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Obras completas de Menéndez... > ESTUDIOS Y DISCURSOS DE... > V : SIGLO XIX. - CRÍTICOS Y... > SIGLO XIX.—CRÍTICOS Y... > «LOS MAYOS», DE POLO Y PEYROLON

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Creo que a mis lectores no ha de serles peregrino el nombre del simpático y regocijado autor de este libro. Por grandes que sean la injusticia y el desdén con que la flamante generación literaria trata a los escritores católicos y tradicionalistas, el mérito del señor Polo y Peyrolon es de aquellos que saltan a la vista y por sí mimos se imponen. No ha sido obstáculo para la fama de sus libros el versar sobre costumbres locales, ni el ser escritos desde el fondo de una provincia, ni el aparecer inspirados por el más sano criterio moral y religioso, cosa que en estos tiempos (¡miseria grande!) antes daña que favorece. Nada menos que tres ediciones se han agotado de las Costumbres populares de la Sierra de Albarracín , y en el corto espacio de dos o tres meses han desaparecido de la circulación todos los ejemplares de LOS MAYOS, preciosa novela que hoy se reimprime. La Academia Española ha cubierto estas obras con la égida de su veneranda autoridad, dando sobre ellas un informe escrito con verdadero amore , y no por fórmula oficial. Italianos y alemanes han traducido los Cuadros de la Sierra de Albarracín a sus respectivas lenguas, y no será aventurado esperar que en breve tiempo logre el señor Polo la misma o parecida fama que ultrapuertos disfrutan Trueba y Fernán Caballero.

[p. 106] Siempre me ha llamado la atención el privilegio que estos autores y otros pocos más disfrutan, de ser trasladados y leídos en todas las naciones de allende. ¿Es por sus intrínsecos méritos literarios? A decir verdad, y sin hacerles ofensa, yo no lo creo. Conozco novelistas españoles modernos que en la contextura y trabazón de la fábula, en el vigor e individualidad de los caracteres, en la soltura y gracia del diálogo, vencen o igualan a los citados. El interés del asunto en las novelas de Fernán Caballero, suele ser bien escaso; el estilo es flojo y descosido: cuando el novelista diserta, lo hace bastante mal... ¿En qué estriba, pues, su mérito y nombradía? En que la hija de Böhl de Faber era española de alma (a pesar de su oriundez alemana), y como española, católica, y de tal manera supo trasladar a sus cuadros, por otra parte desiguales e incorrectos, el espíritu, el color y el sabor de nuestro pueblo, y tan fiel fué a su esencia íntima y a su vida tradicional, que los extranjeros, amantes, sobre todo, de lo nacional y castizo en las literaturas, no pueden menos de asombrarse de libros tan nacionales y ponerlos sobre su cabeza. Algo de esto acontece asimismo con Trueba, a pesar de su falso idealismo y de su amaneramiento.

¿Y cómo no ha de suceder lo mismo con los escritos del señor Polo, que a las buenas cualidades de sus modelos añade otras propias y peculiares suyas, y un desembarazo y una gracia por todo extremo dignos de loa? Rebosan los cuadros del autor que presento al público (aunque él no necesita de mí ni de nadie para ser bien recibido y admirado en todas partes) de sabor español, y sobre español aragonés , aunque de aquella parte de Aragón que participa un tanto de las costumbres valencianas. No falsifica, por empeño de idealizarlos, los usos populares, ni introduce arcádicos pastores, sino rústicos de carne y hueso. Los mismos tipos que por su delicadeza y elevación moral parecerían inverosímiles si pluma menos diestra los trazara, cual acontece, por ejemplo, con La tía Levítico (heroína del mejor cuento del señor Polo), tienen entera y perfecta vida en la fantasía de los lectores, gracias a la habilidad del narrador.

El señor Polo hace gala en sus cuentos de la más estricta, severa y pudibunda moralidad, y si en estas cosas pudiera pecarse por carta de más (¡Dios me libre de sostenerlo!), diría yo que en algunos casos quisiera ver al señor Polo y Peyrolon un poco más [p. 107] alegre, sin tocar, por supuesto, en desenfadado y pecaminoso. Ahí está (y con este ejemplo daré a entender más clara la idea), mi paisano el señor don José María de Pereda, eminentísimo novelista, que con ser católico a machamartillo, y de sanas tendencias en todo, no deja por eso de ser uno de los escritores más alegres, regocijados y amenos que conozco.

Volvamos a LOS MAYOS del señor Polo y Peyrolon; novelita de oro, a la cual sirve de motivo aquella poética costumbre heredada de griegos y romanos (como tantas otras cosas buenas) de enramar los novios las puertas de sus amadas, y cantar a la alborada en ritmo más o menos armonioso, pero siempre grato a los virginales oídos. Costumbre es ésta muchas veces recordada por nuestros clásicos, puesta en escena por Cervantes, en su comedia Pedro de Urdemalas ; pero en estos tiempos olvidada ya en muchas de las comarcas españolas, aunque por testimonio de Fernán Caballero, sabemos que se conserva en Andalucía, y por el cuento del señor Polo, se ve que dura asimismo en la sierra albarracinense, con muy raros y curiosos pormenores.

Sería necedad grande que yo me pusiera a referir el argumento de LOS MAYOS, cuando el lector va a leerlos a continuación; y cuando por otra parte, el interés de esta novelilla no está (ni ha querido el autor que estuviera) en lo complicado y sorprendente de la fábula, sino en la fidelidad de la pintura y en las galas del estilo. Excuso decir que LOS MAYOS es una historia de amor: Cui non dictus Hylas puer? y señor Polo, con ser tan timorato, no rechaza este tan natural recurso artístico. Pero los amores de su libro son tan castos y ajustados a la ley de Dios, que por sabido y evidente deberíamos callar aquí aquello de la mère en permettra la lecture á sa fille , etiqueta, por otra parte, gastada y hasta sospechosa.

Digo, pues, que de amores trata el libro, como que andan en él un muchacho y una garrida moza, que se perecen el uno por el otro, aunque los padres tienen allá sus enemistades, ni más ni menos que Castelvinos y Monteses en la tragedia de Shakespeare. Ya calculará el lector si habrá interés dramático en el libro del señor Polo, a pesar de su sencillez.

Si cuadros de costumbres quiere admirar el prójimo en cuyas manos caiga este volumen, abra el libro por el capítulo IV y solácese [p. 108] con el juicio de faltas , que es de lo bueno en su clase, y trae a la memoria otra escena parecida que describe Pereda en el Suum cuique . O siga leyendo y encontrará el sorteo de las Mayas, o dará de manos a boca con lozanas y floridísimas descripciones de regocijos y festejos; a todo lo cual se une la viveza, animación y soltura de los diálogos. El señor Polo maneja la lengua con envidiable maestría, no es incorrecto como Fernán Caballero, y cuando se atreve a ser intencionado y malicioso lo hace de perlas.

Lean, pues, mis lectores este libro, y no les digo más, porque estoy seguro que antes de acabarle procurarán adquirir las Costumbres populares de la Sierra de Albarracín y los demás libros que el señor Polo y Peyrolon irá escribiendo y dando a la estampa, alentado, como debe estarlo, por el feliz éxito de los primeros.

Este libro es de los que inspiran, no sólo estimación, sino cariño hacia su autor. Y para que mis lectores acaben de conocerle, se le presentaré en toda forma, como es uso de buena sociedad, diciendo, v. g.:

«El señor don Manuel Polo y Peyrolon es un joven catedrático del Instituto de Teruel, acérrimo defensor de la filosofía cristiana y grande enemigo de la barbarie krausista, como lo demostró en solemnes y decisivas circunstancias. Alterna los honestos ejercicios literarios con graves tareas científicas, y ahora ha publicado una notable impugnación del darwinismo.»

Dicho esto, me retiro, dejando al lector mano a mano con el señor Polo, seguro de que no ha de desagradarle su sabrosa plática.

Notas

[p. 105]. [1] . Nota del Colector.— Prólogo a esta novela de costumbres populares en su segunda edición. Madrid, 1879.

Las cuartillas, como cuenta el señor Polo y Peyrolon, las improvisó Menéndez Pelayo ante él en el mismo momento de la demanda.

Se colecciona por primera vez en Estudios de Crítica Literaria .