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Obras completas de Menéndez... > ANTOLOGÍA DE LOS POETAS... > II : PARTE PRIMERA : LA... > CAPÍTULO XIX.—JORGE MANRIQUE.—SU VIDA Y SUS OBRAS.—LAS «COPLAS POR LA MUERTE DE SU PADRE».—SU CALIFICACIÓN LITERARIA; HASTA QUÉ PUNTO SON ORIGINALES; LUGARES COMUNES QUE EN ELLAS SE ENCUENTRAN; SU RELACIÓN CON LOS «CONSEJOS A DIEGO ARIAS DE ÁVILA», DE GÓM

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Texto

Si hay en la literatura del siglo XV un nombre y una composición que hayan resistido a todo cambio de gusto y vivan en la memoria de doctos e indoctos, son sin duda el nombre de Jorge Manrique y las Coplas que compuso a la muerte de su padre. Explicar y razonar esta universal celebridad, ha de ser nuestro principal objeto en este capítulo, pero no podemos menos de apuntar antes los principales hechos de la brevísima vida de su autor, valiéndonos para ello de las noticias que recogió con su acostumbrada puntualidad y diligencia D. Luis de Salazar y Castro en su Historia de la Casa de Lara (lib. X, cap. XV).

Jorge Manrique, señor de Belmontejo, cuarto hijo del Conde de Paredes D. Rodrigo y de su primera mujer doña Mencía de Figueroa, nació probablemente en la villa de Paredes de Nava, cabeza del señorío de su padre, por los años de 1440. Abrió los ojos a la vida en medio de las discordias civiles, y ni un momento dejaron de acompañarle durante su breve peregrinación por este mundo. Partidario, como todos los de su casa, del Infante D. [p. 380] Alonso, a quien llamaban Rey, recibió de él, entre otras mercedes, las tercias de Villafruela y otros lugares de Campos, siete lanzas de la corona y con ellas 14000 maravedises de acostamiento, y por último la encomienda de Montizón en la orden de Santiago. Como tal Comendador favoresció maravillosamente (según dice el traductor castellano de la Crónica de Alonso de Palencia) la parte de D. Álvaro de Estúñiga su primo, en los bandos que traía sobre el priorato de San Juan con D. Juan de Valenzuela, a quien derrotó y puso en huida nuestro D. Jorge cerca de Ajofrín, con muerte o prisión de muchos de los suyos, recuperando para el de Estúñiga el priorato de que había querido desposeerle D. Enrique IV.

En 1474 concurría en Uclés a la elección de Maestre de Santiago que algunos caballeros de aquella milicia hicieron en favor del Conde su padre, y obtenía a su vez uno de los trecenazgos de la orden. Con tal dignidad, y mostrándose siempre acérrimo partidario de la Reina Católica, defendió en 1475 contra el Marqués de Villena el campo de Calatrava, y en 1476 sostuvo con su padre el asedio de la fortaleza de Uclés contra las fuerzas reunidas del mismo D. Juan Pacheco y del Arzobispo de Toledo don Alonso Carrillo, molestando a los contrarios con bravas escaramuzas que acabaron por hacerles levantar el campo, quedando el castillo a merced del Maestre.

Como capitán de una compañía de hombres de armas de Castilla, tuvo a su cargo en 1478, juntamente con Pedro Ruiz de Alarcón, señor de Valverde, la campaña contra el Marqués de Villena, que desde sus fortalezas de Chinchilla, Belmonte, Alarcón y Garci-Muñoz, proseguía desafiando el poder real. Aquella mezquina lucha había de ser funesta para nuestro poeta. Los encuentros con la gente del Marqués eran casi diarios; y en uno de ellos, según la narración de Pulgar, «el capitán D. Jorge Manrique se metió con tanta osadía entre los enemigos, que por no ser visto de los suyos para que fuera socorrido, le firieron de muchos golpes, y murió peleando cerca de las puertas del Castillo de Garci-Muñoz, donde acaesció aquella pelea.» El P. Mariana confunde este encuentro con otro anterior, en que Jorge Manrique fué desbaratado por Pedro de Baeza en el Cañabate, tomándole la cabalgada que llevaba de la Motilla. Pero el testimonio de [p. 381] Pulgar, que es contemporáneo, debe prevalecer sobre cualquier otro en lo que toca al sitio de la batalla, y a la muerte de Jorge Manrique en la pelea misma, y no después de ella y a consecuencia de las heridas, como dan a entender Garibay y Zurita.

Fué llevado el cuerpo de D. Jorge a la iglesia vieja del Convento de Uclés, donde todavía en tiempo de Garibay se veían su sepultura y las de un hermano y un hijo suyo, en fila, cubiertas de piedras negras. Dice Rades de Andrada que al revestirlo de paños mortuorios le hallaron en el seno unas coplas que comenzaba a hacer «contra el mundo». Estas coplas, no impresas, que yo sepa, hasta el Cancionero general de Sevilla de 1537, son dos nada más, y su pensamiento capital es el mismo que domina en su célebre elegía, cuya íntima, aunque resignada tristeza, parece un presagio de la negra fortuna que amenazaba la cabeza de su autor, y que iba a tronchar en tan breve tiempo tantas esperanzas:


       ¡Oh mundo! pues que nos matas,
       Fuera la vida que distes
           Toda vida;
       Mas según acá nos tratas,
       Lo mejor y menos triste
           Es la partida
       De tu vida, tan cubierta
       De tristezas y dolores
           Muy poblada;
       De los bienes tan desierta,
       De placeres y dulzores
           Despojada.
       Es tu comienzo lloroso;
       Tu salida siempre amarga
           Y nunca buena,
       Lo de en medio trabajoso,
       Y a quien das vida más larga
           Le das pena.
       Assí los bienes muriendo
       Y con sudor se procuran,
           Y los das;
       Los males vienen corriendo;
       Después de venidos, duran
           Mucho más. [1]

[p. 382] El triste fin de Jorge Manrique tuvo eco no solamente en la historia, sino también en la poesía, aunque no en la popular, como se ha dicho. Un pedestre versificador del siglo XVI, Alonso [p. 383] de Fuentes, en su Libro de los cuarenta cantos (1550), le dedicó un romance que, como casi todos los suyos, no es más que pura prosa imperfectamente rimada. En él, además de la muerte de [p. 384] D. Jorge, se cuenta la venganza que de ella tomaron los capitanes del Rey haciendo ahorcar seis prisioneros, y la abnegación de un hermano que quiso morir por otro. Lo que propiamente se refiere al poeta no son más que los primeros versos del romance, estrictamente ajustados a la narración de Pulgar:


       En armas está Villena
       Con todo su marquesado:
       Por fronteros tiene puestos
       Dos caballeros preciados:
       Uno don Jorge Manrique,
       Por sus obras muy nombrado;
       Pedro Ruiz de Alarcón
       El segundo era llamado,
       Con muy fuerte guarnición
       De gente de pie y caballo;
       Por lo cual todos los días
       Éstos corrían el campo,
       Y los contrarios salían,
       Que estaban bien aprestados,
       Y por esto había continos
       Rencuentros muy señalados.
        [p. 385] Acaso sucedió un día,
       En uno muy porfiado,
       Cerca de Garci-Muñoz,
       Castillo de los contrarios,
       Que pretendiese don Jorge
       Mostrarse muy esforzado,
       Y metióse entre la gente
       Reciamente peleando
       Hasta llegar a la puerta
       Del castillo que he nombrado;
       Y por falta de socorro
       Fué de la gente cercado,
       Y al fin con grandes heridas
       Fué de la vida privado,
       Y por ser tal caballero
       Fué por todos muy llorado...

Las poesías menores de Jorge Manrique son muy poco numerosas, y no han sido coleccionadas nunca. [1] Apreciables todas por [p. 386] la elegancia y limpieza de la versificación, no tienen nada que substancialmente las distinga de los infinitos versos eróticos que son el fondo principal de los Cancioneros, y que más que a la [p. 387] historia de la poesía, interesan a la historia de las costumbres y del trato cortesano. Sin la curiosidad que las presta el nombre de su autor, apenas habría quien reparase en ellas. Pero aunque [p. 388] no pasen de una discreta medianía, se dejan leer sin fastidio, y algo se deduce de ellas que para la biografía de su autor importa. Acreditan, por ejemplo, su ternura conyugal algunos de estos versos de amores que presentan en forma de acróstico en las primeras letras de cada copla el nombre y apellidos de su legítima mujer doña Guiomar de Castañeda, Ayala, Silva y Meneses. Otras composiciones de sencillo artificio alegórico, como la Profesión que hizo en la Orden de Amor, la Escala de Amor y el Castillo de Amor, muestran en el galante trovador al caballero, al Trece de Santiago, al belicoso hijo del Maestre D. Rodrigo, continuamente ocupado en cercos de fortalezas y trances de armas, cuyas imágenes, presentes de continuo a su espíritu, tenían que reflejarse, sin afectación alguna, hasta en sus coplas de amores. Cuando leemos, por ejemplo, las gallardas estrofas del Castillo de amor:


       La fortaleza nombrada
       Está en los altos alcores
           De una cuesta
       Sobre una peña tajada,
       Maciza toda d'amores,
           Muy bien puesta.
       ........................
        [p. 389] El muro tiene d'amor,
       Las almenas de lealtad;
           La barrera,
       Cual nunca tuvo amador
       Ni menos la voluntad
           De tal manera.
       .........................
       En la torre de homenaje
       Está puesto toda ora
           Un estandarte,
       Que muestra por vasallaje
       El nombre de una señora
           A cada parte...

no nos parece estar en presencia de un castillo alegórico, sino ver flotar la bandera del Comendador de Montizón sobre las torres de su encomienda.

En alguna de estas piezas fugitivas se nota también una sencillez de expresión muy agradable, que contrasta con la general sutileza y alambicamiento de la escuela a que el autor pertenecía. Así, por ejemplo, el final de los versos que compuso a su amiga porque le besó estando dormido, como la Reina de Francia a Alain Chartier:


       ¡Quien durmiendo tanto gana,
       Nunca debe despertar!

Algunas de estas esparsas, canciones y motes se popularizaron mucho y fueron glosados por otros trovadores, tales como Pinar y Mosén Gazull. Todavía en nuestros tiempos el Duque de Rivas abrió su bello y simpático drama de la Morisca de Alajuar con una redondilla de Jorge Manrique ligeramente alterada:


       No tenga fe ni esperanza
       Quien no estuviere en presencia,
       Pues son olvido y mudanza
       Las condiciones de ausencia.

No sin sorpresa se ven figurar en el corto bagaje literario de un poeta tan pulcro y delicado como Jorge Manrique, algunos versos de burlas, que son a la verdad los más inofensivos del Cancionero en que se hallan, pero que no se recomiendan mucho ni por [p. 390] el gracejo ni por la cortesía. Disuena, por ejemplo, ver al autor de las graves y filosóficas meditaciones sobre la muerte, disponiendo el convite burlesco para su madrastra [1] o invectivando a una vieja borracha que tenía empeñado su brial en la taberna.

Es forzoso decirlo: las llamadas por justa excelencia Coplas de Jorge Manrique, aparecen como un fenómeno aislado entre las obras poéticas que llevan su nombre, a no ser que se quiera acrecentar su número con otras dos composiciones («contra la desordenada codicia», y «sobre la desorden del mundo»), que en edición muy tardía del Cancionero general se estamparon, y que a juzgar por las rúbricas del mismo Cancionero, que las trae inmediatamente después de la adición que Rodrigo Osorio hizo a las dos coplas «que hallaron a D. Jorge Manrique en el seno cuando le mataron», parece que más bien han de atribuirse a este otro poeta leonés, imitador nada infeliz del nuestro así en los pensamientos como en el estilo, pero siempre con la flojedad que a la imitación demasiado servil acompaña; verbigracia:


       Qu'estos bienes de fortuna,
       Este negro tuyo y mío,
       Tras quien va nuestro albedrío,
       Son assí como rocío,
       O como agua de laguna
       En el tiempo del estío...

Dando, pues, de mano, ya a estas repeticiones, de dudosa autenticidad, ya a otros versos de poca monta que nada interesarían sin el nombre de su autor, fijemos exclusivamente la atención en aquella poesía que inmortalizó el nombre de Jorge Manrique juntamente con el de su padre, y que ha sido siempre, aun a los ojos de los críticos más severos con las producciones de la Edad Media, «el trozo de poesía más regular y más puramente escrito de aquel tiempo». [2]

Generalmente se designa esta composición con el nombre de [p. 391] elegía, [1] y ante todo habría que entenderse sobre este nombre. Y la cuestión no es tan fútil como a primera vista pudiera parecer a los que tienen injustificada aversión a las antiguas clasificaciones retóricas, puesto que de la solución que se la dé resultarán en gran parte determinados el carácter propio y sustantivo y la mayor excelencia y belleza de estas coplas, que arrancando del dolor individual, se levantan a la consideración del dolor humano en toda su amplitud y trascendencia. Por lo cual juzgamos que Quintana, tan cuerdo y atinado por lo común en sus juicios literarios, no acertó del todo en la censura de esta pieza, que parece haber mirado con cierto desvío. Y por lo mismo que la autoridad crítica de este gran poeta, que era a la vez consumado humanista, debe ser respetada por todo el mundo, y lo es de un modo especial por nosotros, que al emprender una tarea semejante a la suya hemos tenido más frecuente ocasión de reconocer los aciertos de su buen gusto, conviene insistir sobre este parecer suyo, que es uno de los pocos que la posteridad no ha confirmado.

«Al ver el título de esta obra (dice Quintana), se esperan los sentimientos y la intención de una elegía, tal como el fallecimiento de un padre debía inspirar a su hijo. Pero las coplas de J. Manrique son una declamación, o más bien un sermón funeral sobre la nada de las cosas del mundo, sobre el desprecio de la vida y sobre el poderío de la muerte.»

Coplas de Jorge Manrique por la muerte de su padre se titulan, en efecto, desde las más antiguas ediciones; y no puede negarse [p. 392] que cumplen con su título, puesto que de las cuarenta y tres coplas, que son el total de la composición, diez y siete se contraen al elogio fúnebre del Maestre; como puede verse, no en la mutilada edición de Quintana, [1] ni en las muchas que servilmente le han copiado, pero sí en todas las antiguas y en la muy estimable de 1779. Quintana, no sé si por esforzar su razonamiento, o por una deficiencia de gusto, impropia de tal varón, suprimió todas esas estrofas, que son precisamente las que contienen los sentimientos de dolor filial que el crítico echa de menos, y que Jorge Manrique expresa allí, no con sensibilidad afeminada, impropia de su raza y de su tiempo, sino con entusiasmo viril y austero, que Quintana debía haber comprendido mejor que nadie, reconociendo en él algunos rasgos de su propia musa:


       No dexó grandes tesoros,
       Ni alcanzó grandes riquezas,
           Ni vaxillas;
       Mas hizo guerra a los moros,
       Ganando sus fortalezas
           Y sus villas
       ...........................
       Y sus villas y sus tierras,
       Ocupadas de tiranos
           Las halló;
       Y por cercos y por guerras
       por obras de sus manos
           Las cobró.
       Después que puso la vida
       Tantas vezes por su ley
           Al tablero;
       Después de tan bien seruida
       La corona de su rey
           Verdadero;
       Después de tanta fazaña
       A que no puede bastar
           Cuenta çierta,
       En la su villa de Ocaña
       Vino la muerte a llamar
           A su puerta.
        [p. 393] ...........................
       El biuir que es perdurable,
       No se gana con estados
           Mundanales;
       Ni con vida delectable,
        En que moran los pecados
           Infernales.
       Mas los buenos religiosos
       Gánanlo con oraçiones
           Y con lloros:
       Los caballeros famosos,
       Con trabajos y aflicciones
           Contra moros.

Se dirá que esto es un himno, un canto de triunfo y no una elegía; y puede que tengan razón los que lo digan. La nota elegíaca pura rarísima vez suena en la poesía castellana, y aun puede decirse que en toda la literatura española, salvo la de Portugal. No entraré a discutir si esto es superioridad o inferioridad de la raza: lo cierto es que somos poco sentimentales, y aun si se quiere duros y secos. Ni aquel género de sentimiento que parece que va envuelto en la misma sensación física y que en algún modo la depura y realza; ni aquella otra aspiración inefable que se pierde en vagos ensueños y cavilaciones para acabar las más veces por sensibilizar lo espiritual en vez de espiritualizar lo sensible, tienen cuna ni progenie en España. Ni la musa de Tibulo y Propercio, ni mucho menos la de Lamartine, son las nuestras. Aquí la llama de amor viva la han tenido los místicos: el sublime amor de Dios ha triunfado en nuestro arte de todos los amores terrenos, y la expresión del dolor individual ha parecido pequeña cosa ante el misterio de la muerte. Si por sentimiento elegíaco se entiende tan sólo el que personalmente aflige al poeta, secundario es sin duda en las coplas de Jorge Manrique; pero la misma sobriedad con que el autor hirió esta cuerda; aquella especie de pudor filosófico y señoril con que reprime sus lágrimas y anega su propio dolor en el dolor humano («sunt lachrymae rerum») , ¿no es quizá la mayor belleza de la composición? ¿No pertenece a un género superior de elegía? ¿No es lo que da eternidad a estas coplas y las convierte en un doctrinal de cristiana filosofía? ¿Qué es lo que más se admira en las Oraciones fúnebres de Bossuet, cuyo [p. 394] recuerdo es imposible evitar aquí: el rendimiento póstumo del cortesano, más o menos deslumbrado por las grandezas de sus señores, o las lecciones del obispo enfrente de las tumbas entreabiertas?

Digno, dignísimo era de cualquier lamentación elegíaca, y principalmente de la de su hijo, en cuyo corazón debió de dejar tan gran soledad con su ausencia, aquel Maestre D. Rodrigo Manrique, vencedor en veinticuatro batallas, y para cuyo panegírico no es menester acudir a las cuarenta páginas en folio en que el historiador de la casa de Lara recopiló sus altos hechos, bastando para el caso con la breve y elegante semblanza que en sus Claros varones le dedica Hernando del Pulgar, y de la cual conviene trasladar algunos rasgos, como necesaria ilustración histórica de los versos de su hijo:

«D. Rodrigo Manrique, Conde de Paredes e Maestre de Santiago, fijo segundo de Pedro Manrique, Adelantado mayor del reino de León, fué hombre de mediana estatura, bien proporcionado en la compostura de sus miembros; los cabellos tenía rojos, e la nariz un poco larga... En los actos que facía en su menor edad, paresció ser inclinado al oficio de la Caballería. Tomó hábito e orden de Santiago, e fué Comendador de Segura, que es cercana a la tierra de los moros; y estando por frontero en aquella su encomienda, fizo muchas entradas en la tierra de los moros... Este varón gozó de dos singulares virtudes: de la prudencia, conosciendo los tiempos, los lugares, las personas e las otras cosas que en la guerra conviene que sepa el buen capitán. Fué asimesmo dotado de la virtud de la fortaleza; no por aquelas vías en que se muestran fuertes los que fingida e no verdaderamente lo son; mas así por su buena composición natural, como por los muchos actos que fizo en el exercicio de las armas, asentó tan perfectamente en su ánimo el hábito de la fortaleza, que se deleytaba cuando le ocurría lugar en que la debiese exercitar. Esperaba con buen esfuerzo los peligros, e acometía las fazabas con grande osadía, e ningún trabajo de guerra a él ni a los suyas era nuevo. Preciábase mucho que sus criados fuesen dispuestos para las armas. Su plática con ellos era la manera del defender e del ofender al enemigo, e ni se decía ni facía en su casa acto ninguno de nobleza, enemiga del oficio de las armas. Quería [p. 395] que todos los de su compañía fuesen escogidos para aquel exercicio, e no convenía a ninguno dexar en su casa si en él fuese conoscido punto de cobardía: e si alguno venía a ella que no fuese dispuesto para el uso de las armas, el grand exercicio que avía e veía en los otros, le facía hábile e diestro en ellas. En las batallas, e muchos encuentros que ovo con Moros e con Christianos, este Caballero fué el que mostrando grand esfuerzo a los suyos, fería primero en los contrarios: e las gentes de su compaña, visto el esfuerzo de este su capitán, todos lo seguían e cobraban osadía de pelear. Tenía tan grand conoscimiento de las cosas del campo, e proveíalas en tal manera, que donde fué él principal capitán, nunca puso su gente en lugar do se oviese de retraer: porque volver las espaldas al enemigo era tan ageno de su ánimo, que elegía antes rescibir la muerte peleando que salvar la vida huyendo... En el reyno de Granada, el nombre de Rodrigo Manrique fué mucho tiempo a los moros gran terror... Venció más con el esfuerzo de su ánimo que con el número de su gente...Toda la mayor parte de su vida trabajó en guerras y en fechos de armas. Fablaba muy bien, e deleytábase en recontar los casos que le acaescían en las guerras. Usaba de tanta liberalidad, que no bastaba su renta a sus gastos; ni le bastara si muy grandes rentas e tesoros toviera, según la continuación que tovo en las guerras. Era varón de altos pensamientos, e inclinado a cometer grandes e peligrosas fazañas, e no podía sufrir cosa que le paresciese no sufridera, e desta condición se le siguieron grandes peligros e molestias.»

Tal fué el héroe que con su muerte dió ocasión a la más bella poesía del Parnaso Castellano de la Edad Media. Y decimos ocasión y no argumento, porque como advierte discretamente uno de sus glosadores en el siglo XVI. [1] «la vida y muerte del Maestre está referida a otro fin más principal, que es el menosprecio de las cosas desta vida, caducas y breves, el amor de las celestiales, firmes y para siempre duraderas. Aplica a este propósito, qué es el mundo y la vida humana, qué son los deleytes y placeres: pinta las honras, hermosura, fuerzas, riquezas, estados, nobleza [p. 396] y todos los demás bienes, así de naturaleza como de fortuna, coligiendo estar subjetos a la mudanza y fin de las cosas. Todo esto debuxado con evidentes comparaciones y exemplos de Reyes y Grandes Señores... En dibuxar el discurso de nuestra vida y todas las más cosas con tanta brevedad y tan descubierta demostración, parece cierto haber excedido muy mucho al retablo de la vida humana, que hizo aquel excelente varón Cebes. ¿Qué diré de las figuras y exornaciones, que como piedras preciosas resplandecen en todas las coplas? ¿Qué del género de troba tan conforme a la materia y tan suave?»

Pero esta poesía tan unánimemente admirada, este amplio y majestuoso desarrollo de los grandes y eternamente eficaces lugares comunes sobre la muerte, ¿hasta qué punto puede ser considerada como original? La cuestión es más compleja de lo que a primera vista se imaginaría, y no es de las que pueden resolverse fácilmente y con una sola palabra. Es claro que la originalidad no puede referirse aquí al fondo de la composición, que por ser tan verdadero y tan universal y tan humano, no es de los que pertenecen a ningún autor particular. Que las grandezas mundanas son caducas y frágiles, que la muerte iguala a grandes y pequeños, que la vida corre tan aprisa como un sueño, son verdades inconcusas, que están al alcance de todo el mundo, y que sólo pueden valer en poesía por la manera de decirlas y por la intensidad de sentimiento con que se digan. Se trata aquí puramente de la forma artística, tomada en su acepción más lata, esto es, abarcando el plan de la composición, el encadenamiento de las sentencias, y las imágenes y los colores con que el poeta ha acertado a revestir estos conceptos elementales de filosofía moral. Lo que importa es precisar hasta qué punto fué original Jorge Manrique en cada uno de estos particulares.

Ante todo, comencemos por descartar una brillante paradoja que con su grande ingenio y autoridad quiso acreditar D. Juan Valera al traducir bellísimamente la obra de Schack sobre la poesía de los árabes andaluces. Tratando, pues, de la elegía que Abul-Beka, poeta rondeño, compuso en tiempo de San Fernando y de D. Jaime el Conquistador para deplorar la pérdida de Córdoba y Sevilla, Valencia y Murcia, el señor Valera advierte tal semejanza entre muchos rasgos y pensamientos de esta composición y las [p. 397] coplas de Jorge Manrique, que en su sentir no puede ser esto mera coincidencia. Traduce, pues, la elegía de Abul-Beka en el propio metro manriqueño, para hacer resaltar más la semejanza, y resueltamente afirma que «Jorge Manrique hubo de conocer los versos del poeta arábigo».

La coincidencia es realmente pasmosa, sobre todo si se lee la elegía de Abul-Beka en los hermosos versos en que la interpreta el señor Valera; porque en otras traducciones en prosa más literal, [1] la semejanza parece más remota. Hay que descontar, por supuesto, lo mucho que contribuye a la ilusión el empleo de un mismo metro, y la opinión previa del traductor, que, sin querer, se ha visto impulsado a acentuar aquellos pasos en que las dos elegías se parecen más;


       Cuanto sube hasta la cima,
       Desciende pronto abatido
           Al profundo.
       ¡Ay de aquel que en algo estima
       El bien caduco y mentido
           De este mundo!
       En todo terreno ser
       Sólo permanece y dura
           El mudar.
       Lo que hoy es dicha o placer,
       Será mañana amargura
           Y pesar.
       Es la vida transitoria,
       Un caminar sin reposo
           Al olvido;
       Plazo breve a toda gloria
       Tiene el tiempo presuroso
           Concedido.
       ¿Con sus cortes tan lucidas
       Del Yemen los claros reyes
           Dónde están?
       ¿En dónde los Sasanidas,
       Que dieron tan sabias leyes
           Al Irán?
       ¿Los tesoros hacinados
        [p. 398] Por Karún el orgulloso
       Dónde han ido?
       ¿De Ad y Temud afamados
       El imperio poderoso
       Do se ha hundido?
        ............................
       Y los imperios pasaron
       Cual una imagen ligera
       En el sueño
       De Cosroes se allanaron
       Los alcázares, do era
       De Asia dueño.
       Desdeñado y sin corona
       Cayó el soberbio Darío
       Muerto en tierra.
       ¿A quién la muerte perdona?
       ¿Del tiempo el andar impío
       Qué no aterra?...

El resto de esta elegía, como inspirada por muy diverso motivo que las Coplas, difiere bastante; pero todavía se repite el movimiento interrogativo, que es tan característico de Jorge Manrique:


       ¿Qué es de Valencia y sus puertos?
       ¿Y Murcia y Játiva hermosas,
       y Jaén?

A pesar de lo deslumbradora que puede parecer esta confrontación, creemos firmemente que se trata de una semejanza casual. El hecho de la imitación de una poesía arábiga artística por un poeta castellano de fin del siglo XV, es en sí mismo tan inverosímil, contradice de tal suerte todo lo que sabemos del desarrollo de nuestra lírica, que sólo podría admitirse en el caso de suponer que sólo en la elegía de Abul-Beka pudo encontrar Jorge Manrique los pensamientos y formas de expresión en que uno y otro poeta coinciden. Pues bien; puede demostrarse matemáticamente que no hay en toda la composición de Jorge Manrique idea, sentencia, imagen o giro que no procedan de las fuentes más naturales de su inspiración, de los libros que todo el mundo leía en el siglo XV, de la Escritura, de los Santos Padres, de los moralistas y poetas clásicos, y de los trovadores castellanos, entre los cuales el que más inmediatamente sirvió de modelo a Jorge Manrique fué su [p. 399] propio tío don Gómez. No necesitó, por consiguiente, buscar fuera de su casa lo que dentro de ella tenía en tanta abundancia.

Y comenzando por las reminiscencias de la Biblia (sin pretender apurarlas), no hay duda que un versículo del Eclesiastes (VII, II): «Ne dicas: quid putas causae est quod et priora tempora meliora fuere quam nunc sunt?» es el original de aquellos sabio versos:


       ...Cómo, a nuestro paresçer,
       Qualquiera tiempo passado
       Fué mejor.

De Isaías (XLIII, 18) procede este otro pensamiento:


       No curemos de saber
       Lo de aquel tienpo passado
       Qué fué dello.

« Ne memineritis priorum, et antiqua ne intueamini.»

La famosa interrogación, sobre la cual volveremos luego, esta ya en Baruch (III, 16-20). [1]

Nuestro poeta no sólo aparece versado en la lección de las Sagradas Escrituras, sino también en la de los Santos Padres, aún de algunos muy poco cursados; a lo menos en nuestros tiempos. Cuando escribía, por ejemplo:


       Si fuese en nuestro poder
       Tornar la cara fermosa
           Corporal,
       Como podemos fazer
       El ánima gloriosa
           Angelical,
       ¡Qué diligencia tan viva
       Tuviéramos toda hora
           Y tan presta!...

tenía a la vista sin género de duda, este lugar de un cierto tratado de vita contemplativa atribuido a San Próspero de Aquitania. «Quanta ope ad ea quae ad corporis speciem spectant et ad molestias deformitatemque tollendas totis nisibus anhelaremus si ad votum [p. 400] cuncta sucederent?... At vero si libera esse potestas: quae in omnibus cura? quae solertia et industria? qui tam in rebus ornandis et componendis iniquus esset labor?»

Pero el libro de filosofía moral que Jorge Manrique parece haber leído con más ahinco, y el que dejó más huella en sus versos, es uno que ya hemos encontrado en la biblioteca de su tío Gómez Manrique, y que no faltaba en ninguna de las de la Edad Media, existiendo ya antes de fines del siglo XV tres traducciones castellanas y una catalana por lo menos: el «Boecio Severino De Consolatione Philosophiae», el libro de las visiones alegóricas con que el último romano poblaba las soledades de su cárcel de Pavía, en tiempo del rey ostrogodo Teodorico. Esta obra, y especialmente los metros o poesías intercalados en ella, que son el último eco de la lírica horaciana, y el principal, aunque indirecto camino por donde su noticia se transmitió a los tiempos medios, parecen haber sido objeto de la constante y asidua meditación de nuestro poeta. Hay en las Coplas algunos pensamientos de los más comunes en las odas morales de Horacio, pero no creo que vengan de allí directamente, sino a través de la imitación de Boecio. Por ejemplo, el allegados son iguales... no procede del Pallida mors, ni del Omnes una manet mors: et calcanda semel via letho, sino del metro 7.º, libro II de Boecio, donde también se encuentra la interrogación famosa:


       Mors spernit altam gloriam:
       Involvit humile pariter et celsum caput,
       Equatque summis infima.
       Ubi nunc fidelis ossa Fabricii manent?
       Quid Brutus aut rigidus Cato? [1]

[p. 401] Y aun dejando aparte estos precedentes latinos, tiene Jorge Manrique dentro de la propia literatura castellana de los siglos XIV y XV una serie de precursores que se van eslabonando con tal rigor hasta en los detalles, que es imposible considerar la famosa elegía como un producto maravilloso y fortuito, ni mucho menos como derivación solitaria de un arte lírico que no tuvo con el nuestro ningún género de contacto; sino como la última y más perfecta forma de una tradición literaria antiquísima, que venía repitiendo a través de los siglos uno de los tópicos predilectos de la oratoria sagrada. Cuando el Canciller Ayala, al fin de su Rimado de Palacio, recopila y glosa algunas sentencias de los Morales de San Gregorio Magno sobre Job, no olvida esta consideración de la vanidad de la existencia mundana, y exclama con verdadera elocuencia:


       ¿Do están las heredades et las grandes posadas,
       Las villas et castillos, las torres almenadas,
       Las cabañas de ovejas, las vacas muchiguadas,
       Los caballos soberbios de las sillas doradas?
       ¿Do los nobles vestidos de paño muy honrado?
       ¿Do las copas et vasos de metal muy preciado?...
       ...........................................................................

Este mismo lugar común es muy frecuente en los poetas del Cancionero de Baena. Un Fr. Migir, de la orden de San Jerónimo, capellán del obispo de Segovia D. Juan de Tordesillas, en el dezir que compuso a la muerte de Enrique III, pregunta, después de hacer larga enumeración de personajes históricos y fabulosos:


       E de sus imperios, riquezas, poderes,
       Reinados, conquistas e cavallerías,
       Sus vicios e onrras e otros plazeres,
       Sus fechos, fazañas e sus osadias,
       ¿A do los saberes e sus maestrías?
       ¿A do sus palacios, a do su cimiento?

Con inspiración mucho más valiente repite los mismos acentos lúgubres Fernán Sánchez Talavera, deplorando la muerte de Rui Díaz de Mendoza, hijo del mayordomo Juan Furtado:


       Pues ¿do los imperios, e do los poderes,
       Reynos, rrentas e los señoríos,
        [p. 402] A do los orgullos, las famas e bríos,
       A do las empresas, a do los traheres?
       ¿A do la sciencias, a do los saberes,
       A do los maestros de la poetría?
       ¿A do los rrymares de grant maestría,
       A do los cantares, a do los tañeres?
           ¿A do los thesoros, vasallos, servientes,
       A do los fyrmalles, las piedras preciosas,
       A do el aljófar, possadas costosas,
       A do el algalia e aguas olientes,
       A do pannos de oro, cadenas lusientes,
       A do los collares, la jarreteras,
       A do pennas grises, a dó pennas veras,
       A do las sonajas que van retinientes?
           ¿A do los convites, cenas e ayantares,
       A do las justas, a do los torneos,
       A do nuevos trajes, extraños meneos,
       A do las artes de los danzadores,
       A do los comeres, a do los manjares,
       A do la franquesa, a do el espender,
       A do los rrysos, a do el plaser,
       A do menestriles, a do los juglares?

Ideas y giros análogos sobre la caducidad de las grandezas humanas, se encuentran en la Pregunta de Nobles del Marqués de Santillana a D. Enrique de Villena, y también en su bello diálogo estoico de Bías contra fortuna:


           ¿Essas edefficaciones,
       Ricos templos, torres, muros,
       Serán o fueron seguros
       De las tus persecuciones?
       ...................................
           ¿Qué es de Nínive, Fortuna?
       ¿Qué es de Thebas?... ¿qué es de Athenas?
       ¿De sus murallas e almenas,
       Que non paresce ninguna?...
       ¿Qué es de Tyro e de Sidón
       E Babilonia?
       ¿Qué fué de Lacedemonia?
       Ca si fueron, ya no son.
       ...................................

Pero de todo los poetas del siglo XV, ninguno debía ser tan familiar a Jorge Manrique como su propio tío; y a ninguno, en [p. 403] efecto, imitó más de cerca en pensamientos y estilo. Los Consejos a Diego Arias de Ávila, composición de pobre argumento, pero de tan brillante ejecución, que eleva y dignifica lo que en ella pudiera parecer nacido de vulgar despecho contra el Contador que había rasgado la libranza enviada por el poeta, parece escrita con la misma pluma que había de servir a D. Jorge para trazar el imnortal epitafio del Conde de Paredes. Tal es el aire de familia que tienen hasta en las comparaciones y en el metro. Oigamos a Don Gómez:


       Que vicios, bienes, honores
       Que procuras,
       Pásanse como frescuras
                  De las flores.
             En esta mar alterada
       Por do todos navegamos,
       Los deportes que pasamos,
       Si bien lo consideramos,
        Non duran más que rociada.
       ¡
Oh, pues, tú, hombre mortal,
                Mira, mira,
       La rueda cuán presto gira
                Mundanal!
       Si desto quieres enxiemplos,
       Mira la grand Babilonia,
       Tebas y Lacedemonia,
       El gran pueblo de Sidonia,
       Cuyas murallas y templos,
       Son en grandes valladares
                Transformados,
       E sus triunfos tornados
                En solares.
       Pues sy pasas las ystorias
       De los varones romanos,
       
De los griegos y troyanos,
       De los godos y persianos,
       Dinos de grandes memorias,
       No fallarás al presente
       Syno flama transitoria
                 De aguardiente.
       Si quieres que más acerca
       Fable de nuestras regiones,
       Mira las persecuciones
       Que firieron a montones
       En la su fermosa cerca;
        [p. 404] En la qual aun fallarás
                Grandes mellas:
       ¡Quiera Dios, cerrando aquéllas,
                No dar más!
       Que tú mesmo viste muchos
       En estos tiempos pasados,
       De grandísimos estados
       Fácilmente derrocados
       Con pequeños aguaduchos;
       Que el ventoso poderío
                Temporal,
       Es un muy feble metal
                De vedrío.
       ..............................
       De los que vas por las calles
       En torno todo cercado,
       Con cirimonias tratado,
       No serás más aguardado
       De quanto tengas que dalles:
       Que los que por intereses
                Te siguían,
       En pronto te dexarían
                Si cayeses.
       Bien ansí como dexaron
       Al pujante Condestable...
       ..............................
       Que todas son emprestadas
                Estas cosas,
       E no duran más que rosas
      
          Con heladas.
       ......................
       
Pues tú no pongas amor
       Con las personas mortales,
       Nin con bienes temporales,
       Que más presto que rosales
       Pierden la fresca verdor:
       
E non son sus crecimientos
                Sino juego,
       Menos durable que fuego
                De sarmientos... [1]

[p. 405] Conocidos estos precedentes, cuya enumeración podría ampliarse a poca costa, no faltará quien pregunte en qué consiste la originalidad de Jorge Manrique, puesto que no hay en su elegía cosa [p. 406] alguna que no hubiera sido dicha antes de él. Este es cabalmente el misterio o el prestigio de la forma: expresar el poeta como nadie, lo que ha pensado y sentido todo el mundo. Por todo el cauce de [p. 407] la Edad Media venía rodando un inagotable lugar común sobre la muerte. A todas horas resonaba en los púlpitos; era repetido en prosa y en verso, en latín y en lengua vulgar; recibía forma casi dramática en las danzas de la muerte y forma gráfica en los frescos del cementerio de Pisa; asediaba la imaginación de todos y era el tema perpetuo de todas las meditaciones. Se comparaba sin cesar la vida humana con el sueño, con la sombra, con la flor que se marchita apenas nacida, con el leve rastro que deja la nave en el mar, con la fugitiva corriente de los ríos que van a morir en el Océano. Se hacía desfilar interminables procesiones de reyes, príncipes y emperadores, de héroes y sabios, de personajes de la Sagrada Escritura y de personajes de la fábula, de damas y caballeros, de reinas y de bellezas famosas, y se preguntaba sin cesar: ¿Dónde está Salomón? ¿Dónde está Jonatás? ¿Dónde está César? ¿Dónde está Aristóteles? ¿Dónde está Héctor? ¿Dónde está Elena? ¿Dónde está el rey Artus?

Llegó, por fin, un día en que toda esta materia de meditación moral, que en rigor ya no pertenecía a nadie, y que a fuerza de [p. 408] rodar por todas las manos había llegado a vulgarizarse con mengua de su grandeza, se condensó en los versos de un gran poeta, que la sacó de la abstracción, que la renovó con los acentos de su ternura filial, y con un no sé qué de grave y melancólico, y de gracioso y fresco a la vez, que era la esencia de su genio. Los pensamientos eran de suyo altos y generosos, y puede decirse que en breve espacio abarcaban un concepto general de la vida y del destino humano, lo cual da a la composición una trascendencia que de ningún modo alcanza la Pregunta de Nobles, del Marqués de Santillana, por ejemplo. Cuando el Marqués pregunta fríamente, después de tantos otros, «qué fué del fijo de Aurora, y de Aquiles, Ulises, Ayax de Telamón, Pirro, Diomedes, Agamenón», no hace más que repetir por centésima vez un lugar común, al cual quitan todo valor los nombres mismos de los personajes remotos y fabulosos por los cuales se interroga, y que sólo en ficción erudita podían interesar al autor. Cuando Jorge Manrique, dejándose de griegos y troyanos, evoca los recuerdos de su juventud, o más bien lo que oyó contar a su padre sobre los esplendores y magnificencias de la corte de D. Juan II y de los Infantes de Aragón, y sus alegres fiestas y las justas y torneos, y aquel danzar y aquellas ropas chapadas que traían, habla de algo vivo, de algo que todavía conmueve las fibras de su alma.

La ejecución es no sólo brillante y franca y natural, sino casi perfecta: apenas pueden tacharse, en la última parte que contiene el elogio del Maestre, dos estrofas pedantescas y llenas de nombres propios:


       En ventura Octauiano,
       Julio César en vençer
       Y batallar, etc.

Pero lo más admirable, como ya queda indicado, es la compenetración del dolor universal por el propio dolor, la serena melancolía del conjunto, y el bellísimo contraste entre la algazara y bullicio de aquellas estrofas que recuerdan pompas mundanas, y de aquellas otras en que parece que van espesándose sobre la sumisa frente del viejo guerrero las sombras de la muerte, rotas de súbito por los primeros rayos de una nueva e indeficiente aurora. El metro que Quintana, con extraña falta de gusto, llama «tan [p. 409] cansado, tan poco armonioso, tan ocasionado a aguzar los pensamientos en concepto o en epigrama» es, por el contrario, no sólo armonioso, flexible y suelto, sino admirablemente acomodado al género de sentimiento que dictó esta lamentación. Ticknor, que sólo por rara excepción muestra en todo el discurso de su obra verdadero sentido del arte ni de la belleza poética, ha expresado sin embargo, el peculiar efecto de estas Coplas, con una comparación muy original y muy feliz. «Son versos (dice) que llegan hasta nuestro corazón, que le afectan y le conmueven, a la manera que hiere nuestros oídos el compasado son de una gran campana tañida por mano gentil y con golpes mesurados, pruduciendo cada vez sonidos más tristes y lúgubres, hasta que por fin, sus últimos ecos llegan a nosotros como si fueran el apagado lamento de algún perdido objeto de nuestro amor y cariño».

Digamos, pues con Longfellow (el más excelente de los traductores de esta elegía que conocemos en lengua alguna), que este poema es un modelo en su línea, así por lo solemne y bello de la concepción, como por el noble reposo, dignidad y magestad del estilo, que guarda perfecta armonía con el fondo; [1] y apliquémosle sin temor las palabras que quizá con menos fundamento escribió Sainte Beuve [2] a propósito de la balada de las damas de Villón, la cual no deja de tener cierto remoto parentesco con algo de esta elegía: «Feliz el que acertó a encontrar un acento como éste para expresar una situación inmortal y siempre renovada en la naturaleza humana. Un poeta así tiene probabilidad de vivir tanto como la humanidad misma: vivirá tanto, por lo menos, como la nación y la lengua en que ha proferido este grito de genio y de sentimiento. Sus versos serán recordados como los más naturales y los más verdaderos, siempre que se trate de la rapidez con que pasan las generaciones de los hombres, semejantes como dice Homero, a las hojas de los árboles: siempre que se medite sobre la brevedad de la vida y sobre el corto término concedido a los más nobles y más triunfantes destinos:


       Stat sua cuique dies, breve et irreparabile tempus
       Omnibus est vitae...»

[p. 410] Mucho, y con razón se ha ponderado en las Coplas de Jorge Manrique la perfección de la lengua que ya en él parece fijada, y la diáfana pureza de estilo, en que al cabo de cuatro siglos apenas se encuentra expresión que haya envejecido. Pero no conviene exagerar las cosas, como hasta ahora se ha hecho por olvido o por ignorancia de la cronología, y atribuir exclusivamente al poeta lo que en gran parte es propio de su tiempo. Reina, no sé por qué (quizá por virtud de una estrofa que constantemente se repite, sacada de su lugar y mal entendida), la vulgar preocupación de considerar a Jorge Manrique como un trovador de la corte de D. Juan II, y suponerle contemporáneo y hasta amigo de Juan de Mena y del Marqués de Santillana, de donde resulta un anacronismo tan extravagante como si pusiéramos en la misma época literaria, y en íntimas relaciones de amistad, a D. Leandro Fernández de Moratín y a don Manuel Tamayo. Jorge Manrique, que murió muy joven, pertenece como poeta a las postrimerías del siglo XV, a los últimos años de Enrique IV o más bien a los primeros de los Reyes Católicos, y escribe en la admirable lengua de su tiempo, como la escribían en prosa el autor de La Celestina, y Hernando del Pulgar, y Garci Ordóñez de Montalvo, el que dió al Amadís su definitiva forma; y como la escribían en verso, para no hablar de otros menos señalados, Rodrigo de Cota en el Diálogo del amor y un viejo, Juan del Encina en sus églogas y en sus villancicos, Gómez Manrique en sus composiciones doctrinales y políticas, Garci Sánchez de Badajoz, Guevara y otros en sus versos amatorios. Si las Coplas de Jorge Manrique valen lo que valen y se levantan tanto sobre el nivel ordinario de la lírica de su tiempo, es por otras virtudes poéticas más íntimas y recónditas, que ya hemos procurado manifestar; y no por el estilo, que en su amable y culta naturalidad, es sencillamente el buen estilo de su tiempo, con aquella nota personal que pone en sus creaciones todo poeta digno de este nombre.

Ni tal elogio hace falta para la gloria de estas coplas, no olvidadas nunca de nuestro pueblo, y honradas en todos tiempos con el sufragio de los más claros ingenios españoles. Lope de Vega dijo de ellas que merecían estar escritas con letras de oro. El grave historiador Juan de Mariana las califica de «trovas muy elegantes, en que hay virtudes poéticas, y ricos esmaltes de ingenio, y [p. 411] sentencias graves, a manera de endecha». Fueron puestas en música, con gran sentimiento y eficacia de expresión, como puede verse en algunos libros técnicos del siglo XVI, por ejemplo, en el titulado Libro de cifra nueva para tecla, harpa y vihuela, compuesto por Luis Venegas de Henestrosa (Alcalá, 1577). Fué traducida en dísticos latinos, honra que pocas composiciones vulgares alcanzaban en los días del Renacimiento. [1]

Formar catálogo de sus innumerables ediciones, ya sueltas, ya añadidas a las glosas, sería tarea larga e impropia de este lugar, estando por otra parte descritas las más notables en los libros generales de bibliografía española, especialmente en el Catálogo de Salvá. Perece ser la más antigua la que forma parte del Cancionero Llamado de Fr. Íñigo de Mendoza, por empezar con el Vita Christi de este fraile y ser suyas la mayor parte de las poesías que contiene: rarísimo volumen sin año ni lugar, pero que parece impreso en Zamora, por Centenera, hacia el año de 1480. Muy análogos en su contenido son el Cancionero de Zaragoza, impreso por Paulo Hurus, alemán de Constanza, a 27 días de Noviembre de 1492, con título de Coplas de Vita Christi, y el Cancionero de Ramón de Llavia, sin año ni lugar, pero indisputablemente del siglo XV, y al parecer de tipógrafo zaragozano. Uno y otro incluyen las famosas coplas , y estos tres primitivos textos son los más puros y autorizados de ellas. Nicolás Antonio habla de una edición suelta de 1494; no la conocemos. El Cancionero general de 1511 no las [p. 412] incluyó, sin duda por muy sabidas, pero fueron añadidas en los posteriores, a lo menos desde el de 1535.

En los Cancioneros, las Coplas aparecen limpias de toda agregación extraña, pero como su pequeño volumen convidaba a adicionarlas cuando se las imprimía sueltas, y la materia moral y filosófica que en ellas se trata se prestaba a interminables desarrollos, más o menos poéticos e ingeniosos, no fueron pocos los que se dedicaron a tal empresa. Siete glosas, por lo menos, se hicieron en verso y una en prosa. Daremos alguna razón de ellas, porque en realidad deben considerarse como obras de la escuela de Jorge Manrique y son un nuevo testimonio de la popularidad, no interrumpida nunca, que alcanzó su elegía.

Parece haber sido el más antiguo de estos glosadores un legista, el Licenciado Alonso de Cervantes, Corregidor que había sido en la villa de Burguillos, de donde por cruel sentencia (según él refiere en su prólogo) salió desterrado para el reino de Portugal «despojado, por ajenos y extraños yerros y excesos, de todos los bienes que Fortuna para la peregrinación desta trabajosa vida nos constituye». En tal situación de ánimo, y buscando algún consuelo, escribió su glosa en el mismo metro del original, procurando, si bien con poco arte y acierto, entretejer sus pensamientos con los de Jorge Manrique, cuyos versos se destacan de tal modo sobre la burda tela de los de su imitador, que hacen imposible la equivocación ni por un momento. Dedicó su trabajo al Duque de Béjar, D. Álvaro de Stúñiga, con unas coplas en alabanza de sus armas, y le imprimió en Lisboa, por Valentín Fernández, 1501. [1] Son veinte hojas en cuarto gótico, que fueron reimpresas varias veces, sin lugar ni año, siempre con el rótulo de Glosa famosísima. La última edición parece ser la de Cuenca, por Juan de Cánova, 1552.

Siguió a este glosador, y como en competencia, otro no menos [p. 413] desgraciado en su prosa que el Licenciado Cervantes en sus versos. Fué éste Luis de Aranda, vecino de la ciudad de Úbeda, el cual por los años de 1552 (fecha que consta no en la portada, ni en el colofón, sino en el privilegio) hizo salir de las prensas de Valladolid una obra larga y pedantesca que al parecer tenía compuesta mucho tiempo antes, [1] con título Glosa de Moral Sentido a las famosas y muy excelentes coplas de D. Jorge Manrique. Las sentencias de Jorge Manrique están ahogadas en diez y seis pliegos de fárrago insulso. El nombre y el lugar de la impresión se declara al fin del libro en esta extravagante manera:


                Aquí se acaba la glosa
       Que es de sentido moral,
       Hecha en elegante prosa,
       Útil y muy provechosa,
       Con privilegio real.
                En Valladolid imprimida
       A su costa del autor,
       Por él mesmo corregida,
       De la offecina salida
       De Córdova el impressor.

Tenía Luis de Aranda el furor de glosarlo todo, para lucir sus impertinentes moralidades. Todas las demás obras suyas que conocemos son de este mismo género: «GIosa intitulada Segunda de Moral sentido, a los muy singulares Proverbios del Marqués de Santillana. Contiénese más en este libro otra Glosa a XXIV coplas de las 300 de Juan de Mena (Granada, 1575)»; [2] « Obra nuevamente hecha, intitulada Glosa Peregrina, porque va glosando pies de [p. 414] diversos romances. Va repartida en cinco Cánticos. El primero de la Cayda de Lucifer. El segundo de la desobediencia de Adán. El tercero de la Encarnación de nuestro Redemptor. El quarto de su muerte y pasión. El quinto y último, de su Resurrección (Sevilla, Alonso de la Barrera, 1577)».

El más conocido de los glosadores de Jorge Manrique, y el que mayor numero de ediciones obtuvo, fué el capitán Francisco de Guzmán, incansable y bien intencionado cultivador de la poesía ética, sentenciosa y paremiológica, como lo acreditan sus Triunfos Morales (1565); su Flor de sentencias de sabios (1557), refundida después con el título de Decreto de Sabios: y sus Sentencias generales (1576). Aunque el capitán Guzmán mereció de la inagotable benevolencia de Cervantes un elogio muy expresivo en el Canto de Calíope por «haber puesto tan en su punto la cristiana poesía», tiene razón Gallardo en decir que sus versos son generalmente una prosa rimada, árida y seca, sus conceptos y sentencias comunes y triviales. Pero hay una excepción que poner a esto. Lo más acendrado que Guzmán dejó; lo que puede pasar por un ejercicio de imitación muy diestra y fácil, es su Glosa sobre la obra que hizo D. George Manrrique a la muerte del Maestre de Santiago... su padre, dirigida a la muy alta y muy esclarescida y christianíssima Princesa Doña Leonor Reyna de Francia. El nombre del glosador se infiere de unas coplas acrósticas de arte mayor, que van al principio, según costumbre del tiempo. La primera y rarísima edición, en 4.º gótico de 16 hojas, es de León de Francia, sin año. Luego fué reimpresa varias veces en Amberes por Martín Nucio (1558, 1598...) y en otras partes, unida por lo general a los Proverbios o Centiloquio del Marqués de Santillana. Todavía lo está en una impresión de Madrid de 1799.

Acertado anduvo el editor del siglo pasado en elogiar esta glosa, así por el estilo como por la abundancia de sentencias graves y provechosas, y sobre todo por la entereza con que engasta en los suyos los versos de Manrique. Y como estas glosas no son hoy leídas por nadie, conviene poner alguna muestra:


       No os fiéis, damas hermosas
       En beldad ni fermosura
                Que en vos haya,
       Porque sois como las rosas,
        [p. 415] Que muy presto su frescura
                Se desmaya.
       La cosa de que más cura
       Tenéis en la jovenez
                Y tanto cara:
        El color y la blancura,
       Cuando viene la vejez,
                Cuál se para?
       
Los deleytes y dulzores
       Que en la fresca edad tuvieres,
                Si mirares,
       Todos se tornan dolores,
       Cuando a la vejez vinieres
                Y pesares:
       Piérdese la fortaleza
       Deste cuerpo terrenal
                Y la virtud,
        Las mañas y ligereza,
       Y la fuerza corporal
                De juventud.
       .............................
       
Pues aquellos tan preciados,
        Los Nueve que tanta fama
                Consiguieron,
       Tan valientes y esforzados,
       Como una encendida llama
                Fenescieron:
       Ya son muertos éstos todos,
       Y su poder y grandeza
                Perescida,
        ¿Pues la sangre de los godos,
       Y el linaje y la nobleza
                Tan crecida?
       .............................
       
Como el cauto pescador,
       Que a pescar gana su vida
                Con la caña,
       Es este mundo traidor,
       Que con deleites convida
                Y nos engaña;
       Y los deleites que él da
       Con que tanto nos holgamos
                Son mortales,
        Y los tormentos de allá,
       Que por ellos esperamos,
                Eternales.
        [p. 416] ...............................
       ¿De Alexandro el gran poder,
       Ni el saber de Salomón,
                 Qué les sirvió?
       Pues no pudieron hacer
       Contra muerte defensión,
                Que los venció:
       La cual a todos subvierte
       Sin ser grandes ni menores
                Reservados;
        Así que no hay cosa fuerte
       A papas, ni emperadores,
      
          Ni perlados.
       ...............................
       ¿
Qué fué del Marqués pujante,
       Que tuvo al rey don Enrique
                A su obediencia?
       ¿Qué se hizo el Almirante
       De Castilla, don Fadrique,
                Y su elocuencia?
       ¿Quién no llora en se acordar
       De aquellas cosas pasadas
                Que solían?
        ¿Qué se hizo aquel trobar,
       Las músicas acordadas
      
          Que tañían?
       ¿
Qué fué de las invenciones
       De aquel tiempo y atavíos
                 Tan bordados?
       ¿Los motes y las canciones,
       Los fingidos desafíos
                Y estacados?
       ¿Dónde iremos a buscar
       Las damas tan arreadas
                Que servían?
       ¿ Qué se hizo aquel danzar,
       Aquellas ropas chapadas
                Que traían?
       ...............................
       
Tomad exemplo, privados,
       En don Álvaro de Luna,
                Condestable:
       Vivid siempre moderados;
       Que esta loca de fortuna
                Es varïable.
        [p. 417] ...................................
       Sesenta villas cercadas,
       Fuera del gran Maestrazgo,
                Poseía,
       De mercedes y compradas,
       Cuando pagó aquel portazgo
                Que debía...
       ...............................
       Nunca se vió tal poder
       De hombre que rey no fuese
                 Coronado;
       Pero yéndolo a prender,
       No halló quien se pusiese
                A su costado.
       ¿Do el correr cañas y toros
       Por donde iba, y los juglares
                Al entrar,
        Sus infinitos thesoros,
       Sus villas y sus lugares
                Y mandar?
       
Aquél que más de treinta años
       El reyno como le plugo
                Gobernó,
       Fortuna con sus engaños
       En las manos de un verdugo
                Lo entregó:
       Tanta plata y tantos oros
       Al tiempo que los pulgares
                Le fué atar,
       ¿ Qué le fueron sino lloros?
       ¿Fuéronle sino pesares
      
          Al dexar?

Ciertamente que hay algo de servil y aun de pueril en esta rapsodia; pero se ve que, por lo menos, comprendía el imitador las bellezas de lo que imitaba.

Tampoco carece de mérito, aunque es más ascética que literaria, la pía y devota glosa de un monje cartujo, D. Rodrigo de Valdepeñas, prior del Paular, repetidas veces impresa en unión con otros opúsculos, ya de materia piadosa como «el caso memorable de la conversión de una dama», ya de más profano asunto, como las Coplas de Mingo Revulgo, el Diálogo entre el amor y un [p. 418] viejo, de Rodrigo de Cota, y las Cartas en refranes, de Blasco de Garay. [1]

Menos celebrada y menos reimpresa que las glosas anteriores fué la del Protonotario Luis Pérez, natural y vecino de la villa de Portillo, cerca de Valladolid, conocido por un poema sobre la conquista de Túnez y otros versos latinos, y todavía más por su tratado zoológico-recreativo Del can y del caballo (Valladolid, 1568), tan estimado entre nuestros coleccionistas de libros de caza, equitación y veterinaria. [2] Luis Pérez es hablista abundante y castizo, pero su glosa valdría mucho más si, por hacer alarde de su vasta lectura, no hubiese ahogado el texto bajo el peso de las citas y autoridades, muchas veces impertinentes, que sobrecargan las márgenes, si bien algunas todavía son útiles y nos han puesto en camino para buscar las verdaderas fuentes de la elegía de Jorge Manrique. [3]

Estas fueron las cuatro glosas que llegaron a conocimiento de [p. 419] Cerdá y Rico, a quien se debe el buen servicio de haberlas reimpreso juntas en 1779. Pero se ocultaron a su diligencia otras tres, debidas a dos de los preclaros ingenios, que, muy entrado el siglo XVI, conservaron con más fidelidad las tradiciones de la escuela poética del siglo anterior: Jorge de Montemayor y Gregorio Silvestre. De Jorge de Montemayor hay dos glosas distintas: una de carácter doctrinal, bastante árida y prosaica, que está en sus Obras, edición de Amberes, 1554, y también en un pliego suelto de Valencia, 1576, por Juan Navarro. [1] La otra glosa, bellísima por cierto, poética y sentida, es sólo de diez coplas (cada una de las cuales da al imitador materia para cuatro) y forma una nueva lamentación elegiaca sobre la muerte de la Princesa de Portugal, doña María, hija del Rey D. Juan III. Es pieza de singular rareza, que no se halla, según creemos, en ninguna de las ediciones del Cancionero de su autor, y sí sólo en un rarísimo pliego suelto que existe en la Biblioteca Nacional de Lisboa, del cual la transcribe el erudito autor del Catálogo razonado de los autores portugueses que escribieron en castellano, D. Domingo García Peres.

La glosa de Gregorio Silvestre, que tengo por superior a todas en brío y arranque poético, está en todas las ediciones de sus Obras, desde la primera de Granada de 1582. Pero así ésta como la segunda de Montemayor han de formar parte de la selección que hagamos de los versos de estos poetas, y entonces habremos de insistir en mostrar su valor propio, que es independiente del texto que comentan, aunque de él reciban la inspiración primera. Lo mismo puede decirse de las Coplas castellanas imitando a las de Jorge Manrique, que trae en su Jardín Espiritual (1585) el excelente poeta carmelita Fray Pedro de Padilla.

Para completar la historia literaria de esta elegía, conviene añadir dos palabras sobre las principales traducciones que de ella se han hecho. Queda ya mencionada la latina del siglo XVI. Una [p. 420] traducción inglesa fragmentaria apareció en la Revista de Edimburgo el año 1824, en un artículo sobre literatura española, que se atribuye a Richard Ford. Pero quien verdaderamente aclimató en la poesía inglesa esta composición, haciendo de ella una versión magistral y fidelísima, fué el autor de Evangelina, el más célebre y el más simpático de los poetas norteamericanos de nuestro siglo, Henry Wadsworth Longfellow. [1] Es imposible llevar a mayor perfección el arte de traducir en verso. Como último homenaje, y quizá el más glorioso, a la memoria de Jorge Manrique, transcribiremos algunas estrofas, escogiendo las que en el original son más célebres:


       Where is the King Don Juan? Where
       Each royal prince, and noble heir
                Of Aragon?
       Where are the courtly gallantries?
       The deeds of love and high emprise,
                In battle done?
       Tourney, and joust, that charmed the eye,
       And scarf, and gorgeus panoply,
                And nodding plume;
       What were they but a pageant scene?
       What but the garlands gay and green,
                That deck the tomb?
       Where are the high born dames, and where
       Their gay attire, and jewelled hair,
                And odours sweet?
       Where are the gentle knights, that came
       To kneel, and breathe love's ardent flame,
                Low at their feet?
       Where is the song of Troubadour?
       Where are the lute and gay tambour
                They loved of yore?
       Where is the mazy dance of old,
       The flowing robes, inwrought with gold
                The dancers wore?
       ...........................................
        The countless gifts—the stately walls—,
       The royal palaces, and halls
                All filled with gold;
        [p. 421] Plate, with armorial bearings wrought,
       Chambers with ample treasures fraught
                Of wealth untold;
       The noble steeds, and harness bright,
       And gallant lord, and stalwart knight,
                In rich array,—
       Where shall we seek them now? Alas!
       Like the bright dew—drops on the grass,
                They passed away. [1]

¡Dichoso poeta el que después de cuatro siglos puede renacer de este modo en labios de otro poeta, y dichoso Jorge Manrique entre los nuestros, puesto que a través de los siglos su pensamiento cristiano y filosófico continúa haciendo bien, y cuando entre españoles se trata de muerte y de inmortalidad, sus versos son siempre de los primeros que ocurren a la memoria, como elocuentísimo comentario y desarrollo del Surge qui dormis, et exurge, de San Pablo!

Notes

[p. 381]. [1] . De estas coplas hizo una continuación bastante apreciable Rodrigo Osorio. Véanse algunas estrofas:
       Son las glorias y deleytes
       Que en este siglo prestado
           Mas aplazen,
       Unos fengidos afeytes
       Que con viento muy delgado
           Se deshazen.
       ...........................
       La gruessa sensualidad
       De este cuerpo ponderoso
           Que traemos,
       Empide la claridad
       Del spíritu glorioso
           Que tenemos.
       Y hasta ser divididos
       Cada qual d'estos estremos
           Sobre sí,
       No pueden ser conocidos
       Los secretos que creemos
           Que hay en ti.
       Las ánimas despojadas
       D'esta lodosa materia,
           Veen claras
       Estas cosas ocultadas,
       Tu condición, tu miseria,
           Tus dos caras:
       La una con que nos guías
       A los dulces apetitos
           Temporales:
       Con la otra nos envías
       A tormentos infinitos
            Infernales.
       Si nuestros padres primeros
       El mandamiento divino
           No passaran,
       Todos fueran herederos
       De la gloria, y de contino
           La gozaran.
       Tormento, penas, angustias,
       Hambre, frío ni calor
           No sintieran:
       Ni las plantas fueran mustias,
       Y en su perpetuo verdor
            Permanecieran.
       ...........................
       E vivimos desterrados,
       Desseosos de volver
           Donde salimos,
       Pobres y desheredados
       De la gloria y del plazer
           Que perdimos.
       Por aquélla sospiramos:
       Las lágrimas y gemidos
           Allí van;
       Por aquélla siempre estamos
       Descontentos y aborridos
           Con afán.
       E las tristezas que tienen
       Los hombres muchas vegadas,
           No sabidas,
       De allí proceden y vienen,
        Allí fueron engendradas
           Y nacidas;
       Ca siente nuestra memoria
       Un natural sentimiento
           Original
       Porque perdimos la gloria,
       Y heredamos detrimento
           Terrenal.
       Como el ánima divina
       Aquestas cosas contempla
           Y las mira,
       Luego se humilla e inclina,
       Se altera, tarta y destiempla
           Y suspira.
       Conoce la perfeción
       Cómo fué hecha e criada
           Y para qué,
       Y mira la perdición
       Que allá tiene aparejada
           Si tal no fué.
       Y como la carne sienta
       Que fué hecho corruptible
           Su metal,
       Siempre vive descontenta,
       Conociendo ser pasible
           Y mortal.
       La mayor pena que Dios
       Quiso dar a los culpados
           Conocida,
       Es que fuessen estos dos
        Divididos y apartados
           De la vida.
       ...........................
       Porque ambos en un ser
       Fueron hechos ayuntados
           E unidos,
       Para siempre poseer
       Los gozos beatificados,
           Infinidos:
       Y aunque el ánima quïeta
       Tenga holganza ganada
           Soberana,
       No terná gloria perfeta
       Hasta verse acompañada
           De su hermana.

[p. 385]. [1] . Es cierto que Amador de los Ríos afirma que lo fueron, a fines del siglo pasado, «en un pequeño volumen que se ha hecho ya raro entre los bibliófilos»; pero creemos que aquí hay una leve inexactitud, y que Amador quiere referirse a la edición que en 1779 hizo don Antonio de Sancha de las Coplas, acompañadas de cuatro distintas glosas. En el prólogo se da razón de las demás poesías de Jorge Manrique, insertas en el Cancionero general, pero no se copian sino tres de las más breves.

Para facilitar la tarea de quien intente reunirlas, apuntaré a continuación los títulos y el primer verso de las composiciones sueltas de J. Manrique que conozco:

1. «En el Cancionero general de Hernando del Castillo (1511):


       Con el gran mal que me sobra...

2. Otras suyas, estando aussente de su amiga, a un mensajero que allá enviaba:


       Ve, discreto mensajero...

3. Esparsa suya:


       Yo callé males sufriendo.

4. Otra suya:


       Hallo que ningún poder.

5. Otra suya:


       Callé por mucho temor.

6. Otra suya:


       Pensando, señora en vos.

7. Otras suyas, diciendo qué cosa es amor:


       Es amor fuerza tan fuerte..
8. Otras suyas de la profesión que hizo en la Orden del Amor:


       Porque el tiempo es ya pasado...

9. Otras suyas en que pone el nombre de una dama y comienza y acaba en las letras primeras de todas las coplas:


       ¡Guay d'aquel que nunca atiende...

10. Otra obra suya, dicha Escala d'Amor:


       Estando triste seguro...

11. Otras suyas a su mote, que dice:


       Ni miento ni m'arrepiento...

12. Memorial que hizo él mismo a su corazón, que parte al desconocimiento de su amiga donde él tiene todos sus sentidos:


       Allá verán mis sentidos.

13. Otra obra suya, llamada Castillo d'Amor:


       Háme tan bien defendido...

14. Otras suyas:


       Es una llaga mortal.

15. Otras suyas, porque estando él durmiendo le besó su amiga:


       Vos cometistes trayción...

16. Otras suyas a una prima suya que le estorbaba unos amores:


       Quanto el bien temprar concierta...

17. Otra obra suya, en que pone el nombre de su esposa y asimismo nombrados los linajes de los cuatro costados della, que son: Castañeda, Ayala, Silva, Meneses:


       Según el mal me siguió...

18. Otras suyas:


       Los fuegos qu'en mí encendieron....

19. Esparsa suya:


       ¡Qué amador tan desdichado...

20. Otras suyas a la Fortuna:


       Fortuna, no m'amenazes...

21. Otras suyas:


       Mi temor ha sido tal...

22. Otras suyas:


       Mi vevir quiere que viva...

23. Otras suyas:


       Acordaos por Dios, señora.

24. Otras suyas:


       Ved qué congoxa la mía...

25. Canción:


       Quien no estuviere en presencia...

26. Canción:


       No sé por qué me fatigo...
27. Otra canción:


       Justa fué mi perdición...

28. Otra de D. Jorge:


       Quien tanto veros dessea...

29. Otra de D. Jorge:


       Es una muerte escondida...

30. Otra suya:


       Quanto más pienso serviros...

31. Invenciones y letras de justadores. D. Jorge M. sacó por cimera una anoria con sus arcaduces llenos, y dixo:


       Estos y mis enojos...

32. Glosa a este mote «Sin Dios y sin vos y mí»:


       Yo soy quien libre me vi...

33. Mote de D. J. Manrique «siempre amar y amor seguir». Glosa suya:


       Quiero, pues quiere razón:..

34. Pregunta de D. J. Manrique:


       Entre dos fuegos lanzado..

( A esta pregunta respondió un galán.)

35. Otra pregunta de D. Jorge:


       Entre bien y mal doblado...

(Respondió Guevara.)

36. Pregunta de D. J. Manrique:


       Después qu'el sesso s'esfuerza...

37. Pregunta de D. Jorge a Guevara:


       Porque me hiere un dolor...

(Con la respuesta de Guevara, y a continuación una pregunta de éste a D. Jorge «porque sabía que estaba herido de un trueno»).

38. Respuesta de D. Jorge a Guevara:


       Los males que son menores..

39. Canción de D. Jorge:


       Con dolorido cuidado...

(Con una glosa de Pinar.)

40. Canción de D. Jorge, glosada por Mosén Gazull:


       No sé
       por qué me fatigo...

41. Un convite que hizo D. Jorge Manrique a su madrastra:


       Señora muy acabada...

(Se reprodujo en el Cancionero de Burlas .)

42. Coplas que hizo a una beuda (sic) que tenía empeñado un brial en la taberna:


       Hánme dicho que se
       atreve.....

(Está también en el Cancionero de Burlas. )

  43. En el Cancionero de Sevilla de 1535 se añadieron las Coplas a la muerte de su padre, y además las siguientes:

44. Adición hecha por Rodrigo Osorio sobre dos coplas que hallaron al Sr. D. Jorge Manrique en el seno quando lo mataron:


       ¡ Oh mundo!, pues que nos matas...

45. Otras suyas (¿de Manrique o de Osorio?) hechas en menosprecio del mundo y contra la desordenada codicia:


       Corazón triste, reposa...

46. Otras suyas (¿de Manrique o de Osorio?) sobre la desorden del mundo:


       En este siglo mundano...

En el Cancionero de Toledo de 1527 y en todos los posteriores:

47. Canción de D. Jorge:


       Cada vez que mi memoria...

48. Otra suya:


       No tardes muerte, que muero...

49. Otra suya:


       Por vuestro gran merecer.

El registro de los Cancioneros manuscritos no arroja ninguna composición nueva que añadir a este catálogo.

[p. 390]. [1] . No sabemos cuál de ellas, porque el Conde de Paredes fué casado tres veces: la segunda con doña Beatriz de Mendoza, hija del señor de Cañete; la tercera, con doña Elvira de Castañeda, hija del señor de Fuensaldaña.

[p. 390]. [2] . Palabras de Quintana (pág. XX de su introducción a las Poesías selectas castellanas, edición de 1829, tomo I).

[p. 391]. [1] . Ya se la daba este título en el siglo XVI. Así, Alonso de Calleja, en el prólogo que puso a la Glosa de Fray Rodrigo de Valdepeñas: «Diré, por ser breve, que más se sentirán las utilidades de esta Elegía en el pecho de quien la lea, que se puedan con artificio declarar.»

Y el mismo Cartujo glosador, en el epigrama latino que pone al frente de su trabajo, usa el nombre de elegía, que luego interpreta por endecha:


       Quid valeant mundi fastus: quid sceptra, secures,
       Forma, voluptates, stemmata, divitiae,
       Vita, salus, vires, sit quanta potentia regni,
       Parca severa, tui , blanda Elegia canit.
        ..............................................
       
En esta breve endecha está engastado
       De vida un vivo espejo y de la muerte.

[p. 392]. [1] . Apenas hay centón de poesías para la enseñanza, ni tratado de Retórica y Poética, en que no salgan a relucir las famosas Coplas, pero mutiladas siempre. ¡Qué grande es el poder de la inercia entre nosotros!

[p. 395]. [1] . Vid. el prólogo de Alonso de Calleja al frente de la glosa del Cartujo Fr. Rodrigo de Valdepeñas.

[p. 397]. [1] . En prosa francesa por Mr. Grangeret de la Grange en 1828, y en prosa castellana por don León Carbonero y Sol, catedrático que fué de Árabe en la Universidad do Sevilla; y aun en los mismos versos alemanes de Schack.

[p. 399]. [1] . «Ubi sunt principes gentium, et qui dominantur super bestias quae sunt super terram, qui in avibus coeli ludunt, qui argentum thesaurizant et aurum in quo confidunt homines, et non est finis acquisitionis eorum? Qui argentum fabricant et solliciti sunt, nec est inventio operum illorum?

Exterminati sunt, et ad inferos descederunt, et alii loco eorum surrexerunt.»

 

[p. 400]. [1] . Pueden añadirse otras muchas reminiscencias de Boecio más o menos importantes:

«Haec nostra vis est: hunc continuum ludum ludimus, rotam volubili orbe versamus.» (Libro II, prosa II.)

           Que bienes son de Fortuna
       Que se vuelven con su rueda
  
              Presurosa.

       «Defunctumque leves non comitantur opes.»
                                                          (Libro III, metro 3.º)

           Pero digo que acompañen
       
Y lleguen hasta el sepulcro
      
           Con su dueño.

[p. 404]. [1] . Análogos símiles usa el mismo Gómez Manrique en la continuación que hizo de las Coplas de Juan de Mena sobre los pecados mortales:


       Aunque las glorias mundanas,
       Fablando verdad contigo,
       Más presto pasan, amigo,
       Que flores de las mañanas.
       ..............................
       
Que el deporte que más dura
       En esta vida mezquina,
        Se podrece tan ayna
        Como manzana madura.

Y de la vida dice:


       La qual pasa como sueño,
       E como sombra fallesce...

El origen primero de todas estas comparaciones ha de buscarse en la Biblia, y especialmente en el libro de Job y en los libros sapienciales, en los profetas y en los salmos: Transierunt omnia illa tanquam umbra. Fugit velut umbra et nunquam in eodem statu permanet. Omnis gloria ejus quasi flos agri. Quoniam tamquam foenum velociter arescent, et quemadmodum olera herbarum cito decident. Laedetur quasi vinea in primo flore botrus eius.

Me he limitado con toda intención a citar aquellos textos que segura o verisímilmente hubo de conocer Jorge Manrique. Por lo demás, en las poesías latinas de la Edad Media es muy frecuente un movimiento interrogativo análogo al de las Coplas:


       Ubi nunc imago rerum?
       Ubi sunt opes potentum?

decía ya Tiro Próspero, poeta del siglo V.

En un cántico sobre la muerte, publicado por Rambach en su Christliche Anthologie, se hace la pregunta en esta forma:


       Ubi Plato, ubi Porphyrius?
       Ubi Tullius aut Virgilius?
       Ubi Thales? Ubi Empedocles
       Aut egregius Aristoteles?
       Alexander ubi rex maximus?
       Ubi Hector Trojae fortissimus?
       Ubi David, rex doctissimus?
       Ubi Salomon prudentissimus?
       Cecideront Parisque roseus?
       Ceciderunt in profundum ut lapides.
       Quis scit, an detur eis requies?

El mismo pensamiento y la misma forma domina en dos poemas De comptentu mundi: el uno en ritmo dactílico, ha sido atribuído a San Bernardo, pero más bien parece ser de Bernardo de Morley; el otro ha sido publicado

 por Wright entre los versos latinos que comúnmente llevan el nombre de Gualtero Mapes:


a)         Est ubi gloria nunc, Babilonia? Sant ubi dirus
       Nabuchonodozor et Darii vigor, illeque Cyrus?
       Nunc ubi cura, pompaque Julia? Caesar, obisti,
       Te truculentior, orbe potentior ipse fuisti.
       Nunc ubi Marius atque Fabricius inscius auri?
       Mors ubi nobilis et memorabilis actio Pori?
       Diva philippica, vox ubi coelica nunc Ciceronis?
       Pax ubi civibus atque rebellibus ira Catonis?
       Nunc ubi Regulus, aut ubi Romulus, aut ubi Remus?
       Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus.
b)         Dic ubi Salomon olim tan nobilis;
       Vel Samson ubi est dux invencibilis,
       Vel pulcher Absalon vultu mirabilis;
       Vel dulcis Jonathas multum amabilis?
       Quo Caesar abit, celsus imperio?
       ..............................................
       Dic ubi Tullius, clarus eloquio
       Vel Aristoteles summus ingenio.

Vid. para estas comparaciones: Du Méril, Poésies populaires latines du Moyen Age (París, 1847), pág. 126, y F. Clément, Carmina è Poetis Christianis excerpta (París, 1854), pág. 67.

Ticknor (edición de 1863) recuerda al mismo propósito unos versos ingleses sobre Eduardo IV, atribuidos a Skelton, y que se hallan en el Espejo para magistrados. Se supone que habla el rey mismo deste su túmulo:


       Where is now my conquest and victory?
       Where is my riches and Royal array?
       Where be my coursers and my horses hye?
       Where is my myrth, my solace, and my play?

Pero en las literaturas extranjeras la forma más bella y más célebre de esta interrogación es la balada de Villon Des dames du temps jadis, cuyo encanto mayor consiste en el estribillo verdaderamente poético e inspirado:


       Mais où sont les neiges d'antan?

Si creyéramos en la autenticidad de los versos aztecas del rey de Tezcuco, Netzahualcoyotl, que, según dicen, floreció en el siglo XV de nuestra era, tendríamos repetido este tema hasta en la poesía indígena de América; pero los tales versos tienen toda la traza de haber sido inventados en el siglo XVI o en el XVII por algún ingenioso misionero o algún neófito de noble estirpe indiana, conocedor de la poesía española. Dicen así los que más

 importan a nuestro objeto, en la traducción o imitación de don Joaquín Pesado:


                ¿Dónde están los clarísimos varones
       Que extendieron su inmenso señorío
       Por la vasta extensión de este hemisferio
       Con leyes justas y sagrado imperio?
                ¿Dónde yace el guerrero poderoso
       Que los Tultecas gobernó el primero?
       ¿Dónde Necax, adorador piadoso
       De las deidades, con amor sincero?
       ¿Dónde la reina Xiul, bella y amada?
       ¿Do el postrer rey de Tula desdichada?
                Nada bajo los cielos hay estable.
       ¿En qué sitio los restos se reservan
       De Xolotl, tronco nuestro venerable?
       ¿Do los de tantos reyes se conservan?
       De mi padre la frígida ceniza,
       ¿Qué lugar la distingue y eterniza?

Y por este camino sigue moralizando el supuesto poeta azteca sobre la muerte y la inconstancia de la dicha humana, en un tono muy semejante al de las coplas manriqueñas, las cuales probablemente conocía el que inventó los versos.

[p. 409]. [1] . The poem is a model in its kind. Its conception is solem and beautiful and, in accordance with it, the style moves on-calm, dignified, and majestic.

[p. 409]. [2] . Causeries du Lundi, XIV.

 

[p. 411]. [1] . Da noticia de esta versión, calificándola de «franca, valiente y nerviosa», don Bartalomé J. Gallardo. Existe manuscrita en la Biblioteca del Escorial con este título: Hispana Georgii Manrici Carmina... in Latium Carmen nuperrime conversa. El códice, escrito con singular primor de letra en 43 hojas en 8.º, que contienen el texto castellano y el latino, parece haber sido el mismo que el traductor (cuyo nombre se ignora, por haber sido arrancada la hoja en vitela, que debió de servir de portada), presentó al Príncipe luego Rey, don Felipe II. La versión comienza así:


       Evigilet sternens animus, tenebrisque relictis,
       Mens desipiscat hebes, alto experrecta sopore.
       Comtemplata quidem vito haec ut praeterit instans,
       Un tacite obrepit mors, quam cito gaudia migrent.
       Utque recordanti sit urgens causa doloris,
       Ut melius semper quod praeterit, esse putemus.

[p. 412]. [1] . Brunet describe esta rarísima edición, que, de no existir la de Sevilla, 1494, por Meynardo Ungut y Stanislao Polono, pudiera tenerse por la editio princeps de las Coplas en opúsculo independiente de los Cancioneros:

Glosa famosissima sobre las Coplas de do Jorge manrique. (Col.) Acabóse la presente obra corregida y enmendada por el mismo autor. E imprimida en la... cybdad de Lisbona... por Valentyn Fernádes, de la provincia de Moravia. Año ... de myl quinientos y uno año, a diez días del mes de Abril.

Folio gót., a dos columnas, con figuras en madera.

[p. 413]. [1] . Así parece que hemos de inferirlo de este pasaje de la dedicatoria al Secretario Juan Vázquez de Molina, puesto que en él se alude manifiestamente a la glosa del Licenciado Cervantes: «Muchos días son pasados que la glosa que se intitula famosísima, hecha á las Coplas de D. Jorge Manrique, salió á la luz: en cuyo tiempo yo tenía hecha otra á las mesmas que pensaba sacar: y así vemos que no está en balde dicho que sabe poco el que piensa que nadie piensa lo que él piensa. Pues visto que me hurtó la bendición el que se me anticipó primero, haciendo lo que yo pensaba hacer, quise dexalle el lugar, y no glosalla en metro, como otros muchos han hecho, por no acechalle al carcañal.»

[p. 413]. [2] . Reimpresa con el título de Avisos sentenciosos sobre el modo de conducirse en el trato civil de la gente, en el tomo V del Caxón de Sastre, de Nipho. Está en verso.

[p. 418]. [1] . Hay ediciones de Alcalá, 1564, 1570 y 1588; Sevilla, 1577; Huesca, 1584; Madrid, 1614 y 1632. En esta última se añadió la Doctrina del Estoyco Filósofo Epicteto, traducida del griego por el Maestro Sánchez de las Brozas.

[p. 418]. [2] . Lindamente reimpreso en Sevilla, 1888, por diligencia de don José María de Hoyos y Hurtado (tirada de 50 ejemplares).

[p. 418]. [3] . Glosa famosa sobre las Coplas de D. Jorge Manrique, compuesta por el Protonotario Luys Pérez... Valladolid, en casa de Sebastián Martínez. Acabóse a doze días de (sic) mes de Abril de 1561, 4.º Valladolid, 1564, por el mismo impresor.— Medina del Campo, 1574.

Además de la Glosa, contienen estas ediciones una larga y apreciable composición del Protonotario Pérez en coplas manriqueñas, tituladas Loores de Nuestra Señora, unas coplas de arte mayor y unos dísticos latinos en alabanza de Jorge Manrique y de su obra. A ella pertenecen estos versos:


       Protulit haud ullum, Manrique, Hispania nostra
       Qui posset calamum vel superare tuum.
       Hunc relegant reges textum, dignissima monstrat
       Lectu, et quam facili tempóre regna cadant.
       ..............................................
       Non Venus hic resonat, lasciva aut verba reportat,
       Nec Metamorphoses, Iliacasve rates.
       Non silvas, non rura cenit, non belliger arma,
       Non figmenta sonat: turpia nulla legas.
       Dogmata concentu resonat suavissima sancto,
       Quae nos assidue pagina sacra docet.

[p. 419]. [1] . De esta primera glosa ha hecho una reimpresión el Marqués de Jerez de los Caballeros (Sevilla, imprenta de E. Rasco, 1883), imitando en la tipografía la forma que Gallardo llamaba de los Astetes viejos.

Esta glosa es la que empieza:


       Despierte el alma que osa
       Estar contino durmiendo...

[p. 420]. [1] . Coplas de J. Manrique. Translated from the spanish: with an introductory essay on the moral and devotional poetry of Spain... Boston, 1833.

Esta traducción se ha reproducido después en todas las ediciones de las obras poéticas de Longfellow.

[p. 421]. [1] . No sé que exista versión francesa completa. Nuestro Maury, en L'Espagne Poétique (1826), y más adelante el Conde de Puymaigre (1873), han traducido algunas estrofas, procurando remedar el metro del original, a pesar de las dificultades que ofrece la lengua poética francesa para versiones tan ceñidas. Un solo ejemplo mostrará la ventaja del segundo traductor sobre el primero.


                    MAURY

       Qu'on fait leurs jeux héroïques?
       Pour ces tournois magnifiques
           Tant d'apprêts?
       Eux et leur faste superbe
       Qu'ont-ils êté plus que l'herte
           Des guérêts?

                PUYMAIGRE

       Où sont tournois, joùtes sans nombre,
       Habits par les joyaux cachés,
           Cimiers flottants?
       Tout a disparu comme une ombre...
       C'étaient des feuillages séchés
           Tombés du temps!

Es de presumir que los alemanes, que lo han traducido todo, tengan no una, sino varias versiones de estas coplas; pero hasta ahora no han llegado a mi noticia.