Buscar: en esta colección | en esta obra
Obras completas de Menéndez... > BIOGRAFÍA CRÍTICA Y... > CAPÍTULO XVII : LA PERFECCIÓN POR EL DOLOR

Datos del fragmento

Texto

Yo, sin profesar dogmáticamente la tolerancia, la practico más que ellos.
Palabras de Menéndez Pelayo.

NUEVOS DISGUSTOS EN SUS ÚLTIMOS AÑOS.—LA DIRECCIÓN DE LA ACADEMIA ESPAÑOLA.—«HOMENAJE DE DESAGRAVIO».—UN INCIDENTE DESAGRADABLE. —DIRECTOR DE LA ACADEMIA DE LA HISTORIA.—FELICITACIONES.—LA MEDALLA CONMEMORATIVA.

En la Biblioteca Nacional se encontraba feliz, e ilusionado con sus trabajos. Los disgustos que aquí pudo tener venían siempre de fuera, pues con los bibliotecarios vivía en íntima compenetración y cordialidad, prestándole ellos siempre su colaboración leal y respetuosa; peores fueron las desazones y malos ratos que le dieron sus compañeros de Academia en la Española y en la de la Historia.

A la muerte de D. Juan de la Pezuela, Conde de Cheste, en 1 de noviembre de 1906, que desde 1875, por reelecciones sucesivas era el director indisputado de la Academia Española, quedó vacante este cargo. Desde su fundación venían siendo directores de la Corporación, Grandes de España, o exministros de la Corona, y siguiendo esta ininterrumpida costumbre varios académicos pensaron presentar a D. Alejandro Pidal como candidato a la presidencia. El mismo Conde de Cheste parece que había prejuzgado la cuestión, pues encargó, estando ya grave, que las insignias que él había usado como director se entregasen a D. [p. 294] Alejandro Pidal y Mon. Con excepción de Martínez de la Rosa y el Duque de Rivas, ninguno de los directores de la Academia habían sido literatos de primera fila. Si las humanas pasiones no se hubiesen mezclado en este asunto, probablemente hubiera sido nombrado Pidal director de la Academia sin la protesta de nadie, y con voto y aplauso de su amigo Marcelino.

Pero algunos, con criterio muy justo, creyeron que se debía interrumpir la tradición de la Casa haciendo una bien merecida excepción a favor de Menéndez Pelayo, y presentaron su candidatura. Puestos así frente a frente D. Alejandro y D. Marcelino no cabía duda de que se debía votar a éste, pues la comparación de sus méritos literarios con los de D. Alejandro o con los de cualquier otro acádemico, era abrumadora a su favor. Es cierto que D. Marcelino no había sido ministro de la Corona, ni pertenecía a la Grandeza de España, ni descendía, como Pidal, de familia con título, pero... se llamaba Menéndez Pelayo y este nombre era entonces en España el título de nobleza más grande y el más popular en la nación. Si D. Marcelino se hubiera dedicado a la política y hubiese querido ser ministro, lo habría conseguido y si hubiera ambicionado un título, él, amigo de toda la Grandeza española, mimado y agasajado por los Reyes de España, lo hubiera tenido también; pero ¿quién se atrevía a poner un Ducado de... lo que fuera, al lado de los apellidos gloriosos: Menéndez Pelayo? ¿Qué más honor, ni más nobleza se podía añadir a ellos? Y ocurría al mismo tiempo algo rarísimo, insólito, que conviene tener muy en cuenta y destacarlo precisamente en estos momentos en que se nos puede presentar como un poco vanidoso: la sencillez y humildad de nuestro gran polígrafo, de quien decía su hermano Enrique que era «el único español que no se había enterado de que existía un Menéndez Pelayo».

Pues este hombre genial, ensalzado por todos, encumbrado hasta la más alta fama, se siente halagado porque unos amigos cariñosos le propongan como director de la Academia Española, y sufre, por otra parte, una gran contrariedad al ver que otros amigos, de los que él creía fieles, de los que más le debían, le vuelven la espalda, se van con Pidal y hasta le hacen guerra. Sólo conociendo el modo de ser tan humano de D. Marcelino y su [p. 295] candor infantil, puede uno explicarse que tomara tan a pechos la derrota y que pusiera tanta ilusión en ser director de la Academia Española, él, que estaba por cima de todas las Academias.

Ya hemos visto su contento cuando inmediatamente después de su ingreso en la Academia de San Fernando creyó que le nombraban director de ella; más tarde hemos de ver el gozo con que recibe la dirección de la Academia de la Historia. Narremos, después de estas consideraciones, necesarias para interpretarlos bien, los hechos e incidentes de esta elección.

La presentación de la candidatura de Menéndez Pelayo la hacen dos significados hombres de izquierda, Picón y Galdós. La prensa que más se distingue en patrocinar esta candidatura es la prensa izquierdista. El mismo día en que se va a celebrar la elección, un grupo de escritores de Madrid, la mayoría de personas de muy marcada significación izquierdista como Castroviejo, Morente, Pío Baroja, Salillas, Felipe Trigo, Manuel Azaña, Álvaro de Albornoz, dirigen una carta a Pidal rogándole que desista de presentar su candidatura. ¿Por qué este entusiasmo de gentes y prensa de ideología tan apartada y hasta contrapuesta a la de D. Marcelino? En el fondo de todo ello no había más que una táctica, un intento de captación, aunque en la campaña se mezclaron cándidamente algunas personas, las menos, de significación derechista. Los mismos periódicos que ahora defienden la candidatura de Menéndez Pelayo, son los que cuatro años después, en 1910, le atacaron como director de la Biblioteca Nacional, según acabamos de ver en el anterior capítulo, y no tuvieron escrúpulo en organizar contra él una campaña calumniosa. Se ve que la táctica primera de atracción les había fracasado.

Respecto a varios de los académicos que no le votaron, aparte del deseo de servir a Pidal o de seguir la tradición académica, había también otro interés menos confesable, pero que tal vez influyó no poco en sus decisiones. Don Mareclino no tenía coche ni casa donde dar banquetes, por lo cual hubiera sido, como él decía a su hermano Enrique, «un Conde de Cheste sin su cocinero». Porque este Director Perpetuo de la Academia, hay que reconocer que sabía agasajar bien a sus compañeros, a quienes invitaba con frecuencia a comer en su casa y hasta con [p. 296] invitaciones en verso, bastante medianillos por cierto. Don Alejandro continuaría invitándoles también a comer... pero en prosa.

Con noble desinterés, con verdadero y sincero afecto, hicieron los santanderinos cuanto en su mano estuvo por sacar triunfante la candidatura de su paisano. El mismo día de la elección enviaron al secretario de la Academia Española un telegrama que decía: «Conste nuestra más enérgica protesta en el caso de que no se nombre director de esa Real Academia al Sr. Menéndez Pelayo, que es el nombre más puro y glorioso de la literatura española»; y el mensaje, a pesar de la premura del tiempo y de la improvisación, llevaba más de cien firmas de todas las clases sociales.

Como se ve, éste, que era un pleito interior de la Academia, había salido peligrosamente fuera de sus muros, dando materia para comentarios en la Cacharrería del Ateneo, en círculos y corrillos literarios y de prensa.

El día 22 de noviembre, por la tarde, tiene lugar la votación en la Academia. Preside D. Eduardo Saavedra, por ser el más antiguo. Asisten veintitrés académicos; pero sólo votan veintiuno pues ni al Conde de la Viñaza, ni a Echegaray, que iban dispuestos a votar a Menéndez Pelayo, se les admite tal derecho por no contar con bastante número de asistencias durante el año. Pidal obtuvo dieciséis votos y Menéndez Pelayo tres; hubo un voto para el Conde de Casa Valencia y otro para D. Eduardo Saavedra. Entre los que no le votaron estaban varios amigos íntimos a quienes él había favorecido mucho, y esto es lo que más le llegó al alma.

Tuvo, sin embargo, con motivo de esta elección algunas satisfacciones, y entre ellas la primera el Homenaje que le tributó Santander como desagravio (homenaje de desagravio se le llamó) el día 30 de diciembre de este año de 1906. El pueblo entero parecía que se había congregado y llenaba todas las calles en torno a la biblioteca. Era una manifestación popular con el alcalde y todas las autoridades, Corporaciones y Sociedades a la cabeza, que desde la Plaza Vieja, camino de la casa del sabio, iba engrosando como un gran lago sobre el que vienen de pronto muchas riadas. Don Marcelino los recibió en su Biblioteca y cuando el señor alcalde terminó la lectura del Mensaje, firmado en muy pocos [p. 297] días por más de 6.000 paisanos, cogió de la mesa, con mano temblorosa, unas cuartillas con la tinta fresca aún, y, al empezar con marcado tartamudeo, que prestaba más emoción al momento, y con vez segura, vibrante y conmovida después, les dijo el Maestro a sus amigos, unas sentidas palabras rebosando amor a la tierra. Aquella generación de santanderinos recordará siempre el discurso de D. Marcelino. ¡Ojalá no lo olvide la presente!

También los reinosanos rindieron su tributo de admiración al sabio montañés acordando el Ayuntamiento, en sesión de 24 de enero de 1907, acudir con banda de música al paso del tren correo para entregarle como Homenaje un pergamino que llevaba gran número de firmas. Como D. Marcelino regresaba cansado y en delicado estado de salud, se desistió del propósito por no molestarle y se le envió el mensaje a Madrid, desde donde contesta Menéndez Pelayo con estas sentidas y ejemplares frases, reveladoras de que la tormenta levantada se apaciguaba ya en su bondadosa alma: «Si algún desaire y mortificación pudo haber para mí en el caso reciente a que se alude, bien compensado está con tal cordial protesta, en la cual palpita el espíritu independiente de nuestra raza. La manifestación de Reinosa, como la de Santander, me dice que el alma de la raza montañesa está conmigo y este leal sentir de mis compatriotas, esta satisfacción del hogar, vale para mi corazón más que todo el oropel de los triunfos cortesanos, a que no aspiro y que quizá no merezco».

Los amigos de Cataluña le enviaron también su mensaje de protesta lleno de firmas, y la revista Ateneo de Madrid, le dedicó un número extraordinario con valiosos artículos de escritores bien conocidos. En la prensa diaria y hasta en algunas revistas se publicaron artículos poniendo de manifiesto lo desacertado de la elección académica. Una caricatura de Xandaró, publicada en el A B C de 24 de noviembre de 1906, daba, de un modo gráfico, el tono general en que se expresaban los periódicos. Representaba a Menéndez Pelayo, sentado en una verdadera torre de libros por él publicados, y Pidal al lado, sobre un sillón académico que tenía por asiento su único libro conocido sobre Santo Tomás de Aquino. En el pie, se leían estos versos:

[p. 298] Al cabo alcanzó Pidal
el sillón presidencial,
mas yo, con la gente opino,
que el verdadero sitial
lo ocupa don Marcelino

El nombramiento de D. Alejandro Pidal para la dirección no era más que interinamente, hasta que se cumpliera el trienio de la última elección del Conde de Cheste; por eso hubo nueva elección en 5 de diciembre del año 1907 para otorgar el cargo en propiedad. Don Alejandro Pidal obtuvo en ella quince votos, siete Menéndez Pelayo y uno el Conde de Casa Valencia [104] .

Como la prensa había escrito tanto sobre el asunto y había trascendido al pueblo, que tiene su corazoncito, lo de la injusticia cometida con D. Marcelino, ahora, lo mismo que cuando el desaire del Consejo de Instrucción Pública aquel limpiabotas que no le quiso cobrar el servicio, surge otro buen menestral con su rasgo vindicador y justiciero. Éste se llama Antonio González, es carpintero del depósito de máquinas del Ferrocarril del Norte, en Madrid, y además paisano de Menéndez Pelayo, del mismísimo Santander y «tío de la Restituta, la de San Miguel de Aguayo, serviciala en casa de sus padres». Pues el bueno de Antonio González, que se entera de la mala pasada que han jugado a D. Marcelino, deja a un lado la garlopa, coge la pluma y le escribe textualmente lo siguiente: «Siento mucho lo que con usted han hecho esos señores, cuente en todos los terrenos con un paisano que vivamente hubiera deseado saber que usted hera (sic) lo que se merece más que ese otro Presidente de la Española».

He aquí un buen hombre con el que se podía contar para todo, incluso para romperle las muelas de un puñetazo al Excmo. Sr. D. Alejandro Pidal y Mon, si lo mandaba D. Marcelino.

[p. 299] A pesar de todas estas manifestaciones tan espontáneas de adhesión y simpatía, entre todas las clases sociales que había recibido, un sedimento de amargura y de desengaño va quedando en su corazón, y de vez en cuando respira por la herida. En aquel artículo sobre Dos opúsculos inéditos de D. Rafael Floranes y D. Tomás Antonio Sánchez, que publicó, en 1908, en la Revue Hispanique, escribe estas palabras, refiriéndose al segundo de los biografiados: «Llegó a ser director interino de aquella Corporación [la Academia Española] desde 16 de mayo de 1794 hasta 30 de noviembre de 1795, y no lo fue en propiedad por haberle suplantado, como era natural, un Grande de España, un Duque de la Roca, personaje enteramente desconocido en la República de las Letras, pero de mucha más categoría social que el pobre bibliotecario Sánchez [105] ».

Menéndez Pelayo se fue alejando cada vez más de la Academia, hasta el punto de que casi ni a las sesiones ordinarias asistía. La edición de las Obras de Lope de Vega, que hacía por cuenta de la Academia Española, queda detenida en el volumen XIII. Se publicaron también el XIV y el XV cuyos textos dramáticos tenía preparados D. Marcelino, pero no les puso prólogo como a los anteriores.

Especialmente le dolió que D. Emilio Cotarelo, su íntimo amigo, a quien él había ayudado siempre tanto, le abandonara en aquel trance y se fuera con D. Alejandro Pidal, su padrino y receptor en la Academia, como él decía disculpándose con Menéndez Pelayo. Desde entonces se enfriaron y casi se cortaron las relaciones entre ambos, y a tal punto llegaron las cosas, que en los primeros días de noviembre de 1908, a poco de llegar D. [p. 300] Marcelino de Santander, surgió un incidente al salir éste de cenar en Fornos y encontrarse casualmente con Cotarelo.

Algún tiempo después escribía Menéndez Pelayo a Estelrich y le daba cuenta de lo ocurrido con estas palabras: «Cotarelo llegó a insolentarse conmigo en tales términos que tuve que administrarle dos garrotazos físicos o materiales en plena calle de Alcalá». Realmente no fueron garrotazos, como dice D. Marcelino, sino paraguazos lo que le administró; y cuentan que al día siguiente remitió a D. Emilio el paraguas —porque era de éste y eso sí, suum cuique— pero hecho un acordeón. (D. 22).

Estos disgustos que se llevó en la Academia Española, tuvieron alguna compensación en la satisfacción que le produjo el nombramiento de director de la Academia de la Historia. Al quedar vacante la dirección en 1908 por el fallecimiento de D. Antonio Aguilar y Correa, Marqués de la Vega de Armijo (12 de junio), los académicos se dividen y presentan para la vacante, unos a D. Eduardo Saavedra y otros a Menéndez Pelayo. Después de dos votaciones en que ninguno obtuvo la mayoría necesaria, D. Eduardo Saavedra, ya achacoso, andaba dudando si retiraría su candidatura, y por esto era por lo que Menéndez Pelayo consentía que se diera su nombre para una tercera elección.

Al celebrarse ésta en 11 de diciembre, Saavedra, animado por sus amigos, se presenta por fin con toda decisión. Don Marcelino aun teniendo probabilidades de triunfo, se retira, y sus partidarios no asisten a la sesión. Don Eduardo Saavedra es elegido por dieciséis votos, Menéndez Pelayo obtiene uno y hay un voto en blanco.

El período de ejercicio del cargo no era más que hasta fines del año 1909, en que se cumplía el trienio de la última elección de Vega Armijo. Al acercarse este plazo reglamentario Menéndez Pelayo escribe una noble y sensata carta a Don Eduardo Saavedra (D. 23) para cerciorarse de su posición, que, según le dicen varios académicos es ceder el paso a D. Marcelino. Y efectivamente así era; ambos procedieron versallescamente; antes se había inclinado D. Marcelino ante D. Eduardo, ahora D. Eduardo se inclina ante D. Marcelino. La elección tuvo lugar el 17 [p. 301] diciembre de 1909 y Menéndez Pelayo fue elegido director de la Academia de la Historia por votación unánime, con la única excepción del Sesostris apolillado, como llama Octavio Picón a no sé qué viejo académico.

Todo había salido a pedir de boca y D. Marcelino estaba satisfechísimo. Se fue a pasar las fiestas de Navidad en su querido Santander, donde le llueven las cartas de felicitación. Aquello parecía un número más en la serie de Homenajes de desagravio por el desaire que años antes había sufrido en la Academia de la Lengua. Hasta el mismo Don Alfonso XIII le envía una muy afectuosa carta en los primeros días de enero expresándole la satisfacción con que se «había enterado de su nombramiento que tanto honra a usted como a la docta Corporación».

Menéndez Pelayo contestó al mensaje regio con una preciosa carta fechada en Santander en 11 de enero de 1910, en la que da gracias a S. M. por haber querido enaltecer en su oscura persona «los estudios históricos, eterna escuela de príncipes y de pueblos, cátedra de energía social abierta a todos, tribunal incorruptible y justiciero en que la austera verdad científicamente investigada, opone un fallo inapelable a la ceguera de las pasiones humanas y a las injusticias de la suerte [106] ».

Más significativa e insinuante era aún la carta del batallador obispo de Astorga, D. Antolín López Peláez, en la que se lee este párrafo: «Honradísimo, como individuo correspondiente de la Real Academia de la Historia, con tener de presidente al que merece serlo de todas las Academias, al que pudiera decir: la Academia soy yo».

Salió para Madrid en los últimos días de enero y en junta de 4 de febrero tomó posesión de su nuevo cargo. «He encontrado en la Academia la mayor cordialidad, y al tomar posesión de la plaza de director les enderecé un speech que al parecer les gustó mucho», le dice a su hermano Enrique.

[p. 302] Ya en Madrid solicitó audiencia para visitar al Rey y darle personalmente las gracias.«Parece ser —dice a su hermano Enrique— que está como niño con zapatos nuevos, y me llama siempre «mi querido amigo». De la audiencia salió complacidísimo y el Monarca le recordó aquel precioso discurso que en el año 1902 pronunció en la Biblioteca Nacional, en la llamada Fiesta de la Ciencia, con motivo de la mayoría de edad de Don Alfonso XIII.

Surgió por entonces la idea de hacer una medalla conmemorativa del nombramiento de Menéndez Pelayo para la dirección de la Academia y se encargó el trabajo al escultor Coullaut Valera. Se abrió una suscripción, que se cubrió inmediatamente de firmas; pero como el trabajo no estaba terminado y la acuñación también era costosa se echó el verano encima y el sencillo y emocionante acto proyectado de la entrega de una de las medallas de oro a D. Marcelino, no pudo hacerse hasta el 25 de octubre de aquel año en el despacho de la Dirección de la misma Academia de la Historia. Menéndez Pelayo, al recibir el obsequio de sus compañeros y amigos, pronunció unas palabras de honda emoción y profundo significado [107] .

La medalla estaba acuñada en bronce con el busto de D. Marcelino en el anverso y en el reverso una representación de las Ciencias y de las Artes. Se hicieron cuatro ejemplares en oro, uno para Menéndez Pelayo, otro para Su Majestad Don Alfonso XIII, un tercero que lo adquirió el Conde de la Viñaza para regalarlo a la Academia de la Historia y el cuarto para el Excmo. Ayuntamiento de Santander.

Bien se había sacado la espina de lo del desaire de la Academia Española con todas las demostraciones de afecto de sus amigos. Sólo contaba cincuenta y tres años, pero había ya mucha nieve en su cabeza y también amarguras en su corazón; más que homenajes y elogios buscaba cariño y consoladora amistad.

Notas

[p. 298]. [104] . Véase artículo de Marcial Solana, titulado: Menéndez Pelayo, candidato a la Dirección de la Real Academia Española, publicado en Boletín de lo Biblioteca de Menéndez Pelayo, 1946, pág. 5 y sig. En él se reseña con más amplitud este asunto y se publican en los Apéndices varios interesantes textos.

[p. 299]. [105] . En 1 de diciembre de 1907, seguro ya de la derrota que a los pocos días, y por segunda vez, le va a infligir Pidal, escribe a su hermano Enrique: «La Real Sociedad de Literatura de Londres (Royal Society of Literature), que es allí la institución análoga a nuestra Academia Española, me ha nombrado por unanimidad Socio Honorario. Convendría dar esta noticia al mismo tiempo que la otra, porque creo que soy el único español que ha recibido esta distinción.» ¡Qué candor más grande el de Menéndez Pelayo! Se había empeñado en no enterarse de que era él quien honraba a todas las Royal Society y las Hispanic Society del mundo, que le estaban nombrando por entonces Socio de Honor o de Mérito.

[p. 301]. [106] . El precioso documento que juntamente con la carta del Rey se conserva en la Biblioteca del Maestro, se ha publicado repetidas veces, y hasta se hizo una pequeña edición facsímil por el autor de esta Biografía; y en facsímil también lo volvió a reproducir el Boletín de la Academia de la Historia.

[p. 302]. [107] . Este discurso de Menéndez Pelayo puede leerse en los tomos de Varia de las Obras Completas de Menéndez Pelayo (Ed. Nac.).