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L'immigrazione dei Gessuiti Spagnuoli letterati in Italia. Memoria di Vittorio Cian.—Torino, Carlo Clausen, 1895. (Memorias de la Academia Real de Ciencias de Turin).—Fol., 66 págs.

El autor de esta bella y nutrida memoria, es bien conocido de los doctos por sus excelentes trabajos sobre el siglo XVI en Italia, entre los cuales sobresalen la monografía titulada Un decennio della vita de Pietro Bembo (1885) y la edición crítica, anotada e ilustrada, de Il Cortegiano de Castiglione, que el año pasado dió a la estampa. Ahora, abandonando por breve espacio el campo predilecto de sus investigaciones, se ha dedicado a estudiar la historia literaria del siglo XVIII, en la parte que atañe a las relaciones entre España e Italia. Fruto de esta nueva dirección de los trabajos del profesor Cian son el extenso libro acerca de Juan Bautista Conti, de que daré cuenta en otra ocasión; y la memoria cuyo título encabeza estas líneas, y que se refiere a uno de los episodios más señalados y significativos de la comunicación intelectual entre ambas penínsulas durante la centuria pasada. Trátase de aquella brillante colonia jesuítica, que el absolutismo regalista de los ministros de Carlos III desterró a Italia, donde tan [p. 94] noblemente volvieron por la honra científica de la ingrata patria que los había arrojado de su seno.

Hace tiempo que he manifestado en varios escritos míos el propósito de ilustrar en la medida de mis fuerzas este hermoso episodio de nuestra historia literaria. Y si hasta el presente no he podido dar cima a los trabajos preliminares indispensables para que el libro que medito tenga el grado de madurez que tan complicado asunto requiere, no por eso he desistido de mi intento, aplazado hasta ahora por otras ocupaciones más apremiantes, y también por el deseo de completar en lo posible la colección tan varia y numerosa de libros publicados por los expulsos, ya en su lengua patria, ya en latín, ya en italiano, libros muchos de ellos difíciles de conseguir en España.

El Dr. Cian ha tropezado con la dificultad contraria, es decir, con la de hallar en las bibliotecas de Italia libros que entre nosotros son corrientes y hasta vulgares. Por eso su trabajo no es ni aspira a ser un tratado extenso y metódico sobre el asunto, sino una contribución como ahora se dice, en que el autor, con estricta conciencia literaria, se limita a dar razón de lo mucho que ha visto y leído; y lo juzga con crítica sana, independiente y recta, y con una simpatía hacia nuestras cosas, que a los españoles nos obliga a perpetuo agradecimiento, por lo mismo que es enteramente desinteresada y sincera.

El inventario de la producción literaria de los ex jesuítas españoles está hecho con esmero, ya en bibliografías particulares que ellos mismos publicaron, como las de Prat de Saba (Operum Scriptorum Aragonensium olim é Societate Jesu in Italiam deportatorum Index, 1803) Diosdado Caballero (Bibliothecae Scriptorum Societatis Jesu Supplementa, 1814 ) y Navarrete (De viris illustribus in Castella Veteri Soc. Jesu ingressis et in Italia extinctis, 1793 ); ya en el soberbio monumento que a las glorias literarias de la Compañía han levantado los PP. Backer y Sommervogel, y que realmente hace casi inútiles los catálogos anteriores, por estar todos refundidos en la Bibliotheque des écrivains de la Compagnie de Jésus, si bien los cinco primeros tomos hasta ahora publicados de la nueva edición que comenzó en 1890, todavía no alcanzan más que hasta la letra O.

El Dr. Cian ha tenido a la vista estas fuentes para sus indicaciones [p. 95] bibliográficas, pero seguramente no le hubiera sido inútil, para completar las noticias de algunos escritores, el haber registrado también nuestras bibliografías provinciales, especialmente la de Fuster para Valencia, la de Torres Amat para Cataluña, la de Latassa para Aragon, y la de Bover para Mallorca. De todos modos, este defecto es leve, porque no ha sido su intento reproducir lo sabido, sino aportar nuevos materiales para el futuro edificio, y examinar a la luz de la crítica moderna algunas de las producciones más notables de nuestros emigrados. Por eso prescinde del P. Isla, sobre el cual tenemos ya un hermoso libro del P. Gandeau; [1] y elige entre los restantes algunos nombres que considera como los principales, aunque sobre esta elección pueden hacerse diversos reparos.

Ciertamente que en la lista interminable de los jesuítas españoles que desde 1767 a 1814 escribieron poco o mucho, abundan, como en todas partes, las medianías estudiosas y los autores de escritos efímeros: lo cual impone desde luego al crítico una selección severa. Pero todavía, y dicho sea en honra de nuestros expulsos, el número de los que se levantan sobre este nivel es harto considerable, y aunque se prescinda de los versificadores latinos de colegio, y de los controversistas de circunstancias contra el jansenismo y el filosofismo, todavía quedan bastantes autores cuya labor es seria y digna de honroso recuerdo, y entre los cuales el gusto individual puede inclinarse más a unos que a otros.

Nadie puede negar, por ejemplo, los méritos de Andrés, de Arteaga, de Eximeno, y Masdeu, a quienes el Dr. Cian dedica la mayor parte de su opúsculo; pero por ventura ¿no es demasiado rápida la mención que hace de Hervás y Panduro, que bajo ciertos aspectos es el más importante de estos emigrados, como principal creador de la nueva ciencia lingüística, según Max Müller ha reconocido y demostrado brillantemente? ¿Y no merecían algún recuerdo, entre otros muchos que omito, el P. Juan Bautista Gener, que proyectó y en gran parte realizó el plan de una vastísima enciclopedia teológico-escolástica, dogmática, polémica y moral, incluyendo en ella concilios, herejías, escritores, [p. 96] monumentos sagrados y profanos, epigráficos y numismáticos? De esta obra magna hay impresos, además del Prodromus o prospecto, los seis primeros volúmenes, siendo muy importante el primero en que el autor expone todo el plan de su obra, el cual implicaba una absoluta renovación de los estudios eclesiásticos, basada en la alianza del método histórico y positivo con el escolástico. Echo también de menos al elegante humanista P. Tomás Serrano, si bien de su vindicación de Marcial supongo que ya se hará cargo el señor Cian en el trabajo que prepara sobre las polémicas italo-hispanas del siglo pasado: al gramático Garcés, cuyo libro del Vigor y elegancia de la lengua castellana conserva todavía gran utilidad práctica, a pesar de su carácter meramente casuístico: al P. Aponte, sobre cuyos méritos de helenista, que todavía podemos apreciar en su Gramática, me remito al elogio que escribió su discípulo el Cardenal Mezzofanti: a los matemáticos Gil y Ludeña: al poeta trágico don Juan Clímaco Salazar, cuyo Mardoqueo vale más que todos los dramas de Colomés y de Lasala juntos. Y tampoco acabo de conformarme con la total omisión de los jesuítas americanos (que hasta políticamente eran españoles entonces), y entre los cuales los hay tan insignes como Clavijero el historiador de Méjico; Molina el naturalista chileno; Lacunza el original exégeta, renovador del sistema de los milenarios; Alegre, en cuya traducción latina de Homero encontraba Hugo Fóscolo parecchi versi bellissimi; Landívar, cuya Rusticatio Mexicana es uno de los más curiosos poemas de la latinidad moderna hasta por lo original y exótico de la materia; Márquez, tan benemérito de la arqueología romana, y de la historia de la arquitectura por sus libros Delle case di cittá degli antichi romani (1795), Delle ville di Plinio il Giovane (1796) y Dell'ordine dorico (1803).

La principal razón de estas omisiones, que fácilmente se perdonan al señor Cian, en gracia de las muchas cosas nuevas y bien estudiadas que su memoria contiene, debe de haber sido el método que en sus investigaciones ha adoptado, no agrupando las publicaciones de los jesuítas por orden cronológico ni por orden de materias, que sería el más oportuno para que ninguna obra de verdadero interés quedase fuera del cuadro; sino tratando de ellos conforme a los puntos de su residencia, para lo cual toma por guía el viaje del P. Andrés por Italia. Pero este viaje se hizo [p. 97] en 1785, Y por consiguiente el jesuíta valenciano no menciona en él más que a aquellos hermanos suyos de religión que habían publicado sus obras antes de dicho año; y aún es cierto que omite a muchos, por no ser éste su principal asunto, o porque vivían en pueblos que él no llegó a visitar, o simplemente por olvido.

Después de un prefacio en que expone el autor la importancia y novedad de su argumento, e indica su bibliografía y sus fuentes; y de tres capítulos preliminares en que trata con mucha novedad de la historia, causas y efectos de la expulsión de los jesuítas en España, de la manera cómo en Italia fueron recibidos, del estado de la opinión pública acerca de ellos, de las corrientes jesuíticas y antijesuíticas, de las varias formas en que los desterrados ejercitaron su actividad intelectual, y del modo cómo fueron distribuyéndose los nuevos colonos en las diversas ciudades de la península y especialmente en los Estados Pontificios; dedica un nutrido estudio al Abate Andrés, tasando equitativamente los méritos y defectos de su grande Historia Literaria: lo temerario de la empresa, que muchas veces obligaba al autor a contentarse con erudición de segunda mano y a desflorar rápidamente los asuntos; y al mismo tiempo, y como en compensación de este defecto, el valor de las ideas generales que informan este cuadro de los progresos del entendimiento humano; la fuerza sintética del conjunto, y el noble espíritu de vulgarización científica y de elevado dilettantismo que en toda la obra resplandece.

Menos conocido, pero no menos digno de serlo, es otro escrito del P. Andrés, el Saggio della filosofía del Galileo (1775), que no sólo es una exposición clara y precisa de los principales descubrimientos del gran físico florentino, sino un notable ensayo de filosofía experimental y positiva en que se reducen a cuerpo de doctrina los principios científicos de Galileo, y se reivindica para él la gloria de primer reformador del método de investigación, comúnmente atribuída a Bacon, y en la cual no sólo Galileo, que predicó principalmente con el ejemplo, sino Luis Vives y Telesio pueden reclamar tanta parte.

A este notable ensayo de crítica filosófica, de espíritu y saber tan modernos, hace plena justicia el Dr. Cian, que enumera además con justo aprecio los trabajos bibliográficos de Andrés, tales como su catálogo de los códices de la biblioteca Capilupi de Mantua, [p. 98] que (en opinión de nuestro crítico) «puede sufrir el cotejo con las mejores obras de este género en nuestros tiempos, por la riqueza de noticias literarias»; su excelente edición de las epístolas inéditas de Antonio Agustín, y sus Anecdota graeca et latina ex mss. codicibus Bibliothecae Regiae Neapolitanae deprompta (1816). Ni olvida tampoco sus cartas de tan sabrosa e instructiva lectura sobre Italia, ni el viaje literario a Viena, que las sirve de complemento, haciendo resaltar la curiosidad inteligente y erudita de Andrés, y la viveza y fidelidad con que presenta el cuadro de la vida intelectual de su tiempo en Italia. De sus relaciones literarias con Tiraboschi se da también cabal noticia; y con este motivo aparece en escena otro jesuíta digno de buena memoria, el P. Joaquín Plá, bibliotecario de Ferrara, a quien Tiraboschi llamo «el más docto y profundo políglota de su tiempo en Italia». Suyas son todas las traducciones italianas de versos provenzales, que figuran en la obra de Juan María Barbieri Dell'origine della poesia rimata, que el mismo Tiraboschi, extraño a este género de erudición, publicó en 1790; las cuales bastan para que el nombre de Plá deba añadirse al de los escasos provenzalistas del siglo pasado, siendo único entre los españoles, a excepción del canónigo Bastero, que fué el Raynouard de su tiempo.

En el capítulo V habla el señor Cian de varios literatos españoles, residentes en Ferrara y en Bolonia: el P. Conca, cuya Descrizione odeporica della Spagna no es más que un compendio del Viaje de Ponz; el P. Gallissa, de quien omite el escrito más importante, que es la biografía del jurisconsulto y anticuario Finestres (De vita et scriptis Josephi Finestres... 1802); el P. Aymerich, que además del suplemento a la Bibliotheca Latina de Fabricio, divulgó con el nombre de Q. Moderato Censorino, las Paradojas filológicas sobre la vida y muerte de la lengua latina, donde hace una valiente defensa del neologismo, partiendo del concepto de que la lengua latina no es ni ha sido muerta nunca, y defiende en purísimo latín clásico los derechos de la latinidad eclesiástica; el Padre Gustá, biógrafo de Pombal, y tipo del jesuíta controversista envuelto siempre en polémica con jansenistas y filosofantes. La noticia de Montengón se reduce a tres líneas, y es muy deficiente. La verdadera importancia de Montengón, consiste en ser casi el único novelista español del siglo pasado, fuera del P. Isla. No pasó de [p. 99] la medianía ciertamente, pero sus obras son muy curiosas, y todavía más bajo el aspecto de las ideas que de la forma literaria, que en general es pobre y desaliñada. Su Eusebio, novela pedagógica, imitación del Emilio de Rousseau, su Eudoxia, inspirada por el Belisario de Marmontel, su Rodrigo, que es una de las más antiguas tentativas de novela histórica, su Mirtilo, que es la última de las novelas pastoriles castellanas, tienen más interés que todos sus versos latinos españoles e italianos, y que sus pésimas tragedias que (entre paréntesis sea dicho) no son traducciones de Sófocles, sino engendros originales suyos sobre los argumentos de Agamenón y Electra. En verso fué desdichado casi siempre, salvo en la traducción de los poemas ossiánicos, en que tuvo por guía al Abate Cesarotti. Sus odas no tienen de bueno más que los asuntos, y son una tentativa frustrada de imitación horaciana. Pero el conjunto de sus obras es muy interesante, porque reflejan de una manera tan abigarrada como sincera las confusas aspiraciones de aquel fin de siglo.

Más extensamente, y con notable acierto crítico, habla el Dr. Cian de las tentativas trágicas de los dos jesuítas valencianos Colomés y Lassala. Del primero, «hombre de ingenio versátil y pronto» (según le califica el Abate Andrés) y de aficiones literarias tan contrapuestas como el teatro y las matemáticas, no ha llegado a ver nuestro autor su primera tragedia, el Coriolano, que sin ser una obra maestra ni justificar los encarecimientos con que la saludó Metastasio, vale, sin embargo, algo más que al Agnese di Castro y el Scipione in Cartagine. Colomés era una medianía, en toda la extensión de la palabra, pero aunque sus medios poéticos fueron escasos, no carecía de instinto dramático. «Hay que admirar en este jesuíta español recién venido a Italia (dice el Dr. Cian) la destreza con que logra asimilarse ciertas cualidades exteriores de Metastasio.» Es curioso encontrar en su correspondencia con Tiraboschi el plan de una tragedia que iba a escribir con el título de Alboino, o de la ruina del reino de los Longobardos, adivinando casi el drama histórico de grandes líneas que en este argumento estaba encerrado y que Manzoni debía escribir en su Adelchi. Dejó además Colomés algunos dramas musicales de asunto religioso (oratorios) en lengua castellana, y en francés una sátira lucianesca, imitación de la Almoneda de [p. 100] Vidas (Les Philosophes á l'encan, 1793), que es el más ingenioso de sus escritos.

El P. Manuel Lassala, aún en las tragedias italianas (especialmente en Giovanni Blancas y en Sancho García) me parece poeta de más alientos que Colomés, pero encuentro mejores sus versos latinos, sobre todo las Sátiras de Cayo Sectano.

El capítulo VI está enteramente dedicado al P. Esteban Arteaga, uno de los más geniales estéticos del siglo pasado, quizá el primero después de Lessing. Entre nosotros apenas se le conoce más que por las Investigaciones sobre la belleza ideal, libro que, al parecer, es muy escaso en Italia, hasta el punto de que el señor Cian no le ha podido haber a las manos. En cambio, en Italia es mucho más conocida que en España la grande obra de las Revoluciones del teatro musical italiano, que más bien debiera titularse Historia de la Opera. De este libro, en que la parte doctrinal es todavía más interesante que la histórica, y en que se sientan principios de crítica dramática y musical, enteramente modernos, y que en algún modo preludian el concepto Wagneriano de la ópera, discurre con mucho acierto el Dr. Cian, no menos que de las cartas de Arteaga sobre las tragedias de Alfieri Mirra y Philippo, cuyos juicios adoptó casi literalmente Guillermo Schlegel. De paso nos da pormenores muy curiosos sobre la persona de Arteaga, sobre su carácter inquieto y vehementísimo, sobre sus relaciones con la condesa Isabel Teotochi Albrizzi, etc. Para completar estas indicaciones, debe leerse el importante discurso que acerca de Arteaga, considerado como crítico musical, leyó en 1891 el señor don José María Esperanza al tomar posesión de su plaza de académico de Bellas Artes. Hay en él datos nuevos tomados de la correspondencia de Arteaga con Forner, y del Diario inédito del P. Manuel Luengo, que conservan los jesuítas en Loyola, y que en 49 volúmenes narra minuciosamente los sucesos acaecidos a la Compañía de Jesús desde 1767 a 1815: fuente riquísima para todo el que emprenda tratar de este argumento. A los escritos de Arteaga analizados por el Dr. Cian, convendría añadir otros no menos notables, especialmente la disertación contra Tiraboschi y el Abate Andrés, negándoles la influencia de los árabes en el origen de la poesía moderna de Europa y el supuesto origen asiático o africano de la rima; las extensas notas o disertaciones [p. 101] sobre el gusto actual de la literatura en Italia; el libro de crítica filológica, en que vindicó el texto de Horacio impreso por Bodoni en Parma a expensas de Azara; y las disquisiciones (inéditas en el Archivo de Alcalá), sobre el ritmo sonoro y el ritmo mude, visible e invisible, en que procura reducir a un solo principio la estética de la Música, de la Poesía y de todas las artes inferiores (como la pantomima y la declamación) en las cuales interviene el ritmo. Sobre esta obra y otras de Arteaga, me remito a lo que dije en la segunda parte o volumen segundo del tomo III de la Historia de las ideas estéticas (págs. 133-141 y 555-566). [Vol. III, págs. 150-172 y 358-363 en Ed. Nac.]

A Arteaga sigue naturalmente Eximeno, el gran revolucionario musical, cuyas tareas se enlazan tanto con las suyas. También aquí el estudio es incompleto por no haber tenido a la vista fuentes españolas, especialmente el estudio biográfico que puso Barbieri al frente de la novela satírica de Eximeno D. Lazarillo Vizcardi, publicada en 1872 por la Sociedad de Bibliófilos Españoles. Nada se dice, por consiguiente, de este Don Quijote de la música, tan empalagoso al paladar literario como útil para la historia de las teorías y polémicas musicales del siglo pasado; ni tampoco de los tratados latinos en que el P. Eximeno expuso con mucha elegancia y mucha crudeza la filosofía sensualista de su siglo; ni se menciona tampoco su curiosa Apología de Cervantes, dirigida principalmente contra el Análisis académico de don Vicente de los Ríos. Pero de la obra capital del jesuíta valenciano, es decir del Origen y reglas de la música, [1] y de su polémica con el P. Martini, se da suficiente idea; y además se llama la atención sobre otro escrito de Eximeno muy poco conocido, y a la verdad penetrante e ingenioso, las Reflexiones sobre el espíritu de Maquiavelo.

A Masdeu le estudia el Dr. Cian, no precisamente en la Historia crítica de España, (sobre la cual se remite al juicio casi unánime de los historiadores modernos, que encuentran en ella mucha erudición, poca crítica, excesivo y sistemático escepticismo, y en suma más bien una colección de materiales útiles que una historia propiamente dicha); sino principalmente en una sección poco [p. 102] conocida de sus obras, en los innumerables y por lo común desdichadísimos versos italianos que compuso. El P. Masdeu, que nada tenía de poeta, y que reducía la poesía a lo más trivial y mecánico de la versificación, era por lo mismo un rimador incansable, pero lo único suyo que en este género puede mencionarse, a lo menos como curiosidad de historia literaria, es la traducción que en 1786 publicó de varias poesías de veintidós autores españoles del siglo XVI intentando rivalizar con las excelentes versiones del Conde Conti, pero quedando a muy larga distancia de él.

El capítulo IX de la monografía que vamos examinando es el más nuevo en su contenido, y por él más todavía que por los restantes merece nuestra gratitud el Dr. Cian. En él exhuma (bien puede decirse) a un pensador español, completamente desconocido en España, el P. Joaquín Millás, de quien aquí nada se había escrito, salvo el artículo de Latassa en su Biblioteca Aragonesa, y lo poco que yo pude decir, valiéndome de un extracto que Tiraboschi hizo en el Giornale di Modena de la obra capital del P. Millás. El Dr. Cian ha tenido la fortuna de tener a la vista el libro mismo, que consta de tres volúmenes impresos en Mantua, desde 1786 a 1788 con este título: Dell'unico principio svegliatore della ragione del gusto e della virtu nella eduzazione letteraria. El detallado análisis que presenta de esta obra basada en el principio de la educación objetiva que él llama observación activa, basta para comprender la originalidad, la fuerza, la independencia y solidez de las ideas pedagógicas y estéticas del P. Millás, para quien con razón reclama el Dr. Cian uno de los primeros puestos en aquella brillante emigración española; dando además noticia de otros escritos suyos de la misma índole, especialmente del Saggio sopra i tre generi di poesia (1785) y del opúsculo Sopra il disegno e lo stile poético italiano (1786); todo lo cual desconocemos aquí.

Otro tanto puede decirse de los trabajos históricos muy elogiados por el Dr. Cian, de los PP. Antonio Burriel (hermano del grande investigador del mismo apellido, que no llegó a alcanzar la expulsión de la Compañía), y Cristóbal Tentori, que era andaluz, a pesar de su apellido italiano. Ese segundo P. Burriel, a quien pudiéramos llamar minor o junior, es autor de una copiosa biografía de Catalina Sforza Riario, en la cual dice nuestro crítico que «el jesuíta español adivinó con muchos años de anticipación la [p. 103] índole y el método verdadero de una monografía histórica». Más voluminosos son los trabajos del P. Tentori, consagrados todos a la ilustración de las antigüedades venecianas: doce tomos de Ensayos sobre la historia civil, política y eclesiástica, y sobre la corografía y topografía de los Estados de la República de Venecia (1785 a 1790) , y la Colección diplomática de documentos relativos a la revolución y caída de la República de Venecia (1799), considerada esta última como el mayor acopio de datos para el conocimiento de aquel tormentoso periodo; y apreciable hoy mismo la primera por la indagación exacta de los hechos, la severidad del método, y el trabajo directo sobre las fuentes impresas y manuscritas, aunque el progreso de estos estudios la haga ya parecer anticuada en muchas de sus partes. El P. Tentori no estudia meramente la historia política sino que en larga serie de disertaciones trata, por estilo enteramente moderno, de sus instituciones, costumbres, literatura, espectáculos y fiestas públicas, y otros diversos particulares de la vida interna, a que los historiadores de su tiempo no solían conceder bastante importancia

De Lampillas promete tratar extensamente el señor Cian en su anunciado estudio sobre las polémicas italo-hispanas, y a otros ilustres jesuítas los menciona sólo de pasada. Tal acontece con el P. Arévalo, que no sólo publicó las obras de San Isidoro y la Himnodia Hispanica, sino también la mayor parte de los poetas latino-cristianos, Juvenco, Prudencio, Sedulio, Draconcio, con prolegómenos de sólida erudición, que en parte no han envejecido todavía. Tal con el P. Vicente Requeno, hombre de ingenio agudo e inventivo, que se titulaba restaurador de las artes perdidas, y que no sólo renovó la pintura pompeyana al encausto (escribiendo de paso una buena historia de la pintura antigua que fué considerada entonces como útil suplemento a la obra de Winckelmann), sino que se jactaba también de haber restablecido la antigua chironomia o arte de gesticular con las manos (lo cual le llevo a hacer un curioso estudio sobre la pantomima y el baile representativo entre los antiguos); de haber penetrado el misterio del arte armónica de griegos y romanos; y finalmente de haber inventado un telégrafo militar de señales, una trompeta parlante, y un tambor armónico; sobre todo lo cual compuso una serie de libros muy singulares, que prueban la fantasía aventurera y temeraria de [p. 104] su autor, la cual nos recuerda sin querer a su compañero de hábito el P. Kircher.

Las conclusiones que de su largo y meditado estudio infiere el Dr. Cian, no pueden ser más honrosas para la cultura española y para el grupo jesuítico que tan brillantemente la representó en Italia a fines del siglo. «Es un episodio (dice) que tiene en sí algo de grande y de trágico, que conmueve e induce a pensar. Aquellos hombres arrojados de su patria, obligados a vivir entre las desconfianzas, las envidias, los rencores antiguos y recientes, en país extranjero, guardan celosamente el culto de la patria en su corazón, y al mismo tiempo se enlazan en afectuosa amistad con algunos de los nuestros y de los mejores, estudian y adoptan e ilustran la lengua y la literatura del país que les ha dado hospitalidad, pero cuando ven que algún italiano quiere lanzar la más leve sombra sobre el honor literario de España, se levantan con fiereza caballeresca, propia de su raza, y no temen defenderse, y pasar muchas veces de la defensa a la ofensa vigorosa y audaz... No podemos menos de sentir una admiración profunda por estos emigrados que en tan breve período de años respondieron tranquilos y altivos, con la mejor de las venganzas, a las injurias de la fortuna, a las persecuciones, a los odios de los hombres que pretendían extinguirlos; y se levantaron y se purificaron a los ojos de la historia, a nuestros propios ojos, a los ojos de aquellos mismos que creían y aspiraban a verlos aniquilados para siempre. Su producción múltiple, varia y a veces profunda y original, es un fenómeno singularísimo. En vano se buscaría en la historia de las literaturas europeas otro fenómeno semejante de colonización literaria: violenta, forzada en sus causas y en los medios con que fué realizada: espontánea, duradera y digna en sus complejas manifestaciones: útil y gloriosa para aquellos colonos, dotados de extraordinaria flexibilidad y gran virtud asimiladora: no ingloriosa para la madre patria que los desterraba: ventajosa y honorífica para la nueva patria latina, que los acogía en su seno hospitalario».

Con tan nobles palabras quiero terminar este rápido extracto, que no puede dar idea de la riqueza positiva que encierra la memoria del Dr. Cian. Y si he notado deficiencias en ella, no ha sido por vano prurito de censurar lo que yo no sabría hacer mejor, sino [p. 105] por llamar la atención del autor mismo y de todos los que se interesan en este riquísimo argumento, sobre algunos puntos que yo quisiera ver tratados con más espacio. En la memoria del Dr. Cian falta algo, pero de seguro no sobra nada. Y en materias de erudición no es pequeña alabanza esta, aunque todavía las merezca mayores esta preciosa monografía, en que todo es instructivo y agradable.

Notas

[p. 93]. [1] . Nota del Colector.—Artículo de Crítica Bibliográfica publicada en Revista Crítica de Historia y Literatura Españolas, Portuguesas e Hispano-Americanas, número de enero de 1896, pág. 55.

No ha sido coleccionado hasta ahora en Estudios de Crítica Literaria.

[p. 95]. [1] . Les précheurs burlesques en Espagne au XVIII.e siécle. Etude sur le P. Isla.— París, 1891.

[p. 101]. [1] . Traté de Eximeno como crítico musical, en el ya citado volumen II, tomo III de las Ideas Estéticas (528-555) . [Vol. III, págs. 355-359 en Ed. Nat.]