Presentación de la Universidad de Castilla-La Mancha 

Miguel Ángel Collado Yurrita
Rector de la Universidad de Castilla-La Mancha

 

Toledo en el siglo XVI. Detalle de un mapa de Joris HoefnagelLa Universidad de Castilla-La Mancha identifica en su moderna Escuela de Traductores la herencia de una identidad y de un pasado de los que hoy, tras siglos de silencio y olvido, vuelven a enorgullecerse la ciudad de Toledo y la región en su conjunto. El espíritu de ciudad abierta al conocimiento, a la universalidad del saber y al trabajo diario y fecundo en una colaboración que no distinguió fe, ni origen ni lengua, fue el espíritu que entre los siglos XI y XIII alentó la ciudad del rey taifa Al-Mamún, la del arzobispo Francis Raymond de Sauvetât y la del rey Alfonso X el Sabio. Aquel espíritu posibilitó la venida y la acogida de estudiosos atraídos por las obras científicas, filosóficas y literarias que Europa en su conjunto desconocía y que Toledo en ese tiempo custodiaba.

Aquellos constructores de puentes entre el Oriente y el Occidente, los alarifes de la antigua Escuela de Traductores de Toledo, trabajaron unidos por un mismo afán y en pos de una meta común. No será preciso recordar que “todos unidos en pos de una meta común” recoge el sentido etimológico de la voz latina universitas. Para Sebastián de Covarrubias, en su "Tesoro de la lengua castellana o española (1611), “universidad” vale “comunidad y ayuntamiento de gentes y cosas, y porque en las escuelas generales concurren estudiantes de todas partes, se llamaron universidades, como la universidad de Salamanca, Alcalá, etc. También llaman universidades ciertos pueblos que entre sí tienen unión y amistad". El espíritu, la composición humana y la actividad de la antigua Escuela de Traductores responden pues, por definición, al concepto medieval de “universidad”, cuya vigencia reivindicamos como heredera quienes hoy formamos la Universidad de Castilla-La Mancha.

Los nombres de los traductores de aquella “escuela” nos hablan de su distinta procedencia: Michael Scotus, Hermanus Dalmatus, Gerardo de Cremona, Adelard von Bath, Rodolfo de Brujas, Hugo de Santalla, Gebert von Reims, Álvaro de Oviedo, o Marcos de Toledo. La meta que los unía no era otra que la búsqueda del saber, del saber científico fundamentalmente.  Se decía que para aprender Teología era preciso viajar a París; para aprender Derecho, a Bolonia; y para aprender Ciencias de la Naturaleza, Matemáticas, Química y Física, Astronomía y Astrología, para encontrar este saber era obligado viajar a Toledo.

La Universidad de Castilla-La Mancha se reconoce en ese espíritu universal/universitario, y en esa vocación que hace siglos situó a España por delante de su tiempo, a la cabeza de Europa. La mayor aportación cultural que España ha hecho a Europa a lo largo de toda su historia es la transmisión del saber clásico, griego, persa, indio y árabe, iniciada y culminada en Toledo entre los siglos XII y XIII, merced a un singular taller de traducción, nunca más repetido. El volumen de las traducciones de Toledo ha de considerarse inmenso –nos dice Márquez Villanueva en su monumental El concepto cultural alfonsí– pues, por lo que sabemos, implicaba una puesta en castellano de cuanto libro se utilizaba como fuente. Ningún documento nos demuestra que existiera un trabajo organizado y estructuralmente establecido, un proyecto, una política cultural del poder eclesiástico o regio, bien definida y planificada. Los temas, los contenidos, los métodos y las orientaciones son enormemente diversos y dispares. En realidad, cada día son más los especialistas que defienden que fueron los traductores, por sí solos o en equipos, los que construyen los elementos fundamentales de la historia del pensamiento medieval.

Si tal como nos muestran las fuentes medievales no existió en Toledo en los siglos XII y XIII una institución que real y físicamente aglutinara el trabajo de sus traductores, hoy, para esta universidad es una gran satisfacción poder colaborar como institución en un proyecto destinado a aglutinar, digitalizar y ofrecer de modo abierto el legado de su actividad. El proyecto de edición digital de la Biblioteca Virtual de la Antigua Escuela de Traductores de Toledo permitirá poner a disposición de todos los estudiosos del mundo los frutos conocidos y los por descubrir del mayor fenómeno traductor que conoció nuestra Edad Media.

La Biblioteca Virtual de la Antigua Escuela de Traductores de Toledo, gracias a DIGIBÍS, posibilitará la recopilación y el acceso desde un solo punto de la Web a más de 1.500 manuscritos, incunables y ediciones príncipe dispersos en bibliotecas de toda Europa, digitalizados, recatalogados e integrados en la gran base de datos europea, EUROPEANA (Comisión Europea), con registros de autoridades completísimos, vinculados con todos los grandes proyectos internacionales  de referencias bibliográficas, contando con las facilidades que la tecnología de archivos relacionados y abiertos ofrece a la hora de localizar libros y autores desconocidos o imprevistos. El proyecto Biblioteca Virtual de la Antigua Escuela de Traductores de Toledo se suma a los proyectos Biblioteca Virtual de Menéndez Pelayo, Biblioteca Virtual de la Escuela de Salamanca y Biblioteca Virtual de Francisco Sánchez, el Escéptico. Esta última fue seleccionada recientemente por la gran biblioteca virtual Europeana como modelo de máximo impacto en el entorno de las bibliotecas virtuales o digitales.

Así pues, la Universidad de Castilla-La Mancha se asocia con plena vocación y entusiasmo a este proyecto y lo hace felizmente obligada por al menos tres razones. En primer lugar, porque colaborar en un proyecto destinado a la recuperación, puesta en valor y divulgación científica de nuestro pasado cultural significa indagar en las raíces de nuestra universidad y nutrirlas con ingredientes y útiles nuevos. En segundo lugar, porque este proyecto dotará a la Biblioteca Universitaria de Castilla-La Mancha de una respuesta rica y eficaz para los numerosos investigadores que año tras año dirigen sus consultas sobre este periodo de la Historia. Y en tercer lugar, porque hacerlo de la mano de la Fundación Ignacio Larramendi –en particular de su filial DIGIBÍS– y de la Fundación MAPFRE, equivale a disponer de las mejores herramientas científicas y tecnológicas, garantiza la consecución de la meta marcada y nos hace más fuertes como universidad.