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Obras completas de Menéndez... > HISTORIA DE LA POESÍA... > I. Historia de la Poesía... > IV : SANTO DOMINGO

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La isla Española, la Primada de las Indias, la predilecta de Colón, aquella a quien el cielo pareció conceder en dote la belleza juntamente con la desventura, no puede ocupar sino muy pocas páginas en la historia literaria del Nuevo Mundo. Y, sin embargo, la cultura intelectual tiene allí orígenes remotos, inmediatos al hecho de la Conquista; puesto que Alcaide de la fortaleza de Santo Domingo fué el capitán Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, cuya vida, de monstruosa actividad física e intelectual, da la medida de lo que podían y alcanzaban aquellos sublimes aventureros españoles, colocados entre el límite de la Edad Media y los umbrales de la historia moderna. Antiguo servidor del príncipe D. Juan (primogénito de los Reyes Católicos), del rey de Nápoles D. Fadrique y del Duque de Calabria, fué testigo presencial de la toma de Granada, de la expulsión de los judíos, de la entrada triunfal de Colón en Barcelona, de la herida del Rey Católico, de las guerras de Italia, de las victorias del Gran Capitán, de la cautividad de Francisco I; y todo lo registró y puso por escrito. No siendo bastante para su curiosidad aventurera el espectáculo maravilloso de la Europa del Renacimiento, volvió los ojos al Nuevo Mundo recién descubierto; atravesó doce veces el Océano; conquistó, gobernó, litigó, pobló, administró justicia; disputó con Fr. Bartolomé de las Casas; intervino en explotaciones metalúrgicas; tuvo bajo su mando y custodia fortalezas y gente de armas; sentóse como Regidor en los más antiguos cabildos de América; [p. 288] arrostró valerosamente las iras de los gobernantes despóticos y de los magistrados concusionarios, no menos que el puñal de los asesinos pagados; fué Veedor de las fundiciones de oro en el Darien; procurador de los intereses de aquella provincia contra el matador de Vasco Núñez de Balboa; Gobernador de Cartagena de Indias, Alcaide del castillo de La Española; y con todo eso, encontró tiempo en los setenta y nueve años de su vida para escribir un libro de caballerías, otro de mística, otro de malos versos comentados en prosa y más de veinte volúmenes de historia, todos en folio, por supuesto y casi todos de cosas vistas por él, o que sabía por relación de los que en ellas intervinieron. Como escribía sin escrúpulos de estilo, y tampoco le embargaba mucho el aparato de la erudición clásica, puesto que si hemos de creer a su implacable detractor, Fr. Bartolomé de las Casas, «apenas sabía qué cosa era latín, aunque pone algunas autoridades en aquella lengua, que preguntaba y rogaba se las declarasen a algunos clérigos que pasaban de camino por aquella ciudad de Santo Domingo para otras partes» , podía multiplicar sin esfuerzo el número prodigioso de diálogos de sus Batallas y Quincuagenas , o de libros de su Historia general y natural de las Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano , sin poner en ellos más aliño ni orden que los que gastaba en su conversación familiar. ¡Pero qué inagotable tesoro el de sus recuerdos! ¡Cuánto había vivido, y qué ojos tan abiertos para verlo y escudriñarlo todo, y qué memoria tan monstruosa y tenaz para recordarlo! No hay entre los primitivos libros sobre América ninguno tan interesante como el suyo. Por lo mismo que Oviedo dista tanto de ser un historiador clásico, ni siquiera un verdadero escritor; por lo mismo que acumula todo género de detalles sin elección ni discernimiento, con afán muchas veces nimio y pueril, resulta inapreciable colector de memorias, que otro varón de más letras y más severo gusto hubiera dejado perderse, no sin grave detrimento de la futura ciencia histórica, que de todo saca partido, y muchas veces encuentra en lo pequeño la revelación de lo grande. [1] En la parte de Historia natural, [p. 289] que es muy considerable en su compilación, fué ventaja para Oviedo el ser extraño a la Física oficial de su tiempo, tan apartada todavía de la realidad, tan formalista y escolástica, o tan supersticiosamente apegada al texto de los antiguos, aun en muchos de los que más se preciaban de innovadores. Poco importaba que tuviese que leer a Plinio en toscano, por no poder leerle en su nativa lengua, si entregado a los solos recursos de su observación espontánea y precientífica, lograba, como logró aunque fuese de un modo enteramente empírico, describir el primero la fauna y la flora de regiones nunca imaginadas por Plinio, y fundar, como fundó, la Historia natural de América, con descripciones que no son las de un naturalista, pero que los naturalistas reconocen como muy exactas.

No fué Oviedo poeta, pero sí abundante y desdichado versificador. El indigesto fárrago que lleva por título Las Quincuagenas de los generosos e illustres e no menos famosos reyes, príncipes, duques, marqueses y condes e cavalleros e personas notables de España (obra que por ningún concepto ha de confundirse con el inestimable tesoro de las Batallas y Quincuagenas del mismo autor), está dividido en tres partes o volúmenes en folio, que el autor acabó de escribir de su mano en la fortaleza de la Isla Española, el domingo 1.º de Pascua de Pentecostés, 25 de mayo de 1556; y fué, sin duda, la primera obra de ingenio compuesta en la isla. Cada parte o quincuagena comprende cincuenta estanzas , y cada estanza cincuenta versos, acompañados de difusos comentarios en prosa.

Los versos que, fuera de la medida, apenas merecen tal nombre, son todos de arte menor y contienen sentencias y avisos morales a modo de proverbios, como fueron luego los de Alonso de Batres y Cristóbal Pérez de Herrera, y antes y con más poesía los del rabí D. Sem Tob y el Marqués de Santillana. Véase una muestra de esta poesía gnómica del buen castellano de Santo Domingo. [1]

                                [p. 290] No procures la possada
                               De la huéspeda risueña,
                               Ni te fíes de la dueña
                               Que vieres arrebolada.
                               . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
                               Ni quieras tener contienda
                               Ni letigio con mujeres,
                               Ni les hagas desplaceres
                                A los que son religiosos.
                               Con los que son mentirosos
                               No quieras conversación,
                               Ni tengas altercación
                               Con el que vieres porfiado:
                               El que está escarmentado
                               Guárdesse de tropezar, etc.

Estas coplas sirven de pretexto para una serie de empalagosas disertaciones en prosa, donde en medio de un sinnúmero de lugares comunes y de citas de los clásicos y de los Santos Padres, se encuentran indicaciones de historia y de costumbres, que bastan para justificar la publicación íntegra del mamotreto, aunque no el que se le haya dado preferencia sobre las Batallas del mismo autor sin las cuales es imposible conocer a fondo la España de los Reyes Católicos.

La historia del descubrimiento y conquista de la Isla Española no dió asunto a ningún poema particular, pero el infatigable versificador Juan de Castellanos, la consignó muy a la larga en sus cinco primeras Elegías , relativas a Cristóbal Colón, y a su hijo D. Diego, el segundo Almirante.

La prosperidad y la importancia de Santo Domingo, dentro de nuestro imperio colonial, duró muy poco, comenzando la despoblación de la isla a medida que los límites de este imperio iban dilatándose por el mar de las Antillas y por Costa Firme, y luego por los inmensos territorios de México y del Perú. Cada día más abandonada la Española, que a pesar de la importancia eclesiástica de su Sede metropolitana y del extenso territorio a que se extendía la jurisdicción de su Audiencia, se consideraba meramente como punto de escala para más opulentas regiones, se vió expuesta desde fines del siglo XVI a las depredaciones de los corsarios ingleses, franceses y holandeses, y a las piraterías de los bucaneros , [p. 291] llegando en la siguiente centuria a tal punto de ruina, que en 1737 la población española escasamente llegaba a 6.000 habitantes.

Como restos de su cultura antigua le quedaban, en el convento de Predicadores, una Universidad casi desierta, aunque condecorada con los pomposos nombres de Imperial y Pontificia , cuyo origen se remontaba a los tiempos de Carlos V y del Papa Paulo III (1538), y que sirvió de modelo para la organización de la de la Habana; y un colegio o estudio de jesuítas, bien dotado al parecer, cuyas rentas se aplicaron, después de la expulsión de la Compañía, al Colegio de San Fernando, que duró hasta la cesión de la parte española de la isla a Francia en 1795.

En este largo período de tres siglos, especialmente en el XVI, en que la ruina de la colonia no se había consumado aún, no dejó la isla de ser honrada alguna vez por los favores de las musas, y tuvo desde luego la gloria de que en su suelo floreciese la primera poetisa de que hay noticia en la historia literaria de América. Debemos la noticia de ella y el conocimiento de algunos de sus versos al inestimable manuscrito de la Silva de Poesía, compuesta por Eugenio de Salazar, vecino y natural de Madrid , que se guarda en nuestra Academia de la Historia, y que tuvimos ocasión de mencionar tratando de Méjico. Salazar, que fué nombrado en 19 de julio de 1573 Oidor de Santo Domingo, donde permaneció hasta 1580, en que ascendió a Fiscal de la Audiencia de Guatemala, nos ha dejado en sus versos muchos y agradables recuerdos de su estancia en la isla. En loor de la muy leal, noble y lustrosa gente de la ciudad de Santo Domingo compuso un Canto . Y en un soneto nos dejó memoria del triste caso de un astrólogo dominicano llamado Castaño «que echaba juicios y respondía a muchos sobre sucesos futuros»: «Éste quiso pasar a la isla de Cuba en un navío cargado de mercaderías suyas, y en el viaje encontró un corsario francés que le tomó a él y al navío y a lo que llevaba.» Otras anécdotas de la vida de la colonia dan ocasión a composiciones de Salazar; pero lo que más importa a nuestro objeto es la mención de tres poetas de la isla, de dos de los cuales intercala algunos versos entre los suyos. De Francisco Tostado de la Peña, vecino de la ciudad de Santo Domingo de La Española , trae un soneto tan malo que no vale la pena de ser transcrito, aunque Salazar le llame en la contestación «heroico ingenio del sutil Tostado». A la [p. 292] ilustre poeta y Sra. D.ª Elvira de Mendoza, nacida en la ciudad de Santo Domingo , dirige un soneto encomiástico, pero no nos da ninguna muestra de su numen. En cambio nos hace conocer varias composiciones de la ingeniosa poeta y muy religiosa y observante D.ª Leonor de Ovando, profesa en el Monasterio de Regina de La Española , de quien se declara muy devoto y servidor , y a quien dedica cinco sonetos en fiestas de Navidad, Pascua de Reyes, Pascua de Resurrección, Pascua de Pentecostés y día de San Juan Bautista, contestándole la monja con otros tantos, no menos devotos que corteses, y a veces por los mismos consonates que los del Odior. En nota los insertamos como curiosidad bibliográfica, juntamente con unos versos sueltos de la misma señora, que aun llenos de asonancias, como era general costumbre en el siglo XVI y lo es todavía entre los italianos, no me parecen despreciables, y siquiera por lo raro del metro en la pluma de una monja, deben conservarse. [1]

[p. 293] Otro poeta muy superior a Eugenio de Salazar; uno de los genios más indiscutibles de que la literatura española puede gloriarse, honró con su visita la isla de Santo Domingo, a principios del siglo XVII, aunque tal visita haya sido generalmente ignorada [p. 294] por los historiadores dominicanos, y por sus propios biógrafos. Fué éste nada menos que el gran Tirso de Molina, Fr. Gabriel Téllez, que estuvo allí como visitador de los conventos de su orden, según él propio declara, si bien con palabras de acendrada [p. 295] modestia, en su Historia inédita de la Orden de la Merced (MS. de la Academia de la Historia), libro que contiene, aunque escasos, los más positivos datos acerca de su persona. [1] Hay evidente [p. 296] error en la fecha de su vuelta y de su paso por Sevilla, consignada en un apunte de Fr. Pedro de San Cecilio, natural de Granada, y Comendador de la Merced, en su libro inédito de Patriarcas, Arzobispos y Obispos mercenarios , existente en la Biblioteca de [p. 297] la Universidad Hispalense: [1] «Conocí al Padre Presentado Téllez en Sevilla, cuando vino de la provincia de Santo Domingo , y caminé con él hasta la villa de Fuentes, donde yo era actual Comendador el año de 1625.» La estancia de Tirso en la isla, que duró por lo menos dos años, debe colocarse entre 1615 y 1617, según las investigaciones de la crítica más reciente.

La primera noticia literaria que en las historias de Santo Domingo encontramos, es la de un poeta llamado D. Francisco Morillas, que por los años de 1691 compuso una glosa con motivo [p. 298] del triunfo obtenido en la Sabana Real de la Limonada, el 21 de enero de dicho años, sobre las tropas francesas, merced al valor del capitán Antonio Miniel y de sus lanceros. De esta glosa se recuerdan los dos versos siguientes:

                          Que para sus once mil
                         Sobra nuestros cuatrocientos...

Las vicisitudes políticas y cambios de dominio porque atravesó la isla durante el siglo XVIII, y especialmente en el período de la revolución negra de Haití, dieron lugar a varias improvisaciones de circunstancias, entre ellas la siguiente quintilla del presbítero D. Juan Vázquez, cura de Santiago de los Caballeros:

                          Ayer español nací,
                         A la tarde fuí francés,
                         A la noche etíope fuí,
                         Hoy dicen que soy inglés;
                         No sé que será de mí.

Esta quintilla pareció horriblemente profética, cuando el infeliz sacerdote murió quemado vivo dentro del coro de su iglesia por las bárbaras hordas de negros, que acaudillados por Cristóbal, teniente de Dessalines, pasaron a cuchillo a los habitantes de aquella población.

Ante tales horroes, el sentimiento de raza pareció recrudecerse. El acto odioso e impolítico de la cesión de la parte española de la isla en el tratado de Basilea, había sido llorado con lágrimas de indignación por un coplero anónimo, autor de unos ovillejos, muy malos, pero muy patrióticos, que tituló Lamentos de la isla Española de Santo Domingo . No hay que buscar en ellos poesía, pero sí la expresión de un sentimiento español sincero y leal. [1]

En los últimos tiempos de la colonia abundaba en Santo [p. 299] Domingo, como en Cuba, el género trivial y rastrero de la décima burlesca y de la ensaladilla o pasquín satírico, de que hemos visto algunas muestras, conservadas por tradición de los ancianos, y destituídas de todo valor que no sea el meramente local, y aun [p. 300] éste para los contemporáneos que pudieron penetrar las alusiones. En este género obtuvo mucha popularidad un negro, repentista fácil e ingenioso, llamado el Meso Mónica , no sabemos si por nombre o por apodo.

La única composición de este tiempo en que su autor quiso levantar algo más el tono e inspirarse en más digno argumento, es la Canción , bastante correcta en algunas estancias, pero fría y prosaica en el total, con que D. José Núñez de Cáceres celebró la victoria de Palo Hincado, obtenida contra setecientos veteranos franceses, en 7 de noviembre de 1808, por los dominicanos que, a despecho del tratado de Basilea, permanecían fieles a la bandera española:

                   Si palaciega mano,
                  O de grado o por fuerza en Basilea,
                  Firmó la esclavitud de La Española;
                  Hoy el empeño vano
                  Se deshizo, ganada la pelea
                  De estos guerreros por la fuerza sola;
                  Que el áulico servil todo estipula,
                  Y nunca el patriotismo capitula.
                   [p. 301] Los que pueblos oprimen
                  Perpetúen su fama ensangrentada
                  En columnas y en alto capitolio;
                  Para los que redimen
                  El suelo patrio de opresión forzada,
                  Hay más estable y apreciado solio,
                   Erigido en el pecho y por las manos
                  De sus reconocidos ciudadanos.
                  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Este relámpago de poesía fué tan efímero como la misma victoria que celebraba. Es cierto que no llegó a arraigar la dominación francesa; pero separada Santo Domingo de la metrópoli, en 1821, sin que nadie se enterara de ello en España, donde se daba la isla por totalmente perdida hacía mucho tiempo, cayó bajo la feroz dominación de los negros de Haití, que durante veintidós años la secuestraron de la civilización europea, e intentaron borrar todas las huellas de su pasado, hasta el punto de prohibir el uso oficial de la lengua castellana. Las principales familias de la isla emigraron a Cuba, a Puerto Rico y a Venezuela. Dominicano de origen, aunque nacido en Maracaibo, era el docto y castizo D. Domingo del Monte; de Santo Domingo procedían los hermanos Foxá, aunque nacido uno de ellos en Puerto Rico. [1] Los dominicanos quieren reivindicar alguna parte de la gloria de Heredia por haber sido sus padres de aquella isla, y casi eventual el nacimiento del poeta en Cuba, así como por haber hecho éste sus primeros estudios en la imperial y pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino, a la cual basta el nombre de tal hijo para ser ilustre. [2]

[p. 302] Figura sin razón en las colecciones de poetas cubanos un amigo y ferviente panegirista de Heredia, D. Francisco Muñoz del Monte, nacido en Santiago de los Caballeros, y no en Santiago de Cuba, como han dicho algunos de sus biógrafos. Él mismo declara su patria en estos versos de su composición Mi cumpleaños, escrito en 1837:

                  . . . . . . . . . . . También entonces
                  Fatal discordia en mi país ardía,
                  Y la sangre francesa y la española
                  Empapaban los campos encontrados
                  De la aurífera Haití, do el africano
                  De tez tostada, libertad gritando,
                  La libertad buscaba envuelto en sangre.
                  Luego a forzada emigración la suerte
                  Mi vida encadenó. No más un lustro
                  Pasado por mí había,
                  Y ya era fuerza abandonar la patria
                  Y la ribera en que el sonoro Yaque
                  Revuelve el otro de su azul arena;
                  Y eterno adiós diciendo al suelo haitiano.
                   Librado a la discordia, al fuego, al hierro,
                  Del patrio hogar partir, y en el cubano
                  Nueva suerte buscar en el destierro.

Fué, no obstante, y él se proclama, hijo adoptivo de la grande Antilla, y ciudadano español por consiguiente; en virtud de lo cual fué electo diputado a Cortes en 1836, aunque ni él ni los demás Diputados de Ultramar llegaron a tomar asiento en aquel Congreso por un torpe y funesto error del antiguo partido progresista. Desde 1848 Muñoz del Monte, tenido por sospechoso en Cuba, tuvo que fijar su residencia en Madrid, donde permaneció entregado a tareas literarias, hasta su muerte, acaecida en 1868. Fué mejor jurista que poeta, y dejó fama de notable abogado; pero aquí sólo podemos juzgarle por sus versos, compuestos la mayor parte desde 1837 a 1847, y reunidos por un hijo suyo en colección póstuma, que vió la luz en Madrid en 1880, llevando por apéndice dos discursos de materia literaria, pronunciados por Muñoz del Monte en el Liceo de la Habana. [1] Su primera [p. 303] educación había sido clásica, y a ella debió el buen sabor de sus versos y de su prosa, que recuerda algo la de su primo D. Domingo del Monte, a quien es muy inferior, no obstante en erudición literaria y en manejo de nuestros clásicos. Como poeta, en cambio, tiene más inspiración y más nervio que D. Domingo, y aunque propende a la libertad romántica, y cambia con frecuencia de metros en una misma composición, y se deja arrastrar por la corriente de la amplificación desordenada, permanece clásico por la corrección y pulcritud, ya que no por la sobriedad del estilo; y hasta por cierto aparato retórico en que traslucen los hábitos de colegio y de foro, juntamente con los de atildado y ceremonioso hombre de mudo, como él era, al decir de los que le conocieron. Deben citarse con particular elogio las tres composiciones tituladas A la Condesa de Cuba en la muerte de su padre, El Verano en la Habana y A la muerte de Heredia , incluída esta última en la primitiva América Poética , con grande elogio de su colector D. Juan M. Gutiérrez.

En tanto que Muñoz del Monte y otros dominicanos honraban el nombre de su patria en regiones que políticamente eran ya extranjeras, en la isla amenazaba extinguirse toda cultura bajo el peso de la salvaje dominación galo-etiópica. Pero es tal la fuerza de resistencia que posee nuestra raza, que aun en las condiciones más ominosas da muestras de su ingénita nobleza, y tarde o temparno vuelve a afirmar su nativa independencia y su propio y peculiar carácter. Tras veintidós años de tiranía los haitanos fueron arrojados del territorio, y D. Juan Pablo Duarte fundó, en 1844, la República Dominicana. Duarte (que había recibido su educación en España) antes de ser el salvador y reconquistador de su pueblo, fué maestro de sus conciudadanos. Cuando no había escuelas ni bibliotecas, ni medio alguno de cultura, él hacía venir anualmente de Barcelona colecciones de libros que repartía entre sus amigos, y dedicándose privada y gratuitamente a la [p. 304] enseñanza de las matemáticas, al mismo tiempo que a la de la esgrima y tiro, educada en silencio una generación que había de reconquistar virilmente en los campos de batalla la independencia de su patria.

Duarte hizo versos algunas vez, aunque no presumía de poeta; [1] pero el más fecundo y afamado versificador de este tiempo fué un maestro de escuela, D. Manuel María Valencia, [2] que, andando el tiempo, llegó a ser director del Liceo Nacional de Santo Domingo, Ministro de Justicia e Instrucción Pública, y clérigo en sus últimos años, después que enviudó. Dotado de fácil y prosaica vena, grande improvisador de décimas chistosas e inocentes por el gusto del siglo XVIII, cambió de rumbo más adelante haciéndose poeta sentimental, romántico y quejumbroso. Los infortunios de que se quejaba eran reales, pero ni la naturaleza ni el arte le ayudaban para su expresión, y resultó palabrero y adocenado, como se echa de ver en sus composiciones, Una noche en el templo, En la muerte de mi padre, La víspera del suicidio , escritas además con notable incorrección gramatical y aun métrica.

El ciego improvisador D. Manuel Fernández; un joven capitán venezolano, al servicio de la república, D. Juan José Illas, autor de una menos que mediana elegía sobre el terremoto de 1842; un francés, profesor de idiomas, Chevremont Darvigny, que hacía con facilidad versos románticos en su nativa lengua y compuso un poemita (Grégorienne) a la muerte del obispo Grégoire, y finalmente, D. Manuel del Monte, que versificó alternativamente en francés y castellano, son los únicos ingenios que en todo el período de la dominación haitiana ha podido descubrir el celo de la Comisión literaria de Santo Domingo, que con tan copioso caudal de noticias ha facilitado nuestra tarea.

Los diez y siete primeros años de la República, desde 1844 a 1861, fueron de laborioso y durísimo aprendizaje, y poco o nada favorables al desarrollo de la amena literatura. Existía una sola imprenta de carácter oficial, de la cual salín periódicos políticos y otros semiliterarios, como El Dominicano (que fué el más [p. 305] antiguo de todos). El Oasis, Las Flores del Osama, El Progreso, El eco del Pueblo. Más adelante apareció en Santiago de los Caballeros el Correo de Cibao . En la capital se estableció un teatro, y se fundaron algunas sociedades de aficionados, como la nombrada de Los Amantes de las Letras .

Aquella generación produjo bastantes poetas. De ellos vive aún el abogado D. Félix María del Monte, que con el seudónimo de Delio o con su propio nombre, ha publicado muchas composiciones líricas, varios dramas y una zarzuela, Ozama . [1] Entre los muertos hay que citar al fabulista D. Felipe Dávila y Fernández de Castro; a D. Javier Angulo Guridi, periodista que vivió muchos años en Cuba, y afiliado en la secta masónica, cantó al Grande Arquitecto del Universo ; a D.ª Encarnación Echevarría del Monte, que alguna vez en la poesía doméstica encontró rasgos ingenuos y fáciles, y a D. Nicolás Ureña y D. Félix Mota, que valen algo más. El magistrado Ureña, conocido por el seudónimo de Nísidas , tuvo el mérito de introducir el color local en la poesía dominicana, cantando las costumbres de los guajiros en romances y décimas a imitación de lo que habían hecho D. Domingo del Monte, Vélez Herrera, Teurbe y Tolón, y otros escritores de costumbres del campo de Cuba; pero la ejecución de tal propósito resulta muy débil y por todo extremo inferior a la de los poetas cubanos. Hizo también pastorelas , que son graciosas imitaciones de la poesía anacreóntica del siglo pasado, y una oda A la paz del campo , en liras; débil y remota reminiscencia de Fr. Luis de León. D. Félix Mota, que combatió con las armas la anexión a España, y fué fusilado con otros veinte compañeros en 4 de julio de 1861, era también poeta de tendencias clásicas. Su oda La Virgen de Ozama está en sáficos y adónicos bastante correctos y de efecto agradable. También termina con sáficos no mal hechos su poesía La Vida. En cambio, otras composiciones suyas, como El Blasfemo , pertenecen a la última y depravada manera de Milanés.

La influencia de los poetas cubanos ha predominado siempre en Santo Domingo, como era forzoso que sucediese, dada la vecindad y la superior cultura. Así es que la poesía dominicana reproduce, aunque en pequeño, los cambios del gusto en la grande [p. 306] Antilla española, y sólo en nuestros días comienza a adquirir cierta autonomía. Lo que pasma es que haya podido desarrollarse, aunque sea en reducida escala, en el estado de continua perturbación en que ha vivido aquel desdichado país hasta estos últimos años. A una serie de revoluciones y tiranías militares sucedió la anexión a España, tan desatentada e impolítica de nuestra parte como lo había sido en la centuria pasada el abandono de la isla, que no acertamos ni a conservar ni a perder a tiempo; a la anexión una guerra impopular y estéril, que unida a la del Pacífico, estuvo a punto de hacernos perder en la América española el prestigio y la confianza que nos había dado el grande acto de la retirada de Prim en Veracurz. Y tras este paréntesis de cinco años y de inmensos desaciertos, que fueron triste preludio de la insurrección de Cuba: nuevo abandono del país por los españoles y restablecimiento de la República Dominicana para ser de nuevo consumida y destrozada por las facciones.

Y, sin embargo, la musa castellana ha dejado de levantar su voz sobre este hórrido tumulto, y cada vez han sido más poderosos sus acentos. Para encontrar verdadera poesía en Santo Domingo hay que llegar a D. José Joaquín Pérez, el autor de El junco verde , de El voto de Anacaona y de la abundantísima y florida Quisqueyana; en quien verdaderamente empiezan las fantasías indígenas , interpoladas con los Ecos del destierro y con las efusiones de La vuelta al hogar; y a la egregia poetisa D.ª Salomé Ureña de Enríquez (Herminia) , que sostiene con firmeza en sus brazos femeniles la lira de Quintana y de Gallego, arrancando de ella robustos sones en loor de la patria y de la civilización, que no excluyen más suaves tonos para cantar deliciosamente la llegada del invierno o vaticinar sobre la cuna de su hijo primogénito. [1]

Pero ambos poetas viven por fortuna de las letras, [2] y el plan de esta colección nos obliga con harto sentimiento, no sólo a [p. 307] prescindir de sus versos, sino a limitarnos a esta rápida mención de sus nombres; y ni aun ésta hubiéramos hecho a no ser tan desconocida en Europa la literatura dominicana. [1]

De los que han fallecido, todavía reclaman alguna mención D. Manuel Rodríguez Obijío (1838-1871), ardiente poeta político, que pasó emigrado la tercera parte de su vida y murió fusilado; D. José Francisco Pichardo (1837-1873), que vivió doliente y pobre en Venezuela, y manifestó en sus versos con sinceridad, aunque no con mucho estro poético, su deplorable estado de salud; D. Juan Isidro Ortea (por seudónimo Dioris ), fácil y gracioso versificador cuya poesía Sueños , tiene cierta languidez criolla y suave mecimiento como de hamaca; D. Pablo Pumarol, malogrado poeta festivo.

Al movimiento literario de estos últimos años, que fué mayor después de la revolución de 25 de noviembre de 1873, han constribuído varias sociedades artísticas y literarias , tales como La Republicana, heredera de la de Los Amantes de la Luz , en Santiago de los Caballeros, y otras de menos nombre en Puerto Plata y otras poblaciones. A todas ellas aventajó la de Amigos del País , que desde 1877 estableció conferencias literarias, costeó varias publicaciones importantes, como la de las Poesías de la señora Ureña, y la de la Historia de Santo Domingo , de D. Antonio del Monte y Tejada, y tuvo por órgano periodístico El Estudio . Fundáronse también varios establecimientos de educación, entre ellos, la Escuela Normal y el Instituto Profesional de la República. [2] [p. 308] Se abrió a la común lectura una Biblioteca, a la cual sirvieron de base los selctos libros legados en su testamento por el académico Baralt, que había sido Cónsul de Santo Domingo en Madrid. Y finalmente, en 1874 apareció la primera colección de poetas nacionales, bajo el rótulo de Lira de Quisqueya. [1] Hasta entonces rarísimo era el poeta dominicano que hubiese hecho colección de sus versos. La mayor parte de sus producciones yacían dispersas en los periódicos antes citados, y en otros, tales como El Sol, El Laborante, El Universal, El Nacional, La Opinión y El Centinela .

Con todos estos estímulos la literatura empieza a cobrar bríos en Santo Domingo, y no sólo existen, entre los poetas jóvenes, aventajados representantes de las principales tendencias líricas que tienen secuaces en España y en la América española, singularmente el realismo y el humorismo de los Pequeños poemas de Campoamor, sino que pueden citarse ensayos dramáticos y algún poema histórico de asunto indígena.

Nadie puede exigir modelos de gusto a una literatura naciente, y formada en condiciones tan adversas. Lo que de todo eso haya de quedar, sólo la posteridad puede decirlo. Pero lo que segura y positivamente quedará es el memorable ejemplo de un puñado de gentes de sangre española, que olvidamos, o poco menos, por la metrópoli desde el siglo XVII, como no haya sido para reivindicaciones tardías e inoportunas, coexistiendo y luchando, primero, con elementos exóticos de lengua, después con elementos refractarios a toda raza y civilización europea: empobrecidos y desolados por terremotos, incendios, devastaciones y matanzas; entregados a la rapacidad de piratas, de filibusteros y de negros [p. 309] vendidos y traspasados por la diplomacia como un hato de bestias; vejados por un caudillaje insoportable y víctimas de anarquía perenne, han resistido a todas pruebas, han seguido hablando en castellano, han llegado a constituir un pueblo; han encontrado, en medio de las durísimas condiciones de su vida algún resquicio para el ideal, y tarde o temprano han tenido poetas. Lo pasado es prenda de lo futuro, aunque hoy se ciernan negras nubes sobre Santo Domingo, y el porvenir de nuestra raza parezca más incierto allí que en ninguna otra parte de la América española. [1]

                                [p. 310] APÉNDICE

No quiero defraudar a los amantes de curiosidades literarias de las recónditas noticias que sobre algunos versificadores o copleros de la época colonial, en la isla de Santo Domingo, me comunicó en 1895 mi difunto amigo y sabio compañero D. Marcos Jiménez de la Espada, en carta suyos principales párrafos voy a transcribir literalmente:

«LICENCIADO JUAN MÉNDEZ NIETO.

»No he podido averiguar en qué lugar de España nació; aunque, por lo que odiaba a los portugueses, sospecho que era de Extramadura.

»En 1.º de septiembre de 1607 confesaba que tenía setenta y seis años de edad.

»Fué médico titular de Arévalo; curó de unas rebeldes cuartanas al Príncipe de Évoli; y por no atraverse a curar -dice él- al príncipe D. Carlos, huyó de la corte, residente entonces en Toledo, llevando licencia para pasar a Indias.

»Detúvose algún tiempo en Sevilla, ejerciendo su profesión con gran fortuna y provecho, y allí se hubiera establecido; pero casó, o él dejó que le casaran, con D.ª Marta Ponce, criada y deuda de los Duques de Arcos, y como el matrimonio fuera muy a disgusto de los parientes de D.ª Marta, por temor a sus amenazas, y aun [p. 311] a cosa mayor, se determinó a usar de su licencia, escapando, como pudo, a Indias.

»Hacia los fines del año de 1599 aportó a Santo Domingo de la Española, en cuya capital permaneció unos ocho años; y después de breves residencias accidentales en Nombre de Dios y Río de la Hacha, y de un viaje, por causa de negocios particulares, a Santan Fe de Bogotá, se fijó definitivamente en Cartagena de Indias hasta su muerte, acaecida poco después del año 1616, en que ya no podía firmar, «por estar impedido de la vista corporal».

»Dejó concluídas y preparadas para imprimirse, en Sevilla, dos obras, tituladas, la una, De la facultad de los alimentos y medicamentos indianos, con un tratado de las enfermedades patricias del reino de Tierra firme , y la otra, Discursos medicinales . La primera no la conozco, e ignoro si se sabe de ella. La segunda se conserva íntegra y toda de puño de su autor, quien la dedica, en 1.º de julio de 1611, al licenciado Alonso Maldonado, oidor en el Consejo de las Indias (tengo copia de ella sacada por mí mismo, que ocupa más de 1.060 cuartillas).

»El licenciado Méndez, activo, de carácter franco, ingenioso y de clara inteligencia, no perdió su tiempo en Salamanca, de cuya Universidad y costumbres estudiantiles hace una pintura de un dibujo y color que no son de los que generalmente se emplean al recordar las glorias tradicionales de nuestra enseñanza, y sí más bien los propios de la escuela picaresca y maleante. De sus aulas salió excelente latino, con el caudal de erudición entonces necesario para hombrearse con la gente culta, músico entusiasta, gran aficionado a la poesía, y, sobre todo, un perfecto Galeno al uso de su siglo, empírico, sanguinario, polifármaco, pedante y con más humos que una quema de paja.

»Pero todo esto trasciende muy poco a la prosa de sus Discursos , la cual, por lo llana, espontánea y abundante en refranes y dichos, es, casi sin duda, la que se hablaba en aquel tiempo, la vulgar y corriene, y de donde Cervantes hubo de tomar muchos de sus cervantismos . Gracias a ella se leen sin enfado las relaciones técnicas de enfermedades y curas, y con mucho gusto los episodios que en ellas intervienen por razón de las costumbres domésticas o públicas de aquí y de allá, y del genio o poisición social del enfermo y de sus parientes y allegados ; y no digamos si [p. 312] le ocurre contar sus aventuras de viaje u otras de más cuenta, porque entonces, salvo mejor opinión (y desquitando la influencia del carácter de Méndez en el relato), en la mía se acerca al donoso realismo de los Mendozas [1] y Alemanes. Como creo también, haciendo igual salvedad, que descargados de la máquina de dietas, recetas y formularios, y de las citas que a menudo interrumpen el texto, quedarían los Discursos medicinales reducidos a un libro de amena lectura y de interés histórico.

»En ellos se encuentran esparcidas varias muestras de las poéticas aficiones del autor, tan breves algunas, que no alcanzan a dar idea del mérito de quien las compuso; por ejemplo, estos cuatro versos libres, traducción de un dístico de Ovidio:

                   «No es fácil detenerse al muy hambriento
                  »Si se ve la mesa puesta y bien colmada;
                  »Y el agua que corriendo se despeña
                  »Da gana de beber al que la mira.»

»Y la octava con que termina el siguiente pasaje del discurso 21 del libro III:

»Y como cayese enfermo de la rodilla izquierda, que tenía »flaca y lastimada de la herida que en ella había recibido de los »franceses en Santa Marta, a cuya causa se me apostemó del »trabajo de las muchas visitas, de suerte que me tuvo tres años »en la cama, tan encogida la pierna y tan cojo, que tenía perdida »ya la esperanza de poder ya visitar ni servirme de ella; y con »este sentimiento y desgracia tan perjudicial para mí y toda la »república, que lo sentía mucho, hice unas octavas con que »llorando al son de la harpa, desfogaba mi congoja, que comenzaban, si bien me acuerdo, de esta manera:

                   «¡Ay, Fortuna cruel; ay, ansias mías!
                  »¡Ay, desdichado triste; ay, mal tan fuerte!
                  »¡Ay, que el amor trocó mis alegrías,
                  »Mi vida y libertad en pena y muerte!
                  »¡Ay, triste, que en el medio de mis días
                  »¡El mundo me ha dejado de tal suerte,
                  »Que no podrán hacer ya mis pisadas
                  »Que pasen de la puerta mis jornadas!»

[p. 313] »Si no conociéramos del licenciado Méndez más que esta octava, realmente era cosa de acompañarle en su llanto. Pero en sus Discursos hay algo mejor-no mucho-, y donde con más fundamento se puede juzgar del premio que merecen sus galanteos a las Musas.

»Hable el interesado, y perdone usted lo largo de las citas.

»Refiriendo la cura desgraciada que hizo en Santo Domingo a Luis de Angulo, Alguacil mayor de aquella ciudad, retrata al sujeto con estas palabras: «Era de verdad de veintisiete hasta treinta »años, tan fascinero y malvado, cuanto era su cuñado, Diego de »Guzmán, nobole y virtuoso... Era su mujer deste Angulo una »señora que, aunque se dejaba ver en la tierra, tenía su habitación» en el cielo; tanta era su virtud y cristiandad, y como tal no pudo »estar en un sujeto con su marido, como no pueden estar los demás »contrarios, y como más voraz y activo la consumió y mató el »marido con muchos malos tratamientos, especialmente con una «hartazga de coces que le dió, por pequeña ocasión, estando preñada, »de que malparió y se murió, ganando dichosamente el cielo »hermoso por la vil tierra que dejó, y por el temporal y mal marido »el eterno y supremo esposo.»

»No huelga el retrato, por lo que verá usted más adelante.

»Suprimo una porción de peripecias que interrumpieron y alargaron la cura de nuestro Galeno, motivadas del carácter adusto, veleidoso y desleal del enfermo; y voy a que, sintiéndose morir con un violento cólico, volvió a llamar por terceros al licenciado Méndez, a quien había groseramente despedido, el cual, cediendo a los ruegos del suegro de Angulo y a las tendencias de una talenguilla preñada de cuatro marcos de perlas de cadenilla, consistió en encargarse otra vez del paciente; y «preguntándoles-»prosigue-(después de embolsarse la talega) por la causa del accidente, »me dió por razón lo mucho que había cenado y el haber estado »desnudo escribiendo tantas horas (hasta más de media noche). »A lo que respondí, entendiendo que escribía para España:-Las »urcas no se irán, por mucha priesa que se den en estos diez días, »y no tenía por qué tomar ese trabajo a deshoras, que fué la »principal causa deste accidente; porque, aunque hubiera cenado, »como dice, si durmiera y lo cociera el estómago, no hubiera nada [p. 314] »desto.-Que no escribía para España, me respondió, que aun »eso fué lo peor.-No lo hubo bien dicho cuando entendí lo que »era, y que estaba haciendo coplas, porque él me había mostrado »unas octavas que hacía de todas las damas de aquella ciudad, »con cierta fición poética, imitando a Montemayor, [1] para que le »alabase y le tuviese por grande poeta; y disimulando con ello »comencé de hacerle remedios, etc., etc.»

»Aquí tiene usted la razón de por qué me detuve en el retrato de este poeta (?), descubierto por nuestro licenciado.

»El cual continúa diciendo que el más eficaz de dichos remedios fué una infusión de hojas de tabaco que le hizo descargar vientre y estómago por ambas vías, y le dejó sumido en un profundo sueño. »Pues como yo lo viese que dormía-continúa Méndez-»descansadamente y sin dolor, dije al paje que escondise la vela y lo dejase »dormir. Yo me fuí a mi casa, y al tiempo que bajaba por la sala »adonde tenía el escritorio, vide estar el cuaderno de las coplas en »él abierto, y cogiéndolo sin que el paje lo viese, me lo llevé; y »como estaba ya desvelado y sin gana de dormir, púseme a leer »por él hasta el día; y entre otros disparates escribía una visión »de ninfas, riberas de la Isabela, que es el río que por allí pasa, »adonde ensartaba cuantas damas en aquella ciudad había, cada »una en su octava, como hizo Montemayor, y a algunas, que quería »más favorecer, les echaba dos, como hizo a D.ª Ana de Guzmán »y a la otra D.ª Ana de Carvajal; pero cuando llegó a su daifa, »que fué la postrera de todas, colocóla y púsola en un carro de »marfil con muchas columnas dóricas, frescos, epitafios y »letreros, y que, como a Diana sus doncellas, la venían a ella »acompañando y sirviendo todas las otras, que la más ruin dellas era »harto mejor que ella por su extremado valor y hermosura; y que »cuatro dellas, las más ilustres, le servían de pedestales a las »columnas y la traían cargada; con otros cien mil desvaríos que, cuando »los acabé de leer, quedé asombrado y tan desvanecido como él, »o poco menos, pues que cogí una pluma y luego allí, donde había »acabado, comencé yo y escribí, en el breve tiempo que hasta el »día quedaba, lo que sigue:

             «Perdónete Dios, hombre,
            »Que ansí acabaste verde entre pastoras;
                 [p. 315] »Que no hay quien no se asombre
                  »En ver que ansí a deshoras
                  »Gastas tu vida y alma entre señoras;
                   »Gastando largamente
                  »La hacienda y el dinero mal ganado,
                  »Es justo que se cuente
                  »Que a otros fué robado,
                  »Para comprar su suerte y triste hado.
                   »Y aquella verdadera
                  »Ninfa, por quien tan poco tú pensabas,
                  »Qué cierto de Dios era
                  »Traslado, ¿qué esperabas
                  »Cuando tan malamente la tratabas?
                    »¿Pensabas que no hay muerte
                  »Ni Dios para los malos obstinados?
                  »Pues cierto lo hay tan fuerte,
                  »Que serán condenados
                  »Según sus grandes culpas y pecados.
                   »No pienses que Cupido
                  »Alivia a los malvados un momento,
                  »Ni el ser favorecido
                  »Te sacará del cuento
                  »De los precipitados al tormento;
                   »Mas piensa en la partida,
                  »Pues anda tan cercano ya a la muerte.
                  »No esperes tener vida,
                  »Pues vives de tal suerte
                  »Que todos van huyendo por no verte.
                    »El pueblo se ha quejado
                  »De ti a Sumo Juez Omnipotente,
                  »Mandamiento está dado
                  »Que dejes ya la gente
                  »Y partas de este mundo incontinente.
                   »Y lleves por delante
                  »Las deas, las pastoras soberanas,
                  »El vivir de Levante,
                  »Los hurtos y las ganas
                  »Y las otavas ritmas de las Anas ;
                   »También aquella dea
                  »De quien en tu escritura tanto tocas;
                  »También las de Guinea,
                  »Pues que no son tan pocas
                   »Que puedan referirlas muchas bocas;
                   »Y aquel gran adulterio
                  »Que hiciste contra Apolo y su cliento
                  »Y lo del comentario
             [p. 316] »Y más, que, según siento,
            »No se puede decir ni tiene cuento.
             »Por tanto, yo no quiero
            »Arar con buey cansado en el arena,
            »Mas antes te requiero
            »Te acuerdes de la pena,
            «Pues no te hizo el amor tu alma tan buena.»

»Para comprender la intención y sentido de estas coplas, entre fúnebres y burlescas, hay que advertir que Méndez había pronosticado que Angulo, a quien curaba en septiembre, moriría en el próximo octubre, como así sucedió. Y este octubre es ciertamente el de 1560.

»Hallándose ya en Cartagena indiana, y recordando cómo y por qué dejó la Teología por las Leyes, escribía a fines del año de 1606 (libro I, disc. 3.º):

«Viéndome, pues, forzado de la bendición de mi padre y muy »opulento y lleno de libros, que es cosa que a los estudiantes da »mucha honra y vanagloria, comienzo a armar mi libería y »hinchí las cuatro paredes de un grande aposento de textos »abiertos y de dotores modernos y antigos cerrados, de suerte, que no »se alegaba autor, aun en las leciones de oposición, que yo no »tuviese, y pásome luego al otro día a oir mis leyes con mucho »sentimiento de mis compañeros y discípulos y del Retor, que era »mucho mi señor, que le enseñaba yo a tocar harpa y me hacía »mucha merced; y fray Domingo (de Soto) me reprendió por qué »lo había dejado, y me dijo que gustaba mucho de tenerme por »discípulo; y yo que lo sentí más que todos ellos y lo siento hoy »en día y lo lloro con cuerpo y alma. En testimonio de lo cual »escribiré aquí unas otavas que no ha muchos días que hice, con »las cuales algunas veces, cantándolas al cuarto del alba después »de bien cansado de estudiar, me enternezco, como es razón, »porque las canta comigo una negra criolla mía que ha tenido la »mejor voz que ha habido en las Indias, adonde por maravilla »hay una razonable, y con esto es diestra en el canto de órgano, »y la sonada que en la harpa se le da muy aparejada para todo »ello; y son las otavas estas que se siguen:

     »Males que de mi mal tarde os cansastes,
     »Bienes que tan temprano os despedistes,
      [p. 317] »Días que oscuras noches os tornastes,
     »Noches ¿gastadas en memorias tristes,
     »El bien que en tiernos años me mostrastes,
     »¿Por qué tan largo tiempo lo escondistes?
     »No es vuestra, no, la culpa, yo la tengo,
     »Y de sola esperanza me sostengo.
      »Mostrásteme del cielo la carrera,
     »Tan llena de contento y alegría,
     »Tomé el arado en mano, y como quiera,
     »Un surco o dos eché el primero día;
     »Volví a mirar atrás, que no debiera,
     »Perdí todo el contento que tenía;
     »Y así cuitado, pobre y desvalido,
     »A dura senectud soy conducido.
      »Engolfado en el mundo y sus miserias
     »Sin jamás tomar puerto ni sosiego,
     »Con mil trabajos, muertes y lacerías,
     »Como hombre, al fin, sin luz y que anda ciego,
     »Trabucando de una en muchas ferias,
     »Do se compra muy caro eterno fuego,
     »Anduve todo el tiempo de mi vida
     »Sin orden, sin concierto y sin medida.
      »Mil veces intenté salir a nado
     »Arrimado a una tabla o dos siquiera,
     »Tantas fuí rebatido y revocado
     »Por sus ministros en esta manera:
     »Teníanme tan fuerte engarrafados
     »Con siete garfios, que hacia la ribera
     »No fué posible, no, tener salida
     »En todo este discurso de mi vida.
      »Agora ya, Señor, pues me ha dejado
     »El mundo por inútil y abatido,
     »A ti, Padre Eternal, seré tornado
     »Como el pródigo hijo y aflijido,
     »Confuso de aquel tiempo mal gastado,
     »Hambriento, andrajoso y aburrido,
     »Desechado del mundo y de las gentes,
     »De extraños y de amigos y parientes.
      »Socórreme, Señor Omnipotente,
     »No mires mis enredos y marañas,
     »Para que dende hoy más de gente en gente
     »Sean más manifiestas mis hazañas;
     »No niegues a este triste penitente
     »Esas piadosísimas entrañas;
     »Pues nunca del rendido te vengaste,
     »Mi pena, mi dolor, mi llanto baste.»

[p. 318] »Esta canción llorosa y aquella de que nos dió solamente la primera octava, son dignas de respeto como desahogos particulares y domésticos de íntimos dolores, nada más, y como tales las presento a la consideración de usted.-La sátira (?) contra Angulo ni siquiera tiene la disculpa de las lamentables octavas. Pero a pesar de esas tachas, ¿no merecen alguna memoria los antojos poéticos del sensible e irritable Galeno? Usted lo verá con más claros ojos que los míos; y verá usted también si su censura de los versos de una persona a quien no quería bien y tenía por un malvado, como era el Angulo, basta para borrar a éste de la lista de los copleros dominicanos.

»Mucho peor voluntad tenía Méndez Nieto a un Juan Fernández, Provisor del obispado de Cartagena, a quien llama, porque así le apodaban todos, el Pastor Simón, a causa de sus simonías, a cuya causa hicieron contra él y corría por el vulgo una sátira anónima titulada La Simoniada . Danos noticia y muestra de ella con motivo de la solemne entrada del Provisor en la capital de su diócesis, que refiere en estos términos:

«... Estuvo un día todo desde las ocho horas en la estancia de »Lorenzo Martín, que está un cuarto de legua de ella (Cartagena), »esperando a que el acompañamiento que sus parientes por su »mandato le tenían muñido, lo fuese a recibir; y viniendo con poco »menos de cien hombres a caballo y otras tantos peones, llegó en »el caballo de camino hasta la puente, y allí le tenían el hábito y »vestido sacerdotal, con un sombrero llano, como de cardenal, con »cuatro borlas de seda de una libra cada una que se puso encima »del bonete; y le tenían la haca blanca de Arjona, su pariente, »alheñada cola y crines y con una gualdrapa muy guarnecida y »costosa; y desta manera entró y anduvo por donde anda la de Corpus »Christi, primero que entrase en su casa. Lo que habiendo visto y »notado el poeta satírico, que no era migaja necio, le dijo, después »de haberlo relatado como ello pasó, en verso limpio y elegante, »esta otava que se sigue:

                   »Quería yo saber, Simón malvado,
                  »Cuándo pensaste tú tener tal vida,
                  »¿Fué, por ventura, cuando atormentado
                  »Estabas del Infierno sin medida?
                  »¿O cuando en el mesón fuiste criado,
                   [p. 319] »Que allá en Almodóvar nos convida,
                  »Y entonces por soñarte mesonero
                  »Erraste el golpe y diste en caballero?

»Méndez dice que el Provisor era hijo del dueño del mejor mesón de Almodóvar, donde posó yendo de Guadalupe a Sevilla después de su escapatoria de Toledo.»

«LÁZARO BEJARANO.

»Natural de Sevilla, en cuya ciudad compuso algunas poesías, acerca de las cuales nada sé, salvo que debió escribirlas para las justas literarias celebradas en aquella ciudad en honor de San Juan Bautista, San Pablo y Santa Catalina en dos años de 1531 y 1533: [1]

»Juan de Castellanos nos da noticias de este poeta y señor de las Islas de los Gigantes , por otro nombre Curaçao, Aruba y Buinare, en la Introducción a la segunda parte de sus Elegías (oct. 53 a 71), y dice de él en las 65 a 66:

                   »Su musa digna fué de gran renombre,
                  »Lo cual no digo por le ser amigo,
                  »Sino porque sus gracias y sus sales
                  »No sé yo si podrán hallar iguales.
                   »Haciendo yo por estas islas vía,
                  »Sería por el año de cuarenta,
                  »Allí lo vi con su doña María
                  »De tantas soledades descontenta.»

»Por lo cual y por la pérdida de un hijo no tardaron en regresar a la Española, de donde habían pasado a las islas de su señorío.

»Advertiré que Castellanos equivoca el nombre de la señora, que no era el de María, sino el de Beatriz, como parece por el documento que sigue y que por más de un concepto interesa a la [p. 320] biografía de Bejarano. Es una provisión de la Audiencia de la Española de 4 de julio de 1541, que D. Juan B. Muñoz extractó para su colección (tomo LXXXII, folio 216) en esta forma:

«Refiere que D. Diego de Colón dió en encomienda a Juan de »Ampies (era factor de Santo Domingo) y sus hijos y sucesores las »islas de Curaçao e Buynare e Aruba, para que tuviesen cargo »dellas y se sirviesen de sus indios como naborias con jurisdicción »civil y criminal, lo cual fué confirmado por los del Consejo, »tomando cierto asiento con dicho Ampies en tiempo del licenciado »Rodrigo de Figueroa (hacia 1520), do se le añadió facultad de »contratar con el cacique de Coro. Agora Lázaro Bejarano, marido »de D.ª Beatriz de Ampies, hija de aquel factor, ha expuesto en »la Audiencia que él, como conjunta persona de ella en goce de »dicha merced, ha nombrado, como Justicia mayor, por tenientes »suyos a Manuel Méndez, en Curaçao, y en Aruba a Francisco »de Rutia, y pide se confirmen, etc.»

»Gonzalo Fernández de Oviedo, Hist. G. y H. de las I. (lib. VI, capítulo XIX), lo cita como «hombre de honra e digno de crédito», para atestiguar un curioso fenómeno de espejismo que se observa en la península de Paraguana, frontera a las islas de los Gigantes.

»Y por último, el oidor Alonso de Zurita, en la Realción de las cosas de la Nueva España , inédita, le dedica un artículo todo sustancia, en el Catálogo de los autores que han escrito historias de Indias o tratado algo dellas, adjunto de dicha relación, y publicado por el Sr. García Icazbalceta en el tomo III de su Nueva Colección de documentos para la historia de México (Introducción), 1891, por copia de mi mano que tuve el honor de enviarle. Por dicho artículo sabemos que escribió un Diálogo apologético contra Ginés de Sepúlveda , lleno de noticias curiosas sobre las gentes de la isla de Cubagua hasta la punta de Coquibacoa (en las que estaban comprendidas las de su feudo), y escritas por muy elegante estilo; y añade que era hombre de muy buen juicio, muy honrado y de mucha virtud y verdad, etc. Zurita lo conoció y trató siendo oidor en la Española; y por lo que yo sé de este magistrado, era de tanta honradez y verdad como Bejarano.

»Vea usted ahora cómo nos lo presenta Méndez Nieto con ocasión de su llegada a Santo Domingo (1559), en el libro II, disc. 2.º [p. 321] »Presidían en aquella Audiencia entonces el Ldo. Angulo y »la Sra. D.ª Brígida, su mujer, que eran oidores más antiguos por »ausencia del Ldo. Maldonado, que había ido por Presidente a »Guatemala, y eran oidores el Dr. Cáceres y el Ldo. Chagoya »(Echagoya), vizcaíno. Había cuatro médicos, todos ellos al tono »de los demás que suelen pasar a Indias, que son los desdechados, »que no pudieron sustentarse en España, porque no les darán »una mula que curen, se viene acá todos, como a tierra de ciegos, »adonde el tuerto es el rey, o regidor por lo menos.

»Eran estos cuatro pilares en quien estribaba la salud de aquella »ciudad, el Dr. Bravo, estudiante de Sevilla y graduado en ella; »el Ldo. Cabrera, el Ldo. Pineda, tuerto, cojo y mal agestado, y »el Licenciado Ulloa, portugués, que iba para la India y arribó allí »en la nao San Pedro , que tenía de locura todo lo que le faltaba de »ciencia, como bien se lo dijo el famoso Bejarano, por su delgado »ingenio y buena poesía, en esta copla que se sigue, para cuya »inteligencia es de saber que había en aquel tiempo un cura en la »iglesia mayor que también se llamaba Bejarano, hombre de tan »poca ciencia y letras, que aun el Catecismo no había venido a »su noticia; y queriéndolos desengañar a entrambos, les dijo desta »manera:

                          Muy mal cura el portugués,
                         »Bejarano muy mal cura,
                         »El uno por la locura,
                         »Y el otro que necio es.
                         »Si la necedad es cura,
                         »¿Qué no será la locura»

»Era este Bejarano, señor de Curaçao y el más raro ingenio que »pasó a las Indias; no le hizo ventaja Marcial, cordobés, en »epigramas graciosos y de grandes sentencias, como se verá por este »otro que referiré suyo, que autor y dichos tan maravillosos lugar »tienen en nuestra escritura:

«Habitaban en Santo Domingo dos hombres tan eminentes y »experimentados en distinguir y conocer lo bueno de lo malo, que »podían ser mojones del rey de copas. Era el uno el Secretario de »aquella Audiencia, Niculás López, y el otro Juan de Triana, »vecinos entrambos honrados y bien conocidos. Eran grandes amigos y »visitábanse el uno al otro muy de mañana, al salir del sol; y lo [p. 322] »primero con que se saludaban era con un copón de vidrio hecho a »posta en el horno que allí hay dél, que tenía medio azumbre de »porte. Y sucedió que viniendo aquella hora el Bejarano por la »plaza grande en frente de las casas del Secretario, vídolos que »estaban a la ventana convidándose con el tazón sobre un bocado de »salchicha con que se habían desayunado; y viendo el emblema tan »bien pintado, parecióle que era justo ponerle la letra al pie, y »luego allí en el escritorio del mismo Secretario la hizo de repente »y se la envió, que dice desta manera:

                          «A Niculás escribano
                         »Vi a las seis de la mañana
                         »Con un tazón en la mano
                         »Esgrimiendo con Triana,
                         »Y dice desta manera:
                         »¡A fuera, Triana, a fuera!
                         »Que si sois buen bebedor,
                         »Mi padre fué labrador
                         » Et ego sum vitis vera. »

»Nunca supo este hombre decir mentira ni callar verdad »aunque fuese a su costa, como lo fué muchas veces; y ansí, como vido »que aquella Audiencia andaba en aquel tiempo mal reformada, y »que no guardaban justicia sino al que les guardaba la cara, porque »el Angulo y el Cáceres estaban hechos de concierto y llevaban al »Chagoya, que era solo, por donde querían, no pudiendo sufrir »tanta desorden e insolencia determinó dicírselo por inigma, como »a buenos entendedores, y fué desta manera:

»Cortó de una hoja de un libro viejo las letras muy al justo, y »dividiéndolas por sus repartimientos, como hacen en la imprenta, »las fué después pegando sobre otro papel con alquitira, y »escribiendo con ellas lo que sigue:

                          »Bien se puede llamar juego
                         »Do el as vale más que el rey.
                         »Prohibido está por ley
                         »Que no sea guía el ciego,
                         »Ni aren con asna y buey.
                         »Entre el lobo y cancerbero
                         »Arrastrando va el cordero.
                         »¡Miserable habitación
                         »Do puede más un ratón
                         »Que el león bravo cebero!»

[p. 323] »Hecha, pues, la copla del molde con la industria que dicho »tengo, porque no fuese pusible conocer la letra, la metió en una »palma, a manera de requesón, y la dió a un negro bozal que la »llevase en la mano como requesón que se vende, y que pasase »por las Casas Reales al tiempo que estaban a la ventana la »señora Presidenta con otras damas que estaban con ella en visita; »y como lo viesen, luego se aficionaron al requesón y enviaron por »él a gran priesa, y quitándoselo al negro, se fué, que no pareció »más; y como lo desatasen y viesen el porque, que iba de buena »letra, lo dieron al Sánchez de Angulo, su marido, para que se lo »declarase; el cual, llamando luego a los oidores, se lo mostró, y »se proveyó que se hiciese terrible y rigurosa pesquisa sobre ello; »y ansí prendieron todos los poetas, y al Bejarano entre ellos; »y como la letra fuese tan desconocida, nunca se pudo hallar »rastro, que a poderlo hallar no le fuera bien contado; porque notaba »al Angulo de hombre ciego que no veía lo que pasaba en su casa »y vendía la justicia, que es el Rey, por lo que se deja asir con la »mano; y que él y la señora araban juntos, que es, que »sentenciaban en favor del que mejor se lo pagaba, porque el Cáceres no »hacía más de lo que ella le mandaba; y que llevaban arrastrando »al cordero, que era el Chagoya, que era buen juez y recto, y ansí »nunca se hacía justicia; y finalmente, que un ratón, que era la »señora, que no tenía tres palmos de cuerpo, que lo más era corcho, »podía más que el bravo y severo (sic) león que allí en los estrados »estaba pintado en las armas reales, que era decir que podía más »que el Rey; por lo cual tenía por desdichados los que allí »habitaban, como en efecto lo eran; porque el hobmre prudente no tiene »de vivir sino donde se guarde justicia y pase río por medio del pueblo o arroyo.»

»En el disc. 4.º del lib. II, vuelve Méndez Nieto a tratar de Bejarano, al recordar algunos rasgos geniales del Ldo. Alonso Maldonado, Presidente que fué de la Audiencia de la Española el 1552, y después de la de Guatemala, y Adelantado de Campeche, o de Yucatán, por su mujer D.ª Catalina de Montejo, hija del conquistador Francisco y de D.ª Beatriz de Herrera; el cual pasaba por Santo Domingo a su casa de Nueva España, creo que por los años de 1562 o 64, aunque no confio en este cálculo, y no tengo ahora a mano documentos para fijar con seguridad el de la pasada, [p. 324] «Algunas cosas notables -escribe Méndez- se cuentan y »tienen en memoria deste Adelantado en aquella isla de Santo Domingo...

»Es, pues, una dellas, que era este hombre tan grave y »melancólico, que jamás, en cuanto allí presidió, le vido persona alguna »reir, y si lo iban a visitar cien hombres y a quejarse y pedir »justicia otros tantos, a todos les daba el callar por respuesta, y al »mejor tiempo se levantaba y los dejaba, y subiendo en su mula, »se iba a la fuente que dicen del Arzobispo, y esto sin dejarse »acompañar de hombre nacido, si no era de Alonso Hernández »Melgarejo, que mañosamente le había cogido la voluntad y con »ella la nao San Pedro , que le depositó (era de 1.200 toneladas de »porte y su cargamento valía medio millón de pesos); y llevábale »un ciego que tañía sinfonía, que se decía Cieza, y tendiendo allí »una alfombra y dos cojines, se recostaba y detenía al son del »agua y del instrumento hasta la oración, que se volvía por donde »vino. Hizo en aquel tiempo el famoso Bejarano cierta sátira, »que llamó Purgatorio del amor , en la cual, por lindo estilo »poético, ensartó los principales personajes de aquella ciudad, »trayéndoles a la memoria sus faltas y públicos defectos, para que se »enmendasen, y entre ellos a este Presidente, que a la sazón allí »era (empezó a serlo a principios de 1552), diciendo de esta manera:

                          «También vide a Maldonado,
                         »Licenciado y Presidente,
                         »A la sombra de una fuente
                         »Descuidado del cuidado
                         »Que el Rey le dió de su gente:
                         »Y al son de una çynfonía,
                         »Que Cieza el ciego tañía,
                         »Cantaban los Melgarejos;
                         »Gritos dan niños y viejos,
                         »Y de él nadie se dolía.»

Notas

[p. 288]. [1] Véase el tratado de D. José Amador de los Ríos sobre la Vida y escritos de Oviedo , al frente de su Historia de las Indias , publicada por la Real Academia de la Historia en 1851 (cuatro volúmenes).

[p. 289]. [1] Las Quincuagenas de la nobleza de España por el capitán Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, alcayde de las fortaleza de Santo Domingo; publicadas por la Real Academia de la Historia, bajo la dirección del académico de número D. Vicente de la Fuente, tomo I, Madrid, M. Tello , 1880.

Véase sobre esta publicación, que no ha continuado, un artículo de Morel-Fatio en la Revue Historique , tomo XXI, págs. 179-190.

[p. 292]. [1] Doña Leonor de Ovando, profesa en el Monasterio de Regina de La Española:

                               SONETOS
   EN RESPUESTA A UNO DE EUGENIO DE SALAZAR

                   El niño Dios, la Virgen y parida,
                  El parto virginal, el Padre eterno,
                  El portalico pobre, y el invierno
                  Con que tiembla el auctor de nuestra vida,
                   Sienta (señor) vuestra alma y advertida
                  Del fin de aqueste don y bien superno,
                  Absorta esté en aquel, cuyo gobierno
                  La tenga con su gracia guarnecida.
                   Las Pascuas os dé Dios, qual me las distes
                  Con los divinos versos de essa mano;
                  Los quales me pusieron tal consuelo,
                   Que son alegres ya mis ojos tristes,
                  Y meditando bien tan soberano,
                  El alma se levanta para el cielo.

   DE LA MISMA SEÑORA AL MISMO EN LA PASCUA DE REYES

                   Buena Pascua de Reyes y buen día
                  (Ilustre señor mío) tengáis éste,
                 Adonde la clemencia sacra os preste
                  Salud, vida, contento y alegría.
                   Del Niño y de los Magos y María
                  Tan bien sepáis sentir, que sólo os cueste
                  Querer que sea el espíritu celeste,
                  Y assi gocéis de la alta melodía.
                   Albricias de la buena nueva os pido,
                  Aguinaldo llamado comúnmente,
                  Que es hoy Dios conoscido y adorado
                   De la gentilidad. Pues le ha offrescido
                  En parias a los Reyes del Oriente:
                  Y su poder ante él está postrado.

   DE LA MISMA SEÑORA AL MISMO EN RESPUESTA DE UNO SUYO

                  El buen pastor Domingo, pregonero
                  De nuestro bien y gloria rescibido,
                  Aquesta vuestra sierva le ha tenido
                  En más que a muy ilustre cavallero:
                   Sé que le hizo Dios para tercero
                  Del abreviado plazo y bien cumplido,
                  Que el cuerpo y alma estuvo dividido,
                  Del manso y divinissimo cordero.
                   El salto y zapateta fué bien dado.
                  Pues con la mesma espada de Golías,
                  Nuestro David le corta la cabeza:
                   Domingo desto está regocijado,
                  Y haze deste bien las alegrías,
                  Mas yo me llevaré la mejor pieza.

   DE LA MISMA SEÑORA AL MISMO EN RESPUESTA DE OTRO SUYO

                  Pecho que tal concepto ha producido,
                  La lengua que lo ha manifestado,
                  La mano que escribió, me han declarado
                  Que el dedo divinal os ha movido.
                  ¿Cómo pudiera un hombre no encendido
                  En el divino fuego, ni abrasado,
                  Hacer aquel soneto celebrado
                  Digno de ser en almas esculpido?
                  Al tiempo que lo ví, quedé admirada,
                  Pensando si era cosa por ventura
                  En el sacro collegio fabricada:
                  La pura sanctidad allí encerrada,
                  El emphasis, primor de la scriptura,
                  Me hizo pensar cosa no pensada.

   DE LA MISMA SEÑORA AL MISMO EN RESPUESTA
   DE OTRO SUYO SOBRE LA COMPETENCIA ENTRE
   LAS MONJAS BAUTISTAS Y EVANGELISTAS

                  No sigo el estandarte del Baptista;
                  Que del amado tengo el apellido;
                  Llevóme tras su vuelo muy sabido
                  El águila caudal Evangelista.
                  Mírelo ya con muy despierta vista
                  Dende que tuve racional sentido;
                  Y puesto que el propheta es tan subido,
                  Mi alma quiso más al coronista.
                  No quiero yo altercar sobre su estado,
                  Pues sé que fueron ambos claro espejo,
                  Y de la perfección rico dechado:
                  Tomo con humildad vuestro consejo
                  Y quiero destos fuertes capitanes
                  Ser (como me mandáys) de entrambos Joanes.

                   

                                 VERSOS SUELTOS
                 DE LA MISMA SEÑORA LA MISMO

                  Qual suelen las tinieblas desterrarse
                  Al descender de Phebo acá en la tierra,
                  Que vemos aclarar el aire obscuro,
                  Y mediante su luz pueden los ojos
                  Representar al alma algún contento,
                  Con lo que pueda dar deleyte alguno:
                  Assí le acontesció al ánima mía
                  Con la merced de aquel ilustre mano,
                  Que esclareció el caliginoso pecho,
                  Con que puede gozar de bien tan alto,
                  Con que puede leer aquellos versos
                  Dignos de tan capaz entendimiento,
                  Qual el que produció tales conceptos.
                  La obra vuestra fué; mas el moveros
                   A consolar un alma tan penada,
                  De aquella mano vino, que no suele
                  Dar la nïeve, sin segunda lana;
                  Y nunca da trabajo, que no ponga
                  Según la enfermedad la medicina.
                  Assi que equivalente fué el consuelo
                  Al dolor, que mi alma padescía
                  Del ausencia de prendas tan amadas.
                  Seys son las que se van, yo sola quedo;
                  El alma lastimada de partidas,
                  Partida de dolor, porque partida
                  Partió, y cortó el contento de mi vida,
                  Cuando con gran contento la gozaba:
                  Mas aquella divina Providencia,
                  Que sabe lo que al alma le conviene,
                   Me va quitando toda la alegría,
                  Para que sepáys que es tan zeloso,
                  Que no quiere que quiera cosa alguna
                  Aquel divino esposo de mi alma,
                  Sino que sola a él sólo sirva y quiera,
                  Que solo padesció por darme vida;
                  Y sé que por mí sola padesciera
                  Y a mí sola me hubiera redimido,
                  Si sola en este mundo me criara.
                  La esposa dice: sola yo a mi amado,
                  Mi amado a mí. Que no quiero más gente.
                  Y llorar por hermanos quien es monja,
                  Sabiendo que de sola se apellida:
                  No quiero yo llorar, más suplicaros
                  Por sola me veáys, si soys servido;
                   Que me edificaréys con escucharos.

[p. 295]. [1] «La Real Audiencia (que reside en la isla que llaman la Española y cuidad de Santo Domingo) escribió al Supremo Consejo de las Indias proveyese de Religiosos nuestros, ejemplares y doctos, para reformar los Monasterios que en aquella Provincia necesitaban de letras y observancia. Lo cierto que la pobreza summa de aquellas partes descaminaba a los nuestros para que, sin licencia de sus Prelados, se pasasen los que eran importantes a otras más acomodadas, y que quedando solos los inútiles, padecía la Religión algún descrédito. Los extremos siempre desbaratan las leyes y virtudes: el de la mucha abundancia descamina a no pocos del Perú... y el de la falta de lo precioso para la vida desbarató agora en esta isla lo político y lo religioso, no sólo de los nuestros, pero aun los de las otras Órdenes...

»Era tan poca la suficiencia de los que vivían en el Monasterio nuestro, cabeza de la Provincia y frecuentado de la ciudad Metrópoli, que no podía fiárseles si no era a cual o cual el ministerio de la Penitencia, y la devoción con que se veneraba nuestra Iglesia, no sólo en la ciudad y isla, pero en todas las comarcas y aquella inmensidad de mares, por la milagrosa imagen de Nuestra Redentora, que con título de las Mercedes pocos son tan infelices que no las hayan recibido de su mano, que lastimados de esta falta escribieron la Chancillería y los dos Cabildos de la Catedral y Ayuntamiento al Real Consejo (como he dicho) para que se remediase.

»Dióse este aviso de parte de los Oidores supremos a nuestro General Ribera, y él puso los ojos en el padre Lector (después fué Presentado) fray Juan Gomez que actualmente leía en nuestro Colegio de Alcalá de Henares, para estas ocurrencias....

»En efecto el referido y otros cinco, a quien se les debe la restauración total de aquellos Monasterios, pasaron a la dicha isla, a costa de la Real Hacienda, y fueron recibidos así de la Chancillería como de todo lo colegiado de aquella ciudad noble con el aplauso y gozo imaginable, viendo ya en parte cumplidos sus deseos.

»Eran los que llevaba el dicho fray Juan Gomez los padres fr. Diego de Soria, fray Hernando de Canales, fr. Juan Lopez, Fray Juan Gutierrez y Fr. Gabriel Tellez que escribe esta segunda parte y el que menos hizo y valió menos, porque los cuatro compañeros suyos y el Prelado, desde que pusieron los pies en el Convento dicho, de tal suerte restauraron pérdidas y enmendaron descuidos, que predicando, leyendo, amonestando infatigablemente, se transformó por ellos no sólo aquella casa, pero las demás de su obediencia en comunidad de ejemplarísimos varones, en escuela de Religiosos sabios, en comercio de espirituales intereses y en un retrato del Paraíso. Asentáronse estudios que hoy día lucen con lucimiento estraño de sus naturales, sin necesitar ya de Lectores extrangeros, porque aquel clima influye ingenios capacísimos puesto que perezosos. Y en fin los que antes los habían lástima, después la convirtieron en envidia, de manera que no fueron las persecuciones pocas (siendo yo testigo) que se padecieron por algunos de la más aplaudida religión, (a)

(a) Acaso alude a los Dominicos, y lo que luego apunta sobre la devoción a la Inmaculada parece que lo confirma.

 que no quisieran fueran nuestras mejoras tantas. Especialmente se introdujo en aquella ciudad y isla la devoción de la limpieza preservada de la Concepción Purísima de nuestra Madre y Reina, cosa casi incógnita en los habitadores de aquel pedazo de mundo descubierto.»

(Historia general de la Merced , tomo 2.º, fol. 240, vto, y ss.). Publicó este pasaje in integrum D. Emilio Cotarelo en el Discurso preliminar de su edición de las Comedias de Tirso de Molina (en la Nueva Biblioteca de AA. Españoles, págs. XVIII y XIX).

Tirso estaba ya en la isla Española en 8 de septiembre de 1615, puesto que en su libro Deleitar aprovechando (Madrid, 1635, fols. 183 y 187 vuelto), da razón de una justa literaria que en aquella fecha se celebró en honra de la venerada imagen del convento de la Merced, «autorizando la solemnidad con el crédito de los ingenios de aquel nuevo orbe». El mismo Téllez concurrió a este certamen con varias poesías que copia en su referido libro, y son dos canciones, tres glosas, dos romances a lo rústico , y una canción real en cinco estancias de a quince versos, que se llevó el premio por todos los votos.

A principios del año 1617 continuaba todavía en la isla, puesto que da detalles minuciosos del horrible terremoto que «dió en tierra con lo más fuerte y vistoso de sus fábricas, durando esta desdicha más de cuarenta días con mortales temblores de la tierra a tres y cuatro veces en cada uno». Fr. Juan Gómez, y los compañeros que llevó consigo , asistiero al solemne voto que el Cabildo, Justicia y Regidores, y la Real Audiencia de Sto. Domingo hicieron a la Virgen de la Merced, reconociéndola por única patrona de la isla (Historia general de la Merced , fol. 461, vuelto, y 55).

En junio de 1618 asistió el P. Téllez, con título de Definidor general de la provincia de Sto. Domingo , al capítulo de Guadalajara en que se hizo la elección de nuevo General.

Todos estos datos han sido publicados y concordados por el referido Sr. Cotarelo.

[p. 297]. [1] Comunicó esta noticia D. Juan Colón y Colón a D. Juan Eugenio Hartzenbusch, que la publicó en el tomo II de su Teatro escogido de Fr. Gabriel Téllez . Madrid, Yenes, 1839, pág. 2.

[p. 298]. [1] Véanse, como curiosidad, algunas estrofas de esta ridícula, pero al mismo tiempo simpática composición:

                          ¿Cuándo pensé ver mi grey
                               Sin rey?
                         ¿Cuándo mi leal y fiel porte
                               Sin norte?
                         ¿Y cuándo ¡oh pena feroz!
                               Sin Dios?
                         Lloro yo mi suerte atroz ,
                       Pues que veo en un instante
                         A la que era tan amante
                         Sin rey, sin norte y sin Dios .

                          Nunca consentí en mis ejes
                               Herejes;
                         Siempre perseguí con bríos
                               Judios;
                         Fuerte vencí muchas veces
                                Franceses ;
                         Bebo del cáliz las heces
                         De la más amarga hiel,
                         Pues me van a hacer infiel,
                         Herejes, judíos, franceses .
                          . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
                          La primera en Indias que
                               Fe
                         Tuve; y con igual privanza
                               Esperanza
                         En mi Dios, y en realidad
                               Caridad;
                         Y ahora, Igualdad, Libertad,
                         Y Fraternidad profana,
                         Me dan por la soberana
                          Fe, Esperanza y Caridad.
                         . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
                          Sabe bien mi desconsuelo
                               El cielo;
                         Mis lágrimas van a inundar
                               El mar;
                         Mis crueles penas encierra
                               La tierra;
                         En tan despiadada guerra,
                         Sólo por consejo sigo
                          La obediencia, y me es testigo
                         El cielo, el mar y la tierra.

                          Yo vencí más de una vez
                               
Al inglés ;
                         Llevó de mis manos tanda
                              Holanda;
                         Nunca rindió mi constancia
                               Francia.
                         Si ahora me doy, en mi rancia
                         Obediencia al soberano,
                         Sépalo así el africano.
                         El Inglés, Holanda y Francia.
                          . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
                         Nadie podrá murmurarlos,
                               Carlos,
                         Mis suspiros, que constante
                               Amante
                         Te soy, con gigante amor,
                               Señor;
                         Y ahora con mortal dolor,
                         Que me cedes al francés ,
                         Te digo: ¡adiós! de una vez ,
                          Carlos, mi amante y señor.

(Inserta por apéndice al fin de la erudita Reseña Histórico-Crítica de la poesía en Santo Domingo, readactada por la Comisión de literatos de aquella Isla, a que en nota posterior hacemos referencia.)

[p. 301]. [1] Fué éste D. Narciso Foxá, de quien hablaremos después. Su hermano D. Francisco Javier Foxá, dominicano de nacimiento, fué de los primeros que hicieron ensayos dramáticos en Cuba, dando a las tablas una comedia Ellos son , y dos dramas, El Templario y D. Pedro de Castilla , representados con éxito ruidoso, pero efímero, en 1838 y 1840.

[p. 301]. [2] El estado de la colonia era tal que no existió imprenta hasta 1821. El único impreso que de aquel año cita Medina en sus Notas bibliográficas referentes a las primeras producciones de la Imprenta en algunas ciudades de la América Española (Santiago de Chile, 1904), es la Declaratoria de independencia del Pueblo Dominicano , folleto de siete páginas, estampado en la «Imprenta de la Presidencia del Estado independiente de la parte española de Haytí», a cargo de José M.ª González (Archivo de Indias).

[p. 302]. [1] Poesías de D. Francisco Muñoz del Monte, Madrid, imp. y fund. de M. Tello, 1880.

Nació Muñoz en 1800, y murió en 1868, como queda dicho. En 1821 había redactado en Santiago de Cuba La Minerva , periódico de legislación política y literatura, de los mejores de entonces. En Madrid colaboró en la Revista Española de Ambos Mundos y en La América . Su discruso sobre la elecuencia del foro, su ditirambo «Dios es lo Bello Absoluto» , su artículo sobre El Orgullo Literario y otros rasgos de su pluma muestran la elevación de sus ideas críticas.

[p. 304]. [1] Unas redondillas suyas se insertan en la Reseña Histórico-Crítica , ya citada.

[p. 304]. [2] Nació en 1818; murió en 1870.

[p. 305]. [1] Falleció después de la publicación de esta obra.

[p. 306]. [1] Poesías de Salomé Ureña de Enríquez, coleccionadas por la Sociedad literaria Amigos del País y publicada por la misma con la cooperación de varios municipios, sociedades e individuos particulares. Santo Domingo imp. de García Hermanos, 1880.

[p. 306]. [2] Fallecieron después de 1895.

[p. 307]. [1] Un joven dominicano, de sólida instrucción y buen gusto, don Pedro Enríquez Ureña, dedica en su reciente libro Horas de Estudio (París, Ollendorf, 1910) algunas páginas muy dignas de leerse a la vida intelectual de Santo Domingo , y al estudio de las poesías de D. José Joaquín Pérez y de D. Gastón F. Deligne, el más notable de los ingenios de la actual generación. Allí se encontrarán muchas noticias, que aquí no pueden consignarse por los límites cronológicos que hemos asignado a nuestra obra.

[p. 307]. [2] En la transformación de la enseñanza en Santo Domingo influyó principalmente el notable pensador evolucionista D. Eugenio María Hostos, natural de Puerto Rico, que durante su larga residencia en la antigua Isla Española, primero de 1880 a 1888 y después en 1899, escribió algunas de sus principales obras, como la Sociología, la Moral Social , el Derecho Constitucional .

[p. 308]. [1] No hemos llegado a ver esta colección, formada por D. José Castellanos, pero suponemos que serviría de base, en la parte relativa a Santo Domingo, a la América poética , de D. Domingo Cortés (París, 1875), donde figuran los siguientes poetas dominicanos:

Manuel María Valencia, Javier Angulo Guridi, Félix María del Monte, Nicolás Ureña, Félix Mota, José María González, Josefa A. Perdomo, Manuel de Jesús de Peña y Reinoso, José Francisco Pichardo, Manuel Rodríguez Objío, José Francisco Pellerano, José Joaquín Pérez, Miguel Román y Rodríguez, Manuel de Jesús Rodríguez, Federico Enríquez y Carvajal, Juan Isidro Ortea, Salomé Ureña de Enríquez, Francisco Javier Machado, Apolinar Tejera.

[p. 309]. [1] Este capítulo, tan incompleto y breve como es, no hubiera podido escribirse en Europa sin el eficacísimo auxilio de la Comisión nombrada por la República Dominicana, y compuesta de los señores D. Francisco Gregorio Billini, D.ª Salomé Ureña de Enríquez, D. Federico Enríquez Carvajal, D. Pantaleón Castillo y D. César N. Penson. Además de una discreta y erudita Resea Histórico-Crítica de la Poesía en Santo Domingo , ha remitido esta Comisión en esmeradas copias una abundante y selecta colección de poesías dominicanas, y aunque por vivir la mayor parte de sus autores no han podido figurar en la nuestra, nos parece útil dar el índice completo de estos poetas, para utilidad y guía de futuros investigadores de la historia literaria de Quisqueya:

Doña Salomé Ureña de Enríquez.-Encarnación Echavarría de Delmonte.-Josefa Antonio Perdono.-Altagracia y Luisa Sánchez.-Elena Virginia Ortea.-D. Francisco Muñoz del Monte-Felipe Dàvila Fernández de Castro.-Manuel María de Valencia.-Javier Angulo Guridi.-Félix María del Monte.-Félix Mota.-Nicolás Ureña.-Manuel de Jesús Heredia.-José Francisco Pichardo.-Manuel Rodríguez Objío.-Manuel de Jesús de Peña y Reinoso.-Francisco Gregorio Billini.-José Joaquín Pérez.-Manuel de Jesús Rodríguez.-Federico Enríquez y Carvajal.-Juan Isidro Ortea.-Francisco Javier Machado.-Apolinar Tejera.-Miguel Alfredo Lavastida.-Nicolás Heredia.-Federico García y Godoy.-José Dubeau.-César Nicolás Penson.-Pablo Pumarol.-Emilio Prudhomme.-Enrique Enríquez.-Gastón Fernando Deligne.-Juan Elías Moscoso.-Arturo B. Pellerano.-José Otero Nolasco.

Añádense también algunas copias, décimas y otras muestras de poesía popular, o más bien vulgar.

[p. 312]. [1] Seguía el Sr. Jiménez de la Espada la atribución tradicional, pero no probable, de Lazarillo de Tormes a D. Diego de Mendoza.

[p. 314]. [1] Alude el Canto de orfeo , inserto en la Diana Enamorada .

[p. 319]. [1] En el Cancionero general de Sevilla, 1535, se insertaron dos de estas composiciones de Lázaro Bejarano (ambas en quintillas dobles), la una en loor del Apóstol San Pablo, y la otra de la Magdalena. Véanse los números 71 y 96 del apéndice del Cancionero en la moderna edición de la Sociedad de Bibliófilos .