Buscar: en esta colección | en esta obra
Obras completas de Menéndez... > ESTUDIOS Y DISCURSOS DE... > VI: ESCRITORES MONTAÑESES > D. CALIXTO FERNÁNDEZ CAMPORREDONDO

Datos del fragmento

Texto

EL poeta, de quien voy a escribir brevemente, no pertenecía al reducido número de privilegiados ingenios que dan tono y color a una época literaria; tampoco entraba en el grupo de los poetas de segundo orden originales y espontáneos, ninguna de sus escasas producciones lleva el sello de una fantasía original y poderosa. Camporredondo era un vate de imitación, de escuela, difícil y premioso en la expresión de sus ideas, no muy rico de imágenes, pobre en los afectos, su horizonte poético era escaso, los caminos que siguió su musa comunes y trillados, su fe literaria la del siglo XVIII en toda su pureza. Y es digno, sin embargo, de estudio y de mención muy señalados, porque él cifra y compendia, en cierto modo, la actividad literaria de esta provincia desde 1840 a 1857; porque cultivó el arte con entusiasmo y con respeto, siempre merecederos de loa y más en nuestro pueblo tan apegado a los intereses materiales y tan poco guardador (con excepciones honrosas) del culto estético que sublima y enaltece el alma; porque fué un hablista castizo y un poeta lírico (aunque de escaso vuelo y estro limitado) correcto, artificioso y elegante; porque representa entre nosotros el predominio de la escuela salmantina en su segunda época, con sus formas prescritas y sus convencionales atildamientos y porque obtuvo, en fin, justo aplauso y [p. 218] notable fama dentro y fuera de Santander gracias al relativo valor de algunas composiciones suyas.

De perla de la Montaña calificóle el señor Cañete; entre los autores ilustres le colocó un editor barcelonés y sus poesías impresas en los periódicos de esta ciudad corrieron en ella de boca en boca con general aplauso, logrando por ende en su patria nuestro poeta una popularidad (si así cabe decirlo) muy superior a la del eminente literato Trueba y Cosío y a la de algunos notabilísimos escritores contemporáneos nuestros. Alcanzó Camporredondo tiempos relativamente felices, en que Santander parecía despertar de su marasmo literario y derramaba los frutos de su actividad intelectual en numerosos folletos, hojas sueltas y periódicos, creándose a la par, Liceos, Asociaciones y Centros poéticos más o menos bien encaminados. Camporredondo que excedía de mucho a cuantos entonces manejaban la pluma, y que en cualquier tiempo y en cualquiera circunstancia hubiera sido un poeta estimable, atrájose naturalmente la aceptación y los aplausos primeros, acrecentada la estima que se le tenía por el lauro que justamente otorgó a su canto épico de los Almugávares la Academia de Buenas Letras de Barcelona. Brevísimas noticias daremos de la vida de nuestro poeta, para entrar con más holgura en el examen de sus obras literarias.

Nació Camporredondo en Sobremazas, aldea de esta provincia, el 28 de julio de 1815. Cursó latinidad y humanidades en el Colegio de Escuelas Pías de Villacarriedo. Entonces nació en él el amor a las letras, nunca menoscabado, a pesar de los mil obstáculos que hubo de superar aquella vocación enérgica. Imposible le fué continuar sus estudios, y al estallar la guerra civil hubo de acudir al servicio de las armas en el batallón de Cántabros , sin que ni aun en los peligros y fatigas de la guerra abandonase el dulce trato de las musas.

Vuelto a Santander, apartado casi de todo comercio literario, atenido a su modestísimo haber en este Gobierno Civil, Camporredondo prosiguió luchando con energía creciente y casi heroica en ocasiones, contra los mil tropiezos y dificultades que al cultivo de su arte favorito oponían las tendencias y preocupaciones de una sociedad mercantil. Y (justo es decirlo) a sus esfuerzos y a los de otros amigos y contemporáneos suyos menos señalados que él, [p. 219] así como a la especie de manía literaria que por aquel tiempo invadió todos los ámbitos de la península, debióse aquella especie de movimiento a que antes aludíamos. Camporredondo fué en 1841 uno de los fundadores a que antes aludíamos. Camporredondo fué en 1841 uno de los fundadores del Liceo Artístico y Literario , en cuya inauguración leyó una de sus mejores odas, una de las más iguales y acabadas. Camporredondo figuró en primer término en las redacciones de casi todos los periódicos que sucesivamente vieron la luz pública; escribió en el Buzón de la Botica , en el Censor y en el Despertador Montañés , especialmente en el tercero. Distinguióse en las campañas periodísticas no sólo por trabajos de amena literatura, sino por artículos notables de interés material, siendo dignos de especial elogio los que dedicó a la cuestión del Ferrocarril de Alar, proyecto que fomentó por cuantos medios estuvieron a su alcance y que ya realizado cantó bizarramente en una oda. Apenas salió de su provincia natal, y en Santander murió el 28 de diciembre de 1857.

Dos causas poderosas perjudicaron a Camporredondo e impidieron que llegase a completa sazón su talento poético, dos causas que no hubieran logrado parar el desarrollo de un ingenio espontáneo y poderoso, pero que debieron ser funestísimas para un poeta, todo imitación, todo artificio. Esta poesía de segunda mano puede ser bellísima, puede competir a veces con las obras geniales de la inspiración aunque revelando siempre el trabajo y el estudio, pero exige dos condiciones indispensables para su grandeza, una cultura literaria rica y variadísima, que suministre a la fantasía sus tesoros y enriquezca y acrisole el buen gusto, y una atmósfera literaria que sólo llega a formarse por el trato y comunicación constante de hombres de los mismos estudios y aficiones, animados por las mismas ideas y diversos no obstante en el modo de realizarlas, Facies non omnibus una, nec diversa tamen quales decet esse sororum. Es preciso, no hay duda, respirar el ambiente de una escuela poética en que se cultive el arte con la veneración debida a un sacerdocio, en que se preste verdadero culto a la Venus Urania, en que se busque y se adore la divina armonía de la forma .

Ahora, bien, la instrucción literaria de Camporredondo, aunque sana, resentíase de escasa. Conocía de nuestra literatura aquellos autores y aquellas obras encomiadas por los preceptistas con [p. 220] fastidiosa uniformidad y monotonía, aunque con justicia sobrada. Y decimos esto porque en los libros de preceptistas y críticos de principios de este siglo que principalmente leyó Camporredondo, échase de menos con frecuencia la verdadera apreciación estética y dáse importancia sobrada a ciertos primores de detalle, a ciertos atildamientos de la frase, a ciertas formas de escuela que impiden conocer el intrínseco valor del conjunto y por consecuencia forzosa inducen a admirar más lo artificioso que lo espontáneo, lo aliñado que lo sencillo, y a confundir en hartas ocasiones la hinchazón con la magnificencia, las amplificaciones palabreras con la sublimidad real que reside siempre más en el pensamiento que en los vocablos. ¡Qué poco sentían nuestros críticos de la época a que me refiero el hechizo blando y halagador de la poesía de Fray Luis de León! Qué lejos estaban de seguir el vuelo místico de las Odas Al Apartamiento, Noche Serena, a Felipe Ruiz, a La Vida del Cielo . Calificaban de prosaico y desaliñado al divino cantor del Tormes, incurriendo en tal yerro Lista de igual modo que Quintana y gustaban más de Herrera, movidos por su tono insólito y sostenido, sin parar mientes en el amaneramiento y afectación que deslucen las grandes dotes del ilustre lírico sevillano. Grandes poetas de nuestro siglo de oro estaban olvidados, a la par que recibían aplausos otros no tan acreedores a ellos. Y aún en los muy justamente alabados dábase mayor atención a la forma externa que a la grandeza de la idea.

Más que a nuestros clásicos del siglo XVI estudió Camporredondo, según se infiere de sus obras, a Quintana y a Gallego, egregios representantes de la escuela salmantina en su último y más glorioso período. Las odas del primero A la Imprenta, A la Vacuna y Al armamento de las provincias españolas contra los franceses, el canto famoso Al Dos de Mayo y las elegías áulicas del segundo, dieron principal alimento a nuestro poeta, que bien a las claras las imita en cuantas ocasiones oportunas se le ofrecen. Lejos de nosotros faltar ni por un instante a la veneración debida a los nombres de aquellos dos ilustres líricos, pero séanos lícito echar de menos en sus composiciones la austera sobriedad del verdadero gusto clásico y notar asimismo la redundancia de retóricos primores, la amplificación a la continua dominante, la pobreza de medios artísticos en determinadas ocasiones y el abuso de las grandes [p. 221] formas de escuela sustituído a la espontánea y sencilla traducción del pensamiento.

La indignación y el dolor suelen parecerse en Quintana a las contorsiones, de un representante artificialmente excitado, más bien que a las bellas y naturales actitudes de la estatuaria griega. Más que irrita se descompone, en vez de sentir declama; suelen convertirse sus odas en arengas tribunicias, cuando no en proclamas... y, sin embargo (justo es decirlo), no deja por tales defectos de ser uno de los primeros líricos del mundo. Tienen sus cantos una viril y enérgica robustez que infaliblemente obra en el ánimo del lector más preocupado. Yo lo confieso, gusto poco de esa poesía grandilocuente y altisonante, me agrada más la sencillez helénica, pongo después de ésta a Horacio y a sus verdaderos imitadores en las modernas literaturas, pero ¿cómo negar a Quintana un puesto entre los más poderosos ingenios que han visto las edades? Sus defectos mismos son parte de su individualidad poética y en ella encuentran explicación y excusa. Pero son defectos contagiosos y llegaron a ser una plaga en sus imitadores. Gallego menos poeta que Quintana, es más correcto que él, pero abusa aún más de los recursos convenidos, y es visible en sus cantos brillantísimos la influencia de un sistema poético que lleva la inspiración por rumbos de antemanos trazados.

También estudió Camporredondo la literatura latina, pero ni toda, según entendemos, ni unida y como dependiente de la griega, única manera de hacer del todo fructuoso tal estudio. Miróla por el falso prisma de las ideas críticas del siglo XVIII y no logró acercarse a la pureza clásica, aunque lo pretendió algunas veces.

Dañó también a nuestro vate el aislamiento casi absoluto en que transcurrió su vida literaria, la falta de libros y de consejos. Impidiéronle tales obstáculos acrisolar su gusto y dar a sus composiciones aquel grado de igualdad, corrección y acabamiento, indispensable en el género de poesía a que dedicó sus principales vigilas e hiciéronle a la par consumir estérilmente buena parte de sus fuerzas en asuntos triviales, domésticos y familiares poco dignos de ser encomiados por el vate que cantó la Expedición de los catalanes a Oriente y El primer sitio de Zaragoza .

Y con tantas dificultades que vencer, con tan desfavorables elementos ¿no es de admirar que Camporredondo hiciera ensayos [p. 222] relativamente tan felices y llegara al honroso puesto en que merece estar colocado?

No se nos acuse de severidad en estas primeras consideraciones; crítica hemos de hacer, no panegírico; dispensen los amigos y admiradores del poeta si involuntariamente hemos podido ofender su sombra respetable. Nadie nos excede en amor a las glorias de nuestra provincia y en aprecio hacia el talento de Camporredondo, pero fuerza es que realicemos la penosa tarea que nos hemos impuesto. Por fortuna tendremos que alabar, y no poco, en el curso de este ensayo. Tiempo es de entrar en el examen de las obras de Camporredondo.

En 1862 apareció en Santander un elegante volumen de 281 páginas en 4.º, rotulado Ecos de la Montaña .-Poesías de don Calixto Fernández Camporredondo. [1] Llevaba al frente un elegante y muy discreto prólogo suscrito por J. Paredes, transparente pseudónimo de un escritor ilustre, entonces conocido sólo en la prensa santanderina y hoy universalmente admirado en nuestra república de las letras. El futuro autor de Escenas Montañesas y de Tipos y Paisajes , tributa merecidos elogios al mérito de nuestro vate no sin indicar alguno de sus defectos. La edición se hizo siguiendo en todo la copia que de sus poesías dejó Camporredondo. Y es de sentir que no anduviese el poeta más severo en la elección de las composiciones que debían formarla; con acierto hubiera obrado sacrificando una tercera parte del volumen; que no las colecciones poéticas voluminosas, sino las escogidas llegan a la posteridad. ¡Qué escasos en número son los versos de Garcilaso, de Fr. Luis de León, de Francisco de la Torre o de Rioja! [2] La buena poesía es como el oro que en pequeño volumen oculta inestimable riqueza. Camporredondo debió haber excluído de su colección casi todas las poesías festivas y jocosas. Faltábanle dotes para este género y para colmo de desdichas empleóle por lo común en asuntos triviales y de interés local, oportunos para llenar las columnas del Buzón de la Botica o del Despertador Montañés , mas no para entrar en un libro destinado a la posteridad.

[p. 223] Sepultados debieran quedar en el olvido con los grotescos personajes a que aluden las composiciones en loor del tamborilero Juan Callejo y de la Sandalia , que si hicieron las delicias de los contemporáneos son insulsas y hasta incompresibles para los que no conocieron a tales héroes. Ni nos parecen dignos de conservarse los juicios o testamentos de los años 48, 49, 51 y 56; el Expediente contra el cólera morbo y otras poesías de la misma laya, por su naturaleza ligeras, fugitivas y descuidadas; corto es asimismo el mérito en el Bando sobre locución , remedo poco feliz de algunos inimitables desenfados de Quevedo, el de las dos sátiras A ellos, versificados con soltura, pero sobremanera inferiores a la Proclama del solterón , de Vargas Ponce, que en ellas visiblemente se imita, y aún al de los Lamentos de una vieja , que si están escritos con mayor gracia y esmero que las demás composiciones antes citadas, adolecen de excesiva libertad en la expresión y en el pensamiento, sin abundar en perfecciones artísticas que basten a cubrir tanta desnudez y tanto realismo . No merece tan severa censura el fácil y donairoso romance Contra los álbums y las cocas y algún juguete de menor cuantía; mas en general puede afirmarse que la retozona musa de Alcázar, de Góngora, de Quevedo y de Iglesias, favoreció poco con sus inspiraciones a Camporredondo. Y aún pudiéramos añadir que las poesías suyas más dignas de conocerse en este género no entraron en la colección, hallándose en tal número el poema burlesco Expedición de los Trasmeranos a Pando , y diversas, macarrónicas, dignas de Merlín Concayo , en especial las égloglas compuestas con ocasión de la famosa Fuente Monstruo , y los hexámetros en loor del Indiano de Bendejo . Y es en verdad sensible la omisión de este último rasgo, porque preveemos que ha de llegar día en que no sólo las producciones del egregio Conde Palatino , sino todo lo relativo a su persona ha de ser buscado ansiosamente por los bibliófilos, y ¿quién sabe si reimpreso en papel de hilo, con tipos elzevirianos y en limitado número de ejemplares a la manera que hoy se reimprimen el Enrique fi de Oliva o los Sermones del Coco Amero ?

En esta sección de las poesías de Camporredondo, que no juzgamos necesario analizar, brillan de vez en cuando rasgos ingeniosos y muy notables o por el pensamiento o por la expresión. En el elogio de Juan Callejo, escrito en octavas reales, encontramos [p. 224] como perdidos estos cuatro versos que han llegado a ser y con justicia casi proverbiales:

                  Y daré la razón, a ver si acierto
                  Por qué los sabios mueren mendicantes...
                   Dios el dinero (perdonadme, oh ricos)
                  Como es paja se lo echa a los borricos.

Pero repetimos, que consideradas en general estas composiciones, son de ningún interés y mérito escaso, por lo cual se nos dispensará que prescindamos de su estudio limitándonos a poner en nota sus títulos.

Del resto de las poesías debiera hacerse aún un expurgo, suprimiendo hasta cinco o seis entre eróticas y elegíacas. Reducida así la colección y adicionada con las obrillas excluídas que antes mencionábamos formaría un tomito precioso. Y ahora que hemos separado cuidadosamente las espinas, cojamos las flores, que hartas dejó Camporredondo ricas de aromas y de colores.

En 1841 la Academia de Buenas Letras de Barcelona abrió un certamen poético sobre el tema Expedición de los catalanes y aragoneses al Oriente . Concedióse el premio al ilustre escritor lemosín don Joaquín Rubió y Ors por su poema Roudor de Llobregat o sia los Catalans en Orient, adjudicándose respectivamente el segundo y tercero accésit a don Calixto Fernández Camporredondo y al distinguido vate mallorquín don Tomás Aguiló. Justo fué por extremo el fallo de la docta Academia. El poema de Rubió y Ors supera tanto a los de sus competidores que ni por un momento debieron dudar los jueces en adjudicarle el lauro primero. No nos ciega el cariño de amigo ni el entusiasmo de discípulos: sin ser ni con mucho la primera entre las producciones del ilustre Gatyer del Llobregat, sin poder parangonarse con las odas a Cataluña y a Barcelona, con Mos Cantars , con la Nit de S. Joan, Romans, Postas del sol... y tantas otras delicadas inspiraciones de su casta, melancólica y cristiana musa, es obra de valor tan grande que en vano pudieran aspirar a competir con ella los ensayos de Aguiló y de Camporredondo.

No es un poema, es una leyenda caballeresca en que están diestramente entretejidos los hechos todos de la expedición catalana. Bien comprendió Rubió que no debían ocupar ellos el primer [p. 225] término del cuadro, so pena de escribir en vez de un canto épico una narración histórica rimada, siempre inferior a la crónica admirable del viejo soldado Ramón Muntaner y al elegante y clásico compendio de Moncada. Porque fuerza es confesar que para los grandes hechos históricos nada hay tan elocuente, ni tan poético como la historia misma; la poesía será siempre más afortunada con un héroe que a ella sola o a la tradición popular deba su nacimiento y su carácter. Pudiéramos decir, parodiando las palabras de Boileau, que la poesía Se soutient par la fable et vit de la fiction.

Por eso el héroe del poema de Rubió no es Roger de Flor, ni Berenguer de Entenza, ni Rocafort, sino Roudor de Llobregat , un hijo de la fantasía del poeta; sus hazañas, sus amores y sus trovas llaman ante todo la atención de los lectores. Y sin embargo, tan grande ha sido el arte del poeta, que en una leyenda de dimensiones breves ha logrado encerrar, sin esfuerzo, sin oscuridad y sin fatiga, todas las homéricas empresas de aquellos aventureros que inverosímiles parecieran a no verlas confirmadas por la mayor evidencia histórica que puede apetecerse. Quien conozca a Rubió como poeta no ha de extrañar el que, rompiendo la tradición escolástica de los cantos épicos vuele a su placer por los campos de la leyenda, sin caer jamás en la fatigosa monotonía de asaltos, consejos de guerra, revistas militares y lanzadas, ni el que vierta tesoros de imaginación y de lirismo donde otros se hubieran contentado con describir armas y registrar tajos y mandobles. ¡Qué variedad de tonos, qué riqueza de poesía, qué penetración de espíritu de la época, qué versificación tan numerosa, acendrada y brillante en el poema todo! Obra al cabo de uno de los primeros líricos españoles, del más eminente de los poetas catalanes contemporáneos. La introducción es ya muy bella; algo tiene de la de Zorrilla en los Cantos del trovador , aunque visiblemente la supera:

                   Ninas dels cabells d’or, las qui en las gradas
                  De’ls torneigs, com á reynas, os sentareu,
                  Y l’elm del vencedor per mil vegadas
                  Ab corona de honor engalanareu:
                  Las qui en cent jochs florals foreu cantadas
                  Pe-ls gentils trobadors qu’ enamorareu,
                  Angel-ls humáns, que Deu posá en la terra
                  Per’ vence’ als invencibles en la guerra.
                        [p. 226] Veniu a mí, jo canto a la hermosura,
                   Los caballers, las damas, las batallas;
                  No sempre bat mon cor dins l’armadura,
                  Ni canto sempre al peu de altas murallas:
                  Paladí y trobador, cants de ternura
                  Trech de l’arpa ab la ma ab que rompo mallas;
                   Y combats canto als qui per ells suspiran
                  Y amors a las qui als braus amor inspiran.
                   Forts caballers, veniu: també en mas cobles
                  Parlaré de fets de armas glorïosos:
                  Jo se de la historia de cent reys que’ls pobles
                  Umpliren de llur gloria y noms famosos:
                  Jo he llegit en las tombas de cent nobles
                  De llurs escuts los lemas amorosos;
                  Y puig foren valents, plaume cantarlos,
                  Com vos plau a vosaltres imitarlos.
                   Patges y paladins, dramas y ninas,
                  Veniu; jo se conmoure las entrañas;
                  Jo he cantat prop dels reys, combats, ruïnas
                  Y amors entorn las llars de las cabanyas:
                  Fill de Favencia, gestas peregrinas
                   Aprenguí de ma patria en las montanyas...;
                  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
                   Veniu a mi los qui teniu encara
                  Plors per ma patria, reyna sens corona:
                  Jo cantaré sas glorias, puig m’es cara
                  Com al infant lo pit que llet li dona:
                  Jo de sos fills la fortalesa rara
                  Vos diré y llurs virtuts que’el mon pregona;
                  Y puig li dech mon ser, será per’ ella,
                  Si una corona alcans’, la flor més bella.

¡Con qué lozanía y con qué gala está escrito el poema entero!

                   Com reyna de sas damas rodejada,
                  Reyna entre reynas, bella entre las bellas,
                  Passejava la lluna platejada
                  Lo cel, fentli la cort millars d’estrellas,
                  Mentre’n la mar de Marmora encantada,
                  Hont galanas se miran totas ellas,
                  Nostra temuda esquadra, sense brega
                  Com vol de cisnes escampats navega.

Perdonen mis lectores si cito algo más de este poema. Sírvame de disculpa lo poco conocida que es del lado acá del Segre la literatura catalana. Véase el canto nocturno de Roger:

                   [p. 227] «¿No es cert que allá en la platja serpentina
                  »Del mar que de Bizanci ’ls forts murs rega,
                  »Regant ab perlas la ona cristallina
                  »Haveu sorprés, oh estels, ma hermosa grega?
                  »¿No es cert qu’, enamorada, allí una nina
                  »Per un soldat al Deu dels valents prega?
                  »¡Oh! ¿no es cert qu’en vosaltres la mia aymada
                  »Busca, com jo la sua, ma mirada?

                   »Bella es la verge á qui mon cor adora,
                  »Més que ’I lliri argentat que l’ona cria;
                  »Més que ’Is brillants que la rosada plora;
                  »Més que al naixer del mar l’astre del dia;
                  »Tan bella, que per’ferla ma senyora
                  »La corona de un rey cenyir voldria;
                  »Tan, que crech jo que d’ella estan gelosas
                  »Las estrellas del cel, del mon las rosas.

                   »Recordar plaume la hora benaurada,
                  »Oh estels, en qu’entre mitj de cent princesas,
                  »De Andrónich es la cort la viu sentada
                  »D’ella eclipsant las més gentis bellesas:
                  »Jo la mirí ab amor, y á ma mirada
                  »Sas galtas pel rubor jo vegí ensecas:
                  »Dé llavors mon cor vola entorn la qui ama,
                  »Com papallona incauta entorn la flama.»

No canta sólo amores la musa de Rubió, también sabe describir con acerado pincel sangrientas escenas de combate y de muerte. Ayúdale entonces la enérgica robustez de la lengua catalana no inferior en este punto a ninguna otra de las neolatinas:

                   Lo feréstech dringar de las espasas,
                  Com un tro prolongat pels monts ressona;
                  Com martell en la enclusa, en las corassas
                  Lo ferir de las massas axí sona:
                  Rojas de sanch las llansas semblan brasas
                  Que relliscan pel foch qu’el camp corona;
                  Ni’s dona colp allí que no fereixe,
                  O que’ls elms o’ls escuts no destruheixe.
                   No’s queda atras Roudor qu’en la batalla
                  Busca’ls blasóns que’l fat mesquí li nega;
                  Baix sa espasa tot cau, com baix la dalla
                  Cauhen espigas d’or en temps de sega;
                  Mes com lo vent que als roures avasalla
                  Y que la herba del camp tan sols doblega,
                    [p. 228] Als qui fugen cobarts fa pont de plata
                  Mentres que als més valents provoca y mata.
                   No tant al ferest tigre la sageta,
                  Ni tant al toro brau la pica irrita,
                  Com del turch la insolencia al jove atleta
                  La sanch abrusa, y lo coratje excita:
                  Fins arrancarse sanch las dents apreta,
                  Y de rabia en son pit lo cor palpita;
                  Y empunyant cada qual l’arma temuda,
                  Prest s’enrogeix del camp la herba menuda.

Hablemos ya de las Armas de Aragón en Oriente , que tal es el título del poema de Camporredondo encerrado en un solo canto de 91 octavas. [1] Aparte del cotejo con el de Rubió, que no haremos porque le perjudicaría casi siempre, el poema de Camporredondo es una imitación muy feliz del de Las Naves de Cortés , de Moratín el padre. En tal concepto entra en la categoría de los cantos épicos de escuela y no llega a igualar al brillante modelo que imita, pero está escrito con valentía, aparte de tal cual prosaísmo e incorrección y briosamente versificado. La proposición y la invocación están presentadas en la forma de costumbre:

                  Canto el arrojo de ínclitos guerreros,
                  Que domeñando reinos y naciones,
                  Llevaron victoriosos sus aceros
                  A remotas y bárbaras regiones,
                  Y en mil encuentros y combates fieros
                  Conquistaron católicos blasones,
                  Inmortales empresas acabando,
                  Y a su patria alta prez asegurando.

Desde esta estrofa comienza a notarse la imitación del Canto de las Naves . Dice Moratín:

                  Canto el valor del capitán hispano
                  Que echó a fondo la armada y galeones
                  Poniendo en trance, sin auxilio humano,
                  De vencer o morir a sus legiones ,
                  El que deshizo el trono mejicano
                  A pesar de mil bárbaras naciones,
                  Empresa digna de tu aliento solo,
                  Si en verso cabe y si me inspira Apolo.

[p. 229] Tiene esta octava sobre la de Camporredondo la notable ventaja de encerrar con claridad y distinción el asunto del poema, pues a la simple lectura de la de nuestro vate difícil, sino imposible, es adivinar que se trata de la expedición de los catalanes a Oriente, pues todas las frases que emplea son harto vagas, y sin mudanza alguna pudieran servir de introducción a infinitos poemas. La invocación a San Jorge, que inmediatamente sigue, aclara más el objeto de la obra, y a ella sigue una excelente pintura de la decadencia del imperio bizantino, trazada con sobriedad, exactitud y energía dignas de toda loa.

                   No era ya esta nación la que formara
                  Para reina del orbe Constantino,
                  Ni la que el gran Teodosio gobernara,
                  Ni la heredera del poder latino:
                  La molicie sus fuerzas enervara
                  Y su bélico ardor, ley del destino,
                  En que el oro, por medios corruptores,
                  En esclavos convierte a los señores.
                   Del hipódromo y circo a las vistosas
                  Funciones asistir, cismas sin cuento
                  Promover, que a sus lenguas venenosas
                  E impiedad proporcionan alimento;
                  Y en torpezas nadar libidinosas:
                  Esta es la vida y este el ardimiento
                   De esos afeminados reformistas,
                  De esa turba de eunucos y sofistas.

Llegan los catalanes y Camporredondo describe con felicidad el aspecto y armas de los principales héroes, imitando en esto muy de cerca las Naves moratinianas. El retrato de Roger de Flor es excelente:

                   Miradle qué galán, rica armadura,
                  Por milanés artífice forjada,
                  Cubre su cuerpo, nieve en la blancura
                  Es el airón que ondea en su celada,
                  Roja la sobreveste, a la cintura
                  La deslumbrante, cortadora espada,
                  De preciosos diamantes guarnecida,
                  De bordado tahalí lleva prendida.
                   Sujeta al pomo con dorada hebilla,
                  Y del mismo metal que la coraza,
                  Lleva también, pendiente de la silla,
                  Una fornida y ponderosa maza,
                   [p. 230] Gruesa lanza con roja banderilla
                  La diestra mano empuña, la otra embraza
                   Ancho escudo de acero tresdoblado
                  Con láminas de oro reforzado.
                   Grabado en él había, por blasones,
                  Con maestro buril mano divina,
                  En campo azul, los fuertes eslabones
                  De la cadena que cerró a Mesina:
                  Dos naves con forrados espolones
                  Del mar cortando el agua cristalina
                  La rompían y el puerto descercaban
                  Y enemigas galeras ahuyentaban.
                   Diósele el rey Fadrique agradecido
                  A su valor e intrépido ardimiento,
                  Cuando por él del yugo aborrecido
                  Libre se viera el mesinense hambriento.
                  Dióle también, entre otros escogido,
                   Un corcel de batalla corpulento,
                  A quien Roger con suma gallardía
                  Oprime los hijares este día.
                   Vedle piafar de acero encubertado,
                  Erguido el cuello, la mirada ardiente,
                  En su ademán feroz y arrebatado
                  De cruda lid mostrándose impaciente:
                  Inquieto y bullidor tasca el bocado
                  Que sus ímpetus doma, y del fluyente
                  Humor, en leve espuma convertido,
                  Copos arroja en cada resoplido.

Y no va en zaga a estas octavas la siguiente, que en breves y oportunos rasgos, inspirados en Moncada, describe a los Almugávares:

                   Nacidos en batallas, es la guerra
                  Su profesión, sus galas burdas pieles,
                  Su lecho de placer la dura tierra
                  Y su cuna y su tumba los troqueles.
                  Son invencibles, nada los aterra
                  ni el frío, ni el calor, ni las crueles
                  Ansias del hambre que a otros atormentan. [1]
                  Y es fama que con yerbas se sustentan.

Recibe Andrónico a los expedicionarios y éstos dan comienzo a sus épicas empresas. La descripción del combate es buena; hay [p. 231] octavas dignas de Ercilla. Véanse las siguientes y perdonemos los agudos en que acaba la primera:

                   Dijo, y a la manera que rodando
                  Peñasco enorme de encumbrada sierra,
                  Va los erguidos árboles tronchando,
                  Y fieras y aves tímidas aterra,
                  Su fragor por las quiebras retumbando.
                  Así furioso con los turcos cierra
                  El invicto católico escuadrón ,
                  San Jorge apellidando y Aragón.
                   ¿Vióse tal vez del uno y otro polo
                  Lanzarse, quebrantadas sus cadenas,
                  Al Austro y Aquilón y opuesto Eolo
                  Remolinar las líbicas arenas?
                  No de otra suerte agrúpanse en un solo
                  Campo cristianas haces y agarenas,
                   Del rencor y la cólera azotadas,
                  Confundidos turbanes y celadas.
                   Jamás combate igual vió de la guerra
                  El Dios horrendo en siglos transcurridos,
                  Ni el huracán, que robles mil atierra,
                  Resonó más terrible en sus oídos.
                  Al rudo choque retembló la tierra
                  Fueron montes y valles confundidos.
                  Estremecióse el mar, y rebramando
                  Límites más extensos fué ganando.
                  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
                   Todo es muerte y horror, vénse hacinados
                  En torno suyo cuerpos espirantes
                  Cadáveres y miembros destroncados,
                  Rotas armas, caballos y turbantes:
                  Tal a sus pies derriba de ambos lados
                  En el estío mieses ondulantes
                  Robusto segador con su guadaña
                  Hidrópica, terror de la campaña. [1]

Con la misma gallarda entonación está escrito el poema entero, que demuestra en Camporredondo altas dotes para ese género de poesía épica convencional y de escuela. Aún encierra otras octavas notables el poema, pero no las citamos porque nos falta espacio y preferimos llenarle con la noticia y apreciación de otras obras de Camporredondo. Por última observación diremos que [p. 232] falta en las últimas estancias algo como vaticinio de la traición de Miguel Paleólogo y de la venganza catalana, algo que se parezca al hermoso epílogo de Rubió:

                   Y los venjaren... Gran fou la matansa
                  Ab que los camps del Assia embermelliren,
                  Y ’ls restos del festí de sa venjansa
                  Als voltors y á las hienas repartiren.
                  Llurs fers oscaren; llur temuda llansa
                  S’abeurá en sanch de grechs... tants ne moriren,
                  Que de llur carn las feras se atiparen,
                  Y ab llurs ossos las planas blanquejaren.
                  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
                   Mes ¡ah! que no als qui som toca jutjarlos;
                  Y puig de pedra en llits humits reposan
                  De llurs fatigas, ¡ay cels qui evocarlos
                  Y subjecta’ls á llurs judicis osan!
                  Sols toca en sa balansa á Deu pesarlos;
                   Y puig ja los pesá, y ó d’ell ja gosan
                  O’ls tencá’l paradís, ma harpa de plata,
                  Sants ó damnats, mon Deu, ta lley acata.

El poema de Aguiló en tercer lugar premiado, aunque superior al de Camporredondo en riqueza y lozanía, queda inferio en igualdad, en robustez y en nervio.

Fueron las Armas de Aragón en Oriente el primer ensayo de alguna extensión e importancia que salió de las manos de Camporredondo. Las mismas cualidades que le avaloran brillan, aunque afeadas con cierta incorrección y desaliño, en sus Odas heroicas , género que cultivó siguiendo las huellas de Quintana y de Gallego. En ellas están sus mejores títulos de gloria. ¡Qué solemnidad y plenitud ostentan algunas estancias de la oda a España , brillante y majestuosa, a pesar del tono declamatorio y rígido, pecado capital del género! Júzguese por el comienzo:

                   Vencer, rendir, aprisionar naciones
                  Y leyes darlas, y en su misma frente
                  Grabarlas con la espada victoriosa,
                  Para después rodar los escalones
                  Del regio trono excelso y esplendente,
                  Y volver a la nada;
                  O gemir a su vez entre cadenas
                  Mirar amancillada
                  La antigua majestad, verse escupido
                   [p. 233] Por los mismos que vió a sus pies un día
                  Como esclavos en venta,
                  Es rigor inhumano y desmedido;
                  Es baldón, es oprobio y es afrenta.
                   Tal destino a mi patria el hado impío
                   Reservaba implacable
                  Tras tanto poderío,
                  Tanta gloria y afán. Ella dió leyes
                  Al asombrado mundo en cuantas zonas
                  Con sus fúlgidos rayos el sol baña;
                  Al nombre victorioso de la España,
                  Temblaban los imperios y los reyes,
                  El pendón de Pavía y de Lepanto
                  Infundía triunfante por do quiera
                  Veneración mezclada con espanto.
                   Todo a la gloria y al valor cediera
                  Del español, que al verse de laureles
                  Oprimido y del orbe altivo dueño,
                  Adurmióse después en torpe sueño.
                   Hubo sí un tiempo en que la patria mía,
                  La patria de Corteses y Toledos,
                  Ostentaba sus barras y leones
                  De donde nace a donde muere el día;
                  Entonces respetados sus blasones
                  Mirábanse do quier; sus dignos hijos,
                  Entre la extraña gente,
                  Alzar podían sin temor la frente,
                  Y de ser españoles se preciaban,
                  Era su nombre entonces glorïoso
                  Y las naciones todas le envidiaban...
                  Hoy llamarse español es afrentoso...

¿Quién no recuerda al leer estos grandílocuos períodos, aquellas soberbias introducciones de Quintana?

                  Eterna ley del mundo aquesta sea:
                  En pueblos o cobardes o estragados
                  Que ruede a su placer la tiranía
                  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
                   No da con fácil mano
                  El destino a los héroes y naciones
                  Gloria y poder...
                  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
                   ¿Qué era, decidme, la nación que un día
                  Reina del mundo proclamó el destino...

[p. 234] El mismo tono de amarga reprensión y estóica entereza conserva la oda entera de Camporredondo:

                  Alzate ya: la trompa horrisonante
                  Llama otra vez con bélico gemido
                  Las vencedoras haces a las armas:
                  Ruja el león de la empinada sierra
                  Con roca voz que al enemigo espante
                  Y en nuevo ardor los ánimos levante,
                  A cruda lid, a sanguinosa guerra.

El vate montañés recuerda en este pasaje el fin de la oda a Padilla , pero tiene el buen gusto de no armar al león con espada , lapsus en que incurrió Quintana. La alteza del pensamiento y de la decisión decaen poco en el resto de la Oda, el Camporredondo que ora imita la estancia en que cantó el Divino Herrera la caída del cedro del Líbano, ora recuerda a Gallego en el Dos de Mayo , lo hace siempre con vigor y alientos propios que le separan harto de la grey de los remedadores.

Hay ocasiones en que lucha con sus modelos. Tal acontece en la estancia que sigue:

                  ¡Al arma, al arma! El grito sacrosanto
                  De libertad o muerte poderoso
                  Retumba por los ámbitos de España,
                  Desde las playas cántabras que baña
                  El Océano bravo y turbulento
                  Al manso Turia y Betis caudaloso,
                  Del raudo Llobregat al Miño undoso,
                  Guerra repiten llanos y montañas,
                  Guerra los bosques, guerra
                  Los palacios y míseras cabañas.
                   Por los sinuosos antros de la tierra
                  Los ecos se derramen,
                  Y con sonido horrendo
                  También respondan al marcial estruendo
                   Y muerte o libertad bramando clamen.

Al lado de la Oda a España pueden colocarse la dirigida A doña Isabel II, el día de su proclamación y jura por reina constitucional de España , y la delicada a encomiar El primer sitio de Zaragoza. En la segunda, no indigna de figurar al lado del poemita de Martínez de la Rosa, del del P. Báguena y de alguna otra poesía sobre [p. 235] el mismo heroico acontecimiento, notamos sin embargo más ampulosidad, más desaliño, más reminiscencias inoportunas y más imitaciones no felices que en las anteriores. Dos odas escribió Camporredondo abandonando en parte la entonación quintanesca y acercándose más bien a la elegancia y blando estilo y atildamiento académico de Lista. Fué leída la primera en la inauguración del Liceo Artístico y Literario de Santander; va dedicada a la patria y tiene estrofas tan lindas como la a continuación transcrita, no obstando algún lunarcillo que subrayamos:

                   No temas, patria, no, días gloriosos
                  El destino te guarda todavía,
                  Y lugar superior entre las gentes
                  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
                   Y triunfos y laureles victoriosos
                  Como cuando tu cetro se extendía
                  Por reinos y naciones diferentes.
                   De tus astros fulgentes,
                  Cervantes el divino,
                  Los Velázquez, Herreras, Calderones,
                  Murillos, Garcilassos y Leones,
                  Que con feliz ingenio peregrino
                  Acrecieron tus ínclitos blasones
                  Y sempiterna fama,
                   No se ha extinguido aún la viva llama,
                  Ni se podrá extinguir el sacro numen
                  Que presidió sus obras inmortales
                  E inspiró tan sublimes pensamientos
                  A sus pinceles y fecunda vena,
                  Y voló a las mansiones eternales
                  Al verla presa de servil cadena.
                   Ya los altos asientos
                  Deja, y en raudo vuelo
                  Presuroso desciende,
                  Ya otra vez las doradas alas tiende
                  Sobre el césped florido de tu suelo,
                  Y agrupándose en torno la ardorosa
                  Brillante juventud, con tierno anhelo
                  Te abraza y te bendice.
                   Y un porvenir dichoso te predice.

La oda A la inauguración del ferrocarril de Isabel II , fuera la mejor entre las de Camporredondo a no afearla las cinco últimas estrofas sobre toda ponderación prosaicas y desaliñadas. En este [p. 236] canto es visible el anhelo de imitar el de la imprenta ; pero yo le encuentro más semejanza con la famosa oda de Lista A la beneficencia , y con alguna de las Reinoso. Dispensen mis lectores que añada algunas citas del todo indispensables, cuando se trata de obras desconocidas fuera de una localidad determinada. El comienzo de la oda de Camporredondo tiene un muy grato sabor horaciano:

                  Cantar empero el brazo vigoroso
                  Yo no pretendo del ungido atleta,
                  Ni a quien primero acércase a la meta,
                  Ni al vencedor con disco poderoso...

Gallarda es sin duda la estrofa que sigue, ya oportunamente recordada por el delicado crítico que escribió el prólogo a las poesías de nuestro vate:

                  ¡Del belígero Dios, de Marte fiero
                  Pasó el imperio ya, pasó, dejando
                  Charcas sangrientas tras su carro infando,
                  Luto, desolación...! Roto el acero,
                  Que yermara inclemente
                  Por tantos siglos la asombrada tierra
                  Con su carro crujiente,
                  Despéñase el tirano de la guerra,
                  Y al bajar al profundo
                  Torna la paz a repoblar el mundo.

Siguiendo el error común (hoy destruído gracias a los trabajos de Rubió y Ors), atribuye Camporredondo a Blasco de Garay la aplicación del vapor a la navegación, pone en su boca acentos dignos del autor de tan portentoso descubrimiento, y canta luego los triunfos de:

                   Esa fuerza motriz omnipotente
                  ¿Quién sus glorias dirá? De los bretones
                  Ella el poder acrecentó, y ansiosa
                  De nuevos triunfos corre victoriosa
                  A transformar la faz de las naciones.
                   En vano la ignorancia
                  Quiso oponer su carcomida valla,
                  Y con fiera arrogancia
                  Ostentaron cual sólida muralla,
                  Intratables, enhiestas
                  Los altos montes sus nevadas crestas.
                   [p. 237] Todo a su marcha, todo a su triunfante
                  Paso cedió: las ásperas montañas,
                  Abrieron sus recónditas entrañas
                   O allanaron sus cimas. Tal, delante
                  Del Bóreas impetuoso
                  Denso escuadrón de nubes se presenta
                  Y con ceño medroso
                  Su raudo impulso detener intenta;
                  El Bóreas aparece
                  Y de un soplo las rompe o desvanece.

Aún en las estancias dignas de censura hay versos tan notables como los siguientes:

                  Santander, Santander, taza preciosa
                  Emporio del comercio de Castilla,
                  Por la que crece en la riscona orilla
                  Del piélago sonante...

Quién dijera que un período poético así encabezado había de terminar con este prosaísmo y esta pobreza:

                   ¡Con cuánto regocijo
                  Te miró inaugurar la férrea vía
                  Hasta el confín vacceo,
                  Objeto perenal de tu deseo!

Pero repetimos que la oda en conjunto es digna de atención y abunda en rasgos tan felices como este oportunamente aplicado a nuestra ciudad:

                  Perla del Septentrión, moderna Tiro...

El amor a la tierra natal que brilla en esta y otras composiciones de nuestro poeta le inspiró una larga oda A los antiguos cántabros , oda que mereció los elogios del señor Cañete y que es de cierto acreedora a ellos, por más que la deslustren prosaísmos, ripios, remedos harto potentes y aparatosas formas de escuela. Están en liras, a la manera de los cantos sublimes de Fr. Luis de León, y tiende a imitar, sobre todo en su segunda parte, una de las producciones relativamente menos felices del divino poeta del Tormes, su Profecía del Tajo , que al cabo no pasa de una buena imitación de Horacio. Lo mejor a mi entender en la oda de [p. 238] Camporredondo son algunas estrofas del comienzo; desde la mitad empieza a decaer sensiblemente.

                   No pueblos extranjeros
                  Celebraría con sonoras voces;
                  No los Cimbrios guerreros,
                  Ni los Parthos veloces,
                  Los Escitas, los Gétulos feroces...

Horaciana es esta estrofa, lástima que venga después de otras dos débiles y prosaicas. La descripción de los cántabros está hecha con facilidad y gallardía:

                   En vuestros ojos arde
                  Fuego de libertad, llama guerrera;
                  Aumenta el fiero alarde
                  De vuestra faz severa
                  Luenga barba, flotante cabellera.
                   De poderosa clava,
                  Y del hacha fatal os veo armados, (verso flojo)
                  Del arco y de la aljaba,
                  De bidentes ferrados,
                  De ancha espada pendiente a los costados.
                  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
                   Así cabe el Tirreno
                  Mar os vieron las gentes italianas
                  Cuando, guiados del Peno,
                   Desgarrasteis en Canas
                  Las vencedoras águilas romanas.
                   Del Trasimeno lago
                  Las odas, las del Trevia y el Tessino
                  Recuerdan el estrago
                  Del reino de Labino,
                  Reteñidas con sangre del latino.
                   Al soberbio tirano
                  No le valieron víctimas ni ofertas
                  para triunfar; en vano
                  Del dios bifronte abiertas
                  Fueron las duras rechinantes puertas.

El hombre que con tan clásica sobriedad sabía expresarse a veces, digno era de haber alcanzado para sus producciones aquel grado de corrección y pulimento que las hubiera dado lugar muy honroso entre los tesoros de nuestra literatura. Una de las poesías [p. 239] en que esta desigualdad aparece más notable es la Oda a Inglaterra , única que escribió en variedad de metros a la manera romántica. Este singular ensayo, que tiene algo de invectiva, empieza bien y concluye fatalmente. La descripción de la Gran Bretaña es buena, las maldiciones contra ella sobre toda ponderación prosaicas.

Dejó Camporredondo dos odas sáficas, una Al Sol y Al amor la otra, correctas ambas aunque difíciles y premiosas, sin novedad en el pensamiento ni en la expresión. Falta además a algunos versos la acentuación debida, y échase de menos en casi todas las estrofas el vuelo lírico de la alada estrofa de Lesbos, mal cultivada generalmente por los poetas no helenistas.

Una sola poesía sagrada hallamos entre las de Camporredondo: es una breve oda A la entrada de Cristo en Jerusalén . Bien escrita y acabada, tono y estilo los de la escuela sevillana del siglo pasado.

Dos himnos muy apreciables se registran en la colección de nuestro poeta, uno Al Dos de Mayo, otro Al feliz restablecimiento de la Reina Ntra. Señora después del criminal atentado contra su vida. Para su mayor elogio diremos que nos parecen dignos de Arriaza, consumado maestro en este género de poesías de circunstancias destinadas al canto.

Escribió Camporredondo tres elegías, cada cual en diverso tono y con metro diferente. [1] Compuesta la primera en coplas de pie quebrado resiéntese de debilidad y ripios; el instrumento no obedece bien a la mano del poeta y, a pesar de su conato de imitar a Jorge Manrique, quédase a muchas leguas de aquel admirable original.

Es la segunda una epístola en romance endecasílabo, bien sentida y bien versificada hasta la mitad aproximadamente, harto prosaica de allí en adelante. Muy superior a entrambas es la tercera en que el poeta llora la muerte de un amigo suyo muy querido. No importa que empiece invocando a las Musas y caiga a veces en fórmulas retóricas; también sabe encontrar acentos que al alma va y brotan del alma:

                        [p. 240] ¿Qué fué ¡ay de mí! del tálamo florido?
                  ¿Las nupciales antorchas
                  Dónde están que tus bodas alumbraron?
                  Un lustro no ha pasado, y la tremenda
                  Tempestad se desata
                  Que hunde tu lecho y las antorchas mata.
                   ¡Adiós Gerardo, adiós! Quizá no tarde
                  El ángel de exterminio
                  En cerner sobre mí sus negras alas,
                  Mientras al cielo subo, donde habitas,
                  El adiós postrimero
                  Recibe en este canto lastimero.

¡Demasiado pronto se cumplió el vaticinio del poeta! Lástima que afeen esta tierra elegía pedantesca alusiones a Pílades y Orestes y un nombre propio empalagosamente repetido hasta ocho veces.

Escasas en número, y no muy notables, son las poesías eróticas de Camporredondo. Entre ellas juzgo preferible una especie de himno dirigido A mi amada, el día de su cumpleaños. Está escrito con soltura y elegancia.

Los sonetos son poco afortunados; el prosaísmo, vicio capital del poeta, ofende más en tan breve espacio que en sus largas odas. Hasta diez sonetos incluyó en su colección nuestro vate; pero ninguno me parece digno de conservarse, a pesar de los buenos versos esparcidos en ellos. Hasta tuvo el mal gusto de escribir uno de ellos en forma acróstica , extravagancia rítmica que en los tiempos que alcanzamos parece relegada a los cisnes de la isla de Cuba.

Con acierto ensayó sus fuerzas Camporredondo en un romance morisco titulado Abenamar , que en partes tiene algo de la gallarda entonación de Góngora. Algunos juguetes de sociedad, como las donosas redondillas A una enlutada , diversas composiciones para album (una de ellas en versos sueltos elegantes y bien construídos), y una desdichada y no directa traducción de la anacreóntica del Amor Preso , completan el tomo de poesías de nuestro paisano.

De cuanto hemos indicado sobre Camporredondo, de cuantas citas hemos ofrecido tal vez con profusión, puede deducirse nuestro juicio sobre este poeta. Sin encontrar semejanza alguna entre él y Garcilasso, como la halló con sobra entusiasmo un distinguido escritor montañés en cierta necrología, sin juzgar tampoco [p. 241] que rayó en lo poco que hizo a la altura de los primeros líricos y épicos españoles, como afirma el discreto prologuista de sus poesías, amigo nuestro muy querido, juzgámosle acreedor a un buen puesto entre los líricos de segundo orden. Es hasta cierto punto un poeta anacrónico ; pertenece del todo a la escuela del siglo pasado y comienzos de éste, pero le falta su corrección y su pureza en las formas. Tiene alientos líricos no despreciables, pero tropieza y cae en el prosaísmo; ninguna de sus composiciones puede presentarse como dechado en el género a que pertenece. Aún en las más correctas, en el canto de las Armas de Aragón , en la oda A España y A mi patria , tropiézase con locuciones débiles y propias sólo de la conversación. Es un poeta erudito a medias, y esto le daña; faltóle variedad y extensión en los estudios, faltóle dirección y consejo. En más felices circunstancias quizá hubiera rayado a la altura de Gallego, de Lista o de Reinoso. El trabajo perseverante y tenaz, el estímulo de la popularidad y el aplauso entre los doctos hubieran purificado más su gusto, que era de los que se educan, no de los que nacen espontáneos e infalibles. Una ventaja sola tuvo para él el aislamiento literario a que vivió condenado: jamás se enturbió la pureza de su lenguaje, siempre castizo, aunque no siempre correcto y acendrado. Es hablista estimable y por maravilla se encuentra en sus obras algún galicismo debido al trato, según entendemos, y no a los libros. Sus no muy extensos conocimientos de lenguas y literaturas extranjeras le salvaron de éste y otros peligros. Formó su estilo en los libros del buen tiempo y si no tomó de ellos la abundancia, la lozanía, la independencia en las construcciones y la riqueza, aprendió por lo menos a formar y unir sus frases de un modo legítimo y verdaderamente castellano . Como versificador presenta grandes desigualdades; en muchas poesías suyas son visibles la dificultad y el trabajo, conócese que forjaba los versos a martillazos , para valernos de la gráfica expresión de Mor de Fuentes. Sus rimas ofrecen poca variedad y aún degeneran a veces en participios, gerundios y adverbios. Son más notables estos defectos en sus primeras producciones: más adelante fué corrigiéndose y llegó a ser metrificador acendrado y robusto, aunque nunca suelto ni armonioso. Empeñóse en cultivar todos los géneros y no todos con el mismo acierto, y esta división de fuerzas perjudicó al éxito final de sus trabajos. Pero ¿qué extraño que [p. 242] incurriera en estos yerros viviendo en una ciudad mercantil, sin universidad, sin bibliotecas, sin academias y que sólo al individual talento de sus hijos ha debido siempre sus blasones científicos y literarios? Lo admirable es que nuestro poeta se elevase tanto, tuviese tan altas aspiraciones y aún llegase a realizarlas en parte. Digno es en tal concepto, aún quilatado con severidad absoluta el mérito de sus obras, de ocupar un alto puesto entre los escritores montañeses y por eso abrimos con él este tomo dedicado a los líricos contemporáneos .

Notas

[p. 217]. [1] Nota del Colector.- El original de este estudio se ha conservado autógrafo e inédito hasta el presente entre los papeles de Menéndez Pelayo. Está fechado en 20 de Febrero de 1876.

Véanse las notas que van al comienzo del estudio sobre D. Evaristo Silió y Gutiérrez.

[p. 222]. [1] Imp. y Lit. de Hijo de Martínez, Plaza Vieja, 1862, XX, 281 pp.

[p. 222]. [2] Y aún hay que rebajar la Epístola Moral y la canción a las Ruinas , obras de Andrada y de Rodrigo Caro.

[p. 228]. [1] En la edición de Santander. En las dos de Barcelona tiene seis octavas menos.

[p. 230]. [1] Nótese el prosaísmo de esta expresión que es ya verdadero ripio.

[p. 231]. [1] Esta imagen fué empleada también por Rubio en una de las octavas que citamos antes. Véase cuán diverso colorido la dieron ambos poetas.

[p. 239]. [1] A la temprana y sentida muerte de la señorita doña Alejandra Huidobro-A la señora doña Jesusa Mier y Terán de Carrias en la muerte de su hijo.-A la muerte de don Gerardo de la Pedraja y Cuesta.