Si hay en la literatura del siglo XV un nombre y una composición que hayan resistido a todo cambio de gusto y vivan en la memoria de doctos e indoctos, son sin duda el nombre de Jorge Manrique y las Coplas que compuso a la muerte de su padre. Explicar y razonar esta universal celebridad, ha de ser nuestro principal objeto en este capítulo, pero no podemos menos de apuntar antes los principales hechos de la brevísima vida de su autor, valiéndonos para ello de las noticias que recogió con su acostumbrada puntualidad y diligencia D. Luis de Salazar y Castro en su Historia de la Casa de Lara (lib. X, cap. XV).
Jorge Manrique, señor de Belmontejo, cuarto hijo del Conde de Paredes D. Rodrigo y de su primera mujer doña Mencía de Figueroa, nació probablemente en la villa de Paredes de Nava, cabeza del señorío de su padre, por los años de 1440. Abrió los ojos a la vida en medio de las discordias civiles, y ni un momento dejaron de acompañarle durante su breve peregrinación por este mundo. Partidario, como todos los de su casa, del Infante D. [p. 380] Alonso, a quien llamaban Rey, recibió de él, entre otras mercedes, las tercias de Villafruela y otros lugares de Campos, siete lanzas de la corona y con ellas 14000 maravedises de acostamiento, y por último la encomienda de Montizón en la orden de Santiago. Como tal Comendador favoresció maravillosamente (según dice el traductor castellano de la Crónica de Alonso de Palencia) la parte de D. Álvaro de Estúñiga su primo, en los bandos que traía sobre el priorato de San Juan con D. Juan de Valenzuela, a quien derrotó y puso en huida nuestro D. Jorge cerca de Ajofrín, con muerte o prisión de muchos de los suyos, recuperando para el de Estúñiga el priorato de que había querido desposeerle D. Enrique IV.
En 1474 concurría en Uclés a la elección de Maestre de Santiago que algunos caballeros de aquella milicia hicieron en favor del Conde su padre, y obtenía a su vez uno de los trecenazgos de la orden. Con tal dignidad, y mostrándose siempre acérrimo partidario de la Reina Católica, defendió en 1475 contra el Marqués de Villena el campo de Calatrava, y en 1476 sostuvo con su padre el asedio de la fortaleza de Uclés contra las fuerzas reunidas del mismo D. Juan Pacheco y del Arzobispo de Toledo don Alonso Carrillo, molestando a los contrarios con bravas escaramuzas que acabaron por hacerles levantar el campo, quedando el castillo a merced del Maestre.
Como capitán de una compañía de hombres de armas de Castilla, tuvo a su cargo en 1478, juntamente con Pedro Ruiz de Alarcón, señor de Valverde, la campaña contra el Marqués de Villena, que desde sus fortalezas de Chinchilla, Belmonte, Alarcón y Garci-Muñoz, proseguía desafiando el poder real. Aquella mezquina lucha había de ser funesta para nuestro poeta. Los encuentros con la gente del Marqués eran casi diarios; y en uno de ellos, según la narración de Pulgar, «el capitán D. Jorge Manrique se metió con tanta osadía entre los enemigos, que por no ser visto de los suyos para que fuera socorrido, le firieron de muchos golpes, y murió peleando cerca de las puertas del Castillo de Garci-Muñoz, donde acaesció aquella pelea.» El P. Mariana confunde este encuentro con otro anterior, en que Jorge Manrique fué desbaratado por Pedro de Baeza en el Cañabate, tomándole la cabalgada que llevaba de la Motilla. Pero el testimonio de [p. 381] Pulgar, que es contemporáneo, debe prevalecer sobre cualquier otro en lo que toca al sitio de la batalla, y a la muerte de Jorge Manrique en la pelea misma, y no después de ella y a consecuencia de las heridas, como dan a entender Garibay y Zurita.
Fué llevado el cuerpo de D. Jorge a la iglesia vieja del Convento de Uclés, donde todavía en tiempo de Garibay se veían su sepultura y las de un hermano y un hijo suyo, en fila, cubiertas de piedras negras. Dice Rades de Andrada que al revestirlo de paños mortuorios le hallaron en el seno unas coplas que comenzaba a hacer «contra el mundo». Estas coplas, no impresas, que yo sepa, hasta el Cancionero general de Sevilla de 1537, son dos nada más, y su pensamiento capital es el mismo que domina en su célebre elegía, cuya íntima, aunque resignada tristeza, parece un presagio de la negra fortuna que amenazaba la cabeza de su autor, y que iba a tronchar en tan breve tiempo tantas esperanzas:
¡Oh mundo! pues que
nos matas,
Fuera la vida que
distes
Toda
vida;
Mas según acá nos
tratas,
Lo mejor y menos
triste
Es
la partida
De tu vida, tan
cubierta
De tristezas y
dolores
Muy
poblada;
De los bienes tan
desierta,
De placeres y
dulzores
Despojada.
Es tu comienzo
lloroso;
Tu salida siempre
amarga
Y
nunca buena,
Lo de en medio
trabajoso,
Y a quien das vida
más larga
Le
das pena.
Assí los bienes
muriendo
Y con sudor se
procuran,
Y
los das;
Los males vienen
corriendo;
Después de venidos,
duran
Mucho
más.
[1]
[p. 382] El triste fin de Jorge Manrique tuvo eco no solamente en la historia, sino también en la poesía, aunque no en la popular, como se ha dicho. Un pedestre versificador del siglo XVI, Alonso [p. 383] de Fuentes, en su Libro de los cuarenta cantos (1550), le dedicó un romance que, como casi todos los suyos, no es más que pura prosa imperfectamente rimada. En él, además de la muerte de [p. 384] D. Jorge, se cuenta la venganza que de ella tomaron los capitanes del Rey haciendo ahorcar seis prisioneros, y la abnegación de un hermano que quiso morir por otro. Lo que propiamente se refiere al poeta no son más que los primeros versos del romance, estrictamente ajustados a la narración de Pulgar:
En armas está
Villena
Con todo su
marquesado:
Por fronteros tiene
puestos
Dos caballeros
preciados:
Uno don Jorge
Manrique,
Por sus obras muy
nombrado;
Pedro Ruiz de
Alarcón
El segundo era
llamado,
Con muy fuerte
guarnición
De gente de pie y
caballo;
Por lo cual todos
los días
Éstos corrían el
campo,
Y los contrarios
salían,
Que estaban bien
aprestados,
Y por esto había
continos
Rencuentros muy
señalados.
[p. 385] Acaso sucedió un día,
En uno muy
porfiado,
Cerca de
Garci-Muñoz,
Castillo de los
contrarios,
Que pretendiese don
Jorge
Mostrarse muy
esforzado,
Y metióse entre la
gente
Reciamente peleando
Hasta llegar a la
puerta
Del castillo que he
nombrado;
Y por falta de
socorro
Fué de la gente
cercado,
Y al fin con
grandes heridas
Fué de la vida
privado,
Y por ser tal
caballero
Fué por todos muy
llorado...
Las poesías menores de Jorge Manrique son muy poco numerosas, y no han sido coleccionadas nunca. [1] Apreciables todas por [p. 386] la elegancia y limpieza de la versificación, no tienen nada que substancialmente las distinga de los infinitos versos eróticos que son el fondo principal de los Cancioneros, y que más que a la [p. 387] historia de la poesía, interesan a la historia de las costumbres y del trato cortesano. Sin la curiosidad que las presta el nombre de su autor, apenas habría quien reparase en ellas. Pero aunque [p. 388] no pasen de una discreta medianía, se dejan leer sin fastidio, y algo se deduce de ellas que para la biografía de su autor importa. Acreditan, por ejemplo, su ternura conyugal algunos de estos versos de amores que presentan en forma de acróstico en las primeras letras de cada copla el nombre y apellidos de su legítima mujer doña Guiomar de Castañeda, Ayala, Silva y Meneses. Otras composiciones de sencillo artificio alegórico, como la Profesión que hizo en la Orden de Amor, la Escala de Amor y el Castillo de Amor, muestran en el galante trovador al caballero, al Trece de Santiago, al belicoso hijo del Maestre D. Rodrigo, continuamente ocupado en cercos de fortalezas y trances de armas, cuyas imágenes, presentes de continuo a su espíritu, tenían que reflejarse, sin afectación alguna, hasta en sus coplas de amores. Cuando leemos, por ejemplo, las gallardas estrofas del Castillo de amor:
La fortaleza
nombrada
Está en los altos
alcores
De
una cuesta
Sobre una peña
tajada,
Maciza toda
d'amores,
Muy
bien puesta.
........................
[p. 389] El muro tiene d'amor,
Las almenas de
lealtad;
La
barrera,
Cual nunca tuvo
amador
Ni menos la
voluntad
De
tal manera.
.........................
En la torre de
homenaje
Está puesto toda
ora
Un
estandarte,
Que muestra por
vasallaje
El nombre de una
señora
A
cada parte...
no nos parece estar en presencia de un castillo alegórico, sino ver flotar la bandera del Comendador de Montizón sobre las torres de su encomienda.
En alguna de estas piezas fugitivas se nota también una sencillez de expresión muy agradable, que contrasta con la general sutileza y alambicamiento de la escuela a que el autor pertenecía. Así, por ejemplo, el final de los versos que compuso a su amiga porque le besó estando dormido, como la Reina de Francia a Alain Chartier:
¡Quien durmiendo
tanto gana,
Nunca debe
despertar!
Algunas de estas esparsas, canciones y motes se popularizaron mucho y fueron glosados por otros trovadores, tales como Pinar y Mosén Gazull. Todavía en nuestros tiempos el Duque de Rivas abrió su bello y simpático drama de la Morisca de Alajuar con una redondilla de Jorge Manrique ligeramente alterada:
No tenga fe ni
esperanza
Quien no estuviere
en presencia,
Pues son olvido y
mudanza
Las condiciones de
ausencia.
No sin sorpresa se ven figurar en el corto bagaje literario de un poeta tan pulcro y delicado como Jorge Manrique, algunos versos de burlas, que son a la verdad los más inofensivos del Cancionero en que se hallan, pero que no se recomiendan mucho ni por [p. 390] el gracejo ni por la cortesía. Disuena, por ejemplo, ver al autor de las graves y filosóficas meditaciones sobre la muerte, disponiendo el convite burlesco para su madrastra [1] o invectivando a una vieja borracha que tenía empeñado su brial en la taberna.
Es forzoso decirlo: las llamadas por justa excelencia Coplas de Jorge Manrique, aparecen como un fenómeno aislado entre las obras poéticas que llevan su nombre, a no ser que se quiera acrecentar su número con otras dos composiciones («contra la desordenada codicia», y «sobre la desorden del mundo»), que en edición muy tardía del Cancionero general se estamparon, y que a juzgar por las rúbricas del mismo Cancionero, que las trae inmediatamente después de la adición que Rodrigo Osorio hizo a las dos coplas «que hallaron a D. Jorge Manrique en el seno cuando le mataron», parece que más bien han de atribuirse a este otro poeta leonés, imitador nada infeliz del nuestro así en los pensamientos como en el estilo, pero siempre con la flojedad que a la imitación demasiado servil acompaña; verbigracia:
Qu'estos bienes de
fortuna,
Este negro tuyo y
mío,
Tras quien va
nuestro albedrío,
Son assí como
rocío,
O como agua de
laguna
En el tiempo del
estío...
Dando, pues, de mano, ya a estas repeticiones, de dudosa autenticidad, ya a otros versos de poca monta que nada interesarían sin el nombre de su autor, fijemos exclusivamente la atención en aquella poesía que inmortalizó el nombre de Jorge Manrique juntamente con el de su padre, y que ha sido siempre, aun a los ojos de los críticos más severos con las producciones de la Edad Media, «el trozo de poesía más regular y más puramente escrito de aquel tiempo». [2]
Generalmente se designa esta composición con el nombre de [p. 391] elegía, [1] y ante todo habría que entenderse sobre este nombre. Y la cuestión no es tan fútil como a primera vista pudiera parecer a los que tienen injustificada aversión a las antiguas clasificaciones retóricas, puesto que de la solución que se la dé resultarán en gran parte determinados el carácter propio y sustantivo y la mayor excelencia y belleza de estas coplas, que arrancando del dolor individual, se levantan a la consideración del dolor humano en toda su amplitud y trascendencia. Por lo cual juzgamos que Quintana, tan cuerdo y atinado por lo común en sus juicios literarios, no acertó del todo en la censura de esta pieza, que parece haber mirado con cierto desvío. Y por lo mismo que la autoridad crítica de este gran poeta, que era a la vez consumado humanista, debe ser respetada por todo el mundo, y lo es de un modo especial por nosotros, que al emprender una tarea semejante a la suya hemos tenido más frecuente ocasión de reconocer los aciertos de su buen gusto, conviene insistir sobre este parecer suyo, que es uno de los pocos que la posteridad no ha confirmado.
«Al ver el título de esta obra (dice Quintana), se esperan los sentimientos y la intención de una elegía, tal como el fallecimiento de un padre debía inspirar a su hijo. Pero las coplas de J. Manrique son una declamación, o más bien un sermón funeral sobre la nada de las cosas del mundo, sobre el desprecio de la vida y sobre el poderío de la muerte.»
Coplas de Jorge Manrique por la muerte de su padre se titulan, en efecto, desde las más antiguas ediciones; y no puede negarse [p. 392] que cumplen con su título, puesto que de las cuarenta y tres coplas, que son el total de la composición, diez y siete se contraen al elogio fúnebre del Maestre; como puede verse, no en la mutilada edición de Quintana, [1] ni en las muchas que servilmente le han copiado, pero sí en todas las antiguas y en la muy estimable de 1779. Quintana, no sé si por esforzar su razonamiento, o por una deficiencia de gusto, impropia de tal varón, suprimió todas esas estrofas, que son precisamente las que contienen los sentimientos de dolor filial que el crítico echa de menos, y que Jorge Manrique expresa allí, no con sensibilidad afeminada, impropia de su raza y de su tiempo, sino con entusiasmo viril y austero, que Quintana debía haber comprendido mejor que nadie, reconociendo en él algunos rasgos de su propia musa:
No dexó grandes
tesoros,
Ni alcanzó grandes
riquezas,
Ni
vaxillas;
Mas hizo guerra a
los moros,
Ganando sus
fortalezas
Y
sus villas
...........................
Y sus villas y sus
tierras,
Ocupadas de tiranos
Las
halló;
Y por cercos y por
guerras
por obras de sus
manos
Las
cobró.
Después que puso la
vida
Tantas vezes por su
ley
Al
tablero;
Después de tan bien
seruida
La corona de su rey
Verdadero;
Después de tanta
fazaña
A que no puede
bastar
Cuenta
çierta,
En la su villa de
Ocaña
Vino la muerte a
llamar
A
su puerta.
[p. 393] ...........................
El biuir que es
perdurable,
No se gana con
estados
Mundanales;
Ni con vida
delectable,
En que moran los
pecados
Infernales.
Mas los buenos
religiosos
Gánanlo con
oraçiones
Y
con lloros:
Los caballeros
famosos,
Con trabajos y
aflicciones
Contra
moros.
Se dirá que esto es un himno, un canto de triunfo y no una elegía; y puede que tengan razón los que lo digan. La nota elegíaca pura rarísima vez suena en la poesía castellana, y aun puede decirse que en toda la literatura española, salvo la de Portugal. No entraré a discutir si esto es superioridad o inferioridad de la raza: lo cierto es que somos poco sentimentales, y aun si se quiere duros y secos. Ni aquel género de sentimiento que parece que va envuelto en la misma sensación física y que en algún modo la depura y realza; ni aquella otra aspiración inefable que se pierde en vagos ensueños y cavilaciones para acabar las más veces por sensibilizar lo espiritual en vez de espiritualizar lo sensible, tienen cuna ni progenie en España. Ni la musa de Tibulo y Propercio, ni mucho menos la de Lamartine, son las nuestras. Aquí la llama de amor viva la han tenido los místicos: el sublime amor de Dios ha triunfado en nuestro arte de todos los amores terrenos, y la expresión del dolor individual ha parecido pequeña cosa ante el misterio de la muerte. Si por sentimiento elegíaco se entiende tan sólo el que personalmente aflige al poeta, secundario es sin duda en las coplas de Jorge Manrique; pero la misma sobriedad con que el autor hirió esta cuerda; aquella especie de pudor filosófico y señoril con que reprime sus lágrimas y anega su propio dolor en el dolor humano («sunt lachrymae rerum») , ¿no es quizá la mayor belleza de la composición? ¿No pertenece a un género superior de elegía? ¿No es lo que da eternidad a estas coplas y las convierte en un doctrinal de cristiana filosofía? ¿Qué es lo que más se admira en las Oraciones fúnebres de Bossuet, cuyo [p. 394] recuerdo es imposible evitar aquí: el rendimiento póstumo del cortesano, más o menos deslumbrado por las grandezas de sus señores, o las lecciones del obispo enfrente de las tumbas entreabiertas?
Digno, dignísimo era de cualquier lamentación elegíaca, y principalmente de la de su hijo, en cuyo corazón debió de dejar tan gran soledad con su ausencia, aquel Maestre D. Rodrigo Manrique, vencedor en veinticuatro batallas, y para cuyo panegírico no es menester acudir a las cuarenta páginas en folio en que el historiador de la casa de Lara recopiló sus altos hechos, bastando para el caso con la breve y elegante semblanza que en sus Claros varones le dedica Hernando del Pulgar, y de la cual conviene trasladar algunos rasgos, como necesaria ilustración histórica de los versos de su hijo:
«D. Rodrigo Manrique, Conde de Paredes e Maestre de Santiago, fijo segundo de Pedro Manrique, Adelantado mayor del reino de León, fué hombre de mediana estatura, bien proporcionado en la compostura de sus miembros; los cabellos tenía rojos, e la nariz un poco larga... En los actos que facía en su menor edad, paresció ser inclinado al oficio de la Caballería. Tomó hábito e orden de Santiago, e fué Comendador de Segura, que es cercana a la tierra de los moros; y estando por frontero en aquella su encomienda, fizo muchas entradas en la tierra de los moros... Este varón gozó de dos singulares virtudes: de la prudencia, conosciendo los tiempos, los lugares, las personas e las otras cosas que en la guerra conviene que sepa el buen capitán. Fué asimesmo dotado de la virtud de la fortaleza; no por aquelas vías en que se muestran fuertes los que fingida e no verdaderamente lo son; mas así por su buena composición natural, como por los muchos actos que fizo en el exercicio de las armas, asentó tan perfectamente en su ánimo el hábito de la fortaleza, que se deleytaba cuando le ocurría lugar en que la debiese exercitar. Esperaba con buen esfuerzo los peligros, e acometía las fazabas con grande osadía, e ningún trabajo de guerra a él ni a los suyas era nuevo. Preciábase mucho que sus criados fuesen dispuestos para las armas. Su plática con ellos era la manera del defender e del ofender al enemigo, e ni se decía ni facía en su casa acto ninguno de nobleza, enemiga del oficio de las armas. Quería [p. 395] que todos los de su compañía fuesen escogidos para aquel exercicio, e no convenía a ninguno dexar en su casa si en él fuese conoscido punto de cobardía: e si alguno venía a ella que no fuese dispuesto para el uso de las armas, el grand exercicio que avía e veía en los otros, le facía hábile e diestro en ellas. En las batallas, e muchos encuentros que ovo con Moros e con Christianos, este Caballero fué el que mostrando grand esfuerzo a los suyos, fería primero en los contrarios: e las gentes de su compaña, visto el esfuerzo de este su capitán, todos lo seguían e cobraban osadía de pelear. Tenía tan grand conoscimiento de las cosas del campo, e proveíalas en tal manera, que donde fué él principal capitán, nunca puso su gente en lugar do se oviese de retraer: porque volver las espaldas al enemigo era tan ageno de su ánimo, que elegía antes rescibir la muerte peleando que salvar la vida huyendo... En el reyno de Granada, el nombre de Rodrigo Manrique fué mucho tiempo a los moros gran terror... Venció más con el esfuerzo de su ánimo que con el número de su gente...Toda la mayor parte de su vida trabajó en guerras y en fechos de armas. Fablaba muy bien, e deleytábase en recontar los casos que le acaescían en las guerras. Usaba de tanta liberalidad, que no bastaba su renta a sus gastos; ni le bastara si muy grandes rentas e tesoros toviera, según la continuación que tovo en las guerras. Era varón de altos pensamientos, e inclinado a cometer grandes e peligrosas fazañas, e no podía sufrir cosa que le paresciese no sufridera, e desta condición se le siguieron grandes peligros e molestias.»
Tal fué el héroe que con su muerte dió ocasión a la más bella poesía del Parnaso Castellano de la Edad Media. Y decimos ocasión y no argumento, porque como advierte discretamente uno de sus glosadores en el siglo XVI. [1] «la vida y muerte del Maestre está referida a otro fin más principal, que es el menosprecio de las cosas desta vida, caducas y breves, el amor de las celestiales, firmes y para siempre duraderas. Aplica a este propósito, qué es el mundo y la vida humana, qué son los deleytes y placeres: pinta las honras, hermosura, fuerzas, riquezas, estados, nobleza [p. 396] y todos los demás bienes, así de naturaleza como de fortuna, coligiendo estar subjetos a la mudanza y fin de las cosas. Todo esto debuxado con evidentes comparaciones y exemplos de Reyes y Grandes Señores... En dibuxar el discurso de nuestra vida y todas las más cosas con tanta brevedad y tan descubierta demostración, parece cierto haber excedido muy mucho al retablo de la vida humana, que hizo aquel excelente varón Cebes. ¿Qué diré de las figuras y exornaciones, que como piedras preciosas resplandecen en todas las coplas? ¿Qué del género de troba tan conforme a la materia y tan suave?»
Pero esta poesía tan unánimemente admirada, este amplio y majestuoso desarrollo de los grandes y eternamente eficaces lugares comunes sobre la muerte, ¿hasta qué punto puede ser considerada como original? La cuestión es más compleja de lo que a primera vista se imaginaría, y no es de las que pueden resolverse fácilmente y con una sola palabra. Es claro que la originalidad no puede referirse aquí al fondo de la composición, que por ser tan verdadero y tan universal y tan humano, no es de los que pertenecen a ningún autor particular. Que las grandezas mundanas son caducas y frágiles, que la muerte iguala a grandes y pequeños, que la vida corre tan aprisa como un sueño, son verdades inconcusas, que están al alcance de todo el mundo, y que sólo pueden valer en poesía por la manera de decirlas y por la intensidad de sentimiento con que se digan. Se trata aquí puramente de la forma artística, tomada en su acepción más lata, esto es, abarcando el plan de la composición, el encadenamiento de las sentencias, y las imágenes y los colores con que el poeta ha acertado a revestir estos conceptos elementales de filosofía moral. Lo que importa es precisar hasta qué punto fué original Jorge Manrique en cada uno de estos particulares.
Ante todo, comencemos por descartar una brillante paradoja que con su grande ingenio y autoridad quiso acreditar D. Juan Valera al traducir bellísimamente la obra de Schack sobre la poesía de los árabes andaluces. Tratando, pues, de la elegía que Abul-Beka, poeta rondeño, compuso en tiempo de San Fernando y de D. Jaime el Conquistador para deplorar la pérdida de Córdoba y Sevilla, Valencia y Murcia, el señor Valera advierte tal semejanza entre muchos rasgos y pensamientos de esta composición y las [p. 397] coplas de Jorge Manrique, que en su sentir no puede ser esto mera coincidencia. Traduce, pues, la elegía de Abul-Beka en el propio metro manriqueño, para hacer resaltar más la semejanza, y resueltamente afirma que «Jorge Manrique hubo de conocer los versos del poeta arábigo».
La coincidencia es realmente pasmosa, sobre todo si se lee la elegía de Abul-Beka en los hermosos versos en que la interpreta el señor Valera; porque en otras traducciones en prosa más literal, [1] la semejanza parece más remota. Hay que descontar, por supuesto, lo mucho que contribuye a la ilusión el empleo de un mismo metro, y la opinión previa del traductor, que, sin querer, se ha visto impulsado a acentuar aquellos pasos en que las dos elegías se parecen más;
Cuanto sube hasta
la cima,
Desciende pronto
abatido
Al
profundo.
¡Ay de aquel que en
algo estima
El bien caduco y
mentido
De
este mundo!
En todo terreno ser
Sólo permanece y
dura
El
mudar.
Lo que hoy es dicha
o placer,
Será mañana
amargura
Y
pesar.
Es la vida
transitoria,
Un caminar sin
reposo
Al
olvido;
Plazo breve a toda
gloria
Tiene el tiempo
presuroso
Concedido.
¿Con sus cortes tan
lucidas
Del Yemen los
claros reyes
Dónde
están?
¿En dónde los
Sasanidas,
Que dieron tan
sabias leyes
Al
Irán?
¿Los tesoros
hacinados
[p. 398] Por Karún el orgulloso
Dónde han ido?
¿De Ad y Temud
afamados
El imperio poderoso
Do se ha hundido?
............................
Y los imperios
pasaron
Cual una imagen
ligera
En el sueño
De Cosroes se
allanaron
Los alcázares, do
era
De Asia dueño.
Desdeñado y sin
corona
Cayó el soberbio
Darío
Muerto en tierra.
¿A quién la muerte
perdona?
¿Del tiempo el
andar impío
Qué no
aterra?...
El resto de esta elegía, como inspirada por muy diverso motivo que las Coplas, difiere bastante; pero todavía se repite el movimiento interrogativo, que es tan característico de Jorge Manrique:
¿Qué es de Valencia
y sus puertos?
¿Y Murcia y Játiva
hermosas,
y Jaén?
A pesar de lo deslumbradora que puede parecer esta confrontación, creemos firmemente que se trata de una semejanza casual. El hecho de la imitación de una poesía arábiga artística por un poeta castellano de fin del siglo XV, es en sí mismo tan inverosímil, contradice de tal suerte todo lo que sabemos del desarrollo de nuestra lírica, que sólo podría admitirse en el caso de suponer que sólo en la elegía de Abul-Beka pudo encontrar Jorge Manrique los pensamientos y formas de expresión en que uno y otro poeta coinciden. Pues bien; puede demostrarse matemáticamente que no hay en toda la composición de Jorge Manrique idea, sentencia, imagen o giro que no procedan de las fuentes más naturales de su inspiración, de los libros que todo el mundo leía en el siglo XV, de la Escritura, de los Santos Padres, de los moralistas y poetas clásicos, y de los trovadores castellanos, entre los cuales el que más inmediatamente sirvió de modelo a Jorge Manrique fué su [p. 399] propio tío don Gómez. No necesitó, por consiguiente, buscar fuera de su casa lo que dentro de ella tenía en tanta abundancia.
Y comenzando por las reminiscencias de la Biblia (sin pretender apurarlas), no hay duda que un versículo del Eclesiastes (VII, II): «Ne dicas: quid putas causae est quod et priora tempora meliora fuere quam nunc sunt?» es el original de aquellos sabio versos:
...Cómo, a nuestro
paresçer,
Qualquiera tiempo
passado
Fué mejor.
De Isaías (XLIII, 18) procede este otro pensamiento:
No curemos de saber
Lo de aquel tienpo
passado
Qué fué dello.
« Ne memineritis priorum, et antiqua ne intueamini.»
La famosa interrogación, sobre la cual volveremos luego, esta ya en Baruch (III, 16-20). [1]
Nuestro poeta no sólo aparece versado en la lección de las Sagradas Escrituras, sino también en la de los Santos Padres, aún de algunos muy poco cursados; a lo menos en nuestros tiempos. Cuando escribía, por ejemplo:
Si fuese en nuestro
poder
Tornar la cara
fermosa
Corporal,
Como podemos fazer
El ánima gloriosa
Angelical,
¡Qué diligencia tan
viva
Tuviéramos toda
hora
Y
tan presta!...
tenía a la vista sin género de duda, este lugar de un cierto tratado de vita contemplativa atribuido a San Próspero de Aquitania. «Quanta ope ad ea quae ad corporis speciem spectant et ad molestias deformitatemque tollendas totis nisibus anhelaremus si ad votum [p. 400] cuncta sucederent?... At vero si libera esse potestas: quae in omnibus cura? quae solertia et industria? qui tam in rebus ornandis et componendis iniquus esset labor?»
Pero el libro de filosofía moral que Jorge Manrique parece haber leído con más ahinco, y el que dejó más huella en sus versos, es uno que ya hemos encontrado en la biblioteca de su tío Gómez Manrique, y que no faltaba en ninguna de las de la Edad Media, existiendo ya antes de fines del siglo XV tres traducciones castellanas y una catalana por lo menos: el «Boecio Severino De Consolatione Philosophiae», el libro de las visiones alegóricas con que el último romano poblaba las soledades de su cárcel de Pavía, en tiempo del rey ostrogodo Teodorico. Esta obra, y especialmente los metros o poesías intercalados en ella, que son el último eco de la lírica horaciana, y el principal, aunque indirecto camino por donde su noticia se transmitió a los tiempos medios, parecen haber sido objeto de la constante y asidua meditación de nuestro poeta. Hay en las Coplas algunos pensamientos de los más comunes en las odas morales de Horacio, pero no creo que vengan de allí directamente, sino a través de la imitación de Boecio. Por ejemplo, el allegados son iguales... no procede del Pallida mors, ni del Omnes una manet mors: et calcanda semel via letho, sino del metro 7.º, libro II de Boecio, donde también se encuentra la interrogación famosa:
Mors spernit altam
gloriam:
Involvit humile
pariter et celsum caput,
Equatque summis
infima.
Ubi nunc fidelis
ossa Fabricii manent?
Quid Brutus aut
rigidus Cato?
[1]
[p. 401] Y aun dejando aparte estos precedentes latinos, tiene Jorge Manrique dentro de la propia literatura castellana de los siglos XIV y XV una serie de precursores que se van eslabonando con tal rigor hasta en los detalles, que es imposible considerar la famosa elegía como un producto maravilloso y fortuito, ni mucho menos como derivación solitaria de un arte lírico que no tuvo con el nuestro ningún género de contacto; sino como la última y más perfecta forma de una tradición literaria antiquísima, que venía repitiendo a través de los siglos uno de los tópicos predilectos de la oratoria sagrada. Cuando el Canciller Ayala, al fin de su Rimado de Palacio, recopila y glosa algunas sentencias de los Morales de San Gregorio Magno sobre Job, no olvida esta consideración de la vanidad de la existencia mundana, y exclama con verdadera elocuencia:
¿Do están las
heredades et las grandes posadas,
Las villas et
castillos, las torres almenadas,
Las cabañas de
ovejas, las vacas muchiguadas,
Los caballos
soberbios de las sillas doradas?
¿Do los nobles
vestidos de paño muy honrado?
¿Do las copas et
vasos de metal muy preciado?...
...........................................................................
Este mismo lugar común es muy frecuente en los poetas del Cancionero de Baena. Un Fr. Migir, de la orden de San Jerónimo, capellán del obispo de Segovia D. Juan de Tordesillas, en el dezir que compuso a la muerte de Enrique III, pregunta, después de hacer larga enumeración de personajes históricos y fabulosos:
E de sus imperios,
riquezas, poderes,
Reinados,
conquistas e cavallerías,
Sus vicios e onrras
e otros plazeres,
Sus fechos, fazañas
e sus osadias,
¿A do los saberes e
sus maestrías?
¿A do sus palacios,
a do su cimiento?
Con inspiración mucho más valiente repite los mismos acentos lúgubres Fernán Sánchez Talavera, deplorando la muerte de Rui Díaz de Mendoza, hijo del mayordomo Juan Furtado:
Pues ¿do los
imperios, e do los poderes,
Reynos, rrentas e
los señoríos,
[p. 402] A do los orgullos, las famas e bríos,
A do las empresas,
a do los traheres?
¿A do la sciencias,
a do los saberes,
A do los maestros
de la poetría?
¿A do los rrymares
de grant maestría,
A do los cantares,
a do los tañeres?
¿A
do los thesoros, vasallos, servientes,
A do los fyrmalles,
las piedras preciosas,
A do el aljófar,
possadas costosas,
A do el algalia e
aguas olientes,
A do pannos de oro,
cadenas lusientes,
A do los collares,
la jarreteras,
A do pennas grises,
a dó pennas veras,
A do las sonajas
que van retinientes?
¿A
do los convites, cenas e ayantares,
A do las justas, a
do los torneos,
A do nuevos trajes,
extraños meneos,
A do las artes de
los danzadores,
A do los comeres, a
do los manjares,
A do la franquesa,
a do el espender,
A do los rrysos, a
do el plaser,
A do menestriles, a
do los juglares?
Ideas y giros análogos sobre la caducidad de las grandezas humanas, se encuentran en la Pregunta de Nobles del Marqués de Santillana a D. Enrique de Villena, y también en su bello diálogo estoico de Bías contra fortuna:
¿Essas
edefficaciones,
Ricos templos,
torres, muros,
Serán o fueron
seguros
De las tus
persecuciones?
...................................
¿Qué
es de Nínive, Fortuna?
¿Qué es de
Thebas?... ¿qué es de Athenas?
¿De sus murallas e
almenas,
Que non paresce
ninguna?...
¿Qué es de Tyro e
de Sidón
E Babilonia?
¿Qué fué de
Lacedemonia?
Ca si fueron, ya no
son.
...................................
Pero de todo los poetas del siglo XV, ninguno debía ser tan familiar a Jorge Manrique como su propio tío; y a ninguno, en [p. 403] efecto, imitó más de cerca en pensamientos y estilo. Los Consejos a Diego Arias de Ávila, composición de pobre argumento, pero de tan brillante ejecución, que eleva y dignifica lo que en ella pudiera parecer nacido de vulgar despecho contra el Contador que había rasgado la libranza enviada por el poeta, parece escrita con la misma pluma que había de servir a D. Jorge para trazar el imnortal epitafio del Conde de Paredes. Tal es el aire de familia que tienen hasta en las comparaciones y en el metro. Oigamos a Don Gómez:
Que vicios, bienes,
honores
Que procuras,
Pásanse
como frescuras
De las flores.
En esta mar
alterada
Por do todos
navegamos,
Los deportes que
pasamos,
Si bien lo
consideramos,
Non duran más que rociada.
¡ Oh, pues,
tú, hombre mortal,
Mira, mira,
La rueda cuán
presto gira
Mundanal!
Si desto quieres
enxiemplos,
Mira la grand
Babilonia,
Tebas y
Lacedemonia,
El gran pueblo de
Sidonia,
Cuyas murallas y
templos,
Son en grandes
valladares
Transformados,
E sus triunfos
tornados
En solares.
Pues
sy pasas las ystorias
De los varones
romanos,
De los
griegos y troyanos,
De los godos y
persianos,
Dinos de grandes
memorias,
No fallarás al
presente
Syno flama
transitoria
De aguardiente.
Si quieres que más
acerca
Fable de nuestras
regiones,
Mira las
persecuciones
Que firieron a
montones
En la su fermosa
cerca;
[p. 404] En la qual aun fallarás
Grandes mellas:
¡Quiera Dios,
cerrando aquéllas,
No dar más!
Que tú mesmo viste
muchos
En estos tiempos
pasados,
De grandísimos
estados
Fácilmente
derrocados
Con pequeños
aguaduchos;
Que el ventoso
poderío
Temporal,
Es un muy feble
metal
De vedrío.
..............................
De los que vas por
las calles
En torno todo
cercado,
Con cirimonias
tratado,
No serás más
aguardado
De quanto tengas
que dalles:
Que los que por
intereses
Te siguían,
En pronto te
dexarían
Si cayeses.
Bien ansí como
dexaron
Al pujante
Condestable...
..............................
Que todas son
emprestadas
Estas cosas,
E no duran más
que rosas
Con heladas.
......................
Pues tú no
pongas amor
Con las personas
mortales,
Nin con bienes
temporales,
Que más
presto que rosales
Pierden la fresca
verdor:
E non son sus
crecimientos
Sino juego,
Menos durable que
fuego
De sarmientos...
[1]
[p. 405] Conocidos estos precedentes, cuya enumeración podría ampliarse a poca costa, no faltará quien pregunte en qué consiste la originalidad de Jorge Manrique, puesto que no hay en su elegía cosa [p. 406] alguna que no hubiera sido dicha antes de él. Este es cabalmente el misterio o el prestigio de la forma: expresar el poeta como nadie, lo que ha pensado y sentido todo el mundo. Por todo el cauce de [p. 407] la Edad Media venía rodando un inagotable lugar común sobre la muerte. A todas horas resonaba en los púlpitos; era repetido en prosa y en verso, en latín y en lengua vulgar; recibía forma casi dramática en las danzas de la muerte y forma gráfica en los frescos del cementerio de Pisa; asediaba la imaginación de todos y era el tema perpetuo de todas las meditaciones. Se comparaba sin cesar la vida humana con el sueño, con la sombra, con la flor que se marchita apenas nacida, con el leve rastro que deja la nave en el mar, con la fugitiva corriente de los ríos que van a morir en el Océano. Se hacía desfilar interminables procesiones de reyes, príncipes y emperadores, de héroes y sabios, de personajes de la Sagrada Escritura y de personajes de la fábula, de damas y caballeros, de reinas y de bellezas famosas, y se preguntaba sin cesar: ¿Dónde está Salomón? ¿Dónde está Jonatás? ¿Dónde está César? ¿Dónde está Aristóteles? ¿Dónde está Héctor? ¿Dónde está Elena? ¿Dónde está el rey Artus?
Llegó, por fin, un día en que toda esta materia de meditación moral, que en rigor ya no pertenecía a nadie, y que a fuerza de [p. 408] rodar por todas las manos había llegado a vulgarizarse con mengua de su grandeza, se condensó en los versos de un gran poeta, que la sacó de la abstracción, que la renovó con los acentos de su ternura filial, y con un no sé qué de grave y melancólico, y de gracioso y fresco a la vez, que era la esencia de su genio. Los pensamientos eran de suyo altos y generosos, y puede decirse que en breve espacio abarcaban un concepto general de la vida y del destino humano, lo cual da a la composición una trascendencia que de ningún modo alcanza la Pregunta de Nobles, del Marqués de Santillana, por ejemplo. Cuando el Marqués pregunta fríamente, después de tantos otros, «qué fué del fijo de Aurora, y de Aquiles, Ulises, Ayax de Telamón, Pirro, Diomedes, Agamenón», no hace más que repetir por centésima vez un lugar común, al cual quitan todo valor los nombres mismos de los personajes remotos y fabulosos por los cuales se interroga, y que sólo en ficción erudita podían interesar al autor. Cuando Jorge Manrique, dejándose de griegos y troyanos, evoca los recuerdos de su juventud, o más bien lo que oyó contar a su padre sobre los esplendores y magnificencias de la corte de D. Juan II y de los Infantes de Aragón, y sus alegres fiestas y las justas y torneos, y aquel danzar y aquellas ropas chapadas que traían, habla de algo vivo, de algo que todavía conmueve las fibras de su alma.
La ejecución es no sólo brillante y franca y natural, sino casi perfecta: apenas pueden tacharse, en la última parte que contiene el elogio del Maestre, dos estrofas pedantescas y llenas de nombres propios:
En ventura
Octauiano,
Julio César en
vençer
Y batallar,
etc.
Pero lo más admirable, como ya queda indicado, es la compenetración del dolor universal por el propio dolor, la serena melancolía del conjunto, y el bellísimo contraste entre la algazara y bullicio de aquellas estrofas que recuerdan pompas mundanas, y de aquellas otras en que parece que van espesándose sobre la sumisa frente del viejo guerrero las sombras de la muerte, rotas de súbito por los primeros rayos de una nueva e indeficiente aurora. El metro que Quintana, con extraña falta de gusto, llama «tan [p. 409] cansado, tan poco armonioso, tan ocasionado a aguzar los pensamientos en concepto o en epigrama» es, por el contrario, no sólo armonioso, flexible y suelto, sino admirablemente acomodado al género de sentimiento que dictó esta lamentación. Ticknor, que sólo por rara excepción muestra en todo el discurso de su obra verdadero sentido del arte ni de la belleza poética, ha expresado sin embargo, el peculiar efecto de estas Coplas, con una comparación muy original y muy feliz. «Son versos (dice) que llegan hasta nuestro corazón, que le afectan y le conmueven, a la manera que hiere nuestros oídos el compasado son de una gran campana tañida por mano gentil y con golpes mesurados, pruduciendo cada vez sonidos más tristes y lúgubres, hasta que por fin, sus últimos ecos llegan a nosotros como si fueran el apagado lamento de algún perdido objeto de nuestro amor y cariño».
Digamos, pues con Longfellow (el más excelente de los traductores de esta elegía que conocemos en lengua alguna), que este poema es un modelo en su línea, así por lo solemne y bello de la concepción, como por el noble reposo, dignidad y magestad del estilo, que guarda perfecta armonía con el fondo; [1] y apliquémosle sin temor las palabras que quizá con menos fundamento escribió Sainte Beuve [2] a propósito de la balada de las damas de Villón, la cual no deja de tener cierto remoto parentesco con algo de esta elegía: «Feliz el que acertó a encontrar un acento como éste para expresar una situación inmortal y siempre renovada en la naturaleza humana. Un poeta así tiene probabilidad de vivir tanto como la humanidad misma: vivirá tanto, por lo menos, como la nación y la lengua en que ha proferido este grito de genio y de sentimiento. Sus versos serán recordados como los más naturales y los más verdaderos, siempre que se trate de la rapidez con que pasan las generaciones de los hombres, semejantes como dice Homero, a las hojas de los árboles: siempre que se medite sobre la brevedad de la vida y sobre el corto término concedido a los más nobles y más triunfantes destinos:
Stat sua cuique
dies, breve et irreparabile tempus
Omnibus est
vitae...»
[p. 410] Mucho, y con razón se ha ponderado en las Coplas de Jorge Manrique la perfección de la lengua que ya en él parece fijada, y la diáfana pureza de estilo, en que al cabo de cuatro siglos apenas se encuentra expresión que haya envejecido. Pero no conviene exagerar las cosas, como hasta ahora se ha hecho por olvido o por ignorancia de la cronología, y atribuir exclusivamente al poeta lo que en gran parte es propio de su tiempo. Reina, no sé por qué (quizá por virtud de una estrofa que constantemente se repite, sacada de su lugar y mal entendida), la vulgar preocupación de considerar a Jorge Manrique como un trovador de la corte de D. Juan II, y suponerle contemporáneo y hasta amigo de Juan de Mena y del Marqués de Santillana, de donde resulta un anacronismo tan extravagante como si pusiéramos en la misma época literaria, y en íntimas relaciones de amistad, a D. Leandro Fernández de Moratín y a don Manuel Tamayo. Jorge Manrique, que murió muy joven, pertenece como poeta a las postrimerías del siglo XV, a los últimos años de Enrique IV o más bien a los primeros de los Reyes Católicos, y escribe en la admirable lengua de su tiempo, como la escribían en prosa el autor de La Celestina, y Hernando del Pulgar, y Garci Ordóñez de Montalvo, el que dió al Amadís su definitiva forma; y como la escribían en verso, para no hablar de otros menos señalados, Rodrigo de Cota en el Diálogo del amor y un viejo, Juan del Encina en sus églogas y en sus villancicos, Gómez Manrique en sus composiciones doctrinales y políticas, Garci Sánchez de Badajoz, Guevara y otros en sus versos amatorios. Si las Coplas de Jorge Manrique valen lo que valen y se levantan tanto sobre el nivel ordinario de la lírica de su tiempo, es por otras virtudes poéticas más íntimas y recónditas, que ya hemos procurado manifestar; y no por el estilo, que en su amable y culta naturalidad, es sencillamente el buen estilo de su tiempo, con aquella nota personal que pone en sus creaciones todo poeta digno de este nombre.
Ni tal elogio hace falta para la gloria de estas coplas, no olvidadas nunca de nuestro pueblo, y honradas en todos tiempos con el sufragio de los más claros ingenios españoles. Lope de Vega dijo de ellas que merecían estar escritas con letras de oro. El grave historiador Juan de Mariana las califica de «trovas muy elegantes, en que hay virtudes poéticas, y ricos esmaltes de ingenio, y [p. 411] sentencias graves, a manera de endecha». Fueron puestas en música, con gran sentimiento y eficacia de expresión, como puede verse en algunos libros técnicos del siglo XVI, por ejemplo, en el titulado Libro de cifra nueva para tecla, harpa y vihuela, compuesto por Luis Venegas de Henestrosa (Alcalá, 1577). Fué traducida en dísticos latinos, honra que pocas composiciones vulgares alcanzaban en los días del Renacimiento. [1]
Formar catálogo de sus innumerables ediciones, ya sueltas, ya añadidas a las glosas, sería tarea larga e impropia de este lugar, estando por otra parte descritas las más notables en los libros generales de bibliografía española, especialmente en el Catálogo de Salvá. Perece ser la más antigua la que forma parte del Cancionero Llamado de Fr. Íñigo de Mendoza, por empezar con el Vita Christi de este fraile y ser suyas la mayor parte de las poesías que contiene: rarísimo volumen sin año ni lugar, pero que parece impreso en Zamora, por Centenera, hacia el año de 1480. Muy análogos en su contenido son el Cancionero de Zaragoza, impreso por Paulo Hurus, alemán de Constanza, a 27 días de Noviembre de 1492, con título de Coplas de Vita Christi, y el Cancionero de Ramón de Llavia, sin año ni lugar, pero indisputablemente del siglo XV, y al parecer de tipógrafo zaragozano. Uno y otro incluyen las famosas coplas , y estos tres primitivos textos son los más puros y autorizados de ellas. Nicolás Antonio habla de una edición suelta de 1494; no la conocemos. El Cancionero general de 1511 no las [p. 412] incluyó, sin duda por muy sabidas, pero fueron añadidas en los posteriores, a lo menos desde el de 1535.
En los Cancioneros, las Coplas aparecen limpias de toda agregación extraña, pero como su pequeño volumen convidaba a adicionarlas cuando se las imprimía sueltas, y la materia moral y filosófica que en ellas se trata se prestaba a interminables desarrollos, más o menos poéticos e ingeniosos, no fueron pocos los que se dedicaron a tal empresa. Siete glosas, por lo menos, se hicieron en verso y una en prosa. Daremos alguna razón de ellas, porque en realidad deben considerarse como obras de la escuela de Jorge Manrique y son un nuevo testimonio de la popularidad, no interrumpida nunca, que alcanzó su elegía.
Parece haber sido el más antiguo de estos glosadores un legista, el Licenciado Alonso de Cervantes, Corregidor que había sido en la villa de Burguillos, de donde por cruel sentencia (según él refiere en su prólogo) salió desterrado para el reino de Portugal «despojado, por ajenos y extraños yerros y excesos, de todos los bienes que Fortuna para la peregrinación desta trabajosa vida nos constituye». En tal situación de ánimo, y buscando algún consuelo, escribió su glosa en el mismo metro del original, procurando, si bien con poco arte y acierto, entretejer sus pensamientos con los de Jorge Manrique, cuyos versos se destacan de tal modo sobre la burda tela de los de su imitador, que hacen imposible la equivocación ni por un momento. Dedicó su trabajo al Duque de Béjar, D. Álvaro de Stúñiga, con unas coplas en alabanza de sus armas, y le imprimió en Lisboa, por Valentín Fernández, 1501. [1] Son veinte hojas en cuarto gótico, que fueron reimpresas varias veces, sin lugar ni año, siempre con el rótulo de Glosa famosísima. La última edición parece ser la de Cuenca, por Juan de Cánova, 1552.
Siguió a este glosador, y como en competencia, otro no menos [p. 413] desgraciado en su prosa que el Licenciado Cervantes en sus versos. Fué éste Luis de Aranda, vecino de la ciudad de Úbeda, el cual por los años de 1552 (fecha que consta no en la portada, ni en el colofón, sino en el privilegio) hizo salir de las prensas de Valladolid una obra larga y pedantesca que al parecer tenía compuesta mucho tiempo antes, [1] con título Glosa de Moral Sentido a las famosas y muy excelentes coplas de D. Jorge Manrique. Las sentencias de Jorge Manrique están ahogadas en diez y seis pliegos de fárrago insulso. El nombre y el lugar de la impresión se declara al fin del libro en esta extravagante manera:
Aquí se acaba la glosa
Que es de sentido
moral,
Hecha en elegante
prosa,
Útil y muy
provechosa,
Con privilegio
real.
En Valladolid imprimida
A su costa del
autor,
Por él mesmo
corregida,
De la offecina
salida
De Córdova el
impressor.
Tenía Luis de Aranda el furor de glosarlo todo, para lucir sus impertinentes moralidades. Todas las demás obras suyas que conocemos son de este mismo género: «GIosa intitulada Segunda de Moral sentido, a los muy singulares Proverbios del Marqués de Santillana. Contiénese más en este libro otra Glosa a XXIV coplas de las 300 de Juan de Mena (Granada, 1575)»; [2] « Obra nuevamente hecha, intitulada Glosa Peregrina, porque va glosando pies de [p. 414] diversos romances. Va repartida en cinco Cánticos. El primero de la Cayda de Lucifer. El segundo de la desobediencia de Adán. El tercero de la Encarnación de nuestro Redemptor. El quarto de su muerte y pasión. El quinto y último, de su Resurrección (Sevilla, Alonso de la Barrera, 1577)».
El más conocido de los glosadores de Jorge Manrique, y el que mayor numero de ediciones obtuvo, fué el capitán Francisco de Guzmán, incansable y bien intencionado cultivador de la poesía ética, sentenciosa y paremiológica, como lo acreditan sus Triunfos Morales (1565); su Flor de sentencias de sabios (1557), refundida después con el título de Decreto de Sabios: y sus Sentencias generales (1576). Aunque el capitán Guzmán mereció de la inagotable benevolencia de Cervantes un elogio muy expresivo en el Canto de Calíope por «haber puesto tan en su punto la cristiana poesía», tiene razón Gallardo en decir que sus versos son generalmente una prosa rimada, árida y seca, sus conceptos y sentencias comunes y triviales. Pero hay una excepción que poner a esto. Lo más acendrado que Guzmán dejó; lo que puede pasar por un ejercicio de imitación muy diestra y fácil, es su Glosa sobre la obra que hizo D. George Manrrique a la muerte del Maestre de Santiago... su padre, dirigida a la muy alta y muy esclarescida y christianíssima Princesa Doña Leonor Reyna de Francia. El nombre del glosador se infiere de unas coplas acrósticas de arte mayor, que van al principio, según costumbre del tiempo. La primera y rarísima edición, en 4.º gótico de 16 hojas, es de León de Francia, sin año. Luego fué reimpresa varias veces en Amberes por Martín Nucio (1558, 1598...) y en otras partes, unida por lo general a los Proverbios o Centiloquio del Marqués de Santillana. Todavía lo está en una impresión de Madrid de 1799.
Acertado anduvo el editor del siglo pasado en elogiar esta glosa, así por el estilo como por la abundancia de sentencias graves y provechosas, y sobre todo por la entereza con que engasta en los suyos los versos de Manrique. Y como estas glosas no son hoy leídas por nadie, conviene poner alguna muestra:
No os fiéis, damas
hermosas
En beldad ni
fermosura
Que en vos haya,
Porque sois como
las rosas,
[p. 415] Que muy presto su frescura
Se desmaya.
La cosa de que más
cura
Tenéis en la
jovenez
Y tanto cara:
El color y la blancura,
Cuando viene la
vejez,
Cuál se para?
Los deleytes
y dulzores
Que en la fresca
edad tuvieres,
Si mirares,
Todos se tornan
dolores,
Cuando a la vejez
vinieres
Y pesares:
Piérdese la
fortaleza
Deste cuerpo
terrenal
Y la virtud,
Las mañas y ligereza,
Y la fuerza
corporal
De juventud.
.............................
Pues aquellos
tan preciados,
Los Nueve que
tanta fama
Consiguieron,
Tan valientes y
esforzados,
Como una encendida
llama
Fenescieron:
Ya son muertos
éstos todos,
Y su poder y
grandeza
Perescida,
¿Pues la sangre de los godos,
Y el linaje y la
nobleza
Tan crecida?
.............................
Como el cauto
pescador,
Que a pescar gana
su vida
Con la caña,
Es este mundo
traidor,
Que con deleites
convida
Y nos engaña;
Y los deleites que
él da
Con que tanto nos
holgamos
Son mortales,
Y los tormentos de allá,
Que por ellos
esperamos,
Eternales.
[p. 416] ...............................
¿De Alexandro el
gran poder,
Ni el saber de
Salomón,
Qué les sirvió?
Pues no pudieron
hacer
Contra muerte
defensión,
Que los venció:
La cual a todos
subvierte
Sin ser grandes ni
menores
Reservados;
Así que no hay cosa fuerte
A papas, ni
emperadores,
Ni perlados.
...............................
¿ Qué fué del
Marqués pujante,
Que tuvo al rey don
Enrique
A su obediencia?
¿Qué se hizo el
Almirante
De Castilla, don
Fadrique,
Y su elocuencia?
¿Quién no llora en
se acordar
De aquellas cosas
pasadas
Que solían?
¿Qué se hizo aquel trobar,
Las músicas
acordadas
Que tañían?
¿ Qué fué de
las invenciones
De aquel tiempo y
atavíos
Tan bordados?
¿Los motes y las
canciones,
Los fingidos
desafíos
Y estacados?
¿Dónde iremos a
buscar
Las damas tan
arreadas
Que servían?
¿
Qué se hizo aquel danzar,
Aquellas ropas
chapadas
Que traían?
...............................
Tomad
exemplo, privados,
En don Álvaro de
Luna,
Condestable:
Vivid siempre
moderados;
Que esta loca de
fortuna
Es varïable.
[p. 417] ...................................
Sesenta villas
cercadas,
Fuera del gran
Maestrazgo,
Poseía,
De mercedes y
compradas,
Cuando pagó aquel
portazgo
Que debía...
...............................
Nunca se vió tal
poder
De hombre que rey
no fuese
Coronado;
Pero yéndolo a
prender,
No halló quien se
pusiese
A su costado.
¿Do el correr cañas
y toros
Por donde iba, y
los juglares
Al entrar,
Sus infinitos thesoros,
Sus villas y sus
lugares
Y mandar?
Aquél que más
de treinta años
El reyno como le
plugo
Gobernó,
Fortuna con sus
engaños
En las manos de un
verdugo
Lo entregó:
Tanta plata y
tantos oros
Al tiempo que los
pulgares
Le fué atar,
¿
Qué le fueron sino lloros?
¿Fuéronle sino
pesares
Al dexar?
Ciertamente que hay algo de servil y aun de pueril en esta rapsodia; pero se ve que, por lo menos, comprendía el imitador las bellezas de lo que imitaba.
Tampoco carece de mérito, aunque es más ascética que literaria, la pía y devota glosa de un monje cartujo, D. Rodrigo de Valdepeñas, prior del Paular, repetidas veces impresa en unión con otros opúsculos, ya de materia piadosa como «el caso memorable de la conversión de una dama», ya de más profano asunto, como las Coplas de Mingo Revulgo, el Diálogo entre el amor y un [p. 418] viejo, de Rodrigo de Cota, y las Cartas en refranes, de Blasco de Garay. [1]
Menos celebrada y menos reimpresa que las glosas anteriores fué la del Protonotario Luis Pérez, natural y vecino de la villa de Portillo, cerca de Valladolid, conocido por un poema sobre la conquista de Túnez y otros versos latinos, y todavía más por su tratado zoológico-recreativo Del can y del caballo (Valladolid, 1568), tan estimado entre nuestros coleccionistas de libros de caza, equitación y veterinaria. [2] Luis Pérez es hablista abundante y castizo, pero su glosa valdría mucho más si, por hacer alarde de su vasta lectura, no hubiese ahogado el texto bajo el peso de las citas y autoridades, muchas veces impertinentes, que sobrecargan las márgenes, si bien algunas todavía son útiles y nos han puesto en camino para buscar las verdaderas fuentes de la elegía de Jorge Manrique. [3]
Estas fueron las cuatro glosas que llegaron a conocimiento de [p. 419] Cerdá y Rico, a quien se debe el buen servicio de haberlas reimpreso juntas en 1779. Pero se ocultaron a su diligencia otras tres, debidas a dos de los preclaros ingenios, que, muy entrado el siglo XVI, conservaron con más fidelidad las tradiciones de la escuela poética del siglo anterior: Jorge de Montemayor y Gregorio Silvestre. De Jorge de Montemayor hay dos glosas distintas: una de carácter doctrinal, bastante árida y prosaica, que está en sus Obras, edición de Amberes, 1554, y también en un pliego suelto de Valencia, 1576, por Juan Navarro. [1] La otra glosa, bellísima por cierto, poética y sentida, es sólo de diez coplas (cada una de las cuales da al imitador materia para cuatro) y forma una nueva lamentación elegiaca sobre la muerte de la Princesa de Portugal, doña María, hija del Rey D. Juan III. Es pieza de singular rareza, que no se halla, según creemos, en ninguna de las ediciones del Cancionero de su autor, y sí sólo en un rarísimo pliego suelto que existe en la Biblioteca Nacional de Lisboa, del cual la transcribe el erudito autor del Catálogo razonado de los autores portugueses que escribieron en castellano, D. Domingo García Peres.
La glosa de Gregorio Silvestre, que tengo por superior a todas en brío y arranque poético, está en todas las ediciones de sus Obras, desde la primera de Granada de 1582. Pero así ésta como la segunda de Montemayor han de formar parte de la selección que hagamos de los versos de estos poetas, y entonces habremos de insistir en mostrar su valor propio, que es independiente del texto que comentan, aunque de él reciban la inspiración primera. Lo mismo puede decirse de las Coplas castellanas imitando a las de Jorge Manrique, que trae en su Jardín Espiritual (1585) el excelente poeta carmelita Fray Pedro de Padilla.
Para completar la historia literaria de esta elegía, conviene añadir dos palabras sobre las principales traducciones que de ella se han hecho. Queda ya mencionada la latina del siglo XVI. Una [p. 420] traducción inglesa fragmentaria apareció en la Revista de Edimburgo el año 1824, en un artículo sobre literatura española, que se atribuye a Richard Ford. Pero quien verdaderamente aclimató en la poesía inglesa esta composición, haciendo de ella una versión magistral y fidelísima, fué el autor de Evangelina, el más célebre y el más simpático de los poetas norteamericanos de nuestro siglo, Henry Wadsworth Longfellow. [1] Es imposible llevar a mayor perfección el arte de traducir en verso. Como último homenaje, y quizá el más glorioso, a la memoria de Jorge Manrique, transcribiremos algunas estrofas, escogiendo las que en el original son más célebres:
Where is the King
Don Juan? Where
Each royal prince,
and noble heir
Of Aragon?
Where are the
courtly gallantries?
The deeds of love
and high emprise,
In battle done?
Tourney, and joust,
that charmed the eye,
And scarf, and
gorgeus panoply,
And nodding plume;
What were they but
a pageant scene?
What but the
garlands gay and green,
That deck the tomb?
Where are the high
born dames, and where
Their gay attire,
and jewelled hair,
And odours sweet?
Where are the
gentle knights, that came
To kneel, and
breathe love's ardent flame,
Low at their feet?
Where is the song
of Troubadour?
Where are the lute
and gay tambour
They loved of yore?
Where is the mazy
dance of old,
The flowing robes,
inwrought with gold
The dancers wore?
...........................................
The countless
gifts—the stately walls—,
The royal palaces,
and halls
All filled with gold;
[p. 421] Plate, with armorial bearings wrought,
Chambers with ample
treasures fraught
Of wealth untold;
The noble steeds,
and harness bright,
And gallant lord,
and stalwart knight,
In rich array,—
Where shall we seek
them now? Alas!
Like the bright
dew—drops on the grass,
They passed away.
[1]
¡Dichoso poeta el que después de cuatro siglos puede renacer de este modo en labios de otro poeta, y dichoso Jorge Manrique entre los nuestros, puesto que a través de los siglos su pensamiento cristiano y filosófico continúa haciendo bien, y cuando entre españoles se trata de muerte y de inmortalidad, sus versos son siempre de los primeros que ocurren a la memoria, como elocuentísimo comentario y desarrollo del Surge qui dormis, et exurge, de San Pablo!
[p. 381].
[1] . De estas coplas hizo una
continuación bastante apreciable Rodrigo Osorio. Véanse algunas
estrofas:
Son las glorias y
deleytes
Que en este siglo
prestado
Mas
aplazen,
Unos fengidos
afeytes
Que con viento muy
delgado
Se
deshazen.
...........................
La gruessa
sensualidad
De este cuerpo
ponderoso
Que
traemos,
Empide la claridad
Del spíritu
glorioso
Que
tenemos.
Y hasta ser
divididos
Cada qual d'estos
estremos
Sobre
sí,
No pueden ser
conocidos
Los secretos que
creemos
Que
hay en ti.
Las ánimas
despojadas
D'esta lodosa
materia,
Veen
claras
Estas cosas
ocultadas,
Tu condición, tu
miseria,
Tus
dos caras:
La una con que nos
guías
A los dulces
apetitos
Temporales:
Con la otra nos
envías
A tormentos
infinitos
Infernales.
Si nuestros padres
primeros
El mandamiento
divino
No
passaran,
Todos fueran
herederos
De la gloria, y de
contino
La
gozaran.
Tormento, penas,
angustias,
Hambre, frío ni
calor
No
sintieran:
Ni las plantas
fueran mustias,
Y en su perpetuo
verdor
Permanecieran.
...........................
E vivimos
desterrados,
Desseosos de volver
Donde
salimos,
Pobres y
desheredados
De la gloria y del
plazer
Que
perdimos.
Por aquélla
sospiramos:
Las lágrimas y
gemidos
Allí
van;
Por aquélla siempre
estamos
Descontentos y
aborridos
Con
afán.
E las tristezas que
tienen
Los hombres muchas
vegadas,
No
sabidas,
De allí proceden y
vienen,
Allí fueron
engendradas
Y
nacidas;
Ca siente nuestra
memoria
Un natural
sentimiento
Original
Porque perdimos la
gloria,
Y heredamos
detrimento
Terrenal.
Como el ánima
divina
Aquestas cosas
contempla
Y
las mira,
Luego se humilla e
inclina,
Se altera, tarta y
destiempla
Y
suspira.
Conoce la perfeción
Cómo fué hecha e
criada
Y
para qué,
Y mira la perdición
Que allá tiene
aparejada
Si
tal no fué.
Y como la carne
sienta
Que fué hecho
corruptible
Su
metal,
Siempre vive
descontenta,
Conociendo ser
pasible
Y
mortal.
La mayor pena que
Dios
Quiso dar a los
culpados
Conocida,
Es que fuessen
estos dos
Divididos y
apartados
De
la vida.
...........................
Porque ambos en un
ser
Fueron hechos
ayuntados
E
unidos,
Para siempre poseer
Los gozos
beatificados,
Infinidos:
Y aunque el ánima
quïeta
Tenga holganza
ganada
Soberana,
No terná gloria
perfeta
Hasta verse
acompañada
De
su hermana.
[p. 385]. [1] . Es cierto que Amador de los Ríos afirma que lo fueron, a fines del siglo pasado, «en un pequeño volumen que se ha hecho ya raro entre los bibliófilos»; pero creemos que aquí hay una leve inexactitud, y que Amador quiere referirse a la edición que en 1779 hizo don Antonio de Sancha de las Coplas, acompañadas de cuatro distintas glosas. En el prólogo se da razón de las demás poesías de Jorge Manrique, insertas en el Cancionero general, pero no se copian sino tres de las más breves.
Para facilitar la tarea de quien intente reunirlas, apuntaré a continuación los títulos y el primer verso de las composiciones sueltas de J. Manrique que conozco:
1. «En el Cancionero general de Hernando del Castillo (1511):
Con el gran mal
que me sobra...
2. Otras suyas, estando aussente de su amiga, a un mensajero que allá enviaba:
Ve, discreto
mensajero...
3. Esparsa suya:
Yo callé males
sufriendo.
4. Otra suya:
Hallo que ningún
poder.
5. Otra suya:
Callé por mucho
temor.
6. Otra suya:
Pensando, señora
en vos.
7. Otras suyas, diciendo qué cosa es amor:
Es amor fuerza tan
fuerte.. 8. Otras suyas de la profesión que hizo en la Orden
del Amor:
Porque el tiempo
es ya pasado...
9. Otras suyas en que pone el nombre de una dama y comienza y acaba en las letras primeras de todas las coplas:
¡Guay d'aquel que
nunca atiende...
10. Otra obra suya, dicha Escala d'Amor:
Estando triste
seguro...
11. Otras suyas a su mote, que dice:
Ni miento ni
m'arrepiento...
12. Memorial que hizo él mismo a su corazón, que parte al desconocimiento de su amiga donde él tiene todos sus sentidos:
Allá verán mis
sentidos.
13. Otra obra suya, llamada Castillo d'Amor:
Háme tan bien
defendido...
14. Otras suyas:
Es una llaga
mortal.
15. Otras suyas, porque estando él durmiendo le besó su amiga:
Vos cometistes
trayción...
16. Otras suyas a una prima suya que le estorbaba unos amores:
Quanto el bien
temprar concierta...
17. Otra obra suya, en que pone el nombre de su esposa y asimismo nombrados los linajes de los cuatro costados della, que son: Castañeda, Ayala, Silva, Meneses:
Según el mal me
siguió...
18. Otras suyas:
Los fuegos qu'en
mí encendieron....
19. Esparsa suya:
¡Qué amador tan
desdichado...
20. Otras suyas a la Fortuna:
Fortuna, no
m'amenazes...
21. Otras suyas:
Mi temor ha sido
tal...
22. Otras suyas:
Mi vevir quiere
que viva...
23. Otras suyas:
Acordaos por
Dios, señora.
24. Otras suyas:
Ved qué congoxa
la mía...
25. Canción:
Quien no
estuviere en presencia...
26. Canción:
No sé por qué me
fatigo... 27. Otra canción:
Justa fué mi
perdición...
28. Otra de D. Jorge:
Quien tanto veros
dessea...
29. Otra de D. Jorge:
Es una muerte
escondida...
30. Otra suya:
Quanto más pienso
serviros...
31. Invenciones y letras de justadores. D. Jorge M. sacó por cimera una anoria con sus arcaduces llenos, y dixo:
Estos y mis
enojos...
32. Glosa a este mote «Sin Dios y sin vos y mí»:
Yo soy quien
libre me vi...
33. Mote de D. J. Manrique «siempre amar y amor seguir». Glosa suya:
Quiero, pues
quiere razón:..
34. Pregunta de D. J. Manrique:
Entre dos fuegos
lanzado..
( A esta pregunta respondió un galán.)
35. Otra pregunta de D. Jorge:
Entre bien y mal
doblado...
(Respondió Guevara.)
36. Pregunta de D. J. Manrique:
Después qu'el
sesso s'esfuerza...
37. Pregunta de D. Jorge a Guevara:
Porque me hiere
un dolor...
(Con la respuesta de Guevara, y a continuación una pregunta de éste a D. Jorge «porque sabía que estaba herido de un trueno»).
38. Respuesta de D. Jorge a Guevara:
Los males que son
menores..
39. Canción de D. Jorge:
Con dolorido
cuidado...
(Con una glosa de Pinar.)
40. Canción de D. Jorge, glosada por Mosén Gazull:
No sé
por qué me
fatigo...
41. Un convite que hizo D. Jorge Manrique a su madrastra:
Señora muy
acabada...
(Se reprodujo en el Cancionero de Burlas .)
42. Coplas que hizo a una beuda (sic) que tenía empeñado un brial en la taberna:
Hánme dicho que
se
atreve.....
(Está también en el Cancionero de Burlas. )
43. En el Cancionero de Sevilla de 1535 se añadieron las Coplas a la muerte de su padre, y además las siguientes:
44. Adición hecha por Rodrigo Osorio sobre dos coplas que hallaron al Sr. D. Jorge Manrique en el seno quando lo mataron:
¡
Oh mundo!, pues que nos matas...
45. Otras suyas (¿de Manrique o de Osorio?) hechas en menosprecio del mundo y contra la desordenada codicia:
Corazón triste,
reposa...
46. Otras suyas (¿de Manrique o de Osorio?) sobre la desorden del mundo:
En este siglo
mundano...
En el Cancionero de Toledo de 1527 y en todos los posteriores:
47. Canción de D. Jorge:
Cada vez que mi
memoria...
48. Otra suya:
No tardes muerte,
que muero...
49. Otra suya:
Por vuestro gran
merecer.
El registro de los Cancioneros manuscritos no arroja ninguna composición nueva que añadir a este catálogo.
[p. 390]. [1] . No sabemos cuál de ellas, porque el Conde de Paredes fué casado tres veces: la segunda con doña Beatriz de Mendoza, hija del señor de Cañete; la tercera, con doña Elvira de Castañeda, hija del señor de Fuensaldaña.
[p. 390]. [2] . Palabras de Quintana (pág. XX de su introducción a las Poesías selectas castellanas, edición de 1829, tomo I).
[p. 391]. [1] . Ya se la daba este título en el siglo XVI. Así, Alonso de Calleja, en el prólogo que puso a la Glosa de Fray Rodrigo de Valdepeñas: «Diré, por ser breve, que más se sentirán las utilidades de esta Elegía en el pecho de quien la lea, que se puedan con artificio declarar.»
Y el mismo Cartujo glosador, en el epigrama latino que pone al frente de su trabajo, usa el nombre de elegía, que luego interpreta por endecha:
Quid valeant mundi
fastus: quid sceptra, secures,
Forma, voluptates,
stemmata, divitiae,
Vita, salus, vires,
sit quanta potentia regni,
Parca severa, tui
, blanda Elegia canit.
..............................................
En esta breve
endecha está engastado
De vida un vivo
espejo y de la muerte.
[p. 392]. [1] . Apenas hay centón de poesías para la enseñanza, ni tratado de Retórica y Poética, en que no salgan a relucir las famosas Coplas, pero mutiladas siempre. ¡Qué grande es el poder de la inercia entre nosotros!
[p. 395]. [1] . Vid. el prólogo de Alonso de Calleja al frente de la glosa del Cartujo Fr. Rodrigo de Valdepeñas.
[p. 397]. [1] . En prosa francesa por Mr. Grangeret de la Grange en 1828, y en prosa castellana por don León Carbonero y Sol, catedrático que fué de Árabe en la Universidad do Sevilla; y aun en los mismos versos alemanes de Schack.
[p. 399]. [1] . «Ubi sunt principes gentium, et qui dominantur super bestias quae sunt super terram, qui in avibus coeli ludunt, qui argentum thesaurizant et aurum in quo confidunt homines, et non est finis acquisitionis eorum? Qui argentum fabricant et solliciti sunt, nec est inventio operum illorum?
Exterminati sunt, et ad inferos descederunt, et alii loco eorum surrexerunt.»
[p. 400]. [1] . Pueden añadirse otras muchas reminiscencias de Boecio más o menos importantes:
«Haec nostra vis est: hunc continuum ludum ludimus, rotam volubili orbe versamus.» (Libro II, prosa II.)
Que
bienes son de Fortuna
Que se vuelven con
su
rueda
Presurosa.
«Defunctumque
leves non comitantur opes.»
(Libro III, metro 3.º)
Pero
digo que
acompañen
Y lleguen
hasta el sepulcro
Con su dueño.
[p. 404]. [1] . Análogos símiles usa el mismo Gómez Manrique en la continuación que hizo de las Coplas de Juan de Mena sobre los pecados mortales:
Aunque las glorias
mundanas,
Fablando verdad
contigo,
Más presto pasan,
amigo,
Que flores de las
mañanas.
..............................
Que el
deporte que más dura
En esta vida
mezquina,
Se podrece tan ayna
Como manzana madura.
Y de la vida dice:
La qual pasa como
sueño,
E como sombra
fallesce...
El origen primero de todas estas comparaciones ha de buscarse en la Biblia, y especialmente en el libro de Job y en los libros sapienciales, en los profetas y en los salmos: Transierunt omnia illa tanquam umbra. Fugit velut umbra et nunquam in eodem statu permanet. Omnis gloria ejus quasi flos agri. Quoniam tamquam foenum velociter arescent, et quemadmodum olera herbarum cito decident. Laedetur quasi vinea in primo flore botrus eius.
Me he limitado con toda intención a citar aquellos textos que segura o verisímilmente hubo de conocer Jorge Manrique. Por lo demás, en las poesías latinas de la Edad Media es muy frecuente un movimiento interrogativo análogo al de las Coplas:
Ubi nunc imago
rerum?
Ubi sunt opes
potentum?
decía ya Tiro Próspero, poeta del siglo V.
En un cántico sobre la muerte, publicado por Rambach en su Christliche Anthologie, se hace la pregunta en esta forma:
Ubi Plato, ubi
Porphyrius?
Ubi Tullius aut
Virgilius?
Ubi Thales? Ubi
Empedocles
Aut egregius
Aristoteles?
Alexander ubi rex
maximus?
Ubi Hector Trojae
fortissimus?
Ubi David, rex
doctissimus?
Ubi Salomon
prudentissimus?
Cecideront Parisque
roseus?
Ceciderunt in
profundum ut lapides.
Quis scit, an detur
eis requies?
El mismo pensamiento y la misma forma domina en dos poemas De comptentu mundi: el uno en ritmo dactílico, ha sido atribuído a San Bernardo, pero más bien parece ser de Bernardo de Morley; el otro ha sido publicado
por Wright entre los versos latinos que comúnmente llevan el nombre de Gualtero Mapes:
a) Est ubi gloria
nunc, Babilonia? Sant ubi dirus
Nabuchonodozor et
Darii vigor, illeque Cyrus?
Nunc ubi cura,
pompaque Julia? Caesar, obisti,
Te truculentior,
orbe potentior ipse fuisti.
Nunc ubi Marius
atque Fabricius inscius auri?
Mors ubi nobilis et
memorabilis actio Pori?
Diva philippica,
vox ubi coelica nunc Ciceronis?
Pax ubi civibus
atque rebellibus ira Catonis?
Nunc ubi Regulus,
aut ubi Romulus, aut ubi Remus?
Stat rosa pristina
nomine, nomina nuda tenemus.
b) Dic ubi Salomon
olim tan nobilis;
Vel Samson ubi est
dux invencibilis,
Vel pulcher Absalon
vultu mirabilis;
Vel dulcis Jonathas
multum amabilis?
Quo Caesar abit,
celsus imperio?
..............................................
Dic ubi Tullius,
clarus eloquio
Vel Aristoteles
summus ingenio.
Vid. para estas comparaciones: Du Méril, Poésies populaires latines du Moyen Age (París, 1847), pág. 126, y F. Clément, Carmina è Poetis Christianis excerpta (París, 1854), pág. 67.
Ticknor (edición de 1863) recuerda al mismo propósito unos versos ingleses sobre Eduardo IV, atribuidos a Skelton, y que se hallan en el Espejo para magistrados. Se supone que habla el rey mismo deste su túmulo:
Where is now my
conquest and victory?
Where is my riches
and Royal array?
Where be my
coursers and my horses hye?
Where is my myrth,
my solace, and my play?
Pero en las literaturas extranjeras la forma más bella y más célebre de esta interrogación es la balada de Villon Des dames du temps jadis, cuyo encanto mayor consiste en el estribillo verdaderamente poético e inspirado:
Mais où sont les
neiges d'antan?
Si creyéramos en la autenticidad de los versos aztecas del rey de Tezcuco, Netzahualcoyotl, que, según dicen, floreció en el siglo XV de nuestra era, tendríamos repetido este tema hasta en la poesía indígena de América; pero los tales versos tienen toda la traza de haber sido inventados en el siglo XVI o en el XVII por algún ingenioso misionero o algún neófito de noble estirpe indiana, conocedor de la poesía española. Dicen así los que más
importan a nuestro objeto, en la traducción o imitación de don Joaquín Pesado:
¿Dónde están los clarísimos varones
Que extendieron su
inmenso señorío
Por la vasta
extensión de este hemisferio
Con leyes justas y
sagrado imperio?
¿Dónde yace el guerrero poderoso
Que los Tultecas
gobernó el primero?
¿Dónde
Necax, adorador piadoso
De las deidades,
con amor sincero?
¿Dónde la reina
Xiul, bella y amada?
¿Do el postrer rey
de Tula desdichada?
Nada bajo los cielos hay estable.
¿En qué sitio los
restos se reservan
De
Xolotl, tronco nuestro venerable?
¿Do los de tantos
reyes se conservan?
De mi padre la
frígida ceniza,
¿Qué lugar la
distingue y eterniza?
Y por este camino sigue moralizando el supuesto poeta azteca sobre la muerte y la inconstancia de la dicha humana, en un tono muy semejante al de las coplas manriqueñas, las cuales probablemente conocía el que inventó los versos.
[p. 409]. [1] . The poem is a model in its kind. Its conception is solem and beautiful and, in accordance with it, the style moves on-calm, dignified, and majestic.
[p. 409]. [2] . Causeries du Lundi, XIV.
[p. 411]. [1] . Da noticia de esta versión, calificándola de «franca, valiente y nerviosa», don Bartalomé J. Gallardo. Existe manuscrita en la Biblioteca del Escorial con este título: Hispana Georgii Manrici Carmina... in Latium Carmen nuperrime conversa. El códice, escrito con singular primor de letra en 43 hojas en 8.º, que contienen el texto castellano y el latino, parece haber sido el mismo que el traductor (cuyo nombre se ignora, por haber sido arrancada la hoja en vitela, que debió de servir de portada), presentó al Príncipe luego Rey, don Felipe II. La versión comienza así:
Evigilet sternens
animus, tenebrisque relictis,
Mens desipiscat
hebes, alto experrecta sopore.
Comtemplata quidem
vito haec ut praeterit instans,
Un tacite obrepit
mors, quam cito gaudia migrent.
Utque recordanti
sit urgens causa doloris,
Ut melius semper
quod praeterit, esse putemus.
[p. 412]. [1] . Brunet describe esta rarísima edición, que, de no existir la de Sevilla, 1494, por Meynardo Ungut y Stanislao Polono, pudiera tenerse por la editio princeps de las Coplas en opúsculo independiente de los Cancioneros:
Glosa famosissima sobre las Coplas de do Jorge manrique. (Col.) Acabóse la presente obra corregida y enmendada por el mismo autor. E imprimida en la... cybdad de Lisbona... por Valentyn Fernádes, de la provincia de Moravia. Año ... de myl quinientos y uno año, a diez días del mes de Abril.
Folio gót., a dos columnas, con figuras en madera.
[p. 413]. [1] . Así parece que hemos de inferirlo de este pasaje de la dedicatoria al Secretario Juan Vázquez de Molina, puesto que en él se alude manifiestamente a la glosa del Licenciado Cervantes: «Muchos días son pasados que la glosa que se intitula famosísima, hecha á las Coplas de D. Jorge Manrique, salió á la luz: en cuyo tiempo yo tenía hecha otra á las mesmas que pensaba sacar: y así vemos que no está en balde dicho que sabe poco el que piensa que nadie piensa lo que él piensa. Pues visto que me hurtó la bendición el que se me anticipó primero, haciendo lo que yo pensaba hacer, quise dexalle el lugar, y no glosalla en metro, como otros muchos han hecho, por no acechalle al carcañal.»
[p. 413]. [2] . Reimpresa con el título de Avisos sentenciosos sobre el modo de conducirse en el trato civil de la gente, en el tomo V del Caxón de Sastre, de Nipho. Está en verso.
[p. 418]. [1] . Hay ediciones de Alcalá, 1564, 1570 y 1588; Sevilla, 1577; Huesca, 1584; Madrid, 1614 y 1632. En esta última se añadió la Doctrina del Estoyco Filósofo Epicteto, traducida del griego por el Maestro Sánchez de las Brozas.
[p. 418]. [2] . Lindamente reimpreso en Sevilla, 1888, por diligencia de don José María de Hoyos y Hurtado (tirada de 50 ejemplares).
[p. 418]. [3] . Glosa famosa sobre las Coplas de D. Jorge Manrique, compuesta por el Protonotario Luys Pérez... Valladolid, en casa de Sebastián Martínez. Acabóse a doze días de (sic) mes de Abril de 1561, 4.º Valladolid, 1564, por el mismo impresor.— Medina del Campo, 1574.
Además de la Glosa, contienen estas ediciones una larga y apreciable composición del Protonotario Pérez en coplas manriqueñas, tituladas Loores de Nuestra Señora, unas coplas de arte mayor y unos dísticos latinos en alabanza de Jorge Manrique y de su obra. A ella pertenecen estos versos:
Protulit haud
ullum, Manrique, Hispania nostra
Qui posset calamum
vel superare tuum.
Hunc relegant reges
textum, dignissima monstrat
Lectu, et quam
facili tempóre regna cadant.
..............................................
Non Venus hic
resonat, lasciva aut verba reportat,
Nec Metamorphoses,
Iliacasve rates.
Non silvas, non
rura cenit, non belliger arma,
Non figmenta sonat:
turpia nulla legas.
Dogmata concentu
resonat suavissima sancto,
Quae nos assidue
pagina sacra docet.
[p. 419]. [1] . De esta primera glosa ha hecho una reimpresión el Marqués de Jerez de los Caballeros (Sevilla, imprenta de E. Rasco, 1883), imitando en la tipografía la forma que Gallardo llamaba de los Astetes viejos.
Esta glosa es la que empieza:
Despierte el alma
que osa
Estar contino
durmiendo...
[p. 420]. [1] . Coplas de J. Manrique. Translated from the spanish: with an introductory essay on the moral and devotional poetry of Spain... Boston, 1833.
Esta traducción se ha reproducido después en todas las ediciones de las obras poéticas de Longfellow.
[p. 421]. [1] . No sé que exista versión francesa completa. Nuestro Maury, en L'Espagne Poétique (1826), y más adelante el Conde de Puymaigre (1873), han traducido algunas estrofas, procurando remedar el metro del original, a pesar de las dificultades que ofrece la lengua poética francesa para versiones tan ceñidas. Un solo ejemplo mostrará la ventaja del segundo traductor sobre el primero.
MAURY
Qu'on fait leurs
jeux héroïques?
Pour ces tournois
magnifiques
Tant
d'apprêts?
Eux et leur faste
superbe
Qu'ont-ils êté plus
que l'herte
Des
guérêts?
PUYMAIGRE
Où sont tournois,
joùtes sans nombre,
Habits par les
joyaux cachés,
Cimiers
flottants?
Tout a disparu
comme une ombre...
C'étaient des
feuillages séchés
Tombés
du temps!
Es de presumir que los alemanes, que lo han traducido todo, tengan no una, sino varias versiones de estas coplas; pero hasta ahora no han llegado a mi noticia.