VENGA a ocupar el puesto segundo en esta galería de líricos cántabros [2] el simpático y malogrado cantor de Santa Teresa de Jesús y de la Magdalena , ya que fué el segundo en descender a la ciudad de los muertos. Deber es imperioso de historia literaria salvar del olvido los nombres dignos de vivir en la posteridad, entre tantos como han sonado y suenan, con efímero y pasajero aplauso, en esta era de arrebatada y copiosa producción artística, en que pocos se cuidan de separar el oro de la escoria, por la mucha escoria que encubre el oro. Entre tantos volúmenes de versos como desde 1835 han aparecido, infinitos, hay poco dignos de recordación honrosa ni aun de registro bibliográfico, pero no faltan algunos, y aún pudiéramos decir muchos , que ora por la pulcritud de la forma, ora por la alteza de la imaginación y la intensidad de los afectos, son acreedores a puesto muy honroso en el tesoro de nuestra literatura. No en vano derramó Dios a manos llenas el ingenio en esta nación privilegiada, donde jamás han faltado [p. 244] ni faltarán poetas. La misma abundancia hace que miremos con poca estima este género de producciones, siempre que no excedan en mucho la medida común, o logren por excepcionales circunstancias muy subida fama.
A pocos asiste valor para engolfarse en ese piélago lírico y dramático que, a no dudarlo, ha de poner espanto a los futuros bibliófilos e historiadores literarios. El público de ahora ve con absoluta indiferencia la aparición de tomos y tomos de poesías líricas que sólo leen los amigos a quienes el autor se los regala; las producciones dramáticas no sobresalientes y aun algunas muy estimables, nacen y mueren en la misma noche. La falta de crítica formal contribuye al mismo resultado; todo se abulta en los hiperbólicos párrafos de gacetilla y el hombre de buen gusto, hastiado de tan empalagoso incienso y de tanta sátira insulsa, acaba por confundir a todos en idéntico menosprecio y no cae en la tentación de abrir uno solo de esos volúmenes que se presentan arreados con los vistosos títulos de Dolores, Quebrantos, Armonías, Pensamientos, Gemidos, Tristezas, Recuerdos y otros de la misma laya, rótulos capaces de ahuyentar al más hidrópico leyente. Porque suelen tales colecciones poéticas adolecer de uniformidad y amaneramiento tan extremados, suelen encerrar tan escaso interés para quien no sea el autor o la dama de sus pensamientos, causa ocasional de sus tristezas y lamentaciones, falsas y artificiales en sumo grado, que no hay paciencia que baste para leer cien, doscientas, mil veces... idénticos conceptos, expresados de la misma manera. Y, sin embargo, no es cosa infrecuente encontrar en ese maremagnum poético libros marcados con la huella indeleble del talento, apartados de fastidiosas trivialidades y rutinas, robosando de verdadero sentimiento, atildados y correctos de la forma, y que no obstante, por cierto sino fatal, no son conocidos ni apreciados sino por aquel a quien lleva a su estudio necesidad ineludible. Uno de esos ingenios dignos de mejor suerte, es Evaristo Silió y Gutiérrez, verdadero poeta, que sorprendido por la muerte en el comienzo de su carrera, dejó, sin embargo, bastantes y muy sazonados frutos de su ingenio, para que su nombre deba ser pronunciado con orgullo por los montañeses y con hondo respeto por todos los amantes de las letras españolas.
Nació nuestro vate en Santa Cruz de Iguña, en 1841. Recibió [p. 245] en su pueblo natal la primera educación y se dedicó en Santander por algunos años al comercio, del cual le apartaron muy en breve sus aficiones literarias. A los dieciséis años pasó a Valladolid, donde se dió por entero al cultivo de la poesía y escribió, a los diecisiete, un drama, Fe, Esperanza y Caridad , que fué representado en una sociedad decorada con el título de La Flor de Mayo . Los aplausos recibidos allí y en varias reuniones literarias en que leyó sus primeras composiciones líricas, alentaron su naciente inspiración y le movieron a trasladarse a Madrid, donde amplió sus primeros estudios, llegando a poseer las lenguas italiana, francesa, inglesa y alemana, a cuyas literaturas se dedicó con especial ahínco. Laboriosa fué su vida de escritor en la corte, pues además de dar a la estampa las obras que después analizaremos, colaboró en diversos periódicos, como El Eco del País, La Constitución, La Voz del Siglo , ocupándose especialmente en críticas literarias y teatrales.
En los últimos años de su breve existencia hacía frecuentes excursiones a su valle natal, que le inspiró sus más preciados cantos. Murió en Santa Cruz de Iguña en 1874. Era de complexión débil y simpático carácter. [1] Y dadas estas breves noticias del hombre, hablemos del poeta.
Fué Silió lírico original y espontáneo y como nacido en la tierra de los montes y de las olas, llevóle su instinto poético a la escuela septentrional , menos estudiada y conocida que la salmantina, la sevillana, la catalana, la valentina o cualquiera otro de los grupos literarios ibéricos, pero de existencia no menos real ni menos definidos caracteres. Tal vez ha sido fortuna para la escuela del Norte no hallar aun un dogmatizador ni trazarse un código inflexible que a la corta o a la larga hubiérala llevado al amaneramiento, en que aun sin esto cayeron algunos de sus representantes. Los poetas salidos de esta agrupación que geográficamente podemos considerar extendida por Cantabria, Asturias y Galicia y tierras de León (del lado allá del Duero , como decía Lista), ofrecen todos un sello de familia, una similitud literaria que de igual suerte los aisla de la poesía castellana como de los escasos vates que han florecido en las comarcas eúskaras. Soñadores y [p. 246] meditabundos los septentrionales , distínguese por lo vago y aéreo del fondo de sus concepciones, por la melancolía intensa y profunda que casi siempre les anima, por su afición extremada a la parte sombría, nebulosa y triste de la naturaleza, que produce en ellos graves pensamientos y solemnes meditaciones. La escuela del Norte es creyente como todas las escuelas peninsulares, pero la expresión del sentimiento religioso no toma en sus cantos el vuelo místico de la escuela salmantina, ni la bíblica entonación herreriana , ni se combina con recuerdos de la Edad Media cual acontece en los modernos poetas catalanes, sino que propende a abstracciones y es siempre subjetiva , gustando sobre todo de cantar la triste peregrinación del hombre por este valle de lágrimas, las agitaciones y tormentos de la conciencia, el dolor y la resignación que expían y llegan a borrar el pecado. Las vagas inquietudes del alma, el anhelo y la sed de lo infinito suelen ser, así mismo, asunto de esta poesía que da, no obstante, a tales aspiraciones un tono muy diverso del vehemente, arrebatado y encendido de nuestros grandes místicos. Rara vez escogen los vates del Norte asuntos históricos , cuya índole objetiva se presta poco a su genialidad y cuando por excepción lo hacen, suelen acudir a los más tristes y meláncólicos, llamándoles sobre todo la atención las ruinas de antiguos monumentos, los países desolados, los grandes lutos de la humanidad y de la patria. Y cantan tales hechos, no con exactitud arqueológica , ni deteniéndose en los accesorios pintorescos, ni menos con expresión de arrebato e ira, sino con la misma reposada melancolía que muestran en el análisis de los dolores íntimos de su alma. Tales caracteres resultan en los cantos de Enrique Gil a Polonia, a los Templarios, al Dos de Mayo; en las tristísimas meditaciones de Pastor Díaz sobre el Acueducto de Segovia y otras ruinas y vestigios de pasadas grandezas; y en fragmentos históricos de otros poetas menos conocidos y celebrados. Canta el amor la escuela septentrional, como todas las escuelas y todos los poetas del mundo, pero lo canta a su manera , nunca como placer de los sentidos, a semejanza de los elegíacos latinos; ni aun como admiración contemplativa de la belleza física, cual a veces sucede en la poesía helénica; ni con el místico arrobamiento y metafísicas cavilaciones de los petrarquistas ; ni arreado de pastoriles galas cual aparece en los eróticos del Renacimiento; ni envuelto en los [p. 247] discretos y caballerescas devociones de nuestro teatro; sino de una manera ideal, vaporosa, casi impalpable y, sin embargo, humana , cuyo objeto no puede considerarse como un símbolo de altas ideas ni una encarnación de la belleza, pero que suele ser una mujer soñada, una inmortal amiga , una sirena , una ondina , que ora habita en las fuentes, ora baña sus trenzas en el río, ora se mece en las revueltas y bravías olas de nuestra mar; y que interesa, en fuerza de su vaguedad misma, porque representa bien los sutiles y vaporosos pensamientos enamorados de la juventud, en tierras de montaña, bajo un cielo de nieblas, en costas escarpadas y bravías. El espíritu poético que tiende a animar la naturaleza, que es eminentemente plástico y vivificador, diversifica sus creaciones según el país en que las produce y engendra en toda comarca septentrional visiones pálidas y nebulosas, así como en las regiones del Mediodía, donde todo es luz, calor y movimiento, donde hierve la vida, hace brotar ensueños deliciosos hondamente marcados con el sello del país en que tal tipo estético se encarna y desenvuelve con exclusivo e incontrastable predominio.
Al celebrar las maravillas de la naturaleza se apartan más y más entre ambas escuelas; la una canta el sol en su oriente, la otra le llora en su ocaso: describe la primera al despertar de la Aurora, deléitase la segunda en las sombras del crepúsculo de la tarde. La luna , el Sol de los tristes (expresión bellísima de un gran poeta montañés) es tema favorito de sus inspiraciones; los escondidos valles iluminados por su pura y melancólica lumbre, convidan a nuestros vates a la meditación y al canto; el seno agitado y tormentoso del mar de Cantabria, indúceles a abismar en él el pensamiento y la mirada; la nube blanca arrástrales en su curso a incógnitas regiones. Si de flores hablan, será de las modestas y escondidas, como la violeta que cantó Enrique Gil:
Quizá al pasar la virgen
de los valles
Enamorada y rica en
juventud,
Por las umbrosas y
desiertas calles
Do yacerá escondido mi
ataúd,
Irá a cortar la humilde
violeta,
Y la pondrá en su seno
con dolor,
Y llorando dirá: «pobre
poeta,
Ya está callada el arpa
del amor»;
[p. 248] como el lirio , celebrado por Laverde en la más bella de sus composiciones:
Allá del mar en la
desierta orilla,
Yace su cuerpo en
escondida gruta,
Donde entre zarzas
solitario vive
Lirio celeste,
Místico lirio a cuyo
cáliz puro
Bajan los rayos de la
luna leves,
Gime con ella cariñoso el
viento,
Gimen las ondas.
La poesía del Norte no tiene formas muy definidas, quizá por la escasa relación que siempre ha existido entre sus poetas: pero los caracteres distintivos de la escuela literaria sobresalen de igual manera en las composiciones generalizadoras y pesimistas de Pastor Díaz, que en las tiernas, pero difusas e incorrectas, de Enrique Gil, en las del malogrado Aguirre Galarraga, en los cantares gallegos de Rosalía de Castro, en las estrofas sáficas de Laverde en que se verifica una extraña, pero bellísima unión de forma clásica y fondo septentrional y hasta en la elocuente prosa, muchas veces lírica, de Juan García . Y no han de maravillarnos que en las comarcas donde esta poesía es fruto natural del suelo, se observen, sin embargo, excepciones tan notables como la tendencia objetiva de Trueba y Cosío, imitador de Walter Scott en novelas y poemas cortos, y el subjetivismo de Campoamor que lo es de una especie muy distinta del de los demás líricos septentrionales. Pues aparte de que estas mismas excepciones confirman la regla, y dado caso que ni las condiciones del país ni el influjo de escuelas literarias pueden encerrar en un círculo estrecho el genio de todos y cada uno de los escritores nacidos en una extensa comarca, ha de tenerse en cuenta que Trueba y Cosío por su alejamiento del país en que vió la luz primera, por su educación inglesa y por ser ingenio más imitador que espontáneo, entró de lleno en la corriente literaria de su época; y en cuanto a Campoamor, con ser poeta tan original y sui generis , puede notarse en los detalles, además de la influencia de sistemas filosóficos modernos por él asimilados y convertidos en sustancia propia, ciertas reminiscencias de poesía septentrional , nunca borradas del todo en literarios que desde el nacer respiraron aquellas auras.
[p. 249] Señalados ya con la posible claridad y distinción los caracteres de la escuela del Norte, vamos a estudiarla en las poesías líricas de Silió encerradas casi todas ellas en un pequeño volumen en 12.º, de 77 páginas, rotulado con mucha propiedad Desde el Valle . [1] Y empezaremos por advertir que es ya buena señal el que redujese el modesto poeta su colección a 13 composiciones, escritas y acabadas con esmero, en vez de publicar, como otros, enormes volúmenes en que lo bueno aparece sepultado bajo la inmensa balumba de lo malo. Y también agrada verlas tan escuetas de todo prólogo e introducción laudatoria, lo cual asimismo demuestra el buen gusto del malogrado vate montañés.
No obstante la escasa variedad de asuntos y de tonos que en los versos de Silió se advierten, su limitado número, la verdad del sentimiento en ellos expresado y la corrección y elegancia de la frase bastan para salvarles del olvido en que caen tantas otras colecciones poéticas. Compúsolos su autor en los postreros años de su vida, cuando dolores a la par morales y físicos habían caído sobre él, templando su alma, naturalmente dispuesta a melancólicos pensamientos, como las de casi todos los vates de su escuela. Él mismo expresa bien su genialidad lírica en las siguientes estrofas, escritas con notable pureza y sobriedad:
En vano me finjo la
dicha cercana,
Y alzar quiero un punto
la voz del placer,
Pues voz más potente me
grita inhumana
Que en triste recuerdo se
torna mañana
La dicha de ayer!
Y en vano buscando del
gozo la idea,
Hoy vuela mi mente do un
tiempo le vi,
Do gira la danza feliz de
mi aldea,
Que hoy sólo el alarde
risueño campea
De júbilo allí!
Allí de la bella que oyó
sus clamores
Hoy orna el amante la
agreste mansión
Con rústicos ramos y
cintas y flores
Que emblema sencillo de
dichas y amores
Pacíficos son.
[p. 250] La pura alegría que el alma recrea,
Los dulces placeres hoy
reinan allí,
Mas hoy del mañana me
finjo la idea,
Y en triste reposo
contemplo la aldea
Do el júbilo vi!
Un sol que declina con
tenues fulgores
Tras árida cumbre
nublándose va,
Suspiran los tristes
nocturnos rumores,
Y secos los ramos, y
mustias las flores
Deshójanse
ya.
Así lo que emblema de
gozo es un día
Se nubla, a mis ojos, del
tiempo al través,
Y así cuando quiero
cantar la alegría
Mi mente contempla la
pena sombría
Que viene después!
Análogas profesiones de tristeza encontramos en todos los líricos del Norte y no ha de atribuirse en ellos a influjo de la moda sentimental y llorona, pues muchas veces, como aquí advertimos, la expresión es natural, sencilla y sin rastro de amaneramiento, como que brota espontáneamente del corazón.
Huellas de un sentimiento más amargo, un tanto escéptico y leopardino , vislumbramos en la composición titulada Una fiesta en mi aldea , una de las más bellas que en esta colección figuran
Hoy en fiesta, hay
romería
Delante de mi balcón...
Huya ante tanta alegría
La eterna melancolía
Que me oprime el
corazón.
El poeta quiere aturdirse con el estruendo y el bullicio de la romería, pero va descendiendo la tarde y torna él a sus tristes meditaciones:
No bajéis mustias la
frente
Mirando el placer huir;
No miréis al sol poniente
Que en las cumbres de
occidente
Va ya trémulo a
morir.
Suena la campana de la oración y Silió describe los efectos de su solemne tañido en la alborozada multitud:
[p. 251] Cesó el alegre clamor
De las danzas
bulliciosas;
Sólo suena en derredor
De mil preces misteriosas
El sordo y triste
rumor.
Ya se alejan los que
huyeron
Las montañas con afán
Y a la fiesta
descendieron.
Pero ¡qué alegres
vinieron
Y qué abatidos se
van!
A esta antítesis de dolora campoamoriana sigue la cavilación nocturna, que presenta evidentes analogías con la oda de Leopardi La Sera del di de festa:
Dolce e chiara é la notte
e senza vento
E queta sovra i tetti, é
in mezzo agli orti
Posa la luna, e di lontan
rivela
Serena ogni
montagna...
Así comienza el admirable y desesperado poeta recanatense. A imitación suya, pero convirtiendo en triste la notte dolce y chiara cantada por el italiano (transformación natural en la poesía del Norte) y alterando también la pura y clásica sencillez de su modelo, que tomó de Virgilio el fondo de su descripción, dice el vate montañés:
Reina la noche triste:
ni un acento
Turba su muda y pavorosa
calma
Que espanto infunde al
alma;
Calla dormida el ave,
calla el viento
E invisible cruzando el
valle umbrío,
Sume y ahoga su rumor
profundo
Allá en la hondura de su
cauce el río.
¡Tal debió ser antes que
fuera el mundo
El eterno silencio del
vacío!
. . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Oscuro está mi valle, el
cielo oscuro
Y ay! oscura también el
alma mía!
Mas a veces la luna entre
el misterio
De las sombras riela en
la montaña,
Y ahora del lejano
cementerio
Sólo el recinto pavoroso
baña!
[p. 252] Todo ello está discreta y poéticamente dicho, pero prefiero la concisión de Leopardi. El fondo de la composición es tan lúgubre en el uno como en el otro; pero en Silió, escéptico sólo en momentos dados, se vislumbra un rayo de esperanza que jamás ilumina los cantos del italiano. Saluda Leopardi a
-l’antica natura
omnipossente
che mi fece
all’afanno...
Y advierte que ni aún le queda la esperanza:
A te la speme
Nego, mi disse, anche la
speme; é d’altro
Non brillin gli occhi
tuoi se non di pianto.
Silió, por el contrario, no con esta fría impasibilidad y horrible resignación, sino con el acento de angustiosa duda, propio de tantos hijos de este siglo desventurado, exclama en voces dignas de un gran poeta:
Espíritus errantes que
en el fondo
Donde la humana voz jamás
retumba
Dejásteis ya el mortal
légamo hediondo,
Venid, y a solas
reveladme el hondo
Misterio de la
tumba!...
¡Llegad! la noche que
adorais umbrosa
Reina lóbrega aquí; todo
sumido
En su profunda oscuridad
reposa:
Mi espíritu os llama
desprendido
De la materia odiosa!
¡Llegad! decid a mi
mortal anhelo
Si con vosotros vaga,
Donde tendéis el
invisible vuelo,
La dulce virgen que mi
amor halaga
Cuando mi mente se
remonta al cielo!
¡Llegad! decidme si a su
bien unida
El alma, y desprendida
De la opresora terrenal
corteza,
Verá que, al fin de la
mundana vida,
La que en sus sueños
imagina empieza!
Pero lo que sigue a esta magnífica invocación, bello también (no dudamos en afirmarlo), está inspirado por tan desconsolador [p. 253] escepticismo como los versos más horribles de Leopardi. Sin aprobar en nada el descaminado espíritu que los dictó, no puedo resistir a la tentación de transcribirlos:
Mas inútil clamor! la
queja ruda
Exhalo en vano y el
mortal gemido:
Mudos los cielos y la
tierra muda.
Cuanto al acento de la fe
extinguido
Su voz levanta la
angustiada duda,
Sólo responde a mi
profunda pena,
Que alza su grito para el
bien en vano,
La triste voz de la
ansiedad ajena:
Que otra vez por mi mal
allá lejano
El triste canto de la
tarde suena:
Como esa flor que
arrojas
Ya deshojada,
La flor se va quedando de
mi esperanza;
Y es dulce prenda,
Que mi llanto de fuego
Su tallo quema.
También esta idea del canto lejano es de Leopardi:
Ed alla tarda
notte
Un canto che s’udia
per li sentieri
Lontanando morire a poco
á poco
Già similmente me
stringeva el core.
Acabemos con la inspiración de nuestro malogrado ingenio, que termina tan dignamente como empezó, vislumbrándose de nuevo la esperanza:
Hórrido valle donde el
duelo mora,
En medio de tu calma
aterradora
Que el ánimo quebranta,
Hay un mortal que
desvelado canta,
Pero es un triste que
cantando llora!
¡Oh, tú que miras el
anhelo mío
Volar del mundo a la
región que adoro,
El ruego escucha que en
mi afán te envío:
Ve, que en la noche del
dolor sombrío,
También, si canto, cuando
canto lloro!
El alma de Silió era creyente y hasta fervor religioso se advierte en los poemas de que luego hablaremos, pero en el tiempo que [p. 254] residió en Madrid no logró sobreponerse del todo a la atmósfera de escepticismo y descreimiento que en algunos círculos se respiraba. Las conversaciones, la lectura de libros de mala filosofía por quien no era filósofo ni estaba suficientemente preparado para distinguir la ciencia y el sofisma, quebrantaron en ciertos instantes las creencias que en el hogar montañés aprendiera, y engendraron en su ánimo acerbas dudas y tristes desalientos que tal vez apresuraron su muerte y que repetidas veces asoman en sus últimas poesías. Mas no es esto decir que cayera jamás en formal heterodoxia, porque su sano instinto le apartaba siempre del escollo y como obraba y escribía más por sentimiento que por reflexión, su alma de poeta español y septentrional acababa por sobreponerse a las heladas doctrinas que reciamente combatían su espíritu. Comprendía que el artista no nace para sembrar dudas y dejarlas sin solución, sino para realizar el sublime fin, que él mismo cumplió en Santa Teresa de Jesús y en la Magdalena , y que bellamente expresa en estos versos de una de sus composiciones líricas:
¡Cuántas veces a tu
acento,
De la inspiración al
grito,
Habrá apagado el lamento
Algún corazón sediento
De adivinar lo
infinito!
¡Cuántas veces de tu
canto
Volando algún alma al
par,
Sobre este valle de
llanto
Se habrá remontado tanto
Que habrá gemido al
bajar!
¡Cuántas invocando al
Ser
Que tu acento diviniza
Habrás conseguido hacer
Sobre la tibia ceniza
La llama ferviente
arder!
¡Canta, pues, artista,
canta
Con ese sublime anhelo
Que el espíritu agiganta,
Fija en la tierra la
planta
Y la mirada en el
cielo!
¡Canta, y que el mundo
se asombre
Al volar del genio en pos
[p. 255] A esos espacios sin nombre
Donde ya el alma del
hombre
Siente el aliento de
Dios.
La terrible duda del destino humano aqueja siempre a Silió en sus momentos de escepticismo y le inspira dos de sus más notables composiciones, la Nave y la Vida . En la primera con la usada alegoría de la nave, por él diestramente rejuvenecida, describe la humanidad bogando sin norte ni rumbo, entre peligros y borrascas:
Ya cruce las olas
dormidas del lago,
Ya el ancha llanura del
piélago vago
Que a veces en calma
fatídica está,
Sin faro en la noche ni
rumbo a lo cierto,
La nave en que el mundo
se aleja del puerto
¿Quién sabe do boga?
quién sabe do va?
Al soplo navega de varia
fortuna
Por mar que el sepulcro
separa y la cuna,
Y en su hórrido seno do
imprenta el terror,
«Bogad» van clamando las
almas a coro,
«Bogad do la dicha se
compra con oro,
Do reina la gloria, do
vive el amor».
En esta barca de los locos , como se decía en la Edad Media, navega también el poeta tan ciego y desalumbrado como los demás:
Y yo también bogo sin
faro ni guía,
Buscando en la extensa
llanura sombría
El puerto que un día mi
mente soñó,
Y en vano pregunto con
pena tan grave
A dónde navego; que nadie
aquí sabe
A dónde en mi nave mañana
iré yo!
Viviente lumbrera que
allá en las alturas
Con férvida llama perenne
fulguras,
Y a playas oscuras nos
miras bogar,
O inflama la nave, o ve
la agonía
Del hombre que boga sin
faro ni guía,
Del triste que fía del viento y la mar .
¡Triste influjo el de esta época descreída que así tiende a apagar en espíritus sanos y en corazones rectos la luz de la verdad, para dejarles tinieblas, dudas, y a la postre, desesperación! Nunca llegó nuestro poeta a tales extremos (lo repetimos), pero [p. 256] asediábanle sin cesar negros presentimientos y la idea misma de los anteriores versos aparece, con mayor claridad aún, en la segunda de las composiciones citadas, que es una joya poética. Las caravanas que marchan por el desierto de la vida, engañadas por la esperanza, perdiendo a cada paso una ilusión, anhelantes de dicha siempre y sin ver el fin de su camino, forman un cuadro descrito con la mayor sobriedad y energía. No sobra una palabra en aquellas estrofas que hasta en un movimiento rítmico remedan el doloroso viaje de la humanidad; júzguese por el final:
Y aún avanza y aún lucha
con su agonía,
Pero lejos, muy lejos
trémula guía
La planta allí...
Seguirla ya no puede la
vista humana...
Ya sólo Dios ve adonde la
caravana
Marchando va!
Y así por el desierto yo
peregrino
Apartar quiero en vano de
su camino
Mis pasos hoy;
El mismo afán, las misma
vereda tengo;
¡Y sólo el cielo sabe de
dónde vengo
Y a dónde voy!
Y así generaciones sin
cuento han ido
Perdiéndose a lo lejos,
el pecho herido
Del mismo afán;
Así expiran las tristes
glorias humanas
Y así por el desierto las
caravanas
Pasando van!
Silió que, como casi todos los poetas de veras subjetivos tiene una sola cuerda en su lira, se repite mucho en pensamientos y en imágenes. Así encontramos reproducida con leves variantes la anterior en el lindo romance de los viajeros , que termina así:
Yo en el valle en vano
ansío
Descubrir, tras nube
tanta,
Si del sueño de la vida
Despiertan allí las almas
En las sombras de la
noche
O a la luz de la
alborada.
Sólo sé que al fin un
día,
Tal vez hoy, quizá
mañana,
La postrera voz que oímos
[p. 257] Me dirá: «despierta y anda»
Y me iré con los viajeros
Que trasponen la
montaña.
Más apacible sentimiento se nota en las poesías tituladas: Meditación, A Esperanza, A una niña , de exquisita sencillez y primor en la ejecución artística.
Dos composiciones en cierto modo eróticas encierra el tomo de Silió y en ambas se revela bien a las claras el carácter idealista y soñador que antes asignábamos a la poesía del Norte. El amor de nuestro vate se dirige a una sombra, a una creación de la fantasía, que no es una encarnación de la belleza como la mujer que no se encuentra , cantada por Leopardi, sino que es un resumen de todas las quimeras que agitan el alma y el pensamiento del poeta; y guarda, sobre todo, notable semejanza con la inmortal amiga de Laverde Ruiz,
Virgen etérea a consolar
llamada
De
un vate el perenal dolor
. . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . .
Angel
sublime de mis sueños de oro
En forma de gentil
mujer...
Algo parecido debía de ser el ideal que perseguía Silió y que le dictaba estrofas como las siguientes, comparables a las más celebradas de otros líricos contemporáneos, superiores a él en fama más que en merecimientos:
Yo te busqué en los campos del valle mío,
Por las montañas y el bosque
umbrío,
Doquier que fuí;
Y al ver que tú encantabas otros
lugares,
Mi amada aldea, mis dulces
lares
Dejé por ti!
.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . .
Tal vez de los espacios
del bien risueños,
En las quimeras de mis
ensueños,
Bajar te vi;
Tal vez tendí los brazos,
hallé el vacío
Y entre tinieblas el
llanto mío
Brotó por ti!
[p. 258] Lamento misterioso de amor y pena,
Por ti doliente mi canto
suena,
Por ti no más,
Por ti ferviente imploro
los almos seres,
Y aun de ti lejos, ni sé
quién eres
Ni dónde estás!
Viviente luz que ciego mi
amor ansía,
Que triste llevas el alma
mía
Del tuyo en pos;
Mujer a su tiempo y ángel
sin par ni nombre
Que el bien me ofreces
que puede el hombre
Lograr de Dios!
Virgen diosa del templo
de mis placeres,
¿Cuándo, qué día sabré
quién eres
Y dónde estás?...
Ay! en vano esta duda mi
pecho afana;
Hoy mismo acaso!... tal
vez mañana!...
Tal vez jamás!...
No era ingenio vulgar el que tan reconcentrado sentimiento y tanta pureza de expresión ponía en sus cantos. No lo era el que escribió la bella canción La cita en el valle , modelo de intensa ternura y suavidad rítmica. Por donde quiera que abramos la colección de Salió hemos de tropezar con rasgos notables en el pensamiento y en la forma que le separan en mucho de la grey de los cantores adocenados.
Publicó Silió un poema titulado Santa Teresa de Jesús y dejó comenzado otro de La Magdalena . ¡Qué asunto el primero para un poeta español y cristiano! La extática doctora avilesa, serafín abrasado en amor divino, heroica fundadora, nacida para revelar al mundo los más hondos misterios del erotismo sagrado, los regalados favores del celestial Esposo y para penetrar, cuanto en existencia terrena es dado, en el pielago de la bondad y hermosura divina, sin perderse en las torcidas corrientes panteísticas; intérprete, como ningún otro mortal, de la sublime armonía y del lenguaje de los ángeles que ella reprodujo con gracia de mujer, y de mujer castellana, en libros que (para valernos de la frase discretísima de un sabio profesor catalán) con ser de los henchidos de más alta doctrina, más que libros semejan candorosa plática familiar . Porque en la alteza de las cosas, añadiremos con Fray Luis de León, y en la delicadeza y claridad con que las trata, excede a muchos ingenios, y en la forma del decir y en la pureza y [p. 259] facilidad del estilo y en la grave y buena compostura de las palabras y en una elegancia desafeitada que deleita en extremo, dudo yo que haya en nuestra lengua escritura que con ellos se iguale. Y tan verdad es esto, que por una sola página de Santa Teresa pueden darse infinitos celebrados libros de nuestra literatura y de las extrañas, y por la gloria que nuestro país tiene en haberla producido, cambiaría yo de buen grado, si hubiésemos de perder una de ambas cosas, toda la gloria militar que oprime y fatiga nuestros anales.
Los ingenios españoles profesaron siempre veneración grande al Ángel del Carmelo, y entre las poesías a su loor consagradas en los siglos XVI y XVII las hay de Cervantes [1] de Bartolomé Leonardo de Argensola, de Lope de Vega, pero a todas exceden los versos de doña Cristobalina Fernández de Alarcón, [2] décima musa antequerana , que calificó de celestiales , y no sin razón, el volteriano y descontentadizo Gallardo. De poemas más extensos dedicados al recuerdo de Santa Teresa, los únicos que merecen especial alabanza son la Amazona cristiana , de Fray Bartolomé de Segura (Valladolid, 1619) más apreciable que por el contexto de la obra, por ciertas composiciones líricas que en ella se intercalan; y el notabilísimo ensayo de nuestro Silió.
Conveniente parece advertir que el asunto de Santa Teresa al par de grandes ventajas, ofrece no leves dificultades, una de ellas insuperable. No hay en el mundo prosa ni verso que basten a igualar, ni aun de lejos se acerquen, a cualquiera de los capítulos de la Vida que de sí propia escribió Santa Teresa, por mandado de su confesor; autobiografía a ninguna semejante, en que con la más peregrina modestia se narran las singulares mercedes que Dios la hizo , y se habla y discurre de las más altas revelaciones místicas con una sencillez y un sublime descuido de frase que deleitan y enamoran. Y como aquel estilo no se imita, y fuera vana presunción el intentarlo, y las más ricas preseas del tesoro literario no son suficientes para compensar su falta, el que acerca de tan divina mujer escriba, ha de quedar forzosamente inferior a ella [p. 260] con mucha distancia; y ésta es, si duda, la causa de que los versos de Silió, que leídos por sí agradan y demuestran en su autor muy señaladas dotes poéticas, pierdan la mayor parte de su precio, puestos en el cotejo con cualquiera de los capítulos de la sublime reformadora carmelitana. No es culpa del vate montañés; es la distancia que separa el cielo de la tierra y que todas las fuerzas humanas no traspasarán jamás.
La Santa Teresa de Jesús , de Silió, [1] no sigue la forma académica de los poemas heroicos , sino la suelta y libre de las leyendas zorrilescas. No está escrita en compasadas octavas, sino en variedad de metros. En pos de una linda dedicatoria en alejandrinos viene una breve introducción en igual ritmo, briosamente escrita y versificada con gallardía, cual puede juzgarse por la siguiente muestra:
Sufriendo los rigores de
inevitable suerte
En cárcel que ceñida de
eterna sombra está,
El mundo gira en torno
del trono de la muerte
Sobre las huecas tumbas
de los que fueron ya.
Cuando en ferviente
anhelo levanta su querella,
Y un rayo le ilumina de
la celeste luz,
Descubre entre las
sombras la misteriosa huella
Que al pedestal conduce
de la cristiana cruz.
. . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¿Qué voz mundana puede
templar su amargo duelo
Cuando anhelante mira y
el porvenir no ve?
¿Qué bienhechor espíritu
mostrarle puede el cielo
Si lejos de ella vuela el
ángel de la fe?
. . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Oíd: voy a cantaros la
peregrina historia
De una mujer, de un ángel
que en esta vida fué:
Tal vez mi fe vislumbre
un rayo de su gloria,
Tal vez vuestra alma
alumbre un rayo de mi fe.
El poemita se divide en cuatro partes y en diecinueve capítulos o cantos muy breves. La unidad lógica de la composición, está [p. 261] en el carácter de la santa heroina, y en las sucesivas transformaciones por que su espíritu va pasando hasta llegar al más puro misticismo. Los infantiles juegos de la virgen de Ávila, las piadosas lecturas que hacía con su hermano, su tentativa de ir a tierra de moros para que allí los descabezasen , la muerte de su madre, la tentación mundana que llega a su alma en forma de libro de caballerías, las luchas internas en que triunfa al cabo el amor al ideal celeste, la entrada de Teresa en Religión, las persecuciones de la Ira y de la Tibieza vencidas y aniquiladas por el gigante espíritu de la doctora de Ávila, los tropiezos que opone el Mundo a los altos propósitos de la reformadora del Carmelo, sus fundaciones, sus extáticos raptos y su muerte constituyen el argumento y desarrollo de la piadosa leyenda de Silió. La narración está hecha con delicadeza y sobriedad notables, el lenguaje es poético sin asomo ni afectación ni amaneramiento, y la versificación se desliza flúida y fácil como brotando de un manantial puro y abundante. Y, sin embargo, el poema no satisface a quien conoce los libros de Santa Teresa, ni nos parece digno de su gloria, porque Silió no era bastante místico para identificarse con el misticismo de su heroína, ni bastante filósofo para comprenderle y no sé si bastante poeta para encontrar palabras con que expresarle. Adolece, además, el poema de Santa Teresa , aunque nacido de pura creencia y escrito con ortodoxia sana, del defecto común a casi todos los cantos religiosos de nuestra época, en que si sobra arte, falta unción y fervor, mal grado, en ocasiones, de los poetas mismos. Falta es ésta difícil de remediar, porque la corrompida atmósfera que respiramos, influye más o menos aún en los espíritus más apartados del contagio y si hoy todavía es frecuente por dicha encontrar hombres de fe inquebrantable, no abunda la fe sencilla, abrasada y poderosa que levanta las montañas y produce todas las grandes maravillas del mundo moral y de la poesía religiosa. Por eso en el poema de Silió, aunque menos que en otros, desagrada a veces cierto tono de poesía profana, cierta profusión de mundanos arreos, que contrastan con el fondo ascético del asunto.
Aparte de este defecto muy disculpable, abunda la Santa Teresa de Silió en perfecciones literarias dignas de alabanza y estudio. Véase qué pureza de sentimiento y de expresión muestra la [p. 262] siguiente plegaria de la niña Teresa a la Virgen, después de la muerte de su madre:
Tú que nuestro duelo
Con amor consuelas,
Mira los pesares
Que lamento yo,
Tú que desde el cielo
Por el triste velas,
No me desampares,
Madre mía, no.
Ya que es mi destino
Que las penas mías
Llore en mis azares
Solitaria yo,
Tú que en el camino
De la fe me guías,
No me desampares,
Madre mía, no!
¿Qué pecho afligido,
Qué humana agonía
Paz sobre las aras
De tu altar no halló?
¡No, no has desoído
La plegaria mía!
No me desampares,
Madre mía, no!
El dulce y reposado tono de este fragmento y la exquisita sencillez de la forma le hacen digno de los buenos tiempos de nuestra poesía sagrada semi-popular. Santa Teresa, en su Vida , sólo decía acerca de la muerte de su madre lo que sigue: «Cuando yo comenzé a entender lo que había perdido, afligida fuíme a una imagen de Nuestra Señora, y supliquéla fuése mi madre con muchas lágrimas.» La oración que en su boca pone nuestro vate completa esta vez dignamente el texto de la autobiografía teresiana.
Refiere la Santa, en el capítulo IX del mismo libro, que hallándose su alma cansada , esto es, fatigada con tibiezas, acertó a ver una imagen de Cristo llagado, muy devota , y añade que «fué tanto lo que sintió de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que le [p. 263] pareció que el corazón se le partía, y arrojóse cabe él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole la fortaleciese ya de una vez para no más ofenderles». He aquí cómo interpretó Silió esta situación capital en el espíritu de la contemplativa religiosa:
-«Señor, bendito seas!
que abrase eternamente
Mi seno por ti solo la
llama del amor!
Como el sediento ciervo
las aguas de la fuente,
Desea el alma mía tu
celestial favor!
Que un rayo de tu gloria
mi oscura senda alumbre,
Y en ella ya mi planta no
detendré jamás,
Y avanzaré gozosa
subiendo hasta la cumbre
Donde mejor te vea, donde
te adore más!»
Así Teresa dijo, y
enmudeció arrobada,
La imagen contemplando de
su divino amor...
¿Quién sabe lo que
entonces le dijo en su mirada
Resplandeciente y pura su
angelical fervor!
Oportunísimo es aquí el recuerdo del Quemadmodum desiderat cervus fontes aquarum . No lo es menos el de la antigua redondilla castellana en la descripción de la muerte de Santa Teresa, de la cual sólo extractaremos algunas estrofas en obsequio de la brevedad:
«Ven, clamaba, dulce
muerte
Pero ven tan escondida
De mi ser,
Que no te vea; que al
verte
Temo recobrar la vida
De placer!»
Entre tanto un dulce coro
De enamoradas esposas
Del Señor,
Vertía a sus pies el
lloro,
Las lágrimas fervorosas
Del amor
Y ella, que ya las
dulzuras
Percibía en esperanza
Del Edén,
«Amad, suspiró, almas
puras;
Que sólo amando se
alcanza
Digno bien!
¡Amad, y al fin del
divino
Amor la primer vislumbre
Viene ya,
[p. 264] Bendeciréis el camino
Que os ha acercado a la
cumbre
Donde está!»
Dijo, y al seno oprimía
Un trasunto que su
encanto
Siempre fué,
Un crucifijo que había
Mil veces bañado en
llanto
De su fe.
Cierra dignamente el poema un Epílogo escrito con alteza de pensamientos y robusta y acendrada versificación:
Mas
ah! mi oscura mente ¿qué sabe del mañana?
¿Qué
puede en sus profundos arcanos descubrir?
Tú
los destinos sabes de la familia humana,
Tú
el límite conoces del vago porvenir.
Tú sabes dónde expira la llama creadora
Que
la materia esclava fecundizando va;
Tú
ves el fin del mundo que desterrado llora.
Tú
aproximarle puedes su término quizá.
Tal vez del Dios que un día mostró en su amor profundo,
Al
hombre esclavizado la redentora cruz,
Tú
sola alcanzar puedes que el abatido mundo
Levante
hoy a la esfera del bien y de la luz.
Si! tú que su almo trono mirabas dolorida
Desde
esta oscura cárcel, asilo del pesar,
Inspírale,
oh Teresa, oh mártir de la vida,
Que
el ángel de la muerte nos venga a libertar.
Indudablemente ardía en Silió algo del estro de los grandes líricos; su temprana muerte le impidió desarrollar las fuerzas de su ingenio y aun dar cima a varias de sus obras poéticas. Tal aconteció con el poema La Magdalena , del cual sólo ha visto la luz pública el primer cuadro , [1] excelente fragmento, comparable con los mejores de Santa Teresa , e inspirado por el mismo sentimiento melancólico de sus últimas composiciones líricas.
Del vate de Santa Cruz de Iguña conocemos además una leyenda El Esclavo , impresa en 1868. Escribióla Silió obedeciendo, según creemos, a un sentimiento noble y generoso, pero un tanto [p. 265] sacado de quicio por la exaltación poética, y en la expresión no poco violento, cual puede juzgarse por estos versos de la invocación dirigida a América :
¿Qué mano misteriosa,
qué potestad impía
De sirtes y de escollos,
de abismos al través,
A tus ignotas playas
llevó triunfante un día
La frágil carabela del
náuta genovés?...
¿Qué fué ante ti la
gloria del inmortal marino,
Cuando a la sombra
inmensa de su triunfal pendón
Miraste que fraguaban tu
mísero destino
El dolo y la codicia, la
guerra y la opresión?
Tú viste de tus razas,
tras hórrida agonía,
Sumirse en hondo abismo
la esclava multitud,
Tú viste a tus riberas
llegar la tiranía,
Tú has visto ¡ay triste!,
luego, llegar la esclavitud.
. . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Mas cese tu agonía! La
luz de la esperanza
Difunde ya en el cielo
su dulce claridad,
Y ya tus nobles hijos han
visto en lontananza
La nave que conduce tu
virgen libertad.
Ya el mísero africano
que entre tus brazos gime
Ha oído que a lo lejos
responde a su clamor...
Ya el monstruo que
esclaviza, y el ángel que redime
Para el postrer combate
recobran su valor.
No es la oportunidad lo que más distingue a estos magníficos versos escritos y publicados cuando ardía en Cuba una guerra cruel contra la madre patria, y dedicados, por añadidura, a un liberal cubano . Aplaudimos la indignación del poeta contra la espantosa iniquidad de la esclavitud, pero en cuanto a las mezquinas ideas históricas y aun errores de hecho que encierran los primeros versos, si las consentimos de buen grado en poetas de fines del siglo XVIII, en Quintana, por ejemplo, o en el portugués Filinto, no las aprobamos de igual manera en quien escribía cerca de un siglo después, cuando tales declamaciones estaban gastadas y eran hasta de mal gusto literario. Aquello de
Virgen del mundo, américa inocente...
o aquello otro de
Geme América ao peso
Que insolente lhe agrava
[p. 266] Dos vicios a cohorte maculosa,
O veneno da Europa se
derrama, etc.
agrada en las odas A la Vacuna o La esclavitud porque tiene allí el mérito de la novedad, sobre el de la expresión elegante y briosa, pero en escritores más modernos son inocentadas verdaderamente imperdonables.
Por lo demás, la leyenda [1] que consta de diez capitulitos o cuadros y se recomienda por la misma pulcritud y esmero de ejecución que todos los trabajos de Silió, nos parece, a pesar de esto, inferior en mucho al poema de Santa Teresa y a las composiciones líricas antes analizadas. La poesía pierde mucho en cuanto se pone al servicio de intereses sociales, políticos o de cualquiera otra índole.
En el librito de Silió, que no es otra cosa que la triste historia de un pobre esclavo desde que se le arranca de las costas africanas hasta su muerte, hay verdadero sentimiento en muchos pasajes, sentimiento fácil de excitar por la condición del asunto; pero otras veces se entrega el vate a declamaciones no muy poéticas, más propias de arenga tribunicia o de artículo de fondo que de una leyenda. Tampoco vemos clara la necesidad de introducir en su cuadro la repugnante figura de un sacerdote comprador y tirano de esclavos:
Ministro sólo de nombre,
Que eleva en la propia
mano
El látigo del tirano
Y la cruz del Redentor.
. . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . .
Un ministro del altar,
Un hipócrita inhumano
Que a Cristo en el templo
adora
Y le vende en el
hogar.
Todo esto puede disculparse en un libro de propaganda o en una novela del género progresista , pero sentimos verlo escrito por Silió, poeta de tan altas dotes y de tan simpático ingenio.
[p. 267] Además de las tres obras citadas, publicó nuestro escritor, en el periódico La Voz del Siglo , una novela titulada El Amor y la Patria y dió al teatro dos piececitas, una loa a la Libertad , escrita con motivo de la Revolución de septiembre y una zarzuela titulada El Bardo de la Montaña . Tenemos entendido que dejó inéditos tres dramas: Elena, Las Apariciones y La Tradición de la Aldea , pero ignoramos su paradero. La índole de Silió que era enteramente lírica, nos parece poco adecuada a la poesía del teatro. [1]
En resumen, Evaristo Silió y Gutiérrez era lírico de egregias disposiciones, de profundo sentir y noble pensamiento, elegante y atildado al par que sencillo en la forma, en el lenguaje castizo, con raras excepciones, correcto y flúido en la versificación. A veces le falta nervio y robustez en el decir, suele adolecer de monotonía en las ideas y aun en las frases; su caudal poético no era muy rico. Pero así y todo ha dejado bastantes composiciones verdaderamente inspiradas que le alzan no poco sobre el nivel de los líricos de segundo orden. Nuestros lectores han podido apreciarlo por las muestras arriba transcritas. Sirva este ensayo para despertar su recuerdo en los amantes de las cosas de nuestra provincia, que ni al poeta han de negar su estimación ni al crítico su indulgencia. [2]
Santander, 23 de abril de 1876.
[p. 243]. [1] Nota del Colector.- Se publicó en la Revista Cántabro Asturiana (continuación de La Tertulia ), 1877. El otro artículo o semblanza a que alude Menéndez Pelayo quedó inédito a pesar de lo que él afirma en la nota que a ésta sigue. El original se conserva en el Centro de Estudios Montañeses y hoy se inserta por primera vez en otro lugar de este volumen.
El presente estudio sobre Silió se publica por primera vez en Estudios de Crítica Literaria .
[p. 243]. [2] Alúdese aquí a una serie de artículos, que sobre esta materia empezó a publicar el autor en La Tertulia , Revista que salía a luz en Santander por los años de 1875 a 1877. La semblanza que antecedió a ésta fué la de don Calixto Fernández Campo-Redondo.
[p. 245]. [1] En La Crónica Mercantil de Valladolid se publicó una biografía de nuestro poeta suscrita por G. M. G. (¿Gregorio Martínez Gómez?)
[p. 249]. [1] Desde el Valle , (Poesías de Evaristo Silió y Gutiérrez).-Madrid, Imprenta de Manuel Galiano, Plaza de los Ministerios, 21, 1868.-77 págs., una en blanco y otra de índices. Muy linda edición, 12.º
[p. 259]. [1] Canción que comienza Vírgen fecunda, madre venturosa en la Relación de las fiestas hechas en Madrid y en toda España a la beatificación de la beata madre Teresa de Jesús, por Fr. Diego de S. Josef. Madrid, 1618.
[p. 259]. [2] Las quintillas: Engastada en rizos de oro (Relación de las fiestas de Córdoba a la beatificación de Santa Teresa) .
[p. 260]. [1] Santa Teresa de Jesús. Poema por D. Evaristo Silió y Gutiérrez. Madrid: Imprenta de la Compañía de impresores y libreros, a cargo de D. A. Avrial. 1867. 100 pp. 8.º.-Licencia del Vicario eclesiástico de Madrid, precedida de una aprobación suscrita por el Dr. Felipe Vázquez y Arroyo, 11 de enero de 1867.
[p. 264]. [1] En el libro: Desde el Valle , págs. 65 a 77.
[p. 266]. [1] Biblioteca de la Voz del Siglo. El Esclavo, leyenda en verso, original de D. E. Silió y Gutiérrez.-Madrid, Imprenta de Tomás Fortanet, calle de la Libertad, núm . 21. 1868, 62 págs., 8.º. Dedicatoria al distinguido liberal cubano D. N. Azcárate .
[p. 267]. [1] Aprovechamos gustosos esta ocasión para dar gracias a la familia de Silió, por habernos proporcionado noticias de este poeta.
[p. 267]. [2] Doblemente la necesito ahora por consentir en la reproducción de este ensayo infantil (1897).