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Obras completas de Menéndez... > ORÍGENES DE LA NOVELA > IV : PRIMERAS IMITACIONES... > XI.—PRIMERAS IMITACIONES DE LA «CELESTINA».—«ÉGLOGA», DE DON PEDRO MANUEL DE URREA.—SU «PENITENCIA DE AMOR».—FARSA DE ORTIZ DE STÚÑIGA.—ROMANCE ANÓNIMO.—RODRIGO DE REINOSA Y OTROS AUTORES DE PLIEGOS SUELTOS.—«CELESTINA» VERSIFICADA, DE JUAN SEDEÑO.—COMEDI

Datos del fragmento

Texto

El más antiguo de los imitadores de La Celestina fué el prócer aragonés don Pedro Manuel de Urrea, hijo segundo de los condes de Aranda y autor de un notabilísimo Cancionero impreso en [p. 4] Logroño en 1513, [1] que sale mucho de la monotonía de los libros de su clase, y anuncia, a lo menos en esperanza, un poeta sincero y humano. Ya en otra ocasión [2] hemos procurado trazar los rasgos característicos de su simpática fisonomía, que dan tanto precio a algunos de sus villancicos y a sus composiciones de índole personal y doméstica. Aquí sólo nos incumbe tratar de las dos obras (desconocida una de ellas hasta nuestros días) en que ensayo la imitación de la famosa Tragicomedia, catorce o quince años después de publicada.

La primera de estas imitaciones se halla al fin de su Cancionero con el encabezamiento siguiente:

Egloga de la Tragicomedia de Calisto y Melibea, de prosa trobada en metro, por don Pedro de Urrea, dirigida a la condesa de Aranda, su madre.

Es muy probable que este fragmento se representase en alguna fiesta de familia; a lo menos el autor le tenía por representable, según las prevenciones que hace en el Argumento:

«Esta egloga ha de ser hecha en dos vezes: primeramente entra Melibea, y luego despues Calisto, y pasan ally las raçones que aquí parescen, y al cabo despide Melibea a Calisto con enojo y salese el primero; y despues luego se va Melibea, y torna presto Calisto muy desesperado a buscar a Sempronio, su criado, y  los dos quedan hablando, hasta que Sempronio va a buscar a Celestina para dar remedio a su amo Calisto. Está trovado esto hasta [p. 5] que queda solo Calisto, y ally acaua; y por no quedar mal vanse cantando el villancico que está al cabo.»

El título de égloga y la forma metrificada han sido sugeridas, a no dudarlo, por el ejemplo de Juan del Enzina. Urrea mismo indica la división en dos escenas cortas que contienen menos de una cuarta parte del texto original del primer acto. [1] No puede creerse de ningún modo que este solo le fuese conocido, ni que trabajase sobre un manuscrito, puesto que en 1513 existían ya siete u ocho ediciones castellanas de la Celestina, unas con el texto en diez y seis actos y otras con el definitivo de veintiuno. Si levantó Urrea la mano del trabajo, bien excusado, de versificarla, sería por cansancio o por haber encontrado más dificultades que al principio, o sencillamente, porque creyó que bastaba con aquella pequeñísima parte para construir una sencilla fábula o más bien un diálogo semidramático, sin acción, nudo ni desenlace, como los que entonces se estilaban.

Entendemos que a Urrea alude, y no a otro, el P. Baltasar Gracián cuando atribuye toda la Celestina a un encubierto aragonés: desatino de marca, pero que puede tener explicación. Gracián, que era hombre de mucha y varia lectura, pero no erudito de profesión, conocía probablemente el Cancionero de Urrea, y al encontrarse allí con un fragmento de la Celestina en verso, en, que nada se dice del autor primitivo, pudo pensar que el hijo de la condesa de Aranda había versificado su propia prosa. En los versos acrósticos no se fijó, o no les dió valor, y acaso su ejemplar careciese de ellos, como carecen algunas Celestinas tardías. Por lo demás, con decir que Urrea, nacido probablemente en 1486 tendría a los sumo doce o trece años cuando se publicó por primera vez la Celestina, queda demostrada la imposibilidad física de tan extravagante atribución. [2]

Lo que prueba su Égloga, que no creemos muy anterior a la fecha del Cancionero, [3] es la inmensa popularidad de que ya [p. 6] gozaba la obra original de Fernando de Rojas y el carácter dramático que todos la atribuían. Y prueba también la facilidad y soltura de rimador que tenía Urrea, puesto que en sus coplas octosilábicas se ciñe de tal suerte al texto de Rojas, que más bien le calca que le traduce, con cierto desaliño sin duda, pero mostrando verdadero instinto del diálogo escénico. Véase la primera escena de la Égloga, y cotéjese con el texto de la Celestina que va al pie: [1]

                CALISTO
       Veo en esto, Melibea,
       La gran grandeza de Dios.

                MELIBEA
       En qué, Calisto, veys vos
       Cosa que tan alta sea?

                CALISTO
       En dar poder a natura
       Que de perfeta hermosura,
       Acabada, te dotase,
       Y a mí que verte alcançasse
       Sin merecer tal ventura.
            [p. 7] Y en lugar donde me viese
       Gozar de tanto fauor,
       Que mi secreto dolor
       Manifestar te pudiesse.
       Sin duda tal galardon
       Es mayor en deuocion
       Que obras de sacrificio,
       Aunque por tal exercicio
       Espero yo saluacion.
           ¿Quién vió nunca en esta vida
       Un cuerpo glorificado
       Como el myo, que ha mirado
       Vna cosa tan sentida?
       Por cierto, todos los santos,
       Donde gozan de sus cantos
       Mirando a nuestro señor,
       No tienen gloria mayor
       Que yo en ver plazeres tantos.
        Somos en esto apartados:
       Que la gloria que poseen
       Por muy perpetua la veen,
       Sin ser de alli derribados:
       Mas yo me veo alegrar
       Con recelo de dexar
       Tu vista y acatamiento,
       Recelando el gran tormento
       Que en absentia he de pasar.

                MELIBEA
       ¿Por gran premio, por tu fe,
       Tienes aqueste, Calisto?

                CALISTO
       Por tanto, en esto que he visto,
       
Como agora te diré:
       Que si Dios me diesse arriba
       
A esta mi alma catiua
       
La gloria del alto cielo,
       
No tendría más consuelo
       
Que con esto que me aviua.

                 MELIBEA
       
Pues aun más galardón
       
Te daré si perseueras.

                 CALISTO
       
Mis orejas placenteras
       
Bien aventuradas son,
       
Que indignamente an oydo
       
Palabra de gran sonido


                  
MELIBEA
       
Mas serán desventuradas
        
Tus orejas bien aosadas,
       
Despues de averme entendido...
            
Vete ya, torpe, de ahí
       
Cual onbre mucho liuiano,
       
Que en un coraçon humano
       
No cabe servir a my.
       
Que no tomo con paciencia
       
Que, en absencia ni en presencia,
       
Un muy ylícito amor
       
Piense ningun amador
       
Comigo alcanzar de eçencia...

       Agora se va Calisto, y sálese Melibea,
       
y luego vuelve buscando sus criados.

No faltan en esta versión métrica ripios e incorrecciones graves, palabras impropias y algunos barbarismos, o si se quiere formas dialectales, en la conjugación

          Y las caydas que daron
       Los que como tú amaron...
        Pusiéndome inconvenientes.

[p. 8] Urrea era un improvisador y no se paraba en barras, pero el efecto general de sus versos es agradable. [1]

Mucho menos vale su prosa en la única muestra que conocemos de ella, y que también se enlaza con la Celestina por derivación muy inmediata. Esta pieza rarísima, indicada por Brunet, que por cierto equivoca dos veces el apellido de su autor, [2] es la Penitencia de Amor, estampada en Burgos por Fadrique Alemán de Basilea, en 1514. [3] El antiguo impresor de la Comedia de Calisto conservó en el frontispicio de la Penitencia, cambiando los nombres de los personajes, uno de los grabados de la obra que Urrea imitaba, fácil en efecto, de transportar de una composición [p. 9] a otra, puesto que Finoya y Darino, en la novelita del ingenio aragonés, corresponden a Melibea y Calisto, y los criados Renedo y Angis a Sempronio y Pármeno. Faltan Areusa, Elicia, Lucrecia y sobre todo Celestina, es decir, la salsa del pescado de la tragicomedia, que sin intervención de la vieja barbuda será insípida siempre. La parte cómica se reduce a unas octavas de arte menor que el poeta llama «pullas honestas», y son un pugilato de groseras desvergüenzas cambiadas entre dos lacayos. Todo lo restante está en prosa. El fin de la obra quiere ser ejemplar, aunque por distinto rumbo que el de la Celestina, para lo cual se altera el desenlace de la manera que veremos; pero hay, no sólo detalles licenciosos, sino una escena de brutalidad sin ejemplo, esmaltada con sentencias como ésta: «El mayor plazer es pecar mortalmente; los que no gozan desto no tienen descanso.» Ninguna de las blasfemias de Calisto llega a ésta. [1]

¡Extraños tiempos aquellos en que un caballero tan distinguido como Urrea, que en varias poesías de su Cancionero muestra haber sido capaz de las más sanas inspiraciones y de los más delicados sentimientos, osaba hacer presente de tal farsa como la Penitencia a su madre la condesa de Aranda, con la leve salvedad de decir en el prólogo: «Esta obrezilla, por ser toda su calidad cosa de amores, parece que se aparta de la condicion y virtud de vuestra señoría; pero porque todo lo que yo hiziere no puede [p. 10] ni deve yr dirigido a otro, embio tambien esto como lo otro que de mí tiene vuestra señoria.»

Esta dedicatoria ofrece otros puntos curiosos. El autor no hace profesión de originalidad, sino todo lo contrario. «Ya no va nadie a infierno syno por lo que otros an ydo; ninguno puede hazer ni dezir cosa que no paresca a lo dicho y hecho; nadie puede trobar sino por el estilo de otros, porque ya todo lo que es a sido.» Se remonta a Terencio como padre del género en que ejercita su pluma. «Esta arte de amores está ya muy vsada en esta manera por cartas y por çenas (escenas) que dize el Terencio, y naturalmente es estylo del Terencio lo que hablan en ayuntamiento; mas esta es cosa quel estylo no se puede quitar ni vedar, pues que las mismas razones no sean.»

Pero en verdad no fué Terencio su modelo, ni era posible que lo fuese. Urrea, aristocrático aficionado, que a ratos aparentaba desdeñar la «trabajosa vanagloria de la pluma, pues ay otras cosas en que mas cavallerosamente se puede exercitar el entendimiento con otros passatiempos seguros de reprensiones», no tenía más que leve tintura de estudios clásicos, a pesar del alarde que hace de sembrar por su diálogo sentencias de Séneca tomadas de alguno de los florilegios morales que entonces se manejaban tanto. [1] En lo que estaba positivamente versado era en la poesía italiana, sobre todo en la del Petrarca [2] y en la literatura española [p. 11] de su tiempo. Dos libros se hallaban entonces en el momento culminante de su éxito: la Celestina y la Cárcel de Amor. Urrea, sin hacerse cargo de la radical oposición del sentido artístico de ambos libros, ni de la profunda desemejanza de su plan y estilo, intentó fundirlos en uno solo, no olvidando tampoco sus hábitos de poeta cortesano. Resultó de aquí una producción híbrida, de la cual puede formarse idea por el argumento con que el mismo autor la encabeza:

«Hubo vn cauallero Darino, hijo de Galmaux y de Volisa, el qual andando vn dia solo a cauallo, paseando, llegó a vn castillo y casa fuerte en muy gentil acatamiento puesto. Vió a la ventana a Finoya, muy gentil dama, hija de Nertano y de Solona, donde con mucho contentamiento y turbacion llegó a hablar con ella, y acabadas sus razones partióse della muy cativado de su amor, y sin reposo voluiendo a su posada procuró con dos criados de lo suyos de quien él más fiaua (al vno llamauan Renedo y al otro Angis) para que con todas sus fuerças y mañas hiziesen que Finoya recebiese vna carta de Darino. Fue tal la diligencia y astucia de sus criados, que alcançó Darino al principio reçebir cartas de Finoya y al cabo goçar de su persona; y aunque las cosas que algun tiempo duran de continuo son sabidas y descubiertas, esto en breue tiempo fue sabido; por donde Nertano, padre de Finoya, sabiendo esto, aguardó a Darino y tomóle. La segunda vez que entró en su casa halló a los dos juntos tomando sus retraydos deleytes, el cual metió en vna torre a Finoya con sus doncellas, y en otra a Darino con sus criados, y todos hicieron penitencia allí en aquellas torres hasta el cabo de sus dias.»

La obrita de Urrea no es enteramente dramática, ni tampoco novelesca. Ninguna parte de ella está en narración, sino toda en razonamientos y cartas. En los primeros imita algunas veces a Fernando de Rojas; [1] pero el tipo de Diego de San Pedro es el [p. 12] que predomina, no sólo en la parte epistolar, sino en la retórica culta y alambicada del estilo. La acción, que es de suma pobreza, está desarrollada con simétrica monotonía, A cada una de las cartas de Darino a Finoya y viceversa se agrega un presente simbólico, que por lo común es una joya de oro labrado, acompañada de un mote en verso. Algunos son ingeniosos, y del mismo gusto galante y amanerado que otros que se leen en el Cancionero general. Envía Finoya a Darino una vihuela sin cuerdas, y dice la letra:

       No tienes más esperança
       De alcançar lo que concuerdas,
       Que esa de tañer syn cuerdas.

Envía Darino a Finoya unos ruiseñores y dice la letra:

       Cantarán éstos de amores;
       Yo, aunque callo,
       Lloro por los desamores
       Que en ty hallo.

En el desenlace, sugerido indudablemente por la Cárcel de Amor , se nota la misma falta de originalidad y brío. «En la torre de mano derecha (dice Nertano) estareys vos, Finoya, con vuestras doncellas... y vos, Darino, estareys en la torre de mano izquierda, y vosotros tendreys cargo de la manera que se a de regir. No he querido daros muerte a vos, hija, porque el coraçon no lo ha çufrido; y a vos, Darino, no he querido mataros, porque peneys mas. La fama que se pondrá a de ser que Finoya mi hija es muerta; y assi le haremos las onrras; y de Darino se dirá que se ha ydo al cabo del mundo; vnos creeran que por veer tierras, otros que de desesperado se a ydo por la muerte de mi hija, que ya sabian que la queria. Vamos, que ello será tan secreto quanto él fue traidor.» Aquí vemos apuntar ya la máxima de A secreto agravio...

Algunos trozos de la Penitencia están bien escritos en su género sentimental y retórico, [1] pero otros son mortalmente [p. 13] fastidiosos y el conjunto revela una pluma inexperta en el difícil arte de la prosa, a pesar del gran modelo que tenía a la vista. La locución claudica a veces por el sentido incierto de las palabras, [1] y el vocabulario no es ni muy selecto ni muy rico. [2]

A pesar de su medianía, la Penitencia de Amor, que en España fué completamente olvidada hasta que en nuestros días la exhumó el señor Foulché-Delbosc de una biblioteca particular que no expresa, tuvo en el siglo XVI los honores de una traducción francesa o más bien de un verdadero plagio.

El supuesto autor original de La Penitence Damour, Renato Bertaud, señor de la Grise, secretario del cardenal arzobispo de Tolosa Gabriel de Gramond Navarre, cambia los nombres de los [p. 14] personajes, llamando Lanzarote al caballero, Lucrecia a la dama y Themot y Michellet a los criados. Traslada íntegro el texto de Urrea, pero le añade un final de su cosecha, en el cual, pasados siete años del cautiverio de los amantes, consiente el padre de Lucrecia en darles libertad y celebrar sus bodas. Todo es al principio regocijo y fiestas, justas y torneos, pero la dama muere al poco tiempo y su marido determina hacer penitencia durante el resto de su vida junto al sepulcro de la mujer a quien se lamenta de haber seducido y en cuya temprana muerte ve un castigo de la justicia divina. [1]

No fué Urrea el único poeta que intentó llevar al naciente teatro español una parte del argumento de la Celestina. Poco posterior a su Égloga hubo de ser otra de Lope Ortiz de Stúñiga, de la cual no conocemos hasta ahora más que su título y encabezamiento en el núm. 15.139 del Registrum de don Fernando Colón: «Farsa en coplas sobre la comedia de Calisto y Melibea. Inc.

                    Hi de san y qué floresta
                    Y qué floridos pradales,
                    Qué compaña...

En el mismo Registrum (núm. 4.083) se citan otras producciones poéticas de Lope Ortiz (suponemos que sea la misma persona), adquiridas por el hijo de Cristóbal Colón en Medina del Campo, a 25 de noviembre de 1524, [2] lo cual puede servir para conjeturar [p. 15] aproximadamente la fecha de la Farsa, sobre cuya procedencia y coste nada se indica.

En un pliego gótico, de dos hojas en folio, a cuatro columnas, que acaso es ejemplar único encuadernado con otros igualmente rarísimos del primer tercio del siglo XVI, poseo un compendio en verso de la Celestina, cuyo título dice de esta suerte: Romance nueuamente hecho de Calisto y Melibea que trata de todos sus amores y de las desastradas muertes suyas y de la muerte de sus criados Sempronio y Parmeno y de la muerte de aquella desastrada mujer Celestina intercesora en sus amores. [1] Habiendo reproducido esta curiosa pieza en mis adiciones a la Primavera de Wolf, [2] no creo necesario insistir sobre su carácter juglaresco y sobre la habilidad con que su incógnito autor va fundiendo en el molde narrativo las principales situaciones de la tragicomedia, conservando en todo lo que puede las mismas palabras del original:

       Un caso muy señalado-quiero, señores, contar,
       Como se iba Calisto-para la caza cazar.
       En huertas de Melibea-una garza vido estar,
       Echado le habia el falcon-que la oviese de tomar,
       El falcon con gran cadicia-no se cura de tornar:
       Saltó dentro el buen Calisto-para habello de buscar,
       Vido estar a Melibea-en el medio de un rosal,
        Ella está cogiendo rosas-y su donzella arrayan...

En el mismo apacible estilo prosigue todo el romance, que [p. 16] demuestra en el poeta que le compuso verdadero sentido de las bellezas de la obra que imitaba.

Urrea había metrificado, aunque no íntegramente, el primer acto de la Celestina: el romancerista abarcó todo el cuadro, reduciéndole a mínima escala. Tarea mucho más ardua, y tan prolija como impertinente, emprendió Juan Sedeño, natural y vecino de la villa de Arévalo, trasladando toda la Celestina en desaliñadas coplas de arte menor, que sólo sirven para enaltecer por el contraste la divina prosa de Rojas. Este esfuerzo de paciencia y de mal gusto cayó muy pronto en el justo olvido que merecía y no ha vuelto a ser impreso después de la rarísima edición de Salamanca, 1540. [1] Juan Sedeño es principalmente conocido por autor o [p. 17] compilador de un diccionario biográfico que tituló Summa de [p. 18] varones ilustres, [1] obra de corto mérito y ninguna originalidad; pero merece serlo con más razón por sus elegantes Coloquios de amores y bienaventuranza, [2] Los cuales, dicho sea de pasada, nada tienen que ver con la historia del teatro, como da a entender un moderno académico, [3] ni pueden calificarse de desconocidos, puesto que en libro tan corriente como el Manual de Ticknor se da exacta idea de ellos, colocándolos en el grupo a que realmente pertenecen; es decir, entre los diálogos filosóficos y morales de Hernán Pérez de Oliva, Francisco Cervantes de Salazar y otros prosistas didácticos de la centuria décimasexta. [4] Tampoco se ha de confundir a Juan Sedeño, como hizo Nicolás Antonio, con un homónimo, y probablemente deudo suyo, que fué alcaide o castellano de Alessandria della Paglia, y publicó en 1587 la primera traducción española de la Jerusalem del Tasso.

Antes de llegar a las imitaciones propiamente dichas de la Celestina, no podemos menos de hacer notar el influjo que la parte picaresca de la tragicomedia ejerció en los poetas semipopulares de la primera mitad del siglo XVI, cuyas composiciones se registran en pliegos sueltos góticos de extraordinaria rareza. El [p. 19] principal representante de este género, que llegó a los últimos límites del cinismo, es Rodrigo de Reinosa, émulo de los más licenciosos poetas del Cancionero de Burlas. [1]   A propósito de sus Coplas de las comadres escribió Gallardo: «Es una pintura al fresco, viva y colorada, de las costumbres de aquel tiempo. Pocas poesías se leerán impresas en España más libres y licenciosas que estas coplas. Son además graciosísimas.» En lo primero no hay duda, porque las Coplas son verdaderamente desaforadas; pero lo segundo dista mucho de ser cierto, porque son groseras, toscas y llenas de incorrecciones métricas. Citaremos algunos versos de los menos malos, en que saltan a la vista las reminiscencias de la Celestina:

           Allá cerca de los muros,
       Casi en cabo de la villa,
       Cosas haz de marauilla
       Vna vieja con conjuros,
       Porque tengamos seguros
       Los plazeres cadal dia,
       Llámase Mari Garcia,
       Sabe encantaderos duros.
           Una casa pobre tiene,
       Vende hueuos en cestilla,
       No ay quien tenga amor en villa
       Que luego a ella no viene...
           Está en missa y processiones,
       Nunca las pierde contino,
       Missas dalva yo esmagino
       Son las más sus deuociones;
       Jamas pierde los sermones,
       Bisperas, nona, completas,
       Sabe cosas muy secretas
       Para mudar coraçones...
           Ciertas agujas quebradas
       Lança en ciertos coraçones,
       Con muchas encantaciones
       De palabras endiabladas,
       Rayces de cardo sacadas;
       Y a todas las que a ella van
       Escriue con açafran
       En las palmas ciertas fadas [2] .

A Rodrigo de Reinosa atribuye, con bastante probabilidad, Gallardo otra composición mucho más escandalosa que ésta, [p. 20] pero mejor escrita y de carácter netamente dramático, pues salvo algunas palabras de introducción narrativa, puede considerarse como una pequeña farsa lupanaria o rufianesca, en coplas de arte mayor. [1] Tanto en ella como en el Coloquio entre las Torres-Altas y el rufián Corta-Viento, [2] hizo alarde Rodrigo de Reinosa de emplear la jerigonza llamada germanía, nombre que por primera vez aparece en sus obras, y es por tanto más antiguo de lo que generalmente se cree. [3]

[p. 21] El desenfreno que tales composiciones arguyen es un signo de los tiempos, que importa al historiador registrar y considerar maduramente. La disolución social de las postrimerías de la Edad Media, contenida por la férrea mano y el alto pensamiento de los Reyes Católicos, fermentó tumultuosa durante el efímero reinado de Felipe el Hermoso y el nominal de su infeliz consorte; y no llegó a ser vencida y domada hasta que el César Carlos V, que no era ya el inexperto y mal aconsejado joven de su primer viaje a España, entró en la plenitud de su misión histórica. Anarquía fué ésta de la cual participaron nobles y plebeyos, eclesiásticos y legos, seculares y regulares; anarquía de palabras, de ideas y de costumbres, que si no hizo vacilar los fundamentos de la creencia tradicional, dió color a la secta indígena de los iluminados místicos, favoreció los progresos del libre pensar erasmista, que llegó a nacionalizarse en alto grado, y abrió en parte los caminos de la Reforma, aunque por otro lado fuese su antítesis. Y de la misma suerte, en el orden político produjo a un tiempo tardías reivindicaciones aristocráticas; generosos aunque mal concertados esfuerzos por la libertad municipal, corona de las ciudades castellanas; insurrecciones que, sin perder el carácter de los antiguos bandos y hermandades, parecían agitadas por un soplo revolucionario más ardiente e impetuoso; y hasta en algunos espíritus turbulentos, sueños de repúblicas al modo de Génova y Venecia, y en la masa popular de aquellas tierras donde la industria y el comercio habían madrugado más, una agitación hondamente socialista, de que los agermanados de Valencia y Mallorca fueron terribles definidores e intérpretes.

La libertad o más bien la licencia de la imprenta no tuvo cortapisa en aquellos años. La Inquisición, atenta sólo a la persecución de los judaizantes, que había sido el primordial objeto de su introducción en Castilla, no se cuidó hasta mucho más tarde de intervenir en la censura de libros, y aun el primer índice no se hizo en España, sino en la Facultad teológica de Lovaina, como es notorio. Bajo este aspecto puede decirse, habida consideración a los tiempos, que la literatura del reinado de Carlos V (es decir, de casi toda la primera mitad del siglo XVI) se desarrolló con pocas trabas, lo cual explica su libertad y audacia, su desordenada y juvenil lozanía que tanto contrasta con el tono grave, reflexivo [p. 22] y maduro que todas las cosas fueron tomando en tiempo de Felipe II.

Dejando aparte lo que toca al desarrollo general de las ideas y al fondo de la literatura didáctica y polémica del Renacimiento, materia no bien tratada aún y en que conviene hacer muchas distinciones, el genio poético de aquel principio de siglo habló mordaz y cáustico por boca de los grandes satíricos Torres Naharro, Gil Vicente, Cristóbal de Castillejo, en quienes la valentía del pensamiento se junta con la gracia de la dicción. La sátira lo invadió todo, desde las farsas teatrales haste la acicalada prosa de los hermanos Valdeses y la pintoresca y sabrosísima del médico Villalobos. La corriente naturalista derivada de la Celestina fué engrosando sus aguas, cada vez más turbias, al pasar por el bajo fondo social, y paró en representaciones monstruosas, con que ingenios mediocres halagaban una profunda depravación social.

Esta depravación, que en el centro de España era más bárbara que refinada hasta que por los puertos secos se comunicó a Castilla el contagio, tenía su principal asiento en las ciudades marítimas y populosas, enriquecidas por la navegación y el tráfico, especialmente en las del Mediterráneo, abiertas de antiguo a la influencia italiana, que juntamente con los primores de sus artes les comunicaba aquel género de viciosa elegancia que suele ser fatal e inevitable cortejo de la opulencia y del lujo. En esta parte ninguna ciudad tuvo tan extraña reputación como Valencia, por lo mismo que ninguna del litoral la aventajaba en el arreo y gala de sus moradores, en la belleza de sus mujeres, en las comodidades y deleites de la vida y en la alegría y pompa de sus fiestas y regocijos populares. Del estado de las costumbres en el siglo XV tenemos peregrinos datos en los sermones todavía inéditos que en su nativa lengua predicaba San Vicente Ferrer. [1] Si se [p. 23] comparan con las pinturas que en su famoso libro satírico trazó Jayme Roig, [1] el orador sagrado y el poeta se completan mutuamente, y el testimonio del uno y del otro puede corroborarse con documentos legales y notariales, libres de toda sospecha de hipérbole.

A principios del siglo XVI Valencia estaba considerada como la ciudad de la galantería, la metrópoli del placer:

        Os jardins de Valença de Aragao
        Em que o amor vive e reina, onde florece,
        Por onde tantas rebuçadas vao.

decia el poeta portugués Sá de Miranda. [2] Jardín de placeres la llamaba en 1505 Alfonso de Proaza.

         De damas lindas hermosas
         En el mundo muy loada...
         Rico templo, donde Amor
         Siempre haze su morada. [3]

Esta equívoca nombradía traspasaba los aledaños hispánicos, y en verdad que pasma encontrar acusaciones de afeminada molicie bajo la pluma de escritores italianos que no tenían grande autoridad para mostrarse muy severos. Plerique Valentini cives tum senes tum iuvenes, amoribus dediti ac delitiis, dice el gran humanista Pontano, gloria de la honestísima Nápoles, [4] con ocasión de mencionar a un Rodrigo Carrasco (¿Carroz?) que a los ochenta años había caído en la inofensiva chochez de tocar la flauta o el pífano y de ir cantando su amor por las calles: «e media scilicet Valentia delatum hoc est». [5] Pontano tenía el buen gusto de no [p. 24] alborotar la calle con músicas y cánticos, pero en cambio confiesa que daba malos ratos a su mujer con los amores de cierta puella gaditanula. [1] De los conventos de monjas de Valencia escribió horrores; la relajación era evidente, [2] pero no mayor que la que podía ver en su tierra.

Dos veces aparece en el Orlando Furioso el nombre de nuestra ciudad levantina, y siempre con el mismo concepto tradicional y en gran parte injusto que de ella se tenía.

Pinta el Ariosto a Rugero encantado y sumergido en las delicias del jardín de Alcina:

       Umide avea l'inanellate chiome
       De' piú soavi odor che sieno in prezzo:
         [p. 25] Tutto ne' gesti era amoroso, come
         Fosse in Valenza a servir donne avvezzo.

                                                   (Canto VII, est. 55).

La heroína del pícaro cuento de Giocondo y del rey Astolfo era también valenciana, según el maligno poeta de Ferrara:

       Una figliuola d'uno ostiero ispano,
       Che tenea albergo al porto di Valenza,
       Bella di modi e bella di presenza.

                                               (Canto XXVIII, est. 52).

Lo de los soavi odori requiere alguna explicación. Ya en el siglo XV eran buscados en Italia con predilección los objetos de perfumería procedentes de Valencia. De ello da testimonio uno de los cantos de Carnaval del tiempo de Lorenzo el Magnífico, titulado en algunas colecciones La canzone dei galanti y en otras Canto dei profumieri:

       Siam galanti di Valenza
       Qui per paggi capitati,
       D'amor già presi e legati
       Delle dame di Fiorenza...
       Secondo i nostri costumi
       Useremo ancor con voi;
       Usseletti, olii e profumi,
       Donne belle, abbiam con noi... [1]

Los guantes de España, pero muy especialmente de Valencia, eran los más estimados, y en agosto de 1506 hacía especial encargo de ellos la elegante y sabia princesa Isabel de Este, recomendando que los viese antes algún español, «porque son los que mejor entienden de la bondad de estas cosas». [2]

[p. 26] Tales industrias, sin ser pecaminosas en sí mismas, [1] requieren para desarrollarse un ambiente epicúreo y sibarítico, como era el de Valencia al decir de los viajeros de aquel tiempo, que la pintan como una nueva Capua, aunque no hayan de tomarse al pie de la letra todos sus dichos, que pueden nacer de observación superficial o son manifiestas calumnias. Desde el tudesco Nicolás de Popplau, que viajó por España en 1484 y 85, y el flamenco Antonio de Lalaing, señor de Montigny, que acompañó a Felipe el Hermoso en 1501, hasta el libro tan grave y estimado de las Relaciones Universales del mundo , de Juan Botero (1596), para no hablar de otros posteriores, persiste esta mala nota de la gentilísima ciudad que fué en todos tiempos emporio de riqueza y de cultura. [2] En los italianos llega a ser un tipo convencional il signor [p. 27] Lindezza de Valenza, aludido en La Cortigiana del Aretino. [1] «No hay más lasciva y amorosa ciudad en toda Cataluña», dice Bandello al comenzar una de sus más trágicas e interesantes novelas. [2] Y a este tenor pudieran acumularse otras citas, si ya no nos hubieran precedido en recogerlas los eruditos Croce, Farinelli y Mele. [3] Las alusiones a la mancebía de Valencia [p. 28] en todas Las Celestinas secundarias, sin excluir La Lozana Andaluza, compuesta en Italia. [1]

La corrupción había llegado a su punto máximo en los años que precedieron a las Germanías [2] y en los inmediatamente posteriores a aquellos tumultos. No es mera coincidencia que en 1519 y en 1521 saliesen de las prensas valencianas los dos libros más deshonestos de la literatura española: el Cancionero de obras de burlas provocantes a risa, que estampó Juan Viñao, [3] y las tres [p. 29] comedias Thebayda, Hipólita y Seraphina, impresas por Jorge Costilla. [1]

[p. 30] Esta publicación no se hizo a sombra de tejado, sino con todas las circunstancias de la ley, consignando el impresor su nombre y el día en que terminó su trabajo y el privilegio de la Cesárea [p. 31] Majestad, que por diez años le aseguraba la propiedad de la obra en los reinos de Castilla y Aragón. Y un magnate de tan elevada alcurnia como el duque de Gandía, don Juan de Borja y Llansol, padre del tercer general de la Compañía de Jesús, que hoy veneramos en los altares con el nombre de San Francisco de Borja, fué la persona escogida por el desvergonzado autor de la Thebayda para Mecenas de su obra, en que como él dice «había sacado de madre la cómica prosa».

En ninguna parte del libro se dice claramente que las tres comedias sean de la misma mano, pero la hermandad de la Thebayda y de la Seraphina parece innegable, aunque la segunda tenga más chiste y mejores proporciones que la primera.

De la Comedia llamada Hipólita, nuevamente compuesta en metro , fácilmente podemos descartarnos, pues aunque plagia servilmente la fábula de la Celestina, salvo el personaje principal y el desenlace, que no es trágico sino festivo y placentero y por consiguiente inmoralísimo, su corta extensión, que no es mayor que la de las farsas de Jaime de Huete y Agustín Ortiz, su versificación en coplas de pie quebrado a estilo de Torres Naharro y todas sus condiciones externas, en suma, hacen de ella una pieza dramática y de ningún modo novelesca. Para darla a conocer basta copiar su argumento:

«Hipólito, caballero mancebo de ilustre y antigua generación de la Celtiberia (que al presente se llama Aragón), se enamoró en demasiada manera de una doncella llamada Florinda, huérfana de padre, natural de la provincia antiguamente nombrada Bética (que al presente llaman Andalucía): y poniendo Hipólito por intercesor a un paje suyo llamado Solento, estorbaba cuanto [p. 32] podía porque Florinda no cumpliese la voluntad de Hipólito; pero ella, compelida de la gran fuerza de amor que a la continua le atormentaba, concedió en lo que Hipólito con tanto ahinco la importunaba, y así ovieron cumplido efecto sus enamorados deseos, intercediendo ansimesmo en el proceso Solisico, paje de Florinda y discreto más que su tierna edad requería, y Jacinto, criado de Hipólito, malino de condición, repunó siempre; y Carpento, criado ansimesmo de Hipólito (hombre arrofianado), por complacer a Hipólito, no solamente le parecían bien los amores, pero devotó que el negocio se pusiese a las manos; e así todas las cosas ovieron alegres fines, vistiendo Hipólito a todos sus criados de brocado y sedas, por el placer que tenía en así haber Florinda (doncella nacida de ilustre familia) concedido en su voluntad, seyendo la más discreta y hermosa y dotada en todo género de virtud que ninguna doncella de su tiempo.»

Tanto esta comedia como las otras dos no está dividida en actos, sino en escenas, que aquí son cinco. Es pieza muy endeble, y sobre ella hay que estar al juicio de Moratín, casi siempre inapelable en las cosas que estudió por sí mismo. «La acción es lánguida y la entorpecen impertinentes discursos, tendencias pedantescas y rasgos de erudición histórica puestos en boca de los criados de Hipólito y en la de Florinda, que, estimulada de indomable apetito, habla de Popilia, Medea Penélope, Sansón, Electra, David, Clodio, Salomón, Lamec, Masinisa y el rey don Rodrigo, todo para venir a parar en abrir aquella noche la puerta a su amante. Esta indecente farsa está escrita con muy mal lenguaje y muchos defectos de consonancia y medida en los versos. [1]

La Seraphina (que no ha de confundirse con las piezas del mismo título, pero de muy diverso asunto, compuestas por Torres Naharro y Alonso de la Vega) es ferozmente obscena, pero mucho más ingeniosa que la Hipólita y la Thebayda. Ni siquiera puede considerarse como imitación de la Celestina, con la cual no tiene más parentesco que el de su prosa, que sería excelente si no la deslustrasen tantas afectaciones y pedanterías en la parte seria, tantas citas impertinentes de filósofos y Santos Padres, Aristóteles, Platón, Séneca, San Jerónimo, San Bernardo... puestas [p. 33] indistintamente en boca de todas personas, y que contrastan de un modo grotesco con los lances y situaciones de la comedia. Moratín incluyó su título en el catálogo que acompaña a sus Orígenes del teatro, fundándose en las palabras con que termina: «Quedad y holgaos entre esta gente de palacio, e regocijaos bien, que yo, Pinardo, acabo de representar la comedia Seraphina llamada.» Pero basta leer la comedia para convencerse de que se trata de una pura fórmula y que el autor no pudo pensar seriamente en que tal monstruosidad se representase.

Su tema, que lo ha sido de innumerables cuentos verdes, desde las colecciones orientales hasta la novela afrentosamente célebre del convencional Louvet de Couvray, es el mismo que en la antigüedad sugirió la fábula de Aquiles y Deidamia y en los tiempos modernos un episodio del canto 6.º del Don Juan de lord Byron: las aventuras amorosas de un hombre disfrazado de mujer. [1] La Comoedia Alda de los tiempos medios, que ya hemos tenido ocasión de mencionar, nos ofrece una variante semidramática del mismo argumento, y no es inverosímil que el autor le tomase de fuente italiana, aunque eran pocos los novellieri impresos (Boccaccio, Sabadino degli Arienti, Massuccio y pocos más). [2]

El enredo de la Seraphina apenas puede exponerse en términos honestos. Un caballero portugués, Evandro, se enamora en Castilla de una dama principal llamada Serafina, mujer de Filipo, «el qual era de natura frío». Y como el mucho recogimiento de la dama y la guarda cuidadosa de su suegra hacían muy difícil toda conversación con ella, un paje llamado Pinardo, disfrazado en hábito de mujer, se ofrece a penetrar en casa de Filipo; logra la mayor intimidad y favor con la vieja Artemia, dueña de malas [p. 34] costumbres, y con la desenvuelta Violante, doncella de Serafina, y persuade a ésta a condescender con la voluntad de Evandro, interviniendo en tan abominable tercería todos los personajes de la pieza, y muy señaladamente la perversa Artemia, que arrastrada por su senil lascivia se presta sin reparo a la deshonra de su hijo.

Si por un momento pudiera vencerse el disgusto y repugnancia que tales escenas infunden, si realmente pertenecieran a la literatura obras como ésta, en que el autor convierte el noble arte de la palabra en instrumento de vil sugestión, la Seraphina sería una de las rarísimas producciones de su género que pudiera salvarse del desprecio que todas ellas merecen. Pero el innegable talento de escritor que muestra quien la compuso agrava el crimen social que cometió y el daño que todavía puede causar su lectura, porque la Seraphina está, no sólo perfectamente escrita salvo en aquellos pasajes en que los interlocutores declaman o profieren sentencias, sino conducida con más arte y habilidad que la mayor parte de nuestras comedias primitivas. Y aun siendo tan inmoral y lúbrica como es, nunca apela su autor al grosero recurso de estampar los verba erotica, como hicieron Francisco Delicado y los poetas tabernarios del Cancionero de Burlas.

Una riqueza grande de proverbios y de idiotismos familiares; una locución constantemente pura, aunque no muy aliñada; un sabroso y natural gracejo, que se manifiesta en mil expresiones rápidas y felices, son prendas que nadie puede negar a la Seraphina, y que duele ver tan torpemente empleadas. Algunos versos contiene sobremanera inferiores a la prosa, todos de la antigua escuela trovadoresca y llenos de tiquismiquis amatorios:

       El qual siente lo que siento,
       Y siente q'el mi sentir
       Ya no siente,
       Y siente qu'el sentimiento
        Del sentido y consentir
        Bien consiente...

                                   (Pág. 316).

El poeta estaba tan satisfecho de esta ridícula jerigonza, que no se cansa de admirarse a sí mismo por boca de sus personajes: «Oh alto y maravilloso fabricador de las cosas criadas, y qué [p. 35] gran manera de. metrificar: por ciertos los [1] Sonetos del Serafino Toscano no se igualaron, con harta parte, en la sentencia ni en la gentileza; menos se pueden equiparar los metros del galano Petrarca.»

Engañado vivía el anónimo de Valencia en cuanto a los quilates de su ingenio, que nada tenía de lírico. Su verdadera fuerza estaba en la observación realista, en la pintura de costumbres, aunque fuesen males y abominables. Cuando quiere levantar el tono y «trastornar con circunloquios las filosóficas cartas», no dice más que desatinos y se pierde en un galimatías ampuloso. Todos los defectos de impertinente erudición que la Celestina tiene están subidos de punto en esta comedia, donde Evandro se pone muy de propósito a relatar a sus criados la historia del ateniense Foción (cena 2.a). Pero cuando la vena abundante y fácil del estilo va empujada por la corriente del diálogo o se explaya en largas enumeraciones, que son como alarde y muestra de un pintoresco vocabulario, muchas de las excelentes cualidades de la prosa de Fernando de Rojas reaparecen en su imitador. Véase un corto pasaje, que algo interesa a la historia del arte culinario en la España de Carlos V, y es de los pocos que pueden citarse sin reparo. Trátase de los regalos que hacía el vejestorio de Artemia («estantigua y fantasma de la noche») a sus interesados galanes: «Pues los presentes que envía por año ¿quién los podría contar? Las cargas de ansarones enteros, de pollos, de anadones, de lechones, de capones, de palominos, de gallinas, las cestas de huevos frescos, la docena de las perdices, el par de los carneros, la media docena de los cabritos, la ternera entera, las ubres de puerca en adobo, las piernas de venado en cecina, los jamones de dos y de tres años, las cargas de vino tinto, blanco, aloque, clareas, vin grec, otros qu'ella hace hacer adobados en casa con mil aromatizados olores. Pues las frutas que les envía, a cada uno en su estado, ya es cosa de locura: codoñate, calabazate, citronate, costras de poncil, nueces moscadas, limones en conserva, pastas de [p. 36] confaciones de cien mil maneras, priscos, peras, membrillos de diversas maneras confacionados y cocidos en el azúcar, y a las vueltas muchas frutas de sarten de mil cuentos de maneras, trayendo las mujeres de en cabo la ciudad diestras en aquellos menesteres.» [1]

Muy inferior a la Seraphina, aunque parece del mismo autor, [2] es la Comedia llamada Thebayda, libro de prolija y fastidiosa lectura, que en la reimpresión moderna ocupa la friolera de 544 páginas de letra bastante menuda. Muy tentados de la risa debían de ser nuestros progenitores cuando no les encocoraban tales libros, por muy licenciosos que fuesen. La acción, aunque diluída en largos razonamientos y alargada con episodios parásitos, se reduce en el fondo a muy poca cosa. Véase el argumento que el mismo autor antepuso a su fábula:

«Don Berintho, caballero mancebo y dotado de toda disciplina, asi militar como literaria, fué hijo del duque de Thebas, y conmovido de exercitar la fuerza de sus varoniles miembros y la fortaleza de su ánimo y la prudencia de que estaba asaz instruto, así de su natural como adquisita mediante la doctrina de preceptores, vino en las Españas con propósito de servir al rey que al presente la monarquía del mundo gobierna, después de haber andado peregrinando por otros reinos de diversas naciones; y en el reino de Castilla fué tocado y encendido más de lo que a su grandeza de ánimo convenía del amor de una doncella, huérfana de padres, llamada Cantaflua, dotada de extremada hermosura y de incomparable honestidad y virtud, muy rica de posesiones, nacida de ilustre generación y acompañada de muchos parientes y nobles. La cual, asimismo presa en el amor de Berintho, sufrió grandes trabajos, compelida de las fuerzas de su honestidad, a cuya causa el proceso de sus amores se prorrogó [p. 37] más de tres años. Y al fin, sin consejo de sus parientes, intercediendo Franquila, mujer de un mercader y persona discreta, concedió en la voluntad de Berintho, otorgándole su amor, y se desposaron secretamente, estando Cantaflua en una ermita teniendo novenas. Lo cual sabido por los parientes se aprobó, y así todas las cosas de su historia y lo a ella concerniente tuvieron prósperos y alegres fines, como de la escritura parece.»

Este plan se desarrolla en quince interminables escenas. Las ridículas lamentaciones de Berintho, interpoladas con medianos versos que los demás interlocutores ponen en las nubes; [1] el desenfrenado apetito de Cantaflua, que se manifiesta en los términos más indecorosos y grotescos; las proezas eróticas del pajecillo Aminthas con Franquila, la esposa del mercader, con la muchacha Sergia, con Claudia, la doncella de Cantaflua, y con cuanta mujer encuentra en su camino; los fieros, baladronadas, embelecos y fingidas pendencias del rufián Galterio y de su amigote «el padre de la mancebía», son los principales ingredientes de [p. 38] esta bárbara composición. Como libro obsceno no es sinónimo de libro ameno, la Thebayda, que es en alto grado lo primero, poco o nada tiene de lo segundo. A no ser por el interés filológico que realmente ofrece, sería imposible acabar la lectura de su pesadísimo texto. La procacidad de las palabras corre parejas con la inverecundia de las acciones, y el desatino llega a veces hasta la blasfemia y el sacrilegio. Las vinosas y desvergonzadas lenguas de los rufianes profanan a cada paso las advocaciones más santas, jurando por «Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza», por «la Verónica de Jaén», por «los Corporales de Daroca», por «las reliquias de San Juan de Letrán», por «la Vera Cruz de Caravaca», por «el cuerpo de San Ildefonso que está en Zamora», por «el Crucifijo de Burgos», por «la Casa Santa de Jerusalén», etc., ejemplo que luego siguieron Feliciano de Silva y otros, no por verdadera impiedad, según creo, sino por una absurda mezcolanza de lo más profano con lo que sólo debe inspirar acatamiento y reverencia. Cuando Galterio sugiere a Berintho la idea de valerse de Franquila como tercera en sus amores, exclama asombrado el protagonista de la obra: «Este consejo no ha procedido de Galterio, pero sin duda de la inmensa Trinidad fué guiado, y espíritu de profecía inspiró en él, y alumbrado de la Divina Justicia, con la primera flecha que dio en el blanco» (pág. 54). «Que el Señor que guió en Belén los tres Reyes de Oriente te guíe» dice Claudia a Aminthas después de una noche de amores (pág. 464). A este tenor hay otros pasajes increíbles, que me guardaré muy bien de indicar, porque causarían más escándalo que provecho.

La deshonestidad y la pedantería son las notas características de la Thebayda, sin que se pueda decir cuál predomina. En la primera no hay que insistir, pues tanto a esta comedia como a la Seraphina (y aun más a la Thebayda, por ser cinco o seis veces más larga) les cuadra lo que desgarradamente escribió Gallardo en una de sus notas bibliográficas: «Es toda ella un continuo fornicio a ciencia y paciencia del público espectador.» El autor creyó componerlo todo con un matrimonio final, que, lejos de destruir, agranda, dejándolos impunes, el mal ejemplo de tantas situaciones y discursos indecentes. !Qué lejos estamos de la lección grave y pesimista que en el fondo entraña la Celestina, donde [p. 39] la ley moral, violada un momento, se restablece vengadora por el conflicto trágico!

El estilo de la Thebayda, que en las escenas bajamente cómicas tiene fuerza y naturalidad, es ridículamente enfático en la parte que quiere ser oratorio y sentimental. A cada paso se tropieza con párrafos de este jaez, puestos sin distinción en boca de todo género de personas:

«Galterio.- No miras que la corona del hijo de Latona ya no resplandece, y también en la octava esfera, en el sublunar mundo está dividiendo la luz de las tinieblas, y Vulturno con el aliento de la húmeda noche anda corrusco?...» (pág. 50).

«Aminthas.-Ya el arrebatado Boreas con el poco temor por el ocaso de los atentos (?) del basis procedentes, y con las fuerzas nuevamente en él infusas, a causa de la lumbre del primer planeta está predominante, anda despojando los árboles de sus frondas, y a los dulces campos de la apostura de sus hermosos cabellos» (pág. 451).

«Claudia.- No pienses, mi verdadero amigo Aminthas, que descanso hallándome falta de ti, que eres mi verdadero bien; ni pienses... que los rayos piramidales procedentes del lucido Febo resplandecen más en el sublunar mundo, ni pienses que la hermosa cara de Apolo es tan grata a toda potencia vejetativa, cuanto más agradable a mí la vista de tu graciosa persona; ni la festividad de las mieses es tan delectable al ministro de la agricultura; ni la sombra del frondoso árbol en el estío es más conveniente al que viene cansado; ni fuente ni arroyo del agua que va saltando es más apacible al que quiere matar la sed, que a mí es dulce tu conversa y los razonamientos de tan gentiles y graciosas sentencias, que de la elegancia de tu lengua y claro y maravilloso entendimiento proceden...» (pág. 408).

Berintho y Cantaflua se enamoran en párrafos astrológicos y metafísicos, de dos o tres páginas de andadura, que darían envidia a cualquiera de los más gárrulos oradores modernos:

«Ber.- ¡Oh mi señora! ¡Oh mi verdadera felicidad! Ni la luciente cara de Apolo resplandece tanto en el hemisferio, cuando con los rutilantes y encendidos rayos fuga la congregación de los globos (¿lóbregos?) vapores; ni el rostro de la fermosa Diana se muestra más claro en el signo de Libra o Acuario, cuando su [p. 40] vista y clarífico rostro resplandece en mi entendimiento, enseñándole las verdaderas líneas de tu tan inmensa excelencia y de tu tan incomparable poderío, con el cual, acompañándole la beldad sin comparación que tanto florece en tu persona, pusieron en prision mi cautiva libertad, dándole leyes de perpetua servidumbre, de la cual, más áspera que la causada por la culpa del postrimero rey de los israelitas, fuera imposible tener esperanza de libertad, si no fuera con el mando de la misma primera causa, de donde procedió la privación de los sentidos corporales juntamente con el del libre albedrío; pero este tan primario y supremo poder, acompañado de su demasiada clemencia, usaron de tanta benevolencia, de tanta mesura, de tanta piedad, que certificadas las potencias de la razón, ya tan privadas de las sus obras, y certificado el ya tan apasionado entendimiento del remedio que de la su alta bondad les venía, en un instante, en un improviso se verificaron y unieron de tal manera, que la mucha y grande esperanza y tan entera noticia y notoria certeriorizacion que venían a obtemperar y a gozar en especulacion de su clarífica vista, dieron ocasion que cobraran de nuevo aliento, para que las partes y potencias de menor dignidad, ejerciendo el fin de su composicion, trujesen en su presencia a este tu verdadero súbdito, tu fiel servidor, tu tan aherrojado cautivo; pero gran mudanza, gran novedad se les representa, en haber tan de súbito perdido la vista, con la tan demasiada lumbre que sienten proceder de los clarores de tu seráfica y alta mesura» (pp. 354 y 355).

Además de este detestable gusto, entre retórico y escolástico, que hace al incógnito comediógrafo un precursor de las peores extravagancias del siglo XVII. como el Aretino lo es de muchos de los vicios del secentismo italiano, hay que notar en la Thebayda un gran número de latinismos inútiles, de los cuales ya hemos visto algunos; a los cuales pueden añadirse permisa por «permitida», vaco por «vacío», blandicias por «halagos o caricias», proditor por «traidor», demulcir por «ablandar», solercia por «discreción o prudencia», curriculo por «curso de estudios» y otros que es inútil citar. De mitología e historia no se hable. Todos los personajes han leído a Quinto Curcio y a Valerio Máximo y saben al dedillo las Genealogías de los Dioses de Boccaccio. Menedemo [p. 41] dice a su señor que oirá el cuento de sus amores «con más atención que el Tarquino Prisco los tres libros de la prudente sibila» (página 29). Franquila, que es una Celestina de corto vuelo, dice a su rufián: «Siéntate, Galterio, y tu venida sea con tanta prosperidad y tan en buen hora como fué la de Furio Camilo a los romanos cuando, elegido dictador, alzado su destierro, vino a remediar el Capitolio» (pág. 71).

Nada tenía de ingenio lego el que compuso la Thebayda; más bien pecaba de erudición farraginosa e impertinente. No sólo abusa de las citas de autores clásicos, especialmente de Séneca, Cicerón, Virgilio, Ovidio, Persio y Juvenal, sino que se complace todavía más en las de los Santos Padres y doctores de la Iglesia, cuya doctrina aplica al redropelo, formando extraño constraste con la profunda inmoralidad de la obra. Hay verdaderas disertaciones teológicas sobre el sumo bien, sobre las excelencias de la virtud y el corto número de los elegidos, sobre el pecado original, sobre el sacramento de la penitencia. Menedemo, criado grave y sentencioso de Berintho, cierra la última escena con un largo y edificante sermón, en que recopila toda la historia sagrada desde la creación del mundo hasta la venida del Antecristo y el Juicio Final. Y adviértase que en todo esto hay propiedad de lenguaje y suma ortodoxia en los conceptos. Sólo a la pluma de algún estudiante de Teología puede atribuirse tan híbrido y escandaloso maridaje de lo más profano con lo más sagrado.

Los personajes de la Thebayda, sin ser verdaderos caracteres literarios, viven con cierta vida brutal y fisiológica. El mejor trazado es, sin duda, el rufián Galterio, que conserva todos los rasgos esenciales del admirable Centurio de la Celestina, pero abultados monstruosamente hasta la caricatura, y añade otros nuevos, muy curiosos para la historia de las costumbres. En la Thebayda se aprende la intimidad en que este género de facinerosos vivía con los ministros de justicia, alguaciles y porquerones, que entraban a la parte en sus robos, denuncias y estafas; [1] la [p. 42] especie de barato que cobraban en los hostales y tablajerías; la protección vergonzosa que les daban los grandes señores, asalariándolos como bravos de profesión o como activos corredores de sus vicios. El repugnante tipo del «padre de la mancebía», el rey Arlot de los tiempos medios, [1] viene a dar los últimos toques a este horrible cuadro.

La Thebayda, como todos los libros de su género, es un rico depósito de lenguaje popular y abunda en proverbios e idiotismos, especialmente cuando habla Galterio. Allí se repite el célebre refrán «topado ha Sancho con su rocín» (pág. 247), que ya había recogido el marqués de Santillana en esta forma: «fallado ha Sancho el su rocín». [2] Reminiscencia probablemente de algún cuento y germen de una creación inmortal.

Las tres comedias que acabamos de analizar fueron no sólo impresas sino compuestas en Valencia, de cuyo lenguaje conservan algún rastro en ciertas palabras, tales como gañivetes por cuchillos, tastar la fruta nueva por catarla o probarla, codoñate por carne de membrillo o mermelada, citronate por cidra confitada, rondallas por cuentos, hostal en el sentido de mancebía, y en algunas alusiones locales, v. gr. «ir al tálamo virgen «como el portal de Cuarte». [3] Pero no puede admitirse sin otra prueba que el [p. 43] autor fuese valenciano, porque no había en Valencia a principios del siglo XVI ningún escritor indígena que dominase la lengua castellana hasta el punto de poder escribir la prosa abundante y lozanísima de la Seraphina y la Thebayda. Aunque el influjo del castellano hubiese ido penetrando en los géneros poéticos desde fines del siglo XV, en la prosa, que es un instrumento mucho más difícil de manejar, adenas se mostraba todavía. Los más insignes escritores valencianos del tiempo de Carlos V escribieron en latín; algunos continuaron escribiendo en catalán. Hasta fines de aquella centuria no hubo en Valencia prosistas castellanos dignos de competir con los de la España central y Andalucía, aunque hubiese ya muchos excelentes poetas líricos y dramáticos. Algunos cronistas, como Viciana y Beuter, se habían traducido a sí mismos, pero lo hicieron con suma tosquedad y rudeza. Un vocabulario tan rico, una sintaxis tan gallarda y libre como la de la Thebayda presuponen un autor que había mamado con la leche la pureza de la lengua castellana.

Avanzando más, puede tenerse por seguro que el tal autor era andaluz. A cada paso habla de cosas propias de aquella región. En la Seraphina (pág. 379) se menciona «el lienzo sevillano y el lino de Guadalcanal, que cuesta a moneda de oro la vara». En tierra andaluza había hecho su aprendizaje el Galterio de la Thebayda: « Yo he sido prioste de juego de esgrima, y en San Lúcar de Barrameda serví un hostal por el mismo señor de la casa, y en Carmona tuve casa de trato, y en algunas partes, como ya te es notorio, he sido padre» (pág. 64). Una de estas partes había sido Lucena (pág. 48): «Seyendo mancebo y hijo de vecino en Ecija, me afrentó la justicia» (pág. 81). Afrentar está tomado aquí en el sitio de azotar. «Estábamos en Cabra, en la posada de Pedro Agujetero» (pág. 92). El mismo Galterio hace el panegírico de su invencible espada en estos términos: «De treinta años a esta parte no se ha hecho desafío en toda la Andalucía donde ella no se haya hallado, porque de Córdoba, de Cádiz, de Jerez, de Málaga y de otras muchas y diversas partes, donde suceden algunos desafíos entre los amigos, luego me envían por ella, y con ésta fué con la que mataron al tablajero de Sant Lúcar, y con ésta cortaron entrambos los muslos a Navarrico, el soldado del duque, y con ésta Rabanal hizo las grandes cosas en [p. 44] Toledo, y al tiempo que Solisico mató el vizcaíno en Alcázar de Consuegra, no fué otra cosa la causa salvo tener esta espada» (páginas 132-133). El Potro de Córdoba había sido teatro de sus proezas: «Por cierto fué gran osadía la mía, que estando en el Potro, Francisco Guantero hizo muestra que iba a hacer mano contra mí, y no se hubo acabado de desenvolver, cuando ya le tenía con su mismo puñal cortada la mano derecha clavada encima del bodegón de Gaytanejo; pero ni por eso perdí la tierra ni dejé de pasearme» (pág. 176). El vino que los protagonistas beben no es el de Murviedro, tan grato a Celestina, y que debía de ser el que principalmente se consumiese en Valencia, sino de la vega de Martos, de Luque o de Lucena (págs. 326-27). La «tabernilla del Alcázar, el Caño quebrado» y otros sitios que en el libro se mencionan, pertenecen a la topografía de Córdoba, según el decir de los expertos en ella; pero no creemos que eso sea suficiente motivo para tener a su autor por cordobés. Lo mismo podría suponérsele hijo del reino de Jaén o de los Puertos, puesto que de todas partes tiene recuerdos picarescos: «¿No me has oído decir de cuándo fuí al desafío, que maté a Francisco Cordonero en Arjona?... Pues ese fué mi padrino, y el tiempo que en Moguer nos quisimos embarcar, cuando doce por doce tuvimos la cuestión, de cuatro que quedamos vivos ese es el uno, y el otro el ventero de la Guarda Cabrilla y el otro el que agora es Padre en Estepa» (págs. 424-425). Pudieran añadirse otros pasajes, pero no hacen falta para comprobar lo que salta a la vista de cualquier lector un poco atento.

El mejor de los prosistas castellanos que por aquellos años escribía en Valencia es el bachiller Juan de Molina, aunque no nos haya dejado más que traducciones, tan notables algunas como la de los Triumphos de Apiano, encabezada con una narración de la guerra de las Germanías (1522); la Crónica de Aragón de Marineo Sículo (1523) y la muy excelente de las Epístolas de San Jerónimo, cuya primera edición es de 1520, dedicada a doña María Enríquez de Borja, duquesa de Gandía, un año antes de que su marido recibiese la dedicatoria de las tres empecatadas comedias. Pero Juan de Molina no era andaluz, sino manchego, de Ciudad Real, según dice Nicolás Antonio; y además el género de literatura en que principalmente se ejercitó, interpretando, además de [p. 45] las obras citadas, el Homiliario de Alcuino, el Confesonario de Gerson, el Gamaliel catalán atribuído a San Pedro Pascual y otros textos análogos, parecen excluir la sospecha de que manchase nunca su pluma en composiciones tales como la Thebayda y la Seraphina, que sería temerario atribuir por livianas conjeturas a un hombre honrado.

En su tiempo y aun algo después no debieron de escandalizar tanto como ahora. No sólo fueron reimpresas en 1546, sino que Juan de Timoneda, en el prólogo de sus Comedias, que son de 1559, citaba sin ambajes la Thebayda, poniéndola al nivel de la Celestina, como obra de «muy apacible estilo cómico, propio para pintar los vicios y las virtudes». La Inquisición, que tratándose de este género de libros solía padecer extraños olvidos, no la prohibió nunca, a pesar del dictamen de Zurita, que opinaba lo contrario. [1]

Pero aún cabía descender más en pendiente tan resbaladiza y escandalosa. La corrupción española, agravada y complicada con la italiana, produjo un singular documento que lleva la siniestra y trágica fecha del saco de Roma. Uno de los fugitivos de aquella catástrofe, refugiado en Venecia, hizo estampar allí en 1528 un libro, con todas las trazas de clandestino, cuyo rótulo, a la letra, dice asi: «Retrato de la loçana Andaluza: en lengua española muy clarissima. Compuesto en Roma. El qual Retrato demuestra lo que en Roma passaua y contiene muchas (sic) mas cosas que la Celestina. Un solo jemplar de la Biblioteca Imperial de Viena nos ha conservado esta obra, [2] [p. 46] y Fernando Wolf dió la primera noticia de él en 1845. [1]

La Lozana estaba escrita desde 1524, [2] según al folio tercero se declara: «Comiença la historia o Retrato sacado del Jure cevil natural, de la Señora Loçana: compuesto el año mill y quinientos y veinte e quatro; a treynta dias del mes de junio; en Roma, alma ciudad, y como auia de ser partido en capítulos va por mamotretos, porque en semejante obra mejor conviene.» Mamotreto quiere decir, según el autor, «libro que contiene diversas razones o copilaciones ayuntadas», y el número de estos mamotretos llega a sesenta y seis.

Aunque por todo el libro dejó sembradas bastantes noticias de su persona, en ninguna parte declara su nombre, para lo cual no le faltaban buenas razones: «Si me decís por qué en todo este Retrato no puse mi nombre, digo que mi oficio me hizo noble siendo de los mínimos de mis conterráneos, y por esto callé mi nombre, por no vituperar el oficio escribiendo vanidades con [p. 47] menos culpa que otros que compusieron y no vieron como yo; por tanto ruego al prudente lector, juntamente con quien este retrato viere, no me culpa, máxime que sin venir a Roma verá lo que el vicio della causa; ansimismo por este Retrato sabrán muchas cosas que deseaban ver y oír, estándose cada uno en su patria, que cierto es una grande felicidad no estimada» (pág. 334).

Pero algunos años después no tuvo reparo en descifrar el enigma en la introducción que puso al tercer libro del Primaleón, corregido por él para la edición de Venecia de 1534: «Como lo fuí yo quando compuse la Loçana en el comun hablar de la polida Andalucía». Al fin del volumen se expresa que los tres libros de Primaleón «fueron corregidos y emendados de las letras que trastrocadas eran por el vicario del valle de Cabezuela Francisco Delicado, natural de la Peña de Martos.»

A don Pascual de Gayangos se debe este descubrimiento, con el cual se aclaran y fijan todas las noticias sueltas que hay en la Lozana y en otras publicaciones de Delicado, aunque no sea hacedero trazar de él una completa biografía.

No había nacido en la villa de Martos, aunque la consideraba como su patria por las razones que alega en el mamotreto 47.

«Loz.- Señor Silvano, ¿qué quiere decir que el Auctor de mi retrato no se llama Cordovés, pues su padre lo fué y él nació en la diócesis?»

«Silv.- Porque su castísima madre y su cuna fué en Martos, y como dicen, no donde naces, sino con quien paces» (pág. 239).

Cordobesa hizo a su heroína: «La señora Lozana fué natural compatriota de Séneca» (pág. 5). Y del mercado de aquella ciudad se acuerda ella misma con cierta melancolía, repitiendo el viejo cantar de los Comendadores:

«En Córdoba se hace los jueves, si bien me recuerdo:

                Jueves era, jueves,
                Dia de mercado,
                Convidó Hernando
                Los Comendadores.

¡Oh, si me muriera cuando esta endecha oí» (pág. 72).

De la Peña de Martos, que nunca perteneció a la diócesis de Córdoba, sino a la de Jaén, hace una curiosísima disertación, [p. 48] consignando algunas leyendas locales: «Los atautes de plomo y marmóreos escritos de letras gódicas e de egipciacas»; «la fuente con cinco pilares a la puerta de la villa, edificada por arte mágica en tanto espacio cuanto cantó un gallo»; la fuente, todavia más salutífera, de Santa Marta, donde «la noche de San Juan sale la cabelluda, que quiere decir que allí muchas veces apareció la Madalena, y más arriba está la peña de la Sierpe, donde se ha visto Santa Marta defensora, la cual allí miraculosamente mató un ferocísimo serpiente, el cual devoraba los habitantes de la cibdad de Marte, y ésta fué la principal causa de su despoblación» (pág. 237)

Todo este capítulo, perdido entre los horrores de la Lozana, hace el efecto de un idilio que sosiega apaciblemente el ánimo, y algo dice en pro de su autor. No debía de ser enteramente malo y corrompido el hombre que en medio de su vida loca y desenfrenada sentía la nostalgia del «alamillo que está delante de la iglesia de Martos», y a quien el espectáculo de la perversión de Roma y Venecia traía a la memoria por contraste la honestidad y devoción de las mujeres de su tierra. «Y si en aquel lugar, de poco acá, reina alguna envidia o malicia, es por causa de tantos forasteros que corren allí por dos cosas: la una porque abundan los torculares (lagares) y los copiosos graneros, juntamente con todos los otros géneros de vituallas, porque tiene cuarenta millas de términos, que no le falta, salvo tener el mar a torno; la segunda, que en todo el mundo no hay tanta caridad, hospitalidad y amor proximal cuanto en aquel lugar, y cáusalo la caritativa huéspeda de Christo (Santa Marta)». Indudablemente algún jugo de alma conservaba el que escribió estas cosas: válganle en atenuación de tantas otras.

En el prólogo de su edición del Amadís se precia de haber sido discípulo de Antonio de Nebrija, a quien también menciona en la Lozana: «Eso que está escrito, no creo que lo leyese ningún poeta, sino vos, que sabeis lo que está en las honduras, y Lebrixa lo que en las alturas, excepto lo que estaba escrito en la fuerte peña de Martos, y no alcanzó a saber el nombre de la cibdad, sacrificando el dios Marte, y de allí le quedó el nombre de Martos a Marte fortísimo» (pag. 264).

Pero no creo que se aprovechase mucho de la doctrina de tan [p. 49] excelente maestro, ni que llegase a ser nunca un verdadero humanista. Su arqueología es popular y del gusto de la Edad Media; [1] su estilo, el de la conversación, no el de los libros: rara vez cita autores clásicos. Quiza su relativa incultura le libró de pedanterías y afectaciones, que en su tiempo eran frecuentes, pero en cambio rebajó su ideal artístico haste un punto que apenas pertenece a la literatura.

Durante el pontificado de Julio II, [2] probablemente siendo ya [p. 50] clérigo, pasó corno tantos otros a Roma en busca de algún beneficio, y allí debió de obtener ese vicariato del valle de Cabezuela, que según la relajada disciplina de aquel tiempo, sería nominal y no le privaría de la residencia «in curia». De sus ocupaciones en Roma, del género de sociedad que frecuentaba y de los achaques que su vida pecadora le produjo, hay largos y nada edificantes detalles en la Lozana, donde el autor interviene a cada momento como grande amigo y confidente de la heroína. El vicio tenía entonces su castigo inmediato y terrible en aquella nueva peste que apareció con horrendo estrago a fines del siglo XV, cebándose en los ejércitos franceses y españoles que lidiaban en el reino de Nápoles. Sobre esta dolencia hay en la Lozana algunos detalles que pueden interesar a la historia médica. [1] Su autor adoleció, como tantos otros, de las pestíferas bubas (ni eran para otra cosa los pasos en que andaba), y para entretener o consolar la pasión meIancólica que su enfermedad le produjo, compuso un tratado [p. 51] De consolatione infirmorum, que al parecer fué impreso, pero del cual sólo conocemos el título. [1] Y habiendo logrado cierto alivio con el cocimiento del guayaco o palo santo de las Indias, que, introducido en España en 1508 y en Italia en 1517, había suplantado en la terapéutica al mercurio, desacreditado por el brutal empirismo con que se administró en los primeros momentos, determinó convertir en beneficio de sus prójimos y juntamente de su bolsa aquella preparación farmacéutica, y compuso un cierto electuario, que vendía como un específico, aunque la Lozana no tenía mucha fe en su eficacia. «Di que sanarás el mal francés, y te judicarán por loco del todo, que esta es la mejor locura que uno puede decir, salvo que el legno es salutífero» (pág. 280).

El rarísimo opúsculo, escrito en italiano, en que Delicado expuso su plan curativo, reservándose el secreto de su composición, se ocultó a la diligencia de Nicolás Antonio, pero no a la del erudito médico de Montpellier Astruc, famoso especialista en esta materia, ni a los historiadores de nuestra Medicina, Morejón y Chinchilla, [2] que parecen haber tomado de él sus noticias. Uno y otro llaman al autor Francisco Delgado, y así le denomina también el privilegio que le concedió Clemente VII para la impresión de su libro en 4 de diciembre de 1526. Acaso fuese éste su verdadero apellido, ligeramente alterado por él para acomodarle a los oídos italianos; pero es lo cierto que en todas sus publicaciones usó constantemente el de Delicado.

[p. 52] Graves y tremendos sucesos impidieron que el tratadillo sobre il mal franceso fuese publicado por entonces. No se imprimió hasta 1529, en Venecia, un año después de la Lozana, sin duda para que el segundo libro sirviese como de preservativo o antídoto del primero. [1] La entrada del ejército imperial en Roma, con todas las atrocidades que acompañaron a su estancia de diez meses, le pareció providencial castigo de anteriores abominaciones, y repitió, como Alfonso de Valdés y tantos otros, el vae tibi civitas meretrix. «¿Quién jamás pudo pensar, oh Roma, oh Babilonia, que tanta confusión pusiesen en ti estos tramontanos occidentales y de Aquilon, castigadores de tu error?... ¿Pensólo nadie jamás tan alto y secreto juicio como nos vino este año a los habitatores que ofendíamos a su majestad?... ¡Oh cuánta pena mereció tu libertad, y el no templarte, Roma, moderando tu ingratitud a tantos beneficios recibidos, pues eres cabeza de santidad y llave del cielo, y colegio de doctrina, y cámara de sacerdotes y patria común!... ¡Oh vosotros que vernés tras los castigados, mirá este retrato de Roma, y nadie o ninguno sea causa que se haga otro!...» (páginas 337-338),

Las últimas páginas que sirven de apéndice a la Lozana están escritas bajo la impresión de aquella catástrofe y tienen un vigor que recuerda a veces el Diálogo de Lactancio: «Sucedió en Roma que entraron y nos castigaron y atormentaron y saquearon catorce mill teutónicos bárbaros, siete mill españoles sin armas, sin zapatos, con hambre y sed, italianos mill y quinientos, napolitanos reamistas dos mill, todos estos infantes; hombres darmas seiscientos, estandartes de jinetes treinta y cinco, y más los gastadores, que casi lo fueron todos, que si del todo no es destruida Roma, es por el devoto femenino sexo, y por las limosnas y el refugio que a los peregrinos se hacía: agora a todo se ha puesto entredicho, porque entraron lunes a días seis de mayo de mill e quinientos e veinte e siete, que fué el escuro dia y la tenebrosa noche para quien se halló dentro, de cualquier nación o [p. 53] condición que fuesen, por el poco respeto que a ninguno tuvieron, máxime a los perlados, sacerdotes, religiosos.., Profanaron sin duda cuanto pudiera profanar el gran Soff si se hallara presente...» (págs. 344-45), «¡Oh gran juicio de Dios! venir un tanto ejército sub nube y sin temor de las maldiciones sacerdotales, porque Dios les hacía lumbre la noche y sombra el día para castigar los habitatores romanos, y por probar sus siervos, los cuales somos muncho contentísimos de su castigo, corrigiendo nuestro malo y vicioso vivir, que si el Señor no nos amara no nos castigara por nuestro bien; ¡mas guay por quien viene el escándalo!» (página 346).

Con esta inesperada lección acaba un libro de tan frívolas apariencias y vergonzoso contenido. Las ideas que en estos párrafos se apuntan no eran peculiares del grupo llamado erasmista. aunque lograsen bajo la pluma del elegante secretario de Carlos V su expresión más atrevida. Otros españoles de no sospechosa ortodoxia abundaban en el mismo sentir. «Es la cosa más misteriosa que jamás se vió... (decía el abad de Nájera, comisario del ejército del duque de Borbón). Es sentencia de Dios: plega a él que no se desdeñe (italianismo por indigne) contra los que lo hacen.» En otra relación anónima y dirigida también al Emperador leemos: «Esta cosa podemos bien creer que no es venida por acaecimiento, sino por divino juicio, que muchas señales ha habido... En Roma se usaban todos los géneros de pecados muy descubiertamente, y hales tomado Dios la cuenta toda junta.» [1]

Delicado salió de Roma con el ejército español a diez días de febrero de 1528, «por no esperar las crueldades vindicativas de los naturales», y desde entonces parece haber fijado su domicilio en Venecia. Los mamotretos que había llevado consigo fueron su tabla de salvación en aquel naufragio, Entonces publicó la Lozana y el tratado del leño de la India. «Esta necesidad me compelió a dar este retrato a un estampador por remediar mi no tener ni poder, el cual retrato me valió más que otros cartapacios que yo tenía por mis legítimas obras, y éste, que no era legítimo, por ser cosas ridiculosas, me valió a tiempo, que de otra manera no lo publicara hasta despues de mis dias, y hasta que otrie que más supiera lo enmendara» (pág, 347),

[p. 54] En Venecia vivió dedicado principalmente a la corrección de libros españoles, que entonces tenían muchos aficionados en Italia, Son conocidas y gozan de grande estimación bibliográfica sus ediciones del Amadís de Gaula (1533) y del Primaleón y Polendos (15 34), Hizo también dos de la Celestina en 1531 y 1534, y creo por varios indicios que se le puede atribuir también una rarísima de la Cárcel de Amor, [1] Acaso con el tiempo se descubran otras.

Previas estas noticias, muy incompletas sin duda, pero que nos permiten columbrar la extraña psicología de Francisco Delicado, digamos algo de la Lozana Andaluza, sin entrar, por supuesto. en su análisis, que no es tarea para ningún crítico decente. La Lozana, en la mayor parte de sus capítulos, es un libro inmundo y feo, aunque menos peligroso que otros, por lo mismo que el vicio se presenta allí sin disfraz que le haga parecer amable. Es un caso fulminante de naturalismo fotográfico, con todas las consecuencias inherentes a este modo de representación elemental y grosero, en que la realidad se exhibe sin ningún género de selección artística y hasta sin plan de composición ni enlace orgánico. Con saber que llegan a ciento veinticinco los personajes de esta fábula, si tal nombre merece, puede formarse idea del barullo y confusión que en ella reina. No es comedia, ni novela tampoco, sino un retablo o más bien un cinematógrafo de figurillas obscenas, que pasan haciendo muecas y cabriolas, en diálogos incoherentes. En rigor puede decirse que la Lozana no está escrita, sino hablada, y esto es lo que da tan singular color a su estilo y constituye su verdadera originalidad.

Aunque muy admirador de la Celestina, que cita desde la [p. 55] portada y vuelve a mencionar en otras partes, [1] Delicado no pertenece a la escuela de Fernando de Rojas, ni era capaz de comprender siquiera el arte tan profundo y humano de la tragicomedia de Calisto y Melibea. Sólo podía asimilarse los elementos picarescos de aquella creación, y ni aun esto hizo, porque las costumbres que describe son más italianas que españolas, y él mismo era un español italianizado. El tipo de la protagonista Aldonza carece de la grandeza y de la perversidad transcendental del de Celestina. Una sola seducción y tercería de ésta significa más que todas las acciones indignas y vituperables que comete la Lozana y todos los disparates que pronuncia su cínica lengua. La «parienta del Ropero, conterránea de Séneca, Lucano, Marcial y Averroes» (página 184), no pasa de ser una moza desenvuelta y atolondrada, de mala vida y buen humor, de natural despejo y fácil labia, que trabaja por cuenta propia y ajena en aventuras escandalosas, pero que se guarda mucho en corromper la virtud de las doncellas ni de inquietar con mensajes y tercerías a las mujeres honradas. Su conciencia moral está atrofiada por la vileza de su oficio, pero [p. 56] su índole nativa no parece tan abominable como sus costumbres.

Se ha supuesto que Delicado pudo tener otros modelos, ya en la literatura clásica, ya en la italiana de su tiempo, para la forma de coloquios desligados que dió a su obra. Los diálogos meretricios ( &2;τα&ΧιρΧ;ροι διάλογοι ) de Luciano ofrecen una serie de escenas que, salvo dos o tres verdaderamente monstruosas, tienen una gracia ática digna del elegantísimo sofista de Samosata. Pero dudamos mucho que hubiesen llegado a noticia del autor de la Lozana. Francisco Delicado, lo mismo que Pedro Aretino, con quien algunos le han comparado, pertenece al Renacimiento, no por su cultura, sino por sus vicios. El Aretino escasamente sabía latín, cosa que apenas se concibe en un literato italiano del siglo XVI. Y aunque de nuestro Delicado, que se preciaba de discípulo del Nebrisense, no pueda decirse otro tanto, su libro no indica familiaridad alguna con las letras clásicas, salvo con el Asno de Oro de Apuleyo, que parece haber manejado mucho, ya en el original, ya en la elegante versión del arcediano de Sevilla, Diego López de Cortegana. [1]

Otros han supuesto que la Lozana era una imitación de los Ragionamenti del Aretino, a los cuales se parece, en efecto, de una manera extraordinaria. [2] Pero hay una razón cronológica que [p. 57] impide admitir esta imitación. La Lozana estaba escrita desde 1524 y fué impresa en 1528. Todas las obras del Aretino análogas a la novela española son posteriores a esa fecha. El Ragionamento della Nanna e della Antonia es de 1533; el Dialogo della Nanna e della Pippa sua figliola es de 1536; el Regionamento del Zoppino fatto frate... dove contiensi la vita e genealogia di tutte le cortegiane di Roma, que algunos han señalado como modelo de la Lozana, [1] no se publicó hasta 1539. Si imitación hubo, sería, pues, del Aretino y no a la inversa, y así lo han conjeturado algunos críticos italianos tan competentes como Arturo Graf. [2] Pero no creo en semejante imitación, que por otra parte ningún honor haría a nuestra literatura. El Aretino no necesitaba recibir lecciones de nadie en semejante materia, y menos del autor oscurísimo de la Lozana, a quien nadie cita ni en Italia ni en España durante aquella centuria. [3] Las semejanzas que entre los dos autores existen nacen de la materia misma y de los procedimientos del vulgar realismo que uno y otro emplean.

En rigor, la Lozana no tiene antecedentes literarios. Nació de la vida y no de los libros: fué un producto mórbido de la corrupción romana. Su valor estético es nulo, pero su importancia como documento histórico es grande con ser tantos los que existen [p. 58] sobre la prostitución en el siglo del Renacimiento. Extraño y singular mundo aquel en que nos hace penetrar la Lozana. No es el de aquellas cortesanas cultas y literatas como Tulia de Aragón y Verónica Franco, en quienes renació hasta cierto punto el tipo de las hetairas griegas, [1] sino el mundo abigarrado y confuso, en gran parte de importación extranjera, que llenaba los prostíbulos de Roma y que ya en 1490 alcanzaba, según el Diario de Esteban Infessura, la formidable cifra de 6.800 mujeres, «exceptis illis quae in concubibatu sunt et illis quae non sunt publice sed secreto»; [2] cifra infenor, sin embargo, a la de Venecia, donde al comenzar el siglo eran, según Marino Sanudo, 11.654 en una población de 300.000 habitantes. [3] Toda casta de gentes y naciones se mezclaba en este ejército del pecado, y el autor de la Lozana hace una curiosa enumeración geográfica de ellas, [4] aparte de otras clasificaciones y distinciones en que no hay para qué entrar. A veces nombra a meretrices opulentas y pomposas, como la célebre Imperia la aviñonesa [5] y madona Clarina, la favorida; pero [p. 59] principalmente habla de sus paisanas, que parece haber tratado más de cerca y de cuyas andanzas estaba major informado: «la de los Ríos, que fué aquí en Roma peor que Celestina y manaba en oro» (pág. 160); «la Xerezana, la Garza Montesina, la galan portuguesa que mandaba en la mar y la tierra, y señoreó a Nápoles, tiempo del gran Capitán, y tuvo dineros mas que no quiso, y verla allí asentada demandando limosna a los que pasan!» (página 248).

Todos estos nombres tienen trazas de ser históricos: acaso lo es también, la heroína Aldonza; a lo menos su carácter tiene grandísimo parecido con aquella Isabel de Luna de quien en las ingeniosas y desenvueltas novelas del obispo dominico Bandello queda tanta memoria. [1] Así como la Lozana había peregrinado [p. 60] no solamente por España, Francia e Italia, sino por todas las escalas de Levante, haciendo estancia con su amigo Diomedes «en Alexandría, en Damasco, en Damieta, en Barut, en parte de la Siria, en Chipre, en el Cairo, en Constantinopoli, en Corinto, en Tesalia, en Boxia, en Candía» (pág. 15), también Isabel de Luna había corrido medio mundo, había estado en Túnez y la Goleta, había seguido la corte del Emperador en Alemania y Flandes. y pasaba en Roma por la más astuta e ingeniosa mujer que podía encontrarse, la de más entretenida conversación y dichos agudos, prontísima en las réplicas mordaces y en tomar desquite de quien la ofendía. Pero tanto Isabel de Luna como otras cortesanas españolas de que la literatura italiana guarda memoria, la Beatriz, que cuando tuvo que cortarse la hermosa cabellera fué consolada en elegantes versos latinos por el Molza, su amante y su víctima; otra Beatricica, de quien habla el Aretino; la Ortega, predilecta de abogados y procuradores, parecen haber florecido en años posteriores a la composición de la Lozana.

No es sólo el mundo lupanario el que Delicado retrata o retrae (como él dice), aunque sea el centro de su obra. Otros bajos fondos de la sociedad romana tenía igualmente conocidos y explorados: las «camiseras castellanas» que moraban en Pozoblanco, las napolitanas que tenían por oficio «hacer solimán, y blanduras y afeites, y cerillas, y quitar cejas, afeitar novias, y hacer mudas de azúcar candi y agua de azofeifas (pág. 21), aunque todavía las aventajaban en el arte cosmética sus maestras las judías, como Mira la de Murcia, Engracia, Perla, Jamila, Rosa, Cufra, Cintia y Alfarutia: un tropel de ensalmadores y curanderos, charlatanes y sacamuelas y de otros mil extravagantes oficios que invadían el Campo de Fiore. Sobre la situación de los judíos en Roma tiene algunos pasajes interesantes: «Esta es sinoga de catalanes, y allí son tudescos, y la otra franceses, y ésta de romanos e italianos, que son los más necios judíos que todas las otras naciones. que tiran al gentílico y no saben su ley; más saben los nuestros españoles que todos, porque hay entre ellos letrados y ricos, y son muy resabidos» (pág. 76).

[p. 61] Gran parte del interés de este libro consiste en los elementos folklóricos que encierra, y los hay de todas especies. Abundan los relativos a abusiones y supersticiones, que el autor reprueba severamente, pero que la Lozana practicaba sin escrúpulos, comerciando con la necedad ajena: «Yo sé ensalmar, y encomendar y santiguar, cuando alguno está aojado, que vieja me vezó. que era saludadora y buena como yo; sé quitar ahitos, sé para las lombrices, sé encantar la terciana... Sé sanar la sordera y sé ensolver sueños, sé conocer en la frente la phisionomía, y la chiromancia en la mano, y prenosticar» (pág. 216). El ensalmo del mal francorum, puesto en boca de Rampin «el pretérito criado de la Lozana», es una parodia de los supersticiosos conjuros populares:

                         Eran tres cortesanas,
                         Y tenían tres amigos
                         Pajes de Franquilano...

                                                            (Pág. 88).

La relativa antigüedad de la Lozana da importancia a las menciones que en ella se hacen de varios tipos tradicionales, como Pedro de Urdemalas, Juan de Espera en Dios (nombre español del judío errante) y principalmente Lazarillo (pág. 180), que según se deduce de este texto era ya protagonista de algún cuento oral antes que un grande ingenio anónimo le hiciese inmortal en nuestra literatura.

La lengua de la Lozana es tan singular como su argumento y estilo. Aunque ridículamente haya sido calificada en nuestros días de «joya de la literatura española» y su autor del «mejor hablista de su tiempo», no hay libro del siglo XVI cuya prosa sea más impura ni más llena de solecismos y barbarismos. Pero su misma incorrección la hace muy curiosa. Lejos de estar escrita en «lengua castellana muy clarísima», como anuncia el frontis, lo está en aquella lengua franca o jeringonza italo-hispana usada en Roma por los españoles de baja estofa que llevaban mucho tiempo de residir allí, y que, sin haber aprendido verdaderamente la lengua ajena, enturbiaban con todo género de italianismos la propia: pícaros y galopines de cocina, rufianes, alcahuetas y rameras, valentones de la hampa, soldados mercenarios y otra chusma por el estilo. Ya Bartolomé de Torres Naharro, ingenio más [p. 62] decoroso y de otro fuste que Delicado, había plagado intencionadamente de voces exóticas algunas escenas de sus comedias Soldadesca y Tinelaria. Pero en él fué capricho pasajero, nacido de la ocasión y lugar en que se representaron sus comedias para un auditorio principalmente italiano. [1] Por el contrario, la jerga mestiza y tabernaria en que está escrito el Retrato de la Lozana es constante y sistemática, como trasunto de lo que el autor oía por las calles, el mismo Delicado lo confiesa: «y si quisieren reprender que por qué no van munchas palabras en perfeta lengua castellana, digo que siendo andaluz y no letrado, y escribiendo para darme solacio y pasar mi fortuna, que en este tiempo el Señor me había dado, conformaba mi hablar al sonido de mis orejas, que es la lengua materna y el común hablar entre mujeres, y si dicen por qué puse algunas palabras en italiano, púdelo hacer escribiendo en Italia, pues Tulio escribió en latín y dixo muchos vocablos griegos y con letras griegas; si me dicen que por qué, no fui más elegante, digo que soy iñorante» (pág. 333). Pero las innovaciones de Delicado no eran del género de las de Marco Tulio. No sólo algunas palabras, sino más de un centenar de ellas jamás oídas en Castilla, y lo que es peor formas estropeadas de la conjugación, y una sintaxis flotante y anárquica, que no es ni española ni italiana, impiden que tal libro pueda ser considerado como texto de lengua. No me refiero, claro es, a las frases correctamente italianas que Delicado pone en boca de personajes de aquella nación para mejor caracterizarlos: recurso permitido a todos los dramaturgos y novelistas. Trato sólo del lenguaje [p. 63] que usan todos los interlocutores de la pieza, comenzando por el autor mismo. A cada paso se tropieza con locuciones como éstas: «parentado» (por parentela), «es estada mundaria», «sois estada en Levante». «quizá que trae guadaño» (por ganancia). «canavario o bostiller de un señor», «cuando comen parece que mamillan», chambelas por pasteles, mancha por aguinaldo o propina, famillos por criados, patrones por señores o dueños, fantescas por criadas, forcel (de forziere) por arca o cofre, buturo por manteca, romeaje por romería, contenteza por contento, no os amaleis por no enferméis, locanda por casa de posada, travestidos por disfrazados, judicar por juzgar, tal vuelta (tal volta) por a veces, refata por remendada, escátula por caja, grávida por preñada y a mayor abundamiento el verbo engravidarse, estaferos por palafreneros y otras innumerables que sería prolijo relatar, algunas de las cuales sólo se encuentran en este libro y allí pueden quedarse.

A pesar de este vocabulario de acarreo tiene la Lozana un fondo castizo, por las reminiscencias que el autor conservaba del «común hablar de la polida Andalucía». Véase, por ejemplo, el trozo siguiente, en que Aldonza enumera los primores de cocina y repostería en que era maestra conforme al gusto de su tierra, que no era precisamente el de Ruperto de Nola y otros tratadistas clásicos. Es materia en que Delicado insiste con gran riqueza de palabras y cierta sensual delectación: «Por amor de mi agüela me llamaron a mí Aldonza, y si esta mi agüela viviera, sabría yo más que no sé, que ella me mostró guisar, que en su poder deprendí hacer fideos, empanadillas, alcuscuzu con garbanzos, arroz entero, seco, graso, albondiguillas redondas y apretadas con culantro verde, que se conocían las que yo hacía entre ciento... ¡Y qué miel! pensá, señora, que la teníamos de Adamuz y zafrán de Peñafiel, y lo mejor de la Andalucía venía en casa de esta mi agüela. Sabía hacer hojuelas, pestiños, rosquillas de alfaxor, textones de cañamones y de ajonjolí, nuégados, xopaipas, hojaldres, hormigos torcidos con aceite, talvinas, zahinas y nabos sin tocino y con comino, col murciana con alcarabea, y olla resposada no la comía tal ninguna barba. Pues boronía ¿no sabía hacer? por maravilla, y cazuela de berengenas moxies en perfición; cazuela con su ajico y cominico, y saborcido de vinagre, ésta hacía yo sin que me la vezasen. Rellenos, cuajarejos de [p. 64] cabritos, pepitorias y cabrito apedreado con limon ceuti, y cazuelas de pescado cecial con oruga, y cazuelas moriscas por maravilla, y de otros pescados que serían luengo de contar. Letuarios de arrope para en casa, y con miel para presentar, como eran de membrillos, de cantueso, de uvas, de berengenas, de nueces y de la flor del nogal, para tiempo de peste; de orégano y hierba buena, para quien pierde el apetito; pues ¿ollas en tiempo de ayuno? éstas y las otras ponía yo tanta hemencia en ellas, que sobrepujaba a Platina, De voluptalibus, y Apicio Romano, De re coquinaria» (págs. 8-9).

Además de las curiosidades de lengua y extraños detalles de costumbre; que un lector serio puede entresacar de la Lozana tiene para la historia de la novelística el interés de algunos cuentos, en general muy conocidos, como el del tributo pagado por los médicos a Gonella, famoso truhán del duque de Ferrara, [1] y el del asno de Micer Porfirio, a quien la Lozana enseñó a leer poniéndole cebada entre las hojas de un libro, con lo cual pudo sin obstáculo graduarse de bachiller o bacalario. Esta vieja facecia se encuentra en el Esopo de Waldis, en el libro alemán Til Eulenspiegel, en las Nouvelles Recreations et joyeux devis de Buenaventura Des Periers, en el Fabulario de nuestro Sebastián Mey y en otras colecciones. [2] Pero en la Lozana tiene más gracia, porque está puesto, no en narración, sino en acción. [3]

[p. 65] Quizá nos hemos detenido más de lo justo en dar razón de este libro, por lo mismo que su lectura no puede recomendarse a nadie. Es de los que, como decía don Manuel Milá, «no deben salir nunca de lo más recóndito de la necrópolis científica». Las tres reimpresiones modernamente hechas hubieran podido excusarse, y el ejemplar de Viena bastaba para satisfacer la curiosidad de los filólogos, que ya hubieran sabido encontrarlo y a quienes su misma profesión acoraza contra el contenido bueno o malo de las obras cuyo vocabulario y gramática examinan.

Por lo demás, el Retrato de la Lozana es una producción aislada que ninguna influencia ejerció en nuestra literatura ni en la italiana, aunque se haya pretendido lo contrario. Nadie la cita en el siglo XVI. Ni siquiera consta su título en el Registrum de don Fernando Colón, que con amplio eclecticismo bibliográfico recogió toda la literatura de su tiempo, desde la más mística a la más licenciosa.

Por otra parte, el género a que pertenecía, y que de ningún modo ha de confundirse con las Celestinas, era exótico para nosotros, y se comprende que no tuviera imitadores. La Thebayda y la Seraphina son obras desenfrenadas, pero no contienen un doctrinal teórico y práctico del libertinaje como la Lozana. Por la misma razón nunca fueron populares aquí el nombre ni los escritos de Pedro Aretino. Sus mismas comedias, que valen más que su fama, no fueron imitadas por nadie, y es caso muy raro verlas mencionadas con elogio. Sólo recuerdo este pasaje del prólogo de la Comedia de Sepúlveda, fechada en 1547: «¿Y qué diremos de Pietro Aretino, a quien por la excelencia de su juicio [p. 66] tienen por epíteto en su nombre el Divino? Pues notorio es que lo principal de sus obras son las comedias que hizo.» [1]

De los Ragionamenti sólo se tradujo uno, el que forma la tercera giornata de la primera parte [2] y aun éste sumamente expurgado. Hizo la versión o arreglo el beneficiado Fernan Xuárez, vecino y natural de Sevilla, dándole el título celestinesco de Coloquio de las damas, en el qual se descubren las falsedades, tratos, engaños y hechicerías de que usan las mujeres enamoradas para engañar a los simples, y aun a los muy avisados hombres que de ellas se enamoran. La primera edición, sin nota de lugar, es de 1548; la segunda lleva el pie de imprenta de Medina del Campo y la fecha de 1549. [3] El traductor tomó todo género de [p. 67] precauciones para hacer pasar aquel diálogo, que él mismo empieza por calificar de «abominable cieno corrompedor de toda salud de la casta limpieza». Pero la misma insistencia y extravagancia de sus excusas hace dudar de la pureza de su intención, porque los libros de historias profanas, como las de Amadís y Tristán, de que habla en uno de sus prefacios, nada tienen que ver con la literatura a que pertenece el Coloquio. Lo que no puede negarse es que le adecentó bastante, [1] quitándole algunas obscenidades, aunque todavía quedaron las suficientes para que fuese con mucha razón prohibido en los Índices del Santo Oficio. [2] Otras cosas alteró, procurando españolizar el libro. La traducción no es de las peores que por entonces se hacían del toscano, pero es apelmazada y carece de la viveza y gracia del original. Sin embargo, de ella se valió, con preferencia al texto italiano, el erudito y extravagante humanista Gaspar Barthio, cuando tradujo al latín este Coloquio con el nombre de Pornodidascalus. [3]

[p. 68] Todas las obras citadas hasta aquí, excepto las paráfrasis en verso, tienen con la Celestina una relación indirecta y genérica. Las tres que, por orden cronológico, se ofrecen ahora a nuestra consideración, no sólo imitan deliberadamente la tragicomedia de Rojas, sino que continúan su argumento y vuelven a sacar a la escena a algunos de sus personajes. Hubo, pues, segunda, tercera y cuarta parte de la Celestina. Sus autores, de muy desigual mérito, son Feliciano de Silva, Gaspar Gómez de Toledo y Sancho de Muñón.

Feliciano de Silva es aquel caballero de Ciudad Rodrigo, fecundísimo productor de libros caballerescos, que la sátira de Cervantes ha inmortalizado. La segunda comedia de Celestina, en la qual se trata de los amores de un caballero llamado Felides y de una doncella de clara sangre llamada Polandria, impresa en 1534, [1] es la única de sus obras que merece sobrevivirle, aunque [p. 69] no sea una obra maestra. Tal como es, sería grande injusticia medirla con la misma vara censoria que al D. Florisel de Niquea o al D. Rogel de Grecia.

Singular parece a primera vista la idea de continuar la Celestina donde casi todos los personajes sucumben al final: Celestina a manos de los criados de Calisto, éstos degollados en la plaza pública, Calisto rodando de la escala y Melibea arrojándose de la torre. Pero tal obstáculo no era para detener a Feliciano de [p. 70] Silva, que tenía una brava imaginación de novelista de folletín. Si Celestina estaba muerta, ¿había más que resucitarla? Bastante le había importado a él que el bachiller Juan Díaz, en el segundo Lisuarte (1526), diese por muerto a Amadís de Gaula y celebrase sus exequias.

La farsa de la resurrección de Celestina está presentada con bastante habilidad e interés y tiene el mérito de que no se descifra hasta la última escena con estas palabras de Felides: «Pues sabed, que una persona honrada y quien a Celestina es en gran cargo la tuvo escondida todo el tiempo que se dijo que era muerta; y ella con sus hechizos hizo parescer todo lo pasado para se vengar de los criados de Calisto, porque le querían tomar lo que su amo le había dado; y hizo con sus encantamientos parescer que era muerta, y agora fingió haber resucitado... Y sea en gran secreto, porque el Arcediano viejo me lo dijo, que con esto le quiso pagar muchas deudas de cuando era mozo que desta buena mujer había rescibido» (pág. 514).

El arte de excitar la curiosidad con situaciones sorprendentes no podía faltar a un novelista tan ducho como Feliciano. La reaparición de Celestina en la séptima cena o escena de la obra; el tumulto y algazara con que la acompaña el pueblo, formando un verdadero coro; el asombro y pasmo con que la reciben sus discípulas Elicia y Areusa, están presentados con mucha amenidad y chiste:

«Celest.- Válame Dios, y ¡qué de gente paresce y viene a mi, como si fuese lechuza o buho que camina de día! Quiérome meter presto en mi casa, si no aquí me sacarán los ojos.

Pueblo.- Vala el diablo, a aquella Celestina, la que mataron los criados de Calisto paresce, ¿o es alguna visión? por cierto non es otra; y qué priesa que lleva que paresce que va a ganar beneficio. ¡Oh, gran misterio, que ella es!

Cel.- ¡Válalos el diablo, y qué mirar que tienen! Hora, sus, yo digo que la puerta de mi casa está abierta; bien paresce a osadas el poco cuidado que con mi absencia hay. Acá están Elicia y Areusa, espántanse de verme, santiguándose están; quiéroles hablar, que dan gritos y se abrazan la una con la otra, pensando que soy fantasrna. Oh, las mis hijas y los mis amores, no [p. 71] hayais miedo, que yo soy vuestra madre, que ha placido a Venus tornarme al siglo...

Elicia.- ¡Ay hermana mía, que mi madre Celestina paresce! ¡Ay válame la Virgen María, y no sea alguna fantasma que nos quiera matar!» (pág. 75).

La peregrina intervención del coro, única, a lo que creo, en libros de esta clase, da carácter muy dramático a algunos pasos de la segunda Celestina, y es profundamente cómico, aunque toca en irreverencia, lo que la vieja cuenta de su estancia en el otro mundo y el alarde de fingida devoción y arrepentimiento con que logra embaucar al mismo pueblo que había sido testigo de su licenciosa y diabólica vida. [1] Este matiz de la hipocresía en ella y de la credulidad y ligereza en los otros está muy bien marcado al principio, pero luego el autor se contradice, no saca partido de un dato tan ingenioso y estropea su más feliz creación a fuerza de chafarrinazos. Feliciano de Silva era un improvisador con relámpagos de talento, pero le faltaban cultura y gusto y le sobraba una facilidad superficial, que es el mayor obstáculo para la perfección en nada.

Dos finos estimadores de los antiguos libros españoles han dada a la Segunda Celestina más encomios que los que merece. [p. 72] Uno fué don Bartolomé José Gallardo, que en los apuntamientos bibliográficos que hacía al correr de la pluma exclama entusiasmado: «En esta comedia, o llamémosla novela dramática, brilla un profundo conocimiento del corazón humano y de las costumbres del siglo. Contiene escenas y caracteres trazados de mano maestra. Celestina es un personaje sublime, que no desmiente en nada el carácter creado por Rodrigo Cota (?) y sostenido por el bachiller Rojas de Montalbán.» [1] El voto de Gallardo puede ser sospechoso, porque sabido es que para aquel insaciable catador de literatura añeja no había libro malo en siendo raro, ni libro bueno en siendo moderno. Pero su opinión se refuerza aquí con la de Don Serafín Estébanez Calderón, que no era sólo erudito, sino hombre de gusto y artista de estilo. El Solitario, pues, en un delicioso artículo, que viene a ser una Celestina en miniatura, imitación feliz del lenguaje de las antiguas, comienza aseverando que «Feliciano de Silva, para llevar a buen cabo los amores del caballero Felides y de la hermosa Polandria, supo resucitar y tornar al mundo, con más caudal de astucias, con mayor raudal de razones dulces y con número más crecido de trazas y ardides, a la famosa Celestina». [2]

Nada de esto puede admitirse. No hay más Celestina sublime que la primera, cuya negra profundidad no acierta a comprender ni por asomos el imitador. Así y todo, es la figura mejor trazada del libro, y a veces el remedo es tan fiel y ajustado al modelo de Rojas, que puede producir la pasajera ilusión de que Celestina ha resucitado. Pero pronto se ve que es inconsistente toda esta tramoya. Celestina no vive más que con vida ficticia y prestada. Ni siquiera es el centro de la comedia. Sin ella hubieran podido llegar a feliz término los lícitos amores de Felides y Polandria, que nada tienen de la impetuosa pasión de Calisto y Melibea, y acaban desposándose en secreto por una razón de conveniencia que expone así la discreta doncella Poncia: «aunque el es tan rico y de muy buen linaje, ya sabes que tu mayorazgo no puedes heredallo casándote fuera de tu linaje» (pág. 303).

[p. 73] La obra de Feliciano de Silva es, pues, una Celestina muy morigerada en lo que toca a su fábula principal, aunque muy desenfrenada en los episodios. No faltan en ella afectos nobles, pero expresados casi siempre de un modo enfático y ampuloso por los dos amantes. Hay verdadera delicadeza moral en el tipo de la criada y confidente Poncia, alegre y chancera, honestamente jovial, virtuoso sin afectación, llena de buen sentido no exento de cálculo. Ella salva a su ama de muchos peligros, la precave contra las imprudencias de su propio corazón, la alecciona en las situaciones difíciles, se defiende ella misma contra los arrebatos amorosos del paje Sigeril y ella es, y no Celestina, quien verdaderamente prepara el desenlace, en que la moral queda a salvo, y todavía más íntegramente respetada por la doncella que por la señora. Esta ligera y graciosa creación recuerda algunas heroínas shakesperianas, como la Porcia de El mercader de Venecia, pero no conviene abusar de los grandes nombres tratándose de obras medianas. [1]

[p. 74] La parte cómica de la Segunda Celestina está monstruosamente recargada. Lo accesorio ahoga a lo principal y la cizaña no deja medrar el trigo. Las escenas de la germanía [1] y de la hampa, en que Feliciano parece más experto y curtido que lo que pudiera esperarse de un cronista de caballeros andantes, que «vivió encantado diez y ocho años en la torre del Universo» (según la zumbona frase de don Diego de Mendoza), son de una prolijidad espantable y de un verismo tosco y brutal. El rufián Pandulfo es un plagio servil del Galterio de la Thebayda, con la misma mezcla de cobardía y fanfarronada, con las mismas bravezas y desgarros, con las mismas interjecciones y juramentos: «por las reliquias de Roma», «por el Corpus damni» (corruptela de Corpus Domini); «por nuestra dueña del Antigua» (aludiendo a la iglesia de este nombre en Valladolid), y a este tenor otros infinitos disparates. Este figurón insoportable, que tanto se precia de haber «corrido a ceca y a meca y a los olivares de Santander» [2] [p. 75] (página 174), y de poseer a fondo la «retórica del burdel» (pág. 125). sólo tiene un momento original y curioso, el de su fingida conversión por excusarse del peligro de acompañar a su amo Felides en una ronda nocturna. La escena en que aparece trocado en ermitaño, rezando con cuentas de agallones, es una fina sátira de la hipocresía, [1] contra la cual hay punzantes dardos en todo el [p. 76] libro. [1] También Molière prestó veleidades de hipócrita a su don Juan; pero lo que es natural y hace reír en un baladrón cobarde como Pandulfo, es indigno del burlador de Sevilla y contradice radicalmente su carácter.

Dignos compañeros de Pandulfo en bellaquerías y truhanadas, y en vil y descocado lenguaje, son los dos pajes de Felides; Corniel, el mozo de espuelas; Barañón, el mozo de caballos; el rufián Crito, amante de Elicia; su rival Barradas, el despensero Grajales, Albacín el paje del infante (don Fernando de Austria, hermano de Carlos V), mancebo de rubios cabellos y poquísima vergüenza; y descendiendo todavía más, el tabernero Montón de oro, los rufianes Tripa en brazo, y Traso el cojo, el viejo primo de Celestina Barbantesco, y la inmunda ramera Palana, daifa de Pandulfo. Toda esta canalla está tomada visiblemente del natural: no son tipos convencionales como el de Pandulfo. Tienen en sus hechos y dichos una animación endiablada. Constituyen, por [p. 77] decirlo así, el bloque informe y tosco del cual por magia del arte surgirá en su día el grupo clásico del patio de Monipodio.

Atento Feliciano de Silva, como novelista de oficio que era, a dar variedad a su libro con todo género de salsas e ingredientes, introdujo el ridículo episodio pastoril de Acays y Filinides, que es una de las primeras apariciones del bucolismo en la novela castellana, [1] y remedó la media lengua de los negros de Guinea en los coloquios de dos esclavos, Zambrán y Boruca. Esta segunda novedad tuvo más éxito que la primera y fué imitada por muchos. No faltan, por supuesto, en este centón (que de tal puede calificarse la Segunda Celestina) bastantes versos menos que medianos, y varios cuentos, de los que sólo merece recordarse por su interés folklórico la siguiente versión de una de las parábolas más conocidas del Barlaam y Josafat: [2]   «Pues has de saber que un rey mandó a un sabio que enseñara a un hijo suyo dende que nasció adonde no viese más que al sabio, y despues que ya hombre llevólo adonde pasaban muchas cosas, y pasando unos y otros y el hijo del rey preguntando cada cosa qué era y el sabio diciéndoselo, pasaron, unas mujeres muy hermosas, y preguntó el hijo del rey qué cosa era aquello, y el sabio dijo que diablos, pues tales hacían a los hombres; y respondió el hijo del rey: si éstos son diablos, yo quiero que me lleven a mí. Y así, señora, me lleva tú a mí si eres diablo, que yo por ángel te tengo» (página 373).

El estilo de esta comedia es muy desigual, como en todas las obras de Feliciano de Silva. Excelente a veces, sobre todo en las reposadas pláticas de Celestina con el arcediano viejo y con su ama Zenarra; pintoresco y expresivo, pero arrufianado y soez, en las escenas de mancebía y taberna, es alambicado, sutil, ridículamente hinchado y a ratos ininteligible cuando el autor quiere remontar su rastrera pluma a las etéreas regiones, para él vedadas, de la poesía y del sentimiento. Ya desde el primer folio nos encontramos con aquellas entrincadas razones, que parecían de perlas a don Quijote. Dice así el enamorado Felides: «Oh amor, [p. 78] que no hay razon en que tu sinrazon no tenga mayor razon en sus contrarios. Y pues tú me niegas, con tus sinrazones, lo que en razon de tus leyes prometes, con la razon que yo tengo para amar a mi señora Polandria, para ponerte a ti y casarte con la razón que en ti continuo falta, el consejo que tú niegas en mi mal quiero pedir a mi sabio y fiel criado Sigeril» (pág. 8). De este modo suelen expresar el amor los personajes de la pieza cuando quieren hablar por lo fino.

Dice Gallardo [1] que «leyendo esta obra salta continuamente a la memoria el nombre de Cervantes, unas veces por expresiones que él usa mucho y aquí estaban ya usadas a menudo: para mi santiguada, andaos a decir donaires, entendérsele a alguno de alguna cosa o de achaque de alguna cosa, ya por tal cual peloteo de palabras al símil de la razón de la sinrazón». Esto último no se puede negar, pero burlarse del estilo de un autor es precisamente lo contrario de imitarle. En cuanto a las demás expresiones que se citan, pertenecen al vocabulario común del siglo XVI y no al particular de nadie. Tenemos, pues, por quimérica esta influencia lingüística de Feliciano de Silva en Cervantes, escarmentados como estamos por la facilidad con que Gallardo y otros eruditos de su escuela descubrían a tiro de ballesta cervantismos en todos los libros que topaban. [2]

[p. 79] Tampoco creemos que tuviese razón el insigne erudito en suponer que la escena de la Segunda Celestina pasa en Salamanca. Cuando él, tan conocedor de aquella ciudad donde había hecho sus estudios, no acertó a encontrar más alusión local que la Horca del Teso, que según él corresponde «a un altillo que en el día llaman el Teso de la Feria» (como si la voz teso, en el sentido de cima de un cerro o collado, no fuese genérica y usada en todas partes), poca fuerza podemos dar a esta conjetura, que se aviene muy mal con los varios pasajes en que se hace referencia al mar como presente o muy vecino. Dice Celestina a Felides en la vigésimaoctaba cena: «Que tú vayas esta noche allá a la una, y por una escala puedes entrar a la parte que la mar bate en el jardin, y él está tan apartado, que sin que se pueda oir, puedes cabe las rejas de dentro hacer las señas tañendo y cantando para hacer parar las aguas y venir las piedras con las aves, junto con el corazón de Polandria, a te oir» (pág. 328). Va en efecto Felides a la cita amorosa, y dice a uno de sus criados: «Llega, Corniel, y pon aquí el escala cabe la mar» (pág. 355). Luego canta un romance que principia así:

       La luna resplandecía,
       El cielo estaba estrellado,
       Los árboles se bullían
       Con el aire delicado
       Con golpes de las riberas
       Del sordo mar concertado...

«Polandria.-Oh válame Dios, qué suavidad de voz y qué garganta; y con el son del ruido de las ondas del mar y el regocijo [p. 80] delicado de los aires en los cipreses, como él dice, no parece sino cosa divina» (págs. 356-357).

«Polandria.- Hermosa noche hace, y gloria es estar debajo de la sombra de estos cipreses, a los frescos aires que vienen regocijando las aguas marinas por encima de los poderosos mares» (página 498).

Parece que nada de esto puede aplicarse al Tormes. Sin duda, Feliciano de Silva, aunque nacido tan cerca de sus riberas, se acordaba más bien de Sevilla y de Sanlúcar donde pasó su juventud como paje de los condes de Niebla. Ciertos personajes picarescos, y aun la especie de germanía que usan, pueden ser indicio de esto.

La Segunda Celestina debió de ser bastante leída en su tiempo, puesto que tuvo dos ediciones en España (1533 y 1536); otra en Venecia, corregida por Domingo de Gaztelu, secretario de don Lope de Soria, embajador de Carlos V, y otra en Amberes, sin nota de año, pero que no parece posterior a 1550. La tendencia anticlerical, que ya apunta en algunos lugares de la Tragicomedia de Calisto y Melibea, llega a ser insolente y agresiva en el libro de Feliciano, en que no faltan proposiciones que frisan con la heterodoxia y que pueden ofender al lector menos timorato. Y aunque en libros de pasatiempo se disimulaba todo, no es maravilla que el Santo Oficio, cumpliendo por esta vez con su obligación, tomase cartas en el asunto prohibiendo la Resurrection de Celestina en el Índice de 1559, de donde pasó la prohibición al de 1583 y a todos los posteriores. [1]

Aunque la Segunda Celestina no deja ningún cabo suelto, no debió de parecérselo así a un oscuro escritor toledano, llamado Gaspar Gómez, que escudándose con el nombre de Feliciano de Silva, y dedicándole su obra, aunque dudamos que fuese con su anuencia, estampó en 1536 una Tercera parte de la tragicomedia de Celestina, [2] que es la más rara de esta serie de libros, aunque [p. 81] a esta rareza se reduce todo su mérito. Como los pocos bibliógrafos que han llegado a verla se han limitado a copiar su portada, me ha parecido curioso dar algunas noticias más, poniendo íntegras en nota la dedicatoria y la tabla de los cincuenta actos en que se divide, [1] con, lo cual puede excusarse la lectura, enteramente [p. 82] inútil, de tan necia y soporífera composición, que termina con las bodas de Felides y Polandria y con la muerte de Celestina, la cual corriendo a lograr las albricias que esperaba de los novios, tropieza y se cae de los corredores de su casa, haciéndose pedazos en [p. 83] la caída. La fábula es insulsa y deslavazada, el estilo confuso, incorrecto y a veces bárbaro. Todos los personajes e incidentes de la obra de Feliciano de Silva reaparecen en la de su imitador, que apenas pone nada de su cosecha. Apuntaré sólo algunas curiosidades.

[p. 84] El acto tercero, en que interviene un hortelano, es el precedente seguro de las escenas del mismo género que luego hemos de encontrar en la Tragedia Policiana.

«Penuncio.- A fe que hallo muy garridas estas albahequeras, [p. 85] y estos claveles, con el rocío desta madrugada: que no parescen estas goticas de agua sino perlas: loado sea el que lo riega con tan buen orden...»

Aunque los detalles de costumbres no son muchos ni de gran [p. 86] novedad, merece recordarse la descripción que el paje Corniel hace de los trajes y atavios preparados para la boda de Felides: «Las colores de nuestra librea son sayetes hechos a la tudesca de grana colorada, que dello a carmesi no ay differencia: con [p. 87] vnas faxas de terciopelo verde de tres pelos tan anchos como cuatro dedos, con vnas pestañas angostas de damasco blanco y las mangas izquierdas son de terciopelo verde con dos subtiles coraçones en cada manga de carmesi, que casi estan juntos con [p. 88] vna saeta que entra por el vno y sale por el otro. Las calças son de grana con vna luzida guarnicion en los muslos, del mismo terciopelo verde y con sus taffetanes de la misma color, que salen por las cuchilladas. Los jubones son de raso carmesi: los çapatos [p. 89] de vn enuessado blanco asaz picados. Las gorras de terciopelo verde con sus plumas coloradas y con alguna argenteria. Las capas de grana con las faxas y guarnicion de los sayetes. Los pages de la misma arte: excepto que los sayos son cumplidos y no lleuan cosa de paño mas de las capas». (Aucto IV).

Son varias las jerigonzas usadas en esta pieza. Además de la negra Boruga, que ya estaba en Feliciano de Silva, hay un vizcaíno, Perucho, mozo de caballos de Felides, que habla siempre en castellano chapurrado y entona una canción que al parecer está en vascuence, y cuyo estribillo recuerda el del famoso Canto de Lelo, que antes de la falsificación erudita del escribano Ibargüen fué acaso un canto de cuna. Entregamos a la sagacidad de los expertos en aquella lengua la canción de Juancho, que quizá no ofrezca ningún sentido, y de seguro estará mal transcrita por el escritor toledano que la recogió a oído.

«O Perucho, Perucho, quan mala vida hallada te tienes: linage hidalgo tu cauallo limpias: no falta d'comer un pedaço oguia sin que trabajo tanto le tengas, iuras a mi siempre cauallo a suzio mi amo le haze: y Perucho almohaçando, él nada le pena por carreras hazer en amores que tienes: entre tanto busco otro, aderezar le tengo si pide, y cantarle empiezo biscuença».

           Lelo lirelo çarayleroba
       Yaçoe guia ninçan
       Aurten erua
       Ay joat ganiraya
       Astor vsua
       Lelo lirelo çarayleroba.
           Ayt joat ganiraya
       Aztobicarra
       Esso amorari
       Gajona chala
        [p. 90] Y penas naçala
       Fator que dala,
       Lelo lirelo çarayleroba.

«Sig.-Precioso borrico es este, que se quexa de la vida que passa y dize estar desesperado y pone se a cantar: y tal le dé Dios la salud como yo le entiendo: aunque no dexaré de responder a algunos vocablos comunes que en bizcuençe dice...» (Aucto decimosexto).

El tedio que la insípida rapsodia de Gaspar Gómez infunde se disipa como por encanto con la sabrosa lectura de la Tragicomedia de Lysandro y Roselia, [1] que es la mejor hablada de todas las Celestinas después de la primitiva, de cuyo aliento genial carece, pero a la cual supera en elegancia y atildamiento de dicción, como nacida en un período más clásico de la prosa castellana.

El autor de esta joya literaria procuró ocultar su nombre con más complicado artificio que sus predecesores, y aun afectó o simuló que el libro se imprimía sin su consentimiento, lo cual se explica bien por las particulares circunstancias de su persona. Al fin del colofón van tres cartas y unas octavas de arte mayor que contienen su nombre como en cifra.

La primera carta es de un amigo del autor, que le pide perdón porque hizo imprimir la obra sin su licencia. «No fué pequeña merced para mí la que recebí de su liberalidad con inviarme [p. 91] aquella obra que llama Elicia y cuarta parte de Celestina, que con sutil juicio compuso, porque por ella veo ser verdadera la estimacion que de su entendimiento siempre tuve, pareciéndome que pues en una materia tan fuera de su experiencia tanto se aventajó sobre todos los que han escripto, no es de maravillar que en las cosas de peso todos se queden muy atrás de su saber. Gran consuelo recibí leyéndola, y gran edificacion para el ánimo notando la manera de su proceder, y con cuánto ingenio y sotil elocuencia pinta las cosas que más a pecar nos atraen, y los engaños de las vanas gentes, y las adulaciones de los servidores, y la hipocresia de los esforzados... Pero como mi voluntad sea de la condicion del fuego, que nunca dice bástame, no me contento con la merced recebida sin pedir otra mayor, la cual será tan provechosa a todos los hombres cuanto señalada para mí. Esto es pedirle perdon del atrevimiento tan osado que tuve en hacer imprimir sin su licencia esta obra, pareciéndome que con su gravedad no podria acabar que con su licencia se hiciera, y tambien que emprimiéndola, todos quedarian muy aprovechados, y yo glorioso con haber alcanzado que esta merced, por mi atrevida diligencia, a todos se les comunicase, y para esto le suplico mire ser dicho de la Suma Verdad, que ninguno encienda la candela y la ponga debaxo del celemin, pero sobre el candelero, para que todos vean la luz...» Esta carta anónima está fechada en Madrid a 22 de noviembre de 1542.

De la respuesta del autor a su amigo se deduce que habían sido condiscípulos desde los primeros estudios hasta los de Teología, cursándola juntos bajo el magisterio de un insigne varón, que por el tiempo y la nombradía pudo muy bien ser Francisco de Vitoria, el más célebre de los teólogos de la época de Carlos V. «Si la estrecha y antigua amistad que entre vuestra merced y mí hay desde los primeros principios de gramatica, donde con gran exercicio de las artes liberales aprendidas de unos mesmos maestros y preceptores, venimos despues juntos a estudiar aquella tan alta sabiduria y tan escondida a los entendimientos humanos, cuan bien enseñada de un tan famoso varon, luz de las Españas, no terciara entre nosotros, bien creo que vuestra merced habia dado no pequeña ocasion de enemistad, pues quiso que los varios juicios de los hombres, de hoy mas, discanten en mí al son de [p. 92] la liviandad que hace imprimir mucho a mi pesar. Nadie mirará que cuando me ocupé en esa niñeria estaba yo ocupado de una muy trabajosa terciana, la cual no me dejaba emplear en mis principales estudios; y asi fue necesario tomar alguna recreacion en cosas de pasatiempo y no fatigar mi ingenio, pues mi cuerpo estaba tan cansado de frío y de calentura.»

Para vengarse de algún modo determinó entregar al impresor de Salamanca Juan de Junta un poema que su amigo le había confiado y del cual hace los más pomposos encomios: «Yo leí el libro de las espantosas hazañas que el esforzado Hector hizo camino de Panonia, que vuestra merced con tan sobrada elocuencia compuso, y me hizo merced de inviar con el mesmo mensajero que recibió mis borradores... Y mientras más lo leia, más necesidad me ponia de lo tornar a pasar; la majestad de las palabras, la grandeza de los hechos de un tan animoso varon, las sotiles imaginaciones, la artificiosa invencion, las sentidas canciones derramadas por esos cuatro libros con tan subida trova y alto estilo, me ponian admiracion, aunque, a la verdad, siempre esperaba de su más divino que humano entendimiento que saldrian obras tan primas como esa, pues tal era la forma y el dechado de donde salian las labores. Asi que, por vengarme del atrevimiento que vuestra merced tuvo en sacar a luz esos borradores sin mi licencia, he entregado a Juan de Junta los libros de Hector, en lugar de inviallos a vuestra merced, para que los impriman, que bien creo que como el sol con su luz escurece la claridad de la tuna, asi estas obras de vuestra lumbre escurecerán esa enojosa recua de libros de caballerias, y no lo tenga vuestra merced a mal, pues la mesma razon me guia a mí para vengarme que a él para atreverse.»

En una segunda carta, pedantesca por extremo, donde en pocas líneas se trae a colación a Aristóteles, a San Agustín, a San Pedro, a Lactancio Fimiano, a Plinio el Naturalista, a Salustio, a San Jerónimo, a Valerio Máximo, a Tito Livio, a Dionisio Areopagita, el amigo se resigna con su suerte, y da por bien empleado que sus libros de las hazañas de Héctor se divulguen a trueque de que salga a ver la luz del mundo la tragicomedia de Lisandro.

Nadie ha visto los tales libros de Héctor, y toda la correspondencia tiene visos de amañada. Las cartas del amigo están [p. 93] fechadas en Madrid, y como la Tragicomedia no consigna punto de impresión, han supuesto algunos que allí pudo cometer su inocente abuso de confianza. Pero tal suposición es inadmisible, porque está probado que en Madrid no hubo imprenta hasta 1566. [1] Además el libro tiene todas las trazas de estar impreso en Salamanca por Juan de Junta, cuya cifra o monograma, compuesto de las letras J. A. primorosamente enlazadas, campea a la vuelta de la portada, y es idéntico al que usó en otros libros como el Tractatus perutilis Martini de Frias (Salamanca, 1550) y el  Remedio de jugadores de Fr. Pedro de Cobarrubias (1543).

En la última de las octavas de arte mayor se da la clave para descubrir al enmascarado poeta:

       Si el nombre glorioso quisierdes saber
       Del que esto compuso, tomad el trabajo
       Cual suele tomar el escarabajo
       Cuando su casa quiere proveer.
       Del quinto renglón debéis proceder,
       Donde notamos los hechos ufanos
       De aquel que por nombre entre los humanos
       Vengador de la tierra pudo tener.

A la sagacidad de don Juan Eugenio Hartzenbusch estaba reservada la solución de este acertijo. El texto dice claramente que se ha de partir del quinto renglón de una copla donde se alude a las hazañas de un héroe, que por ella mereció que se le llamase vengador de la tierra. Son varios los textos de Ovidio y Séneca el trágico en que Hércules, por otro nombre Alcides, es calificado de vindex terrae. Hércules está mencionado en el verso 7.º de la 4.a octava:

       Alcides al mundo con hechos gloriosos...

Contando, pues, desde el verso quinto de dicha copla hacia atrás, o cuesta arriba a semejanza del escarabajo, y tomando las primeras letras de cada verso (una, dos o tres), resulta la siguiente cláusula: «Esta obra compuso Sancho de Munino, natural de Salamanca.» [2]

[p. 94] Pero siendo tan exótico el apellido de Munino, y no encontrándose noticia de ningún sujeto que por aquellos tiempos le llevara, ocurrió a los modernos editores de la Tragicomedia (Fuensanta del Valle y Sancho Rayón) que sin violentar el acróstico pudiera leerse el nombre de otro modo, y en efecto también se lee Muñon, juntando las primeras letras de los tres versos en que está el apellido, de la manera siguiente: Mu-n-non dando a la n doble el valor de ñ.

Completado de esta manera el descubrimiento, pudo comprobarse la personalidad de un Maestro Sancho de Muñón, teólogo, del cual hay noticias en la colección de Estatutos de la Universidad Salmantina, impresos en 1549 por Andrés de Portonariis. Allí consta que Sancho de Muñón asistió en 31 de agosto de 1549 a un solemne claustro pleno, presidido por el rector don Diego Ramírez de Fuenleal, con objeto de formar ciertas constituciones relativas al entierro de los señores Rector, Maestrescuela, Doctores y Maestros de dicha Universidad. En 9 de octubre del mismo año concurrió a otro para resolver que no se diesen tratados in scriptis bajo ciertas penas, y finalmente, en 9 de noviembre se le cita nada menos que en compañía de Melchor Cano como uno de los asistentes al claustro en que se formaron nuevos estatutos sobre el examen de los estudiantes artistas antes que pasasen a cursar Medicina y Teología. [1]

Después de esta fecha no se ha encontrado en España dato alguno de Sancho de Muñón, pero todo induce a creer que es la misma persona que un Dr. D. Sancho Sánchez de Muñón que en 26 de abril de 1560 tomó posesión de la plaza de Maestrescuela de la Catedral de México, ejerciendo en tal concepto el cargo de Cancelario de aquella naciente Universidad, donde recibió o incorporó el grado de Doctor en Teología en 28 de julio de dicho año. En 1570 hizo un viaje a la Península como solicitador de las iglesias de Nueva España. En 1579 visitó por comisión del Arzobispo de México, don Pedro Moya de Contreras, las escuelas de niños, [p. 95] y notando algún descuido en la enseñanza religiosa, compuso e hizo imprimir una Doctrina Cristiana, de la cual se conoce un solo ejemplar falto de portada. [1] Las noticias de su vida alcanzan hasta el año 1601. El último cabildo eclesiástico a que asistió fué el de 31 de octubre de 1600. La identidad de este personaje con el Sancho Muñón de Salamanca parece segura, aunque nada dice de ella el eruditísimo Garcia Icazbalceta, a quien debemos estos peregrinos datos.

Natural es que un eclesiástico de respetable carácter y autoridad como el Maestro Sancho de Muñón tuviese algún reparo en confesarse autor de una obra de tan liviana apariencia y desenfadado lenguaje como la Elicia. Pero no se arrepentía de haberla compuesto, por estar «llena de avisos y buenas enseñanzas de virtud sacadas de muchos autores santos y profanos, con celo de la utilidad pública» (pág. XVI). «Dicen que la mandrágora tiene tal virtud, que si nasce cerca de las vides hace que se ablande la fuerza que el vino habia de tener para embriagar; asi la poesia toma de la philosophia la doctrina, y juntándola con la mandrágora del cuento fabuloso, hácela más blanda y facil para ser percibida» (pág. XI). En su prólogo esboza una teoría del arte docente, y en la dedicatoria a don Diego de Acevedo y Fonseca, justifica la materia misma de su libro, aunque vuelve a declarar que le escribió a manera de pasatiempo: «Y como ya los años pasados tuviese vacacion de graves y penosos estudios, en que he gastado los tiempos de mi mocedad... compuse esta obrecilla que trata de amores, propia materia de mancebos. Cuando digo de amores no digo cosa torpe ni vergonzosa, sino la más excelente y divina que hay en la naturaleza. Dejo los loores que del amor dice Platon en su Simposio, dejo lo que en la Theogonia escribe Hesiodo, que el amor es el más antiguo Dios entre todos los [p. 96] dioses; dejo lo de Ovidio, que el amor tiene dominio universal y reina sobre los dioses y sobre los hombres, y dejo otras infinitas auctoridades que hablan en esta materia, porque sería nunca acabar. Sólo quiero decir que si alguno pareciere no ser la obra digna de mi profesion y estudios, se acuerde que casi no hubo illustre escriptor que no comenzase por obras bajas, y de burlas y chufas, tomadas de en medio de la hez popular» (pág. 1).

Para evitar todo peligro de mala inteligencia, la Tragicomedia está sembrada de reflexiones morales, y aun de verdaderos sermones, muy bien escritos, como todo lo demás, pero prolijos e impertinentes. El papel de personaje predicador le desempeña a maravilla Eubulo, «hombre de honestas costumbres», criado de Lisandro, que constantemente está dando consejos a su amo y procura apartarle de su perdición. La segunda cena del cuarto acto es una disputa entre ambos, defendiendo Eubulo contra su señor que el sumo bien no consiste en el deleite. En la cuarta del mismo acto le da diez remedios contra el amor, tomados en parte de Ovidio, pero mucho más de la filosofía cristiana. Cuando se consuma la catástrofe del malogrado mancebo, el piadoso ayo cierra la pieza con una declamación contra el amor, atestada de lugares comunes y de una pedantería escolástica que supera a la de Pleberio, a la de Melibea y a todo lo creíble: apenas hay nombre de la antigüedad que no figure en aquella enumeración descabellada. Pero hay, en medio de este fárrago, trozos que tienen verdadera elocuencia sentimental: «Oh mi señor y mi bien, ¿eres tú aquel que yo llevé recien nacido a la ama que te criase? ¿Eres tú al que volví niño destetado a casa de tu padre? ¿Eres tú el que empuse en buenas doctrinas y crianza, que parecias un ángel cuando chico? ¿Eres tú el que enseñé a los doce años a correr caballos y otros muchos exercicios, asi de letras como de armas? ¿Eres tú el que hasta los veinte y un años fue muy dado a la virtud, amigo de religion, enemigo del vicio, amador del culto divino? ¡Ay, ay, que nuestros pecados quisieron que te juntases con caballeros viciosos y distraídos y te acompañases con ellos, y de esta manera se te pegasen sus malas y perversas costumbres!» (pág. 269).

Eubulo no es sólo un moralista profesional que alecciona a la juventud contra los peligros del loco amor. Sancho de Muñón le hace intérprete de su propio pensamiento en materias mucho [p. 97] más graves y pone en su boca las más audaces ideas del grupo llamado erasmista, al cual indudablemente pertenecía como casi todos los humanistas españoles y no pocos teólogos del tiempo de Carlos V. Véase, por ejemplo, esta valiente invectiva, que parece un compendio del terrible Diálogo de Mercurio y Carón: «¡Cuán muchos se condenan, y cuán pocos se salvan, y cuán abierta está de día y de noche aquella puerta del triste Pluton; cuán ancho, cuán pasajero y cuán real camino es el que guia a la muerte eterna! Por él se van espaciando los reyes, los duques, los condes, los caballeros, los hidalgos, los oficiales y pastores. Por ahí se pasean los pontífices, los cardenales, los arzobispos y obispos, los beneficiados y sacristanes, con un descuido, como si nunca hubiesen de llegar allí donde los halagos de la vida, los regalos del cuerpo, las honras, las riquezas, los favores y todos sus pasatiempos se volvieron en lamentaciones y lloros perpetuos. Ahi serán atormentados muy cruelmente los papas que dieron largas indulgencias y dispensaciones sin causa, y proveyeron las dignidades de la Iglesia a personas que no las merecian, permitiendo mil pensiones y simonías. Ahi los obispos y arcedianos que proveen mal los beneficios, teniendo respecto a sus parientes y criados, y no a los doctos y suficientes. Ahi los eclesiásticos profanos y amancebados. Ahi los reyes que tiránicamente gobernaron sus reinos, y los que no dieron los oficios y cargos, que suelen proveer, a personas de merecimiento. Ahi los duques y condes, y los grandes señores que a sus tierras y vasallos con muchos tributos molestaban. Ahi los caballeros enamorados. Ahi los letrados que no juzgaron conforme a derecho y verdad, y no obraron segun sus letras les enseñan. Ahi los logreros y usureros, los oficiales, los mercaderes y tratantes que llevan más del justo precio por la cosa que venden, y con juramentos falsos cambian sus haciendas. Ahi los criados lisonjeros que con lisonjas quieren ganar las voluntades de sus amos, conformándose con ellos en bueno y en malo. ¡Oh terrible descuido en los hombres! ¡Oh desvario loco! como si no hubiese otro mundo, y no hubiesen de fenecer todas las cosas dél, asi hacemos hincapie en lo que presto habrá fin» (pp. 245-247).

Esta libertad y energía de lenguaje iba a perderse muy pronto en España, pero todavía el gran Quevedo supo conservarla [p. 98] dentro del siglo XVII. La sátira clerical es tan libre y desnuda en la Tragicomedia de Lisandro como en las Celestinas anteriores, pero de seguro mejor intencionada. Hay rasgos que sacan sangre, como lo que dice Elicia de la amiga del cura Bermejo (pág. 42). Pero en el fondo Sancho de Muñón es un teólogo severo, que tiene la conciencia, y aun pudiéramos decir el orgullo de su profesión, y mira con sumo desdén a los canonistas que «saben poco en casos de conciencia» (pág. 141) y «andan atados a las glosas como asno a estaca» (pág. 139). Según él, todo obispo debe ser teólogo, porque «a su oficio compete predicar la doctrina evangélica al pueblo; que el púlpito agora está usurpado de frailes... Y para esto les es necesario saber la Sagrada Escriptura y Santa Teologia, donde se aprenden tambien los textos de cánones que tocan a la salud de las ánimas, cuanto más que los cánones fueron fundados de varones teologos como conclusiones sacadas del manantial de las letras divinas» (pág. 141). A lo cual le objeta maliciosamente el Provisor: «Dexaos, por mi vida, de eso, señor doctor, que nunca hareis mayorazgo si os ateneis mucho a los teologos.» Lo cierto es que no obispó nunca, y tuvo que ir a morir de Maestrescuelas en México. Todo el donosísimo episodio del pleito en que el Provisor absuelve al estudiante Sancías de la demanda que por Angelina le fué puesta sobre caso de ser su esposo y marido (cena quinta del segundo acto) es una parodia desembozada del estilo y modo de razonar de los letrados, en la curia eclesiástica.

La acción de esta tragicomedia pasa indisputablemente en Salamanca, y por cierto que Sancho de Muñón no anda muy galante con sus paisanas: «Ya sabes que en Salamanca pocas hermosas hay, y esas se pueden señalar con el dedo» (pág. 92). Calventa, émula de Elicia, tenía su principal clientela entre los cursantes de la Universidad, que en su casa empeñaban los libros: «Si no traen dineros, que dexen prendas... ¿No miraste la rima que tenia llena de Decretos y Baldos, y de Scotos y Avicenas y otros libros?» (página 41). Hay también alusiones a costumbres estudiantiles, algunas de ellas tan peregrinas como la fiesta de Panza, que acaso no fué ajena al nombre que dió Cervantes a su escudero, como tampoco lo fué el antiguo proverbio de Sancho y su rocino. Sobre esta fiesta platican así dos mozos de espuelas, Siro y Geta:

[p. 99] «Geta.- Panza es un sancto que celebran los estudiantes en la fiesta de Santantruejo, que le llaman sancto de hartura.

Sir.-¿Dónde aprendiste tanto?

Get.- En el general de Phisica, cuando llevaba el libro a un popilo, oí al bedel de las escuelas echar la fiesta de Panza» (página 24).

El gusto que domina en la obra es el de las antiguas comedias humanísticas, y de él proceden sus principales defectos, que se reducen a uno solo, el alarde de erudición fácil y extemporáneo. No necesitaba alegar a cada momento aforismos y centones de poetas y filósofos antiguos quien se mostraba tan de veras clásico, no sólo en el estilo jugoso y en la locución pulquérrima, sino en la composición sencilla, lógica y perfectamente graduada. El buen gusto con que borra o aminora muchos defectos de las Celestinas precedentes, y el manso y regalado son que sus palabras hacen como gotas cristalinas cayendo en copa de oro, bastarían para indicar la fuente nada escondida donde él y los hombres de su generación habían encontrado el secreto de la belleza. Tal libro, por el primor con que está compuesto, es digno del más glorioso período de la escuela salmantina, en que salió a luz. Pero algo le perjudica el haber sido concebido y madurado en un ambiente erudito y universitario y no en la libre atmósfera en que andando el tiempo había de desarrollarse el genio de Cervantes. La prosa de la Tragicomedia de Lisandro y Roselia, perfecta a veces, revela demasiado el artificio retórico, y no está inmune de afectación. Su autor escribía demasiado bien, en el sentido de que era un prosista de los que se escuchan y se complacen ellos mismos con la suavidad y galanura de sus palabras y con la pompa y armonía de sus cláusulas. Dice Lisandro en la primera escena del cuarto acto: «¿No me pusiste las escalas de arriba para descender al jardin do mi señora baxó? ¿No la besé ahi con mil retozos entre unos floridos jazmines y unas hermosas clavellinas? Los lirios, las alegrias, los tréboles y alegres alhelises, las frescas azucenas, las olorosas albahacas, los toronjiles y artemisas, las rosas, y violetas, ¿no fueron testigos de aquel azucarado rato? ¿No nos paseamos despues asidas las manos junto a una fontecica con una dulcísima plática? ¿Y cabe unos camuesos no nos despedimos con dos reverencias y sendos besos, cuando los paxaritos mensajeros [p. 100] de la alborada comenzaban a cantar con un suavisimo ruido, cuando la mañanica con sus arreboles lo sombrio de los cipreses ilustraba y esclarecia y las hierbecicas de rocío bordaba?» (página 206). Cuando se abusa de este estilo es fácil empalagar a los que no gustan de tanta dulcedumbre.

Hay lujo y alarde de palabras en todo el libro. Para hacer una sola comparación, apura Celestina todos los términos de cetrería: «¿Qué girifaltes, qué sacres, qué neblíes, qué esmerejones, qué primas, qué tagarotes, qué baharíes, qué alfaneques, qué azores, qué alcotanes, qué gavilanes, qué águilas tan subidas en alto vuelo bastarán a abatir en tierra con sus uñas la páxara escondida en las nubes, como yo, sabia Celestina, con mis palabras cautelosas abati a mi peticion al muy encerrado proposito de Roselia?» (pág. 103.) Poco después hace una larga enumeración de los pájaros cantores, y otra de los instrumentos músicos, «sacabuches, chirimías, atambores, trompetas, rabeles, flautas, dulcemeles, guitarras, vihuelas, arpas, laudes, clarines, dulzainas, añafiles, órganos, monacordias, clavecinbanos, clavicordios y salterios» (pág. 104). Esta intemperancia de vocabulario divierte a veces, como divierte en Rabelais, pero es un procedimiento vicioso y en suma bastante fácil.

En las situaciones culminantes, en los monólogos de la hechicera, en los coloquios de Celestina y Roselia, hay cosas dignas de ponerse al lado de lo mejor de la Celestina antigua, aunque con la desventaja de haber sido escritas medio siglo después. Lástima que el talento del maestro salmantino no se hubiese ejercitado en un argumento de pura invención suya, que siempre le hubiese dado más gloria que una labor de imitación, por primorosa que sea. Pero le fascinó el prestigio de un gran modelo y renunció a su originalidad o por excesiva modestia o por la presunción de igualarle.

Aunque en la primera carta del amigo se da a la tragicomedia el título de Elicia y cuarta parte de Celestina, que es el número que realmente le corresponde en esta serie de libros, en la portada se califica de quarta obra y tercera Celestina, sin duda porque Sancho de Muñón desdeñaba profundamente la obra de Gaspar Gómez de Toledo, a la cual no hace ninguna alusión. Tampoco se propuso continuar a Feliciano de Silva, pero tomó algunos rasgos [p. 101] felices de su Pandulfo para acomodarlos al rufián Brumandilón. La idea de resucitar a Celestina, el embuste de su muerte supuesta, le parecían invenciones ridículas, que condena por boca de sus personajes, especialmente de Eubulo, a quien «no parecía esta segunda Celestina tan sabia como la primera». Celestina había muerto verdaderamente a manos de los criados de Calisto, y la que intervino en los amores de Felides y Polandria «no era la barbuda, sino una muy amiga y compañera desta, que tomó el apellido de su comadre» (pág. 37). Otro tanto había hecho su sobrina Elicia, a quien generalmente se llama Celestina en el libro de Sancho de Muñón. Pero Elicia pica más alto que la vulgar comadre de la resurrección, y no quiere que nadie la confunda con ella:

«Drionea.- ¿Qué respuesta daré a Sigiril, escudero de Felides, si te buscare, que ayer vine acá y no te halló?

Celest.- Dile que vaya con Dios o con el diablo, que no soy yo casamentera, ni menos es ese mi oficio; allá a la amiga de mi tía vaya él con esas embaxadas, o a los parientes de Polandria, que concierten el casamiento, que para ese caso no es menester el estudio de mis artes, ni mucho menos que mi tia resucitara o apareciese como holgaron de mentir» (pág. 80).

Al revés de la Segunda Celestina, tan informe y mal compaginada, tiene la Tragicomedia de Lisandro y Roselia un plan sencillo y claro, imitado en parte del de Fernando de Rojas, pero con un desenlace nuevo, que basta para dar alta idea del talento dramático de quien le concibió.

La fábula de los amores de Lisandro y Roselia, que son los de Calisto y Melibea trocados los nombres, podía recibir tres soluciones. Es la primera la que dió el bachiller Rojas, con sentido hondamente pesimista, envolviendo a todos los personajes en una catástrofe trágica, determinada principalmente por el caso fortuito de haber caído de la escala Calisto al salir de las delicias del jardín de Melibea. Es el segundo la pedestre solución matrimonial, que parece casi una burla sacrílega en la Comedia Thebayda, y que presentaron con más decoro, aunque no con mucha eficacia artística ni gran escrúpulo en los medios, Feliciano de Silva, el autor de la comedia Florinea y otros varios. Quedaba todavía otro desenlace eminentemente teatral, que Bartolomé de Torres Naharro había apuntado ligeramente en su comedia [p. 102] Himenea, donde aparece el tipo de un hermano vengador de la honra de su casa, aunque tal venganza no llega a consumarse en la desvalida Febea, que logra el honesto fin de sus amores, parando todo en regocijo y boda.

En esta solución se fijó el Maestro Sancho de Muñón, pero dándola su verdadero carácter trágico y vindicativo. No es un accidente casual el que lleva a la muerte, desde el seno del placer que apenas comenzaban a gustar Lisandro y Roselia, sino la fiera ley del pundonor familiar, que ordena contra secreto agravio secreta venganza, y arma las ballestas de Beliseno y sus escuderos para asaetear a los dos amantes, y a cuantos habían sido cómplices en la deshonra de su hermana. La escena es verdaderamente terrible, y su efecto se acrecienta con las supersticiosas invocaciones de los asesinos pagados.

Rebollo.- Yo tengo aqui en el seno una nomina que me dió mi abuela la habacera, que quien la traxere consigo, no podra morir a cuchillo.

Dromo.- Tambien mi tia, la Luminaria, me rezó unas palabras, que en cualquier tiempo que las dixere les caerán luego de las manos las espadas de los que se estuvieren acuchillando.

Rebollo.- Es verdad. Otra oracion muy aprobada me enseñó la hortelana amiga de mi madre, para que donde hobiere ruido, si se rezare, no se saque sangre...» (pág. 252).

Nadie antes de Sancho de Muñón había empuñado con tanto brío el puñal de Melpómene, y no puede negarse que en su obra está adivinada y practicada por primera vez la que fué luego solución casi única de los conflictos de honra y amor en nuestro drama romántico del siglo XVII; singularidad en que no se ha parado hasta ahora la atención de la crítica.

Menos original que en el desenlace se mostró el autor de la tragicomedia en la pintura de los caracteres, donde parece que su único empeño fué beber los alientos al autor de la Celestina, hasta confundirse con él. Roselia es una linda repetición de Melibea, pero sin la llama del genio que hace inmortales los ardores de aquélla:

       Vivuntque commissi calores
       Aeoliae fidibus puellae.

Lisandro es una figura mas apagada. Sus criados tienen carácter y [p. 103] fisonomía propia, que impide confundirlos con Sempronio y Pármeno. Eubulo, el hombre de buena voluntad o de buen consejo, es una verdadera creación, que no se desmiente en obras ni en palabras, y que encarnando el sentido moral y aun ascético de la pieza, es el único que se salva de la universal desolación, y cumple probablemente la resolución de hacerse fraile, que más de una vez insinúa.

Las mejores figuras del libro son sin disputa Elicia y su protector el rufián Brumandilón. Elicia no es Celestina, aunque haya usurpado su nombre, pero es una sobrina digna de su tía y la más legítima heredera de todo el caudal de sus malas artes. «Y muchos extrangeros que no conocieron a Celestina, la vieja, sino de oídas, piensan que esta es aquella antigua madre, porque vive en la mesma vecindad, y tienen razon de creello, ca ninguna remedó tan bien las pisadas y exemplos, la vida y costumbres de la vieja, como ésta, que en la cuna se mostraba a parlar las palabras de que ella usaba para sus oficios; de manera que con la leche mamó lo que sabe» (pág. 34). El reposado y sentencioso hablar de Celestina, su ciencia diabólica y secreta, [1] su astucia refinada y cautelosa, su aparejo de trapacerías y maldades no se [p. 104] desmienten en su alumna, cuya psicología está seriamente estudiada.

Brumandilón es un tipo más en la galería inaugurada por la efigie clásica de Centurio, a la cual no llega ciertamente, pero supera en mucho a las bárbaras copias de Galterio y Pandulfo. Sancho de Muñón, como delicado humanista que era le ha conservado el saber plautino del original, y pone en su boca chistes de muy buena ley. Se habla de las hazañas de Diego García de Paredes y replica muy satisfecho: «Aquí está Brumandilon, que siendo maestro de esgrima en Milan, le enseñó a jugar de todas armas, de espada sola, espada y capa, de espada y broquel, de dos espadas, de espada y rodela, de daga y broquel grande, de daga sola con guante aferrador, de puñal contra puñal, de montante, de espada de mano y media, de lanzon, de pica, de partesana, de baston, de floreo y de otros muchos exercicios de armas; y él viendo mi esfuerzo en los golpes, mi osado atrevimiento para acometer seis armados, rebanar brazos, cortar piernas, harpar gestos, hender cabezas y otros miembros, con mi exemplo salió tan diestro y animoso como veis» (pág. 102). En otra parte exclama: «La diversidad y gran variedad de las hazañas que por mí han pasado por diversos reinos y ciudades, me privan de memoria a que no me acuerde de los casos particulares que tengo hechos por todo el mundo» (pág. 163).

Pero demos paz a la pluma, porque para copiar todo lo bueno que hay en la tragicomedia de Lisandro y Roselia necesitaríamos de mucho espacio. Don Juan Eugenio Hartzenbusch la calificó perfectamente en estos términos: «El libro es de lo mejor que en su tiempo se escribió en castellano. El autor se muestra doctísimo en todo género de letras, conocedor profundo del corazón humano, hábil pintor de costumbres y personaje por muchos títulos distinguido.»

La caprichosa injusticia de la suerte sepultó en olvido su obra apenas nacida. Un solo contemporáneo alude a ella: Alonso de Villegas en su Comedia Selvagia. Y ya en el siglo XVII debía de ser rara, puesto que don Nicolás Antonio sólo cita un ejemplar que guardaba entre sus libros don Lorenzo Ramírez de Prado, sin duda como cosa peregrina. Hartzenbusch supone que Maximiliano Calvi tuvo muy presente esta tragicomedia cuando [p. 105] escribió su Tractado de la hermosura y el amor (1576). «Trozos hay en él (dice) con los mismos pensamientos, con el propio lenguaje casi que otros de la tragicomedia». Así será cuando tal maestro lo afirma; pero aunque tengo muy manejado el curiosísimo infolio de Calvi, que es la más completa enciclopedia de cuanto especularon sobre la filosofía del amor y de la belleza los neoplatónicos del Renacimiento, no he podido encontrar esas coincidencias verbales, aunque si algunas ideas comunes, que por serlo tanto en las escuelas de entonces no necesitaba Calvi tomar directamente de la tragicomedia. [1]

Mientras estas «Celestinas» se publicaban en Castilla, un ingenio portugués digno de mayor nombradía que la que logra en su patria y fuera de ella, componía tres largas comedias en su lengua nativa, tomando por modelo en todas ellas, y especialmente en la primera, el libro incomparable de Fernando de Rojas, pero sin calcarle tan servilmente como otros. Las comedias Euphrosina, Ulyssipo y Aulegraphia, de Jorge Ferreira de Vasconcellos, atestiguan, a la vez que el talento original de su autor, la influencia profunda que ejerció en Portugal la tragicomedia castellana desde el momento de su aparición. Ya hemos visto hasta qué punto penetró en el teatro de Gil Vicente. Es inútil hablar de poetas menores. «Raras son las comedias portuguesas (dice Teófilo Braga) que no aluden a esta comedia, que se tornó proverbial en la lengua de nuestro pueblo. Aun en las islas Azores se habla de las artes de la madre Celestina encantadora, sin saber a qué gran fenómeno literario se refieren». [2] En vano fué que severos moralistas como Juan de Barros protestasen contra ella y hasta considerasen como un timbre de la lengua portuguesa el ser tan honesta y casta que «parece no consentir en si una tal obra como Celestina». [3] Ya Gil Vicente había demostrado, contra monjiles [p. 106] escrúpulos, que la lengua portuguesa lo toleraba todo, como las demás lenguas del mundo, cuando diestramente se las maneja.

Dos testimonios muy singulares, cada cual en su línea, tenemos de la enorme popularidad, no ya literaria, sino social, que alcanzaba la Celestina entre los portugueses a principios del siglo XVI.  El primero, cuya indicación debemos a nuestra sabia y generosa amiga doña Carolina Michaëlis de Vasconcellos, prueba que antes de 1521 el drama de Rojas había dado asunto para trabajos de orfebrería. En el ajuar de la infanta doña Beatriz, que en dicho año se casó con el duque de Saboya, había una taza de plata con la historia de Celestina. [1]

Precisamente en el mismo año Francisco de Moraes, futuro autor del Palmerin de Inglaterra, fué testigo en Braganza, su patria, de la inaudita profanación de un Diego Lopez, herrero que en viernes de Dolores estaba en la iglesia de San Francisco, ante el Sagrario, leyendo a un corro de mujeres la Celestina, « y paréceme que era en el auto que habla de Centurio». [2]

A tiempos poco menos remotos que éstos han querido referir algunos la composición de la primera comedia de Jorge Ferreira, sin razón a mi juicio, y hasta con evidente imposibilidad cronológica. Hubo un Jorge de Vasconcellos (a quien también se llama Jorge de Vasco Gonçelos), insignificante trovador del Cancionero de Resende, [3] el cual frecuentaba ya la corte de don Manuel en el año 1498, y está citado en 1519 por Gil Vivente. [4] Para admitir que este poeta cortesano fuese la misma persona que el autor [p. 107] de la Eufrosina, como pretende Teófilo Braga, habría que rechazar la fecha hasta hoy tenida por cierta de la muerte de Jorge Ferreira de Vasconcellos en 1585 o suponer que vivió más de cien años, pues hemos de creer que tendría por lo menos diez y seis cuando poetizaba en los saraos de palacio.

Aun prescindiendo de esta confusión de dos personas, que pueden ser fácilmente deslindadas, quedan grandes oscuridades en la biografía de nuestro autor. Ni siquiera consta con seguridad la tierra en que nació, que unos quieren que fuese Coimbra, otros Montemor o Velho, sin que falte quien le suponga hijo de Lisboa. [1] Ninguno de los antiguos biógrafos se fijó en el dato capital de haber sido Jorge Ferreira de Vasconcellos mozo de cámara del infante don Duarte, hijo de don Manuel, a cuyo servicio estaba en 1540, fecha de la muerte de aquel príncipe, nacido en 1515. De aquí dedujo con excelente crítica doña Carolina Michaelis que debía de ser joven entonces, no de mayor edad que Francisco de Moraes, el cual también figura en la lista de los servidores del infante. [2] No se sabe a punto fijo si Ferreira siguió formando parte de la casa de la viuda y del hijo póstumo de don Duarte, o pasó a la de don Juan III, como indica su yerno en el prólogo de la Ulyssipo. [3] En este caso sería destinado al servicio del príncipe don Juan, heredero de la corona, puesto que a él dedicó las primicias de su ingenio: la comedia Eufrosina y el Sagramor, entre 1550 y 1554 probablemente. Muerto el infante en 1564, siguió al servicio del que fué luego rey don Sebastián. El único puesto oficial que [p. 108] consta de un modo positivo haber logrado es el de «escribano del Tesoro», con quince mil reis de sueldo al año (!!). Tal destino no era ciertamente para enriquecer a nadie, y es posible que espontáneamente le renunciase, puesto que por un albalá de 10 de julio de 1563 tomó posesión de él un Luis Vicente (hijo acaso del gran poeta), mozo de cámara del rey don Sebastián, en los mismos términos en que le había tenido Jorge Ferreira, que debía de estar vivo, puesto que no se usa respecto de él la frase sacramental «que Deus perdoe». [1] Además, el prólogo con que en 1567 aparecio el Sagramor tiene todas las trazas de estar escrito en aquel mismo año. Tampoco debe negarse crédito a Barbosa Machado, cuando afirma que Ferreira falleció en 1585 y fué enterrado con su consorte doña Ana de Sousa en el crucero del convento de la Santísima Trinidad de Lisboa. Escribiendo Barbosa en 1747 es muy probable que tomase esta fecha del epitafio que existiría en dicho convento, destruído, como tantos otros, por el terremoto de 1755. [2]

Otras noticias que el mismo Barbosa da tienen igualmente sello de verosimilitud y no han sido hasta ahora contradichas por ningún documento, aunque tampoco hay ninguno que las confirme. Le llama caballero profeso de la orden de Cristo y uno de los más distinguidos criados de la casa de Aveyro [3] y afirma que fué tesorero de la casa de la India». De su matrimonio con la ya referida doña Ana de Sousa tuvo dos hijos, Pablo Ferreira, que en edad juvenil perdió la vida en la jornada de África con el rey don Sebastián, y doña Briolanja de Vasconcellos, que se casó con Antonio de Noronha.

No sólo fué hombre de ingenio agudo y gracia nativa, dotes que en sus composiciones resplandecen, sino verdadero y culto humanista. La Eufrosina parece documento irrecusable de haber hecho sus estudios en Coimbra, lo cual no pudo ser antes de 1537, [p. 109] fecha de la traslación de la Universidad desde las orillas del Tajo a las del Mondego. [1]

Parece singular que con tales condiciones y con el positivo mérito de sus escritos, un solo contemporáneo suyo le mencione, Diego de Teive en un elegante epigrama latino, [2] que en parte nos da la clave del enigma, pues hace notar que Ferreira jamás ponía su nombre en las obras que compuso:

       Non tua subscribis, sed latitare cupis.

Este amor a la oscuridad y al anónimo, y quizá todavía más la circunstancia de no haberse prestado al cambio de elogios mutuos, puesto que ni se encuentran versos suyos en loor de ningún ingenio de su tiempo, ni sus libros llevan panegíricos de mano ajena, explican, su aislamiento respecto de la literatura de su época y el olvido en que cayó muy pronto su nombre, hasta el punto de ser atribuída a otros autores su mejor obra.

Además, sus gustos parecen haber estado en discordancia con esa misma literatura. Era, como Cristóbal de Castillejo, un rezagado de la escuela del siglo XV. A ella pertenecen todos los poetas que elogia: Macías, Juan Rodríguez del Padrón, Garci Sánchez de Badajoz, el Bachiller de la Torre, Juan de Mena, el Ropero, Jorge Manrique, Juan del Encina, entre los castellanos; don Juan [p. 110] de Meneses, Gil Vicente, Bernaldim Ribeiro, entre los portugueses. [1] De los poetas de la escuela nueva menciona a Boscán, Garcilaso y Sá de Miranda.

Hasta aquí las noticias biográficas de Jorge Ferreira, que no [p. 111] he tenido ni siquiera el trabajo de recoger, puesto que juntas y depuradas las ha puesto a mi disposición la doctísima escritora doña Carolina Michaëlis, ornamento al par de la erudición germánica y de las letras peninsulares, a quien me complazco en dar [p. 112] este público testimonio de gratitud por su admirable compañerismo literario.

No todas las producciones del ingenio de Jorge Ferreira han llegado a nuestros días. El conde da Ericeira, al dar cuenta en el año 1724 a la Academia Real Portuguesa de los manuscritos que contenía la biblioteca del Conde de Vimieiro, cita con el número 79 unas Obras Moraes de Jorge Ferreira de Vasconcellos, compuestas en 1550 para la educación del rey don Sebastián. La primera de ellas era un Diálogo das grandeças de Salomao, y la otra un coloquio sobre el psalmo 50. La librería de Vimieiro fué de las que perecieron en el terremoto. Barbosa Machado, que escribió antes de aquella catástrofe, menciona, no sólo el Diálogo de las grandezas de Salomón, dedicado al rey don Sebastián en su infancia, sino también el Peregrino, «libro curioso escrito en el estilo de la Eufrosina (lo cual hace creer que se trataba de una nueva comedia en prosa), y los Colloquios sobre Parvos (coloquios sobre los tontos), en respuesta a una pregunta que le hizo una prima suya religiosa, «que cosa era parvoisse». De ninguno de estos manuscritos queda, al parecer, rastro.

Como obras impresas tenemos las tres comedias, y un libro de caballerías, del cual existen dos redacciones, al parecer distintas. La primera, que con el título de Triunfos de Sagramor, fué [p. 113] impresa en 1554, [1] se enlaza artificialmente con el ciclo del rey Artús y de la Tabla Redonda, pero su principal objeto fué describir las fiestas o torneo de Xabregas con ocasión de haber sido armado caballero el príncipe don Juan, a quien servía, mozo estudioso y protector de las Musas, ensalzado como tal por todos los poetas de su tiempo, incluso Luis de Camoens (en la égloga 1.a). Más o menos refundida esta obra con el título de Memorial das proezas da segunda Tavola redonda, y dedicada al rey don Sebastián, volvió a imprimirse en 1567. [2] El editor de la Aulegraphia en 1619 habla de una segunda parte inédita, que al parecer se ha perdido. Los versos que el Memorial contiene no desmienten las aficiones [p. 114] arcaicas y enteramente hispanistas de Jorge Ferreira. Son casi todos romances, algunos de ellos de asunto clásico, como la guerra de Troya, los amores de Sofonisba y la batalla de Farsalia; otros enlazados con la acción de la novela, y algunos de tema histórico portugués, como la muerte del príncipe don Alfonso, hijo de don Juan II, y la del mismo príncipe don Juan, mecenas del autor. [1]

No puede negarse que Jorge Ferreira, sin dejar de ser ingenio genuinamente portugués, y el que después de Gil Vicente nos ha dejado más fieles pinturas de la sociedad de su tiempo, tenía puestos los ojos en nuestra literatura del siglo anterior, y especialmente en la obra insigne que glorificó las postrimerías de aquella centuria. Sus comedias lo comprueban sin que el autor trate de ocultarlo, y no pueden confundirse de ningún modo con Os Estrangeiros y Os Vilhalpandos de Sá de Miranda, con Bristo y 0 Cioso de Antonio Ferreira, que son también comedias en prosa, pero de pura imitación latino-itálica, de moderada extensión y de forma representable. Ferreira de Vasconcellos, por el contrario, es un imitador deliberado de la Celestina, y sus comedias son extensos libros, destinados a la lectura únicamente. [2]

La más antigua de estas obras, y la que principalmente nos interesa, es la Eufrosina. En el proemio al príncipe don Juan, el autor la llama primicias de meu rustico engenho, primeiro fructo, que delle colhi inda ben tenro. Y en el prólogo, puesto en boca de Joao de Espera em Deus, la anuncia como cousa nova, invençao nova nesta terra. Tenemos, pues, en ella, no sólo las primicias del ingenio de su autor, sino las primicias de un género: «o novo autor em nova inuençao».

La accion pasa en Coimbra, y hay continuas alusiones a las costumbres de los estudiantes, aunque no lo son los dos principales personajes. [3] En el prólogo de Juan espera en Dios se declara [p. 115] expresamente que allí fué compuesta: «Na antiga Coimbra, coroa destes Reynos, a sombra dos verdes sincerais de Mondego, nasceo a portugueza Eufrosina.» ¿Pero en qué tiempo? No es posible admitir la fecha de 1527, propuesta por Teófilo Braga. Su único apoyo está en una carta fechada en Goa a 28 de diciembre de 1526, que se lee en la escena quinta del acto segundo de la obra. Pero en esta fecha tiene que haber error tipográfico, puesto que en la misma carta se alude a la fortaleza de Diu, no construída hasta 1535. La verdadera fecha de la comedia debe rebajarse por consiguiente, en diez años, y esta fecha cuadra perfectamente con todo lo que sabemos de la vida del autor.

La Eufrosina corrió mucho tiempo manuscrita, estragándose en las copias, hasta que el autor, doliéndose de verla andar por muitas maos deuassa e falsa, determinó colocarla bajo el real amparo del Príncipe don Juan, heredero de la corona. Si se la dedicó impresa, como parece muy creíble, esta primera edición es desconocida hasta ahora. Pero existen otras dos del siglo XVI, ambas sin nombre de autor, únicas que nos dan el primitivo y auténtico texto de la comedia. Una es de Coimbra, 1560; otra de Évora, de 1561, [1] Sus ejemplares son de extraordinaria rareza. [p. 116] A ello contribuiría sin duda la prohibición inquisitorial, que aparece por primera vez en el Índice portugués de 1581, [1] pero que no pasó al castellano de 1583.

Como a pesar de la censura, o quizá por virtud de ella, seguía leyéndose con aprecio la Eufrosina, un buen ingenio de principios del siglo XVII, poeta y novelista, Francisco Rodríguez Lobo, determinó obsequiar con una reimpresión de ella a su mecenas don Gastón Coutinho, que había mostrado deseo de leerla, entre otras razones porque «todas las cosas prohibidas obligan a la voluntad a procurarlas, más que otras a que no pone precio la dificultad, y siempre nuestro deseo se esfuerza a lo que le prohiben». Y [p. 117] doliéndose él, por su parte, de que una obra tan digna de loor por la excelencia de sus palabras, la galantería de sus conceptos, la verdad de sus sentencias, la agudeza y sal de sus gracias, estuviese fuera del uso común y no pudiese ser leída libremente, se determinó a quitar «algunos descuidos y yerros que en ella había», y es de creer que fuesen alusiones satíricas sobre las costumbres de clérigos y frailes, que nunca faltan en esta casta de libros.

Corregida de esta manera por Rodríguez Lobo, la Eufrosina volvió a ser impresa en 1616 con permiso del Santo Of icio, que autorizó esta edición sola en el Índice de 1624, continuando la prohibición de las anteriores: Euphrosina impressa antes de 1616. Author Jorje Ferreira de Vasconcellos. Los inquisidores sabían el nombre del autor, pero Lobo no le consigna, y la tradición fué perdiéndose, hasta el punto de decir Faria y Sousa en su Europa Portuguesa: [1] «El primer libro que se escrivio con la mira de ensartar refranes y dichos graciosos fue (con admirable acierto) el que llaman Eufrosina, malissimamente traducido en castellano: no se le sabe autor; diole ultimamente a luz Francisco Rodriguez Lobo, muy diminuto.» Por su parte, don Francisco Manuel de Mello, en el Hospital das Lettras, [2] habla dubitativamente de la paternidad de la Eufrosina, aunque no de las otras dos comedias: «O illustre Jorje Ferreira, auctor de Ulysipo, Aulegraphia e dizem que Eufrosina». Nuestro don Nicolás Antonio escribió con mejores informes, catalogando la Eufrosina a nombre de Jorge Ferreira y dando a Lobo por mero editor. [3]

Como anónima se había presentado en la traducción castellana del capitán don Fernando de Ballesteros y Saavedra, regidor de Villanueva de los Infantes (1631), que en la dedicatoria al [p. 118] infante don Carlos, hermano de Felipe IV, dice textualmente: «Bien pudo la modestia del autor desta comedia ser hazañosa en quitarse la gloria que de averla escrito le resultará en los siglos.» Don Francisco de Quevedo, que apadrinó esta traducción con una curiosa advertencia, conocía, no sólo la edición de 1616, sino las antiguas, pues hace notar que «su original no cercenado por Lobo es difícil por los idiotismos de la lengua y los Proverbios antiguos y que ya son remotos a la habla moderna». Pero ignoraba por completo quién fuese el autor primitivo. «Esta comedia Eufrosina, que escrita en Portugues se lee sin nombre de autor, es tan elegante, tan docta, tan exemplar, que haze lisonja la duda que la atribuye a cualquier de los más doctos escritores de aquella nacion. Muestra igualmente el talento y la modestia del que la compuso, pues se calló tanta gloria que oy apenas la conjetura halla sujeto capaz a quien poder atribuirla.»

El juicio que aquel grande escritor formó de la Eufrosina no puede ser más honroso para las intenciones morales de su autor: «Mañosamente debaxo el nombre de comedia enseña a vivir bien, moral y políticamente, acreditando las virtudes y disfamando los vicios con tanto deleyte como vtilidad, entreteniendo igualmente alque reprehende y al que alienta; extraña habilidad de pluma que sabe sin escandalo ser apacible y provechosa condicion que deuen tener estas composiciones.» Iguales elogios repiten los aprobantes. Así el maestro José de Valdivielso: «La fabula es sentenciosa y exemplar: despierta avisos y avisa escarmientos; deberá al traductor Castilla estos divertimientos y Portugal estos honores.» Y Bartolomé Ximénez Patón: «Aunque fábula, es de muy delicada corteza, con substancia y copia de sentencias y consejos.» En efecto, el carácter doctrinal y sentencioso está marcado en la Eufrosina más que en ningún otro libro de su clase, y no es el menor de los defectos que hacen cansada su lectura, no obstante la agudeza de muchas de sus reflexiones morales.

La traducción de Ballesteros, que va reimpresa en el presente volumen a título de curiosidad literaria, difícil de hallar, no sólo en la edición príncipe de 1631, a cuyo texto nos ajustamos, [1] sino [p. 119] en la reimpresión de 1735, que dirigió don Blas Nasarre, oculto con el seudónimo de don Domingo Terruño Quexilloso, [1] dista mucho de ser tan mala como Faria y Sousa da a entender. Está si, algo abreviada, y en algunos puntos el traductor no penetra bien el sentido de los proverbios portugueses, pero generalmente es fiel, está escrita con soltura y da idea bastante aproximada de los méritos y defectos del original. Hacer la comparación de ambos textos es tarea que peculiarmente incumbe a los eruditos portugueses, así como otra más importante, la de reimprimir críticamente la primitiva Eufrosina de las ediciones del siglo XVI, para que sepamos a ciencia cierta cuáles son las variantes que en ella introdujo Lobo.

Mucho antes de salir a luz la edición expurgada de 1616 era conocida y celebrada entre nosotros la obra de Jorge Ferreira que en Castilla no estuvo prohibida nunca. Prueba irrecusable de su popularidad nos ofrece La Pícara Justina, novela impresa, como es notorio en 1605. Su autor enumera en el prólogo las principales obras de entretenimiento, y allí están citados los chistes de la Eufrosina, al lado de El Asno de Oro, la Celestina y el Lazarillo de Tormes. Tratando Justina en el primer libro, capítulo tercero «de la vida del mesón», empieza por decir que nadie había escrito sobre ella, pero luego se retracta: «Dígolo por un librillo intitulado La Eufrosina, que leí siendo doncella, que se refiere de un  discrépito poeta, que para alabar el meson dijo que Abraham se preció en vida de ventero de ángeles, y en muerte de [p. 120] mesonero de los peregrinos y pasajeros del limbo, los cuales tuvieron posada en su seno. Pero este escritor monobiblio no advirtió dos cosas: lo uno, que es necedad traer tales personas en materias tales, y lo otro, porque Abraham dió de comer a su costa en su casa a los vivos y a los del limbo no llevó blanca de posada, lo cual no habla con los mesoneros de este mundo, ni tal milagro acaeció en casa de mi padre. Demás que yo no me quiero meter en historias divinas, no porque las ignore, sino porque las adoro.» El pasaje a que se alude debió de ser por lo irreverente uno de los cercenados en la refundición de Lobo.

Un género de interés, para nosotros secundario, tiene la Eufrosina, y es su gran valor paremiológico. En todas las Celestinas, desde la de Rojas hasta la Dorotea de Lope, abundan los proverbios y los idiotismos familiares; pero en la Eufrosina se encuentran en tal copia, que muchos trozos y aun escenas enteras son un tejido de refranes y de frases hechas. En este sentido fué el modelo primero, aunque indirecto (porque no creo que nadie la imitase de propósito) de las Cartas en refranes de Blasco de Garay, del Entremés de refranes de autor anónimo, de El Perro y la Calentura de Pedro de Espinosa, del Cuento de Cuentos de Quevedo, de la Historia de Historias de don Diego de Torres, y de las dos Rondallas valenciana y mallorquina de Fr. Luis Galiana y de don Tomas Aguiló; obras de ingeniosa taracea en que puede aplaudirse el mérito de la dificultad vencida; pero que principalmente valen como repertorios de frases, no como diálogos o cuentos.

Sería injusto decir lo mismo de la Eufrosina, a pesar de lo artificial del procedimiento, que por otra parte no es tan sistemático como en las obras citadas. En la comedia portuguesa lo esencial es el argumento de la comedia, aunque importen mucho los proverbios y sentencias de que el diálogo está materialmente tejido, con menoscabo de la naturalidad, primera condición de toda obra que afecta formas dramáticas. Los interlocutores casi nunca usan la expresión directa y sencilla; todos ellos presumen de ingeniosos, agudos y sutiles: mezclan la pedantería de las escuelas con el tono galante y amanerado de las conversaciones de palacio; son cultos y conceptistas en profecía, y hasta cuando remedan el habla popular lo hacen con dejos y resabios cortesanos. Hay una continua afectación en el estilo, afectación que no siempre desagrada, [p. 121] porque se ve que es trasunto del buen tono de una época gloriosa y de una sociedad elegante, como lo fué la portuguesa de los reinados de don Manuel y don Juan III. Pero tanta metáfora rebuscada, tanta alusión fría e impertinente, tanta mitología pueril, tantas reminiscencias de los poetas clásicos, especialmente de Ovidio, tanto doctrinaje insípido, vicios que más o menos afean todas estas comedias y tragicomedias, no van compensados aquí como en otros casos hemos visto, con la verdad plástica del detalle, con la representación franca y enérgica, aunque a veces brutal, de la realidad. Todo es pálido y atenuado en la Eufrosina: los tipos tienen algo de abstracto, y la obra entera se resiente de cierta frialdad seudoclásica.

Pero en esto mismo consiste su relativa originalidad. Un vago sentimentalismo, que no hemos visto hasta ahora, penetra calladamente en algunas escenas y modifica el concepto del amor, llevándole por rumbos idealistas y en cierto modo platónicos. La psicología del autor no es profunda, genial y avasalladora como la de Fernando de Rojas: no llega a producir criaturas inmortales. Pero es ingeniosa, delicada y de suaves matices, como cuadra a una acción familiar y honesta, en que no hay grandes conflictos de pasión y llegan todas las cosas a un término sereno y apacible. El seso y la gravedad campean en esta producción juvenil, con cierto elevado y noble sentido de la vida, que hace simpático al hombre y al moralista.

El mérito principal de la Eufrosina estriba en el contraste entre los dos jóvenes Zelotipo y Cariofilo, representante el primero del amor exclusivo, caballeresco y respetuoso, que hace un ídolo de la persona amada, y el segundo del apetito sensual, frivolo, ligero y veleidoso. Uno y otro logran su condigna recompensa, obteniendo Zelotipo por premio de la pureza y constancia de su afecto la mano de la noble y rica Eufrosina, única hija y heredera de don Carlos, señor de las Povoas, y viéndose Cariofilo, de resultas de una de sus valgares aventuras, obligado a casarse por fuerza con la hija de un platero, a quien había dado, como a otras varias, promesa de matrimonio. Los contrapuestos caracteres de los dos amigos se reflejan fielmente en sus palabras: «Quando segui amores que no estimé dexar (dice Zelotipo), a todo me aventuraua; aora que tengo hecho empleo del alma, no ay cosa que no tema, y [p. 122] esto juzgo por lo mejor, porque me lo enseña vn puro y verdadero amor, que es propio maestro de virtudes, y quien muda la mala condicion en buena, el escaso en liberal, el ignorante en discreto, el inconsiderado en prudente, el cobarde en osado» (página 69 de la presente edición). «Las almas contemplativas tienen los gustos muy diferentes de la otra gente... No ay contento general que valga la sombra de una tristeza particular. De mí os sé dezir que no trocaria el estar triste dos horas por quantos placeres ay en la vida, porque estas viuo para mí y las otras para el mundo. De donde se sigue que me enfadan las fiestas públicas y es a mi propósito el pasatiempo solitario, y no me conformo, antes aborrezco los amigos de regocijos públicos y que son comunes con todos en holgarse» (pág. 92).

Antítesis de este contemplativo personaje es Cariofilo, que, sin la grandeza trágica del burlador de Sevilla, profesa una filosofía del amor muy parecida a la suya, y responde a los sanos consejos de su amigo con frases análogas al Tan largo me lo fiais: «Atengome a sacudillas y dexallas, que assi hazian los dioses de la gentilidad; lo demas es burla, porque es tan mala ralea la de mugeres, que ya ninguna quiere bien si no es por el interés, y en quanto ay que darles; yo conózcolas por el diente, y en tanto, lo que la loba haze al lobo le place, y a vn ruin, ruin y medio. Amor enseña mil caminos de engañar; prometiendo con franqueza, de promessas las hago ricas; al tiempo de la paga no faltan escapatorias...» (pág. 98). «Quando alcanço fauor de una muger de calidad, que me es de gusto y provecho, en teniendola rendida y señalada de mi señal, por no aficionarme mucho y venir a ser esclauo de mi gusto, procuro diuertirlo, por no criar cuerbo que me saque el ojo, y ocúpome en hazer empleo en otra y en otras. Desta manera juego con cartas dobladas, y no puedo perder, y aseguro mi mercaduria por no estar pendiente de la cortesia de la fortuna, y en esto me escuso grandes disgustos» (pág. 99).

Pero todavía es más donjuanesco el diálogo siguiente, que no quiero abreviar por su importancia, desatendida hasta ahora:

«Cariofilo.- Sabeis lo que os digo, amigo mio? O tuerto o derecho, mi casa hasta el techo; aun no estoy a porta inferi; allá vendran los aborrecidos ochenta años; dexadme aora lograr mis años floridos, en quanto tengo tiempo; despues no faltará la [p. 123] merced de Dios y la misericordia, de que la tierra está llena. En poco espacio se saluó el buen ladron.

Zelotipo.- Essa es una gentil cuenta. Por qué cédula teneis vos assegurado esse momento y essa condicion que basta para merecer en él? Pues cómo os acogeis a la misericordia, considerando que anda de compañia con la justicia, la cual no se dobla como la del mundo?

Cariofilo.- Aunque dezis verdad y os lo concedo, yo vine al mundo para lograr mi vida, pues tengo tan cierta la muerte, que no es pequeña pena y descuento éste; y si aora no la logro, quando la edad lo pide y permite, el tiempo se me va huyendo, y yo no querria que me dexasse a buenas noches, sin dexar fruto ni señal de la jornada con la congoxa de quién tal pensara. Si yo tuuiera vida de nouecientos años, como los antiguos, anduvierame regalando? Todo era dos dias más o menos, porque avia paño para cortar y desperdiciar; mas vida de quatro negros dias, y estos inciertos y alternados en mal y bien, y que los passe llorando, mala Pascua a quien tal hiziere, y no fuere moço quando moço para ser viejo cuando viejo.

Zelotipo.- Essa es vna mala conclusion. Essos esfuerços juveniles y essas quentas vanas tienen muy cierto el castigo; guárdeos Dios de pecador obstinado; las más vezes se ven desdichados fines a tales distraymientos. El hombre discreto ninguna cosa ha de temer tanto como a su gusto; nunca os precieis de culpas, porque desmerecereis el perdon; hazed siempre la cuenta de cerca, y no perdereis de vista el arrepentimiento... Mirad por vos, que quien se guardó no erró, y el Señor mandó velar a los suyos por la incertidumbre de la hora; y yo tengo sin duda que a excesos sensuales no dilata Dios la paga para el otro mundo, y assi se han visto muy grandes castigos.

Cariof.- No me canseis aora; mirad vos vuestra alma y no tengays cuidado de la mia; yo dare cuenta de mi quando llamen a mi puerta, y no me faltará vn texto para hazerle a vna ley que venga a mi proposito y me ponga en salvo. Y Monseñor Ouidio dize que se rie Jupiter de los amantes perjuros...

Zelot.-... Ninguno presuma que engaña, porque siempre él queda engañado; y por amor de mi, que nunca hagais esos juramentos, porque son segun la intencion de quien los oye. En [p. 124] quanto Dios, estais obligados a essa moça en todo lo que le prometisteis; mirad lo que aueis hecho, no engañeis vuestra alma...

Cariof.-... Yo os digo que las enredo y las sé burlar; ellas tratan siempre engaños, yo nunca les digo verdad ni tengo ley con ellas; ellas interessadas, yo escaso; ellas mudables en el amor, yo desamorado; ellas libres, yo raposo; assi nos damos en los broqueles, mas yo quedo siempre en pie como gato» (pp. 100-101).

Este tipo del libertino, que lo es más por atolondramiento y ligereza que por perversidad, es uno de los mejores aciertos de la Eufrosina. El autor le castiga blandamente y con catástrofe que tiene más de cómica que de trágica, porque en el fondo se trata de un tonto, cuyas ridículas empresas sirven de diversión a las mozas de cántaro a y todas las raparigas del Mondego. Pero si se prescinde de sus actos y se atiende sólo a su cínica profesión de inmoralidad amatoria, ningún personaje se hallará en nuestra primitiva literatura dramática y novelesca que en este punto concuerde tanto con las máximas y palabras de don Juan.

En los amoríos de Cariofilo interviene, como era natural, una Celestina de bajo vuelo, Filtria, mucho menos chistosa que sus comadres castellanas. Pero en los de Zelotipo prescinde el autor cuerdamente de tan vil sujeto, y quien sirve de medianera es una prima del rnismo enamorado, Silvia de Sosa, amiga y confidente de Eufrosina, aunque constituída en cierto género de dependencia familiar respecto de ella. La figura de Silvia tiene finos toques y recuerda algo la doncella Poncia de la Segunda Celestina, aunque es menos razonadora que ella. Por su intervención se efectúan los secretos desposorios de Zelotipo y Eufrosina, aprovechando una ausencia del señor de las Povoas, que tiene que resignarse al fin con los hechos consumados, a pesar de la indignación que manifiesta en los primeros momentos y de su graciosa consulta con el doctor Carrasco.

Aunque Jorge Ferreira brilla más en lo serio que en lo cómico, es de gran mérito esta escena como pintura de costumbres universitarias, y recuerda el pleito del estudiante en la Tragicomedia de Lisandro y Roselia. Así como Sancho de Muñón, que era teólogo, tenía entre ojos a los canonistas y se burlaba de ellos a su sabor, Jorge Ferreira, que era humanista y hombre de mundo y de corte, profesaba especial aversión a los letrados y profesores de [p. 125] Derecho civil, a su erudicción farragosa, a su pragmatismo huero. «Si no son prudentes (dice) las letras en ellos son peores que lepra, porque quieren medir por las leyes de Iustiniano, que ha mil y tantos años que se hizieron, las costumbres de aora, y no consideran que el tiempo lo hace todo de su color» (pág. 143). Palabras verdaderamente notables para escritas a principios del siglo XVI por un poeta que no hacía profesión de reformador de los estudios jurídicos.

Otras dos comedias en prosa compuso Jorge Ferreira, que generalmente pasan por inferiores a la Eufrosina, aunque la verdad es que apenas han sido estudiadas hasta ahora. La comedia Ulyssipo fué escrita en 1547 o poco después, según las alusiones que en ella se contienen a la campaña de Mazagán, atacada en aquel año por los moros. Rápidamente, pero con acierto, caracteriza esta obra Teófilo Braga: «La Ulyssipo es un cuadro de las costumbres portuguesas en el siglo XVI: locuciones familiares, más de 386 refranes que todavía andan en la tradición oral, juramentos, juegos, diversiones, todo se encuentra reproducido allí. Es un tesoro de lenguaje. La acción no tiene condiciones escénicas, por las grandes e infinitas mutaciones y la falta de rapidez de los diálogos, que están diluídos en consideraciones morales atestadas de proverbios. Actos extensos que tardarían dos días en representarse, flaca intriga bajo grandes y poco interesantes accesorios, hacen de la Ulyssipo una obra secundaria. Crece su mérito, no obstante, si tenemos en cuenta que es una de aquellas comedias que se escriben solamente para ser leídas. En los saraos de palacio la leería Jorge de Vasconcellos delante de D. Juan III a su hijo y heredero el principe D. Juan, apasionado por el arte, dramático, como lo fueron todos sus tíos y su abuelo. Mirada de esta suerte, no carece de vida la Ulyssipo. Los caracteres acentuadamente delineados, las situaciones bastante cómicas y la filosofía del sentido común, son cualidades que revelan un grande artista, que si hizo una comedia defectuosa fué por no haberla escrito intencionadamente para la escena.»

Ni Barbosa Machado, ni Inocencio de Silva, ni ningún otro de los bibliógrafos portugueses que he visto, indican el año ni el lugar en que fué impresa por primera vez la Ulyssipo. Pero consta la existencia de una edición del siglo XVI, no sólo por el Índice [p. 126] inquisitorial de 1581, donde aparece prohibida, sino por los preliminares de la edición, corregida y expurgada de 1618. [1] La principal enmienda que mandó hacer el Santo Oficio fué quitar el hábito de beata a la viuda Constanza d'Ornelhas, personaje celestinesco.

La última comedia de Jorge Ferreira, titulada Aulegrafia, no fué impresa en vida suya, ni siquiera dentro del siglo XVI, «por un disgusto general de este reino», según indica su yerno don Antonio de Noronha. [2] Algunos suponen que este disgusto fué la muerte del príncipe don Juan, pero más natural parece que se aluda al desastre de Alcazarquivir en 1578, en que pereció el único hijo varón de Jorge Ferreira, si son exactas las noticias de Barbosa. La pérdida del príncipe en 1554 no pudo influir para nada en las publicaciones de Ferreira, puesto que de 1560 y 1561 hay ediciones de la Eufrosina, y en 1567 dedicó a don Sebastián el Memorial de la Tabla Redonda.

[p. 127] No existe de la Aulegrafia más que la edición póstuma publicada por don Antonio de Noronha, yerno del autor, en 1619, treinta y tres años después de su fallecimieto. [1] De las tres comedias de Ferreira es la más rara y la que más precio ha tenido siempre en el mercado bibliográfico. A pesar de eso, nadie se ha decidido a reimprimirla, ni siquiera en la forma ruin y mezquina con que lo fueron la Eufrosina y la Vlyssipo en el siglo XVIII. Tan ingratos y olvidadizos han sido los portugueses con un escritor de tanto ingenio y cultura, de tan rica y sabrosa locución y tan útil para la historia de las costumbres peninsulares.

La Aulegrafia, que consta de cinco actos como las otras dos comedias, y no de cuatro como dice Barbosa, es, según indica su título, una pintura de la vida de la corte y especialmente de los amores de palacio. En este sentido puede ofrecer curioso tema de comparación con el Cortesano de Castiglione, con el de Luis Milán, con el Arte de galantería de don Francisco de Portugal y otros libros análogos. Uno de los personajes de la Aulegrafia, el aventurero Agrimonte, habla siempre en castellano.

Pero tanto la Vlissipo como la Aulegrafia, sobre todo esta última, tienen con la Celestina una relación no directa y específica, sino genérica. Atendiendo a esto, y también a la circunstancia de no haber ejercido influencia alguna en nuestra literatura, dejemos intacto su estudio para los críticos del reino vecino. Hora es ya de volver a las Celestinas castellanas, aunque tengamos que acelerar el paso para poner fin a este larguísimo tratado.

En 1547 salió de las prensas de Toledo la Tragedia Policiana , [2] cuyo autor declara su nombre en cuatro estancias de arte [p. 128] mayor dirigidas «a los enamorados». Las iniciales de los versos, leídos de arriba a abajo, dicen: «El bachiller Sebastián Fernández». Es cierto que en una segunda edición, también toledana, de 1548, descubierta por Fernando Wolf en la Biblioteca Imperial de Viena, [1] hay otras estancias de «Luis Hurtado al Lector», de las cuales dedujo aquel insigne erudito que éste era el verdadero autor de la Tragedia:

       Lector desseoso de claras sentencias,
       Aquí debuxa la madre Claudina
       Debaxo de gracias sabrosa dotrina,
       Pa-a guardar del mal las conciencias:
       Verás los auisos de mil excelencias
       Que a los virtuosos son claro dechado;
       Y si su autor se haze callado,
       Es por el vulgo, tan falto de ciencias.
        . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
       Y si algun error hallares mirando,
       Supla mi falta tu gran discrecion,
       Pues yerra la mano y no el coraçon,
       Que aqueste lo bueno va siempre buscando.

A mi ver, Luis Hurtado no habla aquí como autor, sino como mero corrector de imprenta, que era al parecer su oficio en los años juveniles. En la primera octava elogia al autor como persona distinta, y dice de él que «se haze callado», es decir, que oculta o disimula su nombre; lo cual no puede entenderse de Hurtado, [p. 129] que estampa el suyo con todas sus letras al principio de los versos. Los errores o faltas por las cuales pide perdón son, sin duda, las erratas tipográficas. En el mismo sentido deben entenderse las octavas acrósticas que puso en el Palmerín de Inglaterra, impreso en el mismo año y en la misma oficina, pues ni le pertenece la obra original, que es del portugués Francisco de Moraes, ni la traducción castellana, que reclama por suya el mercader de libros Miguel Ferrer. [1] No faltó entre sus contemporáneos quien formulara contra Luis Hurtado acusaciones de plagio. Pedro de Cáceres y Espinosa, en su biografía de Gregorio Silvestre, acusa al poeta toledano de haberse apropiado el Hospital de Amor del licenciado Jiménez. [2] En todas sus obras anda mezclado lo ajeno con lo propio, y no siempre pueden discernirse bien. Dotado de más estilo que inventiva, gustaba mucho de continuar y remendar obras ajenas, como hizo con las Cortes de la Muerte de Miguel de Carvajal y con la Comedia Tibalda, de Perálvez de Ayllón. Pero ni siquiera esta parte de refundidor pudo tener en la Policiana, puesto que el texto de la segunda edición es idéntico al de la primera, que la antecedió en un año, cuando Luis Hurtado sólo contaba diez y ocho. [3]

Creemos, por las razones expuestas, que el bachiller Sebastián Fernández fué unico autor de la Tragedia Policiana, pero ninguna noticia podemos dar de su persona. El famoso libro de caballeros D. Belianis de Grecia, impreso precisamente en 1547, el mismo año que la Policiana, se dice «sacado de la lengua griega, en la cual le escribió el famoso sabio Fristón, por un hijo del virtuoso varón Toribio Fernández»; pero siendo tan vulgar el patronímico, ninguna relación nos atrevemos a establecer entre ambas obras.

El autor de la Tragedia Policiana no aspiraba ciertamente al [p. 130] lauro de la originalidad. Desde el título mismo declara la estrecha dependencia en que su obra se halla respecto de la tragicomedia de Rojas, mediante la introducción de un personaje episódico en aquélla, que pasa a ser capital en la obra del bachiller Sebastián Fernández: «la diabólica vieja Claudina, madre de Pármeno y maestra de Celestina». La Policiana no se presenta, pues, como continuación, sino más bien como preámbulo de la Celestina; pero es lo cierto que la sigue al pie de la letra, con personajes idénticos, con la misma intriga y a veces con los mismos razonamientos y sentencias. Policiano y Philomena corresponden exactamente a Calisto y Melibea; Theophilon y Florinarda a Pleberio y Alisa; Solino y Silvanico a Sempronio y Pármeno; Parmenia a Areusa; Dorotea a Lucrecia, y a este tenor casi todos los restantes. Los rufianes son dos, Palermo y Pizarro, uno y otro copias de Centurio, recargadas con la presencia de la Segunda Celestina, de Feliciano de Silva, donde también se encuentra el germen de las escenas de hortelanos, que son una de las partes más curiosas de la Tragedia Policiana.

Según costumbre de los autores de este género de libros, el bachiller Fernández hace grandes protestas de la pureza de sus intenciones y de su «voluntad virtuosa».

«En el processo de mi escriptura no solamente he huydo toda palabra torpe, pero avn he euitado las razones que puedan engendrar desonesta ymaginacion, porque ni mi condicion jamas se agradó de colloquios suzios ni avn mi profession de tratos dissolutos... E si algo paresciere que a los oydos del honesto e casto Lector haga offensa, crea de mí que no lo digo con ánimo desonesto, sino porque el phrasis y decor de la obra no se pervierta.»

No puede negarse que el phrasis y decor de la obra, entendidos por el autor con aquella especie de bárbaro realismo que entonces predominaba, le han llevado muchas veces, especialmente en los coloquios de rufianes y rameras, a una licencia de expresión desapacible para oídos modernos. Pero esta licencia es relativa, y de seguro menor que la que se encuentra en ninguna de las Celestinas anteriores. Las escenas de amor están tratadas con cierto recato y miramiento. Y aun en la parte lupanaria y bajamente cómica hay más grosería de palabras que deshonestidad de [p. 131] conceptos. La blasfemia y el sacrilegio o desaparecen del todo o están muy velados. Los reniegos y porvidas de Palermo y Pizarro son extravagancias inofensivas si se los compara con los de Galterio, Pandulfo y Brumandilón: «¡Por los huesos de Aphrodisia madre!», «Voto al pinar de Segovia», «Descreo del puerto de Jafa», «Reniego de las barbas de Barrabas», «Despecho del galeón del Rey de Francia», «Descreo del memorable Golías», «Juramento hago a las calendas de Grecia», «Pese a las barbas de Júpiter», «Descreo de Placida e Vitoriano», y otros no menos estrafalarios.

Fuera de algunas leves variantes que apuntaré después, la Policiana es la primitiva Celestina vuelta a escribir. Este servilismo de imitación la reduce a un lugar muy secundario, pero no la quita sus positivos méritos de rico lenguaje y fácil y elegante composición. Es la obra de un estudiante muy aprovechado, aunque incapaz de volar con alas propias. La contemplación de un gran modelo embarga su ánimo y no le deja libre para ningún género de invención personal. Se limita a calcar, pero no desfigura los tipos, y si la tragicomedia de Calisto se hubiese perdido, ésta sería de todas sus imitaciones la que nos diese una idea más fiel y aproximada de ella, aunque nunca pudiese sustituirla. Las obras de genio no se escriben dos veces, y su pesadumbre anonada las frágiles construcciones que quieren levantarse a su sombra y remedan en pequeño su traza exterior.

Pero aun este género de reproducción tiene su mérito cuando es inteligente y no mecánica tan sólo. El autor de la Policiana comprendía lo que imitaba y se esfuerza por conseguir algo de la rica plasticidad, del franco y sabroso diálogo, y aun de la intensa virtud poética del drama de Rojas. Un eco de la apasionada elocuencia y del rendimiento amoroso de Melibea resuena, aunque muy atenuado, en las palabras de Philomena: «Cauallero, ya no es razon que se dissimule y passe en secrete lo que mis apassionados desseos tan a la clara publican; porque si las tinieblas de la noche no impidieran tu vista, en mis señales públicas conoscieras mis congoxas secretas. Algunos dias han passado despues que tus cartas e amorosos mensages recibi, en que mis captivas fuerças han rescebido muy rezios golpes e yo varonilmente contra ellos he peleado. Pero al fin, si como tengo el coraçon de carne le tuuiera de un rezio diamante, no dexara de caer de mi [p. 132] voluntad en la tuya: tal ha seydo el combate que en mi coraçon he sentido. Finalmente, estoy rendida a tu querer, porque eres quien en mis ojos más meresces de los nascidos. Ordena, Señor mio, como nuestros apassionados desseos ayan aquel effecto que dessean, porque hasta esto ninguno momento passará que para mí no sean mil años de infernal tormento. Las fuertes rexas de estas ventanas impiden el remate de nuestros sabrosos amores. La mañana paresce que comiença a embiar sus candidos resplandores por despidientes mensajeros de nuestro gozo. Toma, señor mio, la possesion de mi voluntad, e della e de mí ordena de manera que mi passion se afloxe y la tuya se acabe, e si te paresciere, para la noche venidera se quede el concierto por las cercas de esta nuestra huerta, por la parte donde el rio bate en ellas, [1] que es lugar más sin sospecha e donde yo estaré esperando tu venida no menos que mi desseada libertad» (Acto XX).

En las escenas del jardín, la musa lírica contribuye, como en Rojas, a idealizar el cuadro misterioso y poético de la entrevista nocturna. Es muy feliz, sobre todo, la evocación del romance viejo de Fontefrida, que canta el paje Silvanico, y al cual se alude en otro pasaje de la tragedia: «Veemos que entre los animales que de entendimiento carescen, este amor matrimonial está esculpido, pues las tortolicas passan su vida contentas con una sola compañía. E si aquélla muere, la que queda no beue más agua clara, ni se pone en ramo verde, ni canta ni haze señal de alegria, señalando la cuitadica quán cosa es perder su dulce compañia» (Acto XI).

Poco hay que advertir en cuanto a los caracteres. Claudina no merece el título de maestra, sino de humilde discípula de Celestina. Tiene un grado más de perversidad, puesto que hace infame tráfico con su propia hija Parmenia, y parece más rica, puesto que alardea de sus «sábanas randadas», de sus «manteles de Alemania», de sus «tapices de Flandes». En las artes diabólicas es fiel trasunto de su amiga. Tiene como ella un demonio familiar a quien invoca con horrendos conjuros y pavorosos sacrificios: «Ora, hijo Siluano, es menester que me traygas, para hazer vn conjuro, una gallina prieta de color de cueruo, e vn pedaço [p. 133] de la pierna de un puerco blanco, e tres cabellos suyos cortados martes de mañana antes que el sol salga, e la primera vez que cabe ella te veas, despues que los cabellos la ayas quitado, pondras tu pie derecho sobre su pie izquierdo, e con tu mano derecha la toca la parte del coraçon, e mirandola en hito sin menear las pestañas la diras muy passo estas palabras: Con dos que te miro con cinco te escanto, la sangre te beuo y el coraçon te parto. [1] E echo esto, pierde cuydado, que luego verás marauillas» (Acto XVI).

[p. 134] Hay un personaje de la tragicomedia antigua que está presentado con cierta novedad en la Policiana. Es Theophilón, el padre de Philomena. No se duerme en la ciega confianza de Pleberio, sino que se muestra desde el principio receloso guardador de la [p. 135] honra de su casa, y muy sobre aviso de los peligros que puede correr la virtud de su hija: «Hija mía, lumbre de mis ojos, báculo de mi cansada vejez, más noble es preservar al hombre para que no cayga que ayudarle a levantar después de caydo. No permita Dios, hija de mi coraçon, que en tus costumbres yo aya conoscido alguna falta que de castigo sea digna, pero no te deue dar pena si yo como padre y viejo y experto en los trabajos que el tiempo cada día descubre, te dé auiso como sepas defenderte de ellos, sin lesión del ánima y de la fama que tus pasados cobraron» (Acta X).

El sentimiento del honor, que es el alma de tantas creaciones de nuestros poetas dramáticos del siglo XVII, tiene en Theophilón uno de sus primeros intérpretes. Sentencia suya es que «la mácula de las illustres doncellas todo un reino deja manchado de infamia» (Acto X).

En el notable diálogo que tiene con su mujer (Acto XXIII) [p. 136] habla como un personaje calderoniano: «El crimen de liuiandad en la mujer no se ha de castigar sino con la muerte, e qualquier castigo que éste no sea no es sino una licencia para que sea mala con la facilidad de la pena.»

Los sobresaltos de su honra tienen a veces muy enérgica expresión: «Oh canas ya caducas! Oh años desdichados! Oh pobre viejo, para que viniste al mundo?... Qué haré? Si descubro lo que siento y lo quiero castigar, poco castigo es que esta ciudad se abrase. Pero si lo dissimulo por quitar los paresceres del vulgo vendrá en términos mi honrra que se acabe con mi vida. Oh mis fieles criados, dezid me qué haga o tomad este puñal e dad con él fin, a mis dias!» (Acto XXVI).

Don Gutierre Alfonso de Solís y don Lope de Almeida se encierran en impenetrable monólogo y no dan parte de tales cuitas a sus criados, pero el fondo de su alma es idéntico, salvo la diferencia que va del padre al marido. «Qué bien tiene quien de honrra caresce? pues qué honrra tiene quien liuiana hija ha criado? pues un hombre deshonrrado como biuirá sossegado?»

Theophilón interesa en su calidad de padre vengador, pero la catástrofe es disparatadísima. El buen viejo tenía enjaulado un león, como pudiera tener un perro, y sus hortelanos le sueltan por la noche «para que espante las zorras que andan entre los árboles». Acude Policiano a la segunda cita con su amada, y el león le hace pedazos. Cuando Philomena encuentra muerto a su amante, hace una prolija lamentación sobre su cadáver y se mata con la propia espada de Policiano.

Todo este pasaje es una mala imitación de la fábula de Píramo y Tisbe, tal como se lee en el libro IV de las Metamorphoses de Ovidio (v. 55-165). El bachiller Fernández, que debía de estar recién salido de las aulas con la leche de la retórica en los labios, creyó que esta historia trágica cuadraba a maravilla para final de la suya, y sin vacilar transportó a Toledo la leona de los campos de Babilonia, cuyas huellas cerca de la tumba de Nino indujeron a fatal error a los dos enamorados jóvenes prez de Oriente:

           Venit ecce recenti
       Caede leaena boum spumantes oblita rictus,
       Depositura sitim vicini fontis in unda.

                                                          (V. 96-99).

[p. 137] La imitación es visible, sobre todo en las últimas palabras de Philomena comparadas con las de Tisbe:

       Pyrame, clamavit, quis te mihi casus ademit?
       Pyrame, responde: tua te carissima Thisbe
       Nominat: exaudi, vultusque attolle iacentes.
                         . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
       Quae postquam vestemque suam cognovit, et ense
       Vidit ebur vacuum; Tua te menus, inquit, amorque
       Perdidit, infelix. Est et mihi fortis in unum
       Hoc manus: est et amor, dabit hic in vulnera vires.
       Persequar extinctum: letique miserrima dicar
       Causa, comesque tui: quique a me morte revelli
       Heu sola poteras, poteris nec morte revelli.
       Hoc tamen amborum verbis estote rogati,
       O multum miseri mei illiusque parentes,
       Ut quos certus amor, quos hora novissima iunxit,
       Componi tumulo non invideatis eodem.

                                                              (V. 142-157).

Los versos de Ovidio son bellísimos y tienen una concisión rara en él. A su lado hace pobre figura la prosa del imitador, pero su filiación no puede negarse. [1]

Otra de las curiosidades de la Tragedia Policiana es la introducción de dos hortelanos, Machorro y Polidoro, que hablan, en lenguaje rústico, con extraños modismos y formas villanescas, que creemos dignas de la atención del filólogo, como también el vocabulario agrícola que ellos y su amo Theophilón usan, y que habrá de confrontarse con el de Gabriel Alfonso de Herrera y demás autores clásicos en esta materia. Reimpresa en el presente volumen la Policiana, que era punto menos que inaccesible, podrán hacerse sobre ella los estudios analíticos que cada uno de estos libros requiere, y que de ningún modo caben en el estrecho marco de una introducción.

[p. 138] Un sólo año, el de 1554, vió aparecer dos nuevas Celestinas, una en Medina del Campo, otra en Toledo. Titúlase la primera Comedia Florinea, y fué su autor el Bachiller Joan Rodriguez Florian, según declara la portada de algunos ejemplares, y la dedicatoria de todos, aunque suprimido el Florián: «El Bachiller Ioan Rodriguez endereçando la comedia llamada Florinea a vn especial amigo suyo, confamiliar en el estudio, absente.» [1] Tarea [p. 139] predilecta de bachilleres parecía la de componer Celestinas, sin duda para asemejarse a Fernando de Rojas en el empleo de sus vacaciones. Pero no bastaba el grado universitario para comunicarles la virtud poética de aquel bachiller primero y único, y fué Rodriguez Florián de los que menos se acercaron al insuperable modelo. Su labor, toda de imitación y taracea, revela un talento muy adocenado y es de una prolijidad insoportable. Nada menos que cuarenta y tres actos o escenas larguísimas tiene, y todavía promete una segunda parte, que afortunadamente no llegó a escribir o a publicar.

       Las bodas del buen Floriano esperando
       Para otro año de más vacacion,
       Adonde la historia tendrá conclusion,
       A Dios dando gracias, allá nos llegando.

De la primitiva Celestina aprovechó menos que otros, salvo los datos capitales de la fábula y algunos rasgos en el carácter de la alcahueta Marcelia. [1] Todo lo demás procede o de la Comedia [p. 140] Thebayda o de la Segunda Celestina de Feliciano de Silva, aunque sin la brutalidad de la primera ni el interés novelesco de la segunda. El don Berintho, duque de Thebas, se encuentra puntualmente reproducido en el caballero Floriano, duque también y poderoso señor de vasallos, venido de lejanas tierras, que tiene a su servicio «catorce mozos de espuelas y quince escuderos, y otros tres tantos continos y otros tres tantos oficiales y una chusma de pajes», [1] personaje, como se ve, de más categoría que Calisto. Enamorado románticamente de la doncella Belisea por la fama de su hermosura y por un retrato que en secreto manda sacar de ella, cae en una extraña pasión de ánimo, busca en la soledad y en la música alivio a sus melancolías, y retraído continuamente en su aposento, cierra los oídos a las advertencias y consejos de su viejo criado Lydorio, que es el personaje predicador de la pieza, como el insoportable Menedemo de la Thebayda, puesto que sería demasiado favor compararle con el sabio y prudente Eubulo de la Tragicomedia de Lisandro. Floriano tiene a sueldo, por de contado, varios rufianes de lengua soez, manos cortas y pies de liebre, entre los cuales sobresalen dos, llamados Felisino y Fulminato, copias serviles de Galterio y Pandulfo, sin más originalidad que algunos juramentos y bravatas nuevas. [2] Manceba de [p. 141] Fortunato es cierta viuda depravada e hipócrita, [1] la cual viene a representar en la nueva fábula un papel más semejante al de la Franquila imaginada por el anónimo de Valencia que al de Celestina, harto machucha para ser heroína de amorosos tratos y no solamente medianera en ellos. [2] Marcelia, que tal es el nombre de [p. 142] la equívoca tercera, con visos de primera en ocasiones, toma por su cuenta los amores de Floriano y encamina la intriga por los mismos pasos que hemos visto hasta la saciedad en este género de comedias novelescas. La romería de Nuestra Señora de Prado recuerda inmediatamente una situación análoga de la Thebayda. Pero el bachiller Florián procede con mucho más decoro y pulcritud. La noble Belisea, cauta y reflexiva, se defiende bien en las dos entrevistas del jardín, mostrando menos pasión que deseo de un casamiento ventajoso. [1] Su doncella Justina, pizpireta [p. 143] y desenvuelta, procede con menos recato en sus coloquios con el paje Polites, pero todo tiene feliz y apacible término con los matrimonios clandestinos de ama y criada, por lo cual la pieza se intitula comedia y no tragicomedia, al revés de los libros de Rojas, Sancho Muñón y Sebastián Fernández.

El carácter mejor trazado de la obra es, sin disputa, el de Lucendo, padre de Belisea. Así como el Theophilón de la Policiana representa la desconfianza, el punto de honra vindicativo y celoso del honor doméstico, así Lucendo, no menos honrado y respetable que él, fía ciegamente en la virtud de su hija, y el amor paternal se sobrepone en él, de un modo tierno y simpático, a todo interés, a toda sospecha, a todo recelo (escenas XXII y XXVI).

Los aciertos en la parte seria de la Florinea no son raros, aunque tengan poco de originales. Como todas estas comedias de estudiantes y bachilleres, abunda en temas retóricos, desarrollados con pueril alarde, pero no llega a las horribles pedanterías de la Thebayda. Ya en la escena quinta encontramos «grandes pláticas» sobre la fuerza del amor y sobre los vicios y virtudes de las mujeres. En la escena XXVIII hay un largo razonamiento sobre la amicicia en estilo que recuerda rnucho el de Fr. Antonio de Guevara. [1] Entre Belisea, Justina y Marcelia pasan largos razonamientos «sobre los bienes y males que ay entre los casados» (escena XLII). Y a este tenor otras digresiones, que se leen sin fastidio por el buen saber de la lengua, pero que son una sarta de lugares comunes. Algunos pasajes, como aquel en que Lydorio se queja de la triste condición de los servidores de los grandes y del mal pago que sus amos les dan (escena XXXVII), pueden tener, sin embargo, algún interés histórico. [2]

[p. 144] Las cartas de amor que la Florinea contiene son afectadas y declamatorias, como casi todas las que se hallan en nuestras novelas antiguas. Quizá el gusto de la Cárcel de Amor influía en esto. El diálogo es mejor, pero comienzan a notarse síntomas de flojedad y cansancio, sobre todo en la parte cómica, que es pesada, insípida y fríamente indecorosa. Los chistes son forzados, las situaciones vulgarísimas, y el ánimo menos severo acaba por empalagarse de tanta prostitución y bajeza. Si la Florinea no contuviese más que las repugnantes aventuras de Marcelia, de su hija Liberia y su sobrina Gracilia, de los dos rufianes, del despensero de Floriano, de los pajes Grisindo y Pinel y del estudiante escondido en la nasa, por ningún concepto podría disculparse su exhumación. Pero no todo es de tan depravado gusto. La fábula principal, aunque de endeble contextura, está presentada con cierto arte, y las escenas entre los dos amantes respiran cortesía y gentileza. Rasgos hay en la salida matinal de Belisea al campo que recuerdan El Acero de Madrid y otras comedias [p. 145] análogas de Lope, [1] de cuyo teatro es digna también la bizarra escena en que Floriano mata un toro a vista de su amada. [2]

Hay en la Florinea algunos versos líricos, bastante mejores que los de la Thebayda, pero del mismo género y estilo, que es el de las antiguas coplas castellanas, sin mezcla de endecasílabos. Figuran entre ellos romances, letras y motes con sus glosas, una lamentación en coplas de pie quebrado a manera de las de Garci Sánchez de Badajoz (pág. 203) y una contemplación de Floriano en absencia de su señora trovada en quintillas dobles con mucha soltura:

           Vos, dama, soys mi esperança,
       Vos mi muerte, vida y gloria,
       Vos mi bienauenturança,
       Vos de mis males bonança,
       Vos pinzel de mi memoria.
       Yo sin vos soy el perdido,
       Yo sin vos el que más muero,
       Yo sin vos el mesmo olvido,
       Yo sin vos el mal nascido,
       Yo sin vos quien mal me quiero.
           Vos sin mí de más valer,
       Vos sin mí más sublimada,
        Vos sin mí soys de querer.
        Vos sin mí soys de temer,
        Vos sin mí soys adorada.
       Yo por vos soy muy dichoso,
        Yo por vos quien resuscita,
        Yo por vos vanaglorioso,
        Yo por vos el más gozoso
        Que en casa de amor habita...

Pero la más notable de estas poesías, bajo el aspecto métrico y musical, es una danza o pavana que Floriano compone y tañe a la vihuela en celebridad de sus bodas. La estrofa, que suponemos inventada por el bachiller Rodríguez, es anterior en diez años a las tentativas de rimas provenzales y francesas de Gil Polo. Consta de cuatro versos de doce sílabas, dos de seis y uno de nueve. Véase este curioso specimen de ritmo modernista:

           Vos soy, Belisea, mi gloria cumplida,
       Mi bien todo entero, mi nueva esperanza;
       Por veros ya muero con tanta tardança,
       Por ver que la hora aun no es ya venida;
                         Al tiempo maldigo,
                         Pues vsa conmigo
            Con su tardança de enemigo.
           Ay, quándo podré yo verme en la gloria
       De aquel parayso de vuestro vergel!
        [p. 146] Dichosas las plantas que vos veys en él,
       Mas yo más que todos en vuestra memoria,
                    Mas ay, que hora veo
                    Que muy poco creo
           Del bien que en vos halla mi desseo.
        
           Vos sola soys gloria por vos merescida,
       Pues otro ninguno no ay que os merezca;
       Vos soys de las damas la más escogida,
       Dichoso el amante que por vos padezca;
                    Mas ay, si yo fuese
                     Quien solo os siruiesse
           Y solo quien por vos muriesse.
        
           Vos soys el retracto del summo poder,
       Que Dios ha mostrado en las criaturas;
       Angélica imagen que acá en las baxuras
       Ensalçais a Dios en tal os hazer;
                    Soys solo una
                    A quien fortuna
           Obedece desde la cuna.
        
           Vos soys mi prision y mi libertad;
       Yo vuestro captiuo, y tan venturoso,
       Que es tanta mi gloria, que hablarla no oso
       Porque es offendida vuestra majestad;
                    Ansí yo callo
                    El bien que hallo
           En ser vuestro libre vasallo.
        
           Vos soys paradero de mis pensamientos;
       Vos soys el pinzel con que mi memoria
       Esculpe en mi alma tal contentamiento,
       Que en vos halle objecto de su mayor gloria,
                     Pues con gran razon
                    El mi coraçon
           Descansa en tal contemplacion.
                                                                         (Pág. 307).

El autor de la Florinea era valisoletano, o por lo menos en Valladolid residía cuando compuso esta obra dramático-novelesca, cuya acción se desarrolla en aquella ciudad, con gran copia de alusiones locales: a la Puerta del Campo, a la Cal Nueva, a San Benito, San Pablo, Nuestra Señora del Prado, San Julián, la Trinidad y otras iglesias. También se habla de «la estatua de Don [p. 147] Pero Añiago (o Miago), del hospitalejo de Sanct Esteuan» (página 261), curiosa antigualla folklórica que sirvió de tema a una comedia de Luis Vélez de Guevara, atribuída por error a don Francisco de Rojas. Aun en el lenguaje se nota algún modismo propio del habla familiar de aquella parte de Castilla la Vieja, como el uso transitivo del verbo quedar. [1]

El estilo de la Florinea es terso y puro, pero carece de vigor y animación, no sólo comparado con la Celestina primitiva, como ya observó Ticknor, sino con la mayor parte de las secundarias. No iguala a la Selvagia, ni siquiera a la Policiana. La prosa del bachiller Florián es demasiado fácil, redundante y desaliñada. Pero la riqueza de su lenguaje familiar y el desenfado de su sintaxis la hacen digna de salir del olvido, y en tal concepto la hemos reimpreso, no como libro de amena recreación (que ciertamente no lo es), sino como pieza de estudio para gramáticos y lexicógrafos, que encontrarán en ella un caudal no despreciable de idiotismos.

Mucho más vale la Selvagia, [2] y de seguro la hubiéramos preferido a no existir ya una reimpresión moderna, bastante correcta y fácil de adquirir. [3] El estudiante toledano que a los veinte años la compuso era escritor de raza, y ya en este ensayo juvenil y algo liviano manifiesta las excelentes dotes que habían de darle muy señalado lugar entre los prosistas del mejor tiempo de nuestra lengua. Llamábase el tal Alonso de Villegas Selvago, siendo quizá el Selvago un sobrenombre meramente poético, pues no [p. 148] volvió a usarle en las obras de su edad madura, y coincide además con el del protagonista de su comedia, en quien manifiestamente quiso representarse a sí propio, como a su amada en la heroína, a la cual ni siquiera cambió el nombre. Ya en la portada estampa el suyo, acompañado de la calificación de «estudiante». Seríalo probablemente en la modesta Universidad de Toledo, algo oscurecida por el radiante foco de la vecina Alcalá, aunque tuvo sus días de esplendor con preceptores tan doctos como los Cedillos y Venegas, y más adelante con los Scotos y Narbonas. En unos versos acrósticos puestos al principio del libro, según la costumbre de sus predecesores, constan la edad, la patria y otras circunstancias de nuestro autor: «Alonso de Villegas Salvago compuso la Comedia Selvagia en servicio de su señora Isabel de Barrionuevo, siendo de edad de veinte años, en Toledo, su patria.» Habría nacido, por consiguiente, en 1534, y al mismo resultado nos conducen otras fechas que fué consignando en sus obras posteriores, como luego veremos.

Aunque el autor de la Selvagia imita muy de propósito a Fernando de Rojas, [1] también paga largo tributo al «magnífico caballero Feliciano de Silva, radiante luz y maravilloso exemplar de la española policía», cuya influencia se siente ya en las disparatadas coplas preliminares:

       Gozando sus gozos te muestra gozoso,
       Y goza los gozos que goza su parte,
       Adonde gozando por gozo tal arte,
       En gozo te goza con gozo sabroso.

Cuanto hay de malo en el estilo de la Selvagia puede atribuirse [p. 149] al contagio de la prosa de Feliciano, cándidamente admirado por el joven escolar. Pero le sirvió de saludable antídoto la lectura reflexiva del admirable original primero, y el ejemplo más reciente de la Tragicomedia de Lisandro y Roselia, en la cual él solo parece haber fijado la atención. [1] El rufián Escalión de la Selvagia se declara hijo de Brumandilón (pág. 237) y lo parece tanto en sus hechos como en sus palabras. También se elude a la muerte de Elicia (pág. 236).

Titúlase la Selvagia comedia, y no tragicomedia, lo cual tratándose de este género de obras, quiere decir tan sólo que tiene el final no trágico ni lastimero, sino matrimonial y festivo. Pero con más razón que otras pudo llamarse comedia, porque es más dramática que ninguna de las Celestinas, a excepción de la primitiva, y precisamente en serlo se cifra su mayor mérito y su relativa novedad. Alonso de Villegas imaginó una fábula propia del teatro, la dió ingenioso principio e inopinado desenlace, la exornó con agradables peripecias y en desarrollar su plan se mostró más hábil que sus contemporáneos Sepúlveda, Lope de Rueda, Timoneda y los demás autores de comedias en prosa influídas por el arte italiano. Puede decirse que adivinó mejor que ni uno de ellos lo que había de ser la futura comedia de capa y espada. La Selvagia, que es una de las Celestinas más breves, pues consta sólo de cinco actos, divididos en corto número de escenas, hubiera podido sin gran esfuerzo reducirse al marco teatral, y su autor la creía representable, como se infiere de las últimas palabras que pronuncia el enano Risdeño: «Yo, Risdeño, hombre de bien, aunque chiquillo de cuerpo, amigo de todos aquellos que mi bien desean y mi provecho procuran, pidiendo por las faltas cometidas el debido perdón, acabo de representar la comedia llamada Selvagia» (pág. 291).

El argumento de la comedia dice de esta suerte:

«Un caballero llamado Flerinardo, generoso y de abundante patrimonio, vino de la Nueva España en esta ciudad, donde un dia por ella ruando, como acaso pasase por casa de un [p. 150] caballero anciano llamado Polibio, de una fenestra della vido una fermosa doncella, de la qual excesivamente fué enamorado. Pues como le fue dicho el tal Polibio tener una muy apuesta hija, cuyo nombre era Isabela, y la tal fenestra fuese de su aposento, creyendo ser la mesma Isabela la que visto habia, por caballero de su amor se intitulaba. Donde, dando parte a un gran amigo suyo, caballero de ilustre prosapia, llamado Selvago, de su crescida pena, sucedió que el mesmo Selvago, teniendo deseo de ver quién a su amigo tan subjeto y captivo le tenia, cumpliendo un dia su propósito y viéndola, no pudiendo su libertad someter a lo que a la verdadera amistad de Flerinardo debia, grandes culpas y mortales deseos a su causa padesce, tanto que fue puesto en grave enfermedad. Pues veniendo su gran amigo Flerinardo en presencia de su hermana Rosiana llamada, a visitarle, conoció que la tal Rosiana era la que en la fenestra de Polibio habia visto, y no Isabela, como se pensaba, porque acaso, como hubiese amistad entre las dos doncellas, aquel dia se habian juntas recreado; lo cual como a Selvago fuese dicho, con excesivo placer, porque abiertamente osaria amar a Isabela, de su tan grave enfermedad fue sano, donde poniendo en el negocio una vieja astuta, cuyo nombre era Dolosina, cumplieron enteramente sus deseos, siendo primero desposados por palabras de futuro, lo que de a poco, con licencia de sus padres, se puso por obra, pasando lo mesmo de Flerinardo con Rosiana. Pues estando el dia que las bodas se solenizaban con gran regocijo, vino un maestro de la Nueva España, que habia sido de Flerinardo, el cual declaró cómo el mesmo Flerinardo era hijo único de Polibio, padre también de Isabela, que de chico, con un tio suyo, en aquellas tierras se habia partido; con las quales nuevas todos muy gozosos, quedando dos hermanos con dos hermanas juntos en matrimonio, se dará fin a la comedia.»

Tenemos aquí, como se ve, los principales incidentes de una comedia de amor e intriga del siglo XVII, que si por la crudeza de algún detalle no cuadraría bien a la severa musa de Calderón, pudiera figurar sin violencia en el repertorio de Tirso de Molina, donde abundan los desposorios clandestinos y los matrimonios consumados entre bastidores. Dos parejas enamoradas, confusión de una dama con otras, galantes coloquios por la ventana, [p. 151] historias novelescas de hijos perdidos y encontrados, intervención de personas que han estado en el Nuevo Mundo. La combinación de estos recursos con los que ofrecía la tradición celestinesca remoza un tanto el viejo y ya gastado tema. El reconocimiento o anagnórisis final procede del teatro de Plauto o de las comedias italianas del Renacimiento.

No puede negarse, sin embargo, que la mayor parte de las escenas de la Selvagia son copia diestra y bien entendida, pero copia al fin, de la tragicomedia de Calisto. En los caracteres es poco lo que se añade o modifica, salvo la duplicación del caballero y de la dama y la aparición de dos figuras secundarias trazadas con bastante acierto, Valera, el ama de leche de Isabela, y el enano Risdeño.

El ama Valera, que se parece poco a la nodriza de Julieta, salvo en su locuacidad impertinente, es una embaucadora que explota a la enamorada doncella, sacándola muchas y ricas joyas so pretexto de un fingido conjuro. Pero su papel es muy secundario al lado de la famosa hechicera Dolosina, hija de Parmenia y nieta de Claudina, por donde esta pieza viene a enlazarse con la Policiana. Para dar alguna novedad a este tipo obligado, el autor, que relata su historia por boca del rufián Escalión, la hace viajar por diversas partes y regiones «hasta que teniendo su asiento en Milán, la buena vieja (Parmenia) dió fin a sus días, quedando la hija huérfana y en extraña tierra, aunque no por eso perdió la realeza de su ánimo, que con lo que al presente de hacienda tenía, dió consigo en París, abriendo su tienda y mostrando sus mercaderías a la Corte francesa. Tomando, pues, allí conocimiento con cierto nigromántico, su arte muy por entero la enseñó, saliendo en él tan famosa maestra quanto el delicado entendimiento de una mujer es bastante. No contenta mucho con tal nacion, en España pretende tornar, y visitando las principales ciudades della, aquí en su propia tierra fué tornada; donde habiendo salido muy niña y fermosa, vieja y disforme volvió. Fué, pues, desde poco aquí casada con un fanfarrón llamado Hetorino, mi amigo especial, con quien agora bien contenta y gozosa vive. Tienen allí cerca el rio una casa con dos puertas y dos moradas, donde él enseña a esgrimir algunos gentiles-hombres en la una, y ella a labrar mozas en la otra, ordenándose, entre las dos casas de [p. 152] discípulos, no pocos (antes muchos y muy grandes) malos recaudos entre dia. Es asimesmo la vieja la más subtil y taimada alcahueta hechicera que en nuestros tiempos, ni aun creo que en los pasados, se hallará; pero no sólo con sus palabras y conjuros ablanda los muy duros corazones, mas aun con su meneo y visaje os hace venir las manos atadas a conceder en su propósito y voluntad. Muchas veces, como su marido me ha dicho, con el arte de nigromancia que aprendió, delante dellos se torna invisible, y desde algún tiempo da señas verdaderas de lo que pasa en muy diversas tierras; tiene también poder de convertirse en animales y aves, con que no sólo hace sus hechos, mas aun se defiende de quien su mal procura, porque, como dicen, o demo a los suyos quiere. Es fama que tiene muy gran tesoro, aunque el lugar está celado, mas por ello la insaciable hambre de la codicia nunca olvida, antes siempre, confesándose por pobre, por una moneda de plata hará, como dicen, ciribones (?). Tiene a la continua en su casa dos mozas de buen parecer para alivio de cuitados que sus aventuras buscan, que tan bien amaestradas la dueña honrada las tiene, aunque de pocos dias, que al triste que en sus manos cae, no solo con sus fingidos halagos lo que encima tiene le da, mas aun la palabra por prenda de más les dexa empeñada. Esta, pues, de quien, señores, habeis oido, es la dueña por quien me habeis preguntado, de quien con razón se podría decir que lo que en la leche mamó, en la mortaja mostrará» (pp. 115-116).

El tipo, como se ve, está gallardamente trazado, mezclando reminiscencias del Asno de oro con otras de la Celestina. Pero en el desarrollo de la intriga para nada se aprovecha la idea de las transmutaciones mágicas. El conjuro es tan pedantesco y tan remoto de las auténticas supersticiones populares, como todos los que hemos visto en obras anteriores, exceptuando la Lozana, que en este punto, como en todos, tiene la exactitud material de la fotografía. La Dolosina de Alonso de Villegas se atiene a la farmacopea tradicional en las de su oficio, desde la maga Erichto de Lucano: «el olio infernal, las candelas del cerco, el ídolo de arambre juntamente con la bujeta del ungüento serpentino, la lengua del ahorcado, los ojos del lobo cerval, la espina del pez rémora, los testículos del animal castor, el pedazo de carne-momia y las taleguillas de las hierbas del monte Olimpo que truxiste el dia [p. 153] de Mayo» (pág. 151). ¡Buen aparato para una bruja toledana del siglo XVI! Fernando de Rojas había pecado en esto, y sus discípulos se creyeron obligados a seguirle al pie de la letra, aunque padeciese la verisimilitud material y moral que casi siempre observan en la pintura de costumbres.

El enano Risdeño es creación bastante donosa, que parece sugerida por análogos personajes del Amadís de Gaula y otros libros de caballerías, aunque a veces no tengan más carácter cómico que el que nace de la pequeñez de su estatura en contraposición con los gigantes, endriagos y vestiglos que en tales narraciones pululan. La figura poética y aérea de Risdeño; su jovialidad fresca y viva; su infantil afectación de valor, [1] más positivo, sin embargo, que el del rufián Escalión; la sutileza de ingenio con que hace la apología de los de su talla y enumera metódicamente sus excelencias, [2] prestan cierto encanto humorístico a las escenas donde interviene, que son las mejores de la obra.

Don Bartolomé Gallardo, demasiado severo en esta ocasión, tacha de afectada y relamida la prosa de la Selvagia, y Ticknor dice que el diálogo abunda en ridículas pedanterías. Esto último es innegable, y se explica bien por los pocos años del autor, por su condicion de estudiante ávido de ostentar su corta ciencia y por el ejemplo de las Celestinas anteriores, todas más o menos [p. 154] contaminadas de pedantismo. Desde la primera cena encontramos citadas la Ulixea, la Eneida y los Metamorfoseos, y además a Platón, a Valerio Máximo, al Petrarca y a Boccaccio. Pero el autor predilecto es Ovidio, de cuyos Remedia Amoris se presenta un extracto, [1] añadiendo un remedio más, tomado de la Silva de Pero Mexía. El rufián Escalión jura «por la metafísica de Aristóteles» (página 31) y se jacta de haber dado muerte a dos contrarios suyos «con dos heridas terribles, que Héctor, ni aun su hijo Astianax, el que Ulixes despeñó de una torre, no las hicieran» (página 50). Apéase Selvago en el zaguán de la casa de su amigo Flerinardo, y éste exclama: «Tan saludable sea para mí su venida como la de Cincinato al afligido pueblo» (pág. 56). La doncella Isabela discurre sobre los cuatro elementos y sobre la creación del soma o cuerpo humano (pág. 66).

En esto no cabe excusa, pero puede haberla en cuanto a la prosa, que si es enfática y amanerada en los trozos de aparato, como razonamientos y cartas, es viva, natural y sabrosa en la mayor parte del diálogo, sobre todo en boca de los personajes secundarios. Es cierto que hay páginas enteras donde un hipérbaton violento y risible, acompañado de estúpidos juegos de palabras y metaforas incoherentes, enmaraña la sintaxis de Alonso de Villegas y le hace en sus declamaciones digno émulo de Feliciano de Silva. ¿Quién esperaría nada bueno de un libro que comienza así?

«Resuenen ya mis enormes y rabiosas querellas, rompiendo el velo del sufrimiento con que hasta hoy han sido detenidas. Penetren los encumbrados cielos mis fuertes y congojosos clamores, forzando su fuerza sin ella por haber sido forzada con acaescimiento tan desastrado y fuerte. Maticen los delicados aires mis muchas y dolorosas lágrimas, de miserables y profundos suspiros esmaltadas. Descúbranse los furibundos alaridos, quebrantando los claustros y encerramientos que tanto tiempo han [p. 155] tenido; esparzan con su ligero ímpetu las delicadas exhalaciones de que el no domable corazón solie ser cercado... Dolor, angustia y pena procuren de hoy más mi compañia; quieran con querer lo que mi contraria ventura no queriendo quiso. Apercibase mi pequeña fortaleza para tan horrenda batalla como comenzar quiere, descubra sus insignias y estandartes de clemencia, poniéndose los soldados de servicio en alarde de rompimiento. Resuenen los roncos atambores con querellosos zumbidos; los tiros mensajeros penetren con fuertes dislates los túrbidos vientos y municiones de majestad contraria; los ligeros dardos y tajantes espadas con desvíos consuman los míseros combatientes; inquiera el fuerte caudillo del ingenio nuevas y exquisitas maneras de combates, para que pueda venir en algún próspero suceso su fluctuoso partido» (págs. 1 a 3).

La primera carta de amor de Selvago a Isabela consta sólo de dos cláusulas: la primera tiene treinta líneas. «Así como los pequeños hijos de la caudalosa real ave, puestos a los radiantes rayos del lúcido Febo, para que verdaderamente sean tenidos por legítimos y propios hijos de la tal madre, con grande admiración ocupan la vista en aquella prefulgente luminaria, sin tener parte para de allí ser apartados por el crecido amor mezclado de grande admiración, que tan fijo en ella pusieron, de la mesma manera, excelente señora, mi flaco y débil entendimiento puesto delante tu claro y lúcido aspecto, para que su ser claramente demostrase que parte de humano en sí tenía, de temeroso y crecido temor ocupado, los líquidos y delicados aires con profundos alaridos esmalta, sin que las continuas suasiones de su madre, la Razón, de tal espectáculo apartarlo puedan, no dexo de sentir, como humano, seráfica dea, la cruda y muy temerosa contienda que dentro de mí siento encrudelecerse, después que mis ojos fueron con tu divina vista clarificados, etc., etc.»

Si toda la Selvagia estuviese escrita en semejante estilo, sería por cierto una rapsodia abominable, aunque curiosa para demostrar que las peores aberraciones del culteranismo tenían antecedentes en la literatura del siglo anterior. Afortunadamente, no todo es de este gusto. A renglón seguido de la lectura de la carta entra en escena el ama Valera, hablando en el puro y castizo romance de Toledo:

[p. 156] «Enhorabuena vea yo la cara de oro y perlas preciosas, fresca como las flores de Mayo. Hija Isabela, en Dios y en mi conciencia que de cada dia más te vas tornando una emperatriz en fermosura. Santa Pascua fué en domingo si no me pareces una Verónica y retrato de San Miguel, el ángel que está en mi perrochia en unas andas de oro» (pág. 75).

¡Con qué suave maña sonsaca a la enamorada Isabela lo que necesita para el supuesto conjuro! «Lo primero son necesarias dos palomas de color de ñeve para sacarles la hiel, que es cosa en esto muy aprobada; ansimesmo un cabrito tierno y de buen tamaño; dos gallinas prietas cresticoloradas; dos quesos de Mallorca o de los de Pinto; dos docenas de huevos de ánsar con algunas madrecillas; dos cangiloncillos de hasta cuatro o seis azumbres de lo de San Martín o Monviedre, y ansí finalmente, dos monedillas de oro bermejo; que si tú desto me provees, verás maravillas» (página 87).

Los personajes nobles, como Polibio y Senesta, padres de Isabela, y la madre y la hermana de Selvago, expresan sus afectos con la grave dignidad propia de la antigua familia castellana:

«Funebra.- Hijo mío, descanso de mi atribulada vejez, ¿qué sentís? ¿Qué mal es el vuestro, que mi ánima, después de lo saber, ningun descanso ha tenido? Por vuestra vida, mi amor, que me lo digais, que si vos en el cuerpo lo sentís, yo en el anima lo padezco, por causa de ser vos en quien mi vida, despues de la muerte de vuestro padre, está pendiente...

Ros.- Señor hermano, si por ser yo la persona que más en esta vida con razon os ama, la causa de vuestra poca salud me descubriésedes, no sería pequeña la merced que de vos recebiría, porque no sólo tendríades en mí quien en igual grado que vos vuestro mal sintiese, mas en ello hasta la muerte trabajaría, buscando la medicina en vuestra pena más conveniente» (página 103).

Tal es el estilo habitual de la Selvagia, y por él debe juzgársela. Todo lo demás son arias de bravura que se repiten mecánicamente. A tales altibajos hay que acostumbrarse en nuestros libros antiguos, y quien no vea el anverso y el reverso de la medalla no llegará a estimarlos rectamente. Alonso de Villegas, sazonado y picante en las burlas, discreto y a veces afectuoso [p. 157] y tierno en las veras, muestra una madurez de juicio muy superior a su corta edad, pero no podía tener formado su gusto. Lo que hay de bueno en la Selvagia honra su ingenio; lo demás es culpa del artificio retórico estudiado en pésimas fuentes.

Los versos que intercala en su comedia son pocos y malos. En esto tiene razón Gallardo. Sólo merece indulto de la condenación general un romance alegórico-amatorio a estilo de trovadores, con algunas reminiscencias de los viejos y populares.

       A los montes de Parnaso
       A caza va mi cuidado,
       Vestido de ropas verdes
       Que la esperanza le ha dado,
       De canes, que son servicios,
       Viene todo rodeado;
       Los monteros pensamientos
       Vienen cerca de su lado;
       En una cueva metida,
       Lugar solo y apartado,
       Descubierto han una cierva;
       Tras ella todos han dado;
       Las cornetas de gemidos
       Fuertemente han resonado;
       El cuidado y un montero
       Los primeros han llegado;
       La cierva, sin tener miedo,
       Muy contenta se ha mostrado;
       Los perros se parten della
       Que tocalla no han osado,
       Porque con sola su vista
       Los ha muy mal espantado.
       Ellos estando en aquesto,
       Un caballero ha llegado,
       Armado de ricas armas,
       Con señales de morado;
       En la mano trae blandiendo
       Un dardo bien afilado,
       Que, como al cuidado vido,
       Con soberbia le ha hablado:
         «Por tu muy gran osadía
       De mí serás maltratado.»
       Diciendo estas palabras
       El venablo le ha tirado,
        Por medio del corazón
       De parte a parte ha pasado;
       No contando con aquesto,
       A la cueva le ha llevado,
       Echale fuertes prisiones
       Do le dexa encarcelado.
                                (Pág. 139).

Desde 1554, fecha de la Selvagia, hasta 1578 hay una gran laguna en las noticias biográficas de Alonso de Villegas. Es probable que los amores del joven estudiante con «su señora Isabel de Barrionuevo» no tuviesen tan dichoso fin como él en su poética fantasía imaginaba, adelantándose a los acontecimientos en el desenlace de su comedia. Lo cierto es que veintidós años después le encontramos convertido en respetable eclesiástico y capellán de los mozárabes de Toledo. Acaso para borrar recuerdos profanos prescindía del apellido Selvago, si es que en realidad le tuvo, y añadía a su nombre el calificativo de licenciado, probablemente en Sagrada Teología. Su persona había experimentado [p. 158] la misma transformación que su siglo, pasando desde la bulliciosa y franca alegría de los tiempos del Emperador a la austera disciplina del reinado de Felipe II. Un nuevo período se abría a su actividad literaria, y durante el resto de su vida, que fué bastante larga, ejercitó sin cesar su fácil y castiza pluma en argumentos religiosos y propios de la gravedad de su estado. Por este camino llegó a ser uno de los escritores más populares, especialmente en materia hagiográfica . Los cinco abultados volúmenes de su Flos Sanctorum, compilados de las obras de Lipomano y Surio, con muchas adiciones de santos españoles, vinieron muy oportunamente a sustituir a las viejas y rudas traducciones de la Leyenda Aurea. Y aunque nuestro Villegas, como casi todos los que trataron de vidas de Santos antes de la grande obra de los Bolandistas, adolece de nimia credulidad y falta de crítica, es tan fervorosa la piedad con que escribe, tan patente su celo por el provecho de las almas y tan notoria su buena fe, que se le pueden perdonar sus defectos, casi inevitables, en gracia de la pureza y sencillez de su estilo, que parece reflejo de la ingenuidad de su corazón. El crédito persistente de sus libros, muchas veces reimpresos y traducidos al italiano y a otras lenguas, no cesó del todo aun después de la aparición del Flos Sanctorum, del Padre Rivadeneyra, escritor toledano como Villegas, pero muy superior a él en corrección y gusto. Ambas obras compartieron durante el siglo XVII el favor de las gentes inclinadas a la piedad, y fué gran lástima que en el XVIII, en que todas las cosas, hasta la devoción, se afrancesaron en España, fuesen arrinconadas tan elegantes páginas, usurpando su puesto el Año Cristiano, del Padre Croisset, que llego a ser lectura predilecta de las familias. En la prolija tarea de traducirle invirtió el Padre Isla mucho tiempo y trabajo, que hubieran estado mejor empleados en composiciones originales, y aunque la versión resultó menos galicana que otras, el mérito del texto no compensaba ni con mucho el sacrificio que voluntariamente se impuso uno de los últimos ingenios que con entera propiedad merecieron el nombre de españoles. En vano quiso hacer la competencia a la obra del jesuíta extranjero el erudito valenciano don Joaquín Lorenzo Villanueva con su Año Cristiano Español, digno de aprecio por su crítica en general sana y aun por el estilo, que es bastante limado, pero seco y [p. 159] pobre. Las sospechas de jansenismo que pesaban sobre el canónigo Villanueva perjudicaron, bien injustamente, a la difusión de su obra, y resultó casi estéril su tentativa hagiográfica, que apenas ha tenido continuadores.

Pero de la saludable reacción en favor de las lecturas castizas dan testimonio las varias reimpresiones totales o parciales del Flos Sanctorum del Padre Rivadeneyra, hechas durante la centuria pasada. Alonso de Villegas no ha tenido tanta fortuna. Sus infolios son de difícil adquisición y rara vez se encuentran juntos.

Apareció el primero en 1580, y en él, como en varios de los siguientes, hizo constar el autor la fecha en que los iba terminando. «En el qual puse postrera mano Domingo seys dias de Enero, en que la Iglesia Católica celebra fiesta de Los Reyes, del año del nascimiento de Christo de mil y quinientos y setenta y siete: teniendo la silla de Sant Pedro Gregorio decimotercio, y reinando en España el catholico Rey don Phelippe, segundo deste nombre.» [1]

De la segunda parte, que comienza con la Vida de la Virgen, no conozco edición anterior a la de 1588, que se presenta ya adicionada y corregida. Villegas se titula en la portada, además de capellán de mozárabes, beneficiado de San Marcos. [2]

Del mismo año es la tercera parte, que contiene las vidas de «santos extravagantes» (es decir, que están fuera del rezo común) o de personas virtuosas no canonizadas. Villegas, que ningún [p. 160] tropiezo había tenido con el Santo Oficio cuando imprimió la Selvagia, le encontró mucho más riguroso con sus historias de Santos. La adición relativa a los varones ilustres en virtud se mandó quitar del libro, conforme a las sabias prescripciones de la Iglesia, que prohibe calificar a beatos por mera creencia pía a los que ella no han declarado tales. [1]

También en las dos primeras partes se mandaron borrar [p. 161] algunas cosas apócrifas e inciertas», según se advierte en la edición toledana de 1591, obligando al autor a hacer una especie de refundición de su obra, en la cual salió muy mejorada. Puso la última mano a este trabajo a treinta dias de mayo de 1595. [1]

En el intervalo se había publicado en Madrid, 1589, la cuarta parte, que contiene discursos y sermones sobre los Evangelios de todas las Dominicas del año, ferias de Cuaresma y Santos principales. [2]

Cuéntase como quinta parte del Flos Sanctorum, aunque en [p. 162] rigor no lo sea, el Fructus Sanctorum, del cual sólo conocemos la edición de Cuenca, 1594. [1] Es, sin disputa, la más rara de todas las obras de Alonso de Villegas, y la más útil para el estudio de las leyendas y tradiciones piadosas. Contiene una selva numerosa de ejemplos morales, a la manera del Prado Espiritual de Santoro y otras colecciones análogas para uso de los predicadores y edificación de los fieles.

El tomo sexto de las obras de nuestro autor es la Vitoria y Triunfo de Iesu Christo, terminado en 1.º de marzo de 1600, «siendo de edad de sesenta y seis años», e impreso en Madrid, en 1603. [2]

En varios tiempos publicó otros escritos más breves, todos de análoga materia. En 1592 dedicó a la villa de Madrid una Vida de San Isidro Labrador, [3] que viene a ser la misma incluída en el Flos Sanctorum. En 1595 publicó en Toledo la Vida de San Tirso, acompañada de una carta al corregidor don Alonso de Cárcamo sobre ciertas antiguallas descubiertas en la imperial ciudad, [p. 163] a las cuales presta ciega fe, lo mismo que a la supuesta carta del rey Silo, cayendo incautamente, como tantos otros, en las redes del gran falsario Román de la Higuera. [1] En 1600 tradujo un libro ascético de don Florencio Harleman, monje cartujo de Lovaina; pero este trabajo, que dedicó a doña María de Zuñiga, monja en San Clemente de Toledo, permanece manuscrito. [2] Entre los «sermones predicados en la beatifcación de la B. M. Teresa de Jesús Virgen...» (Madrid, 1615) hay uno que Alonso de Villegas pronunció en la catedral de Toledo. Es la última noticia que tenemos de su persona.

Don Nicolás Antonio le atribuye equivocadamente dos libros más: el tratado de los Favores que hace a sus devotos la Virgen nuestra Señora (Valencia, 1635) y Soliloquios Divinos (Madrid, 1637). Uno y otro pertenecen al ilustre ascético jesuíta Bernardino de Villegas, natural de Oropesa.

En un cuadro del toledano Blas de Prado, existente en nuestro gran Museo Nacional, que representa a la Virgen con el Niño Jesús y varios santos, está representado Alonso de Villegas, [3] cuya [p. 164] efigie nos han conservado, por otra parte, varias ediciones del Flos Sanctorum.

Es tradición consignada por don Tomas Tamayo de Vargas en su Junta de libros, [1] y repetida por don Nicolás Antonio, [2] que Alonso de Villegas, arrepentido de haber compuesto la Selvagia, hizo los mayores esfuerzos para recogerla y destruirla. Nada de particular tiene que un eclesiástico tan grave, entregado a ejercicios de piedad y a la composición de obras espirituales, mirase con ceño aquella producción algo liviana de su primera juventud. Pero no hemos de extremar las cosas hasta el punto de creer que se horrorizase de ella, como dice el erudito librero don Pedro Salvá, movido en parte por sus prejuicios anticlericales, y todavía más por el deseo de acrecentar el valor de su mercancía, exagerando la rareza de la Selvagia. [3] El caso no merece tantas alharacas. La Selvagia es una de las Celestinas menos desenvueltas en su lenguaje y menos escandalosas en sus lances. Y aun siendo rarísima, no es de las más raras, puesto que hemos visto de ella cinco ejemplares [4] sin salir de España. De todos modos, a los escrúpulos quizá nimios de Alonso de Villegas se debió que quedase inédito, y probablemente se perdiera, un libro suyo de cuentos varios, que serían apreciables de fijo, dadas las condiciones narrativas que el autor mostró en bien diversa materia.

[p. 165] No debe confundirse con la Selvagia otra obra de parecido título, impresa treinta años después, y que también pertenece a la galería celestinesca, la Comedia salvaje de Joaquín Romero de Cepeda, vecino de Badajoz, inserta en el rarísimo tomo de sus Obras (Sevilla, 1582). [1] Fué Romero de Cepeda mediano poeta, más feliz en los metros cortos que en los de importación italiana; imitador a veces hábil de Castillejo y Gregorio Silvestre, pero no un ingenio de relevante personalidad ni mucho menos. Así lo testifican su poema El infelice robo de Helena, su colección de romances sobre La antigua, memorable y sangrienta destruyción de Troya (Toledo, 1583), su Conserva Espiritual (Medina del Campo, 1588), su traducción de las Fábulas de Esopo y otros (Sevilla, 1590) y un libro de caballerías, que fué de los últimos de su género, no descrito aún por los bibliógrafos.

La comedia Salvaje (no Selvaje, como han escrito algunos) no pertenece al género novelesco, sino al dramático. Es [p. 166] perfectamente representable, y puede darse por seguro que fué representada. Consta de cuatro jornadas muy breves, escritas en redondillas dobles, y se asemeja del todo en su sencilla traza y artificio a las imitaciones de Torres Naharro que hicieron Jaime de Huete, Agustín Ortiz y otros, más bien que a las fábulas complicadas y aparatosas de Juan de la Cueva, que debían de estar en su mayor auge cuando Joaquín Romero de Cepeda ofreció al público sevillano las suyas.

La relación muy estrecha en que la Salvaje está respecto de la Celestina puede colegirse por su mismo título, que es casi un plagio, cometido también por Luis de Miranda: «Comedia Salvaje, en la qual, por muy delicado estilo y artificio, se descubre lo que de las alcahuetas a las honestas doncellas se les sigue, en el proceso de lo qual se fallarán muchos procesos y sentencias.»

Todavía es más explícito el argumento: «Anacreo, [1] caballero mancebo de mediano estado, enamórase de Lucrecia, hija de Arnaldo y Albina, única heredera de sus padres, muy rica y hermosa, la qual por medio de Gabrina, famosa alcahueta, viene a condescender a los ruegos de Anacreo; descúbrese el hecho, prenden a Gabrina, ahorcan a Rosio, criado de Anacreo. Huye Lucrecia; van sus padres en su busca; a Arnaldo matan salteadores, y a ellos Anacreo, que va en busca de Lucrecia. Roban a Albina dos salvajes, defiéndela Anacreo, sale Lucrecia al ruido en hábito de pastora, mata los salvajes, dase a conocer, perdónalos Albina, despósanse Anacreo y Lucrecia.»

Dos partes hay que distinguir en esta composición. La primera, que comprende las dos primeras jornadas y parte de la tercera, es una imitación o más bien una versificación de la Celestina, tan servil que puede ponerse al lado de las traducciones literales de Urrea y Sedeño. Pero los versos son fáciles y no desnudos de elegancia, como ya advirtió Moratín. Júzguese por este soliloquio de Gabrina, cuando va a casa de Lucrecia (jornada segunda):

       La madre que me parió
       Haya mal fin y quebranto,
       Que a hija que quiso tanto
       Tan mal oficio mostró.
       De contino el manto a cuestas,
       Con las haldas arrastrando,
       Por callejas rodeando
       Y otras partes deshonestas.
            [p. 167] Contino por monesterios,
       Por ermitas, por cantones;
       De noche como ladrones
       Cercando los cimenterios,
       Por sepulcros de finados.
       Y por lugares desiertos,
       Buscando huesos de muertos
       Y narices de ahorcados.
           Y a la fin muy bien pagado
       Al cabo de mis afanes!
       Por servir a estos galanes
       Dos veces me han emplumado;
       Pues agora una coroza
       O algún jubón sin costura.
       Triste de tu hermosura,
       Gabrina, cuando eras moza!
           Ora en fin yo quiero ir,
       Por demás es este lloro,
       Que esta cadena de oro
       Me hara a veces reir.
       Llevo perfumes y olores,
       Tocas de lienzo delgado,
       Seis madejas de hilado
       Y otras yerbas para amores.
            La carta quiero guardar,
       Porque el ir no me sea en vano,
       Que en tomándola en su mano
       Le haré a Anacreo amar.
       Quiero ir, que ya me espera
       De Lucrecia el hermosura.
       ¡Que buen principio y ventura
       Que sus padres salen fuera!
           Conjúrote, gran Plutón,
       Emperador de dañados,
       Rey de los atormentados
       Y de la infernal región;
       Señor del sulfúreo fuego,
       Capitán del río Leteo,
       Molestador de Fineo
       Y veedor del reino ciego.
           De las infernales furias,
       Hidras, harpias volantes,
       De las ánimas penantes,
       Señor de las tristes curias;
       Yo, Gabrina, antes que parta,
       Te conjuro, pido y ruego
       Que con tu sulfúreo fuego
       Te encierres en esta carta.
           Y cumpliendo mi deseo,
       Que tanto tu nombre precia,
       Hagas que muera Lucrecia
       Por amores de Anacreo;
       Y siempre te serviré
        Con fe muy firme y constante,
       Y si no con luz radiante
       Tus cárceres heriré.

El resto de la pieza es un purísimo desatino, en que se amalgaman confusamente incidentes del drama novelesco y del pastoril. Moratín hizo de mano maestra su análisis, con aquella especial habilidad que él tenía para contar los argumentos de las comedias ridículas.

«Lucrecia, acompañada de la vieja alcahueta Gabrina, abandona la casa de sus padres y se va a la de Anacreo su amante: los padres de Lucrecia, echándola de menos, van a casa de Gabrina con la justicia, y de allí a la de Anacreo; pero éste y Lucrecia han huído descolgándose por una ventana. Presos Gabrina y el criado Rosio, los llevan a la plaza: allí aparece la horca a vista del auditorio; suben al reo y le cuelgan; a Gabrina la empluman, le ponen una coraza, y sentándola en la escalera del suplicio queda abandonada a merced de los muchachos, que a porfía le tiran [p. 168] brevas, berenjenas y tomates, le remesan los pelos y le dan puñadas; hecho esto dice el juez:

       Quiten luego a esa muger,
       Y entierren al ahorcado.

»En la cuarta jornada sale por un monte Lucrecia con arco y saetas y llora la mala ventura de sus amores; luego que se retira, sale por otro lado Anacreo lamentándose igualmente de la desdicha en que se ve. Salen después Albina y Arnaldo, padres de Lucrecia, vestidos de peregrinos, en busca de su hija; descansan un rato de la fatiga del camino, y al querer proseguirle los sorprenden dos ladrones llamados Tarisio y Troco; el viejo Arnaldo quiere defenderse y muere a sus manos; sobreviene al ruido Anacreo y mata a Tarisio; su compañero Troco se va huyendo; sigue el reconocimiento de Anacreo y Albina, y cuando tratan de enterrar el cadáver de Arnaldo, vienen dos salvajes, entre los cuales se ve Anacreo en mucho peligro de perder la vida; pero Lucrecia, que se aparece muy oportunamente, dispara una flecha y cae muerto uno de los salvajes. Anacreo en tanto consigue matar al segundo; la madre y el amante, sin reconocer a Lucrecia, le agradecen el socorro que les ha dado; ella al fin se descubre, y con el regocijo de los tres acaba la fábula.»

Sólo por tener forma de comedia en prosa e intervenir en ella una hechicera puede contarse entre las Celestinas la Doleria del Sueño del Mundo, que pertenece en realidad al género alegórico fantástico, más cultivado en el siglo XVII que en el XVI, a cuyas postrimerías corresponde esta obra, tan singular por su título como por su desarrollo . Fué su autor Pedro Hurtado de la Vera, cuyo apellido indica origen extremeño, al paso que ciertas rarezas de su lenguaje pueden hacer sospechar que fuera nacido o criado en Portugal. ¿Sería por ventura algún judío portugués cuyos ascendientes hubieran pasado de Extremadura al reino vecino? De su persona nada podemos decir sino que en 1573 publicó, traducida del italiano, una de las más tardías versiones del Sendebar, conocida con el nombre de Erasto. [1] Algo de influjo [p. 169] italiano se columbra también en, la Doleria, [1] que recuerda, hasta cierto punto, la Circe de Juan Bautista Gelli y otros diálogos satíricos, sin ser positiva imitación de ninguno de ellos. El autor [p. 170] se muestra versado en todo género de literatura, especialmente en los libros de caballerías y en los poemas de Boyardo y del [p. 171] Ariosto. [1] Cita con frecuencia y oportunidad trozos de romances viejos, [2] como antes de él lo había hecho Jorge Ferreira, a quien se parece también en lo cortado y sentencioso del estilo. En el [p. 172] pensamiento de su obra y en algunas de las alegorías de que se vale percíbese la acción eficaz de los moralistas y satíricos antiguos, sobre todo de Luciano, tan imitado en España durante nuestro Siglo de Oro. [1]

[p. 173] La Doleria del sueño del Mundo es una invención fracamente alegórica. Todos los personajes tienen una doble representación real y simbólica; pero la primera es muy tenue y borrosa y queda casi enteramente anulada por la segunda, lo cual comunica extraordinaria frialdad al diálogo, y reduce a mínimo valor la intriga, tan confusa y enmarañada que a duras penas se entiende en la primera lectura. Todos representan alguna virtud o vicio, pero no siempre los actos que en la tragicomedia se les asignan van de acuerdo con lo que sus nombres griegos anuncian. Hay en esta parte notables incongruencias y falta de solidez en los caracteres, si tal nombre merecen.

El autor amonesta que se lea su Comedia «como cosa moral y traslado de la vida humana. Amor es el argumento d'ella, por ser en el mundo Amor la causa de todo mal y bien. Duerme el Mundo y sueña ser Heraclio amor de virtud y fama, con el contrapeso de vanagloria, que es Honorio su criado. Logistico, la Razón que manda sobre ella, la cual cae alguna vez para levantarse con más fuerça como Antheo y reconoscer la fuerça soberana. Astasia es la sensualidad y hipocresia en habitos de virtud. El deleyte, Idona, hermosa de cara, de obras fea. Melania, la malicia, cuyo fruto es el trabajo, que la color d'el negro significa, y a la postre queda subjecta a Morio, que es la ignorancia, y con él casada. Asosio, la carne vagabunda, pero al spirito reduzida con el castigo y experiencia. Las Egypcianas son las tentaciones, que procuran de ajuntar los buenos a los malos. Andronio , la ciuil costumbre que declina de la malicia a Aplotis, la simplicidad. Apio, Metio, Amercia, Mania son los vicios. Doleria , la casamentera d'ellos, engaño y castigo juntamente. El bosque de las sombras, la vanidad de las cosas d'esta vida. Aglaia, Thalia, Caliope, Melpomene, las sciencias y virtudes que voluntariamente se presentan a sus amadores. Los Salvages, penitencia y contino remordimiento de la conciencia. Nemesis, la justicia que yguala todo y manifiesta lo que hizo dissimuladamente y disfraçada con Asosio, tomando despues por instrumento de castigar los malos a los malos, de remunerar los buenos a los buenos. Es Charon la Muerte, que despierta al Mundo y da principio de vida a unos, de muerte a otros. Si el argumento o estilo no te contenta, hagalo el desseo, que es de contentar los [p. 174] auisados; si no, casate con la hermana de Melania, mujer de Morio, y sereys cuñados». [1]

Estas últimas palabras de Hurtado de la Vera, que con tanta llaneza declara tonto de solemnidad al que no guste del artificio de la Doleria, indican lo satisfecho que hubo de quedar de este alarde de su ingenio. Pero algo había de temerario en su presunción, no justificada por las medianas dotes de su inventiva y estilo. El pensamiento de la obra era ingenioso, aunque no muy original, y, desarrollado con eficacia artística, hubiera podido ser el germen de una gran concepción fantástica. Hacer dormir al Mundo durante seis mil años y desarrollar en las visiones de un sueño el espectáculo de la vida humana, con sus ilusiones y sus desengaños, para destruir luego esta aérea fábrica al son de los remos de la barca de Carón, era empresa digna de un gran poeta, y debe contarse entre los precedentes de obras análogas, como las de Grillparzer y el Duque de Rivas. No puede negarse tampoco a Hurtado de la Vera cierto talento agudo y sutil, que de puro sutil se quiebra, en algunas de sus alegorías, como el banquete en casa de Astasia y el diálogo de las fingidas gitanas (escena 5.a del tercer acto); la transfiguración de Asosio por las mágicas artes de Doleria en la persona de un cortesano llamado Andronio, y las equivocaciones y lances cómicos (un tanto análogos a los del Anfitrión de Plauto) que esta trasformación ocasiona (escenas 7.a y 8.a del mismo acto; 1.a,   2.a, 4.a y 9.a del acto cuarto); los engaños del bosque encantado, donde las sombras se hacen cuerpos y los cuerpos sombras, y toda persona se duplica y llega a perder la conciencia de sí misma (escenas 6.a y 7.a del acto quinto); la aparición de las Gracias, de las Musas y de la justiciera Némesis, que ahuyentan con serena luz clásica las visiones de aquella noche de Walpurgis (escena 8.a del quinto acto).

No era ciertamente pensador vulgar el que interpretaba el mundo diciendo que «de lo bueno no hay en él más que la sombra, y de lo malo todos son cuerpos» (pág. 383). Pero le faltó aquel extraño poder de dar vida a  las abstracciones de la mente, que por tan diversos caminos mostraron, casi a un tiempo, en España el autor del Criticón y en Inglaterra el autor del Viaje del Peregrino. [p. 175] En la Doleria del sueño del Mundo se ve una imaginación pobre y apocada, que lucha con un argumento muy superior a sus fuerzas; que no llega, ni por asomo, a convertir en personaje real ninguno de sus fantasmas alegóricos y se pierde con ellos en un laberinto de disfraces y embrollos pueriles. Obra, en suma, que sólo por curiosidad puede leerse y que no deja en el espíritu ninguna impresión duradera.

El estilo es tan artificioso y revesado como el argumento. Todos los interlocutores hablan por sentencias y alusiones; todos aguzan el pensamiento en forma de epigrama. No faltan rasgos felices, que el fino amador de nuestra lengua debe estimar y recoger; pero el conjunto es de gran monotonía. Hurtado de la Vera, que carecía del genio brillante y a veces hondo de Baltasar Gracián, había adivinado, y aplicaba en su parte peor, medio siglo antes que él, aquella doctrina del estilo que el jesuíta aragonés teorizó en su libro de la Agudeza, y llevó al último extremo en El Héroe, el Oráculo Manual y El Discreto. Hay conceptos en la Doleria que son verdaderos enigmas, y cuando se llega a descifrarlos rara vez compensan el trabajo que cuestan.

Pero obra curiosa lo es, sin duda, hasta por sus particularidades de lenguaje, como el empleo de ciertas formas de la conjugación, ya arcaicas y desusadas a fines del siglo XVI, a no ser que se estimen como netamente portuguesas. [1] Acaso Hurtado de la Vera saldría de la Península muy joven, lo cual puede explicar la persistencia de estas locuciones, aprendidas en la infancia, al paso que su residencia en Flandes pudo dar ocasión a un corto número de galicismos y frases exóticas que de vez en cuando salpican su texto. [2] Todo el libro revela una cultura algo [p. 176] pedantesca. «¿Qué mal hago yo en obseruar las letras de la entrada de la escuela de Platon, no entrando sin Geometria?... Hize prouision, en casa, de un guante lleno de artes liberales» (pág. 331). En la escena 3.a del segundo acto se intercala extemporáneamente una disertación sobre los nueve cielos, con todos los errores de la antigua cosmografía.

Dudo mucho que don Pedro Calderón conociese la Doleria, nunca impresa en España; pero el título y el pensamiento general de la comedia alegórica de Hurtado traen a la memoria el título y la idea moral de La vida es sueño, si bien no hay en la ejecución ningún punto de contacto. No hemos de entrar en la cuestión, bastante compleja, de los orígenes del drama calderoniano, que muy pronto ha de ser tratada exprofeso por un erudito norteamericano; pero no podemos menos de llamar la atención sobre frases tan significativas como éstas de la Doleria: «¿Y a la postre no pára todo en sueño? no hablamos d'ello, o no recordamos d'ello como de sueño?» (pág. 315).

Muy distinto género de interés nos ofrece La Lena o El Celoso, obra lindísima del valisoletano don Alfonso Velázquez de Velasco y última de las que se ofrecen a la consideración del lector en el presente tomo. Impresa en 1602, tres años antes que el Quijote, marca el punto extremo de nuestro trabajo, no porque el siglo XVII dejara de producir otras Celestinas, sino porque la de Velasco pertenece enteramente al gusto del siglo anterior, dentro del cual la suponemos compuesta, aunque fuese algo tardía la impresión. Los pocos datos que tenemos del capitán pinciano (como entonces solían llamarse por error geográfico los hijos de Valladolid) nos inducen a creer que era hombre de madura edad cuando dió a luz esta producción suya tan sabrosa y picante. Y debía de ser persona de consideración en la milicia, puesto que le honraron con su íntima confianza dos de los grandes soldados españoles del tiempo de Felipe II: el coronel Francisco Verdugo, hijo ilustre de Talavera de la Reina, primer sargento mayor de los tercios de [p. 177] Flandes y heroico gobernador de Frisia, donde resistió catorce años a los rebeldes holandeses, y el perínclito don Bernardino de Mendoza, capitán de caballos ligeros en el ejército del Duque de Alba, imperioso embajador del Rey Católico en Inglaterra y en Francia y árbitro de París durante los tumultos de la Liga, a la cual apoyó con su brazo y su consejo. [1]

Fué nuestro don Alfonso editor, y quizá algo más, del Commentario o Memorias militares del coronel Verdugo, impresas en Nápoles (1610), si bien cinco años antes corría ya de molde una versión italiana de Jerónimo Frachetta. [2] Preceden y siguen a la edición castellana [3] varios elogios poéticos de Verdugo, que había fallecido en 1597, gobernando las armas de España en el Estado de Luxemburgo, después de haber hecho victoriosa entrada en Francia, llegando hasta las puertas de Sedán. En un prólogo muy bien escrito, como suyo, recopila don Alfonso una parte de las hazañas de su amigo, y se queja de la envidia que oscureció sus proezas y dejó sin el debido premio tan extraordinarios servicios [p. 178] Y en la dedicatoria nos da estas noticias del libro que publica: «Confieso haberme pesado de ver este Commentario traducido e impreso en lengua italiana antes que en la natural que le escribió su autor, el cual, como a su familiar servidor, me le dio de su mano en Bruselas, y asi, estimandole por de no menos sustancia, en su tanto, que cualquiera de los de Julio César, le he traido como un breviario después acá siempre conmigo... No he querido dexar de sacarle de la tiniebla en que le he tenido, y asi le comunico ahora a mi patria y nacion en su idiona, sin alterar cosa ninguna d'él, ni añadir las postilas o glosas que suelen notarse en semejantes obras, por saber de cierto que la intencion del coronel no fue señalarse en la pluma (aunque podia) como en las almas, antes decir sucintamente los sucesos de Frisa, sin más afectacion de la que trae la pura verdad consigo, manifestando su integridad y proceder para confusion de sus emulos.» [1]

Con ser tan explícitas estas palabras, no faltó en su tiempo persona bien informada de las cosas de Verdugo que atribuyese al capitán Velasco la redacción de sus Commentarios. Así, el autor de la biografía anónima descubierta y publicada por don Antonio Rodríguez Villa: «Lo sucedido en ella (la guerra de Frisia) desde el año de 1581 hasta el de 1593 ó 94, anda ya escrito en tantas relaciones y en diferentes lenguas, y últimamente en libro particular que desto ha sacado a luz de poco tiempo a esta parte don Alonso Velazquez de Velasco, que le imprimio en Napoles... Remito a quien fuere curioso o afortunado al libro referido y a los demas que, aunque cortos, dan luz de lo que pasó en los catorce años que el Coronel gobernó la dicha provincia, y quede a cargo de quien ahora hace esta relacion sacar a vista de todos, con mucha brevedad, todos los sucesos de Frisia, dando razón dellos muy particularmente y comprobandolos con papeles y ordenes de que no se puede recibir duda; porque aunque es cierto que el dicho don Alonso Velazquez de Velasco escribio el dicho libro imitando a Julio César, fue tan solamente lo que el propio Coronel le comunicó.» [2]

[p. 179] Páginas hay en el Comentario de Verdugo, que, como otras muchas de nuestros clásicos militares del siglo XVI, recuerdan la manera de Julio César; [1] pero el Coronel era muy capaz de escribirlas, puesto que, como dice su compañero de armas don Carlos Coloma «tuvo este insigne caballero elocuencia natural grandísima, y todas las partes que para ser gran soldado y gran gobernador convenían». [2] Fuera de estos pasajes, que fácilmente se destacan del resto, el estilo del Comentario, que más bien debería llamarse memorial o alegato en causa propia, tiene poco de literario, y a veces es tan desaliñado y confuso, que por ningún concepto puede atribuirse a la elegante pluma del autor de la Lena. Cuando prestó [p. 180] a su antiguo jefe el gran servicio póstumo de divulgar su triunfante vindicación, respetó, sin duda, el manuscrito que tenía entre manos, creyendo muy bien que cualquier enmienda o reto que alteraría el carácter personalísimo de aquellas Memorias y haría sospechosa su veracidad.

También don Bernardino de Mendoza confió a Diego Alfonso Velázquez de Velasco un ensayo poético suyo, que Velázquez publicó juntamente con sus propios versos. Trátase de una oda sobre la  conversión del pecador, compuesta con fervorosa unción en liras bastante fáciles, aunque poco limadas. Velasco encabezó con ella otras que él tenía escritas a imitación de los siete salmos penitenciales, y formó con todo ello un breve y elegante volumen estampado por las famosas prensas Plantinianas, en 1593, bajo los auspicios del gran Conde de Fuentes, don Pedro Enríquez. [1] En la dedicatoria dice Velasco: «El Señor don Bernardino de Mendoza, siendo embajador en Francia me envió de Paris a Napoles las Odas que al principio de las mias he puesto; por haberme incitado, como todas las demas cosas de su divino ingenio, a seguirle en la imitacion de estos Salmos, a los cuales me incliné, por continuar la materia de conversion, y tener en particular tantos devotos de nuestra nacion que ordinariamente los dicen. Y puestos ya en la forma de más facil inteligencia que con humilde entendimiento he podido alcanzar, con poco más de mi caudal que decirlo en mi lengua; sin apartarme de la luz de algunos recibidos [p. 181] Intepretes, confiriendolos con personas doctas, persuadido, o cuasi forzado de los mismos, he resuelto imprimirlos».

Las imitaciones de Velasco van tan ceñidas al sagrado texto, que casi pueden calificarse de traducciones parafrásticas, aunque desmayadas y sin brío. Tanto él como Mendoza procuran imitar a Fray Luis de León, no sólo en el metro, sino en el estilo; pero lo que es sabrosa y poética llaneza en el primero, es indigencia, falta de color y prosaísmo en las odas de los dos capitanes, que parecen haber atendido únicamente a la edificación de los devotos.

Pasar desde estos ejercicios espirituales a la composición de una comedia tan desenvuelta y libre como la Lena, parecería extraño en nuestros días; pero en el siglo XVI a nadie podía sorprender ni escandalizar. Nuestros grandes ingenios ofrecen a cada paso estos contrastes, siendo igualmente sinceros en las veras y en las burlas, sin, rastro de los hipócritas melindres y afectada gravedad que hoy se estilan. El caso de don Francisco de Quevedo se ha repetido con mucha frecuencia, y puede tomarse como típico y normal de la sociedad en que vivía. No sabemos cuándo escribió su comedia don Alfonso Velázquez; pero es tan literaria y pulida, demuestra un gusto tan formado e indica tanta experiencia y conocimiento de la vida, que de ningún modo podemos creer que fuese una improvisación juvenil, sino el fruto muy maduro de los viajes, campañas, devaneos y aventuras de su autor. Impresos los Salmos en 1593 y la Lena en 1602, parece seguro que la obra devota antecedió a la picaresca, al revés del caso de Alonso de Villegas y de lo que parece más natural y lógico en el proceso de la vida humana.

Tuvieron ambas obras el mismo Mecenas en el insigne capitán don Pedro Enríquez de Acevedo, conde de Fuentes, gobernador de Lombardía, a cuyas órdenes estaba Velázquez cuando publicó en Milán su comedia. [1] Pero algo singular debió de ocurrir, puesto [p. 182] que del mismo año y del mismo impresor encontramos otra edición, con el título cambiado, que aquí no es La Lena, sino El Celoso, con dedicatoria a distinta persona y con algunas variantes de palabras que en general mejoran el texto. [1] La modificación del título pudo tener por objeto alejar la infundada sospecha de que la comedia española fuese una imitación de la Lena del Ariosto, con la cual [p. 183] nada tiene de común más que el nombre y la remota analogía de encerrarse un amante en un arca, así como en la pieza del poeta ferrarés le ocultan en una cuba o tonel. [1] Tampoco es inverosímil que Velázquez cayese en la flaqueza de lisonjear simultáneamente a dos magnates, dedicándoles una misma obra con dos títulos, aunque el procedimiento no dejaba de ser peligroso tratándose de persona tan culta y literata como el Condestable de Castilla, bien conocido por la controversia que sostuvo con Hernando de Herrera titulándose el Prete Jacopin y por otros papeles satíricos, de uno de los cuales hay reminiscencias en la Lena. [2] Acaso buscó su sombra nuestro autor por no haber encontrado en el conde de Fuentes el galardón que esperaba.

[p. 184] Sea de esto lo que fuere, y quizá el tiempo lo aclare, la  Lena no tiene trazas de ser fábula de pura invención, sino pintura de algún caso de la vida real, poco edificante por cierto. La misma Lena dice en el Prólogo, contando sus andanzas: «De lance en lance fui a dar conmigo en Napoles... y al cabo de pocos días me resolui de tomar casa de por mí, y puse tienda abierta de cortesana... El que estuvo alli en tiempo del buen Duque de Osuna se acordará de la Buiza, que asi, me llamauan entonces» (pág. 391).

La figura del marido celoso, en la cual se encarniza nuestro don Alfonso con vindicativo ensañamiento, también parece tomada del natural, y él mismo lo indica hablando con el conde de Fuentes y con los lectores: «El jocoso concepto que en mi ocio he formado, rompiendo lanzas en un frenético y desesperado celoso...» «Hallando en mi ociosidad empeñada la melancolia en diuersos pensamientos de los graciosos tiros que muchas mugeres del tiempo viejo hizieron, y en la consideracion d'el ardiente furor de aquel triste que siente el mortal veneno de una celosa desconfianza (de cuyos rauiosos desconciertos me ha tocado gran parte), me puse por mi pasatiempo, como en vengança del daño recebido, a componer esta ridicula comedia, en que algunos ratos he refrescado los espiritus de cierta seca tristeza mia» (pág. 389).

Este pasaje es importante para mostrar la verdadera filiación de El Celoso, que, siendo una de las más perfectas imitacionesde la prosa dramática de la Celestina, es al mismo tiempo una de las más originales e independientes en su traza, argumento, caracteres y estilo. No hay que tomar al pie de la letra lo que el autor dice: «consideren que hablo en el papel corno al primero que encuentro en la calle». Esto era lo que había hecho Francisco Delicado, pero un ingenio tan culto y fino como el de Velasco no podía satisfacerse con tan vulgar procedimiento. Fué realista, pues, de la grande escuela española, como lo había sido el autor de la Celestina, como iba a serlo Cervantes, de quien parece, no inmediato predecesor, sino imitador y discípulo a veces; tan grande es la fuerza de la semejanza.

Pero con ser la Lena tan castiza en el fondo, tiene mucho de comedia italiana en su técnica. Aunque escrita para la lectura y no para la representación, está concebida en forma de comedia y no de novela: es un poema esencialmente activo, en que conocemos [p. 185] a los personajes, no sólo por sus palabras, sino por sus hechos. Hasta cuatro intrigas se cruzan en él, ingeniosamente combinadas, sin daño de la claridad ni perjuicio del desenlace. En el artificio dramático, en la solidez de la construcción, en el vigor de los caracteres, vence con mucho a todas las comedias, bastante informes, que habían compuesto Timoneda, Lope de Rueda, Sepúlveda, Alonso de la Vega; y en las gracias del diálogo no cede a ninguna, con la ventaja de ser su humorismo de calidad más honda. Es pieza larga, pero no de tales dimensiones que la hagan irrepresentable, pues apenas llega a la tercera parte de la Celestina primitiva y no excede a la de varias fábulas que positivamente fueron representadas en Italia. En suma, la Lena es la mejor comedia en, prosa que autor español compuso a fines del siglo XVI.

Pero ¿será enteramente original? Hasta ahora no he encontrado motivo para dudarlo. Pertenece a una escuela conocida: los medios y recursos que emplea recuerdan de un modo genérico los procedimientos del teatro italiano, y quizá más las astucias y estratagemas de amor que tanto repiten los novellieri o cuentistas. El mismo Velasco nos llama la atención sobre esto: «No puede dexar de ser ésta de las más solenes burlas que se hallan escritas en el Bocacio» (pág. 418). Pero entre las historias de maridos burlados, que abundan el en Decamerón, ninguna concuerda exactamente con el principal enredo de la Lena, es decir, el entenderse los amantes por medio del canto o recitación de ciertos versos, ardid que vemos repetido con alguna frecuencia en nuestros dramaturgos del siglo XVII, especialmente en Tirso, Calderón y Moreto. Del lance del arca ya hemos indicado que trae a la memoria otro del Ariosto, y algo semejante hay en la Calandra del cardenal Bibbienna; pero se trata de un tópico vulgarísimo, que lo es también de varias novelas italianas y españolas, como la del médico de Cádiz que insertó en su Teatro Popular don Francisco de Lugo y Dávila. [1] El tipo del dómine Inocencio, si bien tratado con [p. 186] deliciosa novedad, pertenece a la familia de los pedantes de la comedia italiana (recuérdese, por ejemplo, Il Candelajo de Giordano Bruno). Otras semejanzas podrá reconocer, sin duda, la erudición de algún especialista, como el doctísimo Stiefel. Natural parece que un hombre tan leído como don Alfonso Velázquez, que no hacía alarde de originalidad, puesto que adoptó por divisa aquella sentencia de Terencio: Nullum est iam dictum, quod dictum non sit prius ; que se complace en citas textuales de los autores clásicos, especialmente de Propercio y Ovidio; [1] que repite fábulas y cuentos de origen conocido, [2] aprovechara en la rica mies del arte toscano lo que le pareciese útil, con el mismo desenfado que tenía en explotar a sus propios contemporáneos españoles, hasta el punto de haber prosificado parte de una escena y un coro de la Nise lastimosa de Fr. Jerónimo Bermúdez, traducción libre, como es sabido, de la Castro, tragedia portuguesa de Antonio Ferreira. [3] [p. 187] Por tan extraños y tortuosos senderos camina a veces la imitación literaria, y tan raras sorpresas suele proporcionar la comparación de libros de materia y estilo muy diversos. Pero estas imitaciones ocasionales, aunque fuesen más, poco importarían en el conjunto [p. 188] de una obra escrita con tanto ingenio y tanta bizarría como la Lena.

Lo que en ella parece más italiano es el espíritu. No pudo menos Velasco de contagiarse del ambiente que por tantos años había respirado en Milán y en Nápoles. Si la Lena no fuese obra de puro pasatiempo y burla, comedia ridiculosa, como su autor la llama, habría que calificarla de inmoral en alto grado, puesto que en ella queda triunfante el adulterio y vilipendiado y escarnecido el honor conyugal. Ninguno de los autores de Celestinas se había atrevido a tanto, salvo el anónimo de la Seraphina, que escribía en época de desenfrenada licencia. Su comedia es monstruosa en las situaciones y en el lenguaje, y de ningún modo puede compararse su grosera lubricidad con el arte refinado y la intensa malicia de la Lena, donde es mucho más lo que se sobrentiende que lo que realmente se expresa: obra, en suma, más bien picante que lasciva, pero de un cinismo cómico, que convierte en materia de risa las más aflictivas flaquezas y desventuras matrimoniales. Hasta los nombres de los interlocutores corresponden, casi todos, a la maldita y descomulgada región de Cornualla (pág. 422). Uno se llama Aries, otro Morueco, el de más allá Cornelio, el protagonista Cervino, una dama doña Violante de Cabrera, un paje [p. 189] Bezerrica, un barbero Ramiro Cornato. Y en el curso de la pieza se habla del médico doctor Cornejo; del licenciado Cervera, letrado; del licenciado Bicornis, juez; del trompeta Juan Cornier, y del auditor Monseñor Cornaro, a quien piensa acudir el señor Aries en el pleito de divorcio de su impotente yerno. La astuta y redomada Lena da las señas de su casa al simple de Inocencio diciéndole que vive «pared en medio de un oficial de tinteros, peines, calzadores, mangos, lanternas, peonzas y macetas de sellos» (página 404). Ni Quevedo apuró tanto la letra en esta materia. La lira de Medellin, pulsada par la diestra mano de Velasco, sonaba siempre a cuerno, como en su tiempo la del festivo Iglesias.

Claro es que no faltan en el libro protestas de moral, aunque ligeras y poco sentidas. El autor quiere que su comedia sirva «no sólo de entretenimiento, sino también de util consejo y exemplo, para excusar la terrible pasion de los celos, que consume en su propio fuego al insensato a quien toca» (pág. 398). Y ciertamente que alguna moralidad puede sacarse de ella, aunque no sea muy sublime, sino práctica y mundana, mostrando en acción el viejo aforismo «no puede ser guardar una mujer», tema que desde Lope y Moreto hasta Molière, Beaumarchais y Moratín ha sido fuente inextinguible de donaires cómicos, no siempre bien avenidos con la autoridad familiar y el sosiego doméstico. Los celos, por detestables y ridículos que sean, nacen de un sentimiento extraviado de amor o de honor, y suelen ser menos peligrosos en sus consecuencias sociales que la indiferencia o laxitud contraria. Pero ya hemos visto que nuestro don Alfonso no escribía para moralizar en ningún sentido, sino para burlarse a sus anchas de un celoso con quien tenía particulares motivos de resentimiento: «Ahora acabo d'entender ser los celos de las más violentas y bestiales passiones que pueden tocar a un hombre, porque si una vez se assientan en la cabeça d'el que se consume y seca intentando vna tan escura verificacion, le haze cometer tan ridiculossos desatinos. Bien dixo aquel qu'el celoso es loco de arte mayor, pues como tal, tiene miedo hasta de su mesma sombra, y de cosas nunca vistas, oydas ni pensadas; mirandolas como en espejo de alinde, que se las representa muy mayores de lo que son» (página 434).

Toda la comedia es irónica en grado superlativo; pero donde [p. 190] el autor remacha el clavo es en el pregón del faraute Cornelio con que el último acto termina: «De parte del señor Ceruino, guarda mayor de los montes, se hace saber a todo el insigne auditorio que los que no se fiaren de sus consortes estarán tan seguros como de no caer las ojas d'el arbol en fin de otoño. Porque los celos son contra el natural ingenio de las mugeres: cosolete de araña para los arcabuzazos; la curiosidad en todas partes viciosa, y en esta más perniciosa. Y assi (movido de piedad y celo fraterno) amonesta que ninguno (de qualquiera calidad que sea) los tenga, dentro ni fuera de casa, so pena de que no le podrá faltar mala ventura. Antes, que todo el mundo se arme de la quieta y mansa paciencia. Porque la esperiencia le ha hecho tocar con la mano que todas las sutilezas y vigilancia de los espantados Lépidos (que no quieren dexar hacer su curso a la Natura) son açadones con que los cuitados sacan de los centros de sus sospechas las inuisibles cornetas de la Fama. Y aduierte que se burlan mas d'el que se fatiga en poner remedio que d'el pacífico que lo dissimula o ignore, y qu'es menester gran ingenio para evitar tan. inutil y enojoso conocimiento. Por lo qual aconseja (sobre su conciencia) que cada vno renueue en su casa la costumbre de los prudentissimos Romanos (a quien deue imitar), que quando bolvian a las suyas lo embiaban delante a auissar a sus mugeres para no cogerlas de sobresalto, descuidadas y mal compuestas» (pág. 435).

Claro que no ha de tomarse al pie de la letra tan desvergonzada exhortación a la mansedumbre conyugal, sino entenderse del revés y como legítima sátira; pero el tono escéptico y maleante de Velasco es un síntoma de ligereza moral, que no encontramos, por ejemplo, en la primera Celestina, cuyo fondo es grave y amargo.

Todo es, por el contrario, vivo, jovial y risueño en la Lena, aunque no sea fruto primaveral sino muy tardío del Renacimiento italiano. Un buen humor constante; una profunda socarronería, que se divierte en la invención de lances grotescos y de personajes estrafalarios; un chiste no verbal ni epidérmico, sino nacido de los caracteres y de las costumbres; una frescura excesiva y desahogada, pero que no llega a los límites de lo torpe, prestan singular encanto a este ameno librillo. El diálogo, aunque muy recargado de picantes especias y frases de doble sentido, es tan [p. 191] pintoresco como dramático, lleno de brío y fuerza cómica y de ocurrencias felices. La locución es purísima y correcta, a pesar de haber residido el autor tantos años en extranjeras tierras. Entre los excelentes prosistas que dió Valladolid en nuestro siglo de oro ninguno aventaja a don Alfonso Velázquez en la propiedad de las palabras y en la elegancia de la construcción. El doctor Suárez de Figueroa, comparado con él, parece redicho y almidonado, a pesar de sus admirables dotes. Velasco tiene la espontaneidad de los grandes escritores, sin que le falte el aliño de las letras humanas, que comunica al estilo cierta distinción aristocrática. El inconfundible matiz de su ironía, si por una parte nos hace pensar en Italia, por otra nos recuerda el gracejo fuerte y sabroso de León y Castilla la Vieja; modalidad muy digna de tenerse en cuenta en el rico museo del humorismo peninsular, aunque sea distinta de la gracia andaluza.

Españoles son o parecen todos los personajes. La acción pasa en Valladolid, y no faltan toques de color local muy oportunamente dados. Se habla de los abogados de la Chancilleria. Inocencio va a decir sus devociones al Cementerio de la Magdalena (pág. 399). Lena lava por su devoción paños del hospital de Esgueva (pág. 403). El barbero Ramiro anda por la acera de San Francisco buscando nuevas que contar a sus clientes (pág. 404). Vigamón compara la dureza y estrechez de su cama con la del guardián del Abroxo (página 412). Marcia y Casandra fingen ir a visperas en Las Huelgas (pág. 419). También se mencionan la romería de Nuestra Señora del Prado y la de Cerveros, la renta de Toro y la de Boezillo (página 421), la plazuela de San Llorente, la casa de Orates y el paseo del Espolón. Cervino, «acompañado de diez o doce escapados de la horca», asalta a los hijos de doña Violante «en aquel passo estrecho que va de la Boheriza al Río, entre las casas del duque de Bexar y la Rondilla» (pág. 427). Hay alusiones nominales, como en el teatro aristofánico, a personas conocidas de aquella ciudad: «¿Era por ventura vuestro pariente Corcuera, Maestresala del Conde de la Gomera, que vino a ser Tesorero del de Oñate y murió Contador del Marqués de Falces?» (pág. 400).

Todas las Celestinas abundan en datos de folk-lore, y no hace la Lena excepción en este punto. Algunos son por extremo peregrinos. Allí encontramos a los de la tierra de Babia, «que siegan el [p. 192] trigo con escaleras» [1] (pág. 394); a «los soldados de Trencha, que eran treinta y seis a arrancar un nabo» (pág. 415), y a los habitantes de «la gran ciudad de Cestiérnega, fundada al pie d 'el alto monte de San Cristoual, media leguecita de aqui (Valladolid), que no tiene alcalde, alguazil, porqueron, escriuano, medico, boticario, cura ni sacristan (falta para biuir en paz y con salud mil años), abundantissima de quixones y turmas de tierras, que son bonissimas para los avogados y mejores para los novios» (página 429). Frisa en lo rabelesiano esta última fábula y bien pudiera ser invención de nuestro desenfadado autor.

Aunque tenga la Lena tanto detalle español y aun regional; aunque la Valladolid, alegre, pródiga y viciosa que nos presenta sea la misma que nos dan a conocer los poetas, novelistas, viajeros y autores de relaciones que la describieron durante el breve período en que llegó a ser transitoria corte de la monarquía española. [2] la Lena es comedia de interés humano y sus caracteres tienen algo de universal. Quizá el mayor mérito del autor estriba en eso. Gracias a él desaparecieron los tipos parásitos y convencionales, que habían llegado a ser el caput mortuum de las Celestinas secundarias: el insoportable rufián baladrón y perdonavidas, y las palomas torcaces de la casa llana. Desembarazado el teatro de tales figuras, sólo quedaba del cuadro antiguo Celestina, es decir, la Lena, tratada con la posible novedad, sin el intento temerario de competir con el inaccesible modelo, sin el plagio inocente que tantos cometieron queriendo arrancar a Hércules su clava. Todo [p. 193] el maleficio sobrenatural que envuelve la creación de Rojas ha desaparecido. La corredora Lena Corcuera de Cienfuegos no es más que una vieja hipócrita y taimada, que a costa de la simplicidad del bachiller Inocencio, y sin tener que zurcir voluntades ajenas, puesto que cuenta desde el principio con la complicidad de Marcia y de su hijastra, conduce a su fin dos intrigas escandalosas, y acaba por contraer grotesco matrimonio con el barbero Ramiro: última bufonada de la obra. No hay seducción de ningún género, ni podía haberla, porque las dos damas rinden desde el primer momento la fortaleza de su honor, y sólo se trata de burlar la vigilancia del celoso. «Ya murió Calisto, y nuestra Melibea se da tanta priessa a sacarnos de pena, que la mercancia vendra a salir poco más que de balde», dice Cornelio (pág. 411), marcando con esto sólo la diferencia entre ambas obras.

Pero aun siendo tan  subalterno el papel de la Lena, que aquí no ejerce ninguna sugestión psicológica, son tantos los donaires que el autor pone en sus labios, especialmente cuando habla con el Bachiller, y tanta la viveza y gracia de sus réplicas, que bien mereció dar su nombre a esta comedia, con más justicia que el Celoso, cuya semblanza, trazada por la mano del rencor, tiene mucho de caricatura. Cervino es una especie de bestia, sin ningún rastro de sentimientos generosos, y aunque las necias precauciones de que se vale recuerdan algo las del Celoso Extremeño, [1] [p. 194] no hay en la licenciosa farsa del poeta pinciano nada que remotamente pueda compararse con la honda y severa tristeza que infunden las últimas páginas de la historia de Felipe de Carrizales. Este ejemplo bastaría para probar cuánto va del genio al ingenio, por muy despierto y hábil que éste sea. Las sales de la Lena son de las que no sólo en la mesa de Plauto sino en la de Miguel de Cervantes pudieran servirse. Si el portentoso novelador tuvo conocimiento, como es muy probable, de una obra que en Valladolid debía de ser muy leída cuando él residió allí, pudo aprovecharla ciertamente para el estilo, porque aquella prosa está muy vecina a la suya, pero nada hallaría que aprender de lo que es más humano y profundo en su arte.

Todos los caracteres secundarios de la Lena están presentados con mucho garbo y viveza. El viejo enamorado Aries, la honesta dueña doña Violante, que con toda su severidad esconde bajo las tocas y el monjil una juventud todavía fresca y la codicia de nuevos amores; los dos hermanos Damasio y Macias, enamoraditos, pendencieros y díscolos, como hijos de viuda rica, criados con toda libertad y regalo; el barbero Ramiro, charlatán entrometido, con sus puntas y collares de alcahuete; su hija Policena, tipo de precoz y salaz desenvoltura, que recuerda un poco ciertas heroínas de los Entremeses de Cervantes... todos son lo que deben ser en el conjunto de la fábula, y todos hablan en el estilo más adecuado a sus respectivas condiciones.

Pero entre tantos personajes felices, ninguno llega al bachiller Inocencio, que es la gran creación cómica de Velasco y uno de los más graciosos pedantes que en el teatro o en la novela pueden encontrarse. Lo de menos es la copia de latines que ensarta y la disparatada aplicación que les da. Lo fundamental es su [p. 195] carácter bonachón y simple, que no ve mal en nada, que se resiste a la evidencia más palmaria, que cree a pies juntillas cuanto embuste le dicen, y colabora candidamente en la deshonra de la casa de Cervino, que tal vigilante había buscado para su mujer. Chistosísima es, bajo este aspecto, la escena en que se descubre el engaño del arca por una infantil travesura del paje Bezerrica:

«Inocencio.- ¿Qué maldad puede cometer un hombre encerrado en un arca? tuviessemos assi todos los males y podriamos dormir a sueño suelto, sin temor de ladrones. Quanto más que son cosas de mozos, y auran querido hazer alguna burla al barbero y a su hija...

Cervino.- ¡Mirá a quién he yo encomendado mi honra!

Inocencio.- No está mal guardada quando el que la podria quitar viene debaxo de llaue.

Cervino.-Quitaosme de delante, insensato, no me hagais...

Inocencio.- Mire V. md. que se deue tener respeto a un hombre graduado como yo, porque d'este palo nascen los Oydores y Presidentes que mandan el mundo. Si, que yo no soy zahori para ver lo que está en las arcas cerradas; por qué no lo adevinó V. md. quando la hizo descargar en casa? Auctor horum malorum praeter te nemo fuit» (pp. 424-425).

Las cándidas distracciones del Bachiller Inocencio sugieren a Ticknor el recuerdo de aquel incomparable dómine Sámsom que pinta Walter Scott en su novela Guy Mannering o El Astrólogo; pero la semejanza es aparente y exterior, porque Inocencio es tonto de capirote, aunque simpático por su misma bobería, y el dómine Sámsom, rico de otra bondad más alta, sólo hace reir por lo torpe y desmañado.

Tal es esta comedia magistral, aunque frívola y liviana, que, si no fué la última de las Celestinas, por haberse publicado todavía durante el siglo XVII algunas muy notables, señala el término de la primera serie y anuncia la transformación del género, libertándole de la servidumbre de los lugares comunes en que había caído, restituyéndole el nervio dramático y trayendo nuevos elementos a la pintura de costumbres. Por esta senda caminaron otros ingenios, especialmente Salas Barbadillo en La Sabia Flora y en El Sagaz Estacio, obras en que me parece evidente el influjo de [p. 196] la Lena juntamente con el de la comedia italiana. Pero de esto se hablará en otro lugar.

Por ahora aquí termina el estudio analítico y minucioso que nos hemos impuesto de una de las más singulares manifestaciones de nuestro arte dramático y novelesco, pues a los dos se extiende su influjo y sirve de puente entre los dos géneros. La especial índole de estos libros exige todo género de precauciones en su exposición, pero creo haberla realizado con decoro literario y sin hipocresía, persuadido como estoy de que la ciencia purifica todo lo que toca y tiene derecho a invocar todo género de testimonios, interpretándolos con desinterés absoluto. Consecuencias muy importantes, no sólo de historia literaria, sino de historia social, se deducen de estos libros, que son además un tesoro de lengua castellana; y no me arrepiento, por tanto, de la tarea nada leve que este volumen me ha costado, ni juzgo que desdiga de mis años y de la severidad de los estudios que profeso.

A continuación de este prólogo van reimpresas cinco obras del género celestinesco: la Tragedia Policiana, la Comedia Florinea, la Eufrosina, la Doleria del Sueño del Mundo y la Lena. Las dos primeras son de la más extraordinaria rareza; la Doleria lo es mucho menos, pero sólo podía leerse en las ediciones primitivas. La Eufrosina castellana escasea bastante, aun en la reimpresión del siglo XVIII. De la Lena hay edición relativamente moderna, pero poco satisfactoria, y el valor literario de la obra es tal, que por ningún concepto puede faltar en una Biblioteca de Autores Españoles.

No he reproducido la Tragicomedia de Lisandro y Roselia y la Comedia Selvagia (aunque lo merecían) por estar ya incluídas en la colección de Libros Raros y Curiosos, donde figura también la Segunda Celestina, de Feliciano de Silva. En la misma colección se hallan la Thebayda, la Seraphina y la Lozana, que bajo ningún pretexto hubieran debido exhumarse.

Con esta colección y la nuestra queda casi completa la serie de las Celestinas, pues apenas falta otra que la de Gaspar Gómez de Toledo, tan absurda y mal escrita que nadie ha de pensar en sacarla del olvido.

En todos los textos seguimos fielmente las ediciones originales (salvo la puntuación) y conservamos la antigua ortografía, no [p. 197] sólo por razones filológicas, sino por la conveniencia de cercar con una especie de vallado o seto espinoso estas producciones, alejando de ellas al profano vulgo. Las obras que este tomo encierra son ciertamente de las menos libres y más morigeradas de su clase: lo son hasta en cotejo con la tragicomedia primitiva; pero así y todo no deben correr indistintamente en todas las manos. El precio relativamente elevado de esta colección, el aspecto arcaico del texto, el aparato crítico y bibliográfico que le acompaña, bastarán, según creemos, para conjurar todo peligro.

Una deuda de gratitud me resta cumplir con mi sabio y cariñoso amigo el eminente literato don Francisco Rodríguez Marín, que con su bondad acostumbrada y su pasmoso conocimiento de la lengua del siglo XVI, me ha ayudado en la corrección de pruebas de estas comedias, cuya recta lección ofrece no pocas dificultades. Aun con tal auxilio no me lisonjeo de haberlas vencido todas, pero seguramente habré disminuído el número de las erratas, y las que queden sólo a mi descuido deben achacarse.

En el cuarto y último tomo de estos Orígenes de la novela trataré especialmente del género picaresco, y también de otras formas novelísticas o análogas a la novela, como los coloquios y diálogos satíricos. [1]

[p. 198]

Notas

[p. 3]. [1] . Nota del Colector. Para las abundantes citas que en números arábigos se hacen en este tomo a los textos de la N. B. de A. E., consúltese el índice de ellos en nuestra Advertencia del vol. 1.

[p. 4]. [1] . Cancionero de las obras de don Pedro Manuel de Urrea.

Fol. Let. got. de XLIX hojas foliadas y dos más sin foliatura, una al principio con la Tabla y otra al fin con el colofón: «Fue la presente obra emprentada en la muy noble y muy leal ciudad de Logroño a costa y espensas de Arnao Guillen de Brocar, maestro de la emprenta en la dicha ciudad. E se acabo en alabança de la Santisima trinidad a siete dias del mes de julio. Año del nascimiento de nuestro Señor Jesucristo mil y quinientos y trece años.» El texto está impreso a dos y tres columnas.

Es una de las impresiones más elegantes y primorosas de aquel tiempo, como cuadraba a la condición aristocrática del poeta. La Egloga empieza al dorso del folio XLIV y llega hasta el XLIX.

Hay una reimpresión moderna en la Biblioteca de escritores aragoneses costeada por la Diputación Provincial de Zaragoza. (Cancionero de don Pedro Manuel Ximenez de Urrea... Zaragoza, imprenta del Hospicio Provincial, 1878). Escribió el prólogo don Martín Villar, antiguo profesor de la Universidad cesaraugustana. PP. 453-479 está la Egloga.

[p. 4]. [2] . Antología de poetas líricos castellanos, tomo VII, páginas CCLIV-CCLXXX.

 

[p. 5]. [1] . En la primera reproducción hecha por Foulché-Delbosc de la Comedia de Calisto y Melibea (1900) este acto ocupa desde la pág. 6 a la 37. El trabajo versificatorio de Urrea no alcanza más que hasta la pág. 17.

[p. 5]. [2] . Consta por sus propios versos que Urrea se casó a los diez y nueve años. Sus capitulaciones matrimoniales llevan la fecha de 1505.

[p. 5]. [3] . La Tabla lleva este encabezamiento: «Tabla de las obras que hay en este Cancionero, trobadas por don Pedro Manuel de Urrea,  acabada todo lo que en él se contiene hasta XXV años.»

 

[p. 6]. [1] . Calisto.- En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.

Melibea.- En qué, Calisto?

Calisto.- En dar poder a natura que de tan perfecta hermosura te dotasse, y fazer a mí inmerito tanta merced que verte alcançase, y en tan conueniente lugar, que mi secreto dolor manifestarte pudiesse. Sin duda incomparablemente es mayor tal galardon que el seruicio, sacrificio, deuocion y obras pias que por este lugar alcançar tengo yo a Dios offrecido, ni otro poder mi voluntad humana puede complir. Quién vido en esta vida cuerpo glorificado de ningun hombre como agora el mio? Por cierto los gloriosos santos que se deleitan en la vision diuina, no gozan más que yo agora en el acatamiento tuyo. Mas, o triste! que en esto diferimos: que ellos puramente se glorifican sin temor de caer de tal bienauenturanza, y yo mixto a [a. Mísero leen desatinadamente muchas ediciones. Las primitivas dicen mixto o misto. y así debe de ser, puesto que Calisto compara sacrílegamente su estado, en que se mezclan la bienaventuranza y el recelo, con el puro estado beatífico.] me alegro con recelo del esquiuo tormento que su absencia me ha de causar.

Melibea.- Por gran premio tienes esto, Calisto?

Calisto.- Téngolo por tanto en verdad, que si me diesse en el cielo la silla sobre sus santos, no lo ternia por tanta felicidad,

Melibea.- Pues aun más ygual galardon te daré yo, si perseueras.

Calisto. -O bienauenturadas orejas mias que indignamente tan gran palabra aueis oydo!

Melibea.-... Vete, vete de ay, torpe, que no puede mi paciencia tolerar que aya subido en coraçon humano comigo el ylicito amor comunicar su deleyte...

[p. 8]. [1] . El villancico con que termina la Égloga es de los más endebles de su autor, que los compuso primorosos, pero se inserta aqui por ser lo único original que Urrea puso en su imitación:

                Téngase siempre alegría
       Do puede auer esperança,
       Que todo hace mudanza.
                La rueda de la ventura
       Siempre anda en su mouer
       En vna mano el plazer
       
Y en la otra la tristura.
       No desmaye la cordura
       Do puede auer esperança,
       Que todo haze mudança.
                Do el descanso haze asiento
       El pesar hace morada,
       Que ventura está fundada,
       En sus hechos, sobre viento.
       Muy poco dura el tormento
       Do puede auer confiança,
       Que todo haze mudança.
                          Fin.
                Y así que nunca el consuelo
       Se tarda ni durará,
       Que en lo que en ventura está
       Todo se pasa de vuelo.
       Pues no tengamos recelo
       Do puede auer esperança,
       Que todo haze mudança.

[p. 8]. [2] . En el tomo IV del Manuel du libraire, p. 478, le llama Vebra; en el V, página 1.146, Verrea.

[p. 8]. [3] . Penitencia de amor compuesta par don pedro manuel de Vrrea.

(Colofón): «Fue la presente obra emprentada en la muy noble y muy leal ciudad de Burgos a costas y espensas de Fadrique, aleman de Basilea, maestro de la emprenta en la dicha ciudad. E se acabo en alabança de la sanctissima trinidad a viij dias del mes de junio. Año del nascimiento de nuestro Señor jesuchristo de Mil y quinientos y quatorze años.»

A la Penitencia siguen poesías de Urrea, que ninguna relación tienen con ella, y pueden considerarse como un pequeño suplemento de su Cancionero.

No conozco este rarísimo oposculo más que en la reproducción de la Biblioteca Hispánica (tomo X). Penitencia de Amor (Burgos, 1514). Reimpresión publicada por R. Foulché-Delbosc (Barcelona, tipografía «L'Avenç», año 1902).

Vid. además Rcvue Hispanique, 1902, pp. 200-215.

[p. 9]. [1] . Su efecto no se destruye ni con el inmediato castigo de los amantes, ni mucho menos con una piadosa oración que pronuncia Darino, porque ésta se halla al principio de la obra (pág. 8) y la escena de la violación de Finoya al fin (pág. 66), después de los chistes de cuerpo de guardia con que se obsequian Renedo y Santoyo.

Por lo demás, no puede dudarse de la ortodoxia de Urrea, y aun del recelo que le inspiraban las especulaciones filosóficas. Así lo indica este curioso pasaje:

«Darino.- Dexa de hablar en la filosofia natural: todos los filosofos se perdieron; Dios es sobre natura. Como harás tú creer a un filosofo, que cree las cosas naturales, que Dios esté en la ostia, que es carne suya y el vino sangre? No creen lo que Dios manda, syno lo que ellos pueden comprender. Saben la fisica y no saben en lo de Dios; el mayor filosofo dixo que el mundo nunca tuvo principio ni tendria fin: mira qué grande eregia! No hables de filosofos falsos, que materia tenemos entre manos de qué hablar» (página 58).

[p. 10]. [1] . Hasta siete veces, salvo error, está alegado Séneca. De Ovidio hay una cita (Art. Amat., 1, 3-5): « Que, como dice Ouidio; por arte de los remos y velas van las fustas por la mar, por arte son ligeros los carros y carretas y por arte se a de regir el amor.» De Juvenal otra que parece corresponder a la sátira décima (328-329): «Y Juvenal dize: las mugeres o aman ardiendo o aborrecen mortalmente.»

[p. 10]. [2] . No sólo le imita a menudo en sus versos, sino que le cita en la Penitencia (pág. 9): «Bien dize Petrarcha quel morir es un salir de presion, y que no es triste syno para los que tienen puestos los vanos cuydados en el lodo deste mundo.»

También alude a Seraphino Aquilano (pág. 58): «No sabes lo que dize Serafino, poeta aquilano? que aunque sean dos ombres de una condicion no son de una ventura, syno que pueden ser muy diferentes. De un mismo arbol, de la una rama hazen un crucifixo que todo el mundo lo adora, y del otro hazen una horca o lo hechan en el tajo; y en un mismo campo sembrada una misma simiente, la metad della comen los ganados y del otro se haze una ostia y viene Dios a estar en ella.»

[p. 11]. [1] . Esta imitación es a veces casi literal en el concepto y en la frase: «Salamon, que fue tan sabio, no se enamoró de vna de las gentiles, y ella le hixo ydolatrar? y Virgilio no estuuo colgado en un cesto que lo puso su amiga vn dia que passó por allí una procession? Todos los papas, emperadores y reyes, gente de yglesia y del mundo, an peccado en esto más que en otro» (pág. 55).

 

[p. 12]. [1] . Véanse dos ejemplos breves:

« Darino.- Yo te beso, carta, que traes razones pensadas del gentil entendimiento de aquella que no tiene comparacion, o palabras escriptas por aquella mano blanca y delicada, o papel guardado en aquella arquilla donde tiene aquella dama el espejo y atauios sin los quales ella puede pareçer donde quiere y ninguna delante della...» (pág. 23).

«Angis.- O, quánto me pareçen mejor las trompetas en el campo que las músicas en la calle! mucho mejor las armas que los brocados, los quales se gastan más cauallerosamente en los campos batallando que en los destrados diziendo donayres. No han de ser los ombres todos en burlas, que se avezan a çufrir injurias, mas las más veces vestidos de fieltro y de cuero, y morir en el campo y no en la cama, lleuar la barba creçida, porque en todas las cosas que el ombre se puede apartar de parecer muger es razon que lo haga... (pág. 37).

[p. 13]. [1] . «Ya trayo aconuerto de muerte: en la hora que acordé venir aqui, dexé todo quanto tenia sin esperança» (pág. 14).

«Mi aconuerto va luchando con mi peligro: no me puede venir cosa que ya no la tenga ensoñada» (pág, 40).

«Suele venir el aconuerto de cosa que no hay alegria» (pág. 66).

«Todas tus palabras son para aconfortarme, mas no me dan aconuerto quando pienso el desamor de Finoya y mi poca ventura» (pág. 55).

«Ya trayo mis aconuertos hechos. Dios nos guie: a él encomiendo esto, y venga lo que viniere» (pág. 51).

Sólo en el cuarto de estos ejemplos está usada la palabra aconuerto en el sentido de «consuelo» o «alivio», que es el que cuadra a su derivación del verbo aconhortar.

[p. 13]. [2] . No faltan insulsos juegos de palabras que anuncian a Feliciano de Silva, v. gr.: «Porque vea más de cerca tu gentil  figura que me tiene desfigurado» (pág. 48). «Yo contra ti no puedo ganar, porque no me queda con qué aventurar, y no aprouecharia ser auenturero, pues que soy desuenturado» (pág. 35).

La lengua no ofrece particularidad notable. Los aragonesismos son raros. Sólo he notado un por tú sola (pág. 52).

[p. 14]. [1] . La Penitece Damour, en laquelle sont plusierus Permasios et respoces tres utilles et prouffitables, Pour la recreatio des Esperitz qui veullet tascher a honeste conuersation auec les Dames. Et les occassions que les Dames doibuet fuyr de coplaire par trop aux pourchatz des Hommes, et importunitez qui leur sont faictes soubz couleur de Seruice, dont elles se trouuent ou trompees, ou infames de leur Honneur, R. B.

(Al fin): Cy fine la Penitence damour nouuellement Imprimee. Mil. D. XXXVII. En 16.º

El único ejemplar conocido de este libro pertenece hoy a la Biblioteca nacional de París, y procede de la de Mr. Méon, conocido colector de los Fabliaux de la Edad Media.

(Vid. Foulché-Delbosc, Revue Hispanique, 1902, pp. 203-205).

[p. 14]. [2] . Coplas sobre la toma de Fuenterrabía, hechas por Lope Ortiz. It. «Hágase mucha alegria. D. «A la contina os va mal». It. un villancico. It. «Pues no quereis tener paz». It. se siguen unas coplas del mismo a una señora, porque trovó una glosa sobre Maldito sea Mahoma. It. «Señora muy noblecida». D. «tan ligera me vencí». It. un Codicillo de amores del mismo. It. «Sepan los enamorados». D. «Y por amansar su pena». Es en 4.º Costó en Medina del Campo 3 blancas, a 23 de noviembre de 1524.

[p. 15]. [1] . A este romance sigue un villancico:

       Amor, quien de tus plazeres
       Y deleites se enamora,
       A la fin cuytado llora...

y un Romance que fizo un galan alabando a su amiga, del cual se conoce otra lección publicada por Wolf (Sammlung, 276), tomada de un pliego suelto de la Biblioteca de Praga.

[p. 15]. [2] . Tomo IX de la Antología de poetas lírico castellanos, pp. 339-350.

El ejemplar que Salvá (Catálogo, t. 1, p. 394) ocasionalmente describe, es, según toda probabilidad, el mismo que hoy pertenece a mi colección, y que el bibliófilo valenciano vería en Inglaterra, en la de Mr. Samuel Turner, cuyo ex libris conserva.

[p. 16]. [1] . Síguese la tragicomedia de Calisto y Melibea, nueuamente trobada y sacada de prosa en metro castellano, por Juan Sedeño, vezino y natural de Areualo... 4.º let. gót. 114 pp.

(Colofón): «Acabose la tragicomedia de Calisto y Melibea: impressa en Salamanca, a quinze dias del mes de deciembre, por Pedro de Castro impresor de libros. Año de mil y quinientos y quarenta años.»

El ejemplar de la Biblioteca nacional, que no es por cierto el bellísimo que perteneció a don Agustín Durán, carece de portada y está expurgado por Fr. Alonso Cano, calificador del Santo Oficio, en Madrid 28 de julio de 1639.

En el prólogo al lector se leen algunas especies curiosas, de las cuales pudiera inferirse que algo había descendido la popularidad de la Celestina en 1540, si no tuviésemos tantas pruebas de lo contrario. Es probable que Sedeño exagerase las cosas para justificar de algún modo su inútil trabajo de refundición.

«Escudriñando y buscando en qué mi grosera pluma exercitar pudiese, ocurriome a la memoria la no menos sutil y artificiosa que util y provechosa tragicomedia de Calisto y Melibea. La cual como algunas veces fuese por mi leida, siempre me hallaba nuevo en ella, hallando cada vez cosas dignas de ser vistas y notadas; consideraba el gran provecho que a los que (no parando en la corteza) sacan y toman el meollo de ella se sigue. Vi asi mismo que siendo un compendio tan fructuoso, como todas las novedades aplazen más; a causa de algunas nuevas cosas que en depravacion de las antiguas, de poco tiempo acá son salidas; de esta ya como raida y apartada de la memoria por olvido de la gente, están las públicas tiendas de los mercaderes y libreros tan solas como las secretas librerías de los sabios desamparados; y que nadie cura de leerla para sacar de ella la utilidad que lícitamente podía conseguir... Muchos toman gusto en las cosas nuevas, y pocos (aunque algunos) toman saber de las cosas antiguas; y al fin cada uno de diverso modo, y por esto, viendo quo este breve libro por su antigüedad que entre las modernas cosas tenía, a muchos era odioso y cuasi a ningun favor acepto; quise dalle favor con alguna novedad en que los lectores se deleitasen, y esto no quise que fuese adicion de algun auto como algunos han hecho... (a) [(a). Alude sin duda al de Traso.] Y como esta obra estuviese del todo cumplida, y de ninguna cosa falta, no me pareció justo añadir en ella cosa alguna. Mudar la orden de su proceder, era en agravio de sus primeros autores, a quien tanta reverencia se debe. Pues considerando que todas las cosas que en metro son puestas traen a sus autores dos grandes provechos. Lo uno ser así a los oyentes como a los lectores más aceptas, y lo otro que más fácilmente a la memoria de las gentes son encomendadas: aunque con trabajo de mucho tiempo me dispuse a lo hacer con determinada voluntad de no adicionar ni disminuir las sentencias y famosos dichos. I por tanto al discreto lector (a cuya correccion me someto) suplico si coplas o versos de esta mi obrilla el debido sonido no tuvieren, no por eso me culpe, pues no se sufria menos, para que la sentencia del verso de la prosa no discrepase; principalmente en obra de tanta fatiga y trabajo; antes su elocuencia emiende aquello que emienda requiere, y lo demas ampare con las alas de su prudencia y discrecion.»

Como muestra del trabajo de Sedeño, copio los primeros versos del acto primero, para que se comparen con los de Urrea:

CAL.
       En esto veo, Melibea,
       la grandeza de mi Dios
       cuán sublime y grande sea.
   
MEL.
       Decid, porque yo lo vea,
       Calisto, en qué lo veis vos.
CAL.
       En dar poder a natura
       que tan Linda te hiciese
       y dotase tu figura
       de tan alta hermosura
       que ninguna igual te fuese.
       Y a mí quisiese hacer,
       indigno, merced tamaña,
       que te alcanzase yo a ver
       en lugar do mi querer
       descubra mi pena estraña.
       Y para mi gran pasion
       juzgo yo, señora mia,
       ser mayor tal galardon
       que toda mi devocion
       ni cualquiera otra obra pia.
       Dime, si en ello has mirado,
       señora de mi alvedrio,
       quién ovo jamás hallado
       un cuerpo glorificado
       de la suerte que está el mio.
       Por cierto los muy gloriosos
       ante la viva existencia
       no se hallan tan graciosos,
       tan contentos ni gozosos
       como yo con tu presencia.
       Mas hay esta diferencia
       de su gloria a mi placer:
       que ellos gozan la apariencia
       de la divina excelencia
        sin temor de la perder;
       yo me alegro con recelo
       del tormento tan esquivo
       que tu ausencia y mi gran duelo
       dan a mi gran desconsuelo
       en grado muy escesivo.
MEL.
       Tienes este galardon
       por muy grande y muy crecido?
CAL.
       Júzgale mi corazon
       cor tan alto y claro don
       cual otro jamás ha sido.                                            
       Si en la gloria Dios me diese,                                    
       y esto te digo en verdad,                                          
       una silla en que estuviese,
       no pienso que lo tuviese
       por tanta felicidad.

[p. 18]. [1] . Svmma de varones ilustres: en la qual se contienen muchos dichos, sentencias y grandes hazañas y cosas memorables, de Docientos y veynte y quatro famosos, ansi Emperadores, como Reyes y Capitanes, que ha auido de todas las naciones desde el principio del mundo hasta quasi en nuestros tiempos por el orden de A. B. C. y las fundaciones de muchos Reynos y Prouincias... La qual recopiló Johan Sedeño, vezino de la villa de Areualo. Año de 1551... En Medina del Campo, por Diego Fernandez de Cordoba. Hay otra edición de Toledo, 1590.

[p. 18]. [2] . Siguense dos coloquios de amores y otro de bienauenturança en el qual se trata en qué consiste la bienauenturança de esta vida, nueuamente compuestos por Juan de Sedeño, vezino de Areualo. M. D. XXXVI . Sin lugar de impresión. 16 páginas en 4.º

[p. 18]. [3] . Catálogo de obras dramáticas impresas pero no conocidas hasta el presente... Por Don Emilio Cotarelo y Mori, 1902, pág. 30.

[p. 18]. [4] . «Juan de Sedeño published, in 1536, two prose dialogues on Love and one on Hapiness; the former an a more philosophical spirit and with more terseness of manner, than belonged to the age» (t. II de la ed. de 1863, página l0).

[p. 19]. [1] . No existe ningún estudio especial acerca de este fecundo y desvergonzado versificador. En Usoz (Cancionero de obras de Burlas, pp. 237-241), en el Romancero General de Durán (ns. 285, 1.252, 1.845), en el Catálogo de Salvá (tomo I, pp. 14 y 15) y sobre todo en el tomo IV del Ensayo de Gallardo (pp. 42 a 59, 1.406 a 1.422), se encuentran varias piezas poéticas suyas y noticias bibliográficas de otras. Dos de sus pliegos góticos fueron reproducidos en facsímile por don José Sancho Rayón.

[p. 19]. [2] . Aqui comiençan vnas coplas de las comadres. Fechas a ciertas comadres no tocando en las buenas: saluo de las malas y d' sus lenguas y hablas malas, y de sus afeytes y sus azeytes y blanduras; z de sus trajes z otros sus tratos! Fechas por Rodrigo de Reynosa (Facsímile de Sancho Rayón). El original que sirvió para ella pertenece a la inestimable colección de pliegos góticos que posee la Biblioteca Nacional, procedentes de la de Campo Alanje.

[p. 20]. [1] . Gracioso razonamiento, en que se introducen dos rufianes, el vno preguntando, el otro respondiendo en germanía, de sus vidas z arte de vivir: quando viene vn alguacil; los quales como le vieron, fueron huyendo, z no pararon fasta el burdel a casa de sus amigas: la vna de las quales estaua riñendo con vn pastor, sobre quel se quexaua que le auia hurtado los dineros de la bolsa. Y viendo ella su rufian hazese muerta, y el se haze fieros, y dize al pastor que se confiese, el qual haziendo asi, acaua. Reproduje este Razonamiento en el Ensayo de Gallardo (t. IV, cols. 1.418-1.422), excepto las seis últimas estrofas (confesión del pastor), que no me atreví a incluir por estar llena de horribles obscenidades.

[p. 20]. [2] . Comiença vn razonamiento por coplas, en que se cotrahace la germanía z fieros de los rufianes z las mugeres del partido, z de vn rufian llamado Cortauiento y ella Catalina torres altas, con otras dos maneras de romance y la Chinigala. Fechas por Rodrigo de Reinosa (n.º 4.487 de Gallardo).

Otras composiciones de muy diverso estilo tiene Rodrigo de Reinosa, feliz imitador de Juan del Enzina en la poesía pastoril y aun en la lírica popular de asunto religioso. Pero no me incumbe tratar de ellas aquí, reservando para otro lugar el estudio de este peregrino poeta, que acaso fué oriundo de la villa montañesa de su apellido, pues no hay otro pueblo homónimo en España.

[p. 20]. [3] . Incidentalmente fué imitada la Celestina en otros pliegos sueltos que relatan fierezas y desgarros de jaques y rufianes, pero tienen menos curiosidad que los de Rodrigo de Reinosa. Un solo rasgo de la tragicomedia, el ditirambo que pronuncia Celestina en el acto IX, escandecida por el mosto de Luque o de Munviedro, fué origen de una serie de Villancicos muy graciosos de unas comadres muy amigas del vino. Tienen verdadera gracia, y en Gallardo (t. I, n.º 1.272) pueden leerse. Uno de ellos tiene por tema inicial una frase de la vieja dipsómana:

       La letra dice que beban
       Tres veces a la comida;
       Mas debe estar corrompida...

«Pármeno. Madre, pues tres vezes dizen que es bueno e honesto todos los que escriuieron.

Celest. Hijos, estará corrupta la letra, por treze tres.»

[p. 22]. [1] . Véase el interesante estudio, con extractos copiosos, que de estos sermones, los cuales se conservan manuscritos en la Biblioteca de la Catedral de Valencia, ha publicado su digno archivero don Roque Chabás en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, tercera serie, tomos VI, VII, VIII y IX (1902 y 1903). Conviene advertir que muchas de las cosas que San Vicente dice sobre los vicios y escándalos que afligieron a la cristiandad durante el largo cisma de Occidente, son de aplicación general y no circunscrita a Valencia, pero otras tienen un carácter local muy marcado.

[p. 23]. [1] . Spill o Libre de les Dones. Per Mestre Jacme Roig. Edición crítica con las variantes de todas las publicadas y las del Ms. de la Vaticana, prólogo, estudios y comentarios por don Roque Chabás. Barcelona y Madrid, 1905. (Forma parte de la Biblioteca Hispánica).

[p. 23]. [2] . Poesías de Francisco de Sá de Miranda (ed. de doña Carolina Michaëlis), Halle, Niemeyer, 1885, pág. 250.

[p. 23]. [3] . En el romance heroico que acompaña a su Oratio luculenta de laudibus Valentiae, recogido luego en el Cancionero General.

[p. 23]. [4] . De Sermone, lib. III, pág. 1.651, de las obras de Pontano en la edición de Basilea.

[p. 23]. [5] . «Senex praeterit, octogenarius, cantitans amore insaniens...» (En el diálogo Antonius, fol. 36 vto. del tercer tomo de la edición de Florencia por los herederos de Felipe Iunta, 1520). Sospechamos que se trata de la misma persona que en el pasaje anterior.

[p. 24]. [1] . En el mismo diálogo Antonius (fol. 65 vto.) hace decir Pontano a su mujer: «Maritus meus amat ancillulas si quas facie liberali vidit, sectatur ingenuas puellas. Anno superiore Tarenti cum asset, cognovit non unam, anno ante in Hetruria cum Gaditanula deprehensus fuit. Iocatur etiam domi cum Aethiopissis, nec pati possum eius intemperantiam.»

Tales costumbres no autorizan a nadie para convertirse en censor de las ajenas, pero Pontano, aunque fiel servidor de la dinastía aragonesa, había dado en la manía de atribuir todos los males del reino a su trato con los catalanes y demás españoles: el uso del puñal, las blasfemias y juramentos, la prostitución y todo género de horrores. Así lo dice en el mismo diálogo Antonius (fol. 33): «Ideoque innocentissimus olim populus dum a Catalonia reliquaque Hispania comportandis gaudet mercibus, dum gentis eius mores admiratur ac probat, factus est inquinatissimus.»

[p. 24]. [2] . Valentine in Hispania citeriore aedes quaedam sacrae, Vestaliumque monasteria ita quidem patent amatoribus, ut instar lupanariarorum sint. (En el tratado De immanitate, tomo II de la referida edición florentina, fol. 217 vuelto).

Esta escandalosa noticia puede ponerse en cuarentena respecto de la época en que escribía Pontano, pero de tiempos anteriores hay documentos que, desgraciadamente, la confirman. Véase una carta de los Jurados de Valencia a 5 de septiembre de 1414 sobre el monasterio de San Julián extramuros, que estaba fet spluga e niu de vicis e peccats (Carboneres, La Mancebía en Valencia, 1876, pág. 57). Cf. Danvila (don Francisco). El robo de la judería de Valencia en 1391, tomo VIII del Boletín de la Academia de la Historia, pp. 370 y 387.

En una visita eclesiástica del monasterio de Bernardas de la Zaidia de Valencia del año 1440 (Archivo Histórico Nacional), se manda por el Visitador que ninguna religiosa lleve «manteta, mantonet, paternostres daur ni de coral... que no s'pelen les celles, los polsos, ni vajen pintades, ço est, de blanquet, argent e color e di ferse luors en la cara (Revista de Archivos, 3.a época, tomo VIII, pág. 293).

[p. 25]. [1] . Trionfi, carri, mascherate o canti carnacialeschi. Florencia, 1559. En esta rarísima colección formada por Lasca se atribuye el Canto de los perfumistas a Messer Jacopo da Bientina. Cf. Canti carnacialeschi, ed. Guerrini, Milán, 1883, pp. 116-117.

[p. 25]. [2] . «Ma il vorressimo in tutta bontà, e di quelli de Valenza che sono ben zaldi de dentro e se vedono pigati col revesto de fori. Pregamovi ad volere ven examinarli et farli vedere a qualche altra persona, et maximae a spagnoli che se ne intendono et cognoscono la bontà loro et come voleno essere per uso de donna.» (Luzio Renier, Il lusso d'Isabella d'Este, en la Nuova Antologia de 1896).

[p. 26]. [1] . «El traer olores y el preciarse de ungüentos preciosos, aunque no es gran pecado, es a lo menos sobrado regalo, y aun vicio bien excusado; porque el caballero mancebo y generoso como vos, más honesto le es preciarse de la sangre que derramó en la guerra de África, que no de la algalia y almizcle que compró en Medina». Así escribía Fr. Antonio de Guevara en 1529 a su amigo Micer Perepollastre (Epístolas familiares, 2.a parte, XX). Esta donosa letra, en la cual se toca cuan infame cosa es andar los hombres cargados de olores y pomas ricas, confirma el exceso que en esto había. Los guantes adobados se vendían a seis y a diez ducados.

[p. 26]. [2] . Viajes de extranjeros por España y Portugal en los siglos XV, XVI y XVII, colección de Javier Liske (año de 1878), traducida y anotada por F. R (Félix Rozanski). Viaje de Nicolás de Popielovo, pp. 54-57. La costumbres, sin duda de origen francés, de besar a las damas, que llamó la atención del viajero alemán, es una de las que San Vicente Ferrer reprueba en uno de sus sermones inédítos: «Si aliqua est mulier juvenis quae osculetur juvenes, dicent et laudabunt eam tanquam bonam, et «dico ego quod est putana talis» (Ms. del colegio del Patriarca, fol. 209, sermón predicado en Villarreal. Apud. Chabás, Revista de Archivos, VIII, 293).

«Au regard des dames, elles sont les plus belles et plus gorgiases et mignones que on sçace, car le drap d'or et le satin brochié et le velour cramoisy leur est aussy commun que velour noir et satin en nostre pays.» ( Voyage de Philippe le Beau en Espagne en 1501, por Antoine de Lalaing, Sr. de Montigny, en el tomo I de la Collection des voyages des souverains des Pays-Bas, publicada por Gachard (Bruselas, 1876, p. 211). El mismo Lalaing hace una detallada descripción «de l'admirable bourdeau du dit Valence» (pp. 213-214).

Al año 1571 pertenece el viaje de Venturino da Fabriano, que acompañó al Cardenal Alejandrino legado de San Pío V en España. De este viaje, todavía inédito en la Biblioteca de Dresde, publicó algunos extractos E. Nunziante, Un viaggio in Europa nel secolo XVI,   y de ellos copia E. Mele (Revista crítica, III, p. 288) un pasaje muy curioso relativo a Valencia: «Le donne di Valenza sono più belle dell'altre sinora viste in Spagna, e più invernisate o lisciate e liberissime nella vita loro. Vanno a spasso con cavalieri a piedi, in groppa alle mule, in cocchio, con troppa licenza... Li cavalieri similmente... vestono con ogni sorta di lindezza e ornamento, ben spesso piuttosto muliebre che virile, e le donne con tutta la lascivia, con abito como quello di Barcellona, e de più si coprono il volto, forse per andar più libere, col mantello o con la ventarola, che tutte portano; usano pianelle dette chiappines, altissime, nella foggia di zoccoli d'Italia; sono variamente dorate e dipinte.»

Omito otras citas de viajeros, que nada añaden, como no sea alguna insolencia, y termino con la frase, seguramente hiperbólica, de Juan Botero, que por lo menos debiera haberse acordado de Venecia antes de escribirla: «Non è città in Europa, oue le donne di mal' affare siano più stimatte; cosa ueramente indegna, conciosia che quiui e d'habitazione, e di uestito, e di servitù la libidine avanza l'onestà» (Le Relazioni Vniversali di Giovanni Botero, Venecia, 1599, pág. 6).

[p. 27]. [1] . Act. I, sc. X. «Ho letto il cartello, che manda Don Cirimonia di Moncada al Signor Lindezza de Valenza.»

[p. 27]. [2] . Novela 42 de la Primera Parte. Il signor Didaco Centiglia sposa una giovane, e poi non la vuole e da lei è ammazzato.

«Valenza, quella dico di Spagna, è tenuta una gentile e nobillissima città, dove, siccome più volte io ho da mercadanti Genovesi udito dire, sono bellisime e vaghe donne; le quali si leggiadramente sanno invescar gli uomini, che in tutta Catalogna non è la più lasciva ed amorosa città: e se per avventura ci capita qualche giovine non troppo esperto, elle di modo lo radono, che le Siciliane non sono di loro migliori ne più scaltrite barbiere...»

(Novelle di Matteo Bandello, Milán, 1813, tomo III, pág. 124).

[p. 27]. [3] . Croce (B.), Ricerche Ispano-Italiane, II. Noterelle lette all'Accademia Pontaniana. (Nápoles, 1898, pp. 1-4).

Farinelli (Arturo). Sulle Ricerche Ispano-Italiane di Benedetto Croce En la Rassegna Bibliografica della Letteratura Italiana, Pisa, tome VII, (año 1899, pág. 284)

Mele (Eugenio). Sobre las Ricerche de Croce, en la Revista Crítica de Historia y Literatura de Altamira, tomo III, 1898, pp. 280-292.

[p. 28]. [1] . «Más ganaba yo (dice Divicia) que p... que fuese en aquel tiempo, que por excellencia me llevaron al publique de Valencia, y allí combatieron por mí cuatro rufianes» (pág. 260).

[p. 28]. [2] . Desde el fallecimiento de la Reina Católica había ido agravándose la dolencia moral que afligía al pueblo valenciano. Los asesinatos, impunes muchas veces; las violencias, los cohechos de los jueces y oficiales de justicia, las infidencias de los depositarios de la fe pública, los raptos de mujeres, los amancebamientos de los clérigos, la creciente apertura de tabernas, el próspero estado de la mancebía; la multitud de enamorados, rufianes, vagamundos, paseantes (picatons), pendencieros y mendigos que inundaba la ciudad; la infame y repugnante asociación de libertinos, cuyo título y objeto no permite el decoro que se recuerden, y otros muchos justificados hechos que es innecesario consignar, trazan gráficamente el sombrío cuadro de aquella sociedad desquiciada y revuelta. Las crónicas, manuscritos coetáneos, disposiciones de los Jurados y Consejo General, registros de los establecimientos piadosos, procesos de la Inquisición y de los Justiciazgos civil y criminal, las homilías y otros muchos documentos públicos y privados, lo atestiguan de una manera irrefutable.»

Danvila y Collado (don Manuel), La Germanía de Valencia, pág. 31.

Escolano (Historia de Valencia, tomo II, lib. X, col. 1.449) atribuye el desbordamiento de las malas costumbres a «personas estrangeras de allende, que a ocasion de mercadear, la moravan».

[p. 28]. [3] . Sabido es que este libro inmundo y soez, cuyo único ejemplar conocido existe en el Museo Británico, fué reimpreso en Londres, 1841, por don Luis de Usoz y Río, con el extravagante propósito de mostrar la educación que el clero había dado a la sociedad española. Para Usoz, fanático protestante, era cosa fuera de duda que todas las indecencias del Cancionero habían sido escritas por clérigos y frailes. Tesis igualmente disparatada que la de los que suponen a tontas y a locas que toda nuestra literatura de los siglos XVI y XVII está informada por el espíritu católico y es una escuela práctica de virtudes cristianas.

La composición más extensa y brutal del Cancionero de burlas, es decir, la parodia de las Trescientas de Juan de Mena con su glosa, tiene algún interés para ilustrar las Celestinas secundarias y la historia anecdótica de la prostitución a principios del siglo XVI. Todos los nombres que en ella se citan tienen traza de ser reales. Fué escrita, o a lo menos terminada en Valencia, a la cual se refieren las últimas glosas; pero el autor debía de ser castellano por la soltura y desenfado con que maneja nuestra prosa y por las muchas noticias que trae de Salamanca, Valladolid, Guadalajara y otros pueblos del interior de España.

[p. 29]. [1] . Esta rarísima edición existe en el Museo Británico, procedente de la Biblioteca Grenviliana. Salvá (Catálogo, 1, 517) la describe en estos términos:

«El frontis tiene una ancha orla par sus cuatro lados, y dentro hay un grande escudo de armas del Duque de Gandía. En la parte superior de la portada se lee: Con preuiligio, y debajo del escudo: Síguese la Comedia llamada Thebayda, nueuamete compuesta, dirigida al ilustre y muy magnífico señor el Señor Duque de Gandia... Al dorso se halla la dedicatoria titulada Prefaction, y en el fol. II otra dedicatoria en verso, después de la cual viene el argumento de La Thebayda. Esta comedia en prosa principia en el folio III y concluye al fin del XLV. En el blanco del XLVI se lee:

Síguese la comedia llamada Ypolita nueuamente compuesta en metro.

Esta terrnina en el fol. LII vto. Siguen después foliación y signaturas nuevas para la

Comedia mueuamente compuesta llamada Seraphina, en que se introducen nueue personas. Las quales en estilo comienço (sic. por cómico) y a vezes en metro van razonando hasta dar fin a la comedia.

Finaliza ésta en el reverso del fol. XIII, marcado por errata como si fuera el XII. Después leemos: Aunque (¿Nunque?) compuesto por el mismo autor. Sigue a esta especie de epígrafe una colección de sentencias en pareados de ocho sílabas, las que principian a la vuelta de la penúltima hoja y ocupan casi todo el blanco de la última, dejando solamente lugar para lo que copio a continuación:

Fue impresa la presente obra en la insigne Cibdad de Valencia por matre (sic) George Costilla, impresor de libros; acabose a XV del mes d'febrero del año mil y D. XXj (1521).

Otorgo su cesarea magestad al presete libro gracia y Priuilegio que ninguno lo pueda imprimir en todos los reynos de Castilla ni aragon ni traer de otra imprimido por tiempo de diez años so las penas en él contenidas. Fol y vto. 4.º, como dice el Catálogo de la Biblioteca Grenv. Letra gótica con unas figuritas al principio de cada escena de los interlocutores de ella. Tiene foliación que se renueva al principio de la Seraphina, y las signs. A-Iiiij. Viene luego Aj haste Cij. Cada cuaderno es de seis hojas.»

Hasta aquí el bibliógrafo valenciano. Ignoro si este ejemplar, único de que tengo noticia, es el mismo que poseyó Moratín, y al cual se refiere varias veces en sus cartas familiares. En 9 de junio de 1817 escribía desde Barcelona a don José Antonio Conde: «Ha parecido en Lutecia un librote que me enviarán sin falta, y cuando venga no trueco mi opulencia por la de Midas el de las aures asininas. Es nada menos que las tres citadas, y vueltas a citar y nunca vistas, comedias La Thebayda, la Tolomea y la Seraphina, impresos en Valencia en el año de 1521, esto es, cuando Lope de Rueda jugaba a la rayuela y al salta tú con otros chicos como él en el arenal de Sevilla. Con esta nueva adquisición tengo ya material para unos ocho tomos de piezas dramáticas del primer siglo del teatro español, comenzando en Juan de la Enzina y acabando por Juan de la Cueva» (Obras Póstumas de don Leandro Fernández de Moratín, tomo II, 1867, pp. 284-285)

Moratín, por distracción sin duda, puso en vez de la Hipólita la Tolomea, que es una de las tres comedias de Alonso de la Vega, impresas en 1566. Las otras dos son la Serafina y la Duquesa de la Rosa.

En carta al mismo Conde (9 de agosto de 1817) añade: «Hoy mismo tendré en mis manos pecadoras el libro que contiene aquellas comedias antiguas de que hablé a usted, y él me consolará por algunos dias de los desabrimientos que continuamente me molestan» (pág. 288).

La compra se hizo por medio del abate don Juan Antonio Melón, a quien escribía Moratín desde Montpellier, en 10 de septiembre de 1817: «Me han acompañado en mi viaje aquellas tres rancias comedias que me adquiriste, de las cuales aún no he podido leer más que la mitad de la primera. Es una novela en diálogo, imitación de la Celestina y muy inferior a aquel excelente original» (pág. 960).

Antes que Moratín diese breve cuenta de estas piezas en sus Orígenes del teatro español, sólo se encontraba la escueta noticia de sus títulos y del año y lugar de impresión en Nicolás Antonio (Biblioteca Hispana Nova, tomo II, pág. 338), que duda por cierto si el autor es uno solo: «sive unum sive plures». Velázquez, en sus Orígenes de la poesía castellana (traducción alemana de Dieze, p. 310), copió la indicación bibliográfica de Nicolás Antonio, que repitieron luego García de Villanueva (Origen, épocas y progresos del teatro español, p. 251), Pellicer (Tratado Histórico de la Comedia y del Histrionismo, I, pág. 16) y otros autores, ninguno de los cuales da el menor indicio de haber vista tales comedias.

Es muy dudosa la existencia de las dos ediciones que algunos bibliógrafos suponen hechas en Valencia por el mismo Jorge Costilla en 1524 y 1532. Nadie las ha descrito, y puede haber error en los guarismos.

La única reimpresión positiva y auténtica es la de Sevilla, 1546, de la cual se conocen tres ejemplares más o menos completos. Ninguno de ellos contiene la Hipólita, sino solas la Thebaida y la Seraphina. Nuestra Biblioteca Nacional posee el magnífico ejemplar que fué de Salvá y le sirvió para el cínico análisis inserto en el tomo 1 de su Catálogo. Brunet describe el de la Biblioteca Nacional de Paris, que está falto de las últimas hojas, y Wolf (Studien, pág. 290) cita el de la Biblioteca Imperial de Viena.

Esta edición de Sevilla no es en folio, sino en 4.º Lleva en la portada y al principio de las escenas figuritas que supongo que serán las mismas de la edición príncipe. Carece de foliatura y tiene las signaturas a-r, todas de ocho hojas. Al fin, dice:

Fue impressa la presente obra, llamada Thebayda, en Seuilla en casa de Andrés de Burgos. Acabose a diez de mayo. Año de mil y quinientos y quarenta y seys años.

La extremada rareza de estas comedias hizo que algunos eruditos sacasen copias de ellas para su estudio. En el departamento de Manuscritos de la Biblioteca Nacional existen la Thebayda y la Seraphina copiadas del ejemplar de Viena por Böhl de Faber, y la Hipólita, transcrita de la edición de 1521 por don Agustín Durán.

[p. 32]. [1] . Obras de Moratín, ed. de la Academia de la Historia, 1, pág. 152.

[p. 33]. [1] . En la introducción que Du Méril puso a su edición de la comedia Alda (Poésies inédites du Moyen Age, 3.a sección, París, 1854, pág. 423) dice que este asunto se encuentra con algunas diferencias en el Mischle Sandabar, colección de cuentos hebreos, traducida por Carmoly, y con identidad completa en un poema francés inédito del siglo XIII, Floris y Lyriope, y en el fabliau de Trubert, colección de Méon, tomo I, pág. 192.

[p. 33]. [2] . En dos de las Settanta Novel1e Porretane del boloñés Sabadino (folios XII y Liiii de la edición de 1510) intervienen hombres disfrazados de mujeres. Ambas novelas son muy licenciosas, pero nada tienen que ver con el argumento de la Seraphina. Más se parece el de la novela XII de Masuccio Salernitano (Il Novellino, ed. Setembrini, Nápoles, 1874, pp. 150 a 162).

[p. 35]. [1] . Trátase de Serafino Aquilano, célebre músico y poeta napolitano (1466-1500), muy dado a sutilezas y conceptos, por lo cual se le considera como uno de los precursores del seicentismo. En España debía de alcanzar mucho crédito a principios del siglo XVI, pues ya hemos visto que también Urrea le cita con elogio.

[p. 36]. [1] . Pág. 379-380. Cito por la reimpresión que los señores Marqués de la Fuensanta del Valle y don José Sancho Rayón hicieron en el tomo V de su Colección de libros españoles raros o curiosos (Madrid, 1873) que comienza con la Comedia Selvagia. De la Seraphina se tiraron también algunos ejemplares aparte.

[p. 36]. [2] . «Estilo, frases, traza, todo es idéntico», dice Gallardo (Ensayo, 1, col. 1.184). Algo habría que objetar a esto, pero en realidad prevalecen las semejanzas.

[p. 37]. [1] . Menedemo.- En verdad te digo, si hubieses visto las cosas que en prosa y en metro tiene compuestas, te pondría espanto» (pág. 41).

«Franquila.-¿A quién en el mundo visteis vosotros hablar ni trobar por tan alto y limado estilo? ¿E adónde se hallará su abundancia de vocablos, e la facundia que tiene en la lengua?» (pág. 104).

«Franquila.-¿Y en el arte de la oratoria, parécete que se queda atrás?

«Menedemo. -Muy mejor escribe en prosa que en metro» (pág. 108).

«Galterio. -Oh canción digna de estar escrita con letras de oro! y cierto aquel Florentino Petrarca, en su galana toscana lengua, no declaró su pasion con sentencia ni metros tan altos, ni pudo por tal estilo, aunque mucho se trabajaba, representar en público lo que en el alma sentía, en el tiempo que él, como muchas veces afirma, más fuego tuvo encerrado en el pecho; ¡oh quién la tornase a oír otra vez! ¿Qué me dices, Menedemo, que te veo helado?

«Menedemo.- Por la Sagrada Escritura te juro que daría mi caballo con el jaez por tener la canción escrita, porque pienso que cosa semejante a ésta nadie hasta hoy la compuso» (pág. 137).

«Menedemo.- ¡O santo Dios! qué maravillosa manera de metrificar, e qué medida en los pies, y qué sentencia tan comprehensible en su propósito» (pag. 258).

Como no es de suponer que el autor de los versos sea uno y el de la prosa otro, habrá que convenir en que ningún poeta ha llegado a la frescura de este anónimo en lo de elogiarse a sí mismo. Todas sus composiciones son a estilo de los cancioneros del siglo XV. Las más curiosas son dos glosas de romances, Rosa Fresca y Por el mes era de Mayo.

 

[p. 41]. [1] . «Galterio.-Mi principal intencion es, como ya sabes, ser amigo de todos los ministros de la justicia, porque éstos contentos, puede hombre desollar caras en medio de la ciudad como cada día ves que se hace; y esto con poco trabajo se alcanza, porque con dar... algunos avisos de hombres facinerosos, y de algunos que juegan juegos devedados, y de algunas mancebas de casados, o frailes o clérigos pobres, que de los demás otro norte se sigue, como luego y tambien acostumbro acompañar algunas noches al corregidor o teniente, y con llevalle alguna vez un presentillo liviano de cualquier par de perdices, y con otros servicios de pelillo semejantes a éstos puedes a banderas desplegadas matar moros...»

«Esto dejado, tambien procuro de tener contentos los caballeros de la ciudad, en algunas cosas como en acompañallos de que hombre los encuentra en la calle, que es cosa de que ellos mucho se honran; y tambien loar sus cosas a persona que se lo hayan de decir el mismo día, como a criados y familiares de su casa... Otra forma no pensada tengo tambien para con los señores de la Iglesia, etc.» (pp. 180-183).

[p. 42]. [1] . Don Pedro IV de Aragón mandó extinguir este oficio, por carta real dada en Valencia a 6 de marzo de 1337 (vid. Aureum Opus regalium privilegiorum, p. CIII. De revocatione officiis regis Arloti, VIII, citado por Carboneres en sus curiosos apuntes históricos sobre La mancebía en Valencia, Valencia, 1876).

[p. 42]. [2] . Obras del Marqués de Santillana, ed. de Amador de los Ríos, pág. 513.

[p. 42]. [3] . Vid. sobre estos valencianismos de la Seraphina (que son mucho más raros en la Thebayda) una indicación de don Cayetano Vidal de Valenciano en Lo Gay Saber, segunda época, año IV, 15 de mayo de 1881.

[p. 45]. [1] . La Thebayda fué reimpresa por el marqués de la Fuensanta del Valle en el tomo XXII de la Colección de libros españoles raros o curiosos (Madrid, año 1894). Esta edición es incorrectísima; se hizo por una mala copia del ejemplar de la Biblioteca Nacional, y se ve que no fué cotejada ni corregida por nadie. Hay erratas monstruosas, que hacen a veces impenetrable el sentido. A ella nos referimos, sin embargo, por ser la única accesible a la mayor parte de los lectores.

[p. 45]. [2] . Es un tomo en 4.º, sin lugar ni año, 54 folios, signaturas Aij-Niij, con grabados en madera.

Hay tres reimpresiones modernas de la Lozana, una en el tomo primero de la Colección de libros españoles raros o curiosos, de Sancho Rayón y Fuensanta del Valle (Madrid, 1871); otra de Paris, 1888, en que acompaña al texto castellano una traducción francesa de Alcides Bonneau, y la última de Madrid, en la Colección de libros picarescos del difunto editor Rodríguez Serra (1899). Todas estas ediciones, que en rigor se reducen a una sola, proceden de una copia que Gayangos hizo sacar del libro de Viena y que nadie se ha tomado el trabajo de cotejar.

[p. 46]. [1] . En su artículo sobre la Celestina reimpreso en sus Studien (pág. 290).

[p. 46]. [2] . El autor indudablemente la retocó antes de imprimirla, añadiendo algunas cosas de fecha posterior, porque no hemos de atribuirle don de profecía.

« Rampin.- Los cardenales son aquí como los mamelucos.

Lozana.- Aquellos se hacen adorar.

Ramp.- Y éstos también.

Loz.- Gran soberbia llevan.

Ramp.- El año de veinte y siete me lo dirán.

Loz.- Por ellos padeceremos todos» (pág. 45 de la ed. de Libros raros).

«Lozana.- ¿Qué predica aquél? Vamos allá.

Ramp.- Predica cómo se tiene de perder Roma, destruirse el año del XXVII, mas dícelo burlando» (pág. 73).

«Anctar.- Pues año de veinte e siete dexa a Roma y vete.

Comp.- ¿Por qué?

Anct.- Porque será confusion y castigo de lo pasado.

Comp.- A huir quien más pudiere.

Anct.- Pensá que llorarán los barbudos, y mendicarán los ricos, y padescerán los susurrones y quemarán los públicos y aprobados o canonizados ladrones.

Comp.- ¿Cuáles son?

Anct.- Los registros del Jure Cevil» (pp.131-132)

[p. 49]. [1] . Véase una muestra:

«Lozana.- Mira, no te ahogues, que este Tíber es carnicero como Tormes, y paréceme que tiene este más razón que no el otro.

Sagueso.- ¿Por qué éste más que los otros?

Loz.- Has de saber que esta agua que viene por aquí era partida en munchas partes, y el emperador Temperio quiso juntarla y que viniese toda junta, y por más excelencia quiso hacer que jamás no se perdiese ni faltase tan excelente agua a tan magnífica cibdad, y hizo hacer un canal de piedras y plomo debaxo a modo de artesa, y hizo que de milla a milla pusiesen una piedra y escrito de letras de oro su nombre, Temperio, y andaban dos mil hombres en la labor cada día; y como los arquimaestros fueron a la fin que llegaban a Ostia Tiberiana, antes que acabasen vinieron que querían ser pagados. El Emperador mandó que trabajasen sin entrar en la mar; ellos no querían, porque si acababan, dubitaban lo que les vino, y demandaron que les diese su hijo primogénito, llamado Tiberio, de edad de diez y ocho años, porque de otra manera no les parecía estar seguros; el Emperador se lo dió, y por otra parte mandó saltar las aguas, y ansí el agua con su ímpetu los ahogó a maestros y laborantes y al hijo, y por eso dicen que es y tiene razon de ser carnicero Tíber a Tiberio» (pp. 262-263)

Ignoro el origen de esta leyenda, que no encuentro en el precioso libro de Graf, Roma nella memoria e nelle inmaginazioni del Medio Evo.

Otros rasgos de esta arqueología infantil hay en la Lozana: « Os puedo mostrar al Rodriguillo español de bronce; hecha fué estatua en Campidolio, que se saca una espina del pie y está desnudo» (pág. 48).

Lozana.- ¿Por dó hemos de ir?

Rampin.- Por aquí, por plaza Redonda, y veréis el templo de Panteón, y la sepultura de Lucrecia Romana, y el aguja de piedra que tiene la ceniza de Rómulo y Rémulo, y la coluna labrada, cosa maravillosa» (pág. 69).

[p. 49]. [2] . «Auctor.- Y a vos no conocí yo en tiempo de Julio segundo en plaza Nagona, quando sirviedes al señor canónigo? (pág. 84).

La acción de la Lozana pasa en 1513, puesto que se menciona la coronación de León X.

Loz.- Yo venía cansada, que me dixeron que el Santo Padre iba a encoronarse. Yo, por verlo, no me curé de comer. La Sevillana.- ¿Y vístelo por mi vida?

Loz.- Tan lindo es, y bien se llama León décimo, que así tiene la cara» (página 23).

De las cosas del tiempo de Alejandro VI se habla en la Lozana como de oídas: «Ya es muerto el duque Valentín, que mantenía los haraganes y vagamundos» (pág. 254).

[p. 50]. [1] . « Loz.- Dime Divicia, ¿dónde comenzó o fué el principio del mal francés?

Divicia.- En Rapolo, una villa de Génova, y es puerto de mar; porque allí mataron los pobres de San Lázaro, y dieron a saco los soldados del rey Carlo Cristianísimo de Francia aquella tierra y las casas de San Lázaro... y luego incontinenti se sentían los dolores acerbísimos y lunáticos, que yo me hallé allí y lo ví, que por eso dicen el Señor te guarde su ira, que es esta plaga que el sexto ángel derramó sobre casi la metad de la tierra.

Loz.- ¿Y las plagas?

Div.-En Nápoles comenzaron, porque tambien me hallé allí cuando dicían que habían enfecionado los vinos y las aguas; los que las bebían luego se aplagaban, porque habían echado la sangre de los perros y de los leprosos en las cisternas y en las cubas, y fueron tan comunes y tan invisibles, que nadie pudo pensar de dónde procedían. Munchos murieron, y como allí se declaró y se pegó, la gente que después vino de España llamábanlo mal de Nápoles, y éste fué su principio, y este año de veinte y cuatro son treinta e seis años que comenzó. Ya comienza a aplacarse con el legno de las Indias Occidentales, cuando sean sesenta años que comenzó, al hora cesará» (pp. 273 y 274).

[p. 51]. [1] . «Y si por ventura os veniere por las manos un otro tratado De consolatione infírmorum, podeis ver en él mis pasiones, para consolar a los que la fortuna hizo apasionados como a mí; y en el tratado que hice del leño del India, sabreis el remedio mediante el cual me fué contribuída la sanidad, y conocereis el Auctor no haber perdido todo el tiempo, porque como vi coger los ramos del árbor de la vanidad a tantos, yo, que soy de chica estatura, no alcancé más alto, asenteme el pie haste pasar, como pasé, mi enfermedad» (pág. 334).

[p. 51]. [2] . Historia bibliográfica de la Medicina Española, obra póstuma de don Antonio Hernández Morejón, tomo II, Madrid, 1843, pág. 219.

Anales Históricos de la Medicina en general, y biográfico-bibliográficos de la española en particular, por don Anastasio Chinchilla. Historia de la Medicina Española, tomo I, Valencia, 1841, pág. 186.

Las donosísimas coplas de Cristóbal de Castillejo «en alabanza del palo de las Indias, estando en la cura del», cuya fecha es lástima no conocer, prueban el entusiasmo y avidez con que fué recibido el nuevo remedio.

[p. 52]. [1] . Il modo de adoperare el legno de India occidentale, salutifero remedio a ogni piaga et mal incurable, et si guarisca il mal Franceso: operina de misser prete Francisco Delicado. ( Al fin): Impressum Venetiis sumptibus vener. presbiteri Francisci Delicati Hispani de Oppido Martos, die 10 Februarii 1529. 4.º, ocho folios de letra gótica.

[p. 53]. [1] . Vid. el tomo II de mi Historia de los Heterodoxos Españoles, pág. 113.

 

[p. 54]. [1] . Está descrita con el número 4.568 en las adiciones al Ensayo de Gallardo (t. IV, cols. 1563-64). Las palabras con que termina este volumen son exactamente las mismas que Delicado solía usar, aunque no se expresa su nombre. «Estampado en la ynclita ciudad de Venecia; hizo lo estampar miser Juan Batista Pedrezano, mercader de libros: por importunacion de muy munchos señores a quien la obra y estilo y lengua Romance Castellana muy muncho plaze. Correcto de las letras que trastrocadas estavan: se acabo año del Señor 1531. A dias 20 Novembris. Reinando el inclito y serenissimo príncipe miser Andrea Griti, Duque clarissimo. Cum gracia y privilegio del inclito e prudentissimo Senado; a la libreria o botecha que tiene por enseña la Torre junta al puente de Rialto.»

[p. 55]. [1] . En el prólogo habla del «arte de aquella mujer que fué en Salamanca en tiempo de Celestino segundo». Claro que es broma lo de la época de Celestino II, cuyo breve pontificado pertenece al siglo XII (1143-1144), pero la indicación de Salamanca es uno de los más antiguos testimonios que pueden encontrarse en favor de la tradición que pone allí el teatro de la tragicomedia de Rojas. Ya que me olvidé de citarlo en su lugar propio, subsano aquí la falta.

Pág. 187: «Monseñor, esta es Cárcel de Amor, aquí idolatró Calisto, aquí no se estima Melibea, aquí poco vale Celestina.»

Pág. 255: «Dicen que no es nacida ni nacerá quien se la pueda comparar a la Celidonia, porque Celestina la sacó de pila.»

La Lozana se hacía leer por los amigos, entre otras composiciones literarias, la Celestina: «Quiero que me leais, vos que teneis gracia, las coplas de Fajardo y la comedia Tinalaria y a Celestina. que huelgo de oir leer estas cosas muncho.

Silvano.- ¿Tiénela vuestra merced en casa?

«Loz.- Señor, vedla aquí, mas no me la leen a mi modo, como hareis vos» (pág. 239)

La Comedia Tinelaria es de Bartolomé de Torres Naharro. Las coplas de Fajardo no deben de ser otra cosa que la bestial C... comedia del Cancionero de Burlas, dedicada, como en ella se dice, al «noble caballero Diego Faxardo, que en nuestros tiempos en gran luxuria floreció en la ciudad de Guadalaxara».

[p. 56]. [1] . «Lozana.- Andate, ahí, p... de Tesalia, con tus palabras y hechizos, que más sé yo que no tú ni cuantas nacieren, porque he visto moras, judías, zíngaras, griegas y cecilianas, que éstas son las que más se perdieron en estas cosas, y vi yo hacer munchas cosas de palabras y hechizos, y nunca vi cosa ninguna salir verdad, y todas mentiras fingidas, y yo he querido saber y ver y probar como Apuleyo, y en fin hallé que todo era vanidad, y cogí poco fruto, y ansí hacen todas las que se pierden en semejantes fantasías» (pág. 267).

«Loz.- Como dixo Apuleyo, bestias letrados» (pag. 303).

«Porfirio.- ¡Oh Dios mío y mi Señor! como Balán hizo hablar a su asna ¿no haría Porfirio leer a su Robusto, que solamente la paciencia que tuve cuando le corté las orejas me hace tenelle amor? pues vestida la veste talar, y asentado y bello, como tiene las patas como el asno de oro de Apuleyo, es para que le diesen beneficios, cuanto más graduallo bacalario» (pág. 324).

El mismo Porfirio dice de su asno que «no sabe leer, no porque le falte ingenio, mas porque no lo puede expremir por los mismos impedimentos que Lucio Apuleyo, cuando, siendo asno, retuvo siempre el intelecto de hombre racional» (pág. 324).

[p. 56]. [2] . Esta semejanza fué advertida primeramente por los señores Fuensanta del Valle y Sancho Rayón en la advertencia preliminar de su edición de la Lozana, pág. 7.

[p. 57]. [1] . Th. Braga, en un artículo muy interesante de la Bibliographia Critica, de F. Adolpho Coelho, tomo I (y único). Porto, 1875, pág. 99.

Es cierto que en la Lozana se cita más de una vez a Zopin, pero no como personaje literario, sino como tipo popular, como uno de los rufianes más conocidos en Roma (pág. 203). La Lozana se indigna de que la comparen con él.

[p. 57]. [2] . Giornale Storico della letteratura italiana. Turin, 1880, tomo XIII, página 317. Ya el traductor francés Alcides Bonneau había notado la prioridad cronológica de la obra de Delicado sobre los Ragionamenti del Aretino.

[p. 57]. [3] . «E discutibile e discutibilissimo che l'Aretino abbia foggiati i Ragionamenti e la Puttana errante sul tipo della sfrontata ed accorta Lozana Anduluza di Francesco Delgado, come pare inclini ad ammetere il Graf. Nella vita licenciosa delle cortigiane e femmine di postribolo l'Aretino, esperto di tutto, ne sapeva un punto di piú del Delgado .. nè a me consta che la Lozana, benchè composta a Roma, godesse grande diffusione a' tempi dell'Aretino.»

(A. Farinelli. En la Rassegna Bibliografica della letteratura Italiana, tomo VII, pág. 281. Pisa, 1900).

[p. 58]. [1] . Vid. el precioso estudio de A. Graf, Una cortigiana fra mille: Veronica Franco, en su libro Attraverso il Cinquecento (Turín, 1888, pp. 217-355).

[p. 58]. [2] . Apud Eccard, Corpus historicorum medii aevi, tomo II, pág. 1.997. Apud Graf, pág. 284.

[p. 58]. [3] . Diarii, tomo VIII, col. 414. Apud Graf, pág. 286.

[p. 58]. [4] . «Hay de todas naciones; hay españolas castellanas, vizcaínas, montañesas, galicianas, asturianas, toledanas, andaluzas, granadinas, portuguesas, navarras, catalanas y valencianas, aragonesas, mallorquinas, sardas, corsas, sicilianas, napolitanas, brucesas, pullesas, calabresas, romanescas, aquilanas, senesas, florentinas, pisanas, luquesas, boloñesas, venecianas, milanesas, lombardas, ferraresas, modonesas, brecianas, mantuanas, reveñanas, pesauranas, urbinesas, paduanas, veronesas, vicentinas, perusinas, novaresas, cremonesas, alexandrinas, varcelesas, bergamascas, trevijanas, piedemontesas, saboyanas, provenzanas, bretonas, gasconas, francesas, borgoñonas, inglesas, flamencas, tudescas, esclavonas y albanesas, candiotas, bohemias, húngaras, polacas, tramontanas y griegas.

Lozana.- Ginovesas os olvidais.

Bolijero.- Esas, señora, sonlo en su tierra, que aquí son esclavas o vestidas a la ginovesa por cualque respeto» (pp. 107-108).

[p. 58]. [5] . La Imperia Romana, manceba del célebre banquero Agustín Chigi, murió en 1511, según lo publicaba su insolente epitafio en la capilla de Santa Gregoria. «Imperia Cortisana Romana quae digna tanto nomine, rarae inter mortales formae specimen dedit. Vixit a. XXVII, d. XII. Obiit MDXI, die XV Augusti.»

La Imperia Aviñonesa que aparece en el Retrato de la Lozana (mamotretos 60-62) debe de ser una cortesana posterior, que tomó el nombre de la primera, según acostumbraban las de su oficio: «Y como vienen, luego se mudan los nombres con cognombres altivos y de gran sonido, como son: la Esquivela, la Cesarina, la Imperia, la Delfina, la Flaminia, la Borbona, la Lutreca, la Franquilana, la Pantasilea, la Mayorana, la Tabordana, la Pandolfa, la Dorotea, la Oropesa, la Semi-dama, y doña tal, y doña Adriana, y así discurren, monstrando por sus apellidos el precio de su labor» (página 109).

[p. 59]. [1] . Vid. especialmente la novela 51 de la 2.a parte: Isabella da Luna, spagnuola, fa una solenne burla a chi pensava di burlar lei.

«Fra l'altre che a Roma sono, ce n'e una; detta Isabela da Luna, Spagnuola, la quale ha cercato mezzo il mondo. Ella andó alla Goletta e a Tunisi; per dar soccorso ai bisognosi soldati, e non gli lasciar morir di fame. Ha anco un templo seguitata la Corte dell' Imperadore per la Lamagna e la Fiandra e in diversi altri luoghi... Se n'è ultimamente ritornata a Roma, dov'e tenuta, da chi la conosce, per la più avveduta e scaltrita femmina che stata ci sia già mai. Ella è di grandissimo intertenimento in una compagnia, siano gli uomini di che grado si vogliano, perciocchè con tutti si sa accomodare e dar la sua a ciascuno. E' piacevolissima, affabile, arguta, e in dare à tempi suoi le riposte a ció che si ragiona prontissima. Parla molto bene Italiano; e se è punta, non crediate che si sgomonti, e che le manchino parole a punger chi la tocca; percchè è mordace di lingua, e non guarda in viso a nessuno, ma dà con la sue pungenti parole mazzate da orbo. E' poi tanto sfacciata e presuntuosa, che fa professione di far arrossire tutti quelli che vuole, senza che ella si cangi di colore». (Novelle di Matteo Bandello, Milán, 1814, tomo VI, pp. 518-519).

Todas las señas de este retrato convendrían perfectamente a la Lozana, si la cronología lo permitiese. Pero no siempre fueron afortunadas las andanzas de Isabel de Luna en Italia. Véase la novela 17 de la parte IV del mismo Bandello, Castigo dato a Isabella Luna meretrice, per la innobedienza ai comandamenti del Governatore di Roma (tomo IX, pp. 283-290).

[p. 62]. [1] . Vid. el estudio crítico sobre aquel poeta, que publiqué al principio del segundo tomo de la Propaladia (Madrid, 1900, en la colección de los Libros de antaño). [Est. de Crit. Lit. Ed. Nac. Vol. II pág. 269]

Torres Naharro tiene algunas afinidades con Delicado, especialmente en una composición bastante licenciosa que no se atrevió a incluir en la Propaladia: Concilio de los Galanes y cortesanas de Roma invocado por Cupido (pliego suelto de la Biblioteca de Oporto). De su contexto parece inferirse que fué compuesto en 1515.

En el prohemio de la Propaladia dice Torres Naharro: «Ansí mesmo hallarán en parte de la obra algunos vocablos italianos, especialmente en las comedias, de los cuales convino usar, habiendo respecto al lugar y a las personas a quien se recitaron. Algunos dellos he quitado, otros he dejado andar, que no son para menoscabar nuestra lengua castellana, antes la hacen más copiosa» (pp. 10-11 de la edición moderna).

[p. 64]. [1] . «Demandó Gonela al Duque que los médicos de su tierra le diesen dos carlines al año. El Duque, como vido que no avia en toda la tierra arriba de diez, fué contento. El Gonela ¿qué hizo? atóse un paño al pie y otro al brazo, y fuese por la tierra. Cada uno le decía ¿qué tienes? y él le respondía: tengo hinchado esto, e luego le decían: va, toma la tal hierba y tal cosa y póntela y sanarás; despues escrevía el nombre de cuantos le decían el remedio, y fuese al Duque, y mostróle cuantos médicos habia hallado en su tierra, y el Duque decía: ¿Has tú dicho la tal medicina a Gonela? El otro respondía: señor, sí; pues pagá dos carlines, porque sois médico nuevo en Ferrara» (pág. 272).

Esta anécdota, u otra muy análoga, se repite en varias colecciones de facecias italianas y españolas. Es el primero de los Doce cuentos de Juan Aragonés, que acompañan al AIivio de caminantes, de Juan de Timoneda, en algunas ediciones.

[p. 64]. [2] . Vid. el tomo II de estos Orígenes de la novela, pág. CX. [Vol. III, pág. 172. Ed. Nac.]

[p. 64]. [3] . «Lozana.- Micer Porfirio, estad de buena gana, que yo os lo vezaré a leer, y os daré orden que despachés presto para que os volvais a vuestra tierra; id mañana, y haced un libro grande de pergamino, y traédmelo, y lo vezaré a leer, e yo hablaré a uno que si le untais las manos será notario, y os dará la carta del grado, y hacé vos con vuestros amigos que os busquen un caballerizo que sea pobre y joven... y desta manera venceremos el pleito, y no dubdeis que de este modo se hacen sus pares bacalarios. Mirá, no le deis a comer al Robusto dos dias, y cuando quisiere comer, metelde la cebada entre las hojas, y ansí lo enseñaremos a buscar los granos y a boltar las hojas, que bastará y diremos que está turbado, y ansí el notario dará fe de lo que viere, y de lo que cantando oyere. Y así omnia per pecuniam facta sunt, porque creo que basta harto que lleveis la fe, que no os demandarán si lee en letras escritas con tinta o con olio o iluminadas con oro....» (páginas 324-325).

[p. 66]. [1] . Comedia de Sepúlveda (edición de don Emilio Cotarelo), Madrid, año 1901, pág. 15.

[p. 66]. [2] . La Prima Parte de Ragionamenti di M. Pietro Aretino, cognominato il Flagello de Prencipi, il veritiero, e'l divino, divisa in tre giornate, año de MDLXXXIIII (1584).

PP. 141-219: «Comincia la terza et ultima giornata de capricciosi ragionamenti de l'Aretino, ne la quale la Nanna racconta a l'Antonia la vita de le Puttane».

[p. 66]. [3] . Coloquio de las Damas, agora nueuamete corregido y emendado M. D. XL. VIII.

8.º, letra itálica, 94 hs. foliadas, inclusas las preliminares, y una sin foliar y otra blanca. El bello ejemplar que tengo a la vista perteneció a la biblioteca de Ternaux Compans.

Edición seguramente clandestina, que algunos suponen hecha en Salamanca, por Juan de Junta. Pero el género de las erratas, y hasta el tipo de letra, muy parecido al de los Diálogos de Luciano, estampados en Lyon, año 1550, por la imprenta del Grypho, hacen sospechar que salió de esta u otra oficina extranjera.

La edición de 1549, descrita por Brunet, tiene la portada de rojo y negro: Coloquio de las damas. Nueuamente impreso año de 1547. Es de letra gótica, y lleva el siguiente colofón: Fue impreso el presente tratado intitulado: Coloquio de las damas, en la noble villa de Medina del Campo, por Pedro de Castro, impresor. Acabose a qro dias del mes de enero. Año d' mil y quinientos y quarenta y nueue años.

La omite don Cristóbal Pérez Pastor en su excelente monografía sobre La Imprenta en Medina del Campo, acaso por considerar apócrifa la suscripción final, aunque no lo parece.

-Coloquio de las Damas, Agora nueuamente corregido y emendado, 1607. 8.º, 141 pp. de letra redonda.

Una nueva y bien excusada reimpresión hizo en Madrid, 1900, el difunto editor Rodríguez Serra en el segundo tomo de la que llamó Colección de libros picarescos.

 

[p. 67]. [1] . «Si por ventura alguno, más furioso de lo que conviene, murmurando acusase al tradutor deste Coloquio, diziendo no averlo romançado al pie de la letra de como está en Toscano, quitando en algunos cabos partes, y en otros renglones, e assi mesmo mudando nombres y alguna sentencia y en algun otro lugar diziendo lo mesmo que el autor, aunque por otros modos: A esto respondo, que en diversos lugares deste Coloquio fallé muchos vocablos, que con la libertad que hay en el hablar y en el escrivir donde él se imprimio se sufren, que en nuestra España no se permitirian en ninguna impresion, par la desonestidad dellos. De cuya causa en su lugar acordé de poner otros más honestos, procurando en todo no desviarme de la sentencia, aunque por diferentes vocablos, excepto en algunas partes donde totalmente convino huyr della: por ser de poco fructo, y de mucho escándalo y murmuracion.» (Fol. XI de la primera edición).

[p. 67]. [2] . Consta ya la prohibición en el Índice de Valdés, 1559. (Vid la reimpresión de Reusch, Die Indices librorum prohibitorum des Sechzenhten Jahrhunderts... Tubinga, 1886, tomo 176 de la Sociedad Literaria de Stuttgart, pág. 233).

[p. 67]. [3] . Pornodidascalus, sev Colloquium Muliebre Petri Aretini ingeniosissimi et ferè incomparabilis virtutum et vitiorum demonstratoris: De astu nefario horrendisque dolis, quibus impudicae mulieres juventuti incautae insidiantur. Dialogus. Ex italico in hispanicum sermonem versus à Ferdinando Xuaresio Seviliensi. De Hispanico in latinum traducebat, ut juventus Germana pestes illas diabolicas apud exteros, utinam non et intra limites, obvias cavere possit cautius, Gaspar Barthius... Francofurti. Typis Wechelianis, sumptibus Danielis ac Davidis Aubriorum, et Clementis Schleichii. Anno M. DC. XXIII.

8.º, 124 pp. y tres de erratas sin foliar. Fue reimpreso una o dos veces.

[p. 68]. [1] . Hay quien cita una edición de 1530, pero hasta ahora no se conoce ejemplar alguno ni es verosímil su existencia.

-Segunda comedia de Celestina: en lo (sic) que se trata de los amores de vn cauallero llamado Felides, y de vna donzella de clara sangre llamada Polandria. Donde pueden salir para los que lieren muchos y grandes auisos que della se pueden tomar. Dirigida y endreçada al muy excelente e ilustrissimo señor don Francisco de Çuniga Guzman, y de Soto mayor: Duque de Bejar: Marques d'Ayamonte, y de Gibraleon. Conde de Belalcaçar, y de Bañares. Señor de la puebla de Alcocer con todo su vizcondado y d'las villas de Lepe: Burguillos y Capilla, y justicia mayor d'Castilla. La qual comedia fue corregida y emendada: por el muy noble cauallero Pedro d'Mercado: vezino y morador en la noble (sic) uilla de Medina del Campo. M. D. xxxiiij.

(Al fin): «Acabose la presente obra en la muy noble villa de Medina del Campo. En casa de Pedro touans (Tovans), en el coral (sic por corral) de boeys. Año de M. D. xxxiii (1534) a XXX de Octobre.»

4.º, let. gót. Sin foliatura, signaturas a-q. Cada una de ocho hojas. La orla de la portada es la misma que llevan Las Coplas de las comadres, de Rodrigo de Reinosa.

Esta primera edición era enteramente desconocida hasta que la describió Salvá (n.º 1.414 de su Catálogo).

Pedro de Mercado declara al principio el nombre del autor en la penúltima de las coplas de arte mayor que escribe en loor de la obra:

       Aqueste excelente tan buen Caballero
       A quien de su casta s'esmalta el saber,
       La sciencia es esmalte de tal rosicler,
       La caste el fino oro ques el verdadero:
       De casa y linaje de Silva heredero,
       Felice en sus obras, pues es Feliciano,
       Al cual yo suplico que mi torpe rnano
       Perdone guiada por seso grosero.

-Segunda comedia de Celestina. ( Al fin): «Salamanca, por Pedro de Castro... Año de M. D. XXXVI a doze dias del mes de junio». 4.º, let. gótica, signaturas a-o, con grabados en madera. Citada por Brunet. No la he visto.

-Segunda comedia de la famosa Celestina, en la qual se trata de la Resurrection de la dicha Celestina, y de los amores de Felides y Polandria, corregida y emendada por Domingo de Gaztelu, Secretario del Illustrissime (sic) Señor don Lope de Soria, embaxador Cesareo acerca la Illustrissima Señoria de Venecia. Año 1536 en el mes de junio.

(Al fin): «El libro presente, agradable a todas las extrañas naciones, fue en esta inclita ciudad de Venecia reimpreso por maestro Estephano de Savio, impresor de libros griegos, latinos y españoles, muy corregidos con otras diversas obras y libros. Lo acabó este año del Señor del 1536, a días diez de Zunio (sic).» Hace juego con las dos ediciones de la primera Celestina corregidas por Delicado. Let. gót. Viñetas en madera, sin foliatura y con las signaturas A-X, de ocho hojas coda una.

-Segunda comedia de Celestina... Agora nueuamente impresa y corregida... Vendese la presente obra en la ciudad de Anvers, a la enseña de la polla grassa, y en paris a la enseña cabe sant benito. Sin año (¿hacia 1550?). En 16º. 228 hs. sin foliar. Esta edición, de muy lindo aspecto, es la menos rara de las antiguas, pero la más incorrecta.

-Segunda Comedia de Celestina, por Feliciano de Silva, Madrid, imp. de Ginesta, 1874. Es el tomo noveno de la Colección de libros españoles raros o curiosos. Cuidó de esta edición, que está bastante limpia, don José Antonio de Balenchana, tomando por texto la de Venecia, pero sin hacer uso de la primitiva de Medina del Campo, que no llegó a ver hasta después de impreso el volumen.

[p. 71]. [1]Pueblo.- Oh madre Celestina, ¿qué maravilla tan grande ha sido esta de tu resurreccion?

Celest.- Hijos, los secretos de Dios no es lícito sabellos a todos, sino a quien él los quiere revelar, porque ya sabeis que lo que encubre a los sabios descubre a los pequeñuelos como yo. Sabed, hijos míos, que no vengo a descubrir los sucesos de allá, sino a enmendar la vida de acá, para con las obras dar el ejemplo, con aviso de lo que allí pasa; pues la misericordia de Dios fué de volverme al siglo a hacer penitencia. Y esto baste, hijos, para que todos os emendeis, como en la predicación de Jonás, porque no perescais; que las cosas de la otra vida no bastan lenguas a decillas, y por tanto todos vivamos bien, para que no acabemos mal...

Pueblo.- Madre Celestina, tú seas muy bien venida, y Dios quede contigo. Parécenos que la vieja viene escarmentada. Trato le deben haber dado por donde quiere mudar el natural, que no se dirá agora que mudó la piel la raposa, mas su natural no despoja; pues con mudar la piel, viene mudadas las obras. No de valde se dice que el loco por la pena es cuerdo. Aquí podremos con razon decir, que de los escarmentados se hacen los arteros. Por cierto, caso de predestinacion paresce, pues la quiso Dios sacar de los infiernos para tornalla a hacer penitencia de sus pecados» (páginas 89-91 de la ed. de Libros raros y curiosos).

 

[p. 72]. [1] . Ensayo, tomo IV, col. 614.

[p. 72]. [2] . Escenas Andaluzas por El Solitano. Madrid, Imp. de D. B. González, 1847, pp. 131-149. La Celestina. Este artículo se había publicado antes en Los Españoles pintados por sí mismos.

 

[p. 73]. [1] . Es curioso, sin embargo, notar ciertas coincidencias.

En la escena del jardín, con que la obra termina, hallamos este diálogo entre Polandria y su criada:

«Pol.- Hermosa noche hace, y gloria es estar debajo de las sombras de estos cipreses, a los frescos aires que vienen regocijando las aguas marinas por encima de los poderosos mares.

Poncia.-Señora, ¿cuál te paresce mejor, esta música que dizes destos airezicos en las hojas de los árboles o la de la voz y cantar de Felides?

Pol.- Ay, Poncia, la de Felides; tanto cuanto va y no menos de la mezcla de la razon que con las consonancias viene mezclada, al regocijo que estos aires naturalmente hacen, sin ornamento de más razon de aquella que ellos guardan en su naturaleza; porque esta música pone descanso al cuerpo y la otra al ánima, porque goza el entendimiento en las palabras que en los oídos suenan» (pp. 498-499).

Involuntariamente se recuerdan las palabras de Lorenzo a Jéssica sobre el prestigio de la música en el acto V, esc. I de El Mercader de Venecia:

       How sweet the moon light sleeps upon this bank!
       Here wil we sit, and let the sounds of music
       Creep in our ears: soft stillnes, and the night,
       Become the touches of sweet harmony.
       Sit, Jessica: look, how the floor of heaven
       Is thick inlaid with patines of bright gold:
       There's not the smallest orb wich thou behold'st,
       But in his motion like an angel sings,
       Still quiring to the young-ey'd cherubims:
       Such harmony is in immortal souls;
       But vhilst this muddy vesture of decay
       Dothgrossly close it in, we cannot hear it.

[p. 74]. [1] . Feliciano de Silva es, después de Rodrigo de Reinosa, el primer autor en quien encuentro esta palabra en el sentido de lengua rufianesca.

«Calla ya, mal aventurado, con tus girmanías» (pág. 41).

«Yo querría, par Dios, antes topar a Pandulfo para reir... y irnos mano a mano a un bodegon donde bebiésemos el alboroque y hablásemos algarabía como aquel que bien la sabe, germanía digo» (pág. 270).

«Así que, hermano Albazin, aun agora bisoño eres en este colegio, y poco experimentado en esta guerra; y pues no la sabes, aprende de tal doctor como yo los misterios de la santa germanía» (pág. 446). En el mismo lugar habla de las leyes de la santa gualteria, con probable alusión al Galterio o Gualterio de la Comedia Thebayda.

El rufián Centurio, que sólo en el nombre recuerda al de Rojas, nos da algún specimen de esta jerigonza: «Desto no me quejo, que no sé tan poco de las tramas destas tales, que no sepa yo enchilar las canillas y aun tiramar los liñuelos sin quebrar los hilos, y hacerme bobo, y pasar en el alarde el gayon por primo, y haciendo que creo del cielo cebolla y que no hay otro sino yo. Que viejas son para mí todas roncerías, que bien sé aguardar los tiempos de la iza y cuáles son, como sé los de la guadra y del rodancho» (pág. 445).

[p. 74]. [2] . Estos olivares están citados otra vez en la Segunda Celestina, cuando la vieja proyecta el casamiento de su sobrina Elicia: «Pandulfo.- Ha, ha, ha. ¿Agora la quiere casar, después de haber corrido a ceca y a meca y a los olivares de Santander?» (pág. 192).

También en la Tragicomedia de Lisandro y Roselia (pág. 55) se encuentra la misma frase: «Descreo de tal... que haya yo corrido la casa de ceca y meca, y los cañaverales y los olivares de Santander, y pasan ya de cien mujeres las que me han sustentado en mi estado y honra en públicos burdeles, y todas me han tenido acatamiento con obediencia, y que esta hechicera al cabo de mi vejez, después de traídos treinta años los atabales acuestas, burle de mí con menosprecio!»

Trátase casi seguramente de la mancebía de la villa, que, a pesar de su escaso vecindario en tiempo de Carlos V, es muy probable que la tuviera como puerto muy frecuentado por marineros gascones, ingleses, flamencos y de todo el Norte de Europa. Pero a fines del siglo XVI había desaparecido del mapa picaresco de España. Cervantes no la cuenta entre las diversas partes del mundo por donde había buscado aventuras el ventero. También debió de haberla en Bilbao, y de ella guardaba recuerdo el rufián Palermo en la Tragedia Policiana: «Medio ojo me arrebataron en Bilbao, y este rascuño me dieron en Jerez de la Frontera» (pág. 44).

[p. 75]. [1] . «Sigeril.- Pues si lo vieses, señor, cuál anda con unos agallones, que no parece sino ermitaño rezando toda esta mañana...

Pandullo.- Señor, ¿qué es lo que demandas?

Felides.- ¿Qué santidad es esta tan súpita, Pandulfo?

Pand.- Señor, el espíritu donde quiere espira. Quien convirtió a Sant Pablo y a Sant Agustín y a María Magdalena, es mucho que dé gracia a un hombre pecador como yo he sido?

Felid.- Por cierto que la gracia no sé si te la dió, mas es gracia la que veo en verte con esas cuentas.

Pand.- Señor, las cuentas como a sólo Dios se han de dar, no me pena que te parezcan gracia; porque a solo Dios se ha de satisfacer, que los hombres de nada se satisfacen; y ándeme yo caliente en su servicio y ríase la gente cuanto quisiere, pues sabes que bienaventurados sereis cuando los hombres dijeren mal de vosotros mintiendo por mí.

Felid.- En fin, que ya no son tus misas cosas de armas ni de afrentas como hasta aquí?

Pand.- Señor, no soy tan necio que no entiendo algaravía, como aquel que bien la sabe; mas sabé que en cosas justas que ninguno me echara el pie adelante, ni en cosas injustas quedará más atrás que yo. Felid.- Bendito sea Dios que tan presto te mudó. ¿Mas qué llamas cosas justas, para que sepamos lo que te hemos de encomendar?

Pand.- Guerra contra infieles; tomar armas en defensión de tu persona.

Felid.- ¿Pues cómo anoche no las quisiste tomar para ir en defensión de mi persona?

Pand.- Porque ibas en ofensa de tu persona y ánima, y no tenemos los servidores de Dios tanta licencia, que si a ti te viniesen a matar, entonces yo tomaría las armas.

Felid.- Mas entonces no las llevarías para estar más suelto; que el peso de las armas empide mucho» (pp. 384-386).

[p. 76]. [1] . Celestina.- Más me precio, hija, de dar consejos que de tales vencejos; de un rosario, digo, hija, y sus misterios, de una oración del Conde o de la Emparedada: esto te podré yo amostrar, mi amor, si lo quieres aprender» (pág. 218).

Estas dos oraciones supersticiosas del Conde y de la Emparedada, en romance, fueron prohibidas en el Índice del inquisidor general Valdés (pág. 237 de la reimpresión de Reusch) y en el de Quiroga de 1583 (pág. 438).

De las irreverencias y profanaciones que en el templo se cometían da idea lo que Polandria cuenta de Felides: «Al tiempo que llegué a tomar el agua bendita, hizo él que tomaba la agua, y apretóme un dedo; y despues en la misa toda ponía las manos hacia mí como que pedía piedad, cuando vía que no miraba naide; estando alzando el fraile, hacía él señas que no adoraba la hostia, sino a mí; y desto no pude estar que no me sonriese de su necedad y herejía» (pp. 151-152).

[p. 77]. [1] . Vid. Orígenes, T. I, págs. CDXXXI-CDXXXII. [Vol. II, pág. 217-218, Ed. Nac.]

[p. 77]. [2] . De algunas versiones de este cuento hemos tratado también en los Orígenes, Vol. 1, pág. XXXII, nota. [Vol. I, pág. 53. Ed. Nac.]

[p. 78]. [1] . Ensayo, tomo IV, col. 614.

[p. 78]. [2] . Más fundamento tiene esta otra observación del insigne erudito:

«Aquel donoso pasaje de El Celoso Extremeño, en que antes de llegar Loaisa a verse con la incauta Leonora le exigen tan solemnes juramentos, está sin duda imitado de la escena XXVI, al fin, donde entre las prevenciones que hace Polandria a Celestina como requisitos para haber de recibir a su amante al concierto a que se presto, la dice:

Polandria.- Madre, mira que le tomes muchos juramentos, y que mire de quién se fía; porque si mi señora (madre) algo barrunta todo irá borrado.

Celestina. -¡Ay hija! ¡angelito, angelito! En Dios y en mi ánima ¿qué, no te queda más en el estómago? ¿Y a Celestina avisas tu de secreto? ¡Dolor de mí, que este es el primer secreto que en este mundo yo he sabido encubrir! Calla, señora, que eres boba; ¡nora mala! que así te lo quiero decir, y perdóname.

Antes ya hay otros juramentos graciosos sobre que no cuenten a Felides cómo Polandria ha leído un billete suyo.

Quincia.- ¡Guárdeme Dios, señora! ¿y de decirlo había?

Polandria.- Pues poné aquí la mano en la cruz, y tú también, Poncia. Y agora oid: señora mía, tu merecer y mi atrevimiento te darán a conocer...»

El pasaje a que Gallardo alude es aquel en que Loaisa jura por «la intemerata eficacia donde más santa y largamente se contiene, y por las entradas y salidas del Santo Líbano monte, y por todo aquello que en su proemio encierra la verdadera historia de Carlomagno, con la muerte del gigante Fierabrás, de no salir ni pasar del juramento hecho y del mandamiento de la más minima de vuesas mercedes...»

En el primitivo borrador de la novela juraba además por «el espejo de la Magdalena» y por «las barbas de Pilato» (ed. crítica de Rodríguez Marín, páginas 72 y 73). Estos juramentos son análogos a los que usan los rufianes en la obra de Feliciano de Silva, y generalmente en todas las Celestinas.

 

[p. 80]. [1] . Vid. los índices de Valdés y Quiroga en la edición de Reusch (pp. 238 y 439)

[p. 80]. [2] . No he visto la primera edición que cita Brunet copiando a Panzer:

Tercera parte de la tragicomedia de Celestina... agora nueuamente compuesta por Gaspar Gomez. (Al fin): «Acabose la presente obra en la muy noble villa de Medina del Campo. A seys dias del mes de Julio. Año de mil y quinientos y treinta y seis». 4.º letra gótica.

Sólo conozco la de 1539, cuyos ejemplares son rarísimos. El que tuvo Salvá (n.º 1.269 de su Catálogo) pertenece hoy a nuestra Biblioteca Nacional. Existe también en el Museo Británico y en la Universidad de Leyden.

Tercera parte de la tragicomedia de Celestina: ua prosiguiendo en los amores de Felides y Polandria: concluyense sus desseados desposorios y la muerte y desdichado fin que ella uvo: es obra de la qual se pueden sacar dichos sutitissimos (sic) sentencias admirables: por muy elegante estilo dichas: agora nueuamente compuesta por Gaspar Gomez natural de la muy insigne cibdad de Toledo: dirigida al magnifico cauallero Feliciano de Silua. Impreso. Año de M. D. XXXIX.

(Al fin): Acabose la presente obra en la muy noble e Imperial ciubdad de Toledo. A veynte dias del mes de Nouiembre. En casa de Hernando de Santa Catalina. Año de nuestro Señor Jesu christo: de mil quinientos y treynta nueve años.

4.º let. gót. Sin foliación. Signaturas A-2, todas de ocho hojas, menos la última que tiene seis.

[p. 81]. [1] . Prologo del autor. Al noble cauallero Feliciano de Silua al qual va dirigida la obra.

«Noble y muy magnifico señor: Como en los tiempos antiguos no era digno de memoria: sino el que exercitando su vida en algun notable exercicio despues de sus dias la dexaua: quise forçar a mis fuerças: a que siendo fauorecidas con el fauor que de vra. merced espero: tomassen ocupacion en se ocupar algunos ratos en poner en obra a hacer esta obrezilla: la qual va tan tosca en sus dichos quan sutil es en sus sentencias subtilissimas la pasada que es la de donde ésta depende. E presuponiendo que la mar provee a los rios que della salen: acordé esta como minimo arroyo pedir socorro a quien socorrer la puede: e yo como su administrador y muy cierto sieruo de vra. merced en su nombre pido ayuda a vuestra merced como a persona que tiene poder de poder la dar, e si se marauillare del sobrado atreuimiento que me conmovio atrever pidiendo mercedes a quien jamas hize seruicios: A la verdad no sera tanta la admiracion quanta la causa que tuve y tengo para se lo suplicar: porque como yo fue informado de la veniuolencia que vra. merced tiene con los que esffuerçan a pedir esffuerço a vuestra merced, pareciome que no dexaria de ser comigo veniuolo: como lo es con los demas. E si acaso algunas partezicas en esta obra se hallaren que de notar sean: las quales sin auer conuersado con vra. merced tengan los lectores por imposible auerlas notado: siendo el autor tan friuolo e inhauil, puede se responder que assi como el que está de hito mirando al sol su gran resplandor le ciega: por el consiguiente si mi torpe lengua con la subtil y elegante de vra. merced vuiera conuersado: hallo por muy cierto que vuiera enmudecido de arte: que no digo escriuir lo escrito, mas pensar de pensarlo no osara. Pues qué medio an tenido mis sentidos para poder sentir cosa que tanto sentimiento de necesario se requeria para effectuarlo? Creera vuestra merced que sus calidisimos rayos dieron vigor a mi tibia inteligencia porque entendiesse en se ocupar al presente con la esperança futura de vuestra merced a se oponer a lo otro mas abil era licito. E ansi vuestra merced puede juzgar que ni las razones que entre Felides y Polandria por razon avian de ser primas no van con el primor que se requiere: ni el fundamento de los dichos de los demas tan fundados: ni las sentencias de Celestina tan sentidas. En conclusion, que no lleua otra cosa vtil sino la vtilidad que de vuestra merced como de señor a quien va dirigida cobrare. E como no aya quien conociendo mejor los hierros (sic) los ponga con buen concierto más concertados: quise suplicar al querer de vuestra merced lo acepte, y no mirando la osadía affirme la voluntad muy recta que de seruirle tiene este su verdadero criado: la qual se empleará en lo que vuestra merced le mandare: agora no me falta despues de tener la merced concedida de vuestra merced, sino rogar al lector que esto leyere lea primero la segunda que es antes desta: porque avn que yo me condeno en esto, que cotejar la vna con la otra se verá la diferencia que ay, gano mas fama con ser trobada de historia tan subtil que infamia con hallar en ella las palabras toscas e inusitables que hallarán. E ansí porque el vulgo note la historia de donde procede, Suplico a vra. merced se lo encargue.»

«Primer auto. Felides recuerda y empieça a razonar como que halla ser impossible auer estado la noche passada con su señora Polandria y afirmandolo por sueño llama a Sigeril para que le diga la certenidad de aquella duda que tiene. En lo qual passan muchas razones. E Sigeril declara por muy ciertas señales como auia estado con ella. Y Felides por mas se satisfacer determina de emviar le a la posada de Polandria. E introduzense.

Auto segundo. Sigeril como sale de con Felides para yr a casa de Polandria: va consigo razonando: y en el camino topa a Pandulfo con el qual pasa diversas platicas: y como se despida dél acuerda no yr a casa de Polandria: y con esta determinación se buelue a su posada a do dexó a su amo...

Acto III. El hortelano de Paltrana llamado Penuncio anda por el vergel escardando la hortaliza: y platicando consigo de ver por allí pisadas halla entre las yeruas un tocado de Polandria: y pareciendo le mal determina mostrarle a Paltrana. Y él estando en este acuerdo entra Poncia a cojer unas rosas: y pasan entre los dos diuersas razones sobre el mismo caso, en que al fin da el tocado a Poncia e pierde el enojo...

Aucto quarto. Sigeril como se despidio de Pandulfo, viene consigo razonando: y vee a la puerta de su posada a Corniel paje de Felides: y como an hablado entrambos, entra a dezir a su amo que viene de casa de Polandria: y que habló con Poncia, en que acuerdan que vayan a dar una musica en la noche: y por este plazer Felides le manda para quando se casare trezientos ducados...

Aucto quinto. Polandria llama a Poncia para que le dé las rosas que trae del vergel: y ella le cuenta todo lo que con el Hortelano allá passó, y estando en estas pláticas las dos entra Borruga la negra que las a estado escuchando: y amenaza a Polandria con su señora: en conclusion que Poncia la acalla con dalle una cofia...

Aucto sexto. Sigeril viendo que es hora de yr a dar la musica habla con Felides: y luego van al concierto lleuando consigo a Canarin: y dicha vna cancion, como quieren poner la escala, Polandria se pone a la ventana y escucha (sic) la subida donde causa para ello inonvenientes: y ansí se despide Felides della y Sigeril de Poncia muy tristes...

Aucto VII. Quincia se quexa de su ventura por se auer salido con Pandulfo: y estando en esto entra él y dize la que se apareje para se partir: porque ha comprado una azemila: y para pagarle de pide una faldila, en que sobre este caso allegan a reñir: y passa por allí Rodancho rufian, el qual es compañero de Pandulfo: y los pone en paz, con que haze de arte que ella le da vn manto, y otras cosas: todos tres comen en plazer: y queda acordado entre Pandulfo y Rodancho de castigar a Celestina por los diez ducados que no le prestó...

Aucto VIII. Felides estando solo, entra Sigeril a dezirle: que ponga medio en hablar a Polandria: el qual le manda que llame a Celestina para que lo negocie; y Sigeril le aconseja que embie vna carta primero: y que la dara a Poncia, y segun Polandria respondiere ansí hará: y con este acuerdo lleva Sigeril la carta...

Aucto nueue. Como Polandria viene a reposar a la noche, halla en su aposento a Poncia, la qual la da la carta de Felides: y como la ha leydo, pasan las dos algunas pláticas sobre ello: en conclusion que queda acordado de le responder...

Aucto X. Sigeril buelue a dezir a su amo lo que negoció con Poncia, y Felides le torna a embiar por la respuesta de la carta: el qual va, y Polandria misma se la da. Aucto XI. Felides manda a Corniel que salga a ver si viene Sigeril: y estando en esto Sigeril entra y cuenta a su amo lo que con Polandria passó: y como los dos leen la carta quedan con acuerdo que Celestina provea en ello. Y Sigeril determina que la llame...

Aucto XII. Pandulfo dice a Rodancho que pongan en effecto su determinacion: que es castigar a Celestina, y él dice que es contento. Y como lo van a cumplir topanla con un jarro de vino: y en la misma calle se vengan muy bien della. E ansí la dexan llorando y se van...

Aucto XIII. Areusa viene a ver a Elicia: y despues que an passado algunas pláticas: Areusa la pregunta por Celestina. E como Elicia la dize que es yda por vino: viendo cómo tarda la van las dos a buscar: a la cual hallan tendida del arte que la dexaron Pandulfo y Rodancho: y lleuanla con grandes lastimas a su casa...

Aucto XIIII. Sigeril como va a casa de Celestina oye a la puerta a Elicia y Areusa platicar con Celestina sobre su desuentura: y marauillandose de tal caso entra por se informar d'llo: e dize la embaxada que de Felides trae. Y avnque Celestina se escusa de yr concluyen en que le trayga en que vaya y que irá...

Aucto XV. Felides espantandose de Sigeril como tarda tanto llama a Caluerino su moço d'espuelas, el qual finge de rufian algunas vezes: y los dos salen a passear: y en el camino topan con Sigeril: y como él cuenta a Felides lo que dexa acordado, despidese con yr a lleuar lo necessario para traer a Celestina...

Aucto XVI. Perucho vizcayno, que es moço de cauallos de Felides está alimpiando un cuartago d' su amo: y quexasse de la vida que tiene. Y como empieça a cantar por despedir su enojo, entra Sigeril y los dos van por Celestina. Y despues de auer reydo con ellos Areusa y Elicia la traen...

Aucto XVII. Castaño alguazil va platicando con Falerdo su porqueron que andan a rondar: y topan con Celestina como la lleuan Sigeril y Perucho: y por ser la hora vedada y por verla yr en mula la quisieran lleuar a la carcel. Perucho como lo vee huye: y estando en esto passa Martinez racionero: y despues de dar ciertos auisos del guardar de la justicia a Castaño la dexa yr por por su intercession...

Aucto XVIII. Felides dize a Eruion su escudero que le dé un libro de leales amadores para sobrelleuar la pena entre tanto que Sigeril trae a Celestina: estando los dos en diuersas platicas tocantes al mismo caso llega Sigeril con la vieja: y Felides le dize lo que ha de hazer: aunque a los principios se escusa ella despidese con yr a negociarlo con Paltrana el dia siguiente... .

Aucto XIX. Albazin que es amigo de Elicia dize que la quiere yr a ver a la qual halla sola: estando los dos holgando viene Areusa: y passan entre todos diuersas platicas: en que Elicia le dize cómo Celestina la mandó que no entre en su casa: y él como lo oye se despide dellas jurando que la vieja se lo ha de pagar...

Aucto XX. Perucho vizcayno entra muy de priessa en casa de su amo Felides: y pregunta a Sigeril por Celestina; y despues de contarle él lo que les passó entra a dezir a su señor como aya (sic por «avía») venido. Y Felides le manda entrar: y como ha reydo con él sobre la deligencia que puso en defender la vida del Alguazil le embia a la posada de Celestina a que le acuerde que vaya a do está concertado...

Aucto XXI. Celestina dize a Elicia que mire quién llama a la puerta. Y ella como ve que es Perucho le baxa abrir: con el qual rien escarneciendo le sobre el caso passado: y Areusa de sus amores: en que se detiene vn rato: y él por se d'spedir dize a la vieja a lo que fue su venida. Y luego ella como él se va dexa la casa encargada a Areusa y a Elicia: y pone por obra d'yr a hablar a Paltrana...

Aucto XXII. Poncia estando a la ventana vee a Celestina venir coxeando: la qual le pregunta por Paltrana: y la ruega que le haga saber como está allí, que viene a pedir unos vntos para curar su pierna: y Poncia lo dice a Paltrana: y la manda entrar: en conclusion, que despues que la buena vieja la cuenta sus duelos: declara la por cifras lo que Felides le encomendó acerca de los casamientos de Polandria: y oye la respuesta muy fuera de su proposito: y ansí se despide. Y Poncia se entra a dezir a su señora lo que ha oydo...

Aucto XXIII. Polandria llama a Poncia y la pregunta si ha oydo las platicas que passaron entre Celestina y su señora Polandria: la qual como dize la summa de todo, Polandria la manda que dé una carta a la vieja para Felides, sino es yda. Y ella la hace entrar en el apossento de su señora: y dassela Polandria mesma...

Aucto XXIIII. Celestina viene hablando consigo del despacho que trae a Felides: y topale en camino ya Sigeril con él: al qual despues de contarle lo que passó con Paltrana le da la carta de Polandria: y es (¿el?) con sobrada alegria, aunque con la primer nueua tuvo tristeza, da a la vieja honrrada cincuenta ducados...

Aucto XXV. Elicia estando a la ventana ve a Albacin que passa por su puerta: y ella le habla de arte que él sube: y como estan retoçando, Barrada llama y dize que viene a hablar a Celestina: y Elicia responde que no está en casa: y oyendo que Albacin está con ella se va jurando de hazer vn buen castigo a la vieja y cobrar sus quatro ducados: Albacin riñe con Elicia por celos de Barrada y entroduzense. Aucto XXVI. Celestina sale de con Felides muy contenta razonando de los cincuenta ducados que le dió: y topa con Barrada: el qual la hace vn estremado castigo: y queriendo la sacar de la bolsa sus quatro ducados la halla los cincuenta, y se los toma: y ella queda llorando y pidiendo justicia...

Aucto XXVII. Grajales yendo a ver a su amigo Areusa topa a un rufian llamado Brauonel que es compañero suyo. Y como van los dos hablando veen a Celestina de la manera que la dexó Barrada. A la qual lleuan a su casa iurando que la an de vengar: y hallan a Elicia y Areusa allá. Y despidiendo se Brauonel, Grajales queda a holgar con Areusa...

Aucto XXVIII. Felides llama a Sigeril para que se apareje que quiere yr a hablar a Polandria. Y ansi van los dos: hallando un postigo abierto entran en el vergel a do está Polandria esperando sola. Y Felides haze venir allí a Poncia que con su señora no auia salido: y la da cien ducados para ropas. Y de esta manera acaba con ella que Sigeril cumpla su voluntad. Y despues de auer holgado amo y criado con sus señoras se despiden muy alegres...

Aucto XXIX. Brauonel como se enamoró de Areusa quando fue con Grajales a llenar a Celestina propone de la yr a hablar: y con esta determinacion va a la posada de Celestina a do la halla: y hablando sobre el caso a la vieja: dala ciertos dineros: por los quales concierta con Areusa que le dé la palabra de lo hazer: y ella avnque se escusa le promete que lo hará...

Aucto XXX. Poncia dice a Polandria que se prouea en como se negociarán los casamientos: y su señora responde que no ay otra sufficiente que lo haga sino Celestina. Y con este acuerdo Poncia dize que dirá a Sigeril que la diga que buelua a hablar a Paltrana.

Aucto XXXI. Sigeril passando por la puerta de Paltrana vee a Poncia que está en una ventana. Y despues de aver passado entre los dos diuersas platicas ella le declaró que tenian acordado que Celestina tornase a entender en los casamientos. Y el dice que lo dira a Felides para que lo ponga por la obra...

Aucto XXXII. Felides pregunta a Canarin su paje por Sigeril. El qual le responde que no sabe dél: y que le vee andar pensatiuo. Y sobre esto como estan riendo entra Sigeril: y despues (que) ha reñido con Canarin, dice a su amo lo que Poncia le dixo. Y Felides le embia luego a casa de Celestina con vn buen presente...

Aucto XXXIII. Elicia dize a Celestina que trayga de comer: y ella le responde que no tiene blanca. Y estando en estas platicas llega Sigeril con el presente que Felides embia a la vieja: y dize la que luego vaya allá, y ella se lo promete: y haze con él que coma con ellas antes que se vaya... Aucto XXXIIII. Celestina pregunta a Poncia por Paltrana, la qual despues de rogar la que negocie bien los casamientos la dize que entre, que desocupada está. Y la vieja entra con son de pedir la vnos paños para su herida: y trasmuda la voluntad a Paltrana que antes tenia con sus razones, para que (sic) diziendo la lo que toca a Felides en los casamientos, y oye la respuesta y de confiança (sic)...

Aucto XXXV. Brauonel yendo a cumplir su concierto con Areusa topa con Celestina que viene d'hablar a Paltrana: y vasse con ella platicando haste su casa, do halla a Areusa con Elicia. Y como Brauonel está con él holgando, allega Recaxo a buscar a Grajales que es su amigo: y oyendo a Brauonel allá dentro buelue sin llamar. iurando que él podra poco o seran castigados los amores.

Aucto XXXVI. Sigeril va a saber de Celestina lo que negoció con Paltrana: la qual no se lo quiere dezir por ganar de su amo las albricias, y los dos van juntos, y como lo cuenta a Felides él se las da de gran valor...

Aucto XXXVII. Albacin yendo a vengar se de Celesiina la vee estar llamando a su puerta, y allí la da una cuchillada por el rostro: la qual da tales bozes que se llegan las vezinas. Y él con el ruydo buelue disfraçado: y saca a Elicia d'entre la gente: y ansi se la lleua...

Auto XXXVIII. Paltrana embia a llamar a Dardano con Guzmanico su page: el qual venido ella le ruega que vaya a estar con Felides: y le hable en lo de los casamientos: de manera que no se desconcierte: y Dardano se despide para yr a negociarlo...

Aucto XXXIX. Felides dize a Sigeril que saque unas pieças de brocado y de seda de las armas para cortar ropas, y ellos estando las mirando entra Canarin a dezir como está alli un cauallero: y sabiendo Felides que es Dardano tio de Polandria, sale a hazerle entrar: y despues de se auer hecho los recebimientos pertenecientes a quien son, Dardano le declare su intento: y Felides avn que al presente le rehusa diziendo como le traen a la otra, concluye con que antes que diga el sí quiere saber la voluntad de Polandria...

Aucto XL. Recuajo yendo consigo razonando en la vellaqueria de Areusa en tener a Brauonel topa con Grajales, al qual se lo cuenta todo. E los dos van a casa de Celestina a vengar aquel hecho: y hallan allá a Brauonel con Areusa: y alli dan el fin a ella, y él se escape muy mal herido...

Aucto XLI. El corregidor passando por casa de Celestina oye la barahunda que ay con la muerte de Areusa: y como entra y haze la pesquisa manda luego a Galantes alguazil que viene con él que llame al Pregonero para hacer justicia de la vieja encubridora: y ansi desde su posada la sacan açotar juntamente com emplumarla, a donde burlan della los mochachos hasta que la quitan de la escalera. Aucto XLII. Paltrana estando solo entra Dardano y cuenta le lo que negoció con Felides: y como quedó la cosa en que diga Polandria de sí: con las quales nueuas Paltrana huelga mucho. Y embia a llamar a su hija con Frunces page al jardin para concertarlo...

Aucto XLIII. Polandria estando en el jardin platicando con Poncia sobre los casamientos: allega Frunces a llamar la de partes de su madre y de su tio Dardano. Y ella va: y como la hablan para que conceda en recebir a Felides rehusa mucho de lo hazer: dando causas sufficientes para sus dissimulaciones: en conclussion, que viendo cómo Paltrana y Dardano la dizen que en todo caso lo ha de hazer otorga en ello.

Aucto XLIIII. Brauonel va a casa de vna muger que tiene a ganar, con el braço cortado de la manera que huyó de casa de Celestina; y despues d' la auer pedido cueta la da de coces: porque ella no le da una perdiz. Y estando riñendo entra Solarcia, compañera de Ancona: que es del mismo officio: y pone los en paz.

Aucto XLV. Antenor arcidiano que es sobrino de Paltrana, yendo a saber de su tia lo que se hace en los casamientos, topa a Dardano que va a casa de Felides a lleuarle la respuesta de lo que negoció, y como lo cuenta a su sobrino van los dos a estar con Felides: y despues de se lo auer dicho él da las manos a Dardano por cosa hecha: y Antenor las da por Polandria: y ansí se despiden dexandole con Sigeril platicando...

Aucto XLVI. Sigeril como va a casa de Polandria vee a Poncia a la ventana: y despues de la contar las nueuas con sobrada alegria llama ella a su señora Polandria: la qual le da muy buenas albricias. Y Sigeril se despide d'ellas lleuando a cargo que rogará a Felides declare sus desposorios secretos...

Aucto XLVII. Felides pregunta a Sigeril si estan las libreas apareiadas, y como le dize sí, va con doze pajes y otros tantos moços de espuelas a besar las manos de Paltrana y a recebir a su señora Polandria: a donde despues passar diuersas platicas con ellas declare él los conciertos d'Sigeril y Poncia a la que como es llamada da Felides dozientos ducados para su dote...

Aucto XLVIII. Antenor arcediano dize a su tia Paltrana que ora es de hazer los desposorios: y los dos entran en la sala a do hallan a Felides con Dardano, y a Poncia con Polandria, y luego lleuan a Sigeril, y como los desposa Antenor, entran los menistriles y tocando los instrumentos canta Canarin...

Aucto XLIX. Celestina como sabe que los desposorios son hechos, dize que no perderá las albricias. E yendo muy apriessa a las pedir con el sobrado gozo no mirando cómo va cae de los corredores de su casa abaxo y allí fenecen sus tristes dias. Y entrando los vezinos a socorrerla por los gritos que dió la hallan hecha pedazos. Y ansi se van a contar a Felides aquella muerte de la desdichada...

Aucto L. Felides como le an informado de la muerte de Celestina llama a Sigeril: y con gran pena le cuenta lo que passó: y le da veynte ducados para que honradamente la entierren y hagan sus obsequias: y Sigeril lo lleua a cargo y lo va a hazer: y con este ultimo aucto se acaba la obra...»

[p. 90]. [1] . Tragicomedia de Lisandro y Roselia llamada Elicia y por otro nombre quarta obra y tercera Celestina. 1542 (Al reverso de la portada el escudo del impresor Junta, y una figurilla de la Muerte con la hoz al cuello y un ataúd debajo del brazo. La dedicatoria, el prólogo al lector y el texto de la tragicomedia ocupan los 89 primeros folios. En el que debía ser 90, numerado por equivocación 100, se halla el colofón:

«Aquí se acaba la tragicomedia de Lysandro y Roselia... nueuamente impressa. Acabose a veynte dias d'l mes de deziembre. Año del nascimiento de nuestro Saluador Jesu christo de mil z quinientos y quarenta y dos años.»

Los folios siguientes hasta el CVI contienen las dos cartas y las octavas de arte mayor.

4.º let. gót. con viñetas. Es libro de la más extraordinaria rareza.

Por una esmerada copia que había pertenecido a don Serafín Estébanez Calderón, le reimprimieron los señores Fuensanta del Valle y Sancho Rayón, y es el tercer tomo de la linda Colección de libros raros y curiosos (Madrid, Rivadeneyra, 1872).

[p. 93]. [1] . Vid. Pérez Pastor (don Cristóbal), Bibliografía madrileña del siglo XVI (Madrid, 1891), pág. 1.

[p. 93]. [2] . Carta a los editores de la Colección de libros Españoles raros o curiosos en los preliminares del tomo cuarto que contiene el Cancionero de Stúñiga (pp. XXXIII a XLII).

[p. 94]. [1] . Carta de Sancho Rayón y Fuensanta del Valle a Hartzenbusch, en los preliminares del tomo quinto de Libros raros o curiosos, que contiene la Comedia Selvagia (pp. XIII a XVI).

[p. 95]. [1] . Bibliografía Mexicana del siglo XVI, por don Joaquín Garcia Icazbalceta. México, 1886, págs. 232-233.

En la dedicatoria al arzobispo dice el doctor Muñón que esta doctrina «se ha cogido de las fuentes de algunos escritores graves, que a mi parecer en esta materia hablaron bien, en especial de una Doctrina Cristiana que se trató de hacer por la memoria y papeles de Pío V de gloriosa memoria». Hay también un prólogo «A los muy reverendos Padres Curas del Arzobispado de México», en que les recomienda la enseñanza de la doctrina.

[p. 103]. [1] . A la infernal botica de Celestina había añadido Elicia «otras cosas muchas que con mi buen trabajo y propio sudor y mayor esperiencia he yo adquirido, conviene a saber: hieles de perro negro macho y de cuervo, tripas de alacran y cangrejo, testículos de comadreja, meollos de raposa del pie izquierdo, pelos priapicos del cabron, sangre de murciélago, estiércol de lagartijas, huevos de hormigas, pellejos de culebras, pestañas de lobo, tuétanos de garza, entrañuelas de torcecuello, rasuras de ara, ciertas gotas de olio y crisma que me dio el cura, zumos de peonía, de celidonia, de sarcocola, de tryaca, de hipericon, de recimillos y una poca de hierba del pito que hobe por mi buen lance; tengo tambien la oracion del cerco, que no tenia mi tia que Dios haya, que es esta: avis, gravis, seps, dipa, unus infans, virgo, coronat; y si todo lo de mi tienda acabase de contar, sería cosa para nunca acabar. Este oficio me bastaba, éste mantiene mi casa, sustenta mi honra, y me hace ser temida y acatada de todos, y afama mi nombre por la ciudad, que nadie hay que me vea que no me llame: madre acá, madre acullá, el uno me dexa, el otro me toma, el vicario me convida, el arcediano me llama, que ningun señor de la iglesia me ve que no quiera ganar por la mano cuál me llevará primero a su casa» (pp. 74-75).

Ciertamente que los que fuesen entonces vicario y arcediano de Salamanca, quedarían muy agradecidos al Maestro Muñón por el modo de señalar.

[p. 105]. [1] . Tractado de la Hermosura y del Amor compuesto por Maximiliano Calvi... En Milán. Por Paulo Gotardo Poncio, el Año MDLXX VI.

Cada uno de los tres libros en que la obra se divide forma un volumen con paginación diversa.

[p. 105]. [2] . Historia do Theatro Portuguez, II, A comedia classica e as tragicomedias (Porto, 1870), pp. 29-30.

[p. 105]. [3] . Grammatica (1536), pág. 73 de la edición de 1785. «Verdade he ser (a lingua portugueza) em si ta honesta e casta que parece nao consentir em sy hua tal obra como Celestina».

[p. 106]. [1] . Historia Genealogica da Casa Real portugueza, por D. Antonio Caetano de Sousa... Lisboa Occidental, 1738. Provas. II, pág. 448.

[p. 106]. [2] . «Em sexta feira de Endoenças do anno de 1521 vi no mosteiro de Sam Francisco en bragança un Diogo Lopes, ferreiro, vestido em manto bérneo e touca foteada, ester ante o Sacramento en roda de mulheres lendo por Celestina, e parece-me que era no auto que falla do Centurio.» (Ms. tal vez autógrafo, que poseía el conde de Azevedo, y hoy debe de estar en la Biblioteca de Oporto).

Vid. C. Castello Branco, Narcoticos, I, Porto, 1882, pág. 66.

[p. 106]. [3] . Tomo III de la ed. de Stuttgart, pp. 114, 120, 129, 215 y 222. En la pág. 632 hay unos versos de Garcia de Resende a Jorge de Vasconcellos «porque nam querya escreuer humas trovas suas».

[p. 106]. [4] . En la tragicomedia de Las Cortes de Júpiter (Obras de Gil Vicente, tomo II de la ed. de Hamburgo, pág. 404).

[p. 107]. [1] . Jose Joaquim da Costa e Sá, editor de la traducción de Terencio de Leonel da Costa en 1788, dice haber visto un ejemplar de la Eufrosina de 1561, que tenía en el reverso del pergamino las siguientes palabras de letra antigua: «O Autor d'este livro foi Jorge Ferreira de Vasconcellos, natural de Lisboa, tamben Author da Tavola Redonda e d'outras obras» (Tomo I, pág. XXI, nota 9).

[p. 107]. [2] . En la Vida de D. Duarte, escrita en 1565 por Andrés Resende, que había sido su maestro de latinidad, se hace mención de Francisco de Moraes, pero no de Jorge Ferreira de Vasconcellos. Tampoco en el testamento del Infante, publicado en las Provas de la Historia Genealogica. Pero está citado en el Rol dos Moradores do Infante, redactado poco después de su fallecimiento. (Vid. Caetano de Sousa. Hist. Geneal. Provas, II, 615).

[p. 107]. [3] . «Das comedias que Jorge Ferreira de Vasconcellos compos, foy esta Vlysippo a segunda estando ja no seruiço del Rey nesta cidade.»

[p. 108]. [1] . Vid. Brito Rebello, Ementas Historicas, II, Gil Vicente, pág. 114. El título exacto del cargo era «escrivao da receita e despesa do tesoureiro da casa real».

[p. 108]. [2] . Barbosa Machado, Bibliotheca Lusitana... Lisboa, 1747. Tomo II, páginas 805-807.

[p. 108]. [3] . Acaso en este punto haya confusión con el Dr. Antonio Ferreira, autor de la Castro. El ducado de Aveiro fué creado en 1547 para don Juan de Lencastre, nieto de don Juan II.

[p. 109]. [1] . Vid. Teophilo Braga, Historia da universidade de Coimbra... Tomo I, Lisboa, 1892, cap. V, pp. 449 y ss.

[p. 109]. [2] . Estos dísticos se encuentran en la comedia Aulegrafia, pero no al fin, como dice Barbosa, sino al principio, antes del folio primero e inmediatamente después de la dedicatoria:

        Inscribunt alii morituris nomina chartis
        Cumque illis cernunt nomina obire sua.
         . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
        Tu, bone Ferreri, victuris nomina chartis,
        Non tua subscribis, sed latitare cupis.
        Est tibi sat saeclis prodesse aliquando futuris.
        Quamvis nulla tui nominis aura sonet.
        Nil agis, insequitur fugientem fama, sequentem
        Aufugit, ad superos et volat alta polos.

Siendo tan raros los elogios antiguos de Jorge Ferreira, no debemos omitir el de Juan Soares de Brito (Theatr. Lusit. Lit., let. G.), citado por Barbosa: «Vir ingenio promptissimo et lepidissimo».

[p. 110]. [1] . Las coplas de Jorge Manrique le eran tan familiares que desde la primera escena de la Eufrosina intercala varios versos en el diálogo: «Dexemos a los troyanos que sus males no los vimos». «Recuerde el alma dormida». Y a continuación dos pedazos de romances que él mismo califica de antiguallas: «Por aquel postigo viejo», «Buen Conde Fernán González». Dos veces está citado Macías en la misma escena, y poco antes el «Huid que rabio» de Juan Rodríguez del Padrón, (páginas 63, 64 y 65 de la presente edición). Nueva reminiscencia de Jorge Manrique es la escena 2.a: «Todo tiempo pasado fué mejor» (pág. 71). De los elevamientos de Garci Sánchez se habla en el acto 3.º, escena 2.a (pág. 105).

De la popularidad de los pliegos sueltos que contenían romances es buena prueba lo que dice Cariofilo a Zelotipo en la segunda jornada del acto tercero: «Partios a Castilla y dexad a Portugal a los castellanos, pues les va tan bien en ella. Poned tienda en Medina del Campo y ganaréis de comer con glosar romances viejos, que son apacibles, y poneldes por título «obra nueva sobre mal hubistes los franceses la caza de Roncesvalles»; mas temo que ande ya allá el trato tan dañado como acá, donde lo censuran todo estos críticos, que no medran ya chocarreros» (pág. 106).

En el mismo acto hay tres canciones castellanas, puestas en boca de Zelotipo. El traductor sólo ha conservado la tercera: «Aora quiero os dezir unas coplas que hize poco ha en castellano, por ser más recebido y menos glosado.» Las otras dos tienen los siguientes principios, que bastarán para mostrar su directa filiación de la poesía de los Cancioneros:

           De grado en grado ha sobido
       La pena a la fortaleza,
       Del ansia y mayor tristeza
       Que ay en el mundo.
           Cayó se me hasta el profundo
        Con dolor el pensamiento,
        Del más subido cimiento
        De la esperanza...
           En mal punto fue nacido
       Un corazon desdichado,
       Qual el mio (a) que ha querido
       Ser más vuestro desdeñado
       Que de otra favorescido...

Tiene en portugués otras composiciones del mismo gusto. La mejor es un villancico que canta Silvia de Sousa en la escena 1.a del acto 4.º:

(a) El niño dice la incorrectísima edición de Sousa Farinha, 1786, pág. 172.],

       Aquelle cavaleiro,
       Que d'amores me falla,
       Querolhe bem na alma...

                                (Pág. 229 de la ed. de 1786).

El capitán Ballesteros traduce estos versos, pero omite o mutila arbitrariamente otros, así castellanos como portugueses, en todo el curso de la obra. No tiene disculpa, por ejemplo, la supresión de esta linda cantiga que entona Eufrosina en el acto 4.º, escena 5.a:

           Castigado me ha mi madre
       Por vos, gentil cauallero,
       Mandame que no os hable:
       No lo haré, que mucho os quiero.
           Fuerça me por vos amor,
       Venceme vuestro deseo:
       Cuanto me riñen, si os veo,
       Se me olvida, y el temor.
           Defiende me lo mi madre,
       Que no os vea, cavallero,
       Y yo por hablar os muero.
        Mandame que no os hable,
           ¿Qué valen consejos sanos,
       Quando está mal sana el alma?
       Si el amor lleua la palma,
       Vencen los cuidados vanos.
           Que me mate la mi madre
       Por vos, gentil cavallero,
       No quitará que no os hable,
       Pues sin vos vida no quiero.

                                   (Pág. 248 de la misma edición).

El nombre de Jorge Ferreira debe añadirse al Catálogo de los autores portugueses que escribieron en castellano formado con tanta erudición y diligencia por mi difunto e inolvidable amigo el doctor García Peres, no sólo por estas y otras piezas poéticas, sino por una parte del diálogo de la comedia Aulegrafia.

No encuentro citadas en la Eufrosina más obras en prosa que el Clarimundo, libro de caballerías de Juan de Barros (pág. 110 del presente volumen), la novela de Diego de San Pedro y el Marco Aurelio del obispo Guevara: «En esta materia pocos aciertan y todos reprehenden y no dexan de aferrarse con Carcel de Amor en lugar solitario, y tienen por tanto convertillo en portugues como si fuese Homero; mas pues llegamos a tratar de antiguedades, qué malo sería hablar por Marco Aurelio, que tiene gran copia en el dezir?» (pág. 111).

De Petrarca y aun de Dante hay indudables reminiscencias: «De la señora Eufrosina no se puede hablar como de cosa deste mundo, sino como de una muestra que Dios nos quiso dar de su poder» ( p. 137). «La mayor congoja en estas adversidades es acordarme que fui algun tiempo venturoso» (página 140).

En la Vlysipo (fol. 149 vuelto de la ed. de 1618) se encuentra un soneto, único tributo que pagó a la métrica italiana. No sabemos si puede tomarse por expresión de su propio pensamiento o meramente de la persona que habla, el siguiente pasaje de la Aulegrafia (act. II, sc. 10, fol. 78 vuelto). En el primer caso habría que creer que cambió de rumbo en sus últimos años, como lo hizo también Gregorio Silvestre: «Eu, senhor, tenho minha poesia nova e faço minha viagem por fora da rota de Joao de Lenzina, e terzo-me da vitola dos antigos como de espirro: porque sao musicas de fantasia sem arte, e nao alcançam o bem d'agora, que tem furtado o corpo a idolatrias contemplativas quando lhe dizia: En tus manos la my vida encomiendo condenado, etc., e entao logo morrem e vinham os Testamentos, os Infernos do amor, e tudo era ayre».

Poco antes se había quejado del abandono de la lengua portuguesa y del predominio de la nuestra: «Somos ta incrinados a lingua castelhana que nos descontenta a nossa, sendo dina de maior estima, e nao ha entre nós quem perdoe a hua trova portugueza, que muytas vezes e de vantagem das Castelhanas, que se tem a forado comnosco, e tomado posse do nosso ouvido, que nenhumas lhe soan melhor: em tanto que fica em tacha anichilarmos sempre o nosso, por estimarmos o alheyo» (fol. 66 vuelto)

[p. 113]. [1] . Inocencio da Silva no llegó a ver los Triunfos de Sagramor, y se limita a copiar la escueta noticia de Barbosa:

Triunfos de Sagramor, em que se tratao os feitos dos Cavalleiros da segunda Tavola Redonda. Dirigido al Principe D. Juan. Coimbra, por Juan Alvares, impresor del Rey. 1554. fol.

Doña Carolina Michaelis me escribe: «Infelizmente nunca vi o Sagramor. Nem vive quem o visse! Apenas ha boatos vagos sobre un exemplar guardado na Torre do Tombo. Creio que o Memorial é 2.a ed. do Sagramor, apenas com o titulo mudado por improprio. O melhor teria sido Memorial das Proezas dos Cavaleyros da (Segunda) Tavola Redonda do Rei Sagramor. No prologo ha no fim a oraçao seguinte: «nao me disculpo dos erros e atrevimentos de que nesta trasladaçao do Triumpho del Rey Sagramor posso ser reprendido, nem os nego». No cap. 26 diz que «Foroneus... nao foy sua tençao tratar de hum soo cavaleyro... antes pretende fazer huma viva memoria de tudo o que alcançou saber dos da Tavola Redonda del Rey Sagramor.»

[p. 113]. [2] . Memorial das proezos da segunda Tauola redonda. A o muyto alto e muyto poderoso Rey do Sevastiao primeyro deste nome em Portugal, nosso senhor. Con licença. En Coimbra. Em casa de Joao de Barreyra, 1567. 4.º 240 hs. dobles.

Barbosa cita otra del mismo año en folio, pero debe de ser la misma.

De esta edición rarísima sólo se conocen dos ejemplares en Portugal (según Inocencio): el de la Biblioteca Nacional de Lisboa, procedente de la librería de don Francisco de Mello Manuel, y el de la biblioteca de Braga. En el Suplemento de Brito Aranha se cita otro que perteneció al conde de Azevedo.

Hay una edición moderna del Memorial, dirigida por Manuel Bernardes Branco (Lisboa, na tip. do «Panorama», 8.º grande).

Vid. Diccionario bibliographico portuguez, estudos de Innocencio Francisco da Silua applicaveis a Portugal e ao Brasil. Tomo IV Lisboa, na Imprensa Nacional. 1860, pp. 167-171. Y el Suplemento de Brito Aranha (tomo XII del Diccionario, 1884).

[p. 114]. [1] . Vid. Th. Braga, Floresta de varios romances, Porto, 1868, pp. 36-53.

[p. 114]. [2] . Basta leer la Eufrosina para convencerse de que no pudo ser representada a lo menos en su forma actual; pero algunas frases del prólogo de Juan de Espera en Dios, parecen indicar que su autor la destinó a alguna recitación o lectura pública, como creemos que lo fué también la Celestina. En este caso los oyentes serían estudiantes o profesores de Coimbra, y a ellos aludirá la frase neste anfitrioneo convento.

[p. 114]. [3] . Por cierto que Jorge Ferreira no se muestra nada blando con ellos, especialmente con los legistas: «Estos son gente sin ley ni Rey, todo su cuydado es buscar recreacion; la ciencia está en los libros; el estudiar, yr y venir a su tierra, y despues de largo tiempo mal gastado: bachiller soy, bien votado o mal votado, y dan sentencias de golpe, como palo de ciego, que lleua el pelo y el pellejo, y el mal es para quien les cae en las manos.» (página 88).

El enfado del estudio no se puede sufrir si no es a fuerza de necesidad... «Rico es mi padre, lograrme quiero con su trabajo... quanto más que yo podré graduarme por suficiencia, y con estar dos días en Sena o en Bolonia, espantaré toda esta tierra, y con dos sentencias que traiga de la Rota pensará mi padre que vengo hecho un oráculo» (pág. 89).

[p. 115]. [1] . Debajo de una viñeta con tres figuras que representan a Zelotipo, Eufrosina y Silvia de Sousa, se lee este título:

Comedia Eufrosina. De nouo reuista & em partes acrecetada. Impressa em Coimbra. Por Ioao de Barreyra, Impresor da Universidade; Aos dez de mayo M. D. LX.

(Colofón): «Foy impressa a presente obra, em a muy noble & sempre Real cidade de Coimbra, por Ioao de Barreyra empressor da Universidade. Com privilegio Real que nenhua pessoa a possa imprimir, nem vender, nem trayer doutra parte impressa, sob as penas conteudas no Privilegio. Acabouse aos dez dias de mes de mayo. De M. D. LX». 8.º 347 pp. Láminas en madera. Letra redonda, excepto la lista de las figuras de la Comedia, que va en letra gótica.

Las palabras «revista e em partes acrecentada» apenas dejan duda de la existencia de una edición anterior.

Esta de 1560 es rarísima. El ejemplar que poseyó Salvá y describe en su Catálogo (num. 1.254) pertenece hoy al Museo Británico. Allí mismo hay un ejemplar incompleto de otra edición, que parece ser la siguiente:

Comedia Eufrosina. De nouo reuista, z em partes acrecentada. Agora nouamente impressa. Dirigida ao muito alto z poderoso principe dom Joam de Portugal.

(Colofon): «Foy impssa en Euora en casa de Andree de Burgos, impssor e cavaleiro da casa do Cardeal Iffante. No fin dabril de 1561». 8.º let. gót

«Había un ejemplar excelentemente conservado en la librería del hospicio de la Tierra Santa, el cual pasó después al Archivo Nacional de la Torre do Tombo» (Inocencio da Silva). Otro existe en la librería que fué de don Fernando Palha (núm. 1.206 de su Catálogo).

Don Blas Nasarre, que reimprimió en 1735 la Eufrosina castellana, dice en la advertencia «al que leyere», tratando del original portugués: «Imprimióse este libro la primera vez en Evora el año 1566 por Andrés de Burgos, impresor y cavallero de la Casa del Cardenal Infante.» Pero como esta edición no parece por ninguna parte, puede sospecharse que el 1566 sea errata por 1561.

-Comedia Evfrosina. Nouamente impressa e emendada. Por Francisco Roiz Lobo. Em Lisboa, Antonio Aluares, 1616. 8.º, 4 hs. prls. y 223 fols.

-Comedia Eufrosina. De Iorge Ferreira de Vasconcellos, nouamente impressa, e emendada por Francisco Roiz Lobo. Terceira ediçao fielmente copiada por Bento Ioze de Sovsa Farinha, professor regio de Filozofia, e Socio da Academia Real das Sciencias de Lisboa. Lisboa, na off. da Academia Real das Sciencias, anno MDCCLXXXVI. Con licença da Real Mesa Censoria.

Es pésima edición, lo mismo literaria que tipográficamente considerada.

[p. 116]. [1] . Pág. 359 de la reimpresión de Reusch.

[p. 117]. [1] . Tomo III, part. 4.a, cap. VIII, núm. 67, pág. 372 (2.a ed., Lisboa, 1680.)

[p. 117]. [2] . Pág. 30 de la edición de Mendes dos Remedios. El Hospital fue escrito en 1657.

[p. 117]. [3] . «Georgius Ferreira de Vasconzelos, Lusitanus, Conimbricensis, urbanitate vir ac disertis salibus suo tempore in pretio habitus, scripsit comoedias tres prosaicas, quae magni aestimantur a civibus eius, et omnibus his qui lusitanae linguae suavitate ac delitiis delectantur, nempe: Comedia Euphrosina; quae ut prima exiit ab auctoris ingenio, ita aliis quae secutae sunt, excellentiae palmam praeripuit. Edita est saepius in Portugallia, et tandem recognita a Francisco Rodriguez Lobo &» ( Biblioth. Hisp. Nova, I, pág. 538).

 

[p. 118]. [1] . Comedia de Eufrosina traducida de lengua portvguesa en castellana. Por el capitan D. Fernando de Ballesteros y Saavedra. Al serenissimo Señor Infante don Carlos. Con Privilegio. En Madrid en la Imprenta del Reyno. Año de 1631. A costa de Domingo Gonçalez. 8.º De la forma que Gallardo llamaba de Astetes viejos. 12 hs. prls. sin foliar y 251 pp. dobles.

[p. 119]. [1] . Comedia Eufrosina. Traducida de lengua portuguesa en castellana por el Capitan D. Fernando de Ballesteros y Saavedra. Con licencia. En Madrid, en la oficina de Antonio Marin, año de 1735. 8.º 12 hs. prls. y 422.

Dedicatoria «a la Señora Doña Sophrosina Pacheco, mi señora», firmada por D. Domingo Terruño Quexilloso. «Dedico una comedia en prosa; pero poetica, y con sus primores y harmonia; libro raro, y de exquisito gusto, de invencion dichosa, de composicion elegante, y que pinto con vivos colores las personas que representa, poniéndolas sobre el Theatro al natural, y con decencia, y enseñando con ellas los principios y progressos de la galanteria, que no son fáciles de conocer ni por los mismos que se hallan presos de sus lazos. Enseña las señales y symptomas del suave veneno, casi incurable despues de aver ganado el corazon.»

[p. 126]. [1] . Comedia Vlysippo de Iorge Ferreira de Vasconcellos. Nesta segunda impressao apurada e correcta de algus erros da primeira, con todas as licenças necessarias. Lisboa, Pedro Craesbeck, 1618, con Privilegio Real. 8.º 4 hs. prls. 278 foliadas y dos blancas al fin.

Hay una reimpresión de Lisboa, 1787, hecha por Benito de Sousa Farinha, tan poco apreciable como la de la Eufrosina.

[p. 126]. [2] . En la aduertencia ao Leitor que precede a la comedia Vlysipo, y que seguramente salió de su plume, aunque no lleva su nombre:

«Das Comedias que Jorje Ferreira de Vasconcellos compos foy esta Vlysipo a segunda, estando ja no serviço del Rey nesta cidade...

E a derradeira a sua Aulegrafia cortesam em que cantando cygnea voce, como dizem, melhor que nunca, a nao imprimio por hum desgosto geral deste Reyno, que nella se contará a [a. Claro es que no en el texto de la comedia, sino en el prólogo o advertencia de ella. Pero al imprimir la Aulegrafia nada se dijo de esto.], se no bom trato que a esta se fizer, quizerdes mostrar o gosto que tereis destoutra sair, que está da pena do seu autor, e assi aprovada ja e com todas as licenças pera logo se poder imprimir... A outra comedia (es decir la Aulegrafia) nao tratando da Eufrosina, com a primeira parte da Tavola Redonda que pera a 3.a impresao emendou o autor em sua vida, de sorte que do meyo em diante em tudo ficou differente. E assi mais a 2.a Parte da mesma historia podeis começar a esperar muito em breve, que quiza ordenou o Ceo differirselhe a impressao pera este tempo, pera com ella se tornar a ouvir nelle a boa memoria deste Portuguez...'

Nada de lo que aquí se promete, excepto la Aulegraphia, llegó a publicarse.

[p. 127]. [1] . Comedia Aulegraphia, feita por Jorje Ferreira de Vasconcellos. Agora novamente impressa a costa de D. Antonio de Noronha. Dirigida ao Marquez de Alemquer, Duque de Francavilla, do Conselho de Estado. Lisboa, por Pedro Craesbeck, 1619. 4.º IV, 186 hs.

Desde la 179 hasta el fin del volumen se inserta una carta que se achou entre os papeis de Jorge Ferreira de Vasconcellos, composición de 344 versos en redondillas octosilábicas.

[p. 127]. [2] . (Portada en rojo y negro, con un grabadito que representa a un caballero ofreciendo una flor a una dama).

Tragedia Policiana. En la qual se tractan los muy desdichados amores de Policiano z Philomena, executados por industria de la diabolica vieja Claudina Madre de Parmeno, z maestra de Celestina. (Al fin): Acabose esta Tragedia Policiana a XX dias del mes de Nouiebre a costa de Diego Lopez librero, vecino de Toledo. Año de nra. Redepcion de mil z quinientos z quarenta y siete. Nihil in humanis rebus perfectum.

4.º let. got. 80 hojas foliadas.

A cada uno de los 29 actos precede una viñeta con las figuras de los interlocutores.

El ejemplar de la Biblioteca Nacional (fondo antiguo) es el que nos ha servido para esta reimpresión.

Los traductores castellanos de Ticknor (Madrid, 1851, tomo I, págs. 525-528) dieron un resumen del argumento de la Policiana.

 

[p. 128]. [1] . Esta edición es de Toledo «en casa de Fernando de Santa Cathalina» y se acabó «al primero día del mes de Março, año de 1548».

Véase lo que de ella dijo Wolf en su opúsculo sobre La Danza de la Muerte (Viena, 1852), traducido al castellano por don Julián Sanz del Río en el tomo XXII de la Colección de documentos inéditos para la Historia de España (Madrid, 1853), págs. 522-524.

[p. 129]. [1] . Vid. Orígenes de la Novela, T. 1, p. CCLXX. [Vol. 1 p. 422, Ed. Nac.]

[p. 129]. [2] . «El licenciado Jiménez hizo el Hospital de Amor, que imprimió por suyo Luis Hurtado.» (Discurso sobre la vida de Gregorio Silvestre).

Se refiere sin duda a «El hospital de galanes enamorados, con el remedio y cura para nueve enfermos que en él están», y a «El hospital de damas de amor heridas, donde son curadas otras nueve enfermas de amorosa pasión», insertos en Las Cortes de casto amor, de Luis Hurtado.

[p. 129]. [3] . Se deduce esta fecha de su poema de las Trescientas, acabado en 1582, donde declara haber cumplido cincuenta años.

[p. 132]. [1] . La acción de la Policiana pasa en Toledo, según todos los indicios.

[p. 133]. [1] . Sobre esta invocación de la perversa bruja me comunica mi querido amigo el admirable escritor don Francisco Rodríguez Marín, las curiosísimas noticias que van a leerse, y que son pequeña muestra de lo mucho que ha descubierto su tenaz investigación en el campo de las supersticiones populares.

       «La fórmula de conjuro:
       Con dos que te miro...

que Sebastián Fernández insertó en el acto XVI de la Tragedia Policiana, parece tomada, más bien que de la tradición oral inmediatamente, de una de las Epístolas familiares de Fr. Antonio de Guevara, de la IV de la segunda parte de su colección, único lugar en donde encuentro tal fórmula con el que del verso primero y con el verbo escantar del segundo. Este conjuro era comunísimo entre las hechiceras, y así, parece citado con frecuencia en los procesos inquisitoriales, unas veces como fórmula completa y otras como fragmento de otras de mayor extensión.

«En la causa seguida en 1600 contra Alonso Berlanga (Archivo Histórico Nacional, Inquisición de Valencia, legajo 28, núm. 1), figura entre los papeles que se hallaron en la casa de su manceba, uno en que los versillos en cuestión se dirigen a la valeriana, como remate de un conjuro hecho a esta hierba:

       Valeriana hermana,
       Yo te conjuro con Dios y con Santa María;
       Valeriana,
       Yo te conjuro con la luz del alba;
       Valeriana,
       Yo te conjuro con la claridat del dia;
       Con el libro misal
       Y con el cirio pascual...

»Y termina de esta manera:

       Con tres te miro (sic),
       
Con cinco te ato,
       Con sangre de leon tu vertut te pido,
       Que seas en mi favor de contino. »

Esta última parte de la fórmula se empleaba no sólo para hacerse querer, sino también, y cerca andaba lo uno de lo otro, para hacer mansos y sufridos a los hombres. Asi entre los cargos que se enumeran en la sentencia contra Isabel Bautista, año de 1638 (Inquisición de Toledo, legajo 82, núm. 28), figura el siguiente: «Y enseñó esta oración a dichas personas, que quando viniese su marido o su galán, dixessen:

       Con dos te miro,
       Con tres te tiro,
       Con cinco te arrebato,
       Calla, bobo, que te ato.

Y dándose una puñada en la rodilla, dixessen:

       Tan humilde vengas a mí
       Como la suela de mi çapato,

y que con esto quedarían desenojados y como un borrego.» Y en otra causa, seguida en 1645 contra Francisca Rodríguez, por el mismo tribunal toledano del Santo Oficio (legajo 94, núm. 230), dice acusando el Fiscal: «En otra ocasión dixo a cierta muger que si quería que un conjunto suyo callase aunque la viese hacer qualquier cosa, que lo haría; y quiriendo la dicha muger ir a consultar a otras hechizeras, esta rea (sic) la advirtió dello y la enseñó el conjuro siguiente:

       Con dos te miro,
       Con una te hablo,
       Con las pares de tu madre
       La boca te tapo.
       Señor San Silvestre, encántalo.

con que el conjunto se amansaba.» A idéntico fin, Bautista Hernández, procesada en 1723 por la Inquisición de Valencia (legajo 25, núm. 14), hacía tres nudos en una cinta, diciendo.

       Con dos te miro,
       Con tres te sigo,
       Con cuatro te ato,
       De tu sangre bebo,
       El corazón te parto,
       Con las parias (sic) de tu madre
       La boca te tapo.

Más interesante que todas las lecciones transcritas es otra para ligar a las personas, conservada asimismo en un proceso seguido en la Inquisición de Valencia por los años de 1639 (legajo 28, núm. 3). Entre los papeles que se recogieron en la casa de la procesada Juana Ana Pérez y que están unidos a los autos, hay uno que dice así:

       Con dos te miro,
       Con cinco te ato,
       Tu sangre bebo,
       Tu corazón te arrebato,
       Con las pares de tu madre y mía
       La boca te tapo.
       La garfia del fiero león
       Que te ligue y te ate el corazón.
       Asno, mira que te ligo
       Y te ato y te reato y te vuelvo a reatar,
       Que no puedas comer ni beber,
       Ni armar ni desarmar,
       Ni en campo verde estar,
       Ni en campo seco pasear,
       Ni en casa de nenguna mujer entrar.
       Ni con ella h lgar,
       Ni en viuda ni en casada
       Ni en doncellla ni en soltera a efeto llegar,
       De aquí delante de mis ojos vengas atado,
       Hechizado, conjurado,
       A quererme, [a] amarme;
       Todos tus dineros vengas a darme.
       Que vengas, que vengas, que vengas;
       Que hombre ni mujer te me detenga.

[p. 137]. [1] . También el autor de la primitiva Celestina se había acordado de este pasaje, aunque se me olvidó notarlo en su lugar oportuno (T. III, pág. CV. [Vol. III, pág. 374, Ed. Nac.]): «E assi contentarte he en la muerte (dice Melibea), pues no toue tiempo en la vida... ¡O padre mio muy amado! Ruegote, si amor en esta pasada e penosa vida me has tenido, que sean juntas nuestras sepulturas, juntas nuestras obsequias» (Acto XX). Es el mismo sentido de los últimos versos de Ovidio. Véase cuán antiguo y clásico abolengo tiene el grito que los entierren juntos de nuestros días.

[p. 138]. [1] . Comedia llamada Florinea: que tracta de los amores del buen duque Floriano, con la linda y muy casta y generosa Belisea, nueuamente hecha muy graciosa y sentida, y muy prouechosa para auiso de muchos necios. Vista y examinada, y con licencia impressa. (Escudo del impresor.) Vendese en Medina del Campo en casa de Adrian Ghamart, 1554. (Título en rojo y negro.)

(Al fin): Acaba la comedia no menos util que graciosa y compendiosa: llamada Florinea nueuamente compuesta. Impressa en Medina del Campo en casa de Guillermo de Millis, tras la iglesia mayor. Año de 1554.

4.º 4 hs. prels. sin foliar, y CLVI folios, let. gót.

El escudo del impresor Adrián Ghemart tiene la conocida divisa del halcón, con el mote post tenebras spero lucem, que algunos estrambóticos comentadores del Quijote han creído inventada por Cervantes para la primera edición de El Ingenioso Hidalgo, en 1605.

Hay algunos ejemplares que difieren de los restantes en llevar impresas con tinta negra, después de la palabra necios, estas otras: Compuesta por el bachiller Ioan Rodriguez Florian. Uno con esta portada tuvo don José Sancho Rayón, y pára hoy, según creo, en la biblioteca de la Hispanic Society, de Nueva York. También uno de los dos ejemplares que posee nuestra Biblioteca Nacional, y nos ha servido para la presente reimpresión, pertenece a esta clase.

En el que describen los adicionadores de Gallardo (Ensayo, IV, número 3.656) estaba manuscrito, al final, de letra antigua, el siguiente soneto, que sólo a título de curiosidad bibliográfica reproducimos:

           Hermanos, Floriano i Belisea,
       Grandes burros os hiço la natura,
       Al uno en no goçar la coniuntura
       I al otro en dilatar lo que dessea.
           Ausente, la beata cacarea,
       Rabia, muere, apetece i se apresura,
       I quando amor le muestra su ventura
       Se engroña, se desdeña i lo arrodea.
           Polites i Justina me contentan,
       Que a la segunda cuenta remataron,
       I de durables poco se atormentan;
       Estotros, matracones, no gustaron.
       A Lucendo por árbitro presentan:
       Dios sabe si despues se concertaron.

De la Florinea habla breve pero atinadamente Ticknor, que también la poseía (tomo I de la traducción castellana, pág. 220). Antes de él había fijado su atención en esta pieza el malogrado erudito sevillano don Juan Colom y Colom en sus Noticias del teatro español anterior a Lope de Vega (Semanario Pintoresco Español), Madrid, segunda serie, tomo II, año 1840, pp. 163-166).

En el inventario de los libros que a su fallecimiento dejó en su tienda Juan de Timoneda (Valencia, 26 de octubre de 1583) figura la siguiente partida:

«Item cinquanta comedies intitulades Floranteas a cinch plech tenen una ma.»

(Vid. Serrano Morales, La Imprenta en Valencia, 1899, pág. 553).

Estas Floranteas, que sólo tenían cinco pliegos, no pueden confundirse en modo alguno con la Florinea, que es muy voluminosa. Trátase, pues, de otra comedia desconocida hasta ahora.

[p. 139]. [1] . A veces, sin embargo, cae en el plagio literal, por ejemplo (escena quinta), cuando Lydorio habla mal de las mujeres, repitiendo los mismos conceptos y ejemplos de Sempronio: «Y porque no me digas que hablo de coro y que las infamo por mi cabeça, no acotando qué digan los que las conoscieron y qué vieron de ellas los que las trataron, mira en lo primero al sabio Salomon, que tanto las amó y tanto daño le vino por ellas, lo que de ellas dize en sus escrituras, quando se le offresce hablar de mugeres. Lee el Mantuano en una egloga, mira al Petrarcha, escucha al Ouidio, y atiende al Juuenal, e finalmente quantos sabios Gentiles, Judios, Christianos, Moros, Paganos, offreciendoseles en sus escritos materia en que hablar de mugeres, afanan y se desvelan en como avisar a los leyentes que se guarden en sus conuersaciones» (pag. 175).

[p. 140]. [1] . Pág. 306 de la presente edición.

[p. 140]. [2] . En todos ellos, lo mismo que en los de la Policiana, se nota menos irreverencia que en las Celestinas más antiguas, o está velada con eufemismos, porque los tiempos eran otros y la censura comenzaba a mostrarse más rigurosa. Véase alguna muestra de los disparatados fieros y bravatas de Fulminato: «Descreo del agareno y de toda la ley del Alcoran», «Descreo de los adoradores del becerro», «De Saturno ayuso reniego», «Descreo de los adoradores de Mars», «Descreo del inventor de la idolatria», «De todos los Talmudistas reniego», «Descreo de quantos adoran el sol», «Reniego de los Jebuseos», «Por el santo cerrojo de Burgos», «O, pesar de los Moabitas», «O, descreo de Jason y aun de Medea», «O, pesar de la casa santa de Mecha», «Descreo de los quiciales de la puerta del cielo», «Reniego del sepulcro de Absalon y del sceptro de Roboan», «Reniego del hijo de Latona», «Voto al santo Calendario Romano». Una sola vez jura «por las reliquias de San Salvador de Oviedo», otra por «la espada de Sant George y aun por la escriuania de Sant Lucas», y usa la expresión malsonante «descreo de la vida de los condenados» (pág. 166).

[p. 141]. [1] . «Tú sabrás cómo la fortuna, que favorece a los osados, me dió ventura en ganar trauacuenta con una viuda de hasta treynta y quatro, que en aspecto está como de diez y ocho. Esta no tiene en casa padre ni madre, ni can que la ladre, más de solo vna hija bonita y harto muchacha, de diez y siete para menos: ésta le sirue en casa de moça, y fuera de hija y authorizada doncella» (pág. 169).

[p. 141]. [2] . El rasgo de la hipocresía está finamente acentuado en Marcelia más que en ninguna otra de las Celestinas secundarias, incluso la de Feliciano de Silva. Véase singularmente la escena nona:

«Gracilia.- Pues dónde con manto y sombrero tan de mañana?

Marcelia.- A Nuestra Señora de los Remedios; luego en oyendo la missa primera soy de buelta...

Liberia.- Gran cosa es ésta, que no ha de faltar mi madre esta missa. Pero haze bien, que siempre trae su par de panecillos, y algo para ayuda de costa.

Grac.- Ya ves, prima, por tal señora lo haze. Pero no en balde dize ella tanto bien del sacristan, y agora veo que tiene razon...»

En el camino se encuentra con el paje Polytes, que no quiere creer que ella vaya a la misa del alba:

«Polytes.- Ni aun soy tan bouo como esso, que agora passé por junto a la Trinidad, y no ay sueño de abrir puerta.

Marc.- Y aun esto quiero.

Polyt.- Peor es de entender una muger que un Concejo. Pero atento que vas a missa donde no ay puerta abierta, las que como tú he topado disfraçadas, cruzando callejuelas, dime, van contigo a representar autos de comedias en cas de los abades o van por las llaues para abrirte la puerta donde tú vas?...

Marc.- Calla ya, no apures tanto las cosas, que con algo se han de mantener en honra las que se defienden de la pobreza, de lo que a mí cabe gran parte por mis pecados.

Polyt.- Y aun creo yo que tú y las otras andays estos passos en busca de los tales pecados.

Marc.- Ay, qué dizes? alguna malicia, asuadas.

Polyt.- La mesma. Pero digo que me agradas en darme a entender que andays estas andolencias a partir con los encerrados las quentas del rezar y las obladas con los sacristanes, y las raciones y capellanias y los beneficios con los clérigos» (pág. 192).

En la escena XV se vale de su fingida devoción para hacer llegar a manos de Belisea una carta de Floriano: «Por mi vida, pues que no hay una criatura en la yglesia, que quiero auenturarme a poner esta carta en la grada del altar de la Madre de Dios; porque si ellas son, no dexará Belisea de llegar la primera a hazer su oracion» (pág. 208).

En cambio, la parte de hechicerías es insignificante en esta pieza. «Quiero echar unos polvillos del cabron en esta carta, que ya los he hallado aprobados», dice Marcelia poco antes. No hay rastro de evocaciones ni de conjuros ni de fórmulas supersticiosas.

[p. 142]. [1] . «Pero mira, Floriano, que si tú como hombre buscas tu desatinado descanso, yo como donzella mamparo mi delicada honra. Y si tú buscas la consecucion de tu infectionada voluntad, yo defiendo mi libertad. E si tú quieres guiar tras tus venenosos y no limpios desseos, con tu amor desamador de mi honestidad, yo tengo de cerrar la puerta a todo lo que ni a mi ánimo trayga limpieza ni a mi spiritu reposada castidad. Por tanto como a hermano en tal amor te ruego me ames, y me quieras bien para mi bien, y no de suerte que queriendo me, quieras mal para ti y peor para mí. E con hazer tú esto, podras ganar en mí un amor que como a bien queriente de mi honra te tendre. De otra guisa, desamarte he como a enemigo de virtud, y perseguidor de mi honra, y menoscabador de mi limpieza, y matador de mi innocencia, y derramador de mi fama, y destruydor de mi reposo, y asolador de la casa de mi padre, y ensuciador de mi alta sangre. E si te han mentido de mí otra cosa, desapega la de tu imaginacion» (página 224).

«Agora que te hallo buen obediente, determino para hazer más por ti, mandar te lo segundo, y es que en este cenadero, al sonido destas fuentezitas, te sientes en este poyo, y luego, porque vaya cumpliendo mi palabra de hacer algo por ti, me quiero yo sentar en el mesmo poyo par de ti. Pero mira que al ver me sentar tan cerca de ti pienses que es más para mejor oyr te y responder te sin sonido de voz, que para despertar en ti algun atrevimiento de los que soleys tener los hombres en semejantes trances puestos que agora tú» (pág. 269). Belisea, aunque inferior en prosapia al duque Floriano, era de muy noble linaje: «Y quiero que sepas que Lucendo, el padre della, con ser cauallero de tanta estima y casta y poder en el reyno, y con ser uno de los más sabios que oy tienen ditado en España, quiere y tiene en tanto a la hija, que no pensará que errará en cosa que haga; y hecho, qualquier cosa la perdonará ligeramente» (pág. 289).

[p. 143]. [1] . En la, escena 2.a alude expresamente a un célebre capítulo del Marco Aurelio: «Mira lo que Faustina hizo por la llave...» (pág. 163).

[p. 143]. [2] . «De Floriano, pues, yo tengo lástima a su honra y gravedad y hazienda y alma. Lo primero, porque le comiençan a cobrar en opinion de poco assentado y mal concertado en sí y en su casa. Lo segundo, porque da parte de las flaquezas y tracta y comunica un duque Floriano, y en ojos de corte imperial, con vn paje y unos moços de espuelas. Lo tercero, he lástima a su hacienda, que la veo andar baylando en manos de amigos públicos de ella y enemigos secretos dél. Y veo le yr tras chismosos, tras rufianes, tras p..., tras alcahuetas, y con gente que con sus dones se honran, y de la honra dél despedacen camino de los burdeles, do se gaste mal la hacienda del que la heredó bien, y la posee bien, y la dispensa y gouierna mal... Y vereys que no dará audiencia ni crédito a vn criado antiguo, leal, seruicial, amador de su honra, defensor de su persona, augmentador de la gloria de su estado, y aun lo que peor y más peligroso es, que os cobrará enemiga porque le retraeys de los vicios, le desseays la salud, y le procurays por la hacienda, y le tractays de ensalçar su orden. Y esto es el porqué ay oy en dia pocos criados antiguos fieles bien medrados en las casas de los señores... Y aquellos por fieles van se con quitarles la racion porque no asisten, y darles a más librar (más por verguença que compelle al señor que por voluntad que le combide) el medio acostamiento, porque se van como buenos, y lleuanle doblado los livianos que asisten, porque se pican de andar más galanes que graues... y ansi se han tornado los palacios acorro de viciosos, porque se despueblan de viejos y se acompañan de moços, y porque ay poca audiencia de verdades y gran gula de mentiras... Y por esto con poca autoridad de los palacios, los seruientes de pelillo, los mentirosos, chismosos, malsines, truhanes, decidores maliciosos, chocarreros, como hallan audiencia en el Señor, ansí los tornan de su talle, si Dios y la buena condicion no los defiende de enviciarse» (pág. 211).

[p. 145]. [1] . Vid. escena XV (pág. 211).

[p. 145]. [2] . Vid. escena XVIII (pp. 223 y 224).

[p. 147]. [1] . Abundan los ejemplos de esto: «Y en lugar del anillo te quedo mi coraçon en este abraço» (pág. 182). «Bien dices; ve luego y buelve, que me quedas sola» (pág. 201). «Ay mezquina yo, ¿quién quedó abierta la puerta?» (ibid). «Y como Fulminato os quedó solos» (pág. 277).

[p. 147]. [2] . Comedia llamada Seluagia. En que se introduze los amores d'un cauallero llamado Seluago, con vna ylustre dama dicha Isabela: efetuados por Dolosina, altahueta famosa. Copuesta por Aloso de Villegas Seluago, Estudiante.

(Al fin): Fue impressa la presente obra en la Imperial Ciudad de Toledo: en casa de Joan Ferrer. Acabose a diez y seys dias del mes de Mayo. Año de mill y D.L.iiij.

(Esta portada tiene un grabado en madera, que representa una de las escena de la tragicomedia).

4.º let. gót. 76 hojas foliadas.

[p. 147]. [3] . Está en el tomo quinto de la colección de Libros raros o curiosos (Madrid, Rivadeneyra, 1873), el mismo que contiene la Seraphina.

 

[p. 148]. [1] .         Osado se puede sin duda llamar,
                                  Miradas sus faltas y pocos primores,
                                  Pues quiere sin fuerzas con otros mejores
                                  Valer, siendo pobre de baxo lugar:
                                  Sabemos de Cota que pudo empeçar
                                  Obrando su ciencia la gran Celestina;
                                  Labróse por Rojas su fin con muy fina
                                  Ambrosia, que nunca se pudo estimar.

Sin duda por haber puntuado mal estos versos, creyó Ticknor que la frase «pobre de baxo lugar» aludía a Cota, cuando por el contexto es visible que se refiere al autor mismo.

[p. 149]. [1] . Gran parte de lo que en la primera cena dicen Flerinardo y Selvago en loor y en vituperio del Amor está servilmente copiado de la obra de Sancho de Muñón, con los mismos ejemplos históricos.

[p. 153]. [1] . Risdeño.- Sabed que con vos tengo de ir, y lo que de vos fuere será de mí: ni quiero que penseis que aunque el cuerpo no es muy aventajado, que me faltará corazon para cualquier caso de afrenta, especialmente en vuestro servicio...

FIerinardo.- Por mi fe, Risdeño, si fueras del tamaño de San Cristóbal y tuvieras esfuerzo conforme al que con ese pequeño cuerpo demuestras, que tú solo tuvieras más aventajada fortaleza que todo el mundo.

Risd.- ¿Cómo, señor, y tan a pocas hablas en mi gran valentía? Pues yo os aseguro que sin que San Cristóbal me prestase su cuerpo, osase entrar en campo sobre un caso de honra con quatro tales como vuestro criado Escalion, y aun pensaria de les llevar los despojos.

FIerin.- Por mi vida, Risdeño, que si fueras en tiempo de los epimeos, a quien tú pareces, que dellos fueras en rey elegido, porque los defendieras de las grullas, que con ellos tienen batalla» (pp. 210 a 211).

[p. 153]. [2] . Este elogio de los enanos (pp. 261 a 263), que al parecer se funda en otro más antiguo compuesto en verso («En metro os las podria decir, porque así me las enseñaron a mí»), recuerda enteramente el gracejo de las Epístolas familiares del obispo Guevara.

[p. 154]. [1] . PP. 16 a 19. Expuesta la doctrina de Nasón, continúa: «Otro remedio cuenta para el amor el magnifico caballero Pero Mexia en su Silva, con el cual sanó Faustina, mujer de Marco Aurelio; la cual como excesivamente amase a un esgrimidor de los que hacían los regocijos públicos, y viéndose en peligro de muerte, por esta causa los médicos mandaron matar y quemar al esgrimidor, y los polvos bebidos por Faustina fué libre de su amor inhonesto.»

[p. 159]. [1] . Primera parte de Flos Sanctorum nueuo: hecho por el Licenciado Alonso de Villegas, capellan en la Capilla de los Moçaraues de la Sancta Iglesia de Toledo. Toledo, por Diego de Ayala, en treze dias de Mayo, de mil y quinientos y setenta y ocho años.

[p. 159]. [2] . Flos Sanctorum, segunda parte y Historia general en que se escriue la vida de la Virgen Sacratissima madre de Dios, y señora nuestra; y las de los Santos antiguos que fueron antes de la venida de nuestro Saluador al mundo: collegidas assi de la diuina escriptura, como de lo que escriuen acerca desto los sagrados doctores, y otros autores graues y fidedignos. Ponese a fin de cada vida alguna doctrina moral, al proposito de lo contenido en ella con diuersos exemplos. Tratase de las seys edades del mundo, y en ellas los hechos más dignos de memoria que en él sucedieron. Puesto en estilo graue y compendioso... Por el Maestro Alonso Villegas, Capellan en la Capilla Moçarabe de la Santa yglesia de Toledo, beneficiado de San Marcos, y puesto otra vez en mejor estilo por el mismo Autor. .. Toledo, por Juan Rodríguez, 1588.

 

[p. 160]. [1] . Flos Sanctorum. Tercera parte. Y Historia General en que se escriuen las vidas de Sanctos estrauagantes y de varones ilustres en virtud: de los quales, los unos por hauer padecido martirio por Iesu Christo o auer viuido vida Sanctissima, los tiene ya la Iglesia Catholica puestos en el Catalogo de los Sanctos. Los otros que aun no estan canonizados, porque fueron sus obras de grande exemplo, piadosamente se cree que estan gozando de Dios en compañía de sus bienauenturados... Toledo, por Juan y Pedro Rodriguez, hermanos, impressores y mercaderes de libros, 1588.

Ejemplar de la Biblioteca Provincial de Toledo, descrito por Pérez Pastor, núm. 386. Este eminente investigador publicó en otro libro suyo (Bibliografía Madrileña, parte tercera, 1907, pp. 516 y 517) el curioso documento que sigue:

«Recibimos la V. S. de XIII del pasado a los 27 del mismo, en que V. S. manda se recoja la tercera parte del Flos Sanctorum, ordenado por el maestro Villegas, impreso en Toledo año de 1588, y en cumplimiento della se leyó aquí ayer domingo edicto para recoxerla, y han comenzado hoy a traer algunos libros destos, ansi de los impresos en el dicho año de 1588 y en los deste año de 1589, y porque en entrambas impresiones está el principio y fin de las razones que V. S. manda borrar, y en los deste año de 89 falta lo de la monja de Portugal, dudamos si faltando esto en otra impresion, se ha de quitar lo demas de las llagas de San Francisco y otras cosas a este propósito, y hasta tener respuesta de V. S. de lo que en esto se haga, habemos suspendido el enviar por el districto. Suplicamos a V. S. nos mande avisar de su voluntad, porque habiéndose de quitar lo uno y lo otro, es necesario poner otros edictos que exiban los de entrambas impresiones... En Toledo, XII de Junio de 1589.» (Archivo Histórico Nacional. Inquisición de Toledo. Cartas para el Consejo, fol. 211).

Como se ve, uno de los motivos que tuvo la Suprema para recoger este tomo tercero fué lo que en él había estampado el cándido Villegas sobre las llagas y demás embelecos de la célebre monja portuguesa Sor María de la Visitación. Si los falsos milagros de aquella embaucadora llegaron a sorprender por un momento la mente angelical de Fr. Luis de Granada, ¿qué mucho que también tropezase el hagiógrafo toledano? Pero la Inquisición, en este caso como en otros análogos, desempeñó un papel contrario al que vulgarmente se le atribuye, castigando con rígida mano la impostura y oponiéndose a su divulgación.

[p. 161]. [1] . Flos Sanctorum y Historia general de la vida y hechos de Iesu Christo, Dios y Señor Nuestro, y de todos los Santos de que reza y haze fiesta la Iglesia Católica, conforme al Breuiario Romano, reformado por el decreto del Santo Concilio Tridentino, junto con las vidas de los Santos proprios de España y de otros extrauagantes. Quitadas algunas cosas apocrifas e inciertas. Y añadidas muchas figuras y autoridades de la Sagrada Escritura, traydas aproposito de las historias de los Santos. Y muchas anotaciones curiosas, y consideraciones prouechosas. Colegido todo de autores graues y aprouados... En esta vltima impression van añadidas algunas cosas, y puestas otras en mejor estilo, por el mismo autor... Toledo, por la viuda de Juan Rodriguez, 1591.

-Flos Sanctorum. Scgunda parte. Toledo, por Iuan Iaure, a costa de los herederos del dotor Francisco Vazquez. Año de 1594.

(Al fin): «Yo el Maestro Alonso de Villegas, emende esta segunda parte del Flos Sanctorum de muchas erratas y palabras trocadas que tenia: especialrnente en las cotas marginales que estauan may deprauadas. Y assi seruira de original para que por él se hagan otras impressiones. Y en testimonio de verdad la firmé de mi nombre.»

En 18 de julio del mismo año de 1594 puso Alonso de Villegas una nota marginal en el códice que poseyó de la Coronyca de las antigüedades de España de Fr. Juan de Rihuerga, y existe hoy en la Biblioteca Nacional. Villegas declara que le acabó de leer siendo de edad de sesenta años.

[p. 161]. [2] . Flos Sanctorum. Quarta y ultima Parte. Y Discursos, Sermones sobre los Evangelios de todas las Dominicas del año, ferias de Quaresma y de santos principales: en que se contienen exposiciones literales, doctrinas morales, documentos espirituales, auisos y exemplos prouechosos para todos estados. Dirigida al Principe de España don Felipe segundo deste nombre. Por el Maestro Alonso de Villegas, sacerdote Teologo y predicador, capellan en la capilla moçarabe de la Santa Iglesia de Toledo y beneficiado de San Marcos, natural de la misma ciudad de Toledo... Madrid, en casa de Pedro Madrigal: MDLXXXIX.

Lleva un retrato del autor con esta inscripción, que naturalmente no se refiere a la edad que tenía Villegas al tiempo de hacerse esa edición, sino que está tomada de otra anterior: «Alfonsus de Villegas Tolet. Theol. Vitarum Sanctorum Scriptor. Annos agens 49.»

[p. 162]. [1] . No la menciona don Fermín Caballero en su opúsculo La Imprenta en Cuenca (Cuenca, 1869), pero sí la Cuarta parte impresa allí mismo, en casa de Juan Masselin, a costa de Cristiano Bernabé, mercader de libros, en 1592. Así en el colofón; pero en el frontis se puso, por una superchería o convenio editorial, la indicación de Madrid, en casa de Pedro Madrigal año 1593.

Sería impertinente aquí apurar la extensa y algo complicada bibliografía del Flos Sanctorum de Alonso de Villegas. La última edición de las muchas que la Biblioteca Nacional posee es la de Madrid, 1721 a 1724.

[p. 162]. [2] . «Vitoria y trivnfo de Iesv Christo, y libro en que se escriven los Hechos y milagros que hizo en el mundo este Señor y Dios nuestro, doctrina que predicó, preceptos y consejos que dio: conforme a como lo refieren sus Evangelistas y declaran diversos Doctores. Ponense conceptos y pensamientos graues, exemplos y sucessos marauillosos, consideraciones y contemplaciones piadosas de lo qual con el diuino fauor los Letores pueden sacar importante prouecho. De modo que, a imitacion del mismo Jesu Christo, alcancen vitoria de los demonios y vicios que les hazen continua guerra: y assi adornados de virtudes y obras meritorias, subiran triunfando al gozo de los bienes eternos de la Gloria... Por el Maestro Alonso de Villegas... Es sexta parte de sus obras. En Madrid, por Luis Sanchez, 1603».

[p. 162]. [3] . Vida de Isidro Labrador, cuyo cuerpo está en la Iglesia Parroquial de San Andrés de Madrid; escrita por el Maestro Alonso de Villegas, toledano. Dirigida a la muy insigne villa de Madrid. Madrid, por Luis Sanchez, 1592, 27 hojas.

[p. 163]. [1] .  Traslado de la carta y relacion que embió a su Magestad el señor don Alonso de Cárcamo, corregidor de la imperial ciudad de Toledo. Relacion que hizo a su magestad Estaban de Garibay su coronista. Dificultades i obiecciones cerca de la opinion que el bienauenturado martyr San Thyrso fué natural de Toledo. Apologia en que se responde a algunas obiecciones y dubdas puestas asi contra la carta del Rey Silo, como contra la verdadera declaracion del hymno ghotico de San Thyrso, embiada al rey nuestro señor, por don Alonso de Cárcamo, su corregidor en Toledo. Planta y alzados de las ruinas descubiertas. A don Alonso de Cárcamo, corregidor de Toledo, el maestro Alonso de Villegas. Vida de San Thyrso martir, colegida de diversos autores por el maestro Alonso de Villegas. En Toledo, por Pedro Rodriguez, 1595. Fol. 38 hs.

[p. 163]. [2] . Via Vitae. Libro que contiene instituciones y exercitaciones espirituales para el christiano, en que se enseña de qué manera ha de comenzar y proseguir el camino de las virtudes hasta llegar a ser perfecto, hecho por Don Florencio Harlemano, monje cartuxo en Lovaina. Traduxole de la lengua teutónica en latin Tacito Nicolao Zegero, del orden de los menores, y en español el maestro Alonso de Villegas, toledano. Ms. al parecer autógrafo, que poseyó don José Sancho Rayón.

Esta versión es un nuevo dato para apreciar la influencia que pudieron tener los místicos alemanes en los nuestros.

[p. 163]. [3] . Catálogo Descriptivo e Histórico de los Cuadros del Museo del Prado de Madrid, por D. Pedro de Madrazo, Parte primera, pág. 519.

[p. 164]. [1] . «Selvagia, comedia al modo de Celestina, para remedio de los estudiantes mundanos, que después, y aplicado a cosas sagradas solamente, procuró recoger con gran diligencia. He leído de su mano un libro de cuentos varios.»

[p. 164]. [2] . «Selvagia Comedia: ad Celestinae imitationem olim confecerat, quam tamen supprimere maxime voluit curavitque iam maior annis totusque studio pietatis deditus. Prodiit haec Toleti.

Libros (sic) de qüentos varios, quem Ms. se vidisse refert D. Thomas Tamaius in magna Collectione librorum Hispanorum» (Bibliotheca Hispana Nova, tomo I, pág. 55).

[p. 164]. [3] . Catálogo de la Biblioteca de Salvá, I, núm. 1.497. «Horrorizado sin duda Alonso de Villegas de su primera producción, procuró recoger y destruir cuantos ejemplares le vinieron a las manos, y a esto se debe indudablemente el que sea una de las comedias más raras de nuestro antiguo teatro.»

[p. 164]. [4] . El que poseyó el mismo Salvá, el que fué de don Pascual Gayangos y hoy pertenece a la Biblioteca Nacional, el del Marqués de Pidal, el de don Isidoro Urzáiz y algún otro.

[p. 165]. [1] . Obras de Ioachim Romero de Cepeda, vezino de Badajoz. Dirigidas al muy ilustre señor don Luys de Molina Barrientos, del Consejo de su Magestad en la Real Audiencia de Seuilla. Com (sic) preuilegio. En Seuilla. Por Andrea Pescioni. Año de 1582. A costa de Francisco Rodríguez, mercader de Libros.

4.º, 140 hojas, contando las tres primeras de preliminares.

La Comedia Salvaje ocupa los folios 118 a 138. Al fin de cada jornada se pone la lista de las personas de ella.

Va en el mismo tomo otra pieza dramática de Romero de Cepeda, la Comedia Metamorfosea (folios 130 a 137). Pertenece al género pastoril, y consta de tres jornadas muy breves. Moratín, que caprichosamente la asigna la fecha de 1578, la da como anónima en sus Orígenes del Teatro (número 131), refiriéndose a un ejemplar que existía en la biblioteca del Convento de dominicos de Santa Catalina de Barcelona. Acaso sería una edición suelta o la comedia estaría desglosada del tomo de las Obras. El mismo autor (núm. 156) cita una edición de la Salvaje (Selvaje dice) de Sevilla, 1582, que alcanzó a ver en la misma biblioteca barcelonesa y sobre la cual nos cabe la misma duda.

El tomo completo de las Obras de Joaquín Romero de Cepeda es muy raro. Nuestra Biblioteca Nacional posee el ejemplar que fué de don Agustín Durán. Existe también en la Escurialense y en la Nacional de París.

Tanto la Salvaje como la Metamorfosea fueron reimpresas con bastante desaliño por don Eugenio de Ochoa en el tomo primero del Tesoro del Teatro Español que publicó el editor Baudry (París, 1838), págs. 286-308. Y muy recientemente lo han sido en el Archivo Extremeño, erudita revista que se publica en Badajoz.

[p. 166]. [1] . El poeta escribe unas veces Anacreo y otras Anacreon, según cuadra a la medida de sus versos.

[p. 168]. [1] . Historia lastimera d'el Principe Erasto, hijo del Emperador Diocletiano, en la qual se contienen muchos ejemplos notables y discursos no menos recreativos que provechosos y necesarios, traduzida de Italiano en Español, por Pedro Hurtado de la Vera. En Anvers, en casa de la Biuda y herederos de Iuan Stelsio, 1573.

8.º 113 pp. dobles.

El original italiano se titula, en la edición que tengo a la vista: Erasto dopo molti secoli ritornato al fine in luce. Et con somma diligenza dal Greco fedelmente tradotto in italiano. In Vinegia apresso Agostino Bindoni l'anno M. D. LI (1551). La 1.a edición es también de Venecia: Li compassionevoli auuenimenti d'Erasto, opera dotta et morale di greco tradotta in volgare (1542).

[p. 169]. [1] . Comedia intitulada Doleria d'el Sueño d'el Mundo, cuyo Argumento va tratado por via de Philosophia Moral: aora nueuamente compuesta por Pedro Hurtado de la Vera (Escudo del Mecenas). En Anvers. En casa de la Biuda y herederos de Iuan Stelsio. Año de M. D. LXXII. Con gracia y priuilegio.

(Al fin): En casa de Daniel Veruliet, año 1572.

12.º 2 hojas sin foliar, de portada y principios, y 142 páginas dobles.

-En Amberes, en casa de Guslenio Iansens, al Gallo vigilante, 1595. Con gracia y privilegio. Edición idéntica en todo a la anterior.

-La Doleria del sueño del Mundo. Comedia tratada por via de Philosophia Moral. Iuntamente van aqui: Los Proverbios morales. Hechos por Alonso Guajardo Fajardo. Paris, Ivan Foüet, M. D. C. XIIII.

12.º 6 hs. prls. y 193 folios para la comedia. Los proverbios tienen paginación diversa, que llega hasta el folio 47, numerado 46 por errata.

Estos Proverbios son doscientos ochenta. César Oudin reprodujo en su colección 49 acompañados de versión francesa.

No podemos adivinar por qué motivo se suprimió en esta edición de la Doleria el nombre de Hurtado de la Vera, y se añadió un escrito ajeno y muy anterior a él, como son los Proverbios. La primera edición de esta obrita moral se había publicado en Córdoba.

Proverbios morales. Hechos por un cauallero de Cordoua, llamado Alonso Guajardo Fajardo. Dirigido al excellentissimo Señor don Gonçalo Fernandez de Cordoua, Duque de Sessa y de Vaena, Conde de Cabra, Governador y Capitan General de Milan y estados de Lombardía. Con Priuilegio. En Cordoua. Por Gabriel Ramos Bejarano, 1586 (al fin, 1587).

8.º 51 hs. y una blanca al fin. Precede al texto una «Carta de Sebastian de Leon, vecino de Cordoua, clérigo, al Sr. Pedro Guajardo de Aguilar, hijo mayor del autor, y uno de los veinticuatros del Regimiento de Cordoua».

«Illustre Señor. De muchas cosas que el señor Alonso Guajardo, padre de V. merced y señor mio, escriuio, así en lengua Latina y Griega como en la Toscana y Española y aun Francesa, porque en todas tuuo general erudicion, los Proverbios Morales son los que mas se frequentan y andan en el vso, y se estiman de todo género de gente por la doctrina y christianos auisos de que tratan. Y como por los traslados de diversas manos que dellos ay, se ha perdido y venido en corrubcion la primera verdad en que fueron escritos, que ha mas tiempo de sesenta años, pues el de mil y quinientos y veynte y quatro, en la ciudad de Palermo en Sicilia, siendo el Señor Alonso Guajardo Capitán y Alguacil mayor de la sancta inquisicion de todo aquel reyno y yslas adjacentes, parece por el borrador antiguo que los cscrivió, hize muchas veces con su merced, para preuenir los yerros venideros, la instancia que bastaron mis fuerças, suplicandole los mandase o consintiese imprimir, y no lo pudiendo acabar, ni otras personas muy graues que como yo deseauan su seruicio, lo bolví a intentar en la ausencia que hizo desta ciudad siendo Corregidor en la de Huescar, pareciéndome menor daño que el de mi castigo quando se supiesse, aunque fuesse grande, que el que se seguiria de oscurecer y perderse obra tan universalmente buena, y tan dina de memoria larga; pero esto no pudo ser tan secreto que no llegase antes a su noticia, y con correo a diligencia agradeciendo mi voluntad, me mandó que en contradiccion de la suya no prosiguiese mi intento, fundando esta defensa en que el excellentisimo Duque de Sessa don Gonçalo Fernandez de Cordoua, a quien los dedicó, no pudo acabar con él que sacase a plaça con titulo de su nombre obra tan corta, y de tan pocos renglones, y asi paró mi denuedo, hasta que con su fin y muerte le he cobrado de nuevo, y a mis solas he ganado licencia para hazer imprimir un traslado que vino a mi poder, que más que todos los otros parece fiel. Suplico a vuestra merced no se desirva de ello, y tenga por bien que a esta ciudad de Cordoua, a quien tanta parte toca de la honra de tal hijo, se comuniquen impresos precetos tan dinos de ser sabidos, y hechos de un tan christiano y discreto cauallero que siempre puso por obra la virtud que aconsejó...»

Vid. Valdenebro y Cisneros (don José Maria), La Imprenta en Córdoba, obra premiada por la Biblioteca Nacional. Madrid, 1900, pp. 19 a 21.

En 1623 don Carlos Guajardo Fajardo obtuvo licencia del Consejo para reimprimir estos Proverbios por tiempo de cuatro años, pero esta reimpresión no llegó a efectuarse.

Hay una moderna lindísima, de cien ejemplares, publicada en Sevilla, año 1888, por el bibliófilo don Agustín Guajardo Fajardo de Torres, descendiente del autor.

He aquí el primero y el último de los Proverbios de Guajardo, manifiestamente imitados de Gómez Manrique y otros poetas del siglo XV:

       Por el agosto la nieue
       Parece contra razon,
       Viene el agua sin razon
       Quando en el estio llueue.
                         . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
       Guarnezcala de alto muro
       Virtudes en derredor,
       Y morará el fundador
       De toda virtud siguro.

En este género de poesía paremiológica, Alonso Guajardo supera a Alonso de Barros y a Cristóbal Pérez de Herrera, más conocidos que él, pero es inferior al catalán Setantí, autor de los Avisos de amigo.

Las dos ediciones que poseemos de la Doleria (Amberes, 1572, y París, año 1614) son incorrectísimas, como impresas en país extranjero; pero como no tienen exactamente las mismas erratas, sirven a veces para corregirse la una a la otra. Con ambas va cotejado el texto de la presente reimpresión.

[p. 171]. [1] . «Por tener compañía al gran Rugiero» (pág. 318). «Mejor sería hallar las fuentes de Merlin de amor y desamor para poner la vna al opposito de la otra y hazer morir Angélica por Reynados, y él que huyese de ella como del diablo» (pág. 345). «No sea ella la de Ferraguto viuo, que llevaua a Ferraguto muerto» (pág. 379). «Esto es lo bueno para entrar y salir, como hazia Malgessi ayudando sus doze pares» (pág. 379). «Deues hauer soñado con Carcel de Amor o Guarino Mezquino (pág. 331).» «Estava en la gloria de Niquea, con los amores de Amadis» (pág. 332, alusión a Feliciano de Silva). «Y encantar más tierras que el sabio Alquife» (pág. 354). «Y no podrias darme mejor fiesta por discantar a mi plazer los ademanes de Zirfea, Reina de Cartas, esclava de Argenes» (pág. 361). «Mal año para don Galaor o cualquiera de los doze Pares» (pág. 363). «Nuestro primo Heraclio... nos mete en trabajo aora de buscar Astolpho de Inglaterra con su hypofrifo, que le vaya por el meollo al cielo como hizo al de Orlando» (página 369). «Quise tanto a vna que passara el arco de los leales amadores, pensando ser no menos querido della; mas a la postre, porque no me reyesse de los otros, uve de descender al infierno de Anastarax» (pág. 372). Todavía hay otras alusiones a la literatura caballeresca italiana y española, común recreo de entonces.

[p. 171]. [2] . Pág. 331. «Por la calzada va el moro,-por la calzada adelante» (página 356). «Y tu merced no sabe quándo es de dia, ni quándo las noches sone, como dezia el prisionero» (pág. 364). «Y dile recibí cartas que Alfama era tomada» (pág. 372). «Madre y hija son entrambas,-y esta noche se nos vone: palabras que yban diziendo-monedas de oro sone, que se mataron por dos,-que no valen medio none» (pág. 339, parece contrahecho de burlas a imitación de los antiguos). «Yerros hechos por amores-dignos son de perdonare» (id.). «Parildo, infanta, parildo,-que assi hizo mi madre a my» (página 351). «Vuelta, vuelta, los franceses-con corazon a la lid.» Cita también las coplas de Jorge Manrique (pág. 345), y algún cantarcillo popular: Vuélvete a tu majada, pastor,-toma tu zurron,-que no hay más dongolondron (pág. 364).

Los pocos versos que hay en la Doleria son casi todos de la antigua escuela, salvo algún pésimo soneto. En los versos cortos tiene más soltura y gracia:

           Damas, si soys tristes,
       Vos lo merescistes.
       De ser muy risueños
       Lloran vuestros ojos,
       Tengan sus enojos
           Como vos los sueños.
       Damas, mal dormistes,
       Pues tan mal soñastes,
       Si assi recordastes,
       Bien lo merecistes (pág. 386).

[p. 172]. [1] . Ya en la dedicatoria al Duque de Medinaceli alega Pedro Hurtado ciertas palabras de Alcibiades en el Simposio platónico: «V. Excellencia la defienda (esta comedia), y tome, no por liuiana o sensual como paresce, sino por los Sylenos que dizen de Alcibiades (eran estos Sylenos ciertas caxuelas pintadas por de fuera, con figuras de Satyros y otros animales desprezibles (sic) y ridiculos, mas lo de dentro no tenía precio)» (pág. 312).

Del Enchiridion de Epicteto procede este pasaje:

«Astasia. -Conviene representar tu parte d'esta comedia con los habitos que el maestro lo ordenare.

Idona.- No lo entiendo.

Astasia.- Yo te lo declararé; este mundo es el Theatro, nosotros las figuras, Dios el que ordena la comedia; en ser Rey en ella, Monarcha, o capitan, no está la gloria, sino en representar bien su figura cada vno, o sea de loco, de cozinero, labrador, pastor o moço de cauallos. Es menester obedescer al hado y no extrañar lance ninguno, porque viene de alta mano» (página 326).

Las escenas en que intervienen Morpheo y Charon parecen sugeridas por los diálogos de Luciano, que está nominalmente citado más de una vez: «Llamaríamos a Luciano en nuestra ayuda o a Charon, que es el verdugo d'estas burlerias» (pág. 329).

Hay también algunas reminiscencias del Asno de Oro, leído en la traducción de Cortegana como lo prueba la sustitución del nombre de la criada de la hechicera (Photis en el original latino) por el de Andria.

Asosio.- Hablas como reyna; esa es la más cierta experiencia. Pero no sea éste el de Apuleyo, y tú Andria para mí? Noramala acá, vernia a ser asno toda mi vida.

Doleria.- No ves que estamos en el mes de mayo, y que terniamos a la ora rosas?

Asosio. -O pese al mundo, en mayo fue lo otro; pero el asno primero huvo ciertos palos, y seruió mil amos con cien nil lazerias.

Dolería.- Sí, mas ya estamos aduertidos, y esso fue en Thesalia.

Asosio.- Doyle al diablo, que en cualquiera parte se hallan ya Milones y ladrones» (pág. 352).

[p. 174]. [1] . Pág. 313 del tomo presente. [Textos]

[p. 175]. [1] . Pág. 336: «Todavía quiero que me prometas trabajar de contentarte y creresme». Pág. 339: «Hasta las teneres en la mano». Pág: 353: «Para acabares a las dos». Pág. 357: «Dexareste engañar». Pág. 363: «En qué te offendí para me offenderes? en qué te burlé para me burlares?» Pág 369: «Es una salsa para comereste los dedos de sabrosa». Pág. 370: «Burlareste de mí y hazeresme morir con tus descuydos?»

[p. 175]. [2] . «Bandida de sí la carne» por «desterrada» (pág. 328). «Pero no hazes que irme a la mano rústicamente» (pág. 357). «Los officiales haziendo el reporte de lo que por las manos passa» (pág. 382). «No hay en él que la sombra» (pág. 383).

También se nota algún italianismo, como escabello (pág. 350) estriega por bruja (pág. 375), y bastantes latinismos, entre ellos colligantia (pág. 371) y parentes en vez de parientes (pag. 336). Algunas voces, como tristoño (página 360) y amadiosa (pág. 361), que tienen visos de portuguesas, pueden ser extremeñísmos o leonesismos. La primera se encuentra en las farsas pastoriles compuestas en tierra de Salamanca a principios del siglo XVI.

[p. 177]. [1] . La vida militar y política de Mendoza merece un libro que no ha sido escrito aún, y cuya base debe ser su riquísima correspondencia diplomática, aprovechada ya, aunque no completamente, por los historiadores franceses. Dos preciosos artículos del señor Morel-Fatio, publicados en el Bulletin Hispanique de 1906 (Don Bernardino de Mendoza. I, La Vie. II, Les Oeuvres), son, hasta ahora la más cabal biografía del autor de los primeros Comentarios de las guerras de los Países Baxos.

[p. 177]. [2] .  Li Commentari di Francesco Verdugo delle cose sucese in Frisia nel tempo che egli fu Gobernatore e Capitan Generale in quella provincia. Non mai prima messi in luce et tradotti della lingua Spagnuola nell' Italiana. Con la vita del medesimo Verdugo. Dedicati da Girolamo Frachetta all Illustris. et Eccellentis. Sig. Don Giovan Allonso Pimentelo d'Herrera. Conte di Benevento, Vicere & Capitan Generale del Regno di Napoli. In Napoli, nella Stamperia di Felice Stigliola, a Porta Reale. M. DCV (1605).

[p. 177]. [3] . Comentario del coronel Francisco Verdugo, De la guerra de Frisa: en XIIII Años que fue Gouernador y Capitan general de aquel Estado, y Exército, por el Rey D Phelippe II. N. S. Sacado a luz por D. Alfonso Velazquez de Velasco. Dedicada a D. Francisco Ivan de Torres, Comendador de Museros, de la Orden de Santiago; Alcayde perpetuo de la Casa Real de Valencia, del Consejo Colateral de S. M. & En Napoles. Por Iuan Domingo Roncallolo, 1610. Con licencia de los superiores.

8.º 18 hs.

Reimpreso por los señores Fuensanta del Valle y Sancho Rayón en su Colección de libros españoles raros o curiosos, tomo II (Madrid, 1872).

[p. 178]. [1] . PP. 1-2 de la reimpresión.

[p. 178]. [2] . Curiosidades de la Historia de España. Tomo III. El Coronel Francisco Verdugo (1537-1595). Nuevos datos biográficos (Madrid, Rivadeneyra, año 1890), pp. 39 y 40.

[p. 179]. [1] . Véase, como muestra, el principio de una de las narraciones más felices: «El invierno entraba áspero, y nuestra gente, por lo que habia padecido en el sitio y la extrema necesidad que pasaba, estaba muy descontenta, por lo cual invié a llamar a Tassis para que recogiendo el trigo que se pudiese hallar en la Tuvent, lo llevase dentro de la villa. Y considerando que habia mucho tiempo que no llovia, y que ordinariamente hacia la fin del otoño, como no llueva, el Rin está más baxo que en todo el año, y por consiguiente los demás brazos dél, y más con los vientos orientales; venido, le ordené que buscase vado, no dudando de que le hallaria (por tener alguna experiencia de aquel rio, del tiempo del Duque de Alba, el cual me invió de guarnicion a Deventer con el coronel Mondragon}, y hallándole, que passase y tentase si por detras podria ganar los fuertes que el enemigo habia dexado, y en caso que no, se entrase por la Velluva adelante a executar las contribuciones que habían prometido y no pagado, y para este efecto le proveí de más gente de la que él tenia. Avisóme que habia hallado el vado, y que pasaba y seguia la orden que yo le habia dado. Hubo dificultad en el pasar, porque por el rio venian ya los hielos grandes por los cuales se perdieron algunos de nuestra caballeria; la infanteria pasaba en barcas y a ancas de caballos, muy poco a poco y con mucho trabajo. Hacía una niebla tan espesa, que impedia que los de los fuertes del enemigo no los viesen, mas oyendo algun ruido, inviaron cuarenta o cincuenta soldados a reconocer, y hallaron que los primeros de nuestra infanteria habian pasado, y que, hecho fuego, se estaban calentando alrededor de él, y por la escuridad de la niebla estuvieron muy cerca unos de otros antes de verse. Nuestros soldados desesperadamente cerraron con ellos, sin capitanes, porque todos estaban de la otra parte del rio ocupados con Tassis en hacer pasar la gente, fuéronlos siguiendo hasta hacerlos meter en su fuerte, y con el mesmo ánimo cerraron con él, y ayudandose los unos a los otros con las picas y alabardas lo mejor que pudieron, le entraron y degollaron más de cien hombres» (pág. 83).

[p. 179]. [2] . Pág. 106 de la ed. de Rivadeneyra (Historiadores de sucesos particulares, tomo II).

[p. 180]. [1] . Odas a imitacion de los siete salmos penitenciales del Real Propheta David, por Diego Alfonso Velazquez de Velasco. Al Ilmo. y Excmo. Señor D. Pedro Enriquez, Conde de Fuentes, d'el Consejo d'Estado d'el Rey Catolico nuestro Señor. En Amveres. En la Emprenta Plantiniana. Año M. D. XCIII.

8.º 67 pp. inclusos los preliminares, un soneto con que termina y dos hojas más con un Preuilegio y tres aprobaciones. Lleva dos escudos de armas, el del impresor Plantino y el del Mecenas, y una lámina del rey David, todo ello grabado en cobre.

Fueron reimpresas estas odas por don Francisco Cerdá y Rico, en el curioso volumen titulado: Poesías Espirituales escritas por el P. M. Fr. Luis de Leon, del Orden de S. Agustin; Diego Alfonso Velazquez de Velasco; Fray Paulino de la Estrella, del Orden de S. Francisco; Fr. Pedro de Padilla, del de N. S. del Carmen, y Frey Lope Felix de Vega Carpio... En Madrid: en la Imprenta de Andrés de Sotos. Año de M. DCC. LXXIX (1779).

8.º pp. 61-120.

 

[p. 181]. [1] . La identidad entre el autor de las Odas y el de la Lena, admitida por Barrera, Salvá y otros bibliógrafos, no creo que esté sujeta a contradicción alguna, aunque nunca falta quien arme caramillos sobre fútiles temas. En la dedicatoria de la segunda obra parece que se alude con bastante claridad a la primera: «Con fin de aliviar a V. S. algun rato en la vacacion de sus graues ocupaciones, renouando el reconocimiento de su seruicio»... «sus heroicas virtudes... llaman a celebrarlas al humilde talento que antes de ahora he dedicado a V. E.» Y, en efecto, la Lena era la segunda obra que Velázquez dedicaba al conde de Fuentes.

Las iniciales D. A. V. D. V. que campean en la portada lo mismo pueden interpretarse Diego Alfonso Velázquez de Velasco (forma usada en Las Odas) que Don Alfonso Velázquez de Velasco. La dedicatoria nos deja en la misma perplejidad, pues aunque está firmada con los apellidos enteros, los hace preceder de la inicial D.

Son verdaderamente extrañas las transformaciones que ha sufrido el nombre de este autor. Don Luis José Velázquez, en sus Orígenes de la poesía castellana (2.a edición, pág. 99), le convierte en don Alfonso Uz de Velasco, y lo mismo Mayans en su Rhetorica. Otros le han llamado eclécticamente Uz, Vaz o Velázquez de Velasco. ¡Tanta confusión puede nacer de una sencillísima abreviatura!

[p. 182]. [1] . La Lena por D. A. V. D. V. Pinciano. Illutriss. y Excellentiss. S. D. Pedro Enriquez de Azebedo, Conde de Fuentes, d'el Consejo d'Estado, Gouernador del de Milan y Capitan General en Italia, por el Rey Católico N. S. (Escudo del impresor). En Milan. Por los herederos del quon (quondam) Pacifico Poncio et Iuan Bautista Picalia, compañeros, 1602. Con licencia de los Superiores.

16.º 5 hs. prls. y a 276 páginas.

La dedicatoria está firmada en Milán a 1 de abril de 1602.

-El Celoso, por D. Alfonso Vz. de Velasco. A D. Iuan Fernandez de Velasco, condestable de Castilla y Leon, duque de Frias &., del Consejo d' Estado, y presidente d'el de Italia por el rey nuestro señor. En Milan, por los herederos del q. (quondam) Pacifico Poncio y I. Baptista Piccalia, compañeros, año 1602. Con licencia de los Superiores.

8.º 278 páginas. La nueva dedicatoria al Condestable está firmada a 15 de septiembre de 1602, en Milán.

-El Celoso, por D. Alfonso Vz. de Velasco. Barcelona, por Sebastian Cormellas, 1613.

12.º 14 hs. prls. y 134 foliadas.

La aprobación de Fr. Tomás Roca es del 20 de noviembre del mismo año.

El Celoso fué reimpreso por don Eugenio de Ochoa, siguiendo, al parecer, la edición de Barcelona, en el tomo I del Tesoro del Teatro Español de la colección de Baudry (París, 1838).

Al reproducir nuevamente la Lena con su primitivo título hemos tomado como texto el de la primera edición de Milán, anotando las variantes de El Celoso.

 

[p. 183]. [1] .                         PACÍFICO
                                  Or mi torna in memoria
                                  C'ho in casa una gran botte, che prestatami
                                  Quest'anno al tempo fu della vendemmia
                                  Da un mio parente, acciocchè adoperandola
                                  Per tino, le facessi l'odor perdere
                                  Ch'avea di secco: egli di poi lasciata me
                                  L'ha fin adesso. Io vo lo vo nascondere
                                   Tanto che questi che verran con Fazio,
                                  Cercato a lor bell'agio ogni cosa abbiano.
                
                                                   CORBOLO
                                  Vi capira egli dentro?
           
                                                   PACÍFICO
                                   Ed a suo comodo.
                                                                  (La Lena, a. III, sc. VII).

Opere Minori in verso e in prosa di Lodovico Ariosto, ordinate e annotate per cura di F. L. Polidori. Tomo II. Florencia, ed. Le Monnier, 1857. (Página 320).

[p. 183]. [2] . «Ramiro.- Vea yo a Vs. ms. señores de dos grandes ciudades.

Macías.- Qué tan grandes, por vida mia?

Ramiro.- Por lo menos, como la de Sumtien de la China, que (si no miente el que lo escriue) ha menester un hombre, para atrauessarla de puerta a puerta, caminar con buen cauallo todo vn dia sin pararse (esto sin los arrabales, que son otro tanto), y es de tanta gente, que en media hora pueden juntar doscientos mil combatientes, los cien mil a cauallo» (página 429).

Parece clara la alusión satírica a la Historia de la China del P. Mendoza y a la carta del Soldado de Cáceres, que contra ella escribió el Condestable.

[p. 185]. [1] . Teatro popular. Novelas Morales para mostrar los géneros de vidas del pueblo y afectos, costumbres y passiones del animo co aprouechamiento para todas personas... Por D. Francisco de Lugo y Dávila. En Madrid. Por la viuda de Fernando Correa Montenegro. Año M.D.C.XXII. A costa de Alonso Perez. (Reimpreso por don Emilio Cotarelo en su Colección Selecta de Antiguas novelas españolas, Madrid, 1906, t. I).

La novela del médico de Cádiz es la sexta de las incluídas en el tomo.

[p. 186]. [1] . Vid. pp. 392, 396 y 407. «No soñaua el que pintó niño a Cupido, porque propiamente el amar es de los moços...»

                Quicumque ille fuit, puerum qui pinxit Amorem,
                Nonne putas miras hunc habuisse manus...

                                                   (Propert., Lib. II, eleg. IX).

[p. 186]. [2] . Como la siguiente, que es de origen esópico y también está en los Cento Novelle Antiche:

«Acuerdome ahora de qu'estando un malhechor en la escalera, le presentaron vna moza perdida coxa, para librarle si se quisiesse casar con ella; y al punto que la vio, boluiendo al verdugo, dixo: Hazé presto, hermano vuestro oficio, que renquea» (pág. 408).

[p. 186]. [3] . Compárese el monólogo de Macías (pág. 393) con el final del primer acto de la Nise lastimosa:

«Con quánta fuerça, o Amor, arrojas las inuisibles flechas, cuyas heridas se sienten en medio del coraçon, donde con ser ciego tan incierto aciertas, derramando por las venas el oculto veneno, con que enciendes la pureza de los más elados. Qué cetro ay que te pueda hazer resistencia, teniendolos todos a tu dominio sujetos? Quién puso a Troya en tanta ruina y desuentura, que d'ella no dexó casi cenizas? Quién afeminó el robusto y fuerte braço de Hercules, y puso en sus vengadoras manos, en lugar de la pesada maça, vna ligera rueca? Si no tú, que escudriñando los más escondidos senos del mar, en su profundo abismo a los mudos peces euciendes, a las aues en la region del aire no perdonas; ni menos a los brutos animales, a quien traes en continua guerra. Qué braueza muestran los feroces leones, los crueles tigres, los fuertes toros y los ligeros cieruos, quando se sienten heridos de su flecha! Al fin, todo este mundo, y el que no vemos, no es otra cosa sino una vnion y suaue liga con que todas estan trauadas; tú las crias, conseruas y entretienes; por ti respiran y no se acaban; serian los hombres peores que las fieras si tú no fuesses el cebo y alimento de sus coraçones» (pág. 393).

       ¡Oh con cuánta crueza y osadia
       Sus flechas contra todo el mundo arroja!
        . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
       En el medio del alma siempre acierta,
       Este joven cruel, cruel y ciego,
       De alli derrama por las altas venas,
       Su tósigo mortal, su fuego vivo...
           ...Todos a su yugo
       Están sujetos, sabios, altos, fuertes,
       Del poderoso rey el ceptro rico...
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
       O Troya, Troya, ¿quién te puso fuego,
       Y no dejó de ti ni aun las cenizas?
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
       Y tú, de Alchimena hijo valeroso,
       ¿Por qué la piel dejaste leonina?
       ¿Por qué la fuerte maza, las saetas?
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
       ¿Por qué aviltaste con mujeril traje
       Aquel robusto cuerpo, y ocupaste
       con huso y rueca aquellas crudas manos?
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

                         CORO
       También el mar sagrado
       Se abrasa en este fuego
       Tambien las ninfas suelen,
       En el húmido abismo
       De sus cristales fríos,
       Arder en estas llamas;
       También las voladoras
       Y las músicas aves,
       Y aquella sobre todas
       De Júpiter amiga...
       ¡Qué guerras, qué batallas
       Por sus amores hacen
       Los toros; qué braveza
       Los mansos ciervos muestran!
       Pues los leones bravos
       Y los crueles tigres,
       Heridos desta flecha,
       ¡Cuán mansos que parecen!
       Qué cosa hay en el mundo
       Que del amor se libre?
       Antes el mundo todo,
       Visible, y que no vemos,
       No es otra cosa en suma,
       Si bien se considera,
       Que un spirito inmenso,
       Una armonía dulce,
       Un fuerte y ciego nudo,
       Una suave liga
       De amor, con que las cosas
       Están trabadas todas.
       Amor puro las cría,
       Amor puro las guarda,
        En puro amor respiran,
       En puro amor acaban!...
       Seríamos peores
       Los hombres que las fieras
       Si Amor no fuese el cebo
       De nuestros corazones...

El origen remoto de este pasaje está en Virgilio (Georg., III, v. 242 y ss):

       Omne adeo genus in terris hominumque, ferarumque
       Et genus aequoreum, pecudes, pictaeque volucres,
       In furias, ignemque ruunt. Amor omnibus idem...

Pero el desarrollo pertenece a Antonio Ferreira, y de su imitador Bermúdez le tomó Velázquez de Velasco, como lo prueban las frases que he subrayado.

[p. 192]. [1] . Vid. Milá y Fontanals, Obras Completas, tomo V, pág. 322:

«Se ve que los habitantes de Babia (en Asturias) pasaban por hombres de pocos alcances y que se les atribuían costumbres ridículas, como de los de otros pueblos se cuenta que quisieron secar velas al horno o pescar la luna reflejada en un charco, etc. La circunstancia de ser Babia país en todo o en parte montuoso conviene con tan extraña siega y con la errada opinión de los habitantes de tierras llanas que miran como lerdos a los montañeses... La Crónica o Estoria general atribuída a don Alfonso el Sabio, al explicar el origen del nombre del famoso caballo Babieca, habla, como de cosa sabida, de la significación despectiva que ya se daba a la misma palabra».

[p. 192]. [2] . Véase el precioso folleto de don Narciso Alonso Cortés, Noticias de una corte literaria (Valladolid, 1906), que en breve espacio contiene gran suma de datos nuevos, expuestos con notable discreción y amenidad.

[p. 193]. [1] . «Lena.- Este es el más sospechoso animal que sabemos, y al presente está tocado de tan rauiosos celos, que se le comen biuo. Ha sido casado dos vezes, y de primera muger tiene vna hija llamada Casandra, de diez y seis a diez y siete años, encerrada en vn aposento como vna muda, tan oscuro que a medio dia se la pueden dar buenas noches, sin consentir que trate con nadie; diziendo que la donzella es como flor cubierta de rocio, que por poco que la toquen se marchita... No quiere que coma bocado de carne fresco, porque halla que solicita y despierta el apetito de la salada; y de la miseria que la embia para sustentarse haze antes anotomia, temiendo no aya dentro alguna contraseña. Si meten alguna cesta de paños o de otra cosa, lo rebuelue de abaxo arriba; porque vna Reyna de Escocia (dize) s'enamoró de su enano, y que dentro de vna canasta se le metieron en su cámara. Quiere que los criados hablen como por señas, porque no los oyan las mugeres, guardandolas como si fuesen yeguas del relincho y salto del cauallo» (pág. 391).

Cornelio.- Crea V. M. que perdemos tiempo, porque estoy informado de vno que ha seruido en su casa más de vn año, que no la dexa ver ventana sino por Iubileos, y si sale de casa, de manera que a penas se le pueden ver los ojos» (pág. 402).

Cervino.- Quiero que mi suegro se ria de mi, si puede otro día tanto comigo que las dexe oyr otras visperas este año; es verdad que me quitará que no enclave la ventana, que por amor d'él dexé abierta» (pág. 420).

Hay también una remota analogía con El Celoso Extremeño, en lo que cuenta Vigamón, criado del avaro Aries: «De manera, hermano, que soy medio biuo, sin más conversacion que la de vn negro boçal que cura el cauallo, con quien passo mis ratos, hartandonos ambos de zinguerrear en una guitarra más destemplada que discante de ramera» (pág. 413).

[p. 197]. [1] . Aunque en la página LVII del T. III [Vol. III pág. 303, Ed Nac.] digo que no he visto en España ningún códice de comedias elegíacas, existe por lo menos uno que contiene la de Vetula. Es el CCLXXXVIII de la biblioteca del Cabildo de Toledo, manuscrito en vitela, del siglo XIII, procedente de la librería del Cardenal Zelada. Empieza con los libros Ex Ponto y de Remedia Amoris, de Ovidio, y prosigue desde el folio 63 al 73 con el Pamphilus de Amore.

Vid. Catálogo de la librería del Cabildo Toledano, por don José Maria Octavio de Toledo. 1.a Parte. Manuscritos, pág. 141. (Publicado por la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos).

Advertiré finalmente, ya que esta sola nota me queda para hacerlo, que la cuestión relativa a la parte que pudo tener don Alfonso Velázquez de Velasco en la redacción de los Comentarios del Coronel Verdugo parece resuelta, después de la excelente edición crítica que de este libro ha publicado el profesor Enrique Lonchay, bajo los auspicios de la Comisión Real de Historia de Bélgica (Comentario del Coronel Francisco Verdugo... publié por Henry Lonchay, Bruselas, 1899). El inteligente editor restaura el verdadero texto de la obra, tomando por base la edición de 1610, cotejada con un manuscrito de la Biblioteca Nacional de París, que contiene importantes pasajes suprimidos en el texto impreso, como ya hizo notar el señor Morel-Fatio (Catalogue des manuscrits espagnols de la Bibliothéque Nationale de Paris, pág. 79, núm. 187, Paris, 1892). Además de estas supresiones, que recaen principalmente sobre los lugares en que Verdugo se queja de Alejandro Farnesio, pueden atribuirse a Velázquez muchas correcciones de estilo, si es que el mismo coronel no las había hecho ya en el original que le entregó en Bruselas, y que debemos suponer mejor que ninguna de las copias. La de París, única que hoy se conoce, es mala e incompleta.