Xavier Agenjo Bullón
Director de Proyectos de la Fundación Ignacio Larramendi
Si Ignacio Hernando de Larramendi (Madrid, 1921-2001) viviera sería él quien estuviera redactando esta introducción a una de sus obras más importantes y de mayor repercusión en el conocimiento de la historia de la cultura de Hispanoamérica, y aún de los Estados Unidos, así como un amplio conjunto de los factores coadyuvantes que permitieron que España, en 1492, no sólo llevara por razones geográficas y náuticas, así como espirituales, el Descubrimiento de América sino que en un plazo asombrosamente corto evangelizara, estudiara, llevara la civilización occidental sin destruir, sino todo lo contrario, la precolombina, fundara ciudades, trazara caminos, estudiase la flora y la fauna, dotara de derecho y creara el derecho internacional, y completase con la hazaña de Elcano la primera, y no puede haber más que una, circunvalación de la Tierra.
Pero si él ya no está con nosotros, sí lo está su obra y, muy en especial, una de ellas, Así se hizo MAPFRE, cuyo prólogo está firmado en 1999 y que se terminó de imprimir en mayo de 2000. En ella describe pormenorizadamente y con rigor y sin adornos retóricos, entre otros temas, su actividad relacionada con América, con la Fundación MAPFRE América y con las doscientas cincuenta obras que conforman las Colecciones MAPFRE 1492.
En esta obra, prácticamente agotada puesto que constituye una lectura obligada en algunas facultades de economía y escuelas de negocio, Ignacio Larramendi encuentra espacio para detallar en diversas partes de su libro el por qué y el cómo de esa aventura editorial verdaderamente extraordinaria, por el inmenso esfuerzo que supuso y los magníficos resultados que se obtuvieron, que recibe el sencillo título de Colecciones MAPFRE 1492.
Las colecciones tuvieron una coda perfilada y organizada por Larramendi y finalizada ya por la Fundación que en estos momentos lleva su nombre. Consistió en la publicación de Tres grandes cuestiones de la historia de Iberoamérica, que recoge, en un disco que se incluye en el libro, 51 obras. Quienes participaron en la labor de edición no pueden sino admirarse del esfuerzo titánico que supuso conciliar el trabajo de 350 académicos de todo el mundo, la mayoría de ellos en el culmen de su carrera profesional, contando solo con el asesoramiento directo del profesor José Andrés Gallego, la ayuda inestimable de José Luis Catalinas, recientemente jubilado como director general de la Fundación MAPFRE, y el trabajo callado y constante de Dori. El pequeño grupo de personas que asesoraban o sencillamente comentaban el desarrollo de la colección y de sus diversas temáticas no podía sino mostrar el asombro por ver la velocidad de crucero de aquella gigantesca empresa. Algunos de los que colaboraron en esa iniciativa participaron también en los esfuerzos de la Comisión Nacional para la Conmemoración del V Centenario del Descubrimiento de América.
En Así se hizo MAPFRE, encontramos en la página 104 un epígrafe titulado "Obsesión por América", de la que conviene destacar dos frases.
"Dentro de mi impaciencia ha estado la tendencia irresistible, por llamarla de algún modo, de no conformarme con una rutina cómoda; quizás a eso obedecía mi preocupación permanente por América, por hacer algo relativo a su mejora, por contribuir de algún modo a dar a conocer mejor el fenómeno americano y la aportación generosa, aun a veces cruel y contradictoria, de España en todo ese continente".
Sentada esta premisa, prosigue don Ignacio:
"Dentro de esa línea creí indispensable que con motivo de las celebraciones del V Centenario del Descubrimiento o Encuentro en América, que MAPFRE y yo mismo hiciésemos aportaciones que destacasen y que pudiesen ser recordadas cien años después. Tuve varias ideas y pensamientos, quizás poco convenientes, que al final plasmaron con la creación de la Fundación MAPFRE América, en el año 1988, con voluntad de dedicarme exclusivamente a sus objetivos, pues además he creído retrospectivamente y objetivamente que la actuación de España en América ha sido altamente encomiable".
Cuando terminaron, las Colecciones MAPFRE 1492 fueron, al menos en su espíritu, continuadas por una labor gigantesca realizada consecutivamente por tres instituciones, el Instituto Tavera, la Fundación Tavera y la Fundación MAPFRE-Tavera. El trabajo comenzó a desarrollarse ya en un entorno digital, pues era característica de Ignacio Larramendi. e incluso uno de sus principios básicos de gestión. utilizar al máximo las nuevas tecnologías disponibles. Se realizaron así las Colecciones Clásico Tavera: 74 discos que permiten el acceso a unas 1846 obras, todos ellos producidos por DIGIMAP, primero, y DIGIBÍS, después, y dirigidos consecutivamente por Joaquín van den Brule y Tachi Hernando de Larramendi, sin olvidar las aportaciones informáticas del entonces jovencísimo Jesús L. Domínguez Muriel.
Además de los Clásicos Tavera, se creó una excelente biblioteca de referencia dirigida por Ignacio González Casasnovas y automatizada por DIGIBÍS, aunque en la actualidad no esté todavía accesible, y diversas obras que podríamos calificar fuera de colección que tal vez alcanzaron su cúspide con la digitalización del Handbook of Latin-American Studies de la Hispanic Division de la Library of Congress, publicación cuya producción digital corrió a cargo de DIGIBÍS con Joaquín van den Brule al frente de la empresa en esa época. Parece asombroso incluso hoy, veinte años después, que desde España se pudiera realizar un trabajo informático para la extraordinaria Library of Congress como ella se honra en reconocer en la página Handbook of Latin American Studies de la Hispanic Division.
Sus trabajos iberoamericanos continuaron con su nuevo proyecto: las Bibliotecas Virtuales FHL, dentro de las cuales la Biblioteca Virtual de Polígrafos dedica una colección a los polígrafos hispanoamericanos y otra a los polígrafos brasileños. Ya está disponible desde hace años la obra gigantesca de Alfonso Reyes y de Andrés Bello que, creadas primero en CD-Rom, están ya accesibles en la Web en las Biblioteca Virtual de Polígrafos gracias al trabajo de la empresa DIGIBÍS y de la Fundación Ignacio Larramendi, entonces todavía Fundación Hernando de Larramendi, bajo la presidencia de Lourdes Martínez Gutiérrez, viuda de Ignacio Larramendi, que continua la labor que comenzara su marido desde el fallecimiento de éste.
Como puede verse, Ignacio Hernando de Larramendi fue un gran mecenas cultural y no sólo en el ámbito americano. La mejor fuente de información para esta faceta de su personalidad y de sus tareas profesionales fue la publicación Mecenazgo cultural de Ignacio Hernando de Larramendi y Montiano: crónica y testimonios que, publicada por la Fundación MAPFRE-Tavera en 2002, al año siguiente de su fallecimiento, recoge la crónica de su actuación a lo largo de sus primeras sesenta y tres páginas, una crónica sumamente eficaz y ordenada, que nos lleva de nuevo a la voz más directa del propio protagonista de todas esas actividades.
Así, cuando el autor hacía balance de su vida en Así se hizo MAPFRE, él mismo hace referencia (página 167) a los 245 volúmenes de las Colecciones MAPFRE 1492 y otras aportaciones importantísimas como fueron
y en otro orden de cosas las Investigaciones sobre pobreza en Buenos Aires y Lima, en colaboración con el Instituto de Medio Ambiente y Desarrollo.
En 1995 y para lograr una mayor eficacia en la consecución de los fines que le eran propios y que habían sido expresados en los estatutos de la todavía entonces Fundación Hernando de Larramendi, Ignacio Larramendi creó otra nueva fundación, la Fundación Histórica Tavera, transformando para ello el Instituto Histórico Tavera.
Es, por lo tanto, imprescindible hacer referencia a la Fundación Histórica Tavera, creada el 12 de marzo de 1996 con el apoyo de otras fundaciones de primer nivel como puede ser la Fundación Ramón Areces y, ya en ese momento, por la propia Fundación Hernando de Larramendi.
Por eso, en cierto sentido, puede decirse que este sitio que la Fundación Ignacio Larramendi hace en la red a las Colecciones MAPFRE 1492 con una solución informática realizada por DIGIBÍS, empresa de la Fundación Ignacio Larramendi, viene a cerrar el círculo, veinticinco años después de la visión, la iniciativa y los resultados, sobre todo los resultados, de ese gran empresario y hombre de la cultura que fue Ignacio Hernando de Larramendi y Montiano.
No sabemos si en algún momento se podrán publicar electrónicamente las obras completas ya que la situación de los derechos de autor y el que hayan sido publicadas posteriormente, en ediciones corregidas y aumentadas, por otras editoriales dificulta la tarea.
Lo que es indudable es que si se diera el paso de la edición en la Web, esas obras serían inmediatamente recolectables por Hispana o por OAIster, formando ipso facto parte del WorldCat, se registrarían en el Registry of Open Access Repositories y en OpenDOAR y, naturalmente, serían recolectadas por Europeana desde donde se enlazarán semánticamente, lo que es más que probable, con la muy bienvenida Digital Public Library of America que promovida por la Universidad de Harvard y apoyada en la Library of Congress y la Smithsonian Institution y los National Archives and Record Administration promueven con la fuerza enorme de los Estados Unidos los principios técnicos y los ideales que se expresan en la tecnología Linked Open Data. Es decir, que cualquier obra editada o reeditada por la Fundación Ignacio Larramendi, gracias a DIGIBÍS y a los distintos programas que esta empresa ha ido desarrollando, aseguran a cualquier autor la máxima visibilidad y difusión en la World Wide Web.
Por el momento ofrecemos, ordenados en sus colecciones respectivas, los títulos que dieron forma y contenido a estas colecciones, así como el índice y la introducción de cada uno de ellos. Lo que consideramos que puede ser de gran ayuda para los estudiosos de estos temas.
Se cierra un círculo se ha dicho, pero en realidad es un anillo de una espiral puesto que, como complemento a todo lo que explica en Asi se hizo MAPFRE, y ya en pruebas de imprenta el libro, Ignacio Hernando de Larramendi quiso señalar en el epílogo (página 762) los distintos proyectos de la que entonces se llamaba Fundación Hernando de Larramendi y de los cuales la Biblioteca Virtual de Polígrafos, del que el propio Ignacio Larramendi dice: "es el proyecto al que voy a dedicar mayor atención personal", sigue avanzando aunque sin duda no con el ritmo que le habría proporcionado el propio Ignacio Larramendi.
En cierto sentido, buena parte de las actividades actuales y los amplios proyectos de la Fundación Ignacio Larramendi son un precipitado del análisis detallado que Ignacio Larramendi dedica en Así se hizo MAPFRE a la Fundación MAPFRE América e Instituto Histórico Tavera y a la Fundación Histórica Tavera. Así los Proyectos históricos Tavera, pp. 126, acabaron publicándose como la ya citada Tres grandes cuestiones…, los Clásicos Tavera llegaron a publicarse, como ya se ha dicho; el Centro de Referencia REFMAP se ha automatizado, aunque no está accesible en la Web, y los polígrafos iberoamericanos han pasado a engrosar la Biblioteca Virtual de Polígrafos de la Fundación Ignacio Larramendi.
No deja de ser significativo que el último epígrafe que Ignacio Larramendi dedica a la última etapa de su vida en Así se hizo MAPFRE esté dedicado a DIGIBÍS, empresa fundada en 1997, y que como menciona el autor en la época de redacción del libro tiene como puntales de las iniciativas a Joaquín van den Brule, Tachi Hernando de Larramendi (hija de Ignacio Larramendi) y Jesús L. Domínguez Muriel. Cita como "último proyecto de esta empresa, de la cual me siento orgulloso, el CD-Rom con las obras completas de Marcelino Menéndez y Pelayo, al que ya he hecho referencia, y considero un logro no solo cultural sino también tecnológico".
En efecto, DIGIBÍS ha permitido no sólo ese sino otros muchos logros culturales y tecnológicos y no lo es menos el de haber logrado recuperar, junto con la Fundación Ignacio Larramendi, estos datos de las Colecciones MAPFRE 1492 para insuflarles en la medida de lo posible nueva vida digitalmente. Las fichas de los libros y lo que se ofrece de ellos podrá ser recolectado a nivel mundial. Lo que se sembró se multiplica ahora en la red y ayudará a los estudiosos de la lengua y de la cultura hispanoamericana, que como demuestran las estadísticas y certeramente previó Ignacio Larramendi en su Utopía de la nueva América se cuentan por millones repartidos por todo el mundo, tengan más instrumentos para estudiar esta verdadera civilización que, en términos de Toynbee, está llamada a ser en el siglo XXI una de las más importantes del mundo.
Madrid, 10 de febrero de 2013
Redactadas esas palabras en la fecha que figura sobre estas líneas, he considerado adjuntar a esta presentación el texto muy bien informado que se dedica a la actuación de don Ignacio en la Fundación MAPFRE América, no solamente de las Colecciones MAPFRE, sino también a otras actividades muy relevantes.
El texto no está firmado, pero tiene el marchamo de uno de los colaboradores más distinguidos de don Ignacio, Ignacio González Casasnovas. Se titula «Comunidad cultural y utopía»:
Hacer algo y algo de relevancia. Pero ¿qué? En el principio, sólo parece haber existido esa voluntad y el cauce institucional para concretarla:
Tuve varias ideas y pensamientos, quizás poco convenientes, que al final plasmaron con la creación de la Fundación MAPFRE América, en el año 1988, con voluntad de dedicarme exclusivamente a sus objetivos.
En el fondo, ni siquiera el propio protagonista llegó nunca a identificar o definir con claridad la materia prima, el origen de sus sueños americanos:
No sé si fue capricho pasajero o reliquia de algo anterior, que me hizo dar por terminada prematuramente mi etapa empresarial y dedicar a eso [Iberoamérica] mi tiempo, mi pensamiento y mi voluntad.
Pero se trataba, en todo caso, de algo que apelaba directamente a sus emociones antes que a sus reflexiones, a sus sentimientos antes que a sus intereses. A la expansión americana de MAPFRE aludía como una decisión sentimental y conceptual, unida a la empresarial, en la que acababa predominando el sentimiento. Lo confesaba en las primeras líneas de la Utopía:
No puedo referirme a Iberoamérica con objetividad. Para mí no es un término político ni geográfico; es algo más: una parte de mi vida, de mi patria. […]. No sabré explicar mi entusiasmo sin condiciones de prosista, ni menos de poeta, pero haré lo que pueda, en la seguridad de que acierto.
Quizás, en un plano mucho más cercano y concreto, tuviera algo que ver la figura de su antepasado Manuel de Montiano, gobernador de la Florida en el siglo XVIII y que siempre ejerció una peculiar influencia sobre él, hasta el punto de que –como más adelante se relata– sería durante un viaje por los escenarios vitales de ese ilustre antepasado cuando las circunstancias le llevaron a implicarse en la problemática de los archivos históricos.
Al margen de esa carga emocional, lo cierto es que a partir de esa decisión de hacer algo con ocasión del Quinto Centenario y de expresarlo institucionalmente a través de una Fundación, muy pronto comenzaría a perfilarse esa acción cultural iberoamericana y, tras ella, una visión sui generis pero completa, sistémica, de la historia y las relaciones iberoamericanas.
¿Cuáles fueron los planteamientos intelectuales que orientaron su acción cultural en Iberoamérica? ¿Qué ideas históricas, filosóficas o culturales subyacieron en toda esa actividad? ¿Cuál fue, en suma, el pensamiento iberoamericanista de Larramendi?
A diferencia de otros aspectos, sobre éste nos ha dejado numerosos testimonios: a lo largo de los últimos años, se cuidó siempre de compaginar la actividad institucional y personal con la reflexión, la escritura y la difusión de sus ideas. Iberoamérica, sus necesidades culturales y sus problemas de futuro constituyeron siempre uno de los temas constantes en esa reflexión. Desde el inicio mismo de su actividad de mecenazgo quiso dejar constancia de su pensamiento iberoamericanista: su Utopía de la Nueva América aparece en 1992 como uno de los componentes de las Colecciones MAPFRE 1492. En él ya están presentes sus principales percepciones de la historia, el presente y las perspectivas de lo iberoamericano. A partir de esas páginas y de los muchos testimonios que fue dejando posteriormente de sus planteamientos iberoamericanos (notas de trabajo, conferencias, etc.) intentaremos en las siguientes páginas sintetizar los ejes ideológicos de la visión larramendiana de Iberoamérica, los postulados que, a la postre, impulsaron y condicionaron sus actividades en la promoción cultural iberoamericanista.
Entre los principios rectores de esos planteamientos, se dibuja como uno de los más importantes la necesidad de reformular el papel de España en América: factores como su importancia real, la necesidad de revalorizar su influencia histórica, el lenguaje como elemento aglutinador, etc., aparecen una y otra vez como elementos principales de su ideario iberoamericanista:
[...] pues además he creído retrospectivamente y objetivamente que la actuación de España en América ha sido altamente encomiable; he tenido la ilusión de que era más importante incluso de lo que parecía, sin negar sus desviaciones. España, en su profunda defensa del catolicismo, hizo una aportación única a la historia de la humanidad y creó una civilización integrada con la suya propia, realmente mestiza [...] con ambiciones y egoísmos, pero con generosidad [...]
[...] Nuestra América ha sido muy diferente de la anglosajona, aunque tengan un futuro común, con multiculturas coordinadas. En los próximos siglos la lengua española, recíprocamente comprensible con la portuguesa, tendrá creciente importancia en el conjunto de la humanidad. La religión y la lengua han creado una multicultura original. En el siglo XXI menos del cinco por ciento –o quizás del cuatro por ciento– de los hispanoparlantes y de los lusoparlantes residirán en la Península Ibérica; se habrá producido, con tensiones, defectos y virtudes, la transferencia del centro de esa “civilización” de un espacio geográfico a otro. España ha creado su parte de América, pero será superada y absorbida por ella… La España real de los próximos siglos está en ultramar.
Estas son, probablemente, las ideas nucleares del pensamiento americanista de Larramendi. Él fue siempre consciente de la distancia que le separaba de historiadores, académicos y especialistas, pero no por ello menos seguro de sus convicciones, cuyo origen trazaba, no tanto en la reflexión o el aprendizaje intelectual, sino en la experiencia: en la “observación directa” y el “instinto”.
No puede pasarse por alto que esta indudable vindicación hispanista de lo iberoamericano venía acompañada de una rotunda voluntad de imparcialidad y equidistancia. La honestidad en la acción y en la reflexión que orientó toda su trayectoria vital se manifiesta aquí, primero, en su voluntad de no adjudicar a España y lo español un papel preponderante y reconocer, por contra, la pluralidad de influencias que confluyen en las realidades americanas: frente a la percepción “españolista”, Larramendi reconoce que América es, principalmente, una creación ibérica, pero también, en último término, una creación europea, no sólo española, del Norte y del Sur.
Esa imparcialidad adquiere un especial relieve cuando enjuicia críticamente algunos aspectos de la historia española en los territorios americanos. Pese al sesgo predominantemente conservador de su pensamiento en conjunto, su estricta militancia en la solidaridad le llevaba a una concepción de la historia prácticamente antagónica con ese carácter tradicionalista:
[...] la historia mundial es siempre la historia de la opresión, de la explotación y del genocidio y lo ha sido desde hace centenas de siglos hasta nuestros días […] Que nos rasguemos más o menos las vestiduras es simplemente hipocresía o escándalo farisaico.
Desde ella, y en lo que a la percepción del pasado americano se refiere, se alejará radicalmente de posiciones cercanas a la “leyenda rosa”, y no vacila en reconocer los espacios menos iluminados del periodo colonial americano:
La época colonial es un hecho histórico, antecedente de la que será la “Nueva América”. No procede glorificar la colonia ni defenderla de sus ataques, sino hacer ver lo que pasó, analizar algunos de sus procesos y que esto sea útil.
Así, y en una argumentación que al análisis histórico mezcla el juicio moral y religioso, no duda en señalar, como factores negativos del periodo español en América, la violencia (es difícil contestar si ha sido superior la crueldad española que la de otros países, pero posiblemente lo ha sido), el caudillismo, el centralismo, la “preocupación administrativa”, la corrupción (…su herencia es española y en cierto modo católica, pues en general ha sido menor en los países protestantes. No juzgo las causas, pero es la realidad) o la avaricia. Y aunque luego moderaría algunas de estas opiniones, esta intensa mirada crítica le llevó incluso, cuando a principios de los noventa escribió la Utopía, a compartir las posiciones más radicales, las reclamaciones revisionistas que se alzaban frente a otras interpretaciones:
[…] que España establezca un canon compensatorio de errores y abusos a pueblos indígenas en la conquista y colonización, con admisión de culpa y dando razón a los que nos atacan y se oponen a la celebración del V Centenario.
Más allá de sus claroscuros, esa historia compartida es contemplada por Larramendi como elemento generador de una profunda identidad que, sin embargo, no es conocida ni comprendida en toda su dimensión por las sociedades que la comparten, y especialmente por la española:
[…] que España no olvide lo que ha creado. América está en España; los españoles somos iberoamericanos y no dejamos de ser españoles […] Es más profundo lo que España tiene de América que lo que tiene de Europa.
De estos planteamientos acaba emergiendo un concepto que constituye, en cierto modo, la clave que sujeta el arco del intercambio cultural que con tanto empeño Larramendi quiso tender de uno a otro lado del Atlántico: la idea de la Comunidad Cultural Iberoamericana. No es, obviamente, una idea novedosa: muy al contrario, es un elemento recurrente en todo el pensamiento hispanista contemporáneo. En Larramendi, esta visión reviste unas peculiares características ideológicas cuya genealogía intelectual esbozamos más adelante. Pero lo esencial es que fue esta visión global, esa concepción del conjunto peninsular (con sus elementos hispánicos y lusos) y del conglomerado iberoamericano como un continuum dotado de una incuestionable personalidad histórica, lo que se convierte en objeto, único e irrenunciable, de su actividad de promoción cultural.
Su concepto de esa Comunidad Cultural (o “multicultural”, como le gustaba decir en sus escritos finales) remite en último término a algo nuevo que supera la influencia de lo hecho desde España y Portugal y que integre lo que han creado otros grupos humanos, comenzando por los indígenas, siguiendo por los afroamericanos también por pueblos europeos, especialmente Italia.
Esta visión comunitaria recorre, en realidad, toda la obra americana de Larramendi, antes incluso de iniciar la amplia operación de mecenazgo cultural. Al recordar, desde las páginas de Así se hizo MAPFRE. Mi tiempo, los factores que pudieron haber llevado a la expansión empresarial de MAPFRE en los años setenta, apuntaba como explicaciones:
Por convicción personal, por impulso hasta desordenado y por considerar que los iberoamericanos y nosotros somos hermanos, y que los españoles estamos más identificados con los ciudadanos de Córdoba, en Argentina; de Puebla, en México; y de Belo Horizonte, en Brasil, que con los de París, Londres y Bruselas. Esta identidad es un factor real, no alterable […] MAPFRE no actuó con espíritu de cruzada para continuar viejas utopías nacionalistas sino porque creía que la proximidad cultural facilitaba la comprensión recíproca de nuestras soluciones.
Hasta qué punto esa visión unitarista había condicionado siempre la relación de Larramendi y sus empresas con el mundo iberoamericano lo muestran unas palabras pronunciadas en 1983, en el acto de clausura de la Semana de Seguridad que había organizado la Fundación MAPFRE como parte de la celebración del 50 aniversario de la creación de MAPFRE. Mucho tiempo antes de que se empezasen a planificar las actuaciones culturales, cuando ni siquiera la Fundación MAPFRE América se perfilaba en el horizonte y en la sociedad española apenas comenzaba a hablarse, y con tibieza, del Quinto Centenario, la acción americana de MAPFRE y su actividad editorial eran planteadas, más allá de la dinámica empresarial, de forma abiertamente iberoamericanista:
En los últimos años, MAPFRE ha efectuado, especialmente en los países de habla castellana y portuguesa, una acción de relaciones personales, reflejada especialmente en nuestra Editorial, foro de difusión de cultura aseguradora y de prevención, probablemente sin parangón en otros idiomas [...] La obra de la Editorial quiere ser manifestación del espíritu de amistad de MAPFRE con los países de Iberoamérica; su continuación y ampliación y su implantación en otros países del continente americano será objetivo primordial para nosotros en los próximos años.
[...] Con esta acción internacional, orientada principalmente a países con especiales vinculaciones culturales, queremos contribuir a una verdadera hermandad, no sólo nominal, ni orientada sólo a aspectos concretos materiales. Me complacería poder calificar nuestra acción de “cultura hispánica” porque nos corresponde defender la de esta clase que late profundamente en los pueblos hermanos, aunque está unida a otras culturas autóctonas o posteriormente incorporadas, que igualmente debieran ser defendidas enérgicamente, no con antagonismo sino con sentido de comunidad intercultural e internacional.
La historia fue, para Larramendi, el punto de partida de su concepción unitaria del mundo iberoamericano y, como más adelante se examina, el terreno elegido para su acción de mecenazgo. En ello no había sólo mera voluntad de conocimiento, ni mucho menos un simple afán erudito. La Comunidad Iberoamericana era para él fruto, en efecto, de una peculiar historia que a todas luces merecía ser alimentada y difundida; pero era también, y sobre todo, una opción de futuro, un conjunto geográfico y humano llamado a desempeñar un papel esencial en el desarrollo colectivo de la humanidad:
Esto es el pasado –señalaba en la Utopía al concluir el balance de la obra española en América– Queda el futuro, lo que importa […].
No por casualidad, el Bolívar más optimista, el más confiado en la virtualidad del panamericanismo, era convocado en las primeras páginas de la Utopía:
Una sola debe ser la patria de los americanos […] Nosotros nos apresuramos con el más vivo interés a entablar por nuestra parte el pacto americano que, formando de nuestras repúblicas un cuerpo, presente la América al mundo con un aspecto de majestad y grandeza, sin ejemplo en las naciones antiguas. La América, así, si el cielo nos concede este deseado voto, podrá llamarse reina de las naciones y la madre de las repúblicas.
Todo el discurso larramendiano sobre Iberoamérica desprende una confianza infinita en sus posibilidades. Sin esa creencia no pueden explicarse cabalmente, en último término, ni el inicio de la aventura empresarial en tierras americanas ni la posterior dedicación al mecenazgo cultural. Su pensamiento en este sentido quedó claramente perfilado en el que probablemente sea el más conocido de sus libros: la Utopía de la Nueva América, editada en 1992 como parte de las Colecciones MAPFRE 1492.
Esa visión idealista, utópica como el mismo apunta desde el título, ha quedado amplia y detalladamente descrita en esa obra como para insistir aquí en ella con cierta extensión. No queremos, sin embargo, dejar de resaltar algunos de sus elementos que nos parece tienen una especial relevancia para el propósito final de estas líneas: entender un poco mejor a Ignacio Hernando de Larramendi y su obra cultural.
Sorprende en la Utopía, de entrada, algo habitual en él: su intuición. En un texto que no debemos datar más allá del verano de 1991, Larramendi parte de una nítida concepción, avant la lettre, de la globalización: todavía apenas circulaba el concepto que hoy inunda los discursos mediáticos, intelectuales y académicos, cuando el análisis de Larramendi partía de emplazarse, como observador, en la “Edad Universal”, en una época en la que
[...] el mundo, por primera vez, se ha hecho ecuménico y, de ese modo, universal. Estaba segmentado por naciones de diferente naturaleza, con relativamente poco contacto entre sí; ahora vivimos y vamos a vivir en una sociedad plenamente internacionalizada, pero no es fácil intuir lo que esto represente en la práctica.
Desde esa perspectiva, construye poco a poco un discurso que pretende ser, al mismo tiempo, diagnóstico y pronóstico de las realidades iberoamericanas. En ambos tiene una presencia esencial una especie de análisis estratégico de elementos: por un lado, el juego entre, usando sus palabras, lo anglo y lo ibero, entendido como dos cosmovisiones ahora mezcladas y, en no pocas ocasiones, enfrentadas, pero llamadas a encontrarse y formar una nueva realidad, enriquecida y pujante, destinada a desempeñar un papel decisivo en el escenario estratégico del siglo XXI: una unidad socio-política basada en la identidad común.
Junto a esa mezcla, el papel de intercambio entre lo español y lo iberoamericano: España está llamada a ejercer un cierto papel de tutoría (tecnológica y humanística: un puente aéreo de intercambio cultural y científico que, posiblemente, ha de ser una de las características del siglo XXI) y de intermediación frente a Europa:
Con Iberoamérica nos llega un viento de humanismo, seguridad y sencillez que compensará la arrogancia decadente de los europeos.
Y, como tercer y último elemento, los Estados Unidos: en ellos ve, aun reconociendo los defectos asociados a su posición hegemónica y las profundas diferencias sociológicas con las sociedades iberoamericanas, un conjunto que necesariamente debe integrarse con lo iberoamericano.
En su visión, y dentro de una dinámica lenta y conflictiva en la que resulta determinante el papel desempeñado por el binomio Estados Unidos / México, una progresiva tendencia unificadora y de cooperación acabaría desembocando, no antes del siglo XXII o XXIII, en esa Nueva América como unidad política.
Su Utopía de la Nueva América quizá no sea, en el fondo, sino una emotiva reivindicación de la necesidad de acercamiento entre Iberoamérica y Angloamérica. "Quizás sea sólo un sueño… un grito de amor y de esperanza", reconocía cuando pensaba en la multitud de obstáculos (sobre todo ideológicos y culturales) que habría de enfrentar ese proceso, pero acaba imponiéndose a sí mismo, desde su tenacidad, el optimismo: "América será una gran unidad... América es y debe ser una, del estrecho de Bering e isla de Ellesmere hasta la Tierra del Fuego".
La Utopía constituye la formulación más estructurada del pensamiento americanista de Larramendi, pero no la única ni, por lo que a sus planteamientos se refiere, la única fuente en la que rastrear su posición ante lo americano. Más allá de cualquier juicio científico, en ella se debe valorar positivamente, ante todo, el entusiasmo del empeño, la ilusión por difundir una visión personal y el optimismo, la confianza en las posibilidades de la sociedad y, en definitiva, del hombre, perceptible a lo largo de toda la obra.
En cierto sentido, todo ese análisis se presenta envuelto en una cierta sencillez, producto de ese carácter entusiasta y de su adhesión íntima a una actitud vital en la que domina la solidaridad y el sentido de ayuda al prójimo, como cuando plantea, como factor de arranque de esa nueva “Edad Universal”, la cancelación general, por parte de los países desarrollados, de la deuda externa de Iberoamérica.
Pero más allá de ese rasgo queda, en conjunto y como en toda su obra, la valentía de exponer sus opiniones personales, desde el máximo respeto a otras opiniones pero sin complejo alguno frente a ámbitos académicos o intelectuales: es, en sus propias palabras, un trabajo escrito sin método, a saltos, a borbotones, no sabiendo en cada momento lo que iba a aparecer en sus cuartillas, ni lo que iba a alterar de lo ya escrito, ni el lugar en que debía estar enmarcado. Es decir, su irrepetible y creativa heterodoxia.
* * *
¿Cómo evaluar en su conjunto, desde una perspectiva historiográfica, estas concepciones de lo iberoamericano? Probablemente pueda afirmarse que, si bien no llega, lógicamente, a las formulaciones sistemáticas de historiadores, filósofos o ensayistas, Larramendi supo formar, con su característica originalidad, un interesante pensamiento iberoamericanista, más destacable, sin duda, por sus planteamientos sobre el futuro que por su interpretación del pasado histórico.
En conjunto, las ideas americanistas de Larramendi se suman a toda una tradición de reflexión española, en términos de comunidad identitaria, sobre América. Una tradición dentro de la cual coinciden, en sus pensamientos finales, hombres e ideas de muy diverso sesgo. Es casi imposible, por ejemplo, no pensar en la utopía larramendiana al leer ciertas líneas de Rafael Altamira, tan alejado de él en lo ideológico: “Nuestra influencia en América es la última carta que nos queda por jugar en la dudosa partida de nuestro porvenir como grupo humano, y ese juego no admite espera”.
Examinada de cerca, la posición ideológica y conceptual de Larramendi conduce directamente a una línea muy definida dentro de esa cadena de reflexiones y percepciones peninsulares en torno a lo americano: la tradición conservadora, en la que, sobre el concepto de hispanismo, acaba privando el de “Hispanidad”, una comunidad histórica asentada, como sintetizó Maeztu, sobre una visión providencialista: raza, lengua y religión son los tres pilares de ese pensamiento, y todos ellos ocupan, desde luego, un lugar destacado en las concepciones de Larramendi: lo racial se deja sentir en la importancia que concede al mestizaje, una exaltación en la que han acabado confluyendo, desde muy distintos intereses, el indigenismo y el hispanismo tradicionalista. De la evangelización –y entre otras muchas apreciaciones recurrentes en sus escritos– razonaba su justificación para implantar la fe cristiana, pero también como vehículo trascendente de impregnación cultural y de evolución de lenguas y pueblos. Y el idioma castellano es, en definitiva, la principal aportación de España a América: a través de él Hispanoamérica y el continente americano logran un gran elemento de identidad y aglutinación, que permite mirar al resto del mundo con orgullo, una valoración que extendía al idioma portugués.
Sin duda el pensamiento de la Utopía estaba, a pesar de sus evidentes manifestaciones críticas con las interpretaciones apologéticas del pasado colonial, impregnado de algunos de los conceptos y percepciones que habían regado el pensamiento hispanista entre la finalización de la Guerra Civil y los años setenta del siglo XX. Pero de esas posiciones iniciales, donde se detecta un “españolismo” siempre matizado, Larramendi evolucionaría poco a poco hacia una comprensión mucho más abierta de lo iberoamericano, como muestran sus escritos de los últimos años.
Otro elemento de relativa originalidad en su ideario iberoamericanista es la especial sensibilidad hacia Portugal y la necesidad de incorporar su historia y su presente en cualquier proyecto que, desde la Península Ibérica, se proyecte hacia la otra orilla del Atlántico.
España tiende a ignorar éxitos y aciertos vecinos escribió, y siempre que tuvo ocasión puso todo el empeño posible en redimir ese permanente “olvido” de lo portugués: tanto en los libros de las Colecciones MAPFRE como en los CD-ROM de Clásicos Tavera hubo series específicas de temática portuguesa, y en su último proyecto, también de ediciones electrónicas –las Bibliotecas Virtuales FHL–, dos de las cuatro “Bibliotecas” de la serie “Polígrafos” se destinan a pensadores portugueses y brasileños.
Finalmente, no resulta ni mucho menos desdeñable la presencia de lo indígena en las concepciones iberoamericanistas de Larramendi. Lejos de un enfoque anacrónico por paternalista, aplica su sensibilidad hacia “lo diferente” para esquivar, explícitamente, que sus actuaciones pudieran ser tachadas de eurocéntricas o demasiado hispanófilas. Con la independencia que tanto le gustaba exhibir, lo afirmó tajantemente en el discurso que, con motivo del Día de Honor de MAPFRE, pronunció en el corazón del Quinto Centenario, en la Expo de Sevilla, el 24 de septiembre de 1992: tras señalar que la Fundación había optado, como ámbito de actuación a partir de entonces, por aspectos ajenos a los temas históricos obligados en 1992, que de modo inevitable pueden tacharse de “españolistas”, dejaba constancia de su rigurosa implicación en el indigenismo:
En el futuro resurgirá en América no sólo el interés por lo indigenista y su aportación a la cultura continental, sino una creciente influencia de los indígenas en la vida sociopolítica. Ya está ocurriendo, en ocasiones por reacción contra injusticias, pero en bastantes casos porque al ampliarse la presencia demográfica, indígena y mestiza, aumenta su peso en la vida social y disminuye el de las razas “invasoras” […].
No fue, como todas sus afirmaciones, una simple toma de postura. Las obras dedicadas a temas indígenas en las Colecciones o en las publicaciones digitales de la etapa posterior muestran de nuevo su sincero interés por atender a una parte de la realidad americana que veía como un elemento esencial para la construcción de ese futuro, iberoamericano y global, con el que tanto se ilusionó.
Junio de 1990. Larramendi hace pública su decisión de renunciar a todas sus responsabilidades ejecutivas en MAPFRE. Sólo conservará la presidencia de la Fundación MAPFRE América, puesto que su intención es dedicarse únicamente, desde entonces, a promover acciones culturales relacionadas con España e Iberoamérica.
Examinada desde ahora, puede afirmarse que aquella decisión representó el impulso definitivo a una de las más intensas y originales trayectorias en la historia del mecenazgo cultural español a lo largo de todo el siglo XX. Conscientes de que el mejor testimonio de esa trayectoria son sus propios resultados, las páginas que siguen no pretenden sino dejar memoria del esfuerzo que alienta tras ellos, de su coherencia como proyecto institucional y personal y de la magnitud de sus logros.
La historia había comenzado, en realidad, dos años antes, a partir de mayo de 1988. Como ya ha sido evocado en otro lugar, es en aquella fecha cuando Larramendi promueve la creación de nuevas fundaciones dentro del Sistema MAPFRE, que se sumarían a la preexistente Fundación MAPFRE. Junto a la Fundación Cultural MAPFRE Vida, la Fundación MAPFRE Medicina y la Fundación MAPFRE Estudios, surge entonces la Fundación MAPFRE América.
En la nueva apuesta institucional de Larramendi que representaba la Fundación MAPFRE América, puede distinguirse la confluencia de varios impulsos: desde una perspectiva social, colectiva, no cabe dudar del influjo que en decisiones como la de don Ignacio –y no fueron pocas en aquellos años– tuvo la expectación política y social que, desde los primeros años ochenta, se venía desencadenando en torno a la conmemoración del Quinto Centenario del Descubrimiento de América. El horizonte de 1992, en el que pronto quedó dibujada, como emblema de éxito colectivo y divisoria del tránsito definitivo a la Modernidad, la Exposición Universal que se celebraría ese año en la Isla de la Cartuja de Sevilla, adquirió rápidamente una intensa presencia en la sociedad española: en todas sus facetas, e impulsado desde la administración pública, lo iberoamericano se instaló en la cotidianeidad colectiva con contenidos y mensajes que enfatizaban los procesos de recuperación de la memoria histórica; se trataba de un movimiento in crescendo que, en los años finales de la década de los ochenta, había suscitado ya un buen número de iniciativas públicas y privadas: desde el amplio impulso –asumido y desarrollado como proyecto de Estado– a los procesos de cooperación entre España e Iberoamérica (cooperación política, económica, tecnológica y cultural) y las diversas convocatorias para esclarecer las implicaciones autonómicas o regionales en la historia americana, hasta la constitución de fundaciones, concursos, becas, etc. promovidos por empresas y otras instituciones de la sociedad civil.
Desde este punto de vista, la creación de la Fundación MAPFRE América se presenta, en una primera lectura, como una más de las numerosas participaciones del mundo empresarial en esa coyuntura conmemorativa. Tras ella había, sin embargo, corrientes más profundas. Por una parte, la todavía imprecisa pero evidente “tentación” iberoamericanista de Larramendi, en quien cabe suponer para entonces –ya que aún no había dejado constancia escrita de ello– una intensa compenetración con lo iberoamericano, como resultado tanto de su propia trayectoria intelectual como de la experiencia directa que había adquirido en los viajes empresariales a tierras americanas.
Por otro lado, y como factor de indudable importancia, la proyección iberoamericana del Sistema MAPFRE, que en la segunda mitad de los años ochenta iniciaba actividades de seguro directo en algunos países. Se trataba, como señalaba el propio Larramendi en un texto de aquellos momentos, de una presencia ininterrumpida desde 1972 y que para entonces, mientras otras empresas se olvidan o retiran de Iberoamérica, para MAPFRE representaba una decidida política de presencia en ese continente, considerándola aspecto básico de su estrategia empresarial y eje de su acción institucional.
De este modo, la Fundación MAPFRE América completaba, con su actividad cultural, las aportaciones que otras fundaciones MAPFRE desarrollaban en otros ámbitos mediante la concesión de becas, seminarios, cursos, etc.
En estos contextos (colectivo, personal e institucional) se constituye la Fundación MAPFRE América. Ese peculiar entramado de conceptos y aspiraciones lo definió bien el propio Larramendi cuando a fines de 1991 se presentaron los primeros libros de las Colecciones MAPFRE 1492:
[…] MAPFRE, por las circunstancias que sea, por todas las personas que en ella colaboran y por aquellas que tienen una especial relevancia en sus actividades, y por mi propia influencia, es americanista, ha hecho una política americanista y tiene vocación americanista.
En cuanto a sus objetivos, la Fundación se constituía con el propósito –tal y como quedaba expresado en sus estatutos– de desarrollar actividades científicas y culturales encaminadas a:
Desde este ramaje teórico –generalista pero orientado ya, de forma decidida, hacia las ideas de comunidad y memoria histórica–, Larramendi iba a convertir la Fundación MAPFRE América en una institución que pronto se haría con un lugar de privilegio dentro del escenario cultural iberoamericanista de aquellos años.
La acción de la Fundación MAPFRE América se dirigió de inmediato –y siempre dentro de la investigación histórica– hacia dos escenarios claramente definidos, dos ámbitos complementarios en cuyos contenidos y desarrollo se encuentran ya presentes, como un núcleo alquímico y esencial, las líneas maestras de las preocupaciones y modos de actuar que desplegará Larramendi en los siguientes años.
Por un lado, el ámbito bibliográfico, que en estos primeros momentos abarca un amplio terreno, desde la promoción y difusión de investigaciones originales a la recuperación de “herramientas” para los profesionales, como las fuentes impresas o las obras de referencia. Por otro lado, la atención al patrimonio documental, es decir, a los archivos y a la documentación histórica en ellos resguardada. Será éste un aspecto que luego se transformará en elemento central de su política de promoción cultural.
De aquella fase inicial de la Fundación MAPFRE América, el objetivo más ambicioso, que pronto se convertiría –por su dimensión y su éxito– en el icono identificador de la acción cultural iberoamericana de la Fundación, fueron, indudablemente, las Colecciones MAPFRE 1492. Más allá de sus resultados concretos y de los aspectos científicos, las Colecciones se ofrecen, de entrada, como un retrato nítido de las preocupaciones y el modus operandi de su impulsor, hasta el punto que pueden detectarse –en ellas y en la manera en que fueron concebidas, desplegadas y finalizadas– los códigos que regirán la actuación cultural de Larramendi desde entonces.
Las Colecciones se pensaron en principio como un proyecto de alcance más bien modesto: editar una colección de libros que recogiese las aportaciones de las diversas comunidades autónomas españolas al conjunto de América. No más de diecisiete libros, por tanto, formaban el núcleo de aquel proyecto editorial. Pero, enfrascado a todo ritmo en su nueva ocupación, D. Ignacio había desembarcado en el mundo del americanismo con todo su armamento de método e ideas bien a punto. A medida que escuchaba a sus asesores y, sobre todo, comenzaba a desplegar su actividad entre las instituciones y los profesionales del iberoamericanismo, Larramendi descubría, día a día, horizontes más amplios que parecía conveniente incorporar al proyecto original. La idea seminal se había enriquecido hasta componer un proyecto ambicioso y orgánico de 19 “colecciones” y un total de 245 libros publicados. Y todo, por supuesto, manejado con el habitual, tempestuoso tempo larramendiano: en el plazo de un año se lograron editar 204 libros.
Había hecho su aparición la tensión, el ritmo trepidante con el que don Ignacio movilizaba a sus equipos de trabajo. Era, de hecho, la única forma, su manera, de abordar los descomunales objetivos que se fijaba: cuando en el “Preámbulo” a la presentación de las Colecciones evoque la sucesión de cambios, la vertiginosa acumulación de objetivos que había tras el proyecto, lo hará como algo que lo separa de otros proyectos históricos y que, en cambio, puede considerarse “normal” en las actuaciones de MAPFRE y en especial en las vinculadas a mi trabajo personal.
Junto a este crescendo tan característico de todas sus actuaciones, la estructura del proyecto mostraba también muchas de sus ideas y fuerzas motrices: se trataba de un plan integrador, concebido desde España, pero que daba entrada, en la amplia nómina de especialistas reclutados, a una mayoritaria presencia de iberoamericanos: más de 300 profesionales (historiadores, filólogos, etc.) de 40 países quedaron convocados como autores de libros de las Colecciones. Un esfuerzo unificador que ya quedaba abiertamente expresado en la propia arquitectura interna del proyecto, con el equilibrio entre las series dedicadas a temas peninsulares y americanos y, dentro de éstos, con la amplia presencia de monografías vinculadas, con distinto énfasis, a aspectos indigenistas (antropología, idioma, etc.).
Esa aspiración globalizadora se trasunta, también, en el hecho de que este proyecto de la Fundación MAPFRE América no se limitó a la perspectiva americana. El iberoamericanismo estaba en la génesis del proyecto, constituyó su parte esencial y sería, en adelante, el objetivo principal del mecenazgo impulsado por Larramendi. Pero en 1988-1989 comprendió la necesidad de apuntar, más allá de la irrupción de América en la historia, a todos los acontecimientos que en 1492 habían cambiado la historia de la Península y, en parte, del mundo occidental. De ahí la inclusión en las Colecciones de las respectivas series dedicadas a la influencia en la historia peninsular del mundo musulmán (“Al-Andalus”) y del judaísmo (“Sefarad”).
En definitiva: un objetivo ambicioso e integrador que era, además, toda una declaración de principios. Las Colecciones terminaban por simbolizar –como explícitamente reconocía Don Ignacio en el texto de su presentación– un puente entre continentes, culturas y épocas, un vínculo entre pasado y futuro.
Larramendi fue siempre consciente de valor de las Colecciones, de su importancia en la “pequeña historia” de las relaciones culturales entre España e Iberoamérica. Había buscado constituir un conjunto monográfico orgánico con pocos precedentes en el área de Iberoamérica y, cuando el 24 de septiembre de 1992 tuvo lugar, en la Exposición Universal de Sevilla y coincidiendo con la celebración del “Día de Honor de MAPFRE”, la presentación pública de las Colecciones, era evidente que el objetivo había quedado sobradamente cumplido.
Al menos en lo que a sus primeros propósitos respecta. Porque si algo iba a caracterizar las empresas culturales de Larramendi era, como de inmediato quedaría de manifiesto con las Colecciones, la obsesión por alcanzar una difusión extensa de sus resultados. Diseña entonces una vasta “campaña de donaciones” que, entre octubre de 1992 y febrero de 1993, acabaría llevando los libros publicados a más de 200 instituciones iberoamericanistas (bibliotecas nacionales, universidades, academias, centros de investigación....) de España, Portugal, otros países europeos, Estados Unidos y, sobre todo, el mundo iberoamericano: Santiago, Buenos Aires, Montevideo, São Paulo, Rio de Janeiro, San Salvador, México, Caracas, Lima, Bogotá, La Habana… acogieron actos de presentación y donación de las Colecciones, como lo harían, algo más tarde, Berkeley, Washington, DC., Harvard, Nueva York y, ya a lo largo de 1994, las ciudades españolas en las que se realizaron actos de donación a universidades y otras instituciones académicas.
Un corpus global (peninsular y americano, criollo e indígena, colonial y contemporáneo) diseminado a lo largo de todo el continente: así arrancaba el peculiar trayecto de Larramendi en pos de su particular Utopía. Como él mismo había expresado claramente en sus escritos, y como sus posteriores proyectos confirmarán una y otra vez, esa gigantesca voluntad de difusión, de dar a todos todo, no era sino el lógico reflejo de la tenacidad por llevar a cabo, más allá de todos los obstáculos, una actividad cultural verdaderamente iberoamericanista, panamericana en sus objetivos y, sobre todo, en sus logros.
Una década después, resulta incuestionable reconocer que las Colecciones MAPFRE cimentaron una base sólida sobre la que se erigirán todas las acciones posteriores de las instituciones promovidas por Larramendi; de igual manera, cuando se abre el enfoque a la coyuntura conmemorativa en su conjunto, el papel de la Fundación MAPFRE América (con las Colecciones y otras actividades de aquellos años) puede valorarse como una de las más originales presencias de la iniciativa privada.
A esto último contribuyó también, sin duda alguna, la excelencia científica de las otras aportaciones que, en el terreno bibliográfico, promovió en aquellos años la Fundación MAPFRE América: la Colección Documental del Descubrimiento, uno de los grandes proyectos de la historiografía americanista española contemporánea, permanecía, por diversas razones, estancado desde hacía tiempo; cuando comprendió el calibre de la empresa y el significado que adquiría en una coyuntura como la del Quinto Centenario, Larramendi asumió de inmediato que la Fundación MAPFRE América hiciese posible la finalización del proyecto. Cuando se publicó, la Colección Documental… fue objeto de innumerables reseñas y salutaciones; en una de ellas, uno de los más prestigiosos americanistas españoles la recibirá como “la contribución más importante que se hizo al Quinto Centenario”.
Las publicaciones relacionadas con la Biblioteca Colombina de Sevilla: su Catálogo Concordado y la magnífica edición facsímil del Abecedarium B, de Hernando Colón, iniciativas ambas de la máxima importancia para la historia de la cultura y el libro en la Edad Moderna, completaron la sólida aportación de la Fundación MAPFRE América en el terreno de la investigación y la producción bibliográfica en estos años.
Don Ignacio no creía en el refrán español que dice "el buen paño en arca se vende", sino todo lo contrario y llevó a cabo una política de actos de presentación y de donaciones de las Colecciones MAPFRE 1492 verdaderamente exhaustiva muy bien recogida en el benemérito libro ya citado Mecenazgo Cultural de Ignacio Hernando de Larramendi y que ahora copio:
Colecciones MAPFRE 1492 - Actos de presentación (en orden cronológico)
Coincidiendo en la mayor parte de los casos con los actos de presentación anteriormente relacionados, o con posterioridad en otros, se coordinó la donación de las Colecciones MAPFRE a más de doscientas instituciones americanistas, americanas y europeas fundamentalmente, dentro de un plan financiado por MAPFRE MUTUALIDAD. Fueron receptoras de la donación las siguientes instituciones:
En diciembre de 1994 se publicó la Colección Documental del Descubrimiento (1470-1506), obra promovida por la Real Academia de la Historia y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, instituciones vinculadas a su elaboración desde hace casi cinco décadas, y la Fundación MAPFRE América, que en 1989 asumió el compromiso de su publicación al suscribir un convenio de colaboración con las mencionadas instituciones. La obra, en tres volúmenes, con un total de casi 2.500 páginas, fue publicada por Editorial MAPFRE.
Los autores de la Colección Documental del Descubrimiento (1470-1506) fueron los académicos don Juan Pérez de Tudela y Bueso (director de la edición) y don Carlos Seco Serrano, y los profesores don Ramón Ezquerra Abadía y don Emilio López Oto.
El origen de este proyecto es el Diplomatario Colombino iniciado a finales de los años cuarenta, bajo el impulso de don Antonio Ballesteros Beretta y don Ciriaco Pérez Bustamante, en el Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, cuyo objetivo inicial era la elaboración de una recopilación documental que completase y actualizase la Raccolta Colombiana elaborada en Italia, en 1892, con motivo de la conmemoración del IV Centenario del Descubrimiento de América. La elaboración de la obra continuó posteriormente en el seno de la Real Academia de la Historia. No llegó a publicarse entonces el Diplomatario Colombino, cuya aparición final –ampliada su perspectiva temática y el número de documentos colectados, que pasó de 500 a 820– hizo posible la Fundación MAPFRE América como Colección Documental del Descubrimiento.
Presentación y donaciones
La Colección Documental del Descubrimiento se presentó en la Real Academia de la Historia el 16 de diciembre de 1994.
Asimismo, fue presentada durante las sesiones del IV Congreso de Academias de Historia Iberoamericanas (Lisboa, noviembre 1994). Durante este acto, se hizo donación de la Colección Documental… a la totalidad de las Academias iberoamericanas de la historia.
«Catálogo concordado» y «Abecedarium B»
Hernando Colón (1488-1539), hijo del Almirante, desarrolló una intensa actividad como bibliógrafo, centrada en la biblioteca fundada por él en Sevilla, que ha perdurado hasta ahora con el nombre de Biblioteca Colombina, y en la que llegó a reunir unos 17.000 títulos.
Con la colaboración del cabildo de la Catedral de Sevilla, institución propietaria de la Biblioteca Colombina, se publicó:
El primer volumen del Catálogo Concordado de la Biblioteca de Hernando Colón y el facsímil del Abecedarium B fueron presentados el día 23 de junio de 1993 en un acto celebrado en la Sala Noble de la Biblioteca Colombina, dentro del recinto de la Catedral de Sevilla.
La Fundación MAPFRE América promovió la realización de dos investigaciones sobre “Pobreza en Buenos Aires y Lima”, realizadas por el Instituto Internacional de Medio Ambiente y Desarrollo (IIED-AL), de Buenos Aires, y el Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo (DESCO), de Lima, respectivamente.
En colaboración con la Agencia Española de Cooperación Internacional, el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI), de Buenos Aires, y el Instituto Brasileiro de Economía, dependiente de la Fundación Getúlio Vargas, se organizó un seminario sobre “Experiencia española en una transición económica”. Participaron: don Enrique Fuentes Quintana, don Manuel Lagares, don Álvaro Cuervo y don Antoni Castells.
Tuvo lugar el día 2 de febrero de 1995, en la sede de la UNESCO, en París, en un acto presidido por don Federico Mayor Zaragoza, entonces director general de la UNESCO.
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Como se puede ver por este texto que he copiado, titulado "Comunidad cultural y utopía", la actividad de don Ignacio y de sus colaboradores fue frenética y pensamos que desde la Fundación Ignacio Larramendi y con motivo de su Centenario teníamos que plasmar esa actividad en la Web para que tenga la máxima difusión.
Madrid, 30 de diciembre de 2020, año de la pandemia de la COVID19