en la mano un cincel o de medir un exámetro, sino absolutamente negados para sentir la emoción que una obra de arte produce, han contribuído mucho, no hay que negarlo, al descrédito de ésta ciencia entre los artistas, que generalmente se ríen de estos estéticos de Ateneo o de Seminario, con la misma razón que tuvo Aníbal para reírse de aquel filósofo griego que venía a enseñarle el arte de la guerra. Y, sin embargo, no aciertan los artistas en burlarse de la ciencia misma, que no tiene la culpa de la sandez de sus cultivadores, ni de que éstos tengan el gusto tan perverso y estragado, ni de que se hayan dedicado a discurrir sobre el arte, en vez de consagrarse a la teología o a la economía política.

Este olvido y desdén en que los artistas tienen la Estética influye desventajosamente en los artistas mismos, que, faltos de ideal, se abandonan a un empirismo rutinario, y caen fácilmente en la manera o en el industrialismo, o envilecen su arte en asuntos triviales, o se entregan a una facilidad desmayada, o crean un mundo falso y reproducen formas anticuadas; vicios todos contra los cuales previene con tiempo una teoría sólida, que para no estar en el aire y tener consistencia científica y valor universal, ha de descender forzosamente de la Metafísica estética, es decir, del estudio de lo bello y de su idea.

Pero nada adelantaría la ciencia, y todavía menos luz sacaría el arte, si se encerrase siempre el estético en región tan aérea y nebulosa como es la de las ideas puras, y satisfecho con la consideración de lo bello ontológico, olvidase lo bello en la naturaleza y lo bello en el arte. De aquí dos nuevas partes de la ciencia, que se conocen con los nombres de Física estética y de Filosofía del arte. Puede decirse que el primero de estos estudios anda en mantillas, aun en la misma escuela hegeliana, que es positivamente de todas [p. 8] las modernas la que más ha contribuído a ensanchar el campo de la Estética. Hegel mismo trata esta parte muy por cima, y sólo en Vischer comienza a tener importancia. No así la Filosofía del arte, que es conocida desde la más remota antigüedad, y produjo ya un verdadero monumento en la Poética de Aristóteles. De todas las divisiones de la Estética, esta parte, que designaremos con el nombre de Filosofía técnica, o simplemente técnica, es la más adelantada. No sólo abraza el sistema y clasificación de las artes, sino además la técnica particular, que se subdivide en tantos capítulos como artes.

Para ser completo nuestro estudio, comprenderá, pues:

   1.º Las disquisiciones metafísicas de los filósofos españoles acerca de la belleza y su idea.

   2.º Lo que especularon los místicos acerca de la belleza en Dios, considerándola principalmente como objeto amable, de donde resulta que no podemos separar siempre en ellos la doctrina de la belleza de la doctrina del amor, que llamaremos, siguiendo a León Hebreo, Philographia, y que, rigurosamente hablando, corresponde a la filosofía de la voluntad, y no a la del entendimiento ni a la de la sensibilidad, que son las facultades que principalmente intervienen en la contemplación y estimación o juicio de lo bello.

   3.º Las indicaciones acerca del arte en general, esparcidas en nuestros filósofos y en otros autores de muy desemejante índole.

   4.º Todo lo que contienen de propiamente estético, y no de mecánico y práctico, los tratados de cada una de las artes, verbigracia, las Poéticas y las Retóricas, los libros de música, de pintura y de arquitectura, etc., etc.

   5.º Las ideas que los artistas mismos, y principalmente los artistas literarios, han profesado acerca de su arte, exponiéndolas en los prólogos o en el cuerpo mismo de sus libros.

De tan desemejantes orígenes proceden las ideas cuya historia ensayamos en este libro. Y puesto que ni él ni otro alguno de los míos tiende a presentar a España como nación cerrada e impenetrable al movimiento intelectual del mundo, sino, antes bien, aprobar que en todas épocas, y con más o menos gloria, pero siempre con esfuerzos generosos y dignos de estudio y gratitud, hemos llevado nuestra piedra al edificio de la ciencia universal, he creído necesario mostrar el enlace estrecho que nuestra cultura estética [p. 9] tiene con las ideas que sobre la misma materia han dominado en cada uno de los períodos de la historia general de la filosofía. Por eso el primer período, cuya historia publico, lleva una larga introducción sobre las doctrinas estéticas entre los antiguos griegos y latinos, y entre los filósofos cristianos. Quizá resulten demasiado extensos tales prolegómenos; pero los tengo por indispensables, y puedo decir que he excluído de ellos cuidadosamente todo lo que es de pura curiosidad, o lo que no ha influído directamente en España. Ostentar erudición en tal materia, fuera cosa fácil; pero yo he tratado más bien de disimular la poca que tengo, y de hacer, sobre todo, un libro útil.


       Julio de 1883.

Notas