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Obras completas de Menéndez... > ESTUDIOS Y DISCURSOS DE... > VI: ESCRITORES MONTAÑESES > DON EVARISTO SILIÓ Y GUTIÉRREZ

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Texto

VENGA a ocupar el puesto segundo en esta galería de líricos cántabros [2] el simpático y malogrado cantor de Santa Teresa de Jesús y de la Magdalena , ya que fué el segundo en descender a la ciudad de los muertos. Deber es imperioso de historia literaria salvar del olvido los nombres dignos de vivir en la posteridad, entre tantos como han sonado y suenan, con efímero y pasajero aplauso, en esta era de arrebatada y copiosa producción artística, en que pocos se cuidan de separar el oro de la escoria, por la mucha escoria que encubre el oro. Entre tantos volúmenes de versos como desde 1835 han aparecido, infinitos, hay poco dignos de recordación honrosa ni aun de registro bibliográfico, pero no faltan algunos, y aún pudiéramos decir muchos , que ora por la pulcritud de la forma, ora por la alteza de la imaginación y la intensidad de los afectos, son acreedores a puesto muy honroso en el tesoro de nuestra literatura. No en vano derramó Dios a manos llenas el ingenio en esta nación privilegiada, donde jamás han faltado [p. 244] ni faltarán poetas. La misma abundancia hace que miremos con poca estima este género de producciones, siempre que no excedan en mucho la medida común, o logren por excepcionales circunstancias muy subida fama.

A pocos asiste valor para engolfarse en ese piélago lírico y dramático que, a no dudarlo, ha de poner espanto a los futuros bibliófilos e historiadores literarios. El público de ahora ve con absoluta indiferencia la aparición de tomos y tomos de poesías líricas que sólo leen los amigos a quienes el autor se los regala; las producciones dramáticas no sobresalientes y aun algunas muy estimables, nacen y mueren en la misma noche. La falta de crítica formal contribuye al mismo resultado; todo se abulta en los hiperbólicos párrafos de gacetilla y el hombre de buen gusto, hastiado de tan empalagoso incienso y de tanta sátira insulsa, acaba por confundir a todos en idéntico menosprecio y no cae en la tentación de abrir uno solo de esos volúmenes que se presentan arreados con los vistosos títulos de Dolores, Quebrantos, Armonías, Pensamientos, Gemidos, Tristezas, Recuerdos y otros de la misma laya, rótulos capaces de ahuyentar al más hidrópico leyente. Porque suelen tales colecciones poéticas adolecer de uniformidad y amaneramiento tan extremados, suelen encerrar tan escaso interés para quien no sea el autor o la dama de sus pensamientos, causa ocasional de sus tristezas y lamentaciones, falsas y artificiales en sumo grado, que no hay paciencia que baste para leer cien, doscientas, mil veces... idénticos conceptos, expresados de la misma manera. Y, sin embargo, no es cosa infrecuente encontrar en ese maremagnum poético libros marcados con la huella indeleble del talento, apartados de fastidiosas trivialidades y rutinas, robosando de verdadero sentimiento, atildados y correctos de la forma, y que no obstante, por cierto sino fatal, no son conocidos ni apreciados sino por aquel a quien lleva a su estudio necesidad ineludible. Uno de esos ingenios dignos de mejor suerte, es Evaristo Silió y Gutiérrez, verdadero poeta, que sorprendido por la muerte en el comienzo de su carrera, dejó, sin embargo, bastantes y muy sazonados frutos de su ingenio, para que su nombre deba ser pronunciado con orgullo por los montañeses y con hondo respeto por todos los amantes de las letras españolas.

Nació nuestro vate en Santa Cruz de Iguña, en 1841. Recibió [p. 245] en su pueblo natal la primera educación y se dedicó en Santander por algunos años al comercio, del cual le apartaron muy en breve sus aficiones literarias. A los dieciséis años pasó a Valladolid, donde se dió por entero al cultivo de la poesía y escribió, a los diecisiete, un drama, Fe, Esperanza y Caridad , que fué representado en una sociedad decorada con el título de La Flor de Mayo . Los aplausos recibidos allí y en varias reuniones literarias en que leyó sus primeras composiciones líricas, alentaron su naciente inspiración y le movieron a trasladarse a Madrid, donde amplió sus primeros estudios, llegando a poseer las lenguas italiana, francesa, inglesa y alemana, a cuyas literaturas se dedicó con especial ahínco. Laboriosa fué su vida de escritor en la corte, pues además de dar a la estampa las obras que después analizaremos, colaboró en diversos periódicos, como El Eco del País, La Constitución, La Voz del Siglo , ocupándose especialmente en críticas literarias y teatrales.

En los últimos años de su breve existencia hacía frecuentes excursiones a su valle natal, que le inspiró sus más preciados cantos. Murió en Santa Cruz de Iguña en 1874. Era de complexión débil y simpático carácter. [1] Y dadas estas breves noticias del hombre, hablemos del poeta.

Fué Silió lírico original y espontáneo y como nacido en la tierra de los montes y de las olas, llevóle su instinto poético a la escuela septentrional , menos estudiada y conocida que la salmantina, la sevillana, la catalana, la valentina o cualquiera otro de los grupos literarios ibéricos, pero de existencia no menos real ni menos definidos caracteres. Tal vez ha sido fortuna para la escuela del Norte no hallar aun un dogmatizador ni trazarse un código inflexible que a la corta o a la larga hubiérala llevado al amaneramiento, en que aun sin esto cayeron algunos de sus representantes. Los poetas salidos de esta agrupación que geográficamente podemos considerar extendida por Cantabria, Asturias y Galicia y tierras de León (del lado allá del Duero , como decía Lista), ofrecen todos un sello de familia, una similitud literaria que de igual suerte los aisla de la poesía castellana como de los escasos vates que han florecido en las comarcas eúskaras. Soñadores y [p. 246] meditabundos los septentrionales , distínguese por lo vago y aéreo del fondo de sus concepciones, por la melancolía intensa y profunda que casi siempre les anima, por su afición extremada a la parte sombría, nebulosa y triste de la naturaleza, que produce en ellos graves pensamientos y solemnes meditaciones. La escuela del Norte es creyente como todas las escuelas peninsulares, pero la expresión del sentimiento religioso no toma en sus cantos el vuelo místico de la escuela salmantina, ni la bíblica entonación herreriana , ni se combina con recuerdos de la Edad Media cual acontece en los modernos poetas catalanes, sino que propende a abstracciones y es siempre subjetiva , gustando sobre todo de cantar la triste peregrinación del hombre por este valle de lágrimas, las agitaciones y tormentos de la conciencia, el dolor y la resignación que expían y llegan a borrar el pecado. Las vagas inquietudes del alma, el anhelo y la sed de lo infinito suelen ser, así mismo, asunto de esta poesía que da, no obstante, a tales aspiraciones un tono muy diverso del vehemente, arrebatado y encendido de nuestros grandes místicos. Rara vez escogen los vates del Norte asuntos históricos , cuya índole objetiva se presta poco a su genialidad y cuando por excepción lo hacen, suelen acudir a los más tristes y meláncólicos, llamándoles sobre todo la atención las ruinas de antiguos monumentos, los países desolados, los grandes lutos de la humanidad y de la patria. Y cantan tales hechos, no con exactitud arqueológica , ni deteniéndose en los accesorios pintorescos, ni menos con expresión de arrebato e ira, sino con la misma reposada melancolía que muestran en el análisis de los dolores íntimos de su alma. Tales caracteres resultan en los cantos de Enrique Gil a Polonia, a los Templarios, al Dos de Mayo; en las tristísimas meditaciones de Pastor Díaz sobre el Acueducto de Segovia y otras ruinas y vestigios de pasadas grandezas; y en fragmentos históricos de otros poetas menos conocidos y celebrados. Canta el amor la escuela septentrional, como todas las escuelas y todos los poetas del mundo, pero lo canta a su manera , nunca como placer de los sentidos, a semejanza de los elegíacos latinos; ni aun como admiración contemplativa de la belleza física, cual a veces sucede en la poesía helénica; ni con el místico arrobamiento y metafísicas cavilaciones de los petrarquistas ; ni arreado de pastoriles galas cual aparece en los eróticos del Renacimiento; ni envuelto en los [p. 247] discretos y caballerescas devociones de nuestro teatro; sino de una manera ideal, vaporosa, casi impalpable y, sin embargo, humana , cuyo objeto no puede considerarse como un símbolo de altas ideas ni una encarnación de la belleza, pero que suele ser una mujer soñada, una inmortal amiga , una sirena , una ondina , que ora habita en las fuentes, ora baña sus trenzas en el río, ora se mece en las revueltas y bravías olas de nuestra mar; y que interesa, en fuerza de su vaguedad misma, porque representa bien los sutiles y vaporosos pensamientos enamorados de la juventud, en tierras de montaña, bajo un cielo de nieblas, en costas escarpadas y bravías. El espíritu poético que tiende a animar la naturaleza, que es eminentemente plástico y vivificador, diversifica sus creaciones según el país en que las produce y engendra en toda comarca septentrional visiones pálidas y nebulosas, así como en las regiones del Mediodía, donde todo es luz, calor y movimiento, donde hierve la vida, hace brotar ensueños deliciosos hondamente marcados con el sello del país en que tal tipo estético se encarna y desenvuelve con exclusivo e incontrastable predominio.

Al celebrar las maravillas de la naturaleza se apartan más y más entre ambas escuelas; la una canta el sol en su oriente, la otra le llora en su ocaso: describe la primera al despertar de la Aurora, deléitase la segunda en las sombras del crepúsculo de la tarde. La luna , el Sol de los tristes (expresión bellísima de un gran poeta montañés) es tema favorito de sus inspiraciones; los escondidos valles iluminados por su pura y melancólica lumbre, convidan a nuestros vates a la meditación y al canto; el seno agitado y tormentoso del mar de Cantabria, indúceles a abismar en él el pensamiento y la mirada; la nube blanca arrástrales en su curso a incógnitas regiones. Si de flores hablan, será de las modestas y escondidas, como la violeta que cantó Enrique Gil:

                   Quizá al pasar la virgen de los valles
                  Enamorada y rica en juventud,
                  Por las umbrosas y desiertas calles
                  Do yacerá escondido mi ataúd,

                   Irá a cortar la humilde violeta,
                  Y la pondrá en su seno con dolor,
                  Y llorando dirá: «pobre poeta,
                  Ya está callada el arpa del amor»;

[p. 248] como el lirio , celebrado por Laverde en la más bella de sus composiciones:

                   Allá del mar en la desierta orilla,
                  Yace su cuerpo en escondida gruta,
                  Donde entre zarzas solitario vive
                         Lirio celeste,

                   Místico lirio a cuyo cáliz puro
                  Bajan los rayos de la luna leves,
                  Gime con ella cariñoso el viento,
                         Gimen las ondas.

La poesía del Norte no tiene formas muy definidas, quizá por la escasa relación que siempre ha existido entre sus poetas: pero los caracteres distintivos de la escuela literaria sobresalen de igual manera en las composiciones generalizadoras y pesimistas de Pastor Díaz, que en las tiernas, pero difusas e incorrectas, de Enrique Gil, en las del malogrado Aguirre Galarraga, en los cantares gallegos de Rosalía de Castro, en las estrofas sáficas de Laverde en que se verifica una extraña, pero bellísima unión de forma clásica y fondo septentrional y hasta en la elocuente prosa, muchas veces lírica, de Juan García . Y no han de maravillarnos que en las comarcas donde esta poesía es fruto natural del suelo, se observen, sin embargo, excepciones tan notables como la tendencia objetiva de Trueba y Cosío, imitador de Walter Scott en novelas y poemas cortos, y el subjetivismo de Campoamor que lo es de una especie muy distinta del de los demás líricos septentrionales. Pues aparte de que estas mismas excepciones confirman la regla, y dado caso que ni las condiciones del país ni el influjo de escuelas literarias pueden encerrar en un círculo estrecho el genio de todos y cada uno de los escritores nacidos en una extensa comarca, ha de tenerse en cuenta que Trueba y Cosío por su alejamiento del país en que vió la luz primera, por su educación inglesa y por ser ingenio más imitador que espontáneo, entró de lleno en la corriente literaria de su época; y en cuanto a Campoamor, con ser poeta tan original y sui generis , puede notarse en los detalles, además de la influencia de sistemas filosóficos modernos por él asimilados y convertidos en sustancia propia, ciertas reminiscencias de poesía septentrional , nunca borradas del todo en literarios que desde el nacer respiraron aquellas auras.

[p. 249] Señalados ya con la posible claridad y distinción los caracteres de la escuela del Norte, vamos a estudiarla en las poesías líricas de Silió encerradas casi todas ellas en un pequeño volumen en 12.º, de 77 páginas, rotulado con mucha propiedad Desde el Valle . [1] Y empezaremos por advertir que es ya buena señal el que redujese el modesto poeta su colección a 13 composiciones, escritas y acabadas con esmero, en vez de publicar, como otros, enormes volúmenes en que lo bueno aparece sepultado bajo la inmensa balumba de lo malo. Y también agrada verlas tan escuetas de todo prólogo e introducción laudatoria, lo cual asimismo demuestra el buen gusto del malogrado vate montañés.

No obstante la escasa variedad de asuntos y de tonos que en los versos de Silió se advierten, su limitado número, la verdad del sentimiento en ellos expresado y la corrección y elegancia de la frase bastan para salvarles del olvido en que caen tantas otras colecciones poéticas. Compúsolos su autor en los postreros años de su vida, cuando dolores a la par morales y físicos habían caído sobre él, templando su alma, naturalmente dispuesta a melancólicos pensamientos, como las de casi todos los vates de su escuela. Él mismo expresa bien su genialidad lírica en las siguientes estrofas, escritas con notable pureza y sobriedad:

                   En vano me finjo la dicha cercana,
                  Y alzar quiero un punto la voz del placer,
                  Pues voz más potente me grita inhumana
                  Que en triste recuerdo se torna mañana
                                  La dicha de ayer!

                   Y en vano buscando del gozo la idea,
                  Hoy vuela mi mente do un tiempo le vi,
                  Do gira la danza feliz de mi aldea,
                  Que hoy sólo el alarde risueño campea
                                  De júbilo allí!
           
                   Allí de la bella que oyó sus clamores
                  Hoy orna el amante la agreste mansión
                  Con rústicos ramos y cintas y flores
                  Que emblema sencillo de dichas y amores
                                  Pacíficos son.

                   [p. 250] La pura alegría que el alma recrea,
                  Los dulces placeres hoy reinan allí,
                  Mas hoy del mañana me finjo la idea,
                  Y en triste reposo contemplo la aldea
                                  Do el júbilo vi!

                   Un sol que declina con tenues fulgores
                  Tras árida cumbre nublándose va,
                  Suspiran los tristes nocturnos rumores,
                  Y secos los ramos, y mustias las flores
                               Deshójanse ya.

                   Así lo que emblema de gozo es un día
                  Se nubla, a mis ojos, del tiempo al través,
                  Y así cuando quiero cantar la alegría
                  Mi mente contempla la pena sombría
                             Que viene después!

Análogas profesiones de tristeza encontramos en todos los líricos del Norte y no ha de atribuirse en ellos a influjo de la moda sentimental y llorona, pues muchas veces, como aquí advertimos, la expresión es natural, sencilla y sin rastro de amaneramiento, como que brota espontáneamente del corazón.

Huellas de un sentimiento más amargo, un tanto escéptico y leopardino , vislumbramos en la composición titulada Una fiesta en mi aldea , una de las más bellas que en esta colección figuran

                   Hoy en fiesta, hay romería
                  Delante de mi balcón...
                  Huya ante tanta alegría
                  La eterna melancolía
                  Que me oprime el corazón.

El poeta quiere aturdirse con el estruendo y el bullicio de la romería, pero va descendiendo la tarde y torna él a sus tristes meditaciones:

                   No bajéis mustias la frente
                  Mirando el placer huir;
                  No miréis al sol poniente
                  Que en las cumbres de occidente
                  Va ya trémulo a morir.

Suena la campana de la oración y Silió describe los efectos de su solemne tañido en la alborozada multitud:

                   [p. 251] Cesó el alegre clamor
                  De las danzas bulliciosas;
                  Sólo suena en derredor
                  De mil preces misteriosas
                  El sordo y triste rumor.

                   Ya se alejan los que huyeron
                  Las montañas con afán
                  Y a la fiesta descendieron.
                  Pero ¡qué alegres vinieron
                  Y qué abatidos se van!

A esta antítesis de dolora campoamoriana sigue la cavilación nocturna, que presenta evidentes analogías con la oda de Leopardi La Sera del di de festa:

                  Dolce e chiara é la notte e senza vento
                  E queta sovra i tetti, é in mezzo agli orti
                  Posa la luna, e di lontan rivela
                  Serena ogni montagna...

Así comienza el admirable y desesperado poeta recanatense. A imitación suya, pero convirtiendo en triste la notte dolce y chiara cantada por el italiano (transformación natural en la poesía del Norte) y alterando también la pura y clásica sencillez de su modelo, que tomó de Virgilio el fondo de su descripción, dice el vate montañés:

                   Reina la noche triste: ni un acento
                  Turba su muda y pavorosa calma
                  Que espanto infunde al alma;
                  Calla dormida el ave, calla el viento
                  E invisible cruzando el valle umbrío,
                  Sume y ahoga su rumor profundo
                  Allá en la hondura de su cauce el río.
                  ¡Tal debió ser antes que fuera el mundo
                  El eterno silencio del vacío!
                  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
                  Oscuro está mi valle, el cielo oscuro
                  Y ay! oscura también el alma mía!
                  Mas a veces la luna entre el misterio
                  De las sombras riela en la montaña,
                   Y ahora del lejano cementerio
                  Sólo el recinto pavoroso baña!

[p. 252] Todo ello está discreta y poéticamente dicho, pero prefiero la concisión de Leopardi. El fondo de la composición es tan lúgubre en el uno como en el otro; pero en Silió, escéptico sólo en momentos dados, se vislumbra un rayo de esperanza que jamás ilumina los cantos del italiano. Saluda Leopardi a

                   -l’antica natura omnipossente
                  che mi fece all’afanno...

Y advierte que ni aún le queda la esperanza:

                               A te la speme
                  Nego, mi disse, anche la speme; é d’altro
                  Non brillin gli occhi tuoi se non di pianto.

Silió, por el contrario, no con esta fría impasibilidad y horrible resignación, sino con el acento de angustiosa duda, propio de tantos hijos de este siglo desventurado, exclama en voces dignas de un gran poeta:

                   Espíritus errantes que en el fondo
                  Donde la humana voz jamás retumba
                  Dejásteis ya el mortal légamo hediondo,
                  Venid, y a solas reveladme el hondo
                  Misterio de la tumba!...

                   ¡Llegad! la noche que adorais umbrosa
                  Reina lóbrega aquí; todo sumido
                  En su profunda oscuridad reposa:
                  Mi espíritu os llama desprendido
                  De la materia odiosa!

                   ¡Llegad! decid a mi mortal anhelo
                  Si con vosotros vaga,
                  Donde tendéis el invisible vuelo,
                  La dulce virgen que mi amor halaga
                  Cuando mi mente se remonta al cielo!

                   ¡Llegad! decidme si a su bien unida
                  El alma, y desprendida
                  De la opresora terrenal corteza,
                  Verá que, al fin de la mundana vida,
                  La que en sus sueños imagina empieza!

Pero lo que sigue a esta magnífica invocación, bello también (no dudamos en afirmarlo), está inspirado por tan desconsolador [p. 253] escepticismo como los versos más horribles de Leopardi. Sin aprobar en nada el descaminado espíritu que los dictó, no puedo resistir a la tentación de transcribirlos:

                   Mas inútil clamor! la queja ruda
                  Exhalo en vano y el mortal gemido:
                  Mudos los cielos y la tierra muda.
                  Cuanto al acento de la fe extinguido
                  Su voz levanta la angustiada duda,
                  Sólo responde a mi profunda pena,
                  Que alza su grito para el bien en vano,
                  La triste voz de la ansiedad ajena:
                  Que otra vez por mi mal allá lejano
                  El triste canto de la tarde suena:
                   Como esa flor que arrojas
                  Ya deshojada,
                  La flor se va quedando de mi esperanza;
                  Y es dulce prenda,
                   Que mi llanto de fuego
                  Su tallo quema.

También esta idea del canto lejano es de Leopardi:

                               Ed alla tarda notte
                  Un canto che s’udia per li sentieri
                  Lontanando morire a poco á poco
                  Già similmente me stringeva el core.

Acabemos con la inspiración de nuestro malogrado ingenio, que termina tan dignamente como empezó, vislumbrándose de nuevo la esperanza:

                   Hórrido valle donde el duelo mora,
                  En medio de tu calma aterradora
                  Que el ánimo quebranta,
                  Hay un mortal que desvelado canta,
                  Pero es un triste que cantando llora!
                   ¡Oh, tú que miras el anhelo mío
                  Volar del mundo a la región que adoro,
                  El ruego escucha que en mi afán te envío:
                  Ve, que en la noche del dolor sombrío,
                  También, si canto, cuando canto lloro!

El alma de Silió era creyente y hasta fervor religioso se advierte en los poemas de que luego hablaremos, pero en el tiempo que [p. 254] residió en Madrid no logró sobreponerse del todo a la atmósfera de escepticismo y descreimiento que en algunos círculos se respiraba. Las conversaciones, la lectura de libros de mala filosofía por quien no era filósofo ni estaba suficientemente preparado para distinguir la ciencia y el sofisma, quebrantaron en ciertos instantes las creencias que en el hogar montañés aprendiera, y engendraron en su ánimo acerbas dudas y tristes desalientos que tal vez apresuraron su muerte y que repetidas veces asoman en sus últimas poesías. Mas no es esto decir que cayera jamás en formal heterodoxia, porque su sano instinto le apartaba siempre del escollo y como obraba y escribía más por sentimiento que por reflexión, su alma de poeta español y septentrional acababa por sobreponerse a las heladas doctrinas que reciamente combatían su espíritu. Comprendía que el artista no nace para sembrar dudas y dejarlas sin solución, sino para realizar el sublime fin, que él mismo cumplió en Santa Teresa de Jesús y en la Magdalena , y que bellamente expresa en estos versos de una de sus composiciones líricas:

                   ¡Cuántas veces a tu acento,
                  De la inspiración al grito,
                  Habrá apagado el lamento
                  Algún corazón sediento
                  De adivinar lo infinito!

                   ¡Cuántas veces de tu canto
                  Volando algún alma al par,
                  Sobre este valle de llanto
                  Se habrá remontado tanto
                  Que habrá gemido al bajar!

                   ¡Cuántas invocando al Ser
                  Que tu acento diviniza
                  Habrás conseguido hacer
                  Sobre la tibia ceniza
                  La llama ferviente arder!

                   ¡Canta, pues, artista, canta
                  Con ese sublime anhelo
                  Que el espíritu agiganta,
                  Fija en la tierra la planta
                  Y la mirada en el cielo!

                   ¡Canta, y que el mundo se asombre
                  Al volar del genio en pos
                   [p. 255] A esos espacios sin nombre
                  Donde ya el alma del hombre
                  Siente el aliento de Dios.

La terrible duda del destino humano aqueja siempre a Silió en sus momentos de escepticismo y le inspira dos de sus más notables composiciones, la Nave y la Vida . En la primera con la usada alegoría de la nave, por él diestramente rejuvenecida, describe la humanidad bogando sin norte ni rumbo, entre peligros y borrascas:

                   Ya cruce las olas dormidas del lago,
                  Ya el ancha llanura del piélago vago
                  Que a veces en calma fatídica está,
                  Sin faro en la noche ni rumbo a lo cierto,
                  La nave en que el mundo se aleja del puerto
                  ¿Quién sabe do boga? quién sabe do va?
                  Al soplo navega de varia fortuna
                  Por mar que el sepulcro separa y la cuna,
                  Y en su hórrido seno do imprenta el terror,
                  «Bogad» van clamando las almas a coro,
                  «Bogad do la dicha se compra con oro,
                  Do reina la gloria, do vive el amor».

En esta barca de los locos , como se decía en la Edad Media, navega también el poeta tan ciego y desalumbrado como los demás:

                   Y yo también bogo sin faro ni guía,
                  Buscando en la extensa llanura sombría
                  El puerto que un día mi mente soñó,
                  Y en vano pregunto con pena tan grave
                  A dónde navego; que nadie aquí sabe
                  A dónde en mi nave mañana iré yo!
                   Viviente lumbrera que allá en las alturas
                  Con férvida llama perenne fulguras,
                  Y a playas oscuras nos miras bogar,
                  O inflama la nave, o ve la agonía
                  Del hombre que boga sin faro ni guía,
                   Del triste que fía del viento y la mar .

¡Triste influjo el de esta época descreída que así tiende a apagar en espíritus sanos y en corazones rectos la luz de la verdad, para dejarles tinieblas, dudas, y a la postre, desesperación! Nunca llegó nuestro poeta a tales extremos (lo repetimos), pero [p. 256] asediábanle sin cesar negros presentimientos y la idea misma de los anteriores versos aparece, con mayor claridad aún, en la segunda de las composiciones citadas, que es una joya poética. Las caravanas que marchan por el desierto de la vida, engañadas por la esperanza, perdiendo a cada paso una ilusión, anhelantes de dicha siempre y sin ver el fin de su camino, forman un cuadro descrito con la mayor sobriedad y energía. No sobra una palabra en aquellas estrofas que hasta en un movimiento rítmico remedan el doloroso viaje de la humanidad; júzguese por el final:

                   Y aún avanza y aún lucha con su agonía,
                  Pero lejos, muy lejos trémula guía
                         La planta allí...
                  Seguirla ya no puede la vista humana...
                  Ya sólo Dios ve adonde la caravana
                         Marchando va!
                  Y así por el desierto yo peregrino
                  Apartar quiero en vano de su camino
                         Mis pasos hoy;
                  El mismo afán, las misma vereda tengo;
                  ¡Y sólo el cielo sabe de dónde vengo
                         Y a dónde voy!
                  Y así generaciones sin cuento han ido
                   Perdiéndose a lo lejos, el pecho herido
                         Del mismo afán;
                  Así expiran las tristes glorias humanas
                  Y así por el desierto las caravanas
                         Pasando van!

Silió que, como casi todos los poetas de veras subjetivos tiene una sola cuerda en su lira, se repite mucho en pensamientos y en imágenes. Así encontramos reproducida con leves variantes la anterior en el lindo romance de los viajeros , que termina así:

                  Yo en el valle en vano ansío
                  Descubrir, tras nube tanta,
                  Si del sueño de la vida
                  Despiertan allí las almas
                  En las sombras de la noche
                  O a la luz de la alborada.
                  Sólo sé que al fin un día,
                  Tal vez hoy, quizá mañana,
                  La postrera voz que oímos
                   [p. 257] Me dirá: «despierta y anda»
                  Y me iré con los viajeros
                  Que trasponen la montaña.

Más apacible sentimiento se nota en las poesías tituladas: Meditación, A Esperanza, A una niña , de exquisita sencillez y primor en la ejecución artística.

Dos composiciones en cierto modo eróticas encierra el tomo de Silió y en ambas se revela bien a las claras el carácter idealista y soñador que antes asignábamos a la poesía del Norte. El amor de nuestro vate se dirige a una sombra, a una creación de la fantasía, que no es una encarnación de la belleza como la mujer que no se encuentra , cantada por Leopardi, sino que es un resumen de todas las quimeras que agitan el alma y el pensamiento del poeta; y guarda, sobre todo, notable semejanza con la inmortal amiga de Laverde Ruiz,

                  Virgen etérea a consolar llamada
           De un vate el perenal dolor
     . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
           Angel sublime de mis sueños de oro
                  En forma de gentil mujer...

Algo parecido debía de ser el ideal que perseguía Silió y que le dictaba estrofas como las siguientes, comparables a las más celebradas de otros líricos contemporáneos, superiores a él en fama más que en merecimientos:

                        Yo te busqué en los campos del valle mío,
                 Por las montañas y el bosque umbrío,
                                  Doquier que fuí;
                Y al ver que tú encantabas otros lugares,
                 Mi amada aldea, mis dulces lares
                               Dejé por ti!
           . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
                  Tal vez de los espacios del bien risueños,
                  En las quimeras de mis ensueños,
                               Bajar te vi;
                  Tal vez tendí los brazos, hallé el vacío
                  Y entre tinieblas el llanto mío
                                Brotó por ti!
                   [p. 258] Lamento misterioso de amor y pena,
                  Por ti doliente mi canto suena,
                             Por ti no más,
                  Por ti ferviente imploro los almos seres,
                  Y aun de ti lejos, ni sé quién eres
                             Ni dónde estás!
                  Viviente luz que ciego mi amor ansía,
                  Que triste llevas el alma mía
                             Del tuyo en pos;
                  Mujer a su tiempo y ángel sin par ni nombre
                  Que el bien me ofreces que puede el hombre
                              Lograr de Dios!
                  Virgen diosa del templo de mis placeres,
                  ¿Cuándo, qué día sabré quién eres
                             Y dónde estás?...
                  Ay! en vano esta duda mi pecho afana;
                  Hoy mismo acaso!... tal vez mañana!...
                             Tal vez jamás!...

No era ingenio vulgar el que tan reconcentrado sentimiento y tanta pureza de expresión ponía en sus cantos. No lo era el que escribió la bella canción La cita en el valle , modelo de intensa ternura y suavidad rítmica. Por donde quiera que abramos la colección de Salió hemos de tropezar con rasgos notables en el pensamiento y en la forma que le separan en mucho de la grey de los cantores adocenados.

Publicó Silió un poema titulado Santa Teresa de Jesús y dejó comenzado otro de La Magdalena . ¡Qué asunto el primero para un poeta español y cristiano! La extática doctora avilesa, serafín abrasado en amor divino, heroica fundadora, nacida para revelar al mundo los más hondos misterios del erotismo sagrado, los regalados favores del celestial Esposo y para penetrar, cuanto en existencia terrena es dado, en el pielago de la bondad y hermosura divina, sin perderse en las torcidas corrientes panteísticas; intérprete, como ningún otro mortal, de la sublime armonía y del lenguaje de los ángeles que ella reprodujo con gracia de mujer, y de mujer castellana, en libros que (para valernos de la frase discretísima de un sabio profesor catalán) con ser de los henchidos de más alta doctrina, más que libros semejan candorosa plática familiar . Porque en la alteza de las cosas, añadiremos con Fray Luis de León, y en la delicadeza y claridad con que las trata, excede a muchos ingenios, y en la forma del decir y en la pureza y [p. 259] facilidad del estilo y en la grave y buena compostura de las palabras y en una elegancia desafeitada que deleita en extremo, dudo yo que haya en nuestra lengua escritura que con ellos se iguale. Y tan verdad es esto, que por una sola página de Santa Teresa pueden darse infinitos celebrados libros de nuestra literatura y de las extrañas, y por la gloria que nuestro país tiene en haberla producido, cambiaría yo de buen grado, si hubiésemos de perder una de ambas cosas, toda la gloria militar que oprime y fatiga nuestros anales.

Los ingenios españoles profesaron siempre veneración grande al Ángel del Carmelo, y entre las poesías a su loor consagradas en los siglos XVI y XVII las hay de Cervantes [1] de Bartolomé Leonardo de Argensola, de Lope de Vega, pero a todas exceden los versos de doña Cristobalina Fernández de Alarcón, [2] décima musa antequerana , que calificó de celestiales , y no sin razón, el volteriano y descontentadizo Gallardo. De poemas más extensos dedicados al recuerdo de Santa Teresa, los únicos que merecen especial alabanza son la Amazona cristiana , de Fray Bartolomé de Segura (Valladolid, 1619) más apreciable que por el contexto de la obra, por ciertas composiciones líricas que en ella se intercalan; y el notabilísimo ensayo de nuestro Silió.

Conveniente parece advertir que el asunto de Santa Teresa al par de grandes ventajas, ofrece no leves dificultades, una de ellas insuperable. No hay en el mundo prosa ni verso que basten a igualar, ni aun de lejos se acerquen, a cualquiera de los capítulos de la Vida que de sí propia escribió Santa Teresa, por mandado de su confesor; autobiografía a ninguna semejante, en que con la más peregrina modestia se narran las singulares mercedes que Dios la hizo , y se habla y discurre de las más altas revelaciones místicas con una sencillez y un sublime descuido de frase que deleitan y enamoran. Y como aquel estilo no se imita, y fuera vana presunción el intentarlo, y las más ricas preseas del tesoro literario no son suficientes para compensar su falta, el que acerca de tan divina mujer escriba, ha de quedar forzosamente inferior a ella [p. 260] con mucha distancia; y ésta es, si duda, la causa de que los versos de Silió, que leídos por sí agradan y demuestran en su autor muy señaladas dotes poéticas, pierdan la mayor parte de su precio, puestos en el cotejo con cualquiera de los capítulos de la sublime reformadora carmelitana. No es culpa del vate montañés; es la distancia que separa el cielo de la tierra y que todas las fuerzas humanas no traspasarán jamás.

La Santa Teresa de Jesús , de Silió, [1] no sigue la forma académica de los poemas heroicos , sino la suelta y libre de las leyendas zorrilescas. No está escrita en compasadas octavas, sino en variedad de metros. En pos de una linda dedicatoria en alejandrinos viene una breve introducción en igual ritmo, briosamente escrita y versificada con gallardía, cual puede juzgarse por la siguiente muestra:

                   Sufriendo los rigores de inevitable suerte
                  En cárcel que ceñida de eterna sombra está,
                  El mundo gira en torno del trono de la muerte
                  Sobre las huecas tumbas de los que fueron ya.
                   Cuando en ferviente anhelo levanta su querella,
                  Y un rayo le ilumina de la celeste luz,
                  Descubre entre las sombras la misteriosa huella
                  Que al pedestal conduce de la cristiana cruz.
                  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
                   ¿Qué voz mundana puede templar su amargo duelo
                  Cuando anhelante mira y el porvenir no ve?
                  ¿Qué bienhechor espíritu mostrarle puede el cielo
                  Si lejos de ella vuela el ángel de la fe?
                  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
                    Oíd: voy a cantaros la peregrina historia
                  De una mujer, de un ángel que en esta vida fué:
                  Tal vez mi fe vislumbre un rayo de su gloria,
                  Tal vez vuestra alma alumbre un rayo de mi fe.

El poemita se divide en cuatro partes y en diecinueve capítulos o cantos muy breves. La unidad lógica de la composición, está [p. 261] en el carácter de la santa heroina, y en las sucesivas transformaciones por que su espíritu va pasando hasta llegar al más puro misticismo. Los infantiles juegos de la virgen de Ávila, las piadosas lecturas que hacía con su hermano, su tentativa de ir a tierra de moros para que allí los descabezasen , la muerte de su madre, la tentación mundana que llega a su alma en forma de libro de caballerías, las luchas internas en que triunfa al cabo el amor al ideal celeste, la entrada de Teresa en Religión, las persecuciones de la Ira y de la Tibieza vencidas y aniquiladas por el gigante espíritu de la doctora de Ávila, los tropiezos que opone el Mundo a los altos propósitos de la reformadora del Carmelo, sus fundaciones, sus extáticos raptos y su muerte constituyen el argumento y desarrollo de la piadosa leyenda de Silió. La narración está hecha con delicadeza y sobriedad notables, el lenguaje es poético sin asomo ni afectación ni amaneramiento, y la versificación se desliza flúida y fácil como brotando de un manantial puro y abundante. Y, sin embargo, el poema no satisface a quien conoce los libros de Santa Teresa, ni nos parece digno de su gloria, porque Silió no era bastante místico para identificarse con el misticismo de su heroína, ni bastante filósofo para comprenderle y no sé si bastante poeta para encontrar palabras con que expresarle. Adolece, además, el poema de Santa Teresa , aunque nacido de pura creencia y escrito con ortodoxia sana, del defecto común a casi todos los cantos religiosos de nuestra época, en que si sobra arte, falta unción y fervor, mal grado, en ocasiones, de los poetas mismos. Falta es ésta difícil de remediar, porque la corrompida atmósfera que respiramos, influye más o menos aún en los espíritus más apartados del contagio y si hoy todavía es frecuente por dicha encontrar hombres de fe inquebrantable, no abunda la fe sencilla, abrasada y poderosa que levanta las montañas y produce todas las grandes maravillas del mundo moral y de la poesía religiosa. Por eso en el poema de Silió, aunque menos que en otros, desagrada a veces cierto tono de poesía profana, cierta profusión de mundanos arreos, que contrastan con el fondo ascético del asunto.

Aparte de este defecto muy disculpable, abunda la Santa Teresa de Silió en perfecciones literarias dignas de alabanza y estudio. Véase qué pureza de sentimiento y de expresión muestra la [p. 262] siguiente plegaria de la niña Teresa a la Virgen, después de la muerte de su madre:

                   Tú que nuestro duelo
                  Con amor consuelas,
                  Mira los pesares
                  Que lamento yo,

                   Tú que desde el cielo
                  Por el triste velas,
                  No me desampares,
                  Madre mía, no.

                   Ya que es mi destino
                  Que las penas mías
                  Llore en mis azares
                  Solitaria yo,

                   Tú que en el camino
                  De la fe me guías,
                  No me desampares,
                  Madre mía, no!

                   ¿Qué pecho afligido,
                  Qué humana agonía
                  Paz sobre las aras
                  De tu altar no halló?

                   ¡No, no has desoído
                  La plegaria mía!
                  No me desampares,
                  Madre mía, no!

El dulce y reposado tono de este fragmento y la exquisita sencillez de la forma le hacen digno de los buenos tiempos de nuestra poesía sagrada semi-popular. Santa Teresa, en su Vida , sólo decía acerca de la muerte de su madre lo que sigue: «Cuando yo comenzé a entender lo que había perdido, afligida fuíme a una imagen de Nuestra Señora, y supliquéla fuése mi madre con muchas lágrimas.» La oración que en su boca pone nuestro vate completa esta vez dignamente el texto de la autobiografía teresiana.

Refiere la Santa, en el capítulo IX del mismo libro, que hallándose su alma cansada , esto es, fatigada con tibiezas, acertó a ver una imagen de Cristo llagado, muy devota , y añade que «fué tanto lo que sintió de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que le [p. 263] pareció que el corazón se le partía, y arrojóse cabe él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole la fortaleciese ya de una vez para no más ofenderles». He aquí cómo interpretó Silió esta situación capital en el espíritu de la contemplativa religiosa:

                   -«Señor, bendito seas! que abrase eternamente
                  Mi seno por ti solo la llama del amor!
                  Como el sediento ciervo las aguas de la fuente,
                  Desea el alma mía tu celestial favor!
                  Que un rayo de tu gloria mi oscura senda alumbre,
                  Y en ella ya mi planta no detendré jamás,
                  Y avanzaré gozosa subiendo hasta la cumbre
                  Donde mejor te vea, donde te adore más!»
                   Así Teresa dijo, y enmudeció arrobada,
                  La imagen contemplando de su divino amor...
                  ¿Quién sabe lo que entonces le dijo en su mirada
                  Resplandeciente y pura su angelical fervor!

Oportunísimo es aquí el recuerdo del Quemadmodum desiderat cervus fontes aquarum . No lo es menos el de la antigua redondilla castellana en la descripción de la muerte de Santa Teresa, de la cual sólo extractaremos algunas estrofas en obsequio de la brevedad:

                   «Ven, clamaba, dulce muerte
                  Pero ven tan escondida
                         De mi ser,
                  Que no te vea; que al verte
                  Temo recobrar la vida
                         De placer!»
                  Entre tanto un dulce coro
                  De enamoradas esposas
                         Del Señor,
                  Vertía a sus pies el lloro,
                  Las lágrimas fervorosas
                         Del amor
                  Y ella, que ya las dulzuras
                   Percibía en esperanza
                         Del Edén,
                  «Amad, suspiró, almas puras;
                  Que sólo amando se alcanza
                         Digno bien!
                  ¡Amad, y al fin del divino
                  Amor la primer vislumbre
                         Viene ya,
                   [p. 264] Bendeciréis el camino
                  Que os ha acercado a la cumbre
                         Donde está!»
                  Dijo, y al seno oprimía
                  Un trasunto que su encanto
                   Siempre fué,
                  Un crucifijo que había
                  Mil veces bañado en llanto
                         De su fe.

Cierra dignamente el poema un Epílogo escrito con alteza de pensamientos y robusta y acendrada versificación:

           Mas ah! mi oscura mente ¿qué sabe del mañana?
           ¿Qué puede en sus profundos arcanos descubrir?
           Tú los destinos sabes de la familia humana,
           Tú el límite conoces del vago porvenir.
            Tú sabes dónde expira la llama creadora
           Que la materia esclava fecundizando va;
           Tú ves el fin del mundo que desterrado llora.
           Tú aproximarle puedes su término quizá.
            Tal vez del Dios que un día mostró en su amor profundo,
           Al hombre esclavizado la redentora cruz,
           Tú sola alcanzar puedes que el abatido mundo
           Levante hoy a la esfera del bien y de la luz.
            Si! tú que su almo trono mirabas dolorida
           Desde esta oscura cárcel, asilo del pesar,
           Inspírale, oh Teresa, oh mártir de la vida,
           Que el ángel de la muerte nos venga a libertar.

Indudablemente ardía en Silió algo del estro de los grandes líricos; su temprana muerte le impidió desarrollar las fuerzas de su ingenio y aun dar cima a varias de sus obras poéticas. Tal aconteció con el poema La Magdalena , del cual sólo ha visto la luz pública el primer cuadro , [1] excelente fragmento, comparable con los mejores de Santa Teresa , e inspirado por el mismo sentimiento melancólico de sus últimas composiciones líricas.

Del vate de Santa Cruz de Iguña conocemos además una leyenda El Esclavo , impresa en 1868. Escribióla Silió obedeciendo, según creemos, a un sentimiento noble y generoso, pero un tanto [p. 265] sacado de quicio por la exaltación poética, y en la expresión no poco violento, cual puede juzgarse por estos versos de la invocación dirigida a América :

                   ¿Qué mano misteriosa, qué potestad impía
                  De sirtes y de escollos, de abismos al través,
                  A tus ignotas playas llevó triunfante un día
                  La frágil carabela del náuta genovés?...
                   ¿Qué fué ante ti la gloria del inmortal marino,
                  Cuando a la sombra inmensa de su triunfal pendón
                  Miraste que fraguaban tu mísero destino
                  El dolo y la codicia, la guerra y la opresión?
                   Tú viste de tus razas, tras hórrida agonía,
                  Sumirse en hondo abismo la esclava multitud,
                  Tú viste a tus riberas llegar la tiranía,
                  Tú has visto ¡ay triste!, luego, llegar la esclavitud.
                  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
                  Mas cese tu agonía! La luz de la esperanza
                   Difunde ya en el cielo su dulce claridad,
                  Y ya tus nobles hijos han visto en lontananza
                  La nave que conduce tu virgen libertad.
                   Ya el mísero africano que entre tus brazos gime
                  Ha oído que a lo lejos responde a su clamor...
                  Ya el monstruo que esclaviza, y el ángel que redime
                  Para el postrer combate recobran su valor.

No es la oportunidad lo que más distingue a estos magníficos versos escritos y publicados cuando ardía en Cuba una guerra cruel contra la madre patria, y dedicados, por añadidura, a un liberal cubano . Aplaudimos la indignación del poeta contra la espantosa iniquidad de la esclavitud, pero en cuanto a las mezquinas ideas históricas y aun errores de hecho que encierran los primeros versos, si las consentimos de buen grado en poetas de fines del siglo XVIII, en Quintana, por ejemplo, o en el portugués Filinto, no las aprobamos de igual manera en quien escribía cerca de un siglo después, cuando tales declamaciones estaban gastadas y eran hasta de mal gusto literario. Aquello de

                  Virgen del mundo, américa inocente...

o aquello otro de

                   Geme América ao peso
                  Que insolente lhe agrava
                   [p. 266] Dos vicios a cohorte maculosa,
                  O veneno da Europa se derrama, etc.

agrada en las odas A la Vacuna o La esclavitud porque tiene allí el mérito de la novedad, sobre el de la expresión elegante y briosa, pero en escritores más modernos son inocentadas verdaderamente imperdonables.

Por lo demás, la leyenda [1] que consta de diez capitulitos o cuadros y se recomienda por la misma pulcritud y esmero de ejecución que todos los trabajos de Silió, nos parece, a pesar de esto, inferior en mucho al poema de Santa Teresa y a las composiciones líricas antes analizadas. La poesía pierde mucho en cuanto se pone al servicio de intereses sociales, políticos o de cualquiera otra índole.

En el librito de Silió, que no es otra cosa que la triste historia de un pobre esclavo desde que se le arranca de las costas africanas hasta su muerte, hay verdadero sentimiento en muchos pasajes, sentimiento fácil de excitar por la condición del asunto; pero otras veces se entrega el vate a declamaciones no muy poéticas, más propias de arenga tribunicia o de artículo de fondo que de una leyenda. Tampoco vemos clara la necesidad de introducir en su cuadro la repugnante figura de un sacerdote comprador y tirano de esclavos:

                   Ministro sólo de nombre,
                  Que eleva en la propia mano
                  El látigo del tirano
                  Y la cruz del Redentor.
                  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
                   Un ministro del altar,
                  Un hipócrita inhumano
                  Que a Cristo en el templo adora
                  Y le vende en el hogar.

Todo esto puede disculparse en un libro de propaganda o en una novela del género progresista , pero sentimos verlo escrito por Silió, poeta de tan altas dotes y de tan simpático ingenio.

[p. 267] Además de las tres obras citadas, publicó nuestro escritor, en el periódico La Voz del Siglo , una novela titulada El Amor y la Patria y dió al teatro dos piececitas, una loa a la Libertad , escrita con motivo de la Revolución de septiembre y una zarzuela titulada El Bardo de la Montaña . Tenemos entendido que dejó inéditos tres dramas: Elena, Las Apariciones y La Tradición de la Aldea , pero ignoramos su paradero. La índole de Silió que era enteramente lírica, nos parece poco adecuada a la poesía del teatro. [1]

En resumen, Evaristo Silió y Gutiérrez era lírico de egregias disposiciones, de profundo sentir y noble pensamiento, elegante y atildado al par que sencillo en la forma, en el lenguaje castizo, con raras excepciones, correcto y flúido en la versificación. A veces le falta nervio y robustez en el decir, suele adolecer de monotonía en las ideas y aun en las frases; su caudal poético no era muy rico. Pero así y todo ha dejado bastantes composiciones verdaderamente inspiradas que le alzan no poco sobre el nivel de los líricos de segundo orden. Nuestros lectores han podido apreciarlo por las muestras arriba transcritas. Sirva este ensayo para despertar su recuerdo en los amantes de las cosas de nuestra provincia, que ni al poeta han de negar su estimación ni al crítico su indulgencia. [2]

Santander, 23 de abril de 1876.

Notas

[p. 243]. [1] Nota del Colector.- Se publicó en la Revista Cántabro Asturiana (continuación de La Tertulia ), 1877. El otro artículo o semblanza a que alude Menéndez Pelayo quedó inédito a pesar de lo que él afirma en la nota que a ésta sigue. El original se conserva en el Centro de Estudios Montañeses y hoy se inserta por primera vez en otro lugar de este volumen.

El presente estudio sobre Silió se publica por primera vez en Estudios de Crítica Literaria .

[p. 243]. [2] Alúdese aquí a una serie de artículos, que sobre esta materia empezó a publicar el autor en La Tertulia , Revista que salía a luz en Santander por los años de 1875 a 1877. La semblanza que antecedió a ésta fué la de don Calixto Fernández Campo-Redondo.

[p. 245]. [1] En La Crónica Mercantil de Valladolid se publicó una biografía de nuestro poeta suscrita por G. M. G. (¿Gregorio Martínez Gómez?)

[p. 249]. [1] Desde el Valle , (Poesías de Evaristo Silió y Gutiérrez).-Madrid, Imprenta de Manuel Galiano, Plaza de los Ministerios, 21, 1868.-77 págs., una en blanco y otra de índices. Muy linda edición, 12.º

[p. 259]. [1] Canción que comienza Vírgen fecunda, madre venturosa en la Relación de las fiestas hechas en Madrid y en toda España a la beatificación de la beata madre Teresa de Jesús, por Fr. Diego de S. Josef. Madrid, 1618.

[p. 259]. [2] Las quintillas: Engastada en rizos de oro (Relación de las fiestas de Córdoba a la beatificación de Santa Teresa) .

[p. 260]. [1] Santa Teresa de Jesús. Poema por D. Evaristo Silió y Gutiérrez. Madrid: Imprenta de la Compañía de impresores y libreros, a cargo de D. A. Avrial. 1867. 100 pp. 8.º.-Licencia del Vicario eclesiástico de Madrid, precedida de una aprobación suscrita por el Dr. Felipe Vázquez y Arroyo, 11 de enero de 1867.     

[p. 264]. [1] En el libro: Desde el Valle , págs. 65 a 77.

[p. 266]. [1] Biblioteca de la Voz del Siglo. El Esclavo, leyenda en verso, original de D. E. Silió y Gutiérrez.-Madrid, Imprenta de Tomás Fortanet, calle de la Libertad, núm . 21. 1868, 62 págs., 8.º. Dedicatoria al distinguido liberal cubano D. N. Azcárate .

[p. 267]. [1] Aprovechamos gustosos esta ocasión para dar gracias a la familia de Silió, por habernos proporcionado noticias de este poeta.

[p. 267]. [2] Doblemente la necesito ahora por consentir en la reproducción de este ensayo infantil (1897).