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Obras completas de Menéndez... > BIBLIOTECA DE TRADUCTORES... > I : (ABENATAR–CORTÉS) > CONDE, JOSEF ANTONIO

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Texto

[p. 342]

No a mí, sino al ilustre biógrafo de los célebres conquenses, pertenece escribir con la extensión y lucidez necesarias la vida del sabio orientalista, de cuyos trabajos voy a dar sumaria cuenta en este artículo. En tanto, pues, que el Excmo. Sr. D. Fermín Caballero escribe sobre Conde un libro digno de su gloria, yo me limitaré a considerarle como erudito e infatigable traductor en prosa [p. 343] y verso de importantísimas obras griegas, hebreas, árabes y persas.

Nació nuestro polígloto en Peraleja, villa de la provincia de Cuenca, en 1765. En la Universidad de Alcalá cursó Filosofía y ambos Derechos, recibiendo la borla de doctor en la última Facultad en 1790. Antes o simultáneamente había proseguido con afán infatigable los estudios filológicos a que imperiosamente le arrastraba su inclinación. No sé quienes fueron sus maestros, mas puedo afirmar que cuando publicó su traducción de los bucólicos helénicos conocía ya, además del griego, el hebreo, el árabe, el persa y el turco. Tal vez en alguna de estas últimas lenguas recibió las lecciones del sabio maronita Casiri, aunque la dureza con que le trata en diversos lugares de sus obras, induce a sospechar lo contrario. Establecido en Madrid Conde y dado ya a conocer por sus primeras traducciones y opúsculos literarios, fué nombrado oficial de la Biblioteca Real (Nácional hoy), y pronto logró tomar asiento en las Academias de la Historia y de la Lengua (en esta última como honorario el 24 de diciembre de 1801, como supernumerario en 24 de diciembre de 1802, sucediendo al insigne erudito D. Tomás Antonio Sánchez).

Era Conde hombre laboriosísimo y de vida austera y retirada, su genio debía pecar de adusto, tuvo pocos amigos, entre ellos fué el más íntimo D. Leandro Fernández de Moratín. La correspondencia y diario del inmortal dramático suministran curiosos pormenores sobre Conde. Procuraremos utilizar estas noticias. Ya en 1798 tratábanse con intimidad el poeta y el arabista. En el Diario que, escrito en varias lenguas y con abreviaturas, llevaba Moratín de todos sus actos, aun los más insignificantes, leemos que en el día 16 de febrero de dicho año hicieron juntos un viaje a Alcalá y Pastrana, volviendo a Madrid el día 27; que el 17 de abril fueron, acompañados por el abate Melón, a visitar a don Simón de Viegas; que el 16 de julio comió en su casa Conde, saliendo después juntos a ver al Marqués de la Romana, etc., etc. Así, en este año como en los de 99 y 800 apenas se pasan dos días, sin advertir que Conde estuvo en su casa o él en casa de Conde, que comieron juntos o juntos fueron al paseo o al teatro. En 27 de junio del año últimamente citado apunta que Conde marchó a Peraleja y en 12 de septiembre escribe: «Malas noticias de Guayloli (este nombre arábigo-burlesco daba a su amigo).» [p. 344] En noviembre había vuelto a Madrid, pues en el registro de Moratín hallamos que juntos hicieron la guardia de Sanidad en la puerta de Alcalá, sin duda con motivo de la peste de Andalucía. El 12 de julio de 1801 leyó Inarco el Sí de las Niñas a Conde, el abate Melón, D. Juan Tineo y un señor Cabezas que suena mucho en este Diario. Cada vez se hacen más frecuentes (casi diarias) las visitas a Conde. El 28 de diciembre celebró un banquete (quizá inaugural) la burlesca Academia de los Acalófilos o adoradores de lo feo en casa de D. Juan Tineo; a él asistió Conde y por la noche fué con Moratín y el anfitrión de la fiesta a la Escuela Pía, donde (sin duda en la celda del P. Estala o del P. Navarrete) se leyó una tragedia del padre de Moratín. El 19 de octubre del año 2, advierte el Diario que vamos recorriendo, la mudanza de domicilio de Conde a la calle de Silva. El 6 de enero del año 3 fueron convidados los dos amigos por el Príncipe de la Paz. En 3 de junio trasladóse Conde a la calle de Valverde. En 15 de abril de 1805 asistió con Moratín y el Marqués de la Romana a un banquete dado por el embajador de Inglaterra. Continuas son también en el Diario las referencias a la patrona de Conde, D.ª María Ortiz y a su hija. Y si del Diario pasamos a la correspondencia, hallaremos dos cartas dirigidas a Conde desde Pastrana, probablemente en el año 6, durante la temporada de verano que pasó Moratín en aquel pueblo; en la segunda de estas epístolas le incluye la traducción del epitafio de Almanzor, que más tarde insertó Conde en el lugar correspondiente de su Historia de la dominación de los árabes en España, y dale noticia de que un capellán de honor conservaba cierto códice y varias monedas arábigas. En el Diario correspondiente a los años 7 y 8 continúan las visitas a Conde, en cuya casa se refugió Moratín cuando la caída del Príncipe de la Paz.

Durante este primero y tranquilo período de su vida literaria, habíase ocupado Conde en reunir los materiales para su Historia, registrando los códices arábigos conservados en nuestras bibliotecas y aun solicitando noticias de alguno que, como el de Ahmed el Mocrí Alvagrebi, se guardaba en las extranjeras. Llegó la invasión francesa, y Conde, enteramente consagrado a las letras, no tuvo valor para separarse de sus amados mss. árabes y permaneció en su puesto de bibliotecario, siendo, aunque pasivamente, [p. 345] afrancesado. Esta fué la causa de todas sus desgracias posteriores. En 1813 se retiró con Moratín a Valencia, pero no tardó en volver a su casa de Madrid. Desde Valencia y Barcelona le escribió sucesivamente Inarco, y en las muchas cartas dirigidas a sus patronas jamás deja de mencionar al «sabio moro». En 4 de marzo de 1815 escribía a Melón: «Guayloli, perseguido en su tierra (Peraleja) así que llegó, muy confiado en el Real Decreto (el de 30 de marzo), tuvo que salir de allá, y como había de irse a otra parte se fué derecho a mi lugar y a su antiguo hospedaje, y allí se está, con la pensión de no salir de casa ni dejarse ver de alma viviente, que, en verdad, no es pequeña molestia.»

Lo que fué de Conde después, dícelo Moratín en una carta al abate Melón, fecha el 29 de julio de 1816: «Voy a contarte la historia de Conde. Conde se vino (sin que nadie se lo mandara) y se metió en Madrid, y allí se estuvo encerrado en casa de sus patronas, sin sacar la nariz por puerta ni ventana en cuatro meses o cinco que duró el encierro. Después se fué de incógnito a su dulce Itaca (Peraleja), se fastidió muy presto y le fastidiaron y aburrieron los que en tiempo más feliz eran sus hermanos y parientes y amigos. Fuese a Alcalá, le recibieron muy bien aquellos doctores y se fastidió también; luego se fué a Illana y le fastidiaron sus primos, después pasó a Ocaña, y de allí a Toledo y le fastidiaron las inscripciones arábigas; volvióse a su Peraleja, le dió una enfermedad que le tuvo muy apurado, y por último, restablecido ya de sus achaques, le tienes en Madrid otra vez. Pero has de saber que mientras él ha andado en estas peregrinaciones, ha sido tanto lo que sus patronas han corrido de secretaría en secretaría, de magnate en magnate, que lograron, primero la restitución de sus bienes, y después la gracia inestimable de residir en Madrid, en atención a su buena conducta y conocimientos literarios. Ya está en la Corte, ya le han vuelto a reconocer por miembro suyo las dos Academias (es de saber que por real decreto de 8 de Noviembre de 1814 se le había mandado borrar de las listas de aquellos cuerpos), aunque le han dicho que no espere colocación ninguna porque no se la darán. Falta contarte otro incidente. Yo escribí diciendo que quería traerme por acá (Moratín estaba en Barcelona) a mi prima, siquiera para tener a mi lado alguna persona a quien querer (debe advertirse [p. 346] que esta prima de D. Leandro vivió algunos años en la casa de huéspedes de D.ª María Ortiz). Pues, amigo, escríbeme el Moro, diciendo que está furiosamente enamorado de ella, que no se la quite; que le mato; que quiere casarse, y que si no se casa, le lleva el demonio. Aquí de mi prudencia. Abrí a Calderón, y viendo lo que los barbas determinan en ocasiones semejantes, dije: «Si D. Josef Conde quiere casarse con D.ª María Moratín y D.ª María Moratín se quiere casar con D. Josef Conde, cásense inmediatamente D.ª María y D. Josef. Esto resuelto, y verificada (sin coacción ni violencia) la voluntad recíproca de los esposos, o los tienes casados ya, o lo estarán sin falta dentro de 8 días... Fíate ahora del ceguezuelo dios, si todos los pergaminos arábigos y hebraicos no son poderosos a defender el pecho humano de sus doradas viras.» Las cartas discretas y juiciosísimas, en que se responde a las preguntas de los novios sobre este enlace, llevan en la colección moratiniana los números 62 y 65. Como dote de boda cedió Inarco a su prima la casa y hacienda que en Pastrana poseía. Hácese más y más frecuente la correspondencia con Conde, y en ella se habla a veces del proyecto de imprimir la Historia de los árabes. «No hay quien me quite de la cabeza, escribe Moratín, que el único partido que hay que tomar con la historia moriega, es el de buscar por ahí algún literato famélico de Trasos-montes que se la traduzca a Vd. en gabacho (cuidando de que no le haga a Vd. alguna picardía) y, puesta que esté en francés, remitirla a París a sujeto de confianza que procure su venta. Yo no dudaría que esto pudiese valerle a Vd. tres o cuatro mil libras, porque veo obras de menor importancia, por las cuales se ha sacado más. Pensar que aquí ha de publicarse con utilidad del autor, me parece que es pedir peras al olmo. Acabó el tiempo de leer y escribir.» En 1820 determinóse al cabo nuestro orientalista a publicar su libro. Sólo iba impreso el primer tomo, cuando la muerte arrebató a Conde el 12 de junio de dicho año. Lloróle Moratín en la elegante y correctísima elegía que comienza:

¡Te vas, mi dulce amigo,
La luz huyendo al día,
Y de la tumba fría
En el estrecho límite
Tu mudo cuerpo está! Etc.
[p. 347] En la nota que añadió a esta composición escribe: «Es sensible que a la Historia de la dominación de los árabes en España, escrita por D. José A. Conde, no acompañen algunas noticias relativas a la vida del autor. Bien pudiera haberlo hecho uno de sus mejores amigos, encargado después de su muerte de concluir la edición de dicha historia, pero tal vez se le debe agradecer su silencio. ¿Cómo hubiera podido hablar de los últimos años de aquel literato virtuoso y modesto, sin llenarse de indignación al considerarle fugitivo, expatriado, perdidos sus empleos, destituído por sus compañeros de la silla académica y robado y vuelto a robar por auto de juez y en nombre de la patria? Bien hizo el editor de aquella obra en no escribir su vida. Si el mérito de Conde puede envanecernos, su suerte nos avergüenza. Bueno es callar las aflicciones que tuvo que sufrir y bueno es que se ignore que un sabio español, en el ilustrado siglo XIX, debió a la caridad de sus amigos los últimos auxilios de la medicina y los honores del sepulcro.» La muy curiosa biblioteca que Conde había logrado reunir, ya muy mermada por los sucesivos embargos, se vendió en Londres, años después de su muerte. El sabio anglo-americano Mr. Jorge Ticknor, tan benemérito de nuestras letras, hace en el prólogo de su History of spanish literature larga y honrosa memoria de nuestro orientalista, que le auxilió poderosamente en sus investigaciones bibliográficas, durante la residencia que hizo en Madrid en 1818.

Los trabajos de Conde son numerosísimos y están en gran parte inéditos. Pueden considerarse divididos en dos secciones principales: traducciones del griego; traducciones y estudios de lenguas orientales, especialmente del árabe. En cada grupo indicaremos primero las obras impresas, y a continuación las manuscritas.

No hemos visto dos opúsculos que con el seudónimo de Cura de Montuenga publicó Conde contra el vascómano D. Pedro Pablo de Astarloa, refutando la pretendida antigüedad del vascuence, ni otro que en colaboración con Pellicer escribió intentando demostrar que el nombre Cide, Hamete Benengeli significa en árabe pobre, satírico y desgraciado.

[p. 348] Traducciones del griego

Poesías de Anacreon, | traducidas de griegos por | D. Joseph Antonio Conde. | En Madrid | en la Oficina de D. Benito Cano | año de MDCCXCVI. 108 pág., 8.º Edición mala en su parte tipográfica y muy descuidada en la corrección.

Precede a esta versión una advertencia brevísima. Los párrafos más notables son los siguientes: «En la colección de odas que nos quedan con su nombre, las menos son de aquel bellísimo ingenio (Anacreonte), hay en ella muchas escritas a pesar de Apolo y sin el favor de las Musas. Es bien fácil, según la idea que tenemos de Anacreonte, y del carácter de sus poesías, conocer quáles no le pertenecen, pero no lo es tanto saber quáles sean verdaderamente suyas... Escribió Anacreón de amores y de vino en dialecto jónico, de los más antiguos y graciosos lenguajes de Grecia, pero con singular escogimiento de las voces más bellas, quiero decir, más dulces y expresivas de la lengua: su versificación es muy delicada, muy fácil y armoniosa, mas todas estas gracias desaparecen en las mejores traducciones. Esta que ofrezco al público se debe a los años más deliciosos de mi vida, cuando estas ligerezas y distracciones son tan propias del descuido de los pocos años, como naturales a la frescura de la edad más dulce y apacible. No quiero decir nada del mérito de mi traducción, ni temo el juicio de los inteligentes en ambas lenguas». etc., etc. Habla luego de los infinitos defectos de la que él llama «miserable traducción del cisne de Najerilla», añadiendo que «sólo un estúpido, tan ignorante del griego como de las reglas del buen gusto, puede contentarse de ella», aunque a renglón seguido dice que «no quiere alzarse sobre las ruinas de otros». Para su trabajo siguió la edición griega de Estéfano (Enrique), ajustándose alguna vez a las correcciones de Paw, y tradujo algunos fragmentos no vertidos hasta entonces a ninguna lengua vulgar. Entre odas completas y retazos contiene su Anacreonte noventa y una composiciones, siendo superior en tal concepto a las demás que existen en nuestra lengua y aun a gran parte de las extranjeras, aunque desdichadamente no sucede lo mismo en cuanto al mérito.

No obstante lo persuadido que estaba Conde (que nunca pecó [p. 349] de modesto) del gran valor de su versión, es lo cierto que adolece de imperdonables defectos, que la dejan inferior no sólo a la moderna de Castillo y Ayensa, sino a la de los hermanos Canga-Argüelles y aun a la antigua de Villegas, por él tenida en tanto menosprecio. Si el poeta najerano erró muchas veces el sentido (culpa en ocasiones de los malos textos que tuvo a la vista), si procedió con libertad excesiva, si afeó sus versiones con rasgos de mal gusto, no por eso deja de ser más fiel, en cuanto al espíritu, más legítimamente anacreóntico, más poeta, en suma, que Conde, siempre débil, inarmónico y arrastrado. Como ya en el artículo de Canga-Argüelles dijimos algo sobre esta materia, cotejando diferentes versiones de una misma oda, para que se viera con claridad el respectivo mérito de nuestros intérpretes de Anacreonte, nos limitaremos ahora a transcribir el juicio discreto y razonado que del trabajo de Conde hizo Castillo y Ayensa, bien distante de la desabrida sentencia del iracundo Hermosilla, cuando afirmó que «Conde había errado miserablemente el sentido en muchos pasajes de su Anacreonte » :

La memoria de Conde está muy reciente (escribía aquel docto helenista en 1832) y debe ser respetada por la crítica, aunque su obra la mereciese muy severa, Sobre la fidelidad de su traducción y de la de Villegas, nada diré: mi versión en prosa abonada con el texto que pongo al frente, descubrirá las faltas que en esta parte tengan uno y otro... Conde ha desconocido el uso recto del asonante, colocándole mal en la mayor parte de sus odas. El lugar del asonante debe ser siempre un sitio de reposo para el pensamiento: cuando este reposo coincide con el final del verso que no lleva asonante, sentimos un disgusto nacido de la desunión de la sentencia con la armonía. El oído sigue tras el halago de ésta y recibe un desplacer, cuando se le detiene sobre la impresión de los versos disonantes... Sirva de ejemplo el principio de la oda 43.ª a la Cigarra, en la que además comete el defecto de terminar en asonante los versos que no debieran tenerle:

Feliz eres, Cigarra,
Que en las ramas excelsas
Suavemente cantas
Después que te sustentas
Con el blando rocío:
Tuyas son las riquezas. Etc
[p. 350] Toda la traducción está llena de estas faltas que oscurecen los buenos versos de Conde y, debilitando la armonía, cualidad esencial en toda composición anacreóntica, la dejan desnuda de aquella gracia en que consiste su principal ornato. Conde debió seguir el sistema de los cuartetos, etc.... En las odas que más felizmente tradujo Conde, hay pensamientos añadidos de tal manera, que lejos de dar vigor a la sentencia, la enflaquecen con daño de la gracia y sencillez anacreónticas. Será ejemplo la oda 30.ª, que comienza:
Las Musas a Cupido
Pusieron en prisiones...

la cual concluye así:

No se irá, quedaráse,
Aunque el rescate logre,
A esclavitud tan dulce
Acostumbrado entonces.
¿Esclavo de una hermosa,
Quién sus cadenas rompe?

Estos dos versos últimos sobran, porque la sentencia de Anacreonte acaba en los dos anteriores. Los versos añadidos aclaran esta intención y repiten inútilmente la sentencia. La palabra entonces es conocidamente un ripio que necesitó para el asonante y desluce mucho una composición tan corta como graciosa... En la impresión del Anacreonte de Conde hay defectos tales, que no es posible corregirlos como simples yerros tipográficos. Resultan de ellos muchos períodos sin sentido, que no puede dárseles reformando la puntuación. Sería necesario que el mismo Conde los recompusiera, del modo en que precisamente debió formarlos, porque es imposible que saliese de su pluma un período como el siguiente de la oda 6.ª:

Y la doncella hermosa,
Con el son de la lira,
Sus bellos pies moviendo
La alegre danza siga;
Los resonantes tirsos
Que blandamente agitan
La yedra entrelazada,
Y con mano divina
[p. 351] Tañe el laúd sonoro,
Y sus cuerdas festivas
Aquel gracioso joven
Con sus voces anima.

¿Desde el verso «los resonantes tirsos» quién lo entiende? Al notar estas faltas de Conde, sin embargo, de que he procurado hacerlo con la suavidad y decoro posibles, he temido que su sombra respetable se ofendiese de mi crítica, pero me ha puesto en el caso de notarlas la necesidad de manifestar que no es excusada una traducción de Anacreonte después de la suya.» Una vez publicada la de Castillo y Ayensa, ha perdido su importancia la de Conde, que sólo puede consultarse con provecho para las odas y fragmentos no incluídos en aquella ni en la de Canga-Argüelles.

Idilios | del Teócrito, Bión, y Mosco. | Traducidos de Griego | por | D. Loseph Antonio Conde, | Doctor en ambos Derechos de la | Universidad de Alcalá. | Madrid | en la Oficina de D. Benito Cano. | Año de 1796, XVI pp. de principios y 193 de texto y notas (122 para Teócrito, 17 para Bión, 30 para Mosco y 22 de notas).

Precede a estas traducciones un breve discurso sobre la poesía pastoril y el mérito de los bucólicos griegos. Anuncia que su objeto ha sido hacer una traducción fiel y literal, útil a los muchos que no pueden leer en griego a Teócrito. Esta versión de los bucólicos no es completa. De Teócrito comprende 23 idilios y seis epigramas, faltando las composiciones siguientes:

Idilio XIV.— Κυν&ΧιρΧ;σκας &τραδε;ρως ἦ θυώνιΧος . (Amor de Cinisca y Tionijo). Imitación de un mimo de Sofron, según parece.

Idilio XV.— Συρακούςαι ἦ ᾿Αδονιαθο&ΧιρΧ;ςαι . (Las Siracusanas o las fiestas de Adonis). Este idilio ha sido bellamente traducido por el señor Alenda.

Idilio XVI.— Χάριτες ἦ ῾Ιερον (las Gracias o Hieron).

Idilio XVII.— ᾿Εγκώμιον ε&ΧιρΧ;ς Πτολεμαιον . (Elogio de Ptolomeo).

Idilio XXII.— Αιόσκουροι (los Dioscuros). Especie de canto épico en que se narra el combate de Pólux con Amito, rey de los Bebricios, y el de Cástor con Linceo.

Idilio XXIV.— ῾ηρακλ&ΧιρΧ;σκος . (Hércules, niño). Trozo también épico, en que se celebra principalmente su victoria sobre las serpientes en la cuna.

Idilio XXV.— ῾ηρακλῆς Λεοντοϕόνος͵ η Αὐγε&ΧιρΧ;ου Κλῆροσ. [p. 352] (Hércules, matador del león, o la opulencia de Augias). Juzgan algunos que este y el anterior son trozos de la Heracleida, de Pisandro de Camir.

Idilio XXX.— Ε&ΧιρΧ;ς νεκρὸν ᾿ʹΑδωνιν . (A la muerte de Adonis).

Suprimió Conde estas ocho poesías, porque no le parecieron pastoriles, a pesar de haber insertado el Epitalamio de Helena, las Thalyrias y alguna otra que tampoco lo son. La omisión es considerable, por no tratarse de fragmentos insignificantes, sino de largas y preciosas composiciones. De los 26 epigramas que aparecen en las ediciones griegas más completas de Teócrito, sólo tradujo seis. Verdad es que muchos de ellos son de autenticidad harto dudosa.

Más completos están Bión y Mosco. Del primero sólo faltan algunos fragmentos insignificantes, del segundo está todo lo conocido. Al fin se hallan curiosas y breves notas que muestran ya la erudición de Conde en los idiomas orientales.

La traducción de los bucólicos, sin ser un modelo, es infinitamente superior a la de Anacreonte, y, como no existe en castellano otra buena ni mala, suple en algún modo su falta. ¡Por qué desdicha nuestros helenistas contemporáneos, contentándose en gran parte con el estudio técnico y gramatical de la lengua, han tenido tan poca cuenta con llenar este y otros vacíos semejantes! Registraríamos hoy con orgullo sus trabajos y no tendríamos que avergonzarnos de la comparación con los extranjeros en este punto! Por dicha, la traducción de Conde, aunque llena de prosaísmos y versos malos, flojos y arrastrados, es fiel y exacta las más veces, bastante literal, y en ocasiones reproduce bien el espíritu de la poesía griega, sin alearla con impertinentes aliños como otros intérpretes extranjeros, en especial franceses. Conde no era poeta, pero sabía griego y respetaba el original que traducía. Útil fuera reimprimir su versión, corrigiéndola en lo posible y desterrando, sobre todo, los muchos asonantes que en la versificación suelta son intolerables, traduciendo las poesías que él omitió, colocando al frente el texto griego y añadiendo algunas notas. Algunos idilios quedarían bien con leve reforma, entre ellos el Oarystes, que conserva mucho de su delicadeza y sencillez inimitables.

Algunas de estas versiones han sido reproducidas en diversas partes. El traductor del Batteux insertó en el segundo tomo de [p. 353] su obra El Cíclope, El Cometa, Los Pescadores y el Canto de Dafnis y Menalka, de Teócrito; El Epitafio de Adonis, de Bión, y parte del Rapto de Europa, de Mosco. En el tomo IX de la traducción española de César Cantú (Ed. de Gaspar y Roig) se han reproducido El Cíclope y los Segadores, de Teócrito.

Poesías | de | Saffo, Meleagro y Mosco, | traducidas de griego | por | D. Joseph Antonio Conde. | En Madrid | en la oficina de D. Benito Cano. | Año de MDCCXCVII. 133 pp., 8.º Este tomo escasea más que los dos anteriores y no suele hallarse junto con ellos. Contiene en primer término los fragmentos de Safo, precedidos de una advertencia. «Mi traducción, dice en ella, es fruto de mis entretenimientos, y ni ésta, ni muchas otras que tengo hechas, ha tenido otro principio que pasar el tiempo deliciosamente, trasladando a nuestra lengua las poesías que más me agradaban en la Griega... Ni jamás he creído que por mis traducciones he de conseguir algún gran nombre; si eso fuera, podía contentar abundantemente mi vanidad y no sólo con traducciones de Griego, sino de Hebreo, Árabe o Persa, que son sin duda conocimientos más estimados y raros; ¿pero quién será el mezquino que cifre su bien y toda su gloria en conocer voces, y más voces, y siempre voces? Pero me movió a salir de mi retiro y parecer en público con mis traducciones el hallarme con ellas hechas, el no parecerme del todo desgraciadas, y notar la miserable suerte que amenazaba a los poetas antiguos.» Habla después con acritud de ciertas traducciones contemporáneas (¿tal vez las de los Canga-Argüelles?) y concluye: «Esta ha sido la verdadera causa de imprimir mis traducciones, y la que me induce a que todos mis entretenimientos de este género salgan al público.»

La traducción de Safo no es feliz; tuvo Conde la desdichada ocurrencia de hacerla en versos anacreónticos, desnaturalizando así el carácter de la poesía lesbiana, en que la forma rítmica y el pensamiento se enlazan estrechamente. No es posible traducir a un lírico eólico como a un jónico, ni a este como a un dórico. A veces nuestros traductores han olvidado la diferencia. No hay, a pesar de lo dicho, tanto desaliño en la versión de Safo como en la de Anacreonte y adviértese que Conde la trabajó con más cuidado y quizá en edad más madura. Por lo demás su obra queda inferior en fidelidad a la de Luzán, y en gala poética y [p. 354] armonía a la de Castillo y Ayensa y aun a la de Canga-Argüelles. He aquí cómo traduce nuestro orientalista el himno a Afrodita:

Divina Venus bella,
De la espuma nacida,
Hija inmortal de Jove,
Que las tiernas caricias
Y amorosos engaños
Suavemente inspiras!
Que en tronos varïados
Y con veste florida
Te recreas, oh Diosa,
Oye las voces mías,
Y mi pecho no domes
Con ansïas y cuïtas.
Mas hora ya desciende,
Cual si tal vez movida
De mis amantes quejas,
Dejando la divina
Estanza de oriámbar
Del padre, a mí venías.
Unciendo el áureo carro,
Bajabas conducida
De las ligeras aves
Que veloces movían
Las presurosas alas
Y hacia la denegrida
Morada de los hombres
El claro Éter hendían. Etc., etc.

Los que tienen por cosa puramente externa el ritmo en la poesía, digan de buena fe si en esta retahila de romancillo se encuentra algo del vuelo lírico de las estrofas sáficas, y si es posible traducir a Safo en tales metros.

La versión de Conde es curiosa, sin embargo, por contener traducidos mayor número de fragmentos que ninguna otra de las interpretaciones castellanas. Luzán tradujo solo las dos odas de todos conocidas; los Canga-Argüelles, que dividen su trabajo en las cuatro secciones, puramente arbitrarias, de odas, cantilenas, epigramas y fragmentos, incluyen en la primera cinco, cuatro en la segunda, dos en la tercera y cinco en la cuarta; total, diez y seis retazos; Castillo y Ayensa interpreta las dos odas famosas y dos fragmentos; en Conde llegan a veinticinco estas mutiladas reliquias, La traducción de Safo llena las 32 páginas primeras del tomito que vamos recorriendo.

De la 32 a la 98 se extienden las poesías de Meleagro de Gadara, colector de la primera antología griega de que haya noticia y tal vez autor de muchas de las odas que suenan como anacreónticas. En las antiguas antologías, formadas con los despojos de la suya, se leen muchas piezas de Meleagro, todas del género erótico; Brunk hizo de ellas una edición aparte. Conde, sin haberla visto, se había divertido en entresacarlas y traducirlas en metro castellano. Tengo esta versión por uno de sus mejores trabajos en este género. Comprende 57 odas y seis epigramas, vertidos con más [p. 355] lozanía, facilidad y gala poética de la que había empleado en sus traducciones anteriores. Templó, como pudo, la excesiva licencia de muchos pasajes. Como muestra del mérito de esta traslación de Meleagro, autor no muy conocido por ser de decadencia, transcribiré el epigrama segundo:

Sagrada noche, reluciente antorcha
Que de mis amorosos juramentos
Fuisteis solos testigos invocados:
Ella juró que siempre me amaría,
Yo la juré constancia en mis amores,
Ambos juramos, mas las aguas llevan
Aquellos juramentos: tú la miras
Tal vez en otros brazos reclinada.

Ocupa lo restante de este volumen el Poema de los Amores de Leandro y Hero, de Museo, traducido en versos sueltos con más facilidad y soltura y menos prosaísmo que los idilios de Teócrito, Bión y Mosco. Encabézanle, lo mismo que a las poesías de Safo y Meleagro, breves líneas a manera de advertencia. En ellas se trata de la antigüedad, autor y mérito de este poemita, y se mencionan la versión de Boscán y los romances de Góngora sobre el asunto. Como muestra del trabajo de Conde, léase el trozo siguiente:

Tú eres mi Venus bella, tú mi Palas,
Amada mía, ni llamarte quiero
Igual a las humanas hermosuras,
Mas te comparo a las divinas hijas
Del poderoso Cronio: Venturoso
Quien te dió el ser, feliz, feliz la madre
Que te parió, feliz muy más el seno
En que fuiste llevada; ay ya siquiera
Oye mi tierno y amororoso ruego
Y la fuerza dulcísima del alma:
Y pues Sacerdotisa eres de Venus
No abandones las obras más sagradas
De la risueña Venus Citerea.
....................................
Y si es que quieres tú sus amorosos
Misterios penetrar y sacras fiestas,
Ama también las apacibles leyes
Del dulce amor que el corazón halaga.
¡Ah! mis ruegos admite y me recibe
Y si te agrada, yo seré tu esposo:
[p. 356] Pues Amor con sus tiros me ha rendido,
Cual Mercurio ligero de dorada
Vara prendiera al esforzado Alcides,
Y a la Jordania Ninfa le condujo,
Para que la sirviera como esclavo.
Así Venus lo quiere y me ha traído
A ti, no conducido por el sabio
Mercurio: tú bien sabes, oh doncella,
Que Atalanta de Arcadia, recatando
Su doncellez amada, huyó del lecho
De Melanión su dulce enamorado,
Pero Venus con ella enfureciese
Y vióse andar perdida por amores
Del que en su corazón aborrecía.
¡Puédete persuadir, teme la ira
De Venus poderosa! Así diciendo
El ánimo venció de la doncella
Repugnante, rindióla con razones
Que inspiraban amor; y enmudecida
Fijó los bellos ojos en el suelo,
Sus purpúreas mejillas ocultando
Con un casto rubor enrojecidas,
Y con sus lindos pies, sin saber nada,
Barría levemente el pavimento,
Y de vergüenza, hermosa muchas veces,
Descomponía el recamado manto,
Que de los bellos hombros le pendía:
Todas de persuasión ciertas señales.

Fragmentos de Tirteo. Son las cuatro elegías que en tercetos vertió Castillo y Ayensa. Su traducción excede a la de Conde, a pesar de las menores trabas que a éste imponía el verso suelto, Comienzan así:

1.ª Al varón esforzado que pelea
Por defender su cara y dulce patria...

2.ª Al olvido daré, ni el canto mío
Celebrará al varón esclarecido
En la carrera o la robusta liza...

3.ª Pues os preciais de invicta descendencia
Del valeroso, del divino Alcides,
¡Buen ánimo! esforzad. No así turbados...

4.ª Jóvenes, ¿hasta cuándo adormecidos
Y en ocio vil el pecho generoso...

Los versos de esta traducción de Tirteo, son en la robustez [p. 357] y en los cortes rítmicos muy superiores a los empleados en las demás traslaciones de Conde.

Imprimiéronse estas cuatro elegías en el tomo IX de la obra siguiente:

Historia Universal, por César Cantú, traducida directamente del italiano con arreglo a la sétima (sic) edición de Turín, anotada por D. Nemesio Fernández Cuesta... Madrid, imprenta de Gaspar y Roig, editores, 1858. El referido tomo IX contiene «Documentos de Filosofía y Literatura».

Traducciones inéditas

(Biblioteca de la Academia de la Historia, est. 27, gr. 6.ª E-153.)

Las Obras y los Días, de Hesiodo Ascreo. Va precedido este poema de una advertencia al que lea, sumamente breve y compendiosa. La traducción está en endecasílabos sueltos y comienza

Musas de Pieria, en cantos afamadas,
Venid y celebrando a vuestro padre
Decidme cómo los mortales hombres
Ilustres son y al mismo tiempo oscuros,
Gloriosos y abatidos, por consejo
Del poderoso Jove...

Lleva breves notas al pie de las páginas.

Pág. 13. Libro segundo:

Empieza de esta manera:

Al asomar las Pleyades del Atlas
Nacidas, a segar comenzar debes.

Al fin hay esta nota: «Lo traduje en el año de 1790 y por el mes de Diciembre lo acabé y escribí, aunque con poco cuidado.— José Antonio Conde. »

Desde la página 25 a la 30 de este códice se intercalan los fragmentos de Tirteo, copia menos correcta que la de la Biblioteca Nacional, a la cual probablemente se ajustó el traductor de Cesar Cantú para su publicación.

[p. 358] Pág. 31. Hesiodo Θεογον&ΧιρΧ;α (Teogonía):

A cantar comencemos de las Musas
Heliconias que moran en el monte
Divino y grande de Helicón, y danzan
Con blandos pies, junto a la negra fuente
Y las aras del Cronio poderoso,
Las que lavan sus cuerpos delicados
En el Permeso y fuente del caballo...

Acaba la Teogonía en la pág. 50. Esta versión de Hesiodo es tal vez la única que se ha hecho al castellano y está reclamando una edición cotejada escrupulosamente con el texto griego.

A continuación del Hesiodo se halla en el ms. de la Academia el Poema de Museo (ya impreso en 1797) con la nota siguiente: «Acabóse en la Semana Santa de 1786.» Estas versiones son autógrafas.

(Biblioteca Nacional, M-300.) Himnos de Calímaco de Cirene, traducidos del griego por D. José Antonio Conde. Año de 1796. Copia escrita con sumo primor y esmero. Va al frente, en medio pliego doblado de distinto papel, una advertencia autógrafa de Conde, brevísima, como todas las que anteceden a sus traducciones. Este ms. de Calímaco perteneció a Hermosilla, que tal vez le hubo de D. Juan Tineo, amigo y testamentario del autor. En el Juicio crítico de los principales poetas de la última era anuncia el traductor de la Ilíada su intento de cederle a la Academia Española, en calidad de legado testamentario, pero, sin duda, no llegó a verificarlo. Es lo cierto que para en la Biblioteca Nacional. El ms. contiene lo siguiente:

Himno a Jove:

De Jove en las sagradas libaciones
¿Qué será bien cantar más dignamente
Que al mismo Dios eterno y poderoso,
Alanzador de los soberbios hijos
Del bajo cieno, que la ley impone
A los que habitan la mansión celeste...?

2.º Himno a Apolo:

¡Ah de laurel el apolíneo ramo
Cuál se movió! Se mueve el templo todo.
Lejos, lejos de aquí vulgo profano...
[p. 359] 3.º Himno a Diana:
Cantemos a Dïana, que no es fácil
Olvidar a Diana los cantores,
La que cuidosa trata redes y arcos
Y en danzar por los montes se recrea...

4.º Himno a Delo:

¿Qué tiempo, cuándo celebrar intentas,
Ánimo mío, a la sagrada Delo
De Apolo a la nodriza? Ciertamente
Todas las islas Cyclades son dignas
De ser en dulces cantos celebradas,
Que de las islas todas que el mar baña
Las más sagradas son...

5.º Himno.—El Baño de Palas:

Todas salid, cuantas servís al baño
De Palas, ea pues, salid ahora.
El relinchar de sus sagradas yeguas
Llegó a mi oído, y súbito la Diosa
Aquí vendrá. Sus, sus, rojas pelasgas...

6.º Himno a Ceres:

Cantad, cantad, doncellas, que desciende
La sagrada florida bella cesta,
Salud mil veces, Ceres, que mantienes
A muchos con medidas abundantes.
¡Oh profanos! mirad desde la tierra
La cesta que desciende...

La trenza de Berenice, de Catulo (composición traducida por éste, de Calímaco, pero cuyo original griego no parece):

Aquel que contempló las luces todas
Del espacioso cielo, averiguando
El nacer y finar de las estrellas
Y cómo el esplendor y ardiente rayo
Del sol arrebatado se oscurece...

Siguen los Fragmentos de Tirteo con la fecha de 1790. Borrador autógrafo.

Esta versión de Calímaco es, a mi entender, la única castellana, y ya que por su extensión no me es posible trasladarla [p. 360] íntegra, a lo menos me he determinado a incluir los dos primeros himnos por apéndice a este artículo.

No se limitó a estas versiones la infatigable laboriosidad de Conde. Hizo, además, las siguientes, cuyos mss. no he podido haber a las manos:

Himnos Homéricos.

Himnos de Orfeo. Cita estas dos traslaciones el mismo Conde en una nota al prólogo del Poema de Museo, nota que se lee en el manuscrito de la Academia de la Historia y no en el impreso: «He traducido los himnos de Orfeo, Homero y Calímaco.» Acaso fué su intención publicarlos reunidos en un tomo. En las notas a la Geografía del Nubiense cita estos dos pasajes de la versión de Orfeo:

El Océano en torno con sus aguas
Rodeando la tierra...
Que de la tierra el círculo postrero
En derredor agita embravecido.

Periegesis o descripción del ámbito de la tierra, de Dionisio Alejandrino. De esta traducción, igualmente desconocida, se citan en las notas al Nubiense los versos siguientes:

Decidme, vos, oh Musas, los caminos
Difíciles, por orden comenzando
Del hesperio océano, firme asiento
De las columnas, términos de Alcides:
Extraña maravilla, en los extremos
De Gadira, debajo la alta cumbre
Del esparcido Atlante: allí a los cielos,
De metal se levanta una columna
Sublime, que se oculta en densas nubes...

Es de creer que Conde extendió aún a los dramáticos sus traducciones, y no sería aventurado suponer que vertió a nuestra lengua la Electra, de Sófocles, y la Lisistrata, de Aristófanes, pues de la primera cita en las notas mencionadas un verso:

Los Libios diestros en uncidos carros,

y de la segunda parte de un coro, en esta forma:

Cazadora Dïana, matadora de fieras,
Ven, ven, oh Diosa, ven, oh doncella,
Ven, cazadora virgen...
[p. 361] Sí, por el Dios Apolo
Y bélica Minerva
Y por Cástor y Polux
Los de Tíndaro y Leda...

Acaso hizo la traducción de estos versos expresamente para el lugar en que los cita, pero como quiera que esto es poco frecuente, y que las demás citas del griego se refieren a traducciones completas suyas, juzgo que sin grave riesgo puede aventurarse esta conjetura. Indúceme más a sospechar el ver que el texto de la Lisístrata está algo traído por los cabellos, no siendo necesario ni mucho menos para la aclaración del contexto. Agréguese a esto el que Conde, después de haber publicado el Anacreonte, los bucólicos, Safo, Meleagro y Museo, anunciaba que todavía le que daban muchas traducciones y no parecerá temerario suponer que entre ellas estuviesen incluídas estas dos y alguna otra, de la cual se ha perdido hasta el recuerdo.

Traducción del Hebreo

Cántico de los Cánticos, de Salomón. Cita este trabajo en una nota al prólogo de los bucólicos griegos: «He traducido del Hebreo este antiguo y excelente resto de la poesía oriental.» ¿Tradujo también el Cántico de Moisés después del paso del Mar Rojo? Parece que inducen a sospecharlo estos versos de la elegía que Moratín compuso a la muerte de su amigo:

Febo te dió la ciencia
De idiomas diferentes,
El ritmo y afluencia
Que usaron elocuentes
Arabia, Roma y Ática
Supiste declarar,
Y el cántico festivo
Que en bélica armonía
El pueblo fugitivo
Al Numen dirigía,
Cuando al feroz ejército
Hundió en su centro el mar.
[p. 362] Traducciones del Árabe

(descripción de España | de Xerif Aledris, | conocido por el Nubiense, | con traducción y notas | de Don Josef Antonio Conde, | de la Real Biblioteca. | De orden superior. | Madrid, en la Imprenta Real. | Por D. Pedro Pereyra, impresor de Cámara de S. M. | MDCCXCIX. XX. +234 pp. Lleva en una plana el texto arábigo y al frente la versión castellana. En la página 130 comienzan las Anotaciones al tratado de Xerif Aledrisi.

Laméntase Conde en el prólogo del abandono de los estudios orientales, encomia su utilidad para el conocimiento de nuestra historia, y habla luego del libro que presenta traducido. Es este un fragmento de la obra titulada Recreación del deseo, de la división de las regiones, por otro nombre apellidada Libro de Rugero, par haberse escrito en Sicilia, bajo la protección de aquel príncipe normando. Imprimióse en Roma en 1592, con harto descuido, una especie de compendio de esta geografía, trabajo de autor árabe desconocido. Sobre ella hicieron los Maronitas una traducción latina que se imprimió en París, 1619, la cual desprecia Conde como hecha con poca inteligencia del original y escasos conocimientos geográficos. Habla después del método seguido por Aledris, de las medidas árabes de longitud, de varias palabras que conservó en la forma original, etc. Como no soy arabista, nada diré del mérito de su versión, contentándome con advertir que es libro curioso para el conocimiento de nuestra antigua geografía y aun para ciertos pormenores históricos. Las notas me parecen sobremanera eruditas y algunas conjeturas sobre la situación de ciertos lugares, verosímiles e ingeniosas.

Historia | de la | Dominación de los Árabes en España, | sacada de varios manuscritos y memorias arábigas | Por el Doctor | Don José Antonio Conde | del Gremio y Claustro de la Universidad | de Alcalá: Individuo de Número de la | Academia Española, y de la de la Historia, su | Anticuario y Bibliotecario: de la Sociedad | Matritense; y Corresponsal de la | Academia de Berlín. | Tomo I | Madrid: | Imprenta que fué de García. | 1820. XXIV, +635 pp. y una sin foliar de erratas.

[p. 363] Tomo II. 456 pp. y dos con una advertencia del editor, escrita no sé si por D. Juan Tineo o por mi sabio paisano el P. M. La Canal, pues ambos intervinieron en la edición póstuma de este tomo y del siguiente.

Tomo III. 8. XX, +268 pp. y 7 de inscripciones arábigas. Esta obra es casi en su totalidad traducción del árabe, y el mismo Conde da noticia de los ms. que le sirvieron para su trabajo y son los siguientes:

«La obra de Abu Abdala Muhamad ben Abi Nasar, el Homaidi de Córdoba, que contiene una breve crónica de la conquista de España, sucesión de los Amires o prefectos de ella; la serie de los Beni-Omeyas, reyes de Córdoba y vidas de varones ilustres de España. Escribía este autor por los años 450 de la Hégira y continuó esta obra Ahmed ben Jahye ben Ahmed ben Omeira, Eddobi de Mallorca, que llega hasta el año 560.

Para los sucesos de la conquista, gobierno de los Walíes y Amires, la época de la primera dynastía y medios tiempos de la dominación arábiga, la historia de Aben Alabar, el Codai, valenciano, y el suplemento a la misma obra de varones ilustres de España y de África. Un fragmento de historia de España que hay al fin de este códice del Codai, en que se refieren la primera entrada y gobierno de los árabes. Todo esto hace tres tomos en folio, y la copia más antigua que he visto no pasa del siglo XV.

Para el medio tiempo de la dominación arábiga la obra de Merandi Prados Áureos, que refiere en unos breves artículos relativos a España importantes acaecimientos del año 327 de los árabes y la expedición de Abderrahmán III, talas y conquistas recíprocas de Zamora por las tropas del rey de Córdoba, y de los Cristianos, acaudillados por el rey Radmir de Galicia. Llega hasta el año 336, en que florecía el autor.

Para la historia de los reyes de Taifas la historia de los varones ilustres españoles de Abul Cassem Chalaf ben Abdelmelic ben Bascual de Córdoba, que comprende lo acaecido desde el primer siglo de la Hégira hasta el quinto, en que vivió el autor.

Para los Almoravides y Almohades la historia de Fez de Abdel Halim de Granada, escritor diligente del año 726.

Para la historia de Granada las obras de Lizan Eddin ben Alchatib Asalemani, secretario de los reyes de Granada. Las [p. 364] principales son: Historia de las dynastías de África y España, en verso y con notas en prosa; Historia de Granada, que intituló Plenilunio de la dynastía Nasrina en Granada. Memorias biográficas.

Asimismo para las cosas de Granada la historia de sus reyes, escrita por Abdalhá Algiazami de Málaga. La Historia del reinado de Yucef Abdul Hagiag de Ahmed Almarxi. La Historia de los Benimerines, intitulada Olor de la rosa, escrita en verso y prosa por Ismail ben Yucef, Amir de Málaga.

Los Anales de Abulfeda, los de Xalixi y del Fesani, códices incompletos, y los de Aben Sohná. La obra de Abu Teib de Ronda. El tratado de arte militar de Abdalá Aly ben Abderrahmán ben Huzeil de Granada.» [1]

El mismo Conde llama a su obra en el prólogo Traducción de varios escritores, y asegura que «sus palabras están fielmente vertidas». En el contexto de la obra se intercalan, además, las poesías siguientes, traducidas en verso castellano:

Página 66.—Versos dirigidos por una doncella al califa Suleiman.

Página 77.—A la batalla de Merg-Rahita.

Página 128.—Avisos del caudillo Nasir ben Seyar al califa Meruan.

Página 130.—Carta de Saleh a su primo el califa Abul-Abbas.

Página 134.—Consejo de Sodaif al mismo califa.

Páginá 134.—Versos pronunciados en el convite de Damasco por Xiabil ben Abdalá, pidiendo la matanza de los Omeyas.

página 169.—Elegía de Abderrahmán a la palma.

Página 228.—Composición del califa Hixen I.

Página 257.—Elegía del califa Alhakem.

Página 267.—Contienda poética de Abderrahmán I y su poeta Xamri sobre el collar que el primero regaló a una esclava.

Página 307.—Especie de anacreóntica de Abdalá ben Aasim. Aljatib o secretario del rey Muhamad.

Página 313.—Oda erótica, compuesta por el mismo rey, de vuelta de una expedición guerrera.

[p. 365] Página 322.—Carta escrita a su mujer, por Haxem ben Abdelaziz, pocos días antes de su muerte.

Páginas 334 y 335.—Dos casidas de Said ben Suleiman ben Gudi, a las batallas de Jaén y Elvira.

Página 341.—Sátira de Abdalá, contra los Mernanes.

Página 341.—Epitafio del mismo Abdalá, compuesto por Acedi.

Página 356.—Elogio del niño Abderrahmán, por su abuelo Abdalá el califa.

Página 357.—Poesía ascética, del mismo Abdalá.

Página 393.—Carta del Wali de África a Abderrahmán.

Página 396.—Versos de Hemâd el Taharti a las esclavas del rey.

Pagina 401.—Trozo de una sátira de Abulfathi el Rusti.

Página 402.—Fragmento de las lamentaciones de Mogber ben Ibrahim ben Sofian.

Página 429.—Versos de Coraixi antes de la batalla de Gormaz.

Página 452.—Versos de Abu Becri Ismail ben Bedr a Abderrahmán y respuesta de éste.

Página 490.—Despedida de Alhakem de la sultana Sobehia.

Página 529.—Dedicatoria enviada con unas rosas a Almanzor, por Jali ben Ahmed ben Jali.

Página 533.—Versos que con un ciervo atado entregó a Almanzor Alhasan Said de Bagdad, momentos antes de dar una batalla a los cristianos.

Página 541.—Al Alcázar de Sevilla. De Galib ben Omeya ben Galib de Morón, llamado Abulasi.

Página 850.—Epigrama de Ibrahim ben Edris el Hassani sobre la decadencia del poder Omeya.

Tomo II. Pág. 110.—Carta de Aben Abed, de Sevilla, al rey Alfonso.

Página 166.—Triste presagio de una hija de Aben Abed.

Página 258.—Casida de Abu Zaccaría sobre la batalla de las Navas.

Página 272.—Elogio de los Almoravides, de Abu Talib de Xúcar.

Página 319.—Versos de un Alime presagiando la caída de los Amoravides.

[p. 366] Página 330.—Parte de una casida de Abu Bekir ben Murber de Fehra.

Página 358.—Razonamiento de Giafar ben Said de Ania, granadino, a Abdelmumen.

En el tercer tomo no hay traducción poética alguna. He omitido en este catálogo algunas composiciones brevísimas (de tres o cuatro versos). Muchas de estas traducciones están hechas en romance, y Conde, que pretendía encontrar en la poesía arábiga el origen de esta forma, los escribe como versos de diez y seis sílabas, uniendo cada dos hemistisquios.

Como indicamos en su biografía, Conde no publicó más que el primer volumen de esta historia, que comprende hasta la desmembración del Kalifato de Córdoba. El resto de la obra quedó en borrador, sin división de capítulos e involucradas unas materias en otras. El arreglo y ordenación de los papeles de Conde corrió, según entendemos, a cargo del P. La Canal y de D. Juan Tineo, ambos varones eruditísimos, pero no arabistas. Así, no es de extrañar que se encuentren en los dos últimos graves yerros de nombres, de fechas y otras circunstancias importantes, que han dado pie a las acusaciones de diferentes orientalistas contemporáneos. La suerte del libro de Conde no ha podido ser más varia. Al publicarse, pareció una verdadera revelación; fué acogido con entusiasmo por historiadores y orientalistas extranjeros, y la fama de Conde como arabista hízose pronto europea. Con despojos y retazos de su libro se forjaron historias de los árabes, historias de España, poemas, leyendas, novelas... todo salió de allí; aquellos tres volúmenes parecían una fuente inagotable. Tradújose inmediatamente al francés y a alguna otra lengua extranjera, multiplicáronse las ediciones castellanas, y sabios, literatos y simples aficionados parecían repetir en todos los tonos aquellas gallardas estrofas de Moratín:

La historia, alzando el velo
Que lo pasado oculta,
Entregó a tu desvelo
Bronces que el arte abulta
Y códices y mármoles
Amiga te mostró,
Y allí de las que han sido
Ciudades poderosas,
De cuantas dió al olvido
Acciones generosas
La edad que vuela rápida
Memorias te dictó;
Desde que el cielo airado
Llevó a Jerez su saña,
Y al suelo derribado
Cayó el poder de España
[p. 367] Subiendo al trono gótico
La prole de Ismael,
Hasta que rotas fueron
Las últimas cadenas,
Y tremoladas vieron
De Alhambra en las almenas
Los ya vencidos árabes
Las cruces de Isabel Etc., etc.

Pero he aquí que en 1849 publica el famoso profesor de Leyden Reinhart Dozy la primera edición de sus Recherches sur l' historie politique et litteraire de l'Espagne pendant le moyen age y, ensañándose ciegamente con Conde, duda de los conocimientos arábigos y hasta de la lealtad y buena fe de nuestro sabio y austero bibliotecario. No vacila en afirmar que Conde, en vez de traducir a los historiadores arábigos, no ha dado otra cosa que trozos mutilados de crónicas latinas, y que si alguna vez tradujo del original, fué para confundirlo y trastrocarlo todo, convertiendo en dos o tres a un solo personaje, cambiando los infinitivos en nombres, y al contrario; inventando personajes y matando a otros antes que nacieran. Y repetidas estas atroces acusaciones en la Historia de los Musulmanes y en otros trabajos posteriores de Dozy, parafraseadas en coro por el famoso Renán en su libro de Averroes y el Averroísmo, y por el barón Schack en el suyo, muy lindo por cierto, sobre Poesía y Arte de los árabes en España y Sicilia. la opinión de que todo en los trabajos de Conde era una pura llaga, para valernos de la expresión de Dozy, «quodcumque attigeris ulcus est», ha cobrado autoridad en las esferas de la ciencia, pasando entre muchos por cosa juzgada. No es preciso ser arabista para conocer que hay mucha injusticia y apasionamiento en el fondo de estos ataques. A parte de la forma esencialmente destemplada y ajena de una crítica literaria, en que, sí han de combatirse los errores, deben respetarse las intenciones dela dversario, mucho más cuando éste no puede contestar ni hacer valer su derecho; para convencerse de que Conde no erró ni mintió tanto como se supone, basta comparar su historia con la de Dozy. Veráse entonces que si la obra del segundo es más rica de noticias y corrige equivocaciones del primero, en el fondo de los hechos no hay tanta ni tan profunda diferencia. Y muchos de esos errores y defectos se explican por la especial naturaleza de la lengua y de los códices arábigos, que pueden prestarse y de hecho se prestan a diversas y contradictorias interpretaciones. Ya lo advierte el mismo Conde en el prólogo a la Geografía del Nubiense: «En [p. 368] esta especie de escritos es tanta la facilidad de desatinar, que deben disimularse los defectos de los intérpretes: el genio particular de la lengua, la escritura intrincada y péndula son unas dificultades que solo conocen los inteligentes: una misma letra, sin los ápices que la distinguen o dislocados un poco, producen diferentes combinaciones, y resultan diversos sentidos: esto es tan frecuente como los escritos.» Y por eso, añadiremos nosotros, son tan frecuentes e inacabables las cuestiones entre los orientalistas, al contrario de lo que acontece en las lenguas clásicas griega y latina, cuya escritura no presenta esas dificultades. Si tan grande es la facilidad de errar, ¿por qué ensañarse tanto con los errores ajenos? Por eso el nunca bastante llorado D. Agustín Durán, que no era arabista, pero si sabio y virtuoso, escribe, en contestación a Dozy, lo siguiente: «Conde, acaso por ignorancia, por preocupaciones o por faltas ajenas a su voluntad, pudo errar y equivocarse, pero no mentir a sabiendas, pudo traducir mal y glosar con torpeza, pero no creo que quisiese engañar a nadie. Conde, a pesar de sus errores, abrió el camino que con tanto acierto y buen éxito han seguido Dozy y otros eminentes orientalistas... Yo por mí puedo asegurar que no por haber errado en mis opiniones quisiera que se dudase de mi honradez.» Y agréguese a todo esto que en el caso de Conde se trata de trabajos póstumos en su mayor parte y publicados, tal vez, sin el cuidado y diligencia necesarios.

Existen, por lo menos, tres reimpresiones de Conde:

—Barcelona, 1843, imp. de... Calle Ancha. Tres tomos 8.º menor, con una breve noticia biográfica. del autor.

—Barcelona, 1845, imp. de Oliveres, calle de Escudillers. Tres tomos en igual forma, pero sin la advertencia biográfica. Forma parte del Tesoro de AA. Ilustres, que, años ha, publica la casa editorial de Oliveres y C.ª

—París, Baudry. Un tomo 4.º abultado. Pertenece a la Colección de los mejores autores españoles, antiguos y modernos, de que es editor el librero Baudry, y que en gran parte dirigió el difunto académico D. Eugenio de Ochoa.

Posteriormente se ha hecho nueva reimpresión del Conde, en mal papel y peores tipos, por los editores de una Biblioteca Histórica, que en el año próximo pasado comenzó a publicarse en Madrid. Aun ha de haber alguna otra edición francesa o [p. 369] americana. Todas ellas se ajustan a la primitiva, y no ofrecen particularidad bibliográfica, que de notar sea digna.

No he visto la traducción o paráfrasis francesa del Conde citada por el docto anglo-americano Prescott en una nota de su Historia de los reyes católicos. Parece que existe también una versión inglesa y otra alemana.

Opúsculo original impreso

Memoria sobre monedas arábigas de España. Publicóse en el tomo V de las Memorias de la Real Academia de la Historia, Madrid, 1805. Este trabajo ha sido agriamente censurado por eminentes numismáticos contemporáneos.

Obras manuscritas en la Academia de la Historia

(Estante 27, gr. 6.ª E-153.) Códice ya registrado que contiene varias traducciones del griego, y del árabe y persa, las siguientes:

Hadith de la doncella Arcayona, traducido del arábigo: Bimillahi yrahuneni Yrahim (esto es, en el nombre del Señor, etc.) Comienza en la página 71 y acaba en la 78. No es verdadera traducción del árabe, sino sólo de la escritura aljamiada a la nuestra.

Kalila y Dimna. Traducido de la versión árabe de Ebn-Al-Mocaffá; el largo prólogo de esta versión no se halla en este códice, sino en el E-54. (Sobre la historia de este famoso libro, véanse los artículos de D. Alonso el Sabio, y del Ejemplario de los engaños, entre los anónimos.) Llega esta traducción hasta la página 194.

Historia de Kustap o Kustâseb Padixa de Helty, traducida del persiano. Va hasta la página 241.

Este es el Kiteb de las suertes de Dylcarnaim Atm. Llena lo restante del códice y alcanza a la página 255. Es traducción de la escritura aljamiada a la vulgar.

Consérvanse además en la Biblioteca de dicha Academia otros [p. 370] manuscritos de Conde. Hay en primer lugar cuatro tomos que forman colección. El primero contiene:

«Inscripciones arábigas interpretadas por Conde.

Discurso sobre la moneda arábiga.

Noticia de una espada antigua con inscripciones arábigas.

Apuntes para una biblioteca arábiga de historia y literatura. Contiene noticias de ms. de las Bibliotecas Real y Escurialense.

Borrador de dos oficios al Ministerio de Estado, solicitando que se mandasen copiar dos ms. arábigos de la Biblioteca de París, para poder consultarlos en sus investigaciones históricas.

Carta a Vargas Ponce (Madrid, 13 de agosto de 1806).

Apuntes para una disertación sobre las monedas celtibéricas de España.

Informe sobre una disertación que escribió el señor Stelsio Doria Prosalendi, sobre una moneda de Augusto.

Informe sobre una traducción de la obra de Agricultura de Columela, hecha por D. Juan Villamil. (Véase en el lugar correspondiente.)

Disertación latina, tratando de probar que la escritura de nuestros monumentos celtibéricos es céltico-griega y también la lengua.»

Lleva este tomo la marca E-151 en el est. 27, grad. 6.ª

Tomo II (E-152):

«Apuntes para una disertación sobre la idolatría y antiguos dioses de España, con una colección de inscripciones.

Informe sobre doce monedas halladas en Montenegro de Cameros, leído a la Academia de la Historia.

Informe sobre una breve disertación del P. Fr. Salvador Lain, sobre que las célebres regiones de Tharsis estaban en Andalucía.

Traducción de un pergamino cuadrado, escrito en hebreo, hallado en Zafra.

Papel sobre la inscripción del jarro de Trigueros, tratando de probar que, si puede ser vascongado, no pasa del tiempo de Carlos V.

Apuntes para un diccionario arábigo.»

El tomo III (E-5) contiene las traducciones y ya está registrado.

[p. 371] Tomo IV (E-154):

«Prólogo a la traducción de las Fábulas de Pilpai o Libro de Kalila y Dimna.

Discurso acerca de la lengua y literatura de los árabes.

Memorias de los Emires (gobernadores árabes) de España, sacadas de Taky-d-Odin. Ben-Aljhatib, Ben Huzeyl Addolbi y otros.

Tradiciones arábigas sacadas de algunos escritores árabes.

Apuntes para la historia de la Conquista de España, sacados de los árabes.

Sobre la religión de los arabes ante-islámicos.

Notas a la inscripción arábiga del Patio de los Naranjos de la Catedral de Córdoba.

Noticias de los Reyes o Califas de Córdoba, sacadas de códices arábigos.

Fragmentos de un tratado de la poesía de los árabes y persas.»

A parte de esta colección de papeles de Conde, se guardan los manuscritos siguientes:

En un tomo E-11, rotulado Varios, los dos escritos siguientes:

«Observaciones y reglamentos en favor de la industria, artes y oficios.

Informe que extendió para la Sociedad Económica de Madrid, sobre un plan de primera educación de la Monarquía, año de 1819.»

E-160. Diccionario arábigo castellano, hecho en 1814 sin libros.

E-125. Hállanse en este códice diferentes apuntes, borradores y fragmentos, correspondientes algunos de ellos a sus traducciones del griego y del árabe.

Manuscrito que poseía Thicknor

Colección de poesías orientales, con un discurso preliminar.

El mismo Conde anuncia esta obra en el prólogo de la Historia de la Dominación de los árabes en España.

A manos de Thicknor vino el manuscrito y, muerto este erudito anglo-americano, ignoramos hoy el paradero de tales traducciones.

Santander, 8 de noviembre de 1875.
[p. 372] Adiciones

En el texto advertimos no haber visto un folleto cervántico publicado por Conde en colaboración con Pellicer. Mejor informados hoy y habiendo examinado dicho folleto y otro al cual en él se contesta, podemos ampliar las noticias en este punto y aun corregir en parte lo que decíamos entonces. En la página 96 del Tomo I del Quijote comentado por Pellicer se halla una larga nota en que se da la etimología del Ben-engeli (hijo de la gacela o del ciervo, cervato o cervanteño, Cervantes). Y añade Pellicer:

«Este descubrimiento y esta erudición se deben a D. José Antonio Conde, sugeto de conocida pericia en las lenguas orientales.» No agradó la etimología a otro arabista, que en contestación publicó el folleto siguiente, hoy rarísimo:

Carta Crítica | al autor de las Notas | de D. Quixote, | en la que se descubre el verdadero autor | de su famosa historia, a quien Cervantes | da el nombre de Cide Hamete | Benengeli | por | D. J. F. P. C. | Madrid. | En la Imprenta de la Viuda de Ibarra | con las licencias necesarias. 12 pp. 8.º El autor se firma el Patricio y no hemos podido descubrir su verdadero nombre. Según este etimologista el Cide (de la raíz sada dominar) significa señor, noble; el Hamete (de la raíz hameta, ocultar la risa, satirizar, escribir con ironía) satírico, y el Benengeli (de la raíz jalla ser pobre), infeliz o desdichado.

A este opúsculo contestaron Pellicer y Conde en el siguiente, casi tan escaso hoy como aquel a que se impugna:

Carta en castellano con posdata | políglota: en la qual D. Juan Antonio Pellicer y D. Josef Antonio Con- | de, individuos de la Real Biblioteca | de S. M. responden a la «Carta Crítica» | que un Anónimo dirigió al Autor de | las Notas del «D. Quijote», desapro- | bando algunas de ellas. | En Madrid. En la Imprenta | de Sancha. Año de MDCCC. 8.º marq.ª, 27 pp. Las cartas son dos, una de Pellicer y otra de Conde.

Santander, 9 de febrero de 1876.
[p. 373] Himnos de Calímaco de Cyrene,

traducidos del griego por D. Joseph Antonio Conde. Año de 1796.

Himno a Jove
De Jove en las sagradas libaciones,
¿Qué será bien cantar más dignamente
Que al mismo Dios eterno y poderoso
Alanzador de los soberbios hijos
Del bajo cieno, que la ley impone
A los que habitan la mansión celeste?
¿Y cantaromosle Lycio o Dicteo?
El ánimo dudoso se detiene,
Su nacimiento ignoran los mortales,
Algunos dicen, Jove, que has nacido
Del Ida en las montañas, otros dicen
Que tú, Jove, nacistes en Arcadia.
Oh padre Jove, ¿cuáles nos engañan?
Nunca fueron veraces los cretenses,
En Creta, oh rey, tu tumba levantaron,
Mas tú nunca finaste, eres eterno,
Parióte Rhea en la Parrasia cumbre,
Allí do está del monte lo sombrío
Con los verdes planteles y por eso
Es al entorno la región sagrada,
Ni llegar puede allí muger alguna,
Ni fiera ni rampante que ha probado
El favor de Lucina, mas de Rhea
El lecho llaman del sagrado parto
Los antiguos Apidanes, en este
Cuando tu madre del augusto seno
Te depuso, al instante cuidadosa
Fuése a buscar alguna pura fuente
Para limpiar del parto la impureza
Y tu cuerpo lavar: aún no corría
El Ladon caudaloso ni Erimantho,
Que con sus aguas puras, cristalinas
Se aventaja a los ríos más preciados.
Era la Arcadia toda en aquel tiempo
Sin humedad y seca, la que luego
Debía ser muy fresca y celebrada
Por sus copiosas fuentes, pero cuando
Rhea su venda virginal rompiera,
Sobre su caz el apacible Jaon
[p. 374] De encinas cortezudas abundaba,
Pasaron sobre Melas muchos carros
Y las fieras hicieron sus guaridas
Encima del Carrión undoso ahora,
A pie pasaba el hombre sobre Crátin
Y sediento cruzaba el pedregoso Metope,
Metope, pero de agua rica vena
Debajo de sus pies oculta estaba.
En este apuro Rhea venerable
Así clamó: ¿Por qué mi amada tierra
No pares tú también, por qué no manas?
Son leves de tu parto los dolores.
Así dijo y alzando el brazo augusto
Con su dorado cetro el monte hiere
Y en dos partes al punto se divide
Y sale dél un manantial copioso,
En él, oh rey, tu cuerpo purifica
Y envuelve con las fajas delicadas.
A Nede te entregó para llevarte
A la cueva de Creta, do escondido
Ocultamente fueses educado,
La más antigua de las ninfas todas
Fuera de Estyga y Iylira, ni vano
Su cuidado y sin premio se dejaba,
El nombre dió de Nede al mismo río
El cual undoso al reino de Nereo
Entra por la ciudad de los Caucones
Que llaman Leprio, y tan antiguas aguas
Del oso Lycaon los hijos beben.
Padre Jove, después que dejó a Teras
La ninfa y hacia Gnoso te llevaba,
Que Theras muy cercana fué de Gnoso,
Aquí, admirable ser, te cayó al suelo
El omphalo y al campo los Cidones.
Omphalo desde entonces han llamado
Y las festivas ninfas que seguían
De Corybantes los saltantes coros,
En sus brazos, oh Jove, te llevaron.
Las Melias y Dicteas y Adrastea
La bella en cuna de oro te llevaba
Y tú mamabas la fecunda teta
De la cabra Amaltea, tú comías
Dulce panal de súbito labrado
De la abeja Panacrida en los montes
Del Ida, que Panacra son llamados.
Al entorno de ti su danza prylin
Los Curetes bailaron sacudiendo
[p. 375] Las armas, porque Cronio Devorante
De los escudos el estruendo oyera
Y ni llegar pudiese a sus oídos
De tu primera edad el tierno llanto.
Bellamente crecías, bellamente,
Celeste Jove, fuistes educado
Y en breve tiempo a pubertad florida
Llegaste y blando bozo descubriste
Y siendo niño aún, eras ya sabio.
Tus hermanos, si bien la luz del día
Vieron antes que tú, nunca envidiaron
Las glorias de tu imperio ni anhelaban
Que se partiese la mansión celeste.
No los poetas del antiguo tiempo
Dijeron la verdad, cuando afirmaron
Que los hijos de Cronio dividieron
En tres partes por suertes sus estados.
¿Quién sino un sandio por la ciega suerte
El Olimpo y el Orco dividiera?
En parte igual la suerte es admitida,
Mas ¡cuánto en sí difieren estas cosas!
Mintiera yo si tal decir pensara,
Persuádanlo, si quieren, los poetas
Y entre bien en los ánimos sencillos.
No te hicieron las suertes rey de Dioses
Mas las gloriosas obras de tu mano
Tu fuerza y tu poder que encadenaste
A los pies de tu trono eternamente
Y la más excelente de las aves
De tus prodigios haces nunciadora.
Feliz la muestra siempre a mis amigos.
Tú de la juventud lo más florido
Te dignaste tomar, no los varones
Diestros en gobernar las prestas naves,
No al valiente escudado ni al poeta,
De los menores Dioses al cuidado
Dejastes estas cosas, tú elegiste
A los conservadores de los pueblos,
A los príncipes grandes que protegen,
Al que los campos labra y al soldado,
De quien son los remeros y las naves
Y en cuya mano están todas las cosas.
¿Qué no está en potestad del dominante?
Las fraguas de Vulcano celebramos,
Los armados de Marte, de Diana
Cythonia al cazador, de Febo Apolo
Los sabios en los modos de la lira,
[p. 376] Mas los reyes de Jove, para Jove
No hay cosa más preciada que los reyes.
Así tu misma clase le señalas
Y dejas las ciudades a su cargo
Mas tú en ellas presides y atalayas
En los altos alcázares sentado,
Así a los que a los pueblos tiranizan
Y con injustas leyes los acaban
Como a los sabios y prudentes reyes.
Colmástelos de bienes y opulencia
Como a reyes prudentes es debido,
No a todos por igual, que no conviene
Y sólo nuestro rey es señalado
Y a todos se adelanta dignamente,
Lo que a la aurora sabiamente piensa
Al esconderse el sol es acabado,
A la tarde los grandes pensamientos,
Que lo fácil al punto que lo piensa.
En un año hacen otros lo pequeño
Lo grande ni en un año; tú deshaces
La intención de los reyes fácilmente
Y sus sabios consejos desbaratas.
Salve gran Jove, Cronio soberano,
Dador de todo bien, tú que concedes
Seguridad, remedio y confianza.
¿Quién podrá celebrar tus grandes obras
Ni habrá un mortal que pueda dignamente
De Jove celebrar los nobles hechos?
Salve una y otra vez, oh padre Jove
Y danos la virtud y la abundancia
Que la opulencia sin virtud no vale,
No hace feliz al hombre ni es preciosa
La virtud miserable, Padre Jove,
Concédenos virtudes y riquezas.
Himno II, a Apolo
¡Ay, de laurel el apolíneo ramo!
Cual se movió, se mueve el templo todo,
Lejos, lejos de aquí, vulgo profano,
El mismo Febo con su bella planta
Al umbral llega ya, ¿no ves? Anuncia
El dulce estruendo de la planta Delia
Feliz agüero y por el aire ahora
Del armonioso cisne el canto suena,
[p. 377] Por sí mismos se vuelvan los quiciales
De las sagradas puertas, por sí mismas
Las aldabas, que el Dios no está lejano
Y vosotros, oh jóvenes, al canto
Os preparad y al coro que no a todos
Apolo se descubre, sólo al bueno.
Feliz el que le ve, desventurado
Aquel que no le viere ¡oh poderoso!
Nuestros ojos te vean, ni seamos
Míseros despreciados, ni callada
La cítara ni el paso silencioso,
Oh jóvenes, quisiera a la venida
De Apolo, si por caso dulces bodas
Deseáis o cortar canos cabellos,
Ya venturosos jóvenes os miro
Desque ociosa no está la dulce lira:
Oyentes, aplaudid de Apolo al canto,
Aplaude el mar si los cantores loan
La cítara o los arcos, propias armas
De Apolo Licoreo; ni lamenta
La madre Tetis a su amado Aquiles
Luego que oye cantar «oh Pean, Pean»
Y aun los dolores cesan de la triste
Llorosa piedra en lágrimas bañadas,
Que en Frigia yace endurecida peña
La que antes fué mujer, mármol ahora
Con gemidora boca lamentando.
Ea, ea, decid, pugnar el malo
Con los eternos venturosos Dioses.
Quien resiste a los Dioses, este mismo
A nuestro rey resiste, quien se opone
A nuestro rey, de Febo es enemigo.
El coro que celebra a Febo Apolo
Honor alcanzará, que es poderoso
Y de Jove a la diestra está sentado.
Ni sólo un día loará este coro
A Febo, pues el Dios es muy loable.
¿Quién de Febo no canta fácilmente?
De oro es el manto, de oro las hebillas,
La lira y arco licio y rica aljaba
Y los calzados de oro y Febo Apolo
Precioso como el oro y abundante
De riquezas: Pitón será testigo.
Es además hermoso y siempre joven
Ni en sus tiernas megillas aparece
El blando bozo aún, sus bellas trenzas
Esencias aromáticas destilan
[p. 378] En el campo ni vierten sus cabellos
Aceite, mas la misma Panacea,
Y en la ciudad feliz en cuya tierra
Aquellas gotas caen, allí todo
Se hace inmortal, ni en artes y destreza
Hay quien a Febo pueda compararse.
Es propia suerte suya la destreza
De flechador y de cantor süave;
La suerte suya fué y el arco y lira
Es su recreo y las divinas piedras
De las adivinanzas, y de Apolo
Los médicos remedios aprendieron
Que apartan de la muerte desolante.
Nomio también a Febo apellidamos
Desde cuando riberas del Amphryso
Apacentaba las yugales yeguas
De Admeto el bello joven abrasado
Por sus amores, fácilmente el pasto
Boyuno estaba lleno y abundoso,
Ni las cabras de crías carecían,
Si en medio del rebaño apacentando
En ellas puso sus hermosos ojos.
Ni a las ovejas les faltó la leche
Ni quedaron sin cría y todas iban
Con sus corderos y la que uno solo
Parir antes solía, dos mellizos
De súbito paría y sus secuaces
Para ciudades sitios señalaban.
Siempre holgó Febo en levantar ciudades
Y sus primeros fundamentos puso:
De cuatro años pusiera los primeros
Allá en la amena Ortigia y cercanías
De la corva laguna que Diana;
Allí cazaba, de las cintias cabras
Las ganchosas cabezas fué juntando
Y alzando Febo una ara, los cimientos
De los cuernos echó y en torno todo
De cuernos sus paredes componía:
Así a poner primeros fundamentos
Apolo se enseñó; también a Batto
Enseñó Febo mi ciudad fundada [1]
En terreno profundo y abundante
Y el cuervo fué la guía, cuando entraba
El pueblo en Lybia ¡fundador dichoso!
Y juró que los muros cedería
[p. 379] A nuestros reyes, lo juró y Apolo
Sus juramentos cumple, Febo, Febo!
Llámante muchos Boedromio y muchos
Te llaman Clario, porque son tus nombres
Infinitos, mas yo te llamo Cárneo;
Voz de mi patria, tu primer asiento,
Oh Cárneo, fué la Esparta, luego Tera
Y después de éstas la ciudad Cirene.
Un descendiente séptimo de Edipo
Aristóteles justo al suelo Asbysto
Y allí te edificó soberbio alcázar
Y en la ciudad dispuso anuales fiestas
En las que muchos y valientes toros
Suelen, oh rey, caer sobre sus piernas
Oh Cárneo, oh Cárneo, de incesante ruego
Suplicado, tus aras llevan flores,
Cuantas produce bella primavera
Y las diversas estaciones crían
Del Zéfiro süave al lene ambiente
Que sacude el rocio y dulce croco
En el invierno, y es eterno el fuego,
Ni ceniza de ayer jamás devora
Las ascuas y se goza el grande Apolo
Viendo danzar entre Lybizos rojos
Los varones armados de Belona.
Cuando las Horas la sagrada fiesta
De las Cárneas conducen, ni podían
Los Dorios aun llegar a la fontana
De Cirene y moraban en Aziles
La de sombrosos bosques rodeada.
Viólos el rey Apolo y a su ninfa
Los enseñó, sobre Myrtusa estando,
Myrtusa que parece tener cuernos:
Allí Hypseis matara un león bravo,
Ruina de los bueyes de Eurypilo,
Ni coros más divinos viera Apolo,
Ni concedió felicidades tantas
A otra ciudad como a Cyrene diera
Por la memoria de su antiguo robo;
Ni los hijos de Bato veneraron
A otro Dios más que a Febo, ea, Pean,
Ea, decir oímos, pues el pueblo
De Delfos inventó tu primer canto,
Cuando a tirar con las doradas flechas
Enseñabas, a Pytho descendías
Y la horrible serpiente, cruda, fiera
[p. 380] Te salió al paso y tú la diste muerte
Con voladoras, repetidas flechas.
Y el pueblo te clamaba: «Pean, Pean
Las flechas clava que tu amada madre
Para auxilio de pueblos te pariera»
Desde entonces así te cantan todos,
Y la envidia llegase ocultamente
Al oído de Apolo y le decía:
«Yo no admiro al cantor, el que no canta
Cual el mar.» Mas Apolo desechaba
La envidia con su pie y así decía:
«Es raudal grande el del Asirio río,
Mas lleva sus corrientes enturbiadas
De impuro cieno y légamo copioso.
Ni de cualquiera fuente las melisas
Llevan a Ceres agua y solamente
La flor pura del agua tomar suelen
De alguna sacra fuente deslizada
De manantial pequeño y cristalino.»
Salve, oh Rey, salve; detestable envidia
Huye de aquí, dirige el torpe paso
De la desolación a las moradas.

Notas

[p. 364]. [1] . Tomo este catálogo del prólogo de Conde, aunque sin transcribir sus palabras sino en la parte esencial, para no incurrir en prolijidad.

[p. 378]. [1] . Cirene