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Obras completas de Menéndez... > ESTUDIOS SOBRE EL TEATRO DE... > I : AUTOS, COMEDIAS DE LA... > IV. COMEDIAS DE VIDAS DE... > II.—LO FINGIDO VERDADERO

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Publicó Lope esta comedia en la Décimasexta parte de las suyas (Madrid, 1621). Aparece citada ya en la segunda lista de El peregrino con el título de El mejor representante, y estaba escrita, por consiguiente, antes de 1618.

La dedicatoria al Rdo. P. Presentado Fr. Gabriel Téllez tiene visos de cautelosa, y parece escrita para desvanecer recelos y habladurías de los que suponían mutuamente envidiosos y enemistados a los dos grandes poetas. Tirso era el único dramaturgo digno de hombrearse con Lope, aun habiéndolos tan insignes en aquella generación. Hasta en la fecundidad le iba muy a los alcances. La comparación y la rivalidad tenían que establecerse por sí mismas, entrando a la parte el celo oficioso y cizañero de los amigos de uno y otro. La naturaleza humana, y más la naturaleza de los poetas, es harto flaca para resistir a tales estímulos. El mismo Lope confiesa en esta dedicatoria que a los envidiosos les parecía imposible simpatía la afición que él manifestaba tener al ingenio de Tirso. Quizá tuviesen razón los envidiosos. De todos [p. 265] modos, se advierte en esta dedicatoria notable falta de cordialidad y un no sé qué de violento y afectado. Pequeño elogio parece de tal poeta como Tirso, el decir Lope casi desdeñosamente: «Algunas historias divinas he visto de V. Paternidad en este género de poesía, por las cuales vine en conocimiento de su fertilísimo ingenio.» No sólo historias divinas, sino fábulas humanas, y en grandísimo número (nada menos que trescientas para aquella fecha), llevaba compuestas Fr. Gabriel Téllez, y su nombre o su seudónimo llenaba los teatros. Pero Lope, sin duda con su cuenta y razón, insiste en lo de las historias divinas, como si en ese círculo quisiera encerrar a un émulo, «así por su profesión, como por haberlas escrito tan felizmente». De paso, se traslucen alusiones satíricas a otros poetas que se valen de caballos y carpinteros. La de los caballos ha de referirse al gran plagiario Andrés de Claramonte, que tenía la manía de introducir en sus comedias desafíos a caballo por el patio, lo cual fué ocasión del mal parto de Ana Muñoz, a que chistosamente alude el italiano Fabio Franchi en su Ragguaglio di Parnaso: «E Claramonte... supplica si levino dalle sue commedie tutte le disfide che si fanno in cavalli vivi, ed in particolare le donne, perchè patisce scrupolo, che in uno di questi si disperse Marimugnoz di un figlio maschio, che fù gran perdita per la posterità di Vigliegas.» [1]

Lo de los carpinteros puede ser un dardo contra la maquinaria usada en El Anticristo de Alarcón (representado en 1618), cuando «Vallejo, autor de comedias, habiendo de volar por una maroma, no se atrevió, y voló por él Luisa de Robles», según se lee en el encabezamiento de un soneto de Góngora. [2] Hay que añadir, para comprender toda la malicia de esta alusión, que Tirso era amigo y colaborador de D. Juan Ruiz de Alarcón, como lo prueba aquel sabido epigrama:

           Vítor, don Juan de Alarcón
       Y el Padre de la Merced:
       Por ensuciar la pared,
       Que no por otra razón.

[p. 266] Y es sabido que Alarcón era como el caudillo de todos los disidentes y alzados contra la monarquía literaria de Lope, los cuales llegaron a decir, por boca de Luis de Belmonte (en la dedicatoria de la comedia de nueve ingenios en honor de D. García Hurtado de Mendoza), que «eran los que en España tenían el mejor lugar, a despecho de la envidia». Además de Belmonte y Alarcón, andaban entre ellos Guillén de Castro, Luis Vélez de Guevara y Mira de Amescua. El nombre de Tirso no suena allí, pero sus simpatías por este grupo o pandilla me parecen evidentes.

Prescindiendo ya de la dedicatoria y llegando a la comedia, que es, sin disputa, de las más notables del repertorio religioso de Lope, comenzaremos por insertar la Vida de San Ginés representante, mártir, tal como se lee en el Flos Sanctorum del P. Rivadeneira (t. II, pág. 375), de donde probablemente la tomó nuestro poeta.

«XXV de Agosto. Fué, pues assí, que imperando Diocleciano, había en Roma un Farsante, insigne chocarrero y gracioso, que se llamaba Ginés, muy enemigo de Christianos, el qual, parte por su mala inclinación y por la mala vida que trahía (como suelen los de aquel oficio) y parte por dar gusto al Emperador y entretenimiento al pueblo, se dió mucho a perseguir los Christianos y hazer burla dellos; y para esto quiso entender los misterios de nuestra Santa Fe, y las ceremonias del Bautismo, para representarlo en sus comedias y mover a risa a los circunstantes. Después que se hubo enterado de lo que hazían los Christianos, instruyó bien a los otros sus compañeros de lo que habían de hazer; y un día, estando presente el Emperador y toda Roma para verle representar, fingió que estaba malo, y echóse en una cama, y llamó a los que le habían de ayudar al entremés, y como que eran sus criados, dixoles que estaba malo y pesado (porque era muy grueso de carnes) y que quería aliviarse. Passaron algunas razones entre Ginés y sus criados a este propósito, llenas de donayres y de chacota.

»Finalmente, él dixo que quería ser Christiano, y uno de los representantes se vistió de exorcista y otro de presbytero para bautizarle, haciendo burla con aquella representación del santo [p. 267] Sacramento del Bautismo y de la Religion y ceremonias de los Christianos, con gran gusto del Emperador y aplauso y regocijo de todo el pueblo. Pero (¡oh bondad inmensa del Señor! ¡oh virtud y eficacia de la divina gracia!) en el mismo tiempo que hazían escarnio a Christo, tocó el Señor el corazón de Ginés, y le alumbró con un rayo de su luz, y le trocó la voluntad de manera que no ya por burla, sino de veras, deseasse ser Christiano y recebir el Bautismo, como hombre que entendía que por él se había de salvar y que no había otro camino para yr al cielo sino los merecimientos y la sangre de nuestro Redentor. Vistiéronle de blanco, como era costumbre hazerlo con los rezien bautizados, y mandó el Emperador que se le llevassen y le subiessen sobre un púlpito donde había una estatua de Venus, para que de allí fuesse mejor visto y oydo del pueblo y el regozijo fuesse mayor. Estando en el púlpito, se volvió Ginés a Diocleciano y a toda la gente, y les habló desta manera:

«Óyeme, Emperador, y vosotros, si soys hombres cuerdos, oydme. Antes de aora, siempre que yo ohía nombrar a los Christianos, ciego y loco en la ydolatría, procuraba (como otros) perseguirlos, e incitar al pueblo para que los persiguiesse: y tal era el enojo que tenía contra ellos, que por esta causa dexé a mis padres y deudos, queriendo antes vivir pobre y desventurado, que en mi patria entre Christianos. Con este mismo odio determiné estos dias de escudriñar y querer saber las cosas de los Christianos, no para creerlas, sino para mofar dellas y representarlas en el teatro, y entretener y alegrar la gente como aveys visto. Pero al mismo punto que querían echar el agua del Bautismo sobre mi cabeza, y me preguntaron si crehía lo que los Christianos creen, levantando los ojos en alto, vi una mano que baxaba del cielo sobre mí, y Angeles con rostros de fuego, que en un libro lehían todos los pecados que en mi vida cometí. Dixéronme los Angeles: «Destos pecados serás libre con esta agua con que quieres ahora ser bañado, si de veras y de todo corazon lo desseas.» Yo assi lo desseé y pedí, y luego cayó sobre mí el agua, vi la escritura del libro borrada, sin que en él quedasse señal alguna de [p. 268] letra. Dixéronme los Angeles: «Ya has visto cómo has sido limpio desta culpa y manzilla; procura conservar la limpieza que has recebido, y no manchar más tu alma con pecado.» Mira, pues, Emperador, y mirad vosotros, oh Romanos, lo que es justo que yo haga. Yo procuré agradar al Emperador de la tierra, y el Emperador del cielo me miró con ojos benignos, y me admitió en su gracia: quise causar risa a los hombres, y causé alegría y regozijo a los Angeles: y por tanto digo que de hoy más confiesso a Iesu Christo por verdadero Dios, y os amonesto que todos hagays lo mismo y que salgays de las tinieblas de que yo he salido, para que eviteys los tormentos que yo he evitado.»

»Desta manera habló Ginés; pero oyendo sus palabras, ¿quién podrá explicar cómo el Emperador quedó atónito y fuera de sí, y el furor y enojo con que mandó que todos los representantes fuessen traydos a su presencia y allí azotados, pensando que ellos también, como Ginés, eran Christianos? Pero ellos le dixeron que no eran Christianos, ni estaban engañados como Ginés: que lo que el Emperador crehía, crehían ellos, y adoraban a los dioses que él adoraba: que si lo pecó Ginés, no era justo que lo pagassen todos. Y para que viesse el Emperador que no eran Christianos, dixeron grandes blasfemias contra Christo. Entonces el Emperador, dexando a los otros, se embraveció más contra Ginés, y faltó poco para que allí con sus manos no le matasse, según estaba fuera de sí. Mandóle herir allí luego delante de todo el pueblo con varas, y apalear con gruessos palos, y llevar a la cárcel: y otro día mandó a un Prefecto llamado Plauciano que le atormentasse cruelmente hasta que negasse a Christo. Pusiéronle en el equúleo, desgarráronle los costados con uñas de hierro, abrasáronle con hachas encendidas. Dezíale el Prefecto: «Miserable de ti, obedece al Emperador, y sacrifica, y alcanzarás su gracia y vivirás.» Respondía Ginés: «Procuren la gracia y amistad destos Reyes los que no temen aquel Rey que yo vi y adoré y adoro, porque aquel es el verdadero Rey, que abriéndose los cielos yo vi, y usando conmigo de misericordia, me alumbró con el agua del Bautismo, y de burlador de los Christianos me hizo Christiano, y me pesa en el [p. 269] alma de haber perseguido su santo nombre, y conozco que por ello merezco cualquiera pena y castigo. A este Emperador del cielo es justo que obedezca, cuyo Imperio durará para siempre, y no a Diocleciano, que es hombre mortal, y su Imperio en el suelo presto se ha de acabar. Date (dize) priessa, aumenta las penas y tormentos, que por más que hagas no apartarás a mi Señor Iesu Christo de mi corazón.» Avisó el Prefecto al Emperador de la constancia de Ginés, y del esfuerzo y alegría con que sufría los tormentos, y el Emperador le mandó degollar, y assi se hizo a los veynte y cinco de Agosto, y en este dia el Martirologio Romano y los demás hazen mención de San Ginés el Representante, y fué por los años del Señor de trescientos y tres, imperando Diocleciano, como se ha dicho. En Roma fué ilustre la memoria deste San Ginés; y se le edificó templo, y San Gregorio Papa Tercero le reparó, adornó y enriqueció de muchos dones, como se dize en el libro de los Romanos Pontífices...

»El Martirologio Romano haze mención, a los catorce de Abril, de otro representante llamado Ardaleon, el qual estando repressentando las cosas de los Christianos, y haziendo burla dellos, en la misma representación se convirtió, y fué ilustre mártir del Señor. Y a los quince de Setiembre hace mención de otro, tambien farsante, que se dezía Porfirio, el qual en presencia del Emperador Juliano Apóstata, por escarnio recibió el bautismo, y el Señor le trocó el corazón súbitamente y confesando con gran constancia que era Christiano, le cortaron la cabeza por mandato del mismo Emperador, y mereció la corona del martirio. Y San Agustín escribiendo a Alipio, epístola sesenta y siete, cuenta lo que aconteció a otro farsante, que se dezía Dioscoro, y era gran burlador de los Christianos, y al cabo con la enfermedad de su hija, y otros azotes, se hizo Christiano, y fué siervo del Señor, haziendo él burla de los burladores, y convirtiendo las burlas en veras, para mostrar más su omnipotencia e infinita bondad.»

La crítica más severa, desde Tillemont hasta Paul Allard, [1] [p. 270] admite, como pieza auténtica y fidedigna, la Passio S. Genesii, [1] en que toda esta narración se apoya. La misma sencillez con que las actas están redactadas excluye toda sospecha de fraude. Ginés no era propiamente un cómico, sino un mimo, grado inferior del arte escénico. Magister mimithemelicae artis, qui stans cantabat super pulpitum, et rerum humanarum erat imitator. La fecha de su martirio se coloca aproximadamente en el año 285.

La crítica de esta comedia de Lope está hecha indirectamente nada menos que por Ste.-Beuve, al analizar en su libro de Port- Royal la tragedia de Rotrou St. Génest Comèdien païen representant le mystère d'Adrien, que es imitación muy directa de la obra española y le debe sus mayores bellezas, aunque el crítico francés lo ignorase. Con restituir a Lope muchos de los elogios que Ste.-Beuve tributa a Rotrou, se cumplen las leyes de la equidad, y queda el vigoroso imitador francés en el puesto secundario, pero todavía muy honroso, que le pertenece.

«La verdadera y directa continuación de Polieucto en el teatro (dice Ste.-Beuve) fué el San Ginés de Rotrou. Rotrou, vivamente impresionado por la pieza sublime de Corneille, y no avergonzándose de seguir las huellas del mismo que ingenuamente le llamaba su padre, produjo pocos años después, en 1646, esta otra tragedia, que es exactamente de la misma familia, y que, como he indicado ya, resucita y cierra en nuestro teatro el antiguo género de los dramas de mártires. Gracias al San Ginés y al Polieucto retoña de improviso, en el umbral del teatro clásico, una planta que había florecido por largo tiempo en la Edad Media, y que se había marchitado después. Sucede muchas veces en literatura, que series enteras de obras pertenecientes a un período de la civilización próximo a perecer con ellas, se concentran súbitamente en una última obra modificada y superior, que las compendia, las resume y dispensa de su lectura. Se creía muerto y definitivamente enterrado un género de literatura, y le vemos reaparecer en un ejemplar final, que es el más brillante de todos. Polieucto y San Ginés están en esta relación con nuestros antiguos misterios, y [p. 271] por lo mismo que la interrupción había sido tan larga, el salto atrás parece mas glorioso e inspirado.» [1]

Así comienza Ste.-Beuve su brillante análisis; pero antes de pasar adelante, conviene advertir que el salto atrás no resulta tan inopinado como da a entender el gran crítico, porque si bien es cierto que entre los misterios franceses de la Edad Media y las tragedias de santos de Corneille y Rotrou, hubo verdadera solución de continuidad, no es menos evidente que el género retoñó en Francia, no por influencia de los misterios antiguos, que ni Corneille ni Rotrou estudiaban, ni conocían apenas, sino por imitación de la comedia española de santos, que era el tipo artístico que tenían más próximo, y el único que da la clave de esta tardía, aunque brillante eflorescencia del género sacro en la tragedia moderna. Y este mismo San Ginés es la prueba más fehaciente de tal aserto.

Rotrou, pues, «el buen Rotrou, que viene inmediatamente después de Corneille, en la misma familia de ingenios, y a veces se codea con él», tomó el argumento de su pieza, no de la Passio S. Genesii, como parece que da a entender el autor de Port-Royal, sino de Lo fingido verdadero de Lope, como lo comprueba hasta la evidencia la comparación entre ambos dramas, y pudiera ya sospecharse por la conocida afición de Rotrou al teatro español, del cual procede casi todo su repertorio, sin excluir su obra capital, el Wenceslao, imitada de Rojas, como los mismos franceses confiesan. Pero la principal mina que explotó fueron las comedias de Lope, del cual proceden por lo menos cinco de sus argumentos, aun sin contar éste.

La semejanza no comienza en las primeras escenas. Éstas son originales de Rotrou, y a juicio de Ste.-Beuve (el mío parecería apasionado), infelicísimas. La primera escena es entre Valeria (hija del emperador Diocleciano) y su confidente: se trata de un sueño funesto como al principio de Polieucto. Valeria ha soñado que un pastor aspiraría a ser su esposo. Recuerda las voluntades caprichosas de su padre, recuerda que su madre era una mujer del [p. 272] pueblo que había dado un día unos panes al futuro Emperador, todavía simple soldado, e infiere de todos estos caprichos (no menos que de haberse asociado tres colegas al imperio) que es muy posible que Diocleciano quiera casarla con un pastor. Un paje anuncia a Maximiano, que llega de la guerra con Diocleciano, el cual entra haciendo cumplimientos a su hija:

           Déployez, Valérie, et vos traits et vos charmes;
       Au vainqueur d'Orient faites tomber les armes.

El pastor, en efecto, no era otro que el mismo Maximiano, elevado por Diocleciano desde la condición más ínfima hasta el solio imperial, y que con sus triunfos ha justificado bien esta elección... Valeria no ve ya ningún presagio funesto en el sueño que tuvo por la mañana, y exclama:

           Mon songe est expliqué; j'épouse en ce grand homme
       Un berger, il est vrai, mas qui commande à Rome.

«Convengamos (prosigue Ste.-Beuve) en que todo esto es muy malo: en ninguna parte son tan visibles como en este principio los defectos del tiempo y del talento de Rotrou, el énfasis, la vana pompa. Todas estas primeras conversaciones no son más que tiradas ampulosas, y la única idea que desarrollan con indigesta recrudescencia de imágenes, es el contraste de la antigua condición de pastor con la púrpura y la gloria actual de Maximiano... Los dos emperadores de Rotrou parecen fundidos en el tosco molde de los bronces solemnes, y tienen toda la rigidez de un César ecuestre. Se advierten en Rotrou, pero muy exagerados, todos los defectos de Corneille; es como un hermano menor que se parece al mayor, pero en feo. Los romanos de Corneille son romanos de Lucano, y de Lucano no pasan: los de Rotrou llegan hasta Estacio y Claudiano.»

Nada de esto hay en Lope de Vega. Su primer acto puede tacharse de ajeno casi enteramente a la acción del martirio de San Ginés, pero está lleno de vida, de movimiento y de gracia. Con la libertad propia de la comedia española, el autor nos [p. 273] transporta alternativamente al campamento de Numeriano en Asia, y a la depravada corte de Carino en Roma; saca a la escena al soldado Diocleciano y a la labradora Camila con su cesta de panecillos; pone en acción la muerte de Aurelio Caro, herido por un rayo; la conspiración de Aper contra su yerno, y la venganza que de él toma Diocleciano, y su exaltación al imperio, sin omitir la profecía fundada en el juego de palabras aper (jabalí): todo siguiendo con bastante fidelidad el texto de la Historia Imperial y Cesárea de Pero Mexía, que era el libro que solía consultar en casos tales.

Nada tiene de romana, y sí mucho de española, por lo cual se repite a cada momento en el teatro histórico y novelesco de Lope (Roma Abrasada, El Castigeo sin vengaza, etc.), la nocturna salida del César Carino a rondar por las calles de Roma con su querida Rosarda y regocijada tropa de músicos y libertinos, cometiendo mil desafueros e insolencias. El anacronismo de las costumbres es patente, pero corre el diálogo tan fácil, hay tal animación y bizarría en estas escenas de capa y espada, que cualquiera las prefiere al sueño de Valeria y a los soporíferos alejandrinos que recitan ella y su confidente en la tragedia de Rotrou. Sirven además estas escenas, aunque parezcan episódicas y aun incoherentes, para presentar con hábil artificio al protagonista Ginés, descrito, por supuesto, no con los rasgos de un mimo de la antigüedad, sino con los de un autor de título o director de compañía del siglo XVII, poeta y representante a un tiempo, como Andrés de Claramonte, verbigracia. La figura no es arqueológica, pero sí viva y bien plantada, y para el caso basta.

En Rotrou, por el contrario, es fría y ceremoniosa la aparición de Ginés. «Entra anunciado previamente por un paje, y dirigiéndose con familiaridad respetuosa a los emperadores, les ofrece sus servicios y los de su compañía para festejar el público regocijo. Diocleciano consiente en ello, y se pone a elogiar el teatro y el arte del comediante. Se informa del mérito de los poetas que entonces escribían para la escena. Ginés, después de confesar su preferencia por los antiguos griegos y latinos, Sófocles, Plauto y [p. 274] Terencio, declara que entre los más recientes, la palma pertenece sin contradicción al autor de Pompeyo y de Augusto.

           Ces poëmes sans prix, où son illustre main
       D'un pinceau sans pareil a peint l'esprit romain.

«Aquí los aplausos nombraban a Corneille. Elogiarle de esta suerte en el momento mismo en que le imitaba, era ingenioso y delicado de parte de Rotrou.»

También en Lope hay conversación sobre el tema dramático, entre Ginés y el emperador Carino, aunque en muy diverso tono, y sembrada de agudezas satíricas, interrumpidas a deshora por un profundo pensamiento, que es reminiscencia del Enchiridion de Epicteto: [1]

       ¿De qué autor?
                         —De Aristoceles.
       —¡Bravo ingenio: será brava!
        [p. 275] —Sí será, que hay toro en ella;
       Que es de Pasife la historia.
       ..................................................
       —Representa como sueles.
       Que yo no gusto de andar
       Con el arte y los preceptos.
       —Cánsanse algunos discretos.
       —Pues déjalos tú cansar.
       —Deleita el oído y basta,
       Como no haya error que sea
       Disparate que se vea...
       ..................................................
       ¿Luego tú piensas que reinas
       Con mayor estimación?
           La diferencia sabida
       Es que les dura hora y media
       Su comedia, y tu comedia
       Te dura toda la vida.
           Tú representas también,
       Mas estás de rey vestido
       Hasta la muerte, que ha sido
       Sombra del fin...

Lope aprovecha hábilmente este símil estoico para avivar y realzar una situación trágica. Cuando el emperador Carino cae herido por el puñal de Lelio, exclama, dirigiéndose a los cómplices de sus desórdenes:

           Representé mi figura:
       César de Roma, Rey era;
           Acabóse la tragedia,
       La muerte me desnudó:
       Sospecho que no duró
       Toda mi vida hora y media.
           Poned aquestos vestidos
       De un representante Rey
       (Pues es tan común la ley
       A cuantos fueron nacidos),
           A donde mi sucesor
       Los vuelva luego a tomar,
       Porque ha de representar.
       ¡Quiera el cielo que mejor!

[p. 276] Rotrou no ha imitado esta escena, pero sí, aunque abreviándola mucho, la del segundo acto de Lope, en que Ginés se presenta a Diocleciano, y entre el Emperador y el cómico exponen una especie de poética dramática. Todas las alusiones iban, sin duda, a tejado conocido, pero hoy no es fácil descifrarlas:

       —Hoy me has de hacer una notable fiesta:
       Prevén, mientras que como y el Senado
       Honra mi mesa, una gentil comedia.
       —Escoge la que fuere de tu gusto;
       ¿Quiéres el Andria de Terencio?
                                                   —Es Vieja
       —¿Quiéres de Plauto el Mílite glorioso?
       —
Dame una nueva fábula que tenga
       Más invención, aunque carezca de arte;
        Que tengo gusto de español en esto,
       
Y como me le dé lo verosímil,
       Nunca reparo tanto en los preceptos,
       Antes me cansa su rigor, y he visto
       Que los que miran en guardar el arte,
       Nunca del natural alcanzan parte.
       —Una comedia tengo que se llama
        El Cautivo de amor.
                         
         Nombre genérico;
        ¿Esa no ves que convendrá con todas,
       Pues en todas habrá por fuerza amantes?
       ¿Quién es su autor?
                                  —Fabricio, sacerdote
        De Júpiter olímpico.
                                      —¿Qué versos?
       —Duros, sacerdotales y exquisitos;
       Si puede al sol llamar lámpara eterna,
       No hay que tratar de que le llame Febo;
       Revuelve los olores, las especias
       De las dos Indias, y no deja en Libia
       Fiero animal ni sierpe.
                                  —Esos le escuchen.
       —Una fábula tengo que se nombra
        La Contienda de Marsias y de Apolo.
       
Es Corintio su autor, hombre fantástico
       En la pintura de furiosos versos,
        [p. 277] Infeliz en las trazas e invenciones,
       Pero digno de oir en lo que acierta.
       —Prosigue en otra.
                                  —Una comedia tengo
       De un poeta griego, que las funda todas
       En subir y bajar monstruos al cielo;
       El teatro parece un escritorio
       Con diversas navetas y cortinas.
       No hay tabla de ajedrez como su lienzo;
       Los versos, si los miras todos juntos,
       Parecen piedras que por orden pone
        Rústica mano en trillo de las eras;
       Mas suelen espantar al vulgo rudo
       Y darnos más dinero que las buenas,
       Porque habla en necio, y aunque dos se ofendan,
       Quedan más de quinientos que le atiendan.
       —¿Tienes tragedia alguna?
                                                   —De Leonicio
       Tengo la Electra, aventajada a Sófocles:
       Hará llorar las piedras; versos trágicos,
       Vencen en gravedad a los de Séneca.
       Otra tengo de Heraclio, que se llama
        La Sofonisba: es cosa de los cielos:
       No fue Virgilio más heroico; y tengo
        La Tisbe de Cornelio, gran filósofo,
       Español y pariente de Lucano.
       .........................................................................
       —Pues hazme una comedia que te agrade,
       Y quede a tu elección.
                                               —Haré la mía;
       Porque si acaso no te diere gusto,
       No pierda la opinión ningún poeta.
       —Hanme dicho que imitas con extremo
       Un rey, un español, un persa, un árabe,
       Un capitán, un cónsul; mas que todo
        Lo vences cuando imitas un amante.
       —El imitar es ser representante;
       Pero como el poeta no es posible
       Que escriba con afecto y con blandura
       Sentimientos de amor, si no le tiene,
       Y entonces se descubren en sus versos
       Cuando el amor le enseña los que escriben,
        [p. 278] Así el representante, si no siente
       Las pasiones de amor, es imposible
       Que pueda, gran señor, representarlas;
       Una ausencia, unos celos, un agravio,
       Un desdén riguroso y otras cosas
       Que son de amor tiernísimos efectos,
       Harálos, si los siente, tiernamente,
       Mas no los sabrá hacer si no los siente.

«El segundo acto de Rotrou comienza por una escena de ensayo de la comedia que debe representar Ginés. En Hamlet, la escena de los actores, con ser tan dramática, no es más que un accidente: aquí, desde este momento, hay un drama interior que se enlaza con el otro como por juego, y que, avanzando cada vez más, acaba por invadirlo y dominarlo todo.» [1] Rotrou pone en boca de Ginés, dirigiéndose al decorador del teatro, consejos sobre la pintura escenográfica y sus efectos. En Lope hay, en cambio, un bello monólogo sobre el arte de la declamación:

           Pero en tanta propiedad
       No me parece razón
       Que llamen imitación
       Lo que es la misma verdad;
       Comedia es mi voluntad,
       Poeta el entendimiento
       De la fábula que intento,
       Donde con versos famosos
       Pinto los pasos forzosos
       Que ha dado mi pensamiento...

No hay que advertir que las coqueterías de la comedianta Marcela con los galanes que la asedian, todas esas escenas propias del Roman Comique (según las califica Sainte-Beuven) no las tomó Rotrou de la Passio S. Genesii. El nombre y la persona son invención de Lope de Vega, que además se vale de ella para complicar el enredo con los amores de Ginés y Marcela, en lo cual Rotrou no le ha seguido, por no dar demasiado carácter cómico a su pieza infringiendo los severos cánones de la dramaturgia francesa, [p. 279] aunque en otras cosas se muestra bastante laxo y propenso a la libertad romántica.

Este embrollo de amor y celos, representado por Ginés y Marcela a un tiempo en la realidad y en la escena, llena todo el segundo acto de Lope, que es de muy ingeniosa contextura, pero que tiene el gravísimo defecto de pertenecer enteramente a la comedia profana, y de no preparar de ningún modo el ánimo a las impresiones solemnes y trágicas de la conversión y martirio de Ginés; ni siquiera por medio de un presentimiento vago, que labrando en el ánimo del espectador, le prepare a contemplar la obra de la Gracia. Ni un solo pensamiento religioso cruza por la mente de Ginés en los dos primeros actos, ni se habla siquiera de su habilidad para remedar a los cristianos, hasta que secamente dice Diocleciano al fin del acto segundo:

           Mañana, por hacer burla
       Destos que a Marte y a Venus,
       A Júpiter y a Mercurio
       Niegan el debido incienso,
       Quiero que Ginés me haga
       Y represente uno dellos,
       Por ver al vivo un cristiano
       Firme entre tantos tormentos.

Rotrou ha esquivado este defecto, haciendo que Ginés no represente dos farsas, sino una sola, y ésta de asunto sagrado, el misterio de Adriano, mártir de Nicomedia. Con esto y con anticipar el monólogo del ensayo, en que por primera vez siente Ginés el llamamiento de la Gracia, ha conservado con más unidad el concepto religioso de la escena. Pero también esta escena es invención de Lope.

       Il s´agit d'imiter et non de devenir...,

dice el Ginés de Rotrou repasando su papel. Y el de Lope:

           ¿Cómo haré yo que parezca
       Que soy el mismo cristiano
       Cuando al tormento me ofrezca?
       ¿Con que acción, que rostro y mano
       En que alabanza merezca?

[p. 280] Y una voz le contesta desde el cielo:

           No le imitarás en vano,
       Ginés; que te has de salvar...

Rotrou traduce esto a la letra:

           Poursuis, Génest, ton personnage:
       Tu n´imiteras point en vain...

Y en toda la escena prosigue la misma conformidad. Cuando Ginés se ve interrumpido en sus éxtasis por la entrada de uno de los individuos de su compañía que viene a anunciarle que ha llegado el Emperador, y debe comenzar el espectáculo, exclama en Lope:

           Perdona, que divertido
       En imitar al cristiano,
       Fuera me vi de sentido,
       Pensando que el soberano
       Ángel me hablaba al oído...

Y en Rotrou:

           Allons, tu m'as distrait d'un rôle glorieux
       Que je représentais devant la Cour des Cieux...

«En esta primera iluminación de Ginés (dice Ste.-Beuve), en esta voz del cielo que le habla distintamente y que el espectador oye, la obra de la Gracia está tratada de un modo harto crudo; la máquina dramática se ve funcionar demasiado a las claras, pero el efecto se produce, y era esencial que esta voz o alguna cosa semejante diese la señal y advirtiese al espectador, para despertar desde luego su interés en el sentido de la conversión, por que todo el móvil de la tragedia está aquí.»

Lope, con la poderosa audacia propia del teatro castellano, se atrevió a presentar en las tablas el bautismo de San Ginés, como Schiller la comunión de María Estuardo. Oye el mimo la voz de los ángeles, córrese por breve espacio una cortina y luego «descúbrese con música, hincado de rodillas, un ángel, teniendo una fuente; otro un aguamanil levantado, como que ya le echó el agua, y otro [p. 281] una vela blanca encendida, y otro un capillo». Rotrou hace salir bruscamente de la escena a Ginés, atribuyéndolo los espectadores a un defecto de memoria, y volver a la escena ya bautizado y regerado por misterio del ángel. Sus camaradas intentan vanamente hacerle entrar en su papel, y él contesta con símiles de su oficio:

           Ce monde périsable et sa gloire frivole
       Est une comédie où j'ignorais mon rôle...
       Il est temps de prêtendre à des prix immortels,
       Il est temps du passer du théâtre aux autels...

Y en Lope:

           Yo representé en el mundo
       Sus fábulas miserables
       Todo el tiempo de mi vida,
       Sus vicios y sus maldades;
       Yo fuí figura gentil
       Adorando dioses tales:
       Cesó la humana comedia,
       Que era toda disparates;
       Hice la que veis, divina:
       Voy al cielo a que me paguen...

Diocleciano, furioso, le entrega al Prefecto y le envía a los tormentos. Este cuarto acto de Rotrou tiene una parte cómica imitada de Lope, como todo lo demás: el interrogatorio de los compañeros de Ginés por el Prefecto, llamado en Lope Léntulo, y en Rotrou, Planciano:

       — Que représentiez vous?—Vous l'avez vu: les femmes...
       —Et vous?—Parfois les rois et parfois les esclaves.
       —Vous?—Les extravagants, les furieux, les braves...
       —Et toi?—Les assistants...

En Lope:

           —Llamad los representantes,
       Y salgan uno por uno,
       Sin que se esconda ninguno...
       —¿Qué me mandas?
                                   [p. 282] —Di quién eres.
       —Marcela.
                         —¿De qué servías
       A Ginés?
                         —¿Ya no lo vías?
       De representar mujeres.
       —Tú, ¿quién eres?
                             —Su marido.
       —Qué representáis?
                             —Galanes.
       —Vos, ¿qué hacéis?
                             —Yo los rufianes,
       El soldadillo perdido,
        El capitán fanfarrón,
       Y otras cosas deste modo,
       Y lo represento todo
       Cuando se ofrece ocasión...

Y así prosigue este diálogo, que con otros rasgos de la pieza justifica la opinión de Ste.-Beuve, cuando dice: «Nunca la mezcla, la oposición de lo trágico y lo cómico, ha aparecido más visible ni más enérgica. El San Ginés, en pleno siglo XVII, es el drama más romántico que puede imaginarse. Rotrou descubría espontáneamente este género en Francia hacia el mismo tiempo que Calderón, mucho antes de Pinto, [1] mucho antes de Clara Gazul. [2]

Efectivamente, Rotrou nada debe a su contemporáneo Calderón, pero se lo debe todo o casi todo a su precursor el maestro Lope, y por consiguiente, hay que rebajar bastante de la espontaneidad que se le adjudica. Se dirá que hay desigualdades en la obra de Lope: no son menores las que se observan en la de Rotrou, de quien su panegirista tiene que confesar que «pasa a cada momento de lo bueno a lo malo, de lo sublime a lo detestable». El desenlace, sobre todo, es infelicísimo en ambas obras, y por la misma causa: un acto que debía acabar gloriosa y patéticamente, está echado a perder por ocurrencias burlescas y ridículos juegos de palabras sobre la profesión de cómico y la tragicomedia de la vida.

[p. 283] Ambas obras están escritas con mucha desigualdad, pero con estro genial y bizarro. Lope se aventaja en el primer acto, como de costumbre.

El asunto de esta obra, que tan grato debía de ser a la piedad de los comediantes, hizo que fuese tratado otras dos veces en nuestra escena, la primera por tres ingenios, D. Jerónimo de Cáncer, D. Pedro Rosete Niño y D. Antonio Martínez, en El mejor representante, San Ginés (Parte veintinueve de Comedias varias, Madrid, 1668), y la segunda por un oscuro poetastro del siglo pasado, D. Francisco Antonio de Ripoll y Fernández de Urueña, en su «comedia nueva, Ingenio y Representante, San Ginés y San Claudio», dedicada «a la milagrosa imagen del Santísimo Cristo de la Humildad, que se venera en la Casa de la Cabeza», representada por la compañía de Josef Parra el día 20 de mayo de 1741, en el coliseo de la Cruz, e impresa por Gabriel Ramírez en aquel mismo año. Esta pieza de Ripoll es una rapsodia ilegible, pero no sucede lo mismo con la de los tres ingenios, que conserva mucho de lo bueno de la obra de Lope, e introduce además ciertas modificaciones muy hábiles para regularizar la acción y preparar la conversión de Ginés, creando un nuevo e interesante personaje, el poeta cristiano Policarpo. Ticknor, aun declarando absurdo el argumento (con su habitual sequedad protestante), reconoce que este drama se lee con interés y en algunas partes con agrado. [1]

Notas

[p. 265]. [1] . Obras sueltas de Lope de Vega (edición de Sancha), t. XXI, página 65.

[p. 265]. [2] . Don Juan Ruiz de Alarcón, por D. Luis Fernández-Guerra, página 291.

[p. 269]. [1] . Tillemont: Mémoires pour servir a l'histoire eccléssiastique, tomo IV (nota sobre San Ginés).—Allard: La Persécution de Dioclétien et le Triomphc de l'Église. París, 1890, tomo I, págs. 7 y 12.

[p. 270]. [1] . En Ruinart, Acta Martyrum Sincera, pág. 283.

[p. 271]. [1] . Port-Royal, tomo I, págs. 143-174.

[p. 274]. [1] . Cf. Quevedo en el capitulo XIX de su Doctrina de Epicteto:

           No olvides que es comedia nuestra vida
       Y teatro de farsa el mundo todo,
       Que muda el aparato por instantes,
       Y que todos en él somos farsantes:
       Acuérdate que Dios, desta comedia
       De argumento tan grande y tan difuso,
       Es autor que la hixo y la compuso.
       Al que dió papel breve
       Sólo le toca hazerle como debe,
       Y al que se le dió largo
       Sólo el hazerle bien dexó a su cargo.
       Si te mandó que hiciesses
       La persona de un pobre o de un esclavo,
       De un Rey o de un tullido,
       Haz el papel que Dios te ha repartido,
       Pues sólo está a tu cuenta
       Hacer con perfección tu personaje,
       En obras, en acciones, en lenguaje;
       Que el repartir los dichos y papeles,
       La representación o mucha o poca,
       Sólo al Autor de la Comedia toca.

[p. 278]. [1] . Lo mismo acontece en Un drama nuevo, joya incomparable de nuestro arte moderno.

[p. 282]. [1] . De Lemercier.

[p. 282]. [2] . De Próspero Mérimée.

[p. 283]. [1] . The tradition is absurd enough certainly, but the drama may be read with interest throughout, and parts of it with pleasure. It has a love-intrigue brought in with skill (t. III, edición de 1863, pág. 422).