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Obras completas de Menéndez... > ESTUDIOS Y DISCURSOS DE... > VI: ESCRITORES MONTAÑESES > DON CASIMIRO DEL COLLADO

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CUENTA Esteban de Garibay en sus Memorias , que hablando en cierta ocasión con el cronista Pedro de Alcocer, díjole éste con orgullo toledano: «No pensé yo que en Vizcaya había letras, sino armas», a lo cual, digna y reposadamente, contestó el historiador de Mondragón: «Háylas, señor: húbolas siempre, y yo soy el mínimo de ellas.»

Si no fuera tan feo pecado la vanidad, aun la de patria y linaje, algo por el estilo, y quizá con mejor razón, debiéramos contestar los montañeses a los que tienen a nuestra gente por ruda y de pocas letras, aunque ladina y cautelosa. Decir, como cuentan que dijo Lista, que «del Duero allá no nacen poetas», no pasa de ser injuria gratuita, y absoluto olvido de nuestra historia literaria. Dejemos que asturianos, gallegos y vascongados se defiendan por sí: en cuanto a nosotros, ¿cómo olvidar que montañés era el Pedro de Riaño, autor del Romance del Conde Alarcos , superior en bellezas de sentimiento a todos los de nuestra poesía popular y semipopular y adorado y admirado por Madama Stael: que Rodrigo de Reinosa se llamaba el maligno juglar que aderezó el Romance de la Infantina , tan agudo y picante como un fabliau francés y más sobrio que ninguno; y que desenfadadamente trazó los cuadros [p. 208] casi aretinescos de las Coplas de las comadres y en infinitos pliegos sueltos derramó los rasgos de su fecunda y maleante vena, no menos que los dos escolares Juan de Trasmiera y Jorge de Bustamante, autor este último de la comedia Gaulana y traductor de Ovidio, ¿Y nació, por ventura, a orillas del Tajo, del Betis o del Guadiana, el ingenioso autor de los Empeños del mentir, de El trato muda costumbre y de El montañés indiano , comedias imitadas por Molière y por Le Sage, don Antonio de Mendoza, a quien llamaron el Discreto de palacio y que en lo lírico brillaría más si sus discreciones conceptuosas no enturbiasen el fácil raudal de su vena en sonetos y romances?

Esto sin contar con que además de vencer reyes moros , engendramos quien los venciese, y del solar de la Vega salió aquella fiera y alentada rica-hembra, madre del marqués de Santillana; y del valle de Carriedo vinieron a Madrid, por cuestión de amor y celos, los padres de Lope; y del valle de Toranzo los de Quevedo, que de montañés se jactó siempre.

Y viniendo a tiempos más cercanos, al siglo en que vivimos, nadie negará el título de poetas, y de no vulgares dotes, al santanderino Trueba y Cosío, que manejó la lengua inglesa con mayor elegancia y brío que la suya propia, y enarboló, antes que ninguno, la enseñanza romántica, alcanzando en la novela histórica, al modo de Walter Scott, lauros todavía no marchitados; a Camporredondo, que, con trabas de escuela y rasgos no infrecuentes de prosaísmo, se levantó a veces de la medianía, en algunas de las rotundas y bien cinceladas octavas del canto de Las armas de Aragón, en Oriente y en la oda A los antiguos cántabros ; al melancólico y delicado Silió, honra de Santa Cruz de Iguña; al incorrecto y desmandado Velarde, de quien se ufana Hinojedo; al terso y clásico Laverde; al desenfadado y gallardísimo narrador de las aventuras del Jándalo y donoso y realista parodiador de la poesía bucólica en Los pastorcillos , don José María Pereda, poeta cómico asimismo de fácil y abundante vena; a Juan García (Amós de Escalante), imcomparable maestro de lengua, así en prosa como en verso; a Adolfo de la Fuente, traductor dichoso de Víctor Hugo y a tantos más, de quienes fuera prolijo hacer memoria.

Montañés es también, aunque no todos lo saben, el señor Collado (cuyos versos va a saborear el lector), y paisano mío dos o tres [p. 209] veces, como nacido en mi provincia, en mi ciudad y hasta en mi barrio y calle. ¡Imagínese el pío leyente si le tendré afición y cariño! Pero no han de ser éstos parte a torcer lo recto y riguroso de mi justicia y pienso que mis elogios antes han de parecer fríos y mezquinos que hiperbólicos o dictados por la amistad y el paisanaje. Tal y tal grande es el mérito de los versos del señor Collado, de cuyas circunstancias voy a informar al público, ya que alejado casi siempre de la Península mi amigo, su nombre no ha alcanzado hasta ahora en España toda la notoriedad y fama que merece.

Nacido y educado en Santander el señor Collado, fué a demandar, como tanto y tantos otros montañeses, el secreto de la tortura al Nuevo Mundo, y la fortuna se le mostró risueña y propicia; pero nunca, auna en medio de los azares de la vida mercantil e industrial, le hizo olvidar el sereno culto de las Gracias que por primera vez acariciaron su mente en el trasmerano valle de Liendo, al sonar en sus oídos la voz

                  del docto sacerdote, a cuyo celo
                  debí entender los que el glorioso Lacio
                  dió a las humanas letras por modelo.
                  Marón y Livio, Cicerón y Horacio.

Quiere esto decir, que la educación literaria del señor Collado fué severa y rigurosamente clásica y que en tal concepto se parece poco a otros poetas del Norte de España: a pesar de lo cual, hay en su vida una larga época independiente y revolucionaria y aun puede decirse que fué en Méjico uno de los corifeos del romanticismo. Nótese que hay versos entre los suyos, fechados en 1840 y 41: en el período álgido de aquella calentura poética.

No condeno yo las tendencias que entonces siguió mi paisano, ni habrá quien tenga valor, si es artista, para condenar aquel movimiento que devolvió a nuestra poesía su independencia, plenitud, gala y generoso abandono, perdidos casi desde los tiempos de Calderón, y sembró como rastros de luz a su paso, la amplia y vigorosa concepción de Don Alvaro , las pompas de la Inmortalidad , de Espronceda, y los Romances Históricos , del duque de Rivas, y El Cristo de la Vega y El Capitán Montoya , de Zorrilla. ¿Cómo resistir a tales esplendores un mozo de aquellas calendas, y más si (como el señor Collado) era docto en lenguas extrañas [p. 210] y conocía otros romanticismos, y podía embriagarse de color y de música en las Orientales y en las Hojas del Otoño , y escuchar absorto las penetrantes y desusadas armonías de Childe-Harold , del Pirata, de Lara y de la Novia de Abydos?

Pero no ha de negarse que lo que aquí llamábamos romanticismo, sirvió de pasaporte a una literatura tan falsa, amanerada y convencional como las Arcadias y el bucolismo del siglo XVIII, y fué una calamidad en manos de los poetas mediocres. El toque estuvo en prescindir de ciertas formas e invocaciones mitológicas, en preferir asuntos de la Edad Media y en variar mucho de metros, en no hacer anacreónticas o églogas, sino orientales, fantasías, pensamientos o fragmentos , donosa invención este última para disimular lo vacío o incoherente de la idea y del plan. Y a vueltas de todos, siguió estudiándose la naturaleza no en sí misma, sino en los libros y la expresión de los afectos continuó reducida a vana y ampulosa palabrería, ya la Edad Media diósele un colorido que nunca tuvo, y el convencionalismo y los versos del troquel lo inundaron todo, y del Extremo Oriente, y de los oasis y de los harenes, dijéronse tales cosas que la gente, hastiada de falsos idealismos, ya de pastores, ya de moros y cristianos, acabó por echarse en brazos de un naturalismo más o menos sano que, vario e inmenso como la naturaleza misma, abarca infinitos grados desde la candorosa descripción de costumbres rústicas hasta las postreras heces de la realidad.

Fué el señor Collado poeta romántico, pero de los buenos e inspirados, y libre, generalmente, de los vicios de la escuela. Bastante prueba dan de ello los pocos versos de su primera época, que ha querido conservar en esta segunda edición. Porque es de saber que con exquisito gusto, y cual si no se tratara de hijos propios, ha cercenado cuanto le pareció endeble, y aun las mismas composiciones salvadas se presentan hoy muy otras de como en la impresión de Méjico se leían.

Estas primeras poesías, todas ellas agradables y amenas, están, con todo eso, muy lejanas de anunciar al acicalado hablista, al maravilloso versificador, al espléndido poeta descriptivo que veremos después. Siempre vienen las flores antes que el fruto, y no madurará éste en un momento. Antes de volar el poeta con alas propias, antes de contemplar cara a cara aquella opulenta [p. 211] naturaleza americana y hacer poesía de veras, hizo poesía de artificio: orientales y leyendas, géneros radicalmente falsos, en que siguió las huellas de Zorrilla. Casos hay en que el imitador no se queda muy a la zaga del modelo, superándole, por de contado, en limpieza y relativa correción de estilo y lengua, cualidades de que nunca prescindió Collado; pero más que estos ensayos agradarán de fijo al lector, por los espontáneos y bien sentidos, los versos de amores, tristezas y afectos personales, que hacia el mismo tiempo compuso el poeta. Laura en el templo, El ave sola, En la iglesia de... y algunas otras, tanto mejores cuanto más breves, porque el verdadero sentimiento lírico no se aviene con amplificaciones y desleimientos, se apartan de las rutinas de escuela, y entran algo más en la genialidad artística de nuestro poeta.

La cual se va acentuando más y más en los que pudiéramos llamar versos de su segunda manera : en las octavas Al amor , v, g.; en la Indiferencia , donde ya la descripción es arrancada de la realidad y no imitada de los autores favoritos; en la Meditación y en el Paisaje , donde además de la tersura de estilo, asoma ya la tendencia meditabunda y moralizadora que domina sin rival en los últimos versos de Collado. Indudablemente su estilo y gusto se iban modificando con los años: otros estudios, otras costumbres, otro mundo pedían cantos nuevos. Collado lo entendió así, y tuvo el valor, si no de quemar lo que había adorado (porque fuera excesiva crueldad pedir de un hombre que absolutamente renunciara a las dulces memorias de la infancia y de la primera juventud), a lo menos el de arrojarse resueltamente por nuevos derroteros, hacer con pensamientos nuevos versos de hermosura antigua, expresar clara y sencillamente lo que sentía y lo que veía, y amamantar su musa en los pechos inexhaustados de la madre común Naturaleza. Entonces brilló en su frente la luz de los elegidos, y sonó en sus labios el único canto digno de estos tiempos:

           El himno de la fuerza y de la vida.

Y desde entonces (no dudo en asegurarlo) púsose mi conterráneo al nivel de los primeros líricos españoles, y encontró acentos propios y vigorosos para toda idea y toda pasión, colores y formas para todo espectáculo de la naturaleza. La lengua estudiada por él con amor más que filial, le abrió sus más recónditos tesoros [p. 212] y camarines, y derramó sobre sus cantos lluvia de perlas y de flores, no de las postizas y contrahechas, sino de las que reserva para sus vencedores. No encontró rima indócil, ni estrofa reacia: el pensamiento y la palabra no fueron en él como el cuerpo y la vestidura, sino como el cuerpo y el alma: la estrofa salió alada y vibrante del taller de la idea, y el estilo tuvo, en los mejores momentos del poeta, una trasparencia y perfección, que hubieran enviado Pesado y Carpio, lumbreras del clasicismo en Méjico. La poesía descriptiva fué para Collado el campo predilecto. El mismo Andrés Bello, autor de la incomparable Silva a la agricultura en la zona tórrida , miraría con celos la Oda a Méjico , donde, con más briosa y pujante entonación que en la suya, hay el mismo amor y esmero en la descripción de pormenores y en lo peregrino y bien adecuado de los epítetos: obra maestra, a la cual sólo daña el excesivo empleo de los recursos onomatopéyicos.

Collado ha recorrido con igual fortuna todos los tonos de la lírica castellana, desde la entonación cuasi épica de las octavas a Chapultepec y de la oda Al sabino de Popotla , hasta el hondo sentimiento elegíaco, que palpita en Liendo o el valle paterno , más inspirada y no menos elegante composición que la de Gray Al cementerio de mi aldea : desde la apacible serenidad, al modo de Fray Luis de León, de las liras A la Primavera , hasta la acerada y juvenalesca indignación del Adiós a España , modelo de sátira política.

La variedad de asuntos y la flexibilidad de ingenio, son dotes de las más características de Collado. Pero el elemento descriptivo predomina en él sobre todo. Pocos, muy pocos vates castellanos han poseído como él el sentimiento de la naturaleza, en todas sus variedades y matices. Así, la contemplación reposada y la íntima fruición en la oda Desde el Retiro , contrastan con la brillante, aunque un tanto didáctica, exposición de las evoluciones geológicas en Ciencia y creencia , donde (si he de decir lo que siento) fuera de desear más claridad y menos dudas.

En el manejo de la lengua y en el arte de la versificación, ya he dicho que el señor Collado es maestro: si de algo se le puede tachar es de exceso de artificio y de buscar dificultades por el placer de superarlas. Numerosas, rotundas y llenas son sus estancias: felices sus inversiones y latinismos: variadas y nunca [p. 213] vulgares sus rimas y aplicados con horaciana novedad sus epítetos. Véase una ligera muestra de la manera cómo versifica y describe:

                               En las regiones donde eterno estío
                         el vigor de su aliento desparrama.
                         y apenas el ajófar del rocío
                         consiente el alba en la menuda grama,
                         con ardoroso arrullo
                         las auras lisonjeras
                         halagan el orgullo
                         de plátanos y cocos y palmeras:
                         allí por entre ovales
                         hojas, blanco algodón rompe el capullo
                          en copos desiguales:
                         encorvados nopales
                         los insectos preciosos atesoran,
                         que de Tiro la púrpura mejoran;
                         del café más allá verdes arbustos
                         las habas insomníferas despliegan,
                         de copudos naranjos a la sombra
                         que en azahar y aroma el campo anegan;
                         y más lejos, más lejos los manglares
                         do alimañas innúmeras se esconden,
                         con solemne murmurio corresponden
                          al compasado estruendo de los mares.

                                                    (Oda a México.)

Y así está escrita toda esta inmensa silva, sin que se detenga un punto el raudal descriptivo, que ora resbala entre flores, ora ruge con la voz de las tempestades y de los volcanes. El poeta lo recorre todo, desde el inquieto hervor sañudo

                         del eléctrico incendio, que aún trabaja
                         las vísceras gigantes de la tierra,

hasta el diamante de los lagos, engarzado en cerco de verdura ,

                         donde Natura reservarse quiso
                         tálamo a sus deleites prodigioso,
                         cuyo cielo arrancó del Paraíso.

                                              (Desde el Retiro.)

Mientras viva la lengua castellana han de vivir tales composiciones, y cuando apagados los entusiasmos y odios [p. 214] contemporáneos, se juzguen las cosas por su valor absoluto y no por el aplauso y boga de un día, aprenderán de memoria nuestros nietos en las antologías y ramilletes poéticos, la pintura del camino de Puebla a Méjico.

                   Atrás fueron quedando
                  de Tepeyác el risco milagroso,
                  tanto al devoto pecho venerando:
                  las que erigió el Tolteca
                  pirámides egipcias, tumba o ara:
                  el hondo valle do el mayor caudillo
                  la rota de fatal noche repara
                  con victoria y laurel de eterno brillo:
                  Tlaxcala, que entre cerros el encono
                  y el probado ardimiento disimula:
                  al pie de informe, verdinegro cono,
                  la sagrada Cholula:
                  granjas, aldeas, lomas y planicies,
                  en agave inebriante y miés opimas,
                   y en sucesión de extensos panoramas,
                  campos que el Cáncer agostara en llamas,
                  sin el frescor de las nevadas cimas.

Collado encuentra casi siempre la frase única y feliz, la que no se borra nunca de la memoria: v.g.:

                   En rudos tronos, cual dictando leyes,
                  rígidas momias de los indios reyes.

                                              (A Chapultepec.)

Un Niágara de luz , la toga glacial de los volcanes, la Ilion de los lagos , son frases que bastan para acreditar a un poeta.

Imposible parece que un vate de tan robusta entonación y arranque y de tanto lujo descriptivo, haya conseguido asimilarse el espíritu de Fray Luis de León, hasta el grado de pureza y tersura, que se admira, por ejemplo, en estas gallardas liras:

                   ¡Beato el que se aleja
                  de las flores de abril, que el deleite abre,
                  y cual próbida abeja,
                  con las que el juicio entreabre,
                  panal de ciencia y de virtud se labre!

                   [p. 215] Tú que del alma mía
                  eres íntimo afán, ansia primera,
                  a quien prudente guía
                  materna consejera
                  por los pensiles de la edad ligera,
                  atenta sigue el blando
                  eco y ejemplo de la madre amada,
                  y en virtudes medrando,
                  y en buen saber lograda,
                  házte a la seria edad aparejada.

                                              (La Primavera.)

Los afectos suaves, ya de familia, como en esta oda y en la verdaderamente conmovedora Elegía , de la página 257, ya de patria, como en Liendo o el valle paterno (que es para mí las más simpática de todas las joyas que van en este tomo, y tiene pasajes de una hermosura y sencillez homéricas), ya de religión, como el hermoso himno

                  Rompa mi voz en cántico sonoro...

encuentran en Collado un delicadísimo intérprete. El poeta de sentimiento vale en él tanto como el poeta descriptivo. ¡Feliz quien sabe hermanar los afectos y las imágenes, porque ésta es la poesía! Y feliz yo, que puedo revelar hoy a España un verdadero poeta, y decir con orgullo que es de mi tierra y amigo mío.

Notas

[p. 207]. [1] Nota del Colector .-Prólogo a la 2.ª edición del libro Poesías de don Casimiro del Collado. Madrid, Fortanet, 1880.

Se colecciona por primera vez en Estudios de Crítica Literaria .