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Obras completas de Menéndez... > ESTUDIOS Y DISCURSOS DE... > VI: ESCRITORES MONTAÑESES > TRUEBA Y COSÍO (D. TELESFORO)

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Nota del Colector.- Reproducimos a plana y renglón la portada de este primer libro que dió a la estampa Menéndez Pelayo y que hoy se ha hecho ya rarísimo. Había de ser el primero de la proyectada serie: Estudios críticos sobre Escritores Montañeses y por eso lleva el número I. Otros trabajos más breves sobre Escritores Montañeses aparecieron después en La Tertulia y en la Revista Cántabro-Asturiana y van también recogidos en este mismo volumen VI de Estudios y Discursos de Crítica Literaria .

El presente estudio sobre don Telesforo Trueba y Cosío, lleva la siguiente dedicatoria: «Al Excmo. Ayuntamiento de Santander, en testimonio de profundo respeto y gratitud eterna, dedica este bosquejo consagrado a honrar la memoria de un hijo ilustre de nuestra ciudad. EL AUTOR.»

Se publica por primera vez en Estudios de Crítica Literaria .

[p. 85] ADVERTENCIAS PRELIMINARES

A. Escrita la mayor parte de esta memoria, llegó a mis manos el primer tomo de la excelente obrita que con el título de Hijos ilustres de la Provincia de Santander publica el erudito señor don Enrique de Leguina, tomo que contiene las biografías de don Luis Vicente de Velasco, don Ángel de Peredo y Villa y Juan González de Barreda. A pesar del título de dicha obra, que a primera vista parece darse la mano con la mía, no he desistido de mi propósito ni levantado mano de estas tareas, visto el muy diverso fin a que los notables estudios del señor Leguina y los pobres ensayos míos se enderezan. El señor Leguina, por lo que se infiere del volumen publicado, fíjase especialmente en los varones ilustres en armas , yo en los escritores . El objeto del señor Leguina, conforme se anuncia en el frontis, es biográfico; el mío, bibliográfico y de crítica literaria . Para el señor Leguina, lo importante, es el hombre; para mí, es o debe serlo el libro , y el libro digno de mención y de análisis, no el aborto infeliz de tal o cual ingenio menguado. Yo dejo aparte toda noticia genealógica y heráldica , y aun en cuanto a los hechos no literarios del escritor seré muy sucinto. Por lo demás, aplaudo de todas veras el utilísimo trabajo del señor Leguina, quien, sin ser hijo de esta provincia, tanta afición muestra a nuestras cosas. Sírvanos a los montañeses su ejemplo de estímulo saludable, y ojalá se multipliquen los trabajos sobre Cantabria, que campo hay para que no uno, sino muchos escritores, hagan ostentación gallarda de sus fuerzas, cada cual según sus aficiones y estudios particulares, sin que de ninguno pueda decirse que introduce la hoz en mies ajena.

[p. 86] B. Cumplo el deber para mí más grato, manifestando en este lugar mi profundo reconocimiento a cuantos, directa o indirectamente, con noticias, indicaciones o consejos, me han ayudado en esta labor difícil; en especial al ilustrado y respetable señor don Evaristo del Campo, que, con generosidad digna de todo encomio y movido sólo por el amor a las letras, me ha comunicado cuantos libros y papeles de Trueba poseía, entre ellos buen número de obras inéditas y de apuntamientos, borradores y bosquejos sobremanera interesantes y del todo desconocidos. Gracias doy también a mi entrañable amigo el insigne escritor montañés don Gumersindo Laverde Ruiz, una de las glorias del profesorado español de nuestros días, quien, con sus benévolas insinuaciones, me hizo emprender el estudio que hoy publico, no sin comunicarme para él alguna noticia digna de todo aprecio.

     Santander, enero de 1876.

[p. 87] ESTUDIOS CRÍTICOS SOBRE ESCRITORES MONTAÑESES

DON TELESFORO TRUEBA Y COSÍO

I

EMPRESA meritoria se ha juzgado siempre la de formar catálogos y bibliotecas particulares de los escritores insignes en letras divinas y humanas que han florecido en una comarca o en un tiempo determinados. No es nuestra España la última en cuanto al número e importancia de estos trabajos, pues cuentan ya muchas provincias con esmeradas bibliografías, modelos de erudición y conciencia algunas de ellas. El Reino de Valencia puede ufanarse de ser el primero en este punto. Los trabajos del Padre Rodríguez, de Jimeno y de Fuster, a los cuales pueden agregarse otras memorias particulares, han ilustrado casi por entero la historia literaria de aquel país. No inferior gloria ha dado a la erudición aragonesa la Biblioteca de Latassa, repertorio copiosísimo, aunque un tanto desaliñado e indigesto. Las sucesivas tareas de Torres Amat, Corominas y Aguiló, han sacado del olvido a no pocos catalanes ilustres, a la par que las Baleares poseen una bibliografía tan completa y notable como la de Bover y estudios especiales tan curiosos como la Biblioteca Luliana , de Roselló. Sevilla cuenta desde Rodrigo Caro y sus continuadores hasta el Padre Valderrama, Matute y algunos [p. 88] contemporáneos nuestros, numerosa serie de infatigables exploradores de sus antigüedades literarias. Sobre gaditanos insignes, poseemos el libro de Cambiaso, no despreciable, aunque sobremanera incompleto, y no faltan catálogos (más o menos dignos de estima) de autores granadinos y cordobeses. Las noticias de hijos ilustres de Madrid , fueron recopiladas por Álvarez Baena; y de Conquenses célebres , lleva publicados cuatro admirables libros, no ya monografías, el excelentísimo señor don Fermín Caballero. Otras provincias de ambas Castillas y del Reino de León han sido menos afortunadas, sin que falten por eso memorias relativas a toledanos, salmantinos y vallisoletanos. Mucho debe la bibliografía extremeña a los trabajos del señor Barrantes; sobre autores gallegos publicó un tomo, ha pocos años, el señor Murguía, y sobre asturianos célebres otro el canónigo González Posada, a fines del siglo pasado. Igual tarea ha traído a feliz término nuestro amigo el señor Fuertes, catedrático de este Instituto provincial, en su Biblioteca Asturiana , inédita todavía. Para no hacer interminable esta reseña, ni mencionaré otros estudios sobre escritores provinciales, ni hablaré tampoco de las bibliotecas americanas, tan excelentes algunas como la de Beristain y Souza consagrada a las vidas y escritos de los mejicanos egregios. El cúmulo de datos, noticias, extractos e indicaciones esparcidos en tales libros han de ser el fundamento de la Bibliografía Nacional, cuando haya erudito bastante osado para arrancar la clava a Hércules, o sea, para continuar y completar la obra inmortal de Nicolás Antonio. Tomemos ejemplo de los portugueses, que no satisfechos con la muy copiosa Biblioteca Lusitana , de Barbosa Machado, han logrado poseer el Diccionario Bibliográfico , de Inocencio de Silva, trabajo esmerado y concienzudo que, con ser mera adición a los cuatro tomos en folio del Barbosa, consta no menos que de ocho volúmenes en cuarto. Habiendo sido los primeros, no hemos de quedar los últimos en tal empresa. Entre tanto conviene que se multipliquen los ensayos parciales en que fácilmente puede ser casi agotada la materia. Por eso juzgo tarea de general interés y de honra provincial la formación no de una Biblioteca, porque no hay materiales para tanto, sino de una serie de monografías crítico-bibliográficas de escritores montañeses. Conozco que a no pocos ha de hacer sonreír esta idea, teniéndola [p. 89] por de imposible o quizá inútil ejecución. Pues qué (dirán), ¿qué escritores insignes puede presentar la modesta y hasta hace un siglo casi olvidada provincia de Santander, lejana siempre del movimiento literario y privada de esos centros de actividad intelectual, que forzosamente despiertan y avivan el talento, ofreciéndole ocasiones de brillar y de manifestarse? ¿Qué hijos había de dar a las letras la Montaña que el rey Felipe IV, al pedir para ella un obispado, calificaba poco menos que de tierra salvaje, bravía e inculta, cuyos habitantes estaban destituídos no ya de instrucción, sino de cultura y humana policía? Envanézcase en buen hora esa provincia de haber dado cuna a indómitos guerreros, prudentes capitanes, atrevidos navegantes y héroes de la nacional independencia, pero deje la gloria de las letras para comarcas más favorecidas por sus condiciones naturales o por su buena estrella:

            Tu regere imperio populos, Romane, memento.

No extrememos, sin embargo, estas consideraciones. Cierto que por causas de todos sabidas y que no es preciso recordar ahora, ni los estudios florecieron nunca en la Montaña como en otras regiones de España, ni nuestra provincia puede presentar un número de escritores comparable al de otras tierras superiores a ella hasta en extensión material, si de esto se tratara. Pero fuera de que la provincia de Santander debe reclamar su parte en las más altas glorias literarias nacionales, como engendradora de las razas generosas de que procedieron el Marqués de Santillana, Garci-Lasso, Lope de Vega, Calderón y Quevedo, tampoco es cierto que ande tan ayuna de títulos propios que le se aforzoso decir con el Abad del romance: «Si no vencí reyes moros, engendré quien los venciera.» ¿Qué escritor del siglo VIII puede compararse en mérito ni en influencia con el presbítero Beato de Liébana, gloria de la Iglesia española, comentador del Apocalipsis y hábil contradictor de la herejía de Elipando, metropolitano de Toledo? ¿No basta este recuerdo para colocar en alto punto nuestra cultura intelectual durante los siglos medios? ¿No fué abad de Santander, en los reinados de Sancho IV y Fernando IV el insigne canciller de doña María de Molina, don Nuño Pérez de Monroy, de quien consta haber escrito unas memorias históricas [p. 90] de su tiempo, tal vez conservadas, en parte, en la crónica del Rey Emplazado que ordenó Fernán Sánchez de Tovar? Y si venimos al siglo XVI, tampoco faltan nombres dignos de honrosa recordación. El gran prosista Fray Antonio de Guevara, cuyos libros recorrieron en triunfo la Europa, escritor tan notable por sus extravagancias como por su méritos, tuvo su cuna en nuestra provincia, según asientan graves escritores y persuaden indicios de no escasa fuerza. No podemos abrigar duda en cuanto a la patria del arquitecto Juan de Herrera, que fué a la par notable filósofo luliano, como lo demuestra su inédito Discurso de la figura cúbica . En Silió y no en Santo Domingo de Silos, como hasta ahora ha venido diciéndose, nació Jorge de Bustamante, traductor de la Historia de Justino y de las Metamórfosis de Ovidio. [1] Distinguióse como poeta latino, Juan Augur o Agüero de Trasmiera, de quien hay versos al frente del Palmerín de Oliva , sin otros que recuerdo haber leído manuscritos. Prodigioso éxito obtuvieron los Diálogos de arte militar y el Discurso de la navegación de Oriente y noticias de la China , obras del beneficiado de Laredo don Bernardino de Escalante, y con aplauso corrió la Flor de Romances , recopilada por el racionero de la Colegiata de Santander, Sebastián de Guevara. Y a todos estos nombres debemos agregar el muy más notable del Padre Martín del Río, cuya gloria, si es española, ninguna provincia puede reclamar con tanto derecho como la nuestra. Montañeses fueron sus padres, y si por casualidad nació en Amberes, no es éste un verdadero obstáculo para estimarle conterráneo nuestro. En Palermo nació Masdeu, en Curaçao nació Semís y, sin embargo, como catalanes son y serán considerados. La fama del Padre Martín del Río debe pertenecernos por entero, así en lo bueno como en lo malo. Porque sabido es que aquel célebre jesuita, portento de erudición y de doctrina, además de haber comentado con habilidad exquisita diversos libros de la Escritura y varios autores de la antigüedad clásica, y sostenido acerbas polémicas con José Escalígero; además de ser autor del Syntagma tragediae latinae, tratado el más completo que sobre la [p. 91] materia poseemos, lo fué también de un famoso, raro y curiosísimo libro, muestra notable de todas las preocupaciones de su siglo, libro que, según la exagerada expresión de un escritor ilustre, ha costado más sangre a la humanidad que todas las invasiones de los bárbaros . Aludo a sus Disquisitiones Magicae , tratado de Demonología , el más copioso que apetecerse puede, obra que ejerció inmensa influencia en toda la Europa del siglo XVI y hasta llegó a hacer fuerza de ley en muchos tribunales. Y adviértase que Martín del Río, lejos de ser un espíritu vulgar y rastrero, puede estimarse como uno de los primeros humanistas de su tiempo, acatado como maestro y consultado como oráculo no menos que por Justo Lipsio.

A principios del siglo XVII brillan con méritos muy diversos el jesuíta Juan Agüero, traductor al tagalo de un Tratado de las almas del pugartorio; el heterodoxo Antonio del Corro, autor de varios opúsculos e infatigable propagandista que imprimió secretamente la Biblia de Casiodoro de Reina en un antiguo castillo de Navarra, según él propio nos informa en una larga carta dirigida al mismo Casiodoro, y el nigromante don Juan de la Spina (montañés, según la irrecusable autoridad de Quevedo) y, a mi entender, persona no distinta del Dr. Juan del Spino o Spina (que de ambos modos se le llama), notable por la crudísima guerra que sostuvo con la Compañía de Jesús, publicando contra ella numerosos tratados, que más tarde puso a contribución Pascal para sus celebradas Provinciales . Por montañés tengo también al notable crítico don Francisco de la Barreda, traductor del Panegírico de Plinio . En la misma época tenemos que registrar los nombres de dos poetas.

Fué el primero Félix de Vega, hidalgo del valle del Carriedo, padre del Fénix de los Ingenios , quien en su Laurel de Apolo renueva con veneración y cariño su memoria, asegurando que entre sus papeles halló algunos versos, de los cuales no duda en afirmar:

       Mejores me parecen que los míos,

Yo no he tropezado con poesía alguna de este ingenio montañés, aunque, si es cierto que por los frutos se conoce el árbol, debieron ser de mérito subido. No tenemos que lamentar igual pérdida en cuanto a las composiciones líricas y dramáticas del [p. 92] famoso poeta don Antonio de Mendoza, cuyas teatrales invenciones fueron puestas a contribución por grandes maestros extranjeros, y aun por el mismo Molière en una ocasión memorable. Lope de Vega, que siempre recordó con orgullo su oriundez montañesa, le celebra como hijo de la noble tierra.

                         en quien guardada
       La fé, la sangre y la lealtad estuvo.
       Que limpia y no manchada
       Más blanca que la nieve mantuvo,
       Primera patria mía . . . . . . . . . . . . . . .

Aun, sin apurar mucho la materia, pueden encontrarse en los siglos XVI y XVII celosos investigadores de antigüedades y diligentes cronistas de nuestra provincia, poco recomendables por la crítica en su mayor parte. Entre ellos recordaremos a don Juan de Castañeda, don Fernando Guerra de la Vega, don Álvaro Huerta de la Vega, don Pedro de Cosío y Celis y al benedictino Fray Francisco Sota, el más conocido y no el peor seguramente de todos ellos. Y justo me parece advertir que en esta enumeración rapidísima nombro sólo aquellos escritores por uno u otro concepto interesantes y dignos de separarse de la masa común, reservando para ocasión más oportuna aquellos otros laureados solo (como dice nuestro sabio maestro el Dr. Milá y Fontanals) con las modestas palmas claustrales o académicas , [1] y que ni por lo bueno ni por lo malo traspasan la medida vulgar.

En el siglo XVIII aparecen, entre otros, don Francisco Manuel de la Huerta y Vega, autor de una Historia de la España Antigua y colaborador del Diario de los Literatos ; don José Cobo de la Torre, que escribió una obra de Jurisprudencia y ha pasado algún tiempo por autor de la célebre Sátira de Jorge Pitillas , hoy reconocida por obra de don José Gerardo de Hervás, a quien tengo asimismo por compatricio nuestro, atendiendo a su parentesco con el citado Cobo, y a otros indicios. Notable fué como teólogo el Padre Rábago, confesor de Fernando VI y quizá el montañés a quien más debe su provincia natal. A la Compañía de Jesús pertenecía también el Padre Esteban Terreros y Pando, uno de [p. 93] los deportados a Italia en 1767, conocido por su traducción del Espectáculo de la naturaleza del Abate Pluche y todavía más por su Diccionario Universal de ciencias y artes.

¡Cuánta luz comunicó a los puntos más oscuros de nuestra historia política, legislativa y literaria, el infatigable y eruditísimo lebaniego don Rafael Floranes, Señor de Tavaneros! Las vidas del canciller Pedro López de Ayala y del Dr. Galíndez de Carvajal, el Origen de las Universidades de León y de Castilla, los Apuntamientos para la historia de la imprenta , las Memorias históricas de nuestra legislación, las Vidas de los jurisconsultos españoles del siglo XV , las historias de diferentes ciudades, las notas y variantes a los Cuerpos legales y a las Crónicas, las adiciones a Nicolás Antonio..., obras todas de nuestro ilustre paisano, son, después de la España Sagrada , los trabajos más notables de investigación y de análisis que en el siglo XVIII se realizan. Casi al mismo tiempo que Floranes, trabajaba, aunque en menor escala, con notable diligencia y crítica en general acertada, el Deán Martínez Mazas, de quien anda impreso un Retrato histórico de la ciudad de Jaén , y existen manuscritos en esta Catedral, unas Memorias antiguas y modernas de la iglesia y obispado de Santander .

La raza de nuestros eruditos no se extingue con Floranes y Martínez Mazas, ni muere en el siglo XVIII; aparece en las primera décadas del presente, el sabio agustiniano Fray José de la Canal, último eslabón de la cadena de obreros que trabajaron en la España Sagrada desde Flórez hasta Fray Antolín Merino, inmediato predecesor de nuestro paisano; y suena a la par en extrañas tierras el nombre del gran bibliófilo La Serna Santander, hoy enlazado a los de Maittaire, Gerardo Meerman, Schoeflin, Hain y Brunet, por su copioso Diccionario de incunables , por el riquísimo Catálogo de su propia biblioteca y por las monografías que versan sobre el papel, firmas y signaturas de los primeros monumentos del arte tipográfico . [1] Y aquí conviene hacer mérito de un diligentísimo arqueólogo montañés contemporáneo nuestro, que da, con sus trabajos, nuevo y fehaciente testimonio del grado notable de cultivo que han alcanzado entre nosotros los estudios [p. 94] de antigüedades y erudición varia, para los cuales parece que muestran especiales dotes los hijos de esta provincia.

No prestaron tan favorable aspecto los de amena literatura en todo el siglo pasado y comienzos del presente. Perversos modelos son las escasísimas poesías de autores montañeses de dicha época que han llegado a nuestras manos, si bien nada tiene de extraña esta circunstancia, dado el intolerable prosaísmo que con raras intermitencias dominó en aquel siglo a casi todos los escritores apartados de aquellos dos focos de actividad literaria que se llamaron escuelas , la salmantina y la sevillana. Si, como presumimos, era montañesa cierta doña María Camporredondo, autora de un tratado en seguidillas sobre la filosofía de Escoto, júzguese por este singular trabajo del gusto de los escasos vates que produjo en el siglo XVIII la patria de don Antonio de Mendoza, el solar de Lope, de Calderón y de Quevedo. Léanse algunas relaciones de fiestas y de certámenes en que se intercalan poesías castellanas o latinas, la Pública palestra literaria, Emulación Gloriosa, Academia Gramático-Poético-Oratoria en que con varonil denuedo ostentan los alumnos de las Escuelas Pías del nobilísimo valle de Carriedo el aprovechado fervor de sus juveniles desvelos, impreso en 1757; la Descripción de los festivos júbilos con que el Real Consulado de Santander celebró la pausible exaltación del Excmo. Sr. Don Pedro Ceballos Guerra al Ministerio de Estado , poema heroico (así le llama su autor) de don Pedro García Diego, secretario de la Sociedad Cantábrica; léase el Entremés de la buena gloria o de las fiestas de Baco , obra, según entiendo, del mismo García Diego, y no falto, a pesar de todo, de cierto olor y sabor locales; y se verán ejemplos de perversión literaria que dejan muy atrás cuanto pudiéramos añadir sobre el asunto.

En los primeros años de este siglo distinguióse por su desdichada afición a la poesía, el Deán (y Obispo electo) de Orense, don Juan Manuel Bedoya, hijo de esta provincia, a quien se deben una traducción harto infeliz de los Salmos , y otras producciones de escaso valor literario. [1]

[p. 95] Muy diverso y por cierto más brillante es el cuadro de las letras montañesas en nuestra era. Hónrase este país con el nombre de Trueba y Cosío, ilustre poeta lírico y dramático, eminente novelista, enlazado con el universal movimiento literario de nuestro siglo como uno de los primeros y más felices imitadores de Walter Scott. No ha olvidado Cataluña el brioso Canto de los almogavares , que desde las montañas cántabras le dirigió el malogrado Camporredondo. Y en el momento en que escribimos, ¿no posee la provincia de Santander tres escritores que sin recelo de quedar vencida puede oponer a los más celebrados de otras comarcas españolas? Sus nombres son harto conocidos en el mundo de las letras para que sea preciso repetirlos. Han adquirido al primero altísima fama sus investigaciones crítico-bibliográficas sobre filósofos españoles , distinguiéndose a la par como poeta de los más verdaderamente líricos y subjetivos de la generación actual. Es autor, el segundo, de deliciosos cuadros de costumbres montañesas, ricos de espontaneidad y frescura, animados por una poderosa e ingénita vis cómica y por un natural desembarazo que aveces faltan en las descripciones del carácter de otras provincias trazadas por ilustres plumas contemporáneas. Como modelo de discreción y atildamiento, y hábil maestro en el manejo de la lengua castellana; merece señaladísimo puesto el tercero de los escritores a quienes nos venimos refiriendo. Y en vista de tales datos, ¿puede afirmarse que la Montaña es tierra anti-literaria? ¿Puede considerársela como una moderna Beocia? Aun limitándonos a la poesía y a las bellas letras, ¿puede aplicársela en particular aquella absurda sentencia que, según refiere, fulminó Lista (cuéstame trabajo creerlo) contra las provincias del Norte: Del lado allá del Duero no nacen poetas?

A desvanecer tal preocupación, por lo que a nosotros toca (Asturias y Galicia no necesitan defensa), va enderezado el presente escrito, cuyo asunto será la noticia y apreciación crítica de las obras del ilustre escritor santanderino don Telesforo de Trueba y Cosío, harto olvidado ya, no obstante haber vivido en tiempos a nosotros muy cercanos, y logrado el raro privilegio [p. 96] de ser estimados sus libros como clásicos en una nación extraña, a cuya circunstancia se debe el alto concepto de que siempre fuera de su patria ha disfrutado. No es una vanidad local la que a este trabajo me impulsa, no es siquiera una vanidad nacional, si este nombre puede darse al santo amor de la patria; trátase de un hombre que ejerció notable influjo en una literatura extranjera y hasta obró poderosamente en el espíritu de una gran parte de la Europa culta. Voy hablar de un iniciador literario, de un revelador de tesoros tradicionales y legendarios fuera de aquí desconocidos, del hombre que por primera vez descubrió a la Inglaterra el rico manantial de poesía oculto en nuestras crónicas, romances y teatros. El terreno estaba preparado por trabajos eruditos; a Trueba se debió la consagración novelesca y popular que coronó aquel generoso movimiento continuado hoy mismo por notables historiadores, elegantes poetas y bizarros novelistas, honra de la nación británica, que sólo a los alemanes cede en el conocimiento y apreciación de nuestras glorias literarias.

Los libros de Trueba y Cosío, así por sus altas dotes narrativas como por la novedad siempre halagüeña, alcanzaron un éxito portentoso. Escritos primitivamente en inglés, fueron muy pronto traducidos al francés, al alemán, al holandés y hasta el ruso; sólo en parte, y muy tardíamente, al español. Sus escritos castellanos son casi desconocidos. De unos y otros me propongo tratar en esta monografía, a la cual seguirán, con ayuda de Dios, otras semejantes, si ésta obtuviere la indulgencia de mis paisanos, no por el mérito de la ejecución, sino por el objeto a que se dedica.

II

Don Joaquín Telesforo Trueba y Cosío, nación el 5 de enero de 1799 en la ciudad de Santander, siendo bautizado el mismo día en la parroquia de la Catedral. [1] Hijo de don Juan Trueba, [p. 97] comerciante de esta plaza, y de doña María Pérez Cosío, perdió a su padre en edad temprana, quedando su educación a cargo de la madre, mujer de claro entendimiento y varonil entereza, manifestada después en ocasiones diferentes. A la edad de nueve años salió Trueba de Santander para ser educado en el colegio inglés de Old Hall Green, en el cual recibieron asimismo la primera instrucción sus hermanos. Por lo que a don Telesforo toca, continuó más tarde sus estudios en la Sorbona de París, entrando luego en la carrera diplomática. Casi desde su infancia debieron despertarse en él aficiones literarias, puesto que a los diez y siete años compuso dos largas obras dramáticas (ambas en prosa), que existen entre sus papeles. Titúlase la primera, Anteojos para cortos de vista o Casa de un Marqués de España y consta no menos que de cinco actos. Es la segunda, un melodrama dividido en tres y rotulado El Precipicio o las Fraguas de Noruega . Ni una ni otra nos parecen dignas de particular examen, dado caso que se resienten por extremo de la inexperiencia del escritor. La primera, carece de unidad en el plan y está escrita con harto desaliño, siendo el lenguaje sobremanera incorrecto y lleno de anglicismos. Superior en tal concepto la segunda, tampoco ofrece materia a particular elogio, ni puede añadir nada a la gloria de Trueba. El argumento, además de inverosímil, es trillado; débiles y mal sostenidos los caracteres, falto el estilo de vigor y de nervio. Obras de adolescente al cabo, ensayos de colegial estudioso, sólo de pasada deben ser recordados. En nada amenguan ni acrecen el mérito del escritor; representan sólo la gestación larga y difícil del ingenio; sólo a título de datos pueden llamar la atención de la crítica. ¿Quién descubre en las primeras obras de Corneille el gérmen del Cid , de los Horacios o del Polieucto ? ¿Quién vislumbra en los Hermanos Enemigos al futuro autor de Ifigenia y de Atalía ? Y refiriéndonos a poetas españoles contemporáneos o poco anteriores a Trueba, ¡cuán débil y arrastradamente versificaba Meléndez Valdés a los veinte años!, ¡cuán prosaicos e infelices son los Ensayos Poéticos que en 1817 publicó el ilustre Aribau en Barcelona! No es extraño, pues, que hiciese Trueba malos dramas en sus juveniles años. Sólo los mentamos aquí para advertir que anuncian ya ciertas dotes dramáticas y que demuestran sobre todo notable estudio del teatro inglés, en especial de Shakespeare. [p. 98] Abundan en el Precipicio los rasgos imitados o traducidos del Otelo y no faltan en los Anteojos ciertas reminiscencias del Mercader de Venecia . La literatura británica fué la primera que tuvo ocasión de conocer y admirar Trueba; las citas oportunamente esparcidas en sus obras posteriores y, sobre todo, los largos epígrafes que a semejanza de Walter Scott, su maestro, coloca al frente de los capítulos de sus novelas, indican bien a las claras que le eran igualmente familiares la latina, la española, la toscana y la francesa.

Algún pariente o amigo de nuestro autor se encargó de corregir y hacer representar en Madrid su melodrama El Precipicio , que fué estrenado en el teatro de la Cruz en 1817. Ignoramos qué exito obtuvo en las tablas; es lo cierto que fué muy pronto olvidado, no llegó a imprimirse y ni aun figura en el catálogo de piezas dramáticas del siglo XVIII , de Moratín, que alcanza hasta el año 25 del presente. El mismo Trueba debió desestimar cuerdamente estas intentivas literarias de su mocedad y tituló primer ensayo a la tragedia que pronto tendremos ocasión de analizar.

En París se hallaba nuestro autor al estallar la revolución española de 1820. Trueba la acogió con entusiasmo, celebró a Riego en un soneto y entró de lleno en el movimiento político-literario de aquella era todavía no bien apreciada en este concepto.

Pocos períodos conozco tan tristes para las letras patrias como el que se extiende desde el regreso del Rey Deseado hasta la renovación del sistema constitucional. En aquella era fué universal y profundo el silencio en los dominios del arte. Y no podía acontecer de otra manera cuando aquella brillante pléyade de ingenios que apareció en tiempos de Carlos IV, concentrando en sí todas las fuerzas intelectuales del siglo XVIII en España, había sido dispersada y aun aniquilada en parte, pereciendo unos en el revuelto torbellino de acontecimientos posteriores a 1808, yaciendo otros en las cárceles y en los presidios y vagando muchos por extrañas tierras perseguidos ora con la nota de liberales , ora con la de afrancesados . El varonil y enérgico Cienfuegos había sellado con gloriosa muerte una vida harto breve, muriendo en Ortez, a donde le condujeron los franceses en venganza cruel de su resuelta entereza. Jovellanos, el más grande de los patricios y escritores de aquella era, no existía desde 1811. Meléndez, a quien su carácter harto débil había puesto al lado de los servidores [p. 99] del Rey José; Moratín, afiliado en la misma causa, y con él Estala, el primero de los críticos de su tiempo; Conde, el insigne arabista; Hermosilla, preceptista rígido y atribiliario; Burgos y Pérez de Camino, traductores ilustres de los clásicos latinos; el médico poeta García Suelto; el abate Marchena; el canónigo volteriano Llorente; Ranz Romanillos, helenista egregio; Maury, Miñano y otros ciento que más o menos habían incurrido en lo que entonces se llamó delito de infidelidad a la patria , le purgaban harto caramente los más en el destierro; algunos en Madrid oprimidos de mil modos y estrechamente vigilados. Víctimas de su entusiasmo por las reformas liberales del año 12, yacían Quintana, en la ciudadela de Pamplona; don Juan Nicasio Gallego, en la cartuja de Jerez; Sánchez Barbero, en el presidio de Melilla; Martínez de la Rosa, en el Peñón de la Gomera. Los hijos de la escuela sevillana habían sido dispersados por el torbellino: Lista, en Francia; Blanco (White), en Londres, donde había cambiado de religión y de patria; Arjona, cruda e injustamente perseguido, en España; Reinoso, escribiendo en defensa propia y de sus compañeros su famoso Examen ; González Carvajal, obligado a cambiar continuamente de asilo y consolándose con la traducción de los Salmos . Navarrete, Martínez Marina, Canga-Argüelles, Vargas Ponce, Somoza, Tapia, Gallardo, Villanueva, Puigblanch..., todos los que en mayor o menor grado se habían señalado por su inclinación al liberalismo, sufrieron los efectos de aquella reacción extremada. [1] El árbol que tan sabrosos frutos prometía, fué secado en flor por el encendido viento de las turbulencias civiles. Callaron las prensas: sólo, de tiempo en tiempo, aparecía tal cual trabajo poético de mediano mérito, las Rimas en loor de España , de don Diego Colón; la traducción de las Sátiras de Juvenal, hecha por Folgueras, después arzobispo de Granada; la de los Lusiadas de Camoens, trabajada por don Lamberto Gil; alguna composición de Arriaza, una o dos obras dramáticas de don Dionisio Solís; a veces se publicaban trabajos de erudición tan notables como la Vida de Cervantes , de Navarrete, pero eran esfuerzos aislados; en general, la situación literaria puede calificarse de lastimosa. [p. 100] A duras penas logró don José Joaquín de Mora sostener la Crónica científica y literaria , única revista crítica de aquella era; en cambio, hormiguean en los periódicos de aquellas calendas los insípidos versos de don Lucas Alemán o séase el doctor en Medicina don Manuel Casal, y las extravagancias inauditas de Rabaldán, Scarlatti, Garnier, Govea, habituales exornadores del Diario de Madrid y de la Gaceta . El teatro no daba señales de vida; predominaba el género comellesco a vueltas de execrables traducciones de melodramas franceses.

La segunda época constitucional del 20 al 23 fué (justo es decirlo), muy superior bajo tal aspecto. Fué aquélla una fiebre de entusiasmo patriótico, a veces degenerada en ridículas y extravagantes manías, pero despertadora, en general, de nobles arranques y generosas inspiraciones. La libertad de imprenta dió prodigioso desarrollo al periodismo político y literario que tuvo notables representantes en aquellos tres años. Redactaban el Censor , excelente revista de templados principios y atinada crítica, Lista, Miñano y Hermosilla, y dirigía la Miscelánea y después el Imparcial, Burgos, ya conocido por su admirable traducción de Horacio. Gran parte de los escritores expatriados habían vuelto a Madrid; los liberales del año 12 salían en triunfo de cárceles y presidios. La elocuencia política, que en esta época pecó excesivamente de declamatoria, resonaba, acogida con frenético aplauso, en la Cámara y en las sociedades patrióticas. El público releía las ediciones que de sus poesías anteriores publicaban Quintana, Lista, Tapia, acrecentado el interés con las persecuciones de que los autores habían sido víctimas. El teatro, sobre todo, era el reflejo de las pasiones contemporáneas. Dominaba, sin oposición apenas, la tragedia neo-clásica, pero no ya a imitación de la francesa como en los últimos años del siglo XVIII, sino a ejemplo de Alfieri, que era entonces el modelo, la autoridad, el ídolo. Las tragedias republicanas del gran poeta piamontés, la Virginia , el Bruto Primo, el Bruto Secondo , el Philippo , traducidas en robustos endecasílabos asonantados por Saviñon y por Solís, atraían un público entusiasta a los teatros del Príncipe y de la Cruz. [1] [p. 101] De tiempo en tiempo aparecía tal cual comedia de costumbres del género moratiniano , una de Martínez de la Rosa, dos o tres de Gorostiza. Pero el público gustaba más del Cayo Graco o de Roma Libre , de la Viuda de Padilla , de Lanuza , de la Vasconia Salvada y de algunas tragedias revolucionarias de José María Chenier, [1] quien, de igual suerte que Alfieri, logró feliz y digno intérprete en don Dionisio Solís, modesto apuntador del teatro del Príncipe y futuro autor de la Camila .

Para no olvidar ninguno de los elementos, a nuestro modo de ver predominantes en aquella era, conviene advertir que a favor de la libertad casi ilimitada de imprenta, corrieron de mano en mano, no sin harto peligro y daño, numerosas y en general bien hechas traducciones de los enciclopedistas franceses, debidas en gran parte al famoso abate Marchena.

Aquella efervescencia literaria no se limitó a la capital de la monarquía. Barcelona, sobre todo, dotada siempre de vida propia, nos ofrece una circunstancia digna de notarse. Los primeros atisbos de lo que después se llamó romanticismo , se encuentran en El Europeo , revista que, en 1822, publicaban Aribau, autor más tarde de la admirable oda a la patria , y Lopez Soler, futuro imitador (y algo más) de Walter Scott.

Trueba y Cosío no pudo menos de obedecer a las influencias literarias de su tiempo y tomar parte en el movimiento. Empezó, como se empezaba entonces, componiendo una tragedia clásica (por lo menos él así lo creía), con sus puntas y ribetes de liberal y revolucionaria. La Muerte de Caton, primer ensayo del ciudadano Telesforo Trueba , lleva la fecha de París, marzo de 1821.

El asunto llevaba en sí radicales inconvenientes. La muerte de Caton no es argumento de tragedia, ¿qué lucha de pasiones [p. 102] cabe en un drama fundado en la estoica entereza del último romano? En su pecho ni por un instante hallaron abrigo la duda y la vacilación; ¿dónde está, por tanto, el interés de la tragedia? Y no es que yo juzgue el suicidio del héroe uticense con el criterio estrecho de algunos historiadores modernos que a todas las épocas y situaciones quieren aplicar la medida de las nuestras. Así mirada la cuestión, el suicidio catoniano fué un crimen y un crimen inútil, pero la opinión de la antigüedad nunca fué esa. Caton, al poner término a su vida obró en perfecta consonancia con los principios del sistema filosófico al cual en cuerpo y alma se había entregado: no le juzguemos por los eternos principios de la moral, entonces harto oscurecidos. Caton era, ante todo, el hombre de un sistema, y su grandiosa figura quedaría artísticamente amenguada sin el último acto de su vida. Caton, humillado a Julio César, sobreviviendo a la caída de la libertad patricia, sería un contrasentido y hasta un absurdo. Consúltese el juicio unánime de los antiguos en este punto. Caton fué ensalzado en todos los tonos durante la dominación del dictador, lo fué aún en los días del imperio. Cicerón hizo su eleogio, al cual no se desdeñó de contestar el mismo César; el favorito de Mecenas y de Augusto habló de la gloriosa muerte, nobile letum y del alma indómita de Caton, praeter atrocem animum Catonis , y Lucano esparció las más brillantes flores de su poderoso ingenio sobre la tumba de aquel a quien agradó la causa combatida por los Dioses.

       Victrix causa Diis placuit, sed victa Catoni

Pero repetimos que tal asunto, propio para interesar en la historia, en una oda o en un episodio de poema, tiene malísimas condiciones dramáticas. El hombre exento de pasiones no puede ser héroe de teatro, y Caton era incapaz, por carácter y por sistema, de obedecer a ninguna; hizo lo que creía justo y conveniente, ni más ni menos. No intento hacer la apología de los estoicos, pero así como su moral fué la más pura del mundo clásico, así la constancia y tenacidad en sus propósitos, la entereza, el vigor de ánimo y la profunda convicción de la verdad de sus doctrinas exceden con mucho a todas las prendas de carácter manifestadas por los filósofos de otras escuelas.

Pero una vez presentado en el teatro el asunto de Caton, [p. 103] ¿qué medios había para producir una obra eminente, si bien antiescénica? Uno solo: convertir el drama en un estudio histórico, presentar los personajes tales como fueron, ofrecer el cuadro vivo de la época, pintar con toda la sublimidad real los últimos momentos del filósofo unidos a la agonía de la república, analizar cada uno de los elementos combinados en el alma de Caton, el orgullo patricio, la severidad estoica, el amor paternal y dar, sobre todo, a aquella memorable revolución su verdadero carácter tan desemejante al de las nuestras, sin teñirla jamás con los colores de la pasión política contemporánea, para no incurrir en ridículos anacronismos. ¿Se han librado de este escollo los trágicos que han tratado este argumento? Sólo hablaré de tres: Addison, Trueba y Cosío y Almeida Garrett.

El Catón de Addison, fué puesto en las nubes al tiempo de su aparición y aun en todo el siglo pasado. Voltaire le elogió con exceso, si bien reconociendo, como crítico tan agudo y delicado, uno de sus más imperdonables defectos. Conocida en Francia la tragedia y conocida por intermedio del maestro, ¿quién podrá referir las exageraciones y extravagancias de los discípulos? Los enciclopedistas afirmaron por boca del caballero Jaucourt, en el artículo Addison , ser el Caton la obra más bella que existía en teatro alguno . ¡Cómo se altera el gusto en poco tiempo! Hoy esa tragedia nos parece correcta y escrita con talento, pero fría y desmayada. Nada hay en ella de romano; algo de inglés y de contemporáneo. Fué una arma de partido, un manifiesto del partido wigh contra los torys a la sazón en el Poder. Para colmo de desgracia hay en este Caton una intriga amorosa, sobremanera ridícula en tal asunto. Sempronio y un príncipe de Mauritania, Juba, se disputan el amor de Marcia, hermana del Uticense. Hay escenas de melodrama sobre toda ponderación impertinentes. Marcia se decide por Juba, quien determina robarla (admirable recurso para introducido en un asunto romano), pero Sempronio, verdadero traidor de comedia, disfrázase con el traje de su rival y logra suplantarle. Sobreviene Juba y mata a Sempronio: huye Marica, pero no tarda en volver para declamar una insípida lamentación sobre el cadáver que, engañada por los vestidos, pensaba ser el de su amante. El verdadero Juba, que no estaba lejos, se enternece y viene a consolarla con palabras, no muy propias que [p. 104] digamos de un príncipe númida y semi-bárbaro. Estas incongruencias llena gran parte de la tragedia más admirable que existe , según afirma el caballero Jaucourt. Sin embargo, como Addison era hombre de grandísimo entendimiento, aunque no poeta, acertó tal cual vez a inspirarse en la historia y en las costumbres romanas, especialmente en dos pasajes famosos: en las palabras que pronuncia Caton al contemplar muerto a uno de sus hijos, y en el soliloquio que precede al suicidio. Esta tragedia, débil imitación de Corneille en la patria de Shakespeare, producción fría y elegante como muchas del tiempo de la Reina Ana, tuvo una fama pasajera, hoy si no del todo extinguida, por lo menos en grado notable menoscabada.

Trueba y Cosío y Almeida Garrett, que trataron simultáneamente el mismo asunto, no incurrieron en el yerro de introducir amores de comedia en tal argumento, ora porque Voltaire y en coro otros ciento lo habían ridiculizado, ora porque influyese en ellos el ejemplo y la doctrina de Alfieri que había desterrado semejantes ornatos en asuntos de la antigüedad romana. Pero el mismo Alfieri había incurrido en otro yerro en que con exceso le imitaron ambos poetas, el portugués y el castellano: la confusión de la libertad moderna con la libertad romana y patricia que amaron los Brutos, los Catones y los Casios. A este yerro se une, en las tragedias de Trueba y de Almeida Garret, la pesadez inherente a la repetición de declamaciones patrióticas continuadas durante cinco actos eternos. Y como estas declamaciones, lejos de ser romanas, son semejantes a las que resonaban en la Fontana de Oro o en los clubs patrióticos de Oporto, calcúlese el efecto que producirán en el lector de nuestros días curado ya de espantos , es decir, libre de las pasiones políticas que agitaron a la inexperta y generosa juventud de aquellos días. En la tragedia del ciudadano Trueba, como en la del ciudadano Almeida, no hay más argumento que éste:

Acto 1.º-Debates entre Caton, Fabio, Valerio y Sempronio sobre la conveniencia o desconveniencia de entregarse a César.

       Acto 2.º-Amor (no cómico ) de Marcia y Sempronio.
       Actos 3.º y 4.º-Tentativa de Sempronio para dar entrada en la ciudad a los soldados de César.
        [p. 105] Acto 5.º-Suicidio de Caton
       Actos 1.º y 2.º de Almeida Garrett.-Debates entre Caton, Manlio, Sempronio y Bruto.
       Actos 3.º y 4.º-Traición de Sempronio.
       Acto 5.º-Suicidio de Caton [1] .

¿Puede darse mayor conformidad? Y, sin embargo, es casi seguro que el uno no tuvo conocimiento de la obra del otro: las dos se escribieron al mismo tiempo, las dos bajo la influencia de la misma pasión política y obedeciendo al mismo sistema dramático; de aquí su semejanza. Las bellezas y los defectos son casi los mismos en la una y en la otra. ¡Qué lejos estaba Almeida Garret de imaginar que él, autor en 1821 del Caton , de la Mérope y del Retrato de Venus , había de ser, andando el tiempo, el continuador de la obra de Gil Vicente, el renovador del teatro portugués en Fr. Luis da Sousa y el colector e imitador felicísimo de la poesía popular en el Bernal-Francez y en la Adozinda! ¡Y cómo había de pensar Trueba y Cosío que él, clásico e imitador de Addison y de Alfieri en 1820, había de convertirse en poeta legendario e inspirarse en los romances de 1829!

La tragedia de Trueba está escrita en endecasílabos asonantados, en general fáciles y bien construídos. El lenguaje se resiente de cierto extranjerismo. Vamos a presentar algunos trozos para que puedan juzgar nuestros lectores con conocimiento de causa. Elegiré dos pasajes en que imita a Addison, y que son a la par los mejores que en la obra de éste se hallan.

Palabras de Caton al encontrar el cadáver de su hijo muerto en un combate con los Cesarianos.

Dice Addison:

«Salud, hijo mío: venid, amigos, colocad el cadáver a mi vista. Vea yo ese cuerpo ensangrentado; contemos sus gloriosas heridas. ¡Bella es la muerte cuando la obtiene el valor! ¿Quién no desearía la suerte de este joven? ¡Lástima grande que muramos una vez sola por nuestro país! ¿Por qué esa tristeza en vuestros ojos, amigos? Vergüenza me diera que la casa de Caton no sufriese alguna pérdida en tiempo de guerra civil. Porcio, mira a tu hermano, [p. 106] acuérdate que la vida no es tuya, que es de Roma, cuando la pida. ¡No lloréis, amigos! No se angustien vuestros corazones por una pérdida particular, guardad vuestras lágrimas para las desdichas de Roma. ¡Roma, señora del mundo, cuna de héroes, delicia de los dioses, Roma que humilló a los tiranos y libertó a las naciones, ya no existe. ¡Oh libertad, oh virtud, oh patria mía! [1]

Veamos cómo parafraseó este trozo Trueba y Cosío:

                              CATON

           ¡Salve, frío cadáver, restos nobles
       De un héroe verdadero, de un romano!
       ¡Mil veces salve, mártir de la patria!
       ¡Oh César, tus victorias y tus lauros
       Que vanos son, qué humildes y pequeños
       A esta muerte gloriosa comparados!
       Ciudadanos, dejadme que contemple
       Los caros restos pálidos, helados
       De un joven que el valor y el patriotismo
       En sus divinos fuegos inflamaron!
       ¡Oh qué hermosa es la muerte, qué sublime
       Si el amor de la patria la ha causado!
       ¡Desdicha es que a la patria los mortales
       Solo una vida que ofrecer tengamos
       Cuando este sacrificio de la muerte
       Al varón justo debe ser tan grato!
       Mira ese cuerpo, Porcio, oh hijo mío,
       Con respeto contempla el triste cuadro,
       Y aprende que la vida ya no es tuya
       Cuando la necesite el suelo patrio.

                                  PORCIO

           Caro padre, el deber que me enseñaste
       Nunca en mi pecho puede ser borrado.

                                  CATON

            Esta sola esperanza me consuela ...
       
¡Oh patria mía, oh libertad, oh Roma,
       Vuestro poder y gloria se acabaron!
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
       Y tú, querido Porcio, cuando helado
       Encuentres a tu padre por la muerte,
        [p. 107] Con rectitud observa estos mandatos:
       De Roma, de esa patria mancillada
       Con la presencia y reino de un tirano
       Aléjate, y cultiva aquellas tierras
       Que tus pobres abuelos cultivaron,
       Y vive virtuoso y sin grandeza
       Del mundo y de los hombres olvidado.

Soliloquio de Caton (acto 5.º) [1]

           ¡Oh muerte pavorosa, triste muerte!
       ¿Por qué te pintan con terrible aspecto?
       ¡La Muerte!... ¿Qué es la muerte?... Sombra vana
       Lúgubre, horrenda al flaco pensamiento
       Del criminal, del siervo temeroso,
       Inofensiva para el justo y bueno...
       Platón, tú dices bien: el alma nuestra
       Es obra de un artífice supremo:
       Si en altos tronos, de poder armado,
       Un Dios domina, de este mundo dueño,
        (Y su alto ser la creación proclama),
       Este Dios bondadoso, justo, eterno
       En los mortales la virtud infunde,
       Y, si ama la virtud, los nobles hechos
       De libertad, honor y patriotismo
       Deben tener un infalible premio...
       ¡Idea de consuelo! El amor patrio
       Siempre llenó mi libre pensamiento...
       Pero esa eternidad inmensurable
       Que de otros mundos cubre los secretos,
       Ese golfo terrible... ¡Quién pudiera
       Su fondo penetrar...! ¿Mas, qué? ¿yo temo?
       ¡Desdichado! ¿qué temes? ¿qué, no observas
       Que de la tierra es ya César el dueño?...
       Resuelta está mi suerte: triunfa César...
       Morir debe Caton... ¿Qué horrible estruendo,
       Qué horror es este que me oprime el alma?
       Desfallecer mi fuerte pecho siento...
       Naturaleza, en este amargo instante
       ¿Por qué me llamas con agudo acento?...
       ¡Oh Porcio, oh Marcia, oh hijos desdichados!
       En un abismo de maldad os dejo.
        ¡Tremenda idea!... El padre se acobarda,
       Pero la patria debe ser primero.

[p. 108] En estos trozos en que no escasean las inexperiencias de principiante así en el estilo como en la versificación, [1] se habrá notado la inoportuna aplicación de la voz moderna patriotismo , tan en boga el año 20, a un asunto de la clásica antigüedad. Estas inadvertencias y anacronismos de ideas y de lenguaje abundan en el drama.

Pronto e instintivamente debió comprender Trueba y Cosío que no le llamaba Dios por el camino de la tragedia clásica , pues en el mismo año compuso otro drama que en el espíritu y hasta cierto punto en las formas es como un preludio de la escuela romántica. Titúlase Elvira y fué comenzado en 6 de octubre, acabado en 10 de noviembre de 1821, hallándose el autor en Madrid, según conjeturamos.

El mérito dramático de este ensayo no es muy superior al del Canton , si bien la Elvira está libre de pesadez y enfadosa monotonía, gracias al interés del asunto, a la belleza de algunas situaciones y aun al calor de la pasión expresada a veces con desembarazo y gallardía. El argumento, en breves términos, es el siguiente: Ámanse mutuamente Elvira y Miraldo, protagonistas del drama; parte a la guerra el mancebo, no sin jurar eterna fe a su amada y recibir de ella igual juramento. Pero es hecho cautivo por los mahometanos, y entre tanto cede Elvira a la voluntad de su padre, que le ordena casarse con el noble Artelo. Pronto conoce éste el desdén de su esposa, y el drama principia con las quejas y recriminaciones de suegro y yerno, con las reprensiones del padre a la hija y las amargas lamentaciones de ésta. Llega Miraldo, y aquí coloca el autor una brillante escena rica de pasión y efectos dramáticos. Falta en el manuscrito el acto tercero y no es fácil adivinar parte de su desarrollo. La tremenda escena de la despedida y el duelo de los dos rivales en que sucumbe Artelo, llenan el cuarto, escrito con nerviosa y varonil elocuencia. Conócese que el autor está en su elemento, vislúmbrase que ha estudiado el teatro antiguo y que no se inspira ya en el Caton de Addison, en el Bruto de Alfieri o en el Cayo Graco de Chenier, sino en A secreto [p. 109] agravio y en El Médico de su honra . Trueba se va transformando en poeta español y calderoniano: no había nacido para soldado de fila en la legión neo-clásica . El lirismo en este drama es excesivo y desenfrenado, las escenas interminables, el lenguaje se aparta de la estirada rigidez de la tragedia francesa y no teme descender a ciertas llanezas pedestres que de seguro hubieran escandalizado a los críticos contemporáneos, caso de haber sido representado o impreso este ensayo. En Elvira está en germen el futuro autor de Gómez Arias y de El Castellano , el legendario poeta de la España Romántica .

       Naturam expelles furca, tamen usque recurret .

El delirio de Elvira, la desesperación de Miraldo y la novelesca muerte de entrambos, coronan dignamente este drama inspirado por la tradición de los Amantes de Teruel , como a primera vista habrán advertido nuestros lectores. Hasta ofrece reminiscencias del drama que con aquel título y plagiando casi la obra del maestro Tirso de Molina, compuso en el siglo XVII el Dr. Juan Pérez de Montalbán.

Más que su valor intrínseco, no despreciable, sin embargo, abona a la tragedia de Trueba y Cosío la circunstancia de haber sido escrita en 1821. Mucha parte ha de atribuirse, no obstante, a su educación inglesa en la independencia literaria que a la sazón mostraba, tan lejana del gusto en aquella época dominante. Tal vez por esta razón no fué representado su drama, ni sonó apenas el nombre del autor en aquellos tres años. Vémosle sólo figurar entre los socios y fundadores de la Academia del Mirto , que dirigió don Alberto Lista.

En 1823 pasó a Cádiz nuestro autor, en seguimiento del gobierno constitucional. Allí, para distraer las fatigas del servicio militar, al cual patrióticamente se había consagrado, escribió diferentes comedias de costumbres, que con aplauso fueron representadas en el teatro gaditano. A la vista tenemos una en tres actos, intitulada Los caballeros de industria o el Novio de repente , producción de valer escaso, aunque escrita con facilidad y no sin chiste. El argumento no ofrece novedad; es el de algunas comedias del siglo XVII ( Trampa Adelante de Moreto, y aún hasta cierto punto a Villana de Vallecas del maestro Tirso): una usurpación de [p. 110] nombre, pero en Trueba está rebajado y empequeñecido por la circunstancia de no ser el amor, sino el interés, la causa de la superchería. En el desarrollo hay grandes reminiscencias de El Barón de Moratín, y en cuanto a la contextura dramática, procuró ajustarse Trueba al dechado de Inarco. Clásico el poeta santanderino, aun después de haber hecho la Elvira , observa escrupulosamente la ley de las unidades, teniendo buen cuidado de advertir que la acción empieza por la tarde y acaba al mediodía siguiente : no se puede apetecer más en este punto. Por desgracia, la trama es pobre, debilísimos los caracteres y casi nulo el interés dramático. La comedia está en prosa bastante natural y animada. Compúsose en el mes de agosto de 1822, según nota que se lee al comienzo del manuscrito autógrafo de Trueba. [1]

III

Trueba y Cosío emigró a Inglaterra en 1823, a consecuencia de la caída del sistema constitucional. Entonces comienza la segunda y más gloriosa época de su vida literaria. El brillante estado de la poesía inglesa en aquella era, hubo de ejercer en el escritor santanderino muy señalada influencia.

Rápido y fugaz había sido en la literatura británica el predominio de la escuela clásica francesa, dechado a que procuraron ajustarse los ingenios del tiempo de la Reina Ana. Las heladas tragedias, semejantes al Caton de Addison, no lograron desterrar del teatro las poderosas invenciones de Shakespeare, ni aun las de Beaumont, Fletcher, Ben-Johnson y otros contemporáneos o poco posteriores al insigne trágico. Más feliz éxito había obtenido Pope, ora remedando a Boileau en el Ensayo sobre la crítica y en el Rizo robado , ora desfigurando en buenos versos la Ilíada, ora resucitando con nuevas teorías y desemejantes principios, en el Ensayo sobre el hombre , la poesía filosófica de Lupercio. En pos del autor del Spectator y del de la Dunciada , aparecieron y [p. 111] lograron fama con méritos diversos, durante el siglo XVIII, Young, prolijo y afectadísimo cantor de las Noches ; Thompson, pintor feliz de las Estaciones , no exento, sin embargo de los vicios inherentes al género descriptivo; Gray, superior a los precedentes, poeta de acrisolado gusto, cuya famosa Elegía en el cementerio de una aldea , tantas veces imitada, traducida y parafraseada en todas lenguas, merece una gran parte del aplauso que obtuvo. [1] Pero el sistema a que más o menos obedecían estos escritores, hubo de pasar como todo sistema de imitación, y abrir el campo a ingenios atrevidos e innovadores, Algo influyó en este cambio de ideas la invención del falso Ossian por Macpherson, aunque bien puede afirmarse que los cantos del bardo caledonio ejercieron más duradero influjo en Francia y en Italia, donde los dieron a conocer, no sin infidelidad, Letourneur y Cesarotti, que en Inglaterra, cuyos críticos los rechazaron enérgicamente, a pesar de las protestas de los escoceses. Más que la superchería ossiánica obró el ejemplo de Cowper, el primero que osó romper las ligaduras de escuela, poeta notable por la fuerza, la brillantez y la variedad; el del robusto, suelto y desaliñado escocés Roberto Burns, y poco después el de la escuela lakista ( The Lake School ), de la cual fueron espléndido ornamento el metafísico Coleridge, el tierno y aniñado Wordsworth (blanco entrambos de las burlas de Byron) y el por excelencia erudito Southey, amigo de raros argumentos y de costumbres peregrinas. Inmenso fué el campo abierto desde entonces a la poesía inglesa. Crabbe, describiendo enérgicamente las costumbres de la ínfima sociedad de su patria; Campbell, notable por la corrección y el sentimiento; Thomas Moore, dejando en todas partes el sello de su variedad infinita, de su delicadeza y de su gracia, poeta anacreóntico al principio, cantor al fin de los Amores de los Angeles , abrieron el camino a los dos grandes ingenios que por contrapuestos rumbos realzaron en grado altísimo la gloria de las letras británicas. Cuando Trueba llegó a Inglaterra, dominaban, sin oposición apenas, Byron [p. 112] y Walter Scott, el primero como poeta subjetivo , como novelista el segundo.

Era nuestro ilustre paisano hombre de claro entendimiento y de fantasía escasa, poco inclinado a la profundidad de la poesía metafísica y aun falto de toda condición para brillar entre los imitadores de Byron. Comprendió, pues, que no le llamaba su ingenio a seguir el atrevido rumbo marcado por el cantor de Childe-Harold y aunque le imitó en alguna poesía suelta y aun tradujo felizmente a nuestra lengua el Sitio de Corinto , atúvose, por lo general, al ejemplo de Walter Scott, y quiso ensayar sus fuerzas en la novela histórica . Este género, que no carecía de precedentes en las modernas literaturas, puede considerarse, no obstante, como feliz creación del literato escocés, dada que sólo en él alcanzó el grado de perfección artística y la dosis de verdad histórica compatibles con su índole. El éxito inmenso que en Europa entera habían obtenido las historias y tradiciones escocesas e inglesas popularizadas por Walter Scott en libros brillantísimos, un tanto prolijos, sin embargo, cargados en demasía de detalles arqueológicos, no inmunes de amaneramiento, débiles a veces en la parte de caracteres y no exentos en la narración de los defectos de Richardson, fué poderoso estímulo en Trueba y Cosío para inducirle a poner a contribución nuestras crónicas y leyendas populares y darlas a conocer a los ingleses, revestidas con las formas novelescas del Ivanhoe y del Quentin Durward . Por su educación, más británica que española, manejaba aquella lengua con la misma soltura y pureza que los naturales del país, y podía, sin grave dificultad, escribir en ella sus novelas. Y corroborando su excelente idea los consejos de amigos tan doctos como Alcalá Galiano, determinóse a realizarla, publicando en 1828 su primer ensayo en el género de Walter Scott: Gómez Arias o los Moriscos de la Alpujarra.

El asunto largamente desarrollado en los tres volúmenes de esta novela, no era nuevo en el arte: había sido expuesto en forma dramática por dos poetas del siglo XVII. Tratóle primero Luis Vélez de Guevara, cuya comedia La Niña de Gómez Arias fué refundida y mejorada por Calderón en la suya del propio título, única que conoció Trueba y Cosío. De ella conviene dar sucinta idea, antes de entrar en el examen de la novela de nuestro conterráneo.

[p. 113] Extraña es la tradición encarnada en La Niña de Gómez Arias , y de lleno parece romper con el ideal de honor caballeresco, aliento y vida de nuestro teatro. Algún fundamento histórico ha de tener, por más que nos haya sido imposible comprobarlo, pues de otra suerte ni Luis Vélez, ni menos Calderón, hubieran osado suponer en un caballero la extraña villanía que sirve de nudo a sus comedias. Gómez Arias, mancebo apuesto, y gentil, valiente y animoso, pero de perversas costumbres, inconstante y tornadizo en sus apetitos, huye de Granada, dejando herido a un don Félix por celos de cierta dama, y enamórase, en Guadix, de Dorotea, doncella pobre de hacienda, aunque rica en hermosura y calificada nobleza. Engáñala y logra persuadirla a huir con él, ya perseguido de nuevo por la venganza de sus enemigos. Intérnase en la Alpujarra y cansado de Dorotea, Gómez de Arias abandónala dormida en el monte. Sobrevienen los moriscos y la hacen cautiva, mas no tardan en dejar su presa, acosados por una hueste cristiana que regía don Diego, padre de Beatriz, la dama por quien salió de Granada Gómez Arias y a quien de nuevo requebraba, vuelto a aquella ciudad y libre de todo recelo. Intenta robarla una noche, pero engañado por la oscuridad, arrebata a Dorotea, que se hallaba en casa de su libertador don Diego. Huye con ella a Sierra Bermeja, y, al despuntar el día, advierte, con asombro, que no es Beatriz, sino Dorotea la que en sus manos ha caído. La indignación del mal caballero no reconoce límites en ocasión semejante; insulta a la triste dama, y véndela después al Cañerí, jefe de los moriscos rebeldes. Juzgándose entonces desasido de todo empeño, vuelve a Granada y al amor de Beatriz. Allí encuentra el justo castigo de su monstruoso crimen; el brazo de la venganza divina, siempre poderoso en nuestro teatro, el brazo que hirió al forzador de la hija del Alcalde de Zalamea, cae pronto sobre Gómez Arias. Destruídas, en un sangriento combate, las huestes del Cañerí, es rescatada Dorotea, que declara el nombre del autor de su afrenta. La Reina Isabel, para soldar la quiebra de su honor, hácela dar mano de esposa a Gómez Arias y sin dilación entrega al verdugo la cabeza de éste, mandando clavarla en una escarpia, en el sitio mismo que presenció el escándalo de la venta. En vano interpone sus ruegos la afligida Dorotea, amante siempre y ya reconciliada con Gómez Arias. La justicia de la Reina Católica permanece [p. 114] inexorable. En este terrible drama hállanse hábilmente intercalados varios cantarcillos que de boca en boca corrían en el pueblo castellano sobre este tradicional suceso u otro semejante:

       Señor Gómez Arias,
       Doléos de mí,
       Que soy niña y sola
       Y nunca en tal me vi...
       . . . . . . . . . . . . . . . . . .
       Señor Gómez Arias
       Duélete de mí,
       No me dejes presa
       Benamejí...

El efecto que producen en las situaciones críticas, es decisivo. Sin ser La Niña de Gómez Arias una de las obras maestras de Calderón, está tan bella y discretamente escrita en sus dos primeros actos, tan llena de contrapuestas pasiones y trágicas tormentas en el tercero, que llegó a obtener una popularidad notable, fué de un efecto dramático irresistible, y aun en el siglo pasado refiérese el caso de un pobre alguacil que se hallaba de guardia en el teatro en ocasión de representarse esta comedia y al llegar a la escena de la venta, lanzóse espada en mano a las tablas, intentando librar a la inocente dama de manos de los moriscos. El drama, no obstante, tiene en su contextura graves defectos; hay sobrada aglomeración de incidentes y de personajes; el dificilísimo carácter de Gómez Arias no está, según entendemos, bastante desarrollado; y aun, en las escenas capitales, abundan los rasgos de mal gusto y las extravagancias gongorinas.

Tal era el asunto que introducía Trueba en la literatura inglesa y tal había sido su realización artística hasta aquel momento. Las bellas situaciones en que la obra abundaba, sedujeron a nuestro escritor y comprendió bien que la riqueza de incidentes y de pormenores, excesiva en el drama, venía de perlas en una novela. Pero aun así no bastaba para tejer la trama de ésta y Trueba buscó nuevos materiales para su intento. Leyó las Guerras de Granada de Ginés Pérez de Hita, inspiróse en ellas, encontró allí los moros y cristianos convencionales que para su narración eran precisos, recorrió varias historias de los Reyes Católicos, tomó de ellas hechos particulares, descripciones, retratos de personajes, [p. 115] introdujo en su libro la noble figura del martir de la patria don Alonso de Aguilar y combinó todos estos elementos, entre sí afines, en una novela caballeresca, no falta de regularidad en el plan ni de abundancia y variedad en los episodios. De Calderón tomó la historia entera de Gómez Arias y de Dorotea, a quien él llamó Teodora; motivó la fuga de su heroína, no bien justificada en el drama; extremó su pasión y sus celos hasta el punto de hacerla atentar en Granada contra la vida de su amante; puso un grado más de maldad en el carácter de Gómez de Arias, que vende a sangre fría, y con intención trazada muy de antemano, a Teodora, y varió, erradamente según pienso, el desenlace. En la novela de Trueba y Cosío, los ruegos de Teodora consiguen el perdón de Gómez Arias pero al arrodillarse éste a las plantas de la Reina, asesínale el renegado Bermudo, que toma gran parte en la acción y endereza todos sus esfuerzos a tomar cruda venganza del pérfido caballero que deshonró y dió muerte a su amada Anselma. Muere de sentimiento la infeliz Teodora: y este final, que por lo romántico y apasionado, debió agradar a las young-ladies inglesas, empequeñece el asunto y debilita la idea de justicia inexorable, que está en el fondo de la leyenda. La lección moral se desvanece desde el punto en que hiere a Gómez Arias, no el hacha del verdugo, sino el puñal del asesino: así debieron comprenderlo Calderón y Vélez de Guevara. Por lo demás, el renegado es carácter enérgicamente descrito, comparable sólo al de Gómez Arias, y fué buen acuerdo en Trueba ofrecer dos tipos de maldad contrapuestos, agitado el uno por el demonio de la venganza y súbdito el otro de las más viles y rastreras pasiones. Bien trazados están asimismo los caracteres inferiores del criado de Gómez Arias (ya en germen en el drama calderoniano), de la dueña de Teodora y de una renegada que protege su fuga del campamento de los moriscos. Contrastan entre los jefes del alzamiento, el débil y liviano Cañerí y el feroz caudillo de Sierra Bermeja, a cuyas manos expira don Alonso de Aguilar. El combate en que este héroe sucumbe, conserva, en la narración de Trueba, algo de la viril y robusta energía que rebosa en las narraciones de los cronistas contemporáneos y en el célebre romance:

       Río Verde, Rio Verde,
       Tinto vas en sangre viva...

[p. 116] Don Alonso ocupa, aunque en segundo término, notable lugar en el cuadro de Trueba y Cosío y guarda siempre su épica grandeza. Es padre de Leonor, la dama prometida de Gómez Arias, en lo cual alteró el novelista la exposición calderoniana, esta vez con acierto y tendiendo a introducir por tal camino nuevos elementos históricos en su obra. Y todo esto lo anima Trueba y Cosío con multitud de escenas episódicas, con descripciones de torneos y zambras, con incidentes cómicos bien imaginados y oportunos, graduando hábilmente el interés, entretejiendo no sin destreza la verdad con la ficción y pintando costumbres que si no son del todo históricamente verdaderas, pasaban entonces por tales y tienen aquella verosimilitud que basta en la novela. La narración es limpia, clara y abundante; el estilo fácil, suelto y desembarazado; el lenguaje purísimo, al decir de muchos críticos ingleses, y tales dotes literarias, unidas a la novedad e interés del asunto, dieron al Gómez Arias la más halagüeña acogida. Justa fué en gran parte, y, sin embargo, leyendo hoy la novela con ojos imparciales, ni agrada tanto ni parece de mérito tan subido como los contemporáneos imaginaron. No ha de negarse que el libro es prolijo (en esto se asemeja a algunos del mismo Walter Scott), que carece, como ya advertimos, de exactitud arqueológica y etopéica , que llega a cansar en la lectura (menos por culpa del autor que del género) y que tiene, además, un no sé qué de frialdad y falta de vida en asunto tan animado de suyo, que sobremanera contrastan con la vehemencia trágica y el arranque lírico del drama de Calderón. Y es que Trueba y Cosío era un hombre de talento más que un poeta inspirado, un literato ameno e ingenioso pero no con fuerzas para elevarse a las altas regiones artísticas. Hoy el Gómez Arias ni en Inglaterra ni en España es muy leído, tal vez porque nos han hastiado las aventuras de moros y de cristianos, los torneos, las batallas, los caballeros andantes, los pendones y las cifras, y han pasado como todo pasa, la manía de la edad media , y el color local , más o menos verdadero, con que fué moda representarla. Pero distinguiendo los tiempos para concordar los derechos, reconocemos el mérito de Gómez Arias y nos explicamos bien el entusiasmo que produjo su aparición en Inglaterra. Las obras maestras son de todos los tiempos y de todos los países, pero en cuanto a las de segundo orden, cada nación y cada época [p. 117] tienen sus gustos. La novela de Trueba y Cosío era interesante, estaba bien escrita y entraba de lleno en el sistema poético dominante. Venía además a abrir un mundo nuevo y cuasi desconocido a los ojos de los ingleses. Los moros granadinos, los caballeros castellanos, las luchas sangrientas de la Alpujarra, aquellos odios de raza... todo aparecía por vez primera en el arte británico. Todo esto lo sabían los doctos, pero para la sociedad que lee novelas y no libros eruditos, era un descubrimiento maravilloso. Desde entonces fué moda hablar de España, de Granada, de la Alhambra, del Darro y del Genil... Washington Yrving, con viveza de colorido superior a la de Trueba, vino, no mucho después, a dar nueva vida a tales objetos en la literatura británica.

Conocido el Gómez Arias , deshízose en elogios la crítica inglesa: unos negaron que fuera producción de un extranjero, otros osaron parangonarle con las obras maestras de Walter Scott. Pronto fué vertido al francés, al alemán, al holandés y al ruso. Al castellano le tradujo, bastante mal, por cierto, en 1831, don Mariano Torrente, autor de una Historia de la revolución hispano-americana . Su versión es muy infiel, suprime largos pasajes y adolece en el lenguaje de muchas e imperdonables incorrecciones. Trueba y Cosío debió agradecer poco el servicio que le prestaba el traductor castellano de su obra.

Animado Trueba por los aplausos tributados a su primer libro, tornó a hojear nuestros anales, y buscó en ellos un asunto que, a la par que ofreciese dramático interés, estuviera enlazado con la historia inglesa. Fijóse su elección en el reinado de don Pedro de Castilla, mas sólo desde el punto y hora en que, fugitivo y destronado, imploró el auxilio del Príncipe Negro . Y un año después de la publicación del Gómez Arias , en 1829, dábase a la estampa en Londres, una larga novela de Trueba y Cosío intitulada El Castellano o el Príncipe Negro en España . De tres tomos consta esta obra, a mi entender la primera entre cuantas salieron de la pluma de nuestro paisano.

El asunto era riquísimo y sobremanera adecuado para una novela walter-scottiana. Aquellas horribles discordias, dignas de la familia de los Atridas, aquel rey execrado por la historia y divinizado por el sentimiento popular, aquella trama de heroísmos y de crímenes, de lealtades y de felonías, aquella confusión [p. 118] y desquiciamiento de todos los principios sociales, aquellas épicas grandezas y aquellas trágicas catástrofes, propias eran para excitar la fantasía y herir el sentimiento, aunque no fuesen muy rica la una ni muy profundo el otro. Un monarca, abatiendo con el hacha del verdugo las más alzadas frentes, y ora excitando, ora reprimiendo con férrea mano los impulsos de la inquieta plebe; una generación bastarda, intentando borrar la mengua de su cuna, y, en venganza de pasados agravios, escalar un trono: sangre en los cadalsos, en las plazas y en los campos: extrañas gentes hollando el suelo castellano y viniendo a continuar en él antiguas luchas: dos veces trocada la fortuna de las armas: reproducidos en Montiel los horrores de Tebas, y una corona al fin en premio de un fratricidio... No es extraño, pues, que desde la época de los romances hasta nuestros días, venga siendo el ciclo de don Pedro materia fecunda a historiadores, poetas legendarios, novelistas y dramaturgos. Desde la Crónica de Ayala, libro admirable, en cuyas páginas se respira, digámoslo así, el aliento de aquella tormentosa era, hasta los modernos estudios de Merimée y de Tubino, objeto ha sido de empeñada lid en las esferas históricas la apreciación justa de aquellos personajes y acaecimientos. Pero al propio tiempo, y separada de esta corriente histórica, ha existido otra poética, cuyos representantes, sin cuidarse de las controversias y disquisiciones eruditas, hánse convenido en ensalzar a don Pedro y convertirle en una especie de personificación española de la fuerza, bien o mal empleada, a veces conducida hasta el crimen por especiales circunstancias, enderezada siempre a humillar el orgullo de la nobleza y robustecer el poder real con el popular apoyo, en lid perpetua con todo linaje de elementos conjurados para su ruina y sucumbiendo al cabo víctima de infame alevosía. Si fué éste el don Pedro de la historia, no pertenece a este lugar averiguarlo: eruditos hay que lo afirman, otros eruditos que lo niegan; lo cierto y lo indudable es que así le pintaron muchos romances, que así le describen con absoluta uniformidad nuestros dramáticos y que así le ha imaginado e imagina nuestro pueblo, que, al nombrarle, no recuerda los actos de su crueldad, sino las tradiciones de su eficaz y terrible justicia vindicativa. Si en este punto ha influído el sentimiento popular en el arte, o el arte en el sentimiento popular, tampoco es fácil averiguarlo. Mas [p. 119] sí puede afirmarse que la popularidad de don Pedro, no alcanzada por otros reyes más justos y templados, tiene otra raíz y otro fundamento que la de Francisco Esteban o la de Jaime el Barbudo , por más que esto afirmara en cierta memoria, harto conocida, el señor Ferrer del Río. La época que poetizó a don Pedro y le encarnó en el arte no hacía la apoteosis de bandidos y malhechores: esto vino mucho más tarde. Nuestros poetas vieron en don Pedro una individualidad enérgica, animada por una idea incontrastable, que para realizarla oprime y arrolla cuantos obstáculos se interponen en su camino; y esta creación podrá no ser históricamente verdadera , pero es artísticamente bella , como es bella la de Ayax y aun la de Mecencio o la de Capaneo; porque bello es todo carácter entero y tenaz, si en él se mezcla, y sobrepone alguna vez, a los malos instintos un principio noble y generoso.

Para formar Trueba y Cosío la trama de su The Castilian , atúvose a la Crónica de Ayala, dado caso que sobre el período por él elegido no existían obras dramáticas del siglo XVII, sin duda porque los poetas de aquella era gustaron más de representar a don Pedro triunfante en la lucha y ejerciendo a su modo la justicia, que vencido y humillado. El don Pedro, de Trueba, no es precisamente el don Pedro histórico: tampoco es el personaje poético: verifícase en él una amalgama de entrambos, tal vez no desprovista de valor objetivo . Fiel al ejemplo de Walter-Scott, que casi nunca coloca a los grandes personajes históricos en el primer término de sus cuadros, buscó para centro del suyo a un fiel vasallo de don Pedro, a don Hernando de Castro, el don Ferrando de la Crónica de Ayala, uno de los pocos que hasta el fin permanecieron leales a su señor. Complacióse Trueba en adornar a don Hernando (a quien él llama siempre el castellano ) con todas las dotes de valor, de generosidad y de adhesión al monarca, requeridos en un perfecto caballero; en torno suyo agrupó todos los acontecimiento de la novela, e hizo marchar paralelas sus aventuras y las de don Pedro. El castellano es un reflejo de los héroes de nuestro teatro y conserva bien hasta el término de la acción su peculiar carácter. Asunto dan a los primeros capítulos de la novela los amores de don Hernando con la bella Constanza, hija de don Egas y su rivalidad con don Álvaro de Lara, partidario de don Enrique. La acción comienza en el momento de separarse [p. 120] el castellano de su amada, para seguir a don Pedro que abandonado ya por los suyos, se disponía a alejarse de Sevilla. Preséntale Trueba refugiado en la cabaña de un pescador, orillas del Guadalquivir; déjale luego proseguir su fuga y describe con energía y colorido local los tumultos populares de Sevilla, la entrada triunfal de don Enrique, la pronta adhesión a él de nobles y plebeyos y en especial la de don Egas. Condúcenos tras esto a Burdeos, corte del Príncipe Negro, a quien llega como mensajero del rey caído y en demanda de auxilio don Ferrando de Castro, por más que, según la Crónica , se hallase entonces defendiendo la causa de don Pedro en Galicia y en tierras de León. La posterior entrevista del príncipe inglés y del rey castellano, cerca de Bayona, su entrada hostil en el territorio español por los puertos de Roncesvalles, la heroica muerte de Sir William Felton ( Guillen de Feleton en Ayala) cerca de Ariniz, la batalla de Nájera y sus inmediatas consecuencias, cuadros son todos de histórica grandeza, que se contemplan en esta novela casi con el mismo placer que en las narraciones de Pedro López, a las que se ajusta con escrupulosa exactitud Trueba y Cosío. Los pormenores que añade están bien imaginados y no destruyen la armonía del conjunto. Los dichos y proezas de los caballeros del Príncipe Negro, los súbitos arrebatos de don Pedro, la prudencia de su aliado..., todo aparece lleno de vida y de animación en esta parte de la obra. Inmensa es la distancia que separa al Gómez Arias de El Castellano; conócese que Trueba está inspirado por la lectura de la Crónica y escribe con un brío y una penetración del espíritu de la época, en él no muy frecuentes.

Algo se resfría la acción con los prolijos y no muy interesantes amores de doña Constanza, que por otra parte apenas traspasan el límite de lo vulgar en tales novelas, pero sirven, no obstante, para acrisolar la lealtad de don Hernando, ya rival de su rey, que le recibe con despego, le niega la mano de su amada, llega a maltratarle de palabra y acaba por encerrarle en una prisión, sin que por eso vacile fuera de un instante y en él sólo de pensamiento, la lealtad del caballero, héroe digno de un drama calderoniano. Por desdicha no corresponde la ejecución al pensamiento de estos capítulos de Trueba, pero, si decae en ellos visiblemente, torna a alzarse, apenas acude de nuevo a la [p. 121] Crónica y a las tradiciones populares, ora pintando las crudas venganzas de don Pedro después de la victoria, el disgusto del Príncipe Negro y su separación final; ora narrando los incidentes de una conspiración tramada por los partidarios de don Enrique, y a la cual se intenta atraer al castellano aprovechando sus resentimientos; ora describiendo las fiestas celebradas con motivo de las bodas del duque de Lancáster y de la Princesa doña Beatriz. Por un anacronismo, cometido en gracia de la mayor concentración de interés, coloca en este lugar el hecho del legado pontificio que excomulga a don Pedro desde una galera (Trueba le sustituye con un arcediano) y valiéndose hábilmente de los recursos que encuentra a su paso, intercala aquí el célebre cuento del zapatero (atribuído a otros reyes, y entre ellos a don Pedro de Portugal, contemporáneo del nuestro), y la consulta al astrólogo que le aconseja guardarse del Aguila de Bretaña y de la Torre de la Estrella.

El carácter de don Hernando de Castro llega casi a la sublimidad heroica en sus diálogos con don Juan de Silva y con el rey, cuya confianza recobra al cabo. No es ya un hombre, es la encarnación de la lealtad: pocos tipos, quizá ninguno, acertó a describir Trueba con igual energía y viveza de colorido. Su estilo, en ocasiones débil, va adquiriendo desusado nervio, al compás de los trágicos acaecimientos que forman el último volumen de El Castellano . Sube de punto su simpatía por don Pedro, cuya indomada altivez se enaltece con la desdicha. En vano son derrotadas sus huestes, y le abandonan sus parciales, y funestos presagios le aterran; su valor permanece inalterable en medio de tan desecha borrasca.

Antes de llegar a la catástrofe, intercala Trueba un episodio no sin interés, aunque harto traqueado por los novelistas de su escuela, y, en el sitio en que se lee, propio sólo para amortiguar el interés que excitan la situación del Rey y la fidelidad del Castellano . Hállanse entrambos en el castillo de don Egas, padre de Constanza, la prometida esposa de don Ferrando; y sabedores de ello los de Trastamara, asaltan la fortaleza guiados por don Álvaro, rival de Castro en el amor de Constanza. La astucia y diligencia del Castellano y de su escudero salvan al rey, y en lugar suyo cae don Ferrando en poder de su enemigo, que le encarcela [p. 122] y medita tomar de él sangrienta venganza. Suplica Constanza en pro de su amante; ve el de Lara ocasión oportuna para lograr su deseo; ímponela el sacrificio de su mano como precio de la vida y libertad de don Ferrando; resístese la enamorada doncella, pero al sonar el primer tañido de la campana que anuncia el fin del tremendo plazo, ríndese a la voluntad de don Alonso, y quebranta por sí misma las cadenas de su amante. Éste, lejos de agradecer, maldice y abomina el medio empleado para su salvación, huye de la presencia de su amada y vuela al campo del Rey.

No sabe libertarse Trueba y Cosío de la prolijidad ordinaria en los novelistas ingleses (insoportable en Richardson) y que a nuestro escritor le hace emplear cuatro capítulos mortales en esta narración (bien hecha, por otra parte), y uno para decirnos solamente que Ferrando de Castro y Men Rodríguez de Sanabria llegaron al campamento de don Pedro. ¡Y esto cuando el lector inquieto y anhelante espera la resolución de tales horrores! ¿Qué importan los amores de Constanza, ni los cálculos de don Egas, ni la muerte misma (admirablemente descrita) del zapatero, en vísperas de la catástrofe de Montiel? Y he aquí uno de los más graves inconvenientes con que tropieza el novelista histórico: las aventuras de los hijos de su fantasía nunca o casi nunca llegan en interés a los sucesos reales, y unos y otros se dañan y ofuscan mutuamente. El mérito de este género no está en la reproducción fiel de las narraciones de los cronistas, sino en la adivinación intuitiva del espíritu de las edades pasadas, adivinación a que pocas veces llega la historia.

No alcanzan cualidad de tan alta valía, sino en ocasiones rarísimas, las obras de Trueba y Cosío, que, si abundan en fidelidad externa , suelen carecer de la interna , siendo en ellas lo mejor la narración histórica, y no muy importante, por lo común, la parte poética. La grandeza de don Pedro oscurece cuanto le rodea, aún al mismo Castellano , que decae lastimosamente en estos capítulos. Afortunadamente, vienen a cubrir estos defectos, y dejar una grata impresión final en el ánimo, los cinco siguientes que describen la derrota de don Pedro en Montiel, el cerco de aquella fortaleza, los tratos de los sitiadores para la rendición del castillo, el terrible sueño del Rey descrito con energía shakespiriana e [p. 123] inspirado en el de Ricardo III, la traición de Duguesclín y el fratricidio de don Enrique. En cuanto al Castellano, hace nuestro autor que por segunda vez le libre de la muerte doña Constanza, ya viuda de don Álvaro de Lara. Andando el tiempo, contrae matrimonio con ella y se retira a Inglaterra, para no vivir bajo el dominio del usurpador. Y según refiere Trueba y Cosío, es tradición constante que allí moró el resto de sus días al amparo de Sir John Chandos, su amigo y que en la losa de su sepulcro se grabó este epitafio: «Aquí yace Hernando de Castro, el único que en Castilla fué fiel a su rey natural.»

Tal es el argumento y desarrollo, tales las principales bellezas y los lunares más notables de la segunda novela de Trueba y Cosío. Resta advertir que contribuyen a darla variedad y halago escenas de costumbres, cómicos episodios y ciertos personajes secundarios como el escudero Pimiento, especie de don Quijote, entusiasta de la antigua caballería, que a cada paso recuerda las hazañas de Bernardo, del Cid y de otros paladines. Sobre los caracteres principales queda ya indicado lo suficiente; don Pedro y el Castellano son los únicos notables. Don Egas, Constanza, don Álvaro, etc., son figuras débiles que ni admiran ni conmueven. El libro está concienzudamente escrito, como todos los de Trueba, y a todos supera en interés, animación y brío. Muy digno es de ser leído y muy de sentir que no exista en castellano otra versión que la detestable publicada en Barcelona, 1845, a nombre de don F. S. S. en el Tesoro de A. A. Ilustres de Oliveres. Esta traducción, como lo indican sus frecuentes y escandalosos galicismos no está hecha del original, sino de la francesa de Defaucoupret [1] que vertió igualmente a su lengua el Gómez Arias y las Leyendas , bajo el título general de Novelas históricas españolas.

Innumerables son las producciones literarias posteriores al Castellano que han tomado por asunto el reinado de don Pedro. Aquí basta recordar los admirables Romances históricos que a las escenas de Montiel dedicó el Duque de Rivas, y los dos popularísimos dramas de El Zapatero y el Rey , obras de don José Zorrilla, escasas de valer en el concepto dramático , pero ricas de poesía y maravillosas, si las consideramos únicamente como leyendas.

[p. 124] Trueba y Cosío abrigó el pensamiento de escribir otra novela histórica, cuyo asunto fueran los amores de doña María de Padilla y la muerte de la desdichada Blanca de Borbón, pero no sabemos que llegase a realizarlo. Este asunto ha sido tratado en forma dramática por dos egregios poetas contemporáneos, Espronceda y Gil y Zárate, en sendas tragedias tituladas del mismo modo: Blanca de Borbón . [1]

El éxito del Castellano , superior al del Gómez Arias , alentó a Trueba y Cosío a proseguir el camino con tan felices auspicios comenzado. Y abandonando la forma de exposición en largas novelas, adoptó la de leyendas cortas (en prosa), en las cuales se limitó casi siempre a la tradición ya aceptada, sin añadir incidentes de cosecha propia. En esta forma publicó hasta veinticuatro, distribuídas en tres volúmenes. Pero esto capítulo por sí merece.

IV

Romance of history of Spain , es el título que dió Trueba a su obra, título que puede traducirse por el de Leyendas Históricas Españolas , más bien que por el de España Romántica , que se les aplicó en una versión francesa y en otra castellana. Las leyendas están ordenadas cronológicamente, y a casa una de ellas precede un resumen de los acaecimientos históricos del período en que está enclavada. Propúsose nuestro novelista recorrer por entero la parte poética de nuestra historia, desde la caída del imperio visigodo hasta los últimos reyes de la casa de Austria. Veamos cómo realizó su buen propósito.

Don Rodrigo es la primera leyenda que hallamos en la colección truebina. Su asunto (excusado parece advertirlo) son los amores de la Cava. Esta tradición de origen arábigo, que por primera vez se encuentra en los libros de Ebn Abdol-Haquem , en el Ajbar-Machmua y en otros escritos musulmanes, logra cabida en la crónica del Monje de Silos a principios del siglo XII, y en las obras, también históricas, de don Lucas de Tuy y del [p. 125] arzobispo don Rodrigo en el siglo XIII. De allí la tomó, con escasos aditamentos y variaciones, don Alonso el Sabio para la Crónica General ( Estoria de Espanna ), y de ella pasó a nuestros historiadores del siglo XVI. Pero en las narraciones poéticas y en los romances influyó mucho más una especie de libro de caballerías, forjado en el siglo XV por Pedro del Corral, con el título de Crónica de D. Rodrigo con la destruycion de España , más conocida por Crónica Sarracina , que Fernán Pérez de Guzmán llama Trufa o mentira paladina . Refiérense, en esta obra, estupendas y maravillosas aventuras, acaecidas a don Rodrigo antes y después de la batalla, y en ella se fundaron la mayor parte de los escasos romances que pueden considerarse antiguos entre los relativos a la pérdida de España. [1] A fines del siglo XVI, ya alterado el gusto, sustituyó a la Crónica de Pedro del Corral la de Abulcacim-Tarif-Aben-tarique, torpe ficción del morisco Miguel de Luna, que a su vez fué origen de posteriores romances artísticos. En el libro de Miguel de Luna, dáse por primera vez a la Cava el nombre de Florida.

Para escribir Trueba su Don Rodrigo , sólo tuvo a la vista la Historia de Mariana y algunos romances. Así que no encontramos en esta leyenda otros incidentes que los sabidos de la violación de la Cava, la alevosía de don Julián y la cueva encantada de Toledo, comenzando el cuento con una conversación de amor, harto anacrónica, y terminando con la derrota del Guadalete, después de la cual hace morir a don Rodrigo a manos del irritado conde. Este final es de invención de Trueba, o por lo menos no recuerdo haberle visto en parte alguna. No es el peor que pudo excogitar, dadas las dimensiones de su leyenda. En ella (y lo mismo sucede en casi todas las restantes) la narración es buena, el diálogo débil. ¡Lástima grande que no aprovechase nuestro paisano tantos hermosos rasgos esparcidos en los romances! Más que las lamentaciones de Florinda sobre el cadáver de don Rodrigo, hubieran interesado, parafraseadas en su elegante prosa inglesa, aquellas célebres antítesis:

                 [p. 126] Ayer era Rey de España,
       Hoy no lo soy de una villa,
       Ayer villas y castillos,
       Hoy ninguno poseía,
       Ayer tenía criados,
       Hoy ninguno me servía,
       Hoy no tengo ni un almena
       Que pueda decir que es mía...

Ni la descripción que hace Trueba del rey, fugitivo de la batalla, tinto en sangre y montado en su fiel Orelia, se acerca en rapidez y energía a aquellos famosos versos:

       Iba tan tinto de sangre
       Que una brasa parecía,
       La espada lleva hecha sierra
       De los golpes que tenía,
       El almete de abollado
       En la cabeza se hundía...

Escrita sin pretensiones, aunque con ligereza y elegancia, la narración de Trueba, mal puede parangonarse con el Roderik de Walter-Scott, ni con el de Southey (contemporáneos o poco anteriores a él entrambos), ni con la Florinda del Duque de Rivas, escrita en rotundas y numerosísimas octavas, ni con los fragmentos del Pelayo de Espronceda, relativos casi en su totalidad a estos sucesos, ni con los dos dramas de Zorrilla que a don Rodrigo tienen por héroe, ni con el delicioso poema Don Opas , que entre burlas y veras escribió el docto académico don José Joaquín de Mora, ni con otras producciones sobre el mismo asunto, que de seguro no recordamos. [1] El objeto de nuestro escritor fué distinto, y hubo de reducir a limitada escala el cuadro desarrollado en toda su extensión por otros poetas. Añadiremos que, a nuestro juicio, el Don Rodrigo es de las leyendas más flojas que salieron de su pluma.

Covadonga la sigue inmediatamente en la España Romántica . Cosa es, en verdad, tan extraña como lamentable que el glorioso comienzo de nuestra reconquista apenas haya [p. 127] encontrado eco ni en la antigua poesía popular, ni en la artística posterior; desdicha inherente, sin embargo, a casi todos los asuntos históricos y tradicionales del ciclo de los príncipes asturianos. Indudable parece que hubieron de celebrarse épicamente tales hazañas, pero ni restos ni indicios siquiera de la existencia de estos cantos han llegado hasta nosotros. En los siglos XVI y XVII algunos poetas eruditos las presentaron con escasa fortuna, ora en breves romances, ora en ensayos épicos, ora en forma dramática. En cuanto a Pelayo, la tragedia neo-clásica del siglo XVIII apoderóse de la tradición de los amores de su hermana con el gobernador de Gijón, impuesto por los musulmanes, a quien unos suponen árabe y otros renegado, tradición consignada de tiempo atrás en nuestras historias. Dos ensayos estimables y una obra por varios conceptos notabilísima aparecieron sucesivamente en las tablas con el mismo argumento. Comenzó Moratín, el padre, con su Hormesinda , harto débil en el plan e infelicísima en la contextura dramática, pero gallardamente versificada y llena de trozos líricos estimables, entre ellos una excelente descripción de la batalla del Guadalete. Siguióle Jove-Llanos en su Pelayo (titulado Munuza en ediciones incorrectas, contra la expresa voluntad de su autor ilustre), tragedia que si cede a la de don Nicolás Moratín en galas poéticas y lírica bizarría, excédela de mucho en lo bien ordenado del plan, en la trabazón y enlace de los incidentes y aún en la pintura de los caracteres, por más que en esta parte ni uno ni otro anduvieran muy afortunados. A entrambos superó Quintana en su famoso Pelayo , que si como obra dramática presta aún justo asidero a la crítica por la lentitud y pobreza de la acción, por la escasa individualidad de los caracteres y por la declamación de que a cada paso se resiente, rebosa al cabo en alta y noble poesía (un tanto estirada y académica) como hija del estro varonil de nuestro moderno Tirteo, y vivirá, aunque pertenece a un teatro convencional y extraño, porque algo tiene de espíritu nacional, si bien no sea el de la época que intenta describirse en ella. Los ensayos modernos de poemas heroicos sobre el vencedor de Covadonga han fracasado todos, ora por su escaso mérito, como el de Ruiz de la Vega, ora por haber quedado muy a los principios, como aconteció al Pelayo de Espronceda.

La leyenda de Trueba y Cosío llena perfectamente el [p. 128] objeto a que él la destinara. Aprovechó la historia de la hermana de Pelayo, a quien se ha convenido en llamar Hormesinda, y para esta parte inspiróse muy de cerca en la tragedia de Quintana, no sin tomar algunas circunstancias de las de Jove-Llanos y Moratín. Alteró el final haciendo a Hormesinda envenenarse el día antes de su boda con Munuza y expirar el pie de los altares, en el momento de llegar su irritado hermano. En cuanto a la batalla de Covadonga, al alzamiento por rey de Pelayo, etc., siguió la tradición corriente, y, conforme a ella, supuso godos a aquellos arriscados montañeses. Esta leyenda está muy bien escrita; las costumbres son harto anacrónicas; en lo demás no ofrece materia a particulares observaciones.

Tras de Covadonga viene Roncesvalles , asunto favorito de la poesía popular y de la artística, contado de cien modos en crónicas, romances, poemas y leyendas. La histórica derrota de los franceses por los vascones, al repasar los primeros los puertos del Pirineo, fué alterada en contrapuesto sentido por la poesía popular castellana y por la francesa. La Chanson de Roland y otros poemas semejantes, supusieron moros a los vencedores, confesaron la derrota y acudieron a la alevosía de Guenes o Galalon para explicarla, hicieron morir en aquel combate al paladían Rolando y presentaron después al Emperador vengando su muerte en nueva batalla con los musulmanes, y al traidor Galalon castigado por sus tratos de felonía con los enemigos del nombre cristiano. Quizá los vencedores vascos celebrasen en cantos de triunfo la jornada de Roncesvalles, pero es lo cierto que el famoso Altabiscar Cantúa , mal que les pese a los vascófilos , y a juzgar por las traducciones que de él se han dado, parece de fábrica moderna y está lleno de reminiscencias ossiánicas , como docta y discretamente ha advertido el señor Milá y Fontanals, a quien debemos un muy curioso estudio sobre las tradiciones y romances relativos a aquella lid memorable. Tarde, muy tarde, encontraron eco en Castilla las narraciones de Roncesvalles, célebres en Europa, gracias al Rolando y a la Crónica de Turpin , compuesta, según parece, a principios del siglo XII. Pero entonces recibieron notables modificaciones; el recuerdo de la embajada que en muestra de homenaje, como quieren algunos, envió el Rey Casto a Carlomagno, y la vanidad nacional ofendida con este recuerdo [p. 129] dieron lugar a la creación de un héroe leonés que oponer a los celebrados paladines franceses y mezclando y confundiendo las hazañas de diversos Bernardos, unos legendarios y otros históricos como el conde de Pallars y de Ribagorza, fuese formado con lentitud la tradición épica de Bernardo del Carpio, apuntada en el Poema de Fernán González , celebrada en cantares de gesta que han perecido, pero cuya existencia consta por las referencias de don Alonso el Sabio, e históricamente referida en el Tudense, en el arzobispo don Rodrigo, y, con grande extensión y riqueza de pormenores, en la Estoria de Espanna o Crónica General . Y de la Crónica General nacieron casi todos los romances de Bernardo hoy conservados, exceptuando quizá el que comienza:

       Las cartas y mensajeros
       Del rey a Bernardo van...

A la Crónica siguieron también nuestros historiadores del siglo XVI, que dudaron ya de la exactitud de estas tradiciones, a la par que diversos poetas eruditos las convirtieron en tema de libros caballerescos en verso, escritos a la manera del Ariosto , en los cuales procedieron con entera libertad y respetando muy poco los pormenores de la antigua leyenda. A esta familia orlándica pertenecen las obras de Espinosa, Garrido de Villena y Agustín Alonso, a todas las cuales superó el Bernardo del valentísimo poeta y obispo de Puerto Rico, Bernardo de Valbuena, obra riquísima en lozanía, en ingenio y en tesoros de versificación, aunque con escaso plan y concierto en todo. Más fieles fueron a la tradición admitida los dramáticos, que, como Lope de Vega, Cubillo de Aragón y algún otro, hicieron de los famosos hechos de Bernardo argumentos para sus comedias heroicas . Y aun modernamente han sido explotadas las hazañas del héroe de Roncesvalles por poetas dramáticos y novelistas.

Para su leyenda ajustóse Trueba a los romances fundados en la Crónica, especialmente a los muy modernos, que comienzan:

       Retirado en su palacio
       Está con sus ricos omes...
       Con tres mil y más leoneses
       Pasa la raya Bernardo...
       Con los mejores de Asturias
       Sale de León Bernardo...

[p. 130] Hace que una dueña, llamada Aldonza, le revele el secreto de su nacimiento, siguiendo en esto los romances, también modernos:

       Contándole estaba un día...
       En corte del Castro Alfonso...

Pide Bernardo al rey la libertad de su padre, y siéndole negada, retírase lleno de furor a su castillo del Carpio y comienza a hacer estrago en tierras de León, tal como se refiere en el romance:

       En gran pesar y tristeza...

El final de la historia está calcado en los tres que empiezan:

       Antes que barbas tuviese
       Rey Alfonso me juraste...
       Mal mis servicios pagaste...
       Al pie de un túmulo negro...

todos de fines del siglo XVI e incluídos en el Romancero General de 1604. Como bebida en tales fuentes, la narración de Trueba conserva un sabor castizo muy agradable.

Acerca del Triunfo de las cien doncellas y la batalla de Clavijo, que dan materia a la leyenda siguiente, no se conservan romances, ni tradiciones, ni poesía alguna popular ni artística antes de siglo XVI. Tampoco ha obtenido posteriormente gran desarrollo artístico, si exceptuamos la oda a Santiago , de Fray Luis de León, algún canto épico, varias poesías líricas justamente olvidadas (una de Montengón, entre ellas), diversas composiciones dramáticas del siglo XVII y un apreciable ensayo de cierto malogrado poeta contemporáneo. Trueba, pues, no tuvo a la vista otra cosa que la narración corriente entre crédulos historiadores. Exornóla con incidentes de cosecha propia, introduciendo al amante de una de las doncellas, que la libra de manos de los sarracenos y da ocasión con este hecho al rompimiento de las hostilidades (recuerdo, tal vez, lejano del cantar gallego, probablemente apócrifo, de los Figueiredos ) y en cuanto a la batalla de Clavijo y a la aparición del Apóstol, atúvose al elegante relato de Mariana.

Las tres leyendas siguientes versan sobre asuntos del ciclo de los Condes de Castilla . Y es la primera, Fernán González , [p. 131] alrededor del cual, como en torno del Cid y de Bernardo, agrúpanse numerosas tradiciones, restos, sin duda, de antiguos cantares de gesta . Por primera vez se encuentran muchos pormenores poéticos relativos al primer conde soberano de Castilla, en la Crónica Rimada , que llaman otros el Rodrigo , por tratar, en su mayor parte, de las mocedades del Cid. La tradición de los votos de San Millán, aparece consignada por Berceo, y más adelante un poeta de la propia escuela, cultivador asimismo del fermoso mester de clereçía y, según parece, monje de San Pedro de Arlanza, escribió un largo poema sobre las hazañas de Fernán González, poema que, si bien incompleto, ha llegado a nuestros días. Túvole a la vista la Crónica General de don Alonso, manantial de casi todas las historias posteriores, de la cual se disgregó en el siglo XVI la parte de Fernán González y de los Infantes de Lara, para imprimirse suelta a manera de libro de caballerías. En el siglo XIV había sido Fernán González héroe de un segundo poema escrito en quintillas y semejante, en el corte, al de Alfonso XI, de Rodrigo Yáñez. Mas ya para entonces numerosos romances habían celebrado la independencia del condado castellano, la aventura del azor y del caballo, las disensiones de Fernán González con el Rey de León, la prisión del conde y su libertad por doña Sancha. Pocos, muy pocos, de los hoy existentes pueden considerarse como viejos , a tal punto que sólo cuatro admitió Wolf en su Primavera y Flor de Romances . Sobre ellos y sobre el relato de la General, unido a otras tradiciones de diversos orígenes, se forjaron numerosos romances artísticos en el siglo XVI, algunos tan bellos y popularizados como el que comienza:

       Juramento llevan hecho
       Todos juntos a una voz
       De no tornar a Castilla
       Sin el Conde su señor...

Tampoco pusieron en olvido a Fernán González nuestros dramáticos, que apenas dejaron intacto asunto alguno de los celebrados antes por la musa popular. Y en nuestra moderna literatura fuera fácil empresa hallar numerosas obras inspiradas por este grupo de tradiciones castellanas. Trueba y Cosío, según su costumbre, consultó únicamente la Historia General del Padre [p. 132] Mariana y los romances, y dulcificando un tanto la aventura del arcipreste, siguió, en lo demás, a los que comienzan:

       Preso está Fernán González...
       El buen conde Fernán González
       En cruel prisión estaba...

Refiere después la segunda prisión del conde, de la cual le libertó, en traje de romero, su mujer, y añade en este relato novelescas circunstancias al romance de Sepúlveda:

       El Rey D. Sancho Ordóñez
       Que en León tiene el reinado...

El final de esta leyenda recuerda algo de otro romance así encabezado:

       En los Reinos de León
       D. Sancho el Gordo reinaba...

Alguna semejanza hay entre esta leyenda de Trueba y otra que pocos años después escribió José Joaquín de Mora con el título de El Primer Conde de Castilla .

Con las aventuras de Fernán González se enlaza, en cierto modo, la trágica historia de los siete infantes de Lara y de su venganza por el bastardo Mudarra. Por eso la incluyó Trueba a continuación de la mencionada leyenda. Léese la tradición de los Infantes en la Estoria de Espanna del Rey Sabio, que parece haber tenido a la vista algún cantar de gesta , como lo indican los asonantes que aún quedan en la prosa. A muchos y bellísimos romances dió lugar antes y después de haberse redactado la Crónica General , pues dos o tres de los conservados parecen más bien hermanos que hijos de ella. Quizá ninguno pueda compararse en sencilla y épica grandeza con el que comienza:

       Pártese el moro Alicante
       Víspera de St. Cebriane,
       Ocho cabezas llevaba
       Todas de hombres de alta sangre...

Por lo demás, es tan grande el número de romances artísticos y semi-artísticos posteriores, que sólo en la colección de Durán [p. 133] (donde faltan el citado y algún otro), se leen hasta treinta, que podría formar un pequeño romancero. Existen, asimismo, antiguas redacciones populares en prosa, de esta historia, y aun en el extranjero tuvo eco, como lo demuestra la Historia septem infantium de Lara de Oton Vaenius. Nuestro teatro la explotó en repetidas ocasiones, y basta citar, a este propósito, los Siete Infantes de Lara , de Juan de la Cueva; el Bastardo Mudarra , de Lope de Vega; los Infantes, de Hurtado de Velarde, y el Traidor contra su sangre , de Matos Fragoso. En el modo clásico la trató, a principios de este siglo, un mediano poeta catalán, don Francisco Altés y Gurena, en dos tragedias intituladas Gonzalo Bustos y Mudarra González, y casi al mismo tiempo escribía otra el conde de Noroña, con título igual al de la segunda de Altés mencionada. [1]

Trueba y Cosío siguió en todos sus pormenores la narración de los romances, teniendo el buen acuerdo de no alterar la ferocidad y crudeza de las costumbres descritas en ellos. Hizo morir, en Córdoba, a Gonzalo Gustios de Lara (en lo cual, únicamente, se apartó de la tradición admitida) y conservó el suplicio de fuego para doña Lambra. En conjunto, la leyenda es de las mejores suyas, por más que fuera insensatez parangonarla con el Moro Expósito , del duque de Rivas, verdadera joya literaria, poema que tarde tendrá rival en nuestro Parnaso . [2] Por otra parte, no existe entre ambas obras el menor punto de semejanza. [3]

No utilizó Trueba y Cosío la historia del Conde Garci Fernández y de sus dos consortes francesas, narrada en la Crónica General y puesta a contribución por Zorrilla en uno de los Cantos del Trovador y en el Eco del Torrente , pero sí la de Sancho García y su madre, referida con brevedad en la misma Crónica . No existen romances antiguos sobre este asunto; en el siglo XVI compuso uno bastante malo, Juan de la Çueva, y otro algo mejor se lee en la colección de Sepúlveda. La celebridad de este hecho se debe [p. 134] principalmente al teatro y no más que a partir del siglo pasado. Tratóle Cadalso en una tragedia frigidísima, escrita en endecasílabos pareados a la francesa, tolerables sólo para oídos más que bátavos. Muy preferible es la Condesa de Castilla , de Cienfuegos, notable por el carácter de Rodrigo y por la elocuencia nerviosa y varonil con que toda la tragedia está escrita. Y últimamente Zorrilla acabó de popularizar tal argumento, ya en su drama Sancho García , ya en la leyenda del Montero de Espinosa, inserta en sus Horas del estío . No la iguala la Copa envenenada , de Trueba y Cosío, pero es menos episódica, está escrita con más esmero y no carece de lúgubre solemnidad en el cuadro con que se termina.

De Sancho García pasa Trueba al Cid , pero sin comprender en su leyenda las hazañas todas del héroe nacional por excelencia, sino limitándose a sus mocedades , no como tomadas en parte de la Crónica Rimada , las expuso la Estoria de Espanna , sino como, alterando la tradición allí y en los romances viejos consignada, y dándolas un colorido más galante que caballeresco, las cantaron los romances artísticos de nuestro siglo de oro y las pusieron más tarde en la escena Guillén de Castro, Corneille, Diamante y muchos otros. Y es muy de censurar en el escritor santanderino que no haya respetado bastante la rudeza y sencillez de las costumbres heroicas, como hizo en otras leyendas, al paso que en ésta sustituye una débil imitación de la ya fría escena de Corneille, «Rodrigue, as-tu du coeur», a la prueba, verdaderamente épica, que se describe en el romance:

       Cuidaba Diego Laynez
       De la mengua de su casa...

Ni se atreve a presentar a Rodrigo trayendo a su padre la cabeza del conde Gormaz, y a Diego Laynez haciéndole sentar a la cabecera de la mesa, por parecerle justo

       Que quien tal cabeza trae
       Sea en su casa cabeza...

En cambio, abundan los ridículos diálogos de amor entre Rodrigo y Jimena, en los cuales se habla de sensibilidad, de sacrificios amorosos y se emplean otras expresiones de sarao que braman de verse en boca de aquel infanzón de luenga y bellida barba , gran [p. 135] matador de moros, que nos describen el Mío Cid , la gesta latina, la crónica castellana o el Rodrigo . También en este punto extravió a Trueba la ponderada tragedia de Corneille. Para colmo de desdicha intercaló en su cuento las impertinentes aventuras de un don Suero y de cierto García Gómez, personajes ridículos que hacen bostezar al lector más alentado; a la par que dejaba en olvido los posteriores hechos del Cid, las bellas tradiciones del cerco de Zamora, la jura de Santa Gadea, el odio del Rey Alfonso, los dos destierros del Campeador, la derrota de Berenguer el fratricida, la conquista de Valencia, el casamiento de las hijas del Cid, la maldad de los infantes de Carrión, su reto y vencimiento, etc., etc, hechos unos históricos, otros legendarios, cuáles consignados en las dos Crónicas , cuáles en el poema , cuáles en los romances, pero todos en alto grado interesantes y característicos. En una obra como la de Trueba y Cosío, encaminada a popularizar, en un pueblo extraño, toda la parte novelesca de nuestra historia, son imperdonables estas omisiones.

Calla igualmente los sucesos de la conquista de Toledo, los hechos todos del tormentoso reinado de doña Urraca, sus desavenencias con el Batallador, la historia del arzobispo Gelmírez, el glorioso imperio de Alfonso VII y la conquista de Almería, en que dieron de sí tan gallarda muestra castellanos, catalanes y genoveses. Y en verdad que la Historia Compostelana , la Crónica de Alfonso VII y el Cantar latino de Almería, versos bárbaros y notables, como los califica Sandoval, ofrecíanle copiosos materiales para animadas y bizarrísimas leyendas. [1] Pero es lo cierto, que dejando aparte tales narraciones, salta del Cid a Alfonso VIII, cuya historia compendia en dos leyendas. Versa la primera sobre los amores de la judía Raquel, tradición generalmente negada por nuestros historiadores, aunque en sí misma no inverosímil, según opinión del erudito historiador de la raza hebrea en España. Célebre es en nuestra literatura este asunto, gracias a un episodio de Lope en su Jerusalém Conquistada , a un drama de Mirademescua, La Hermosa Raquel , muchas veces [p. 136] publicado a nombre de Diamante con el título de La Judía de Toledo , y sobre todo al poema de Ulloa y a la tragedia de Huerta. En ambas obras está fundada la lindísima narración de Trueba y Cosío, digna, en verdad, de estima y de estudio, por más que sus razonamientos no se acerquen, en gala y lozanía, a los de Huerta, ni acierte a poner, como Ulloa, en boca de los nobles conspiradores, sentencias tan profundas y tan inmejorablemente expresadas, como aquellas:

       Que en la vida culpable de los reyes
       No son vicios los vicios sino leyes.
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
       Rayos que preste la virtud secreta
       Del cielo a nuestra saña vengativa,
       Cuando por nudos tan estrechos pasen,
       Respeten el laurel, la yedra abrasen.

Ni al pintar la muerte de Raquel se acerca Trueba a la verdad y energía de aquellos versos famosísimos, que tampoco logró igualar el mismo Huerta:

       Traidores , fué a decir, pero turbada,
       Viendo cerca del pecho las cuchillas,
       Mudó la voz y dijo: caballeros,
       ¿Por qué infamáis los ínclitos aceros?

A la tragedia de Huerta se atuvo casi exclusivamente Trueba, en cuanto al desarrollo de la acción en su leyenda.

Bajo el título de la Cruzada Española , refiere nuestro paisano aquella maravillosa jornada, de la cual cantó un egregio poeta catalán contemporáneo:

       Las Navas ¡ay! en s’ abrusada plana
       Se resolgué, com’ en torneix ardent,
       Si ser debía Roma musulmana,
       O algun día la Meca ser creyent.

No necesitaba, por cierto, el novelista, extraños arreos para que hiciera grande y poderosa impresión en el ánimo de los lectores el recuerdo de aquel hecho gloriosísimo. Su simple narración bastaba, pues aquí la historia es más elocuente que ficción alguna. Por eso leemos el libro 8.º de rebus Hispaniae , del [p. 137] arzobispo don Rodrigo con doble placer que todos los poemas, leyendas y odas inspiradas por la batalla de las Navas de Tolosa. De todos los cantos que más o menos se enlazan con este acontecimiento, no conservará la posteridad más que el de Gavaudan el vidente , convocando los pueblos todos de Europa a la cruzada. Las exhortaciones del trovador provenzal parece que nos traen un eco de las voces de entusiasmo que resonaron en el mundo cristiano al aprestarse aquella expedición memorable. [1]

Trueba y Cosío narra bien todos sus incidentes: la llegada de los cruzados a Toledo, el tumulto contra los judíos, la deserción de las huestes forasteras, la aparición del pastorcillo y los prodigios de valor realizados en Muradal por castellanos, navarros y aragoneses. ¡Lástima que se omita el diálogo entre don Alonso y el arzobispo de Toledo, privando a su cuadro de este elemento más de belleza!

Poco diré sobre la excelente narración de la Conquista de Sevilla , asunto en el siglo XVI de un poema de Juan de la Cueva, [2] en el XVII de otro del conde de la Roca [3] y en el presente de unos fragmentos de Tapia [4] y de una oda de Ventura de la Vega. Es, en la obra de Trueba el protagonista, Garci Pérez de Vargas, cuyas hazañas y singulares combates ocupan en ella largo trecho. De sentir es que haya olvidado tanto nuestro literato a sus conterráneos los marinos cántabros, a cuya pericia y esfuerzo debióse principalmente aquella victoria. Algo más hubieran interesado sus hechos que los amores de Alhamar y Moraima y la rivalidad de Ismael, por más que tales aventuras estén narradas con discreción y halago.

Inferiores a esta leyenda nos parecen las de Guzmán el Bueno y los Hermanos Carvajales , argumentos repetidas veces tratados por nuestros poetas, en especial por los dramáticos. Ni la de Guzmán es en nada comparable con la oda de Quintana o con [p. 138] el drama y Gil de Zárate, ni se acerca siquiera a la verdad y colorido local que en muchas escenas ostenta la tragedia de Moratín, el padre, no obstante su corte neo-clásico y los graves defectos de su estructura: [1] ni en los Carvajales hallamos cosa alguna que recuerde ciertas situaciones de La Inocente Sangre , de Lope de Vega. Entrambas leyendas de Trueba son frías y prolijas.

Al reinado de don Pedro se refieren las dos siguientes, y hubiera podido su autor añadir algunas más, no haciéndolo, sin duda, por haber expuesto varias en su The Castilian y reservar otras para la proyectada novela acerca doña María de Padilla. Las incluídas en la España Romántica llevan los títulos de El Asistente de Sevilla y El Maestro de Santiago . Está inspirada, la primera, por una antigua comedia de don Juan de la Hoz, El Labrador Juan Pascual y Asistente de Sevilla , de la cual también se valió Zorrilla para ciertos incidentes de la segunda parte de su drama El Zapatero y el Rey . En la leyenda del Maestre, adoptó Trueba, no más que hasta cierto punto, el antiguo y vago rumor acogido por los defensores de don Pedro respecto a amorosas relaciones entre doña Blanca de Borbón y don Fadrique, aunque dejando a salvo el honor de aquella reina desdichada. Entre las mejores de la colección pueden contarse estas leyendas, y bien se trasluce que el novelista hallábase en su elemento al describir escenas del reinado de don Pedro, materia de sus estudios y aficiones anteriores; pero decaen lastimosamente de su precio, si se leen después de los romances del Duque de Rivas, dictados por aquella fantasía popular tan poderosa en el ilustre prócer y tan débil y escasa en Trueba y Cosío. Ni en intuición histórica, ni en grandeza poética, ni en brío y rapidez narrativa sufren punto de comparación entrambos autores.

La célebre anécdota de El Gabán de D. Enrique , igualmente tratado por don José J. de Mora en una de sus Leyendas Españolas , [2] da asunto a la agradable narración siguiente. Y excusado [p. 139] perece advertir que la ruidosa caída del favorito de don Juan II, objeto es de otra leyenda, que en Trueba y Cosío se intitula El Condestable de Castilla y en la cual sigue perjudicándole la terrible, pero naturalísima comparación con el Duque de Rivas. Sin embargo, la descripción del suplicio está bien hecha y algo recuerda de la admirable carta penúltima, auténtica o apócrifa, del Centón Epistolario.

Por ningún poeta notable dramático o legendario, exceptuando a nuestro Trueba, he visto tratada la deposición en estatua del Rey don Enrique IV en Ávila, para cuya narración se inspiró en la de Mariana. Por el contrario, la toma de Granada, materia de la leyenda siguiente, es, de antiguo, tema favorito de épicos cantos, de líricas inspiraciones y de ensayos novelescos, felices algunos, los más harto desdichados. El libro, con justicia famoso, de Ginés Pérez de Hita y los romances fronterizos en él insertos o esparcidos en nuestros romanceros, crearon todo un ciclo de tradiciones granadinas, cuyo núcleo fué la sangrienta discordia de Zegríes y Abencerrajes. De ella arranca la leyenda de Trueba, cuyos héroes son Muza, Abenamar, Reduan, los mismos de Pérez de Hita, conservándose igualmente la acusación de la Sultana y su defensa por cuatro caballeros castellanos. Por tal razón, la leyenda es demasiado episódica, dadas sus dimensiones, y a la par pobre en asunto tan rico, pues un hecho subalterno llena el fondo del cuadro, faltando otros más interesantes, así históricos como novelescos. Ni del Ave María de Pulgar, ni de la hazaña de Garcilaso, ni de la fundación de la Santa Fe, se dice una palabra, y ciertamente que tales aventuras venían de perlas al propósito romántico de Trueba. Hace también caso omiso de los restantes acaecimientos de aquel gloriosísimo reinado, sin duda por considerar, y con razón, imposible reducir a los breves límites de una leyenda las guerras de Nápoles, ni el descubrimiento del Nuevo Mundo.

Y entramos en la época de los reyes de la Casa de Austria, con Padilla y los Comuneros , único asunto del tiempo de Carlos V que trató Trueba y Cosío. Ocasión había dado en 1813 a una tragedia de Martínez de la Rosa, La Viuda de Padilla , imitación no desafortunada de Alfieri, llena, sin embargo, de extraños anacronismos en los pensamientos, como influída por la pasión [p. 140] política de aquel período. Cúmplenos advertir que su sano instinto salvó a Trueba de tal escollo, a pesar de la generosa exaltación de sus ideas liberales. Limitóse a narrar sencillamente los hechos y no puso en boca de Padilla y de sus secuaces arengas patrióticas doceañistas. El buen gusto literario del ciudadano Trueba se había acrisolado mucho desde su Cantón de 1823 hasta su Romance of history de 1830, por más que en nada hubiese cedido la inquebrantable consecuencia de sus opiniones. Algo hay, no obstante, de patriotismo , de odio a los tiranos y otras huecas, en ciertos pasajes.

Del reinado de Felipe II no escogió Trueba los muy ricos argumentos de don Juan de Austria, del príncipe don Carlos o de Lanuza, pero trató, sí, los de Aben-Humeya y el Secretario Antonio Pérez . En el primero, a cuya elección naturalmente le condujo su Gómez Arias , puso en acción, no sin acierto, una parte de la Guerra de Granada , de don Diego Hurtado de Mendoza, como lo hacía, casi al mismo tiempo, Martínez de la Rosa en su drama Aben-Humeya , escrita primero en francés y traducido más tarde por su autor al castellano. Pero si tal asunto es propio de una leyenda, no así de una obra destinada al teatro, y bien claro lo demuestra el ejemplo del insigne literato granadino, que hubo de estrellarse en las invencibles dificultades de su argumento. En cuanto a Antonio Pérez , excede en interés y animación, a toda novela imaginable la histórica relación de sus aventuras, tal como se lee en las modernas y eruditísimas obras de Mignet, Bermúdez de Castro y el marqués de Pidal. La leyenda de Trueba es débil, e inferior de mucho a los romances del Duque de Rivas y a los de Arolas.

Del todo novelesca, pero gallardamente narrada y llena del espíritu de la época, aparece la leyenda de Don Rodrigo Calderón , a la cual sigue, cerrando la serie, el triste cuento de los hechizos de Carlos II, narración no de gloriosos hechos ni de los hechizos de Carlos II, narración no de gloriosos hechos ni de caballerescas aventuras, como casi todas las anteriores, sino de torpes amaños, de debilidad caduca, de superstición y de fanatismo.

De pocos autores puede decirse con tanta exactitud como de Trueba y Cosío, que nacieron y escribieron cuando y de la manera que debían nacer y escribir. Si hubiera vivido veinte años antes o veinte años después, ni su mérito fuera tan levantado, [p. 141] ni sus obras hubieran obtenido la aceptación inmensa que lograron al tiempo de su aparición. De haber escrito en castellano, su influencia su hubiera limitado a un breve círculo. Pero escribió en inglés, y escribió a tiempo, y todas las circunstancias le fueron favorables. Cayeron las Leyendas históricas españolas en medio de una sociedad entusiasta de la Edad Media y devorada por la fiebre del romanticismo; por eso fué recibida su publicación con extraordinario aplauso. Repitiéronse sus ediciones, tradújose muy pronto la obra de Trueba a los principales idiomas europeos y hasta dió lugar a imitaciones varias. Pronto apareció, dedicado al Rey de la Gran Bretaña, un Romance of history of England , ajustado en plan, método, extensión y estilo a la colección de nuestro paisano. Y recordamos haber oído a un egregio literato español contemporáneo, y asimismo distinguido diplomático, que, años después de la publicación de la España Romántica , afirmóle una docta y discreta princesa alemana, que ninguna obra referente a España había leído con tanto placer como las Leyendas , de don Telesforo Trueba. Esto por lo que toca a su importancia y mérito relativo. En cuanto al absoluto, hemos indicado lo bastante en el curso de este prolijo análisis. Trueba y Cosío era narrador eminente, pero carecía de esa imaginación popular y fantástica que da cuerpo y nueva vida a las leyendas; no le había otorgado Dios esa cualidad altísima y primordial en el poeta narrativo, en el mismo grado que la otorgó poco después al Duque de Rivas y a Zorrilla. Por eso se resiente a veces de afectación y frialdad, y pocas veces nos conmueve, aunque nos agrade casi siempre. Pero su libro vivirá, así por la facilidad y elegancia con que está escrito, como por señalar un momento importantísimo en la evolución del arte literario. [1]

[p. 142] V

No fueron éstas las únicas, aunque sí las más importantes, obras que dió a luz el ilustre escritor montañés, durante su residencia en Londres. Publicó asimismo una novela de costumbres titulada The incognito ( El incógnito ), libro de mérito escaso; un ensayo descriptivo, Paris and London (Londres y París) , [1] y otra novela en el género de Fenimore Cooper, Salvator the Guerrilla (Salvador el Guerrillero), cuyo asunto está tomado de la guerra de la Independencia. [2] A estos trabajos deben agregarse una Vida de Hernán Cortés (Life of Hernan Cortés) y una breve Historia de la Conquista del Perú (Conquest of Peru) , obras de limitada importancia histórica, cuyo mérito se reduce al de compendios, en elegante prosa inglesa, de los libros de Solís y del Inca Garci-Lasso de la Vega. Pero ni estas publicaciones, ni las tres arriba citadas ofrecen los caracteres distintivos de la individualidad literaria de Trueba, ni se señalan por singulares excelencias, sirviendo sólo para acreditar, si necesario fuese, el buen ingenio, elegante decir, soltura narrativa y limpieza de ejecución que, aun en sus más imperfectos ensayos, ponía el autor de la Leyendas Españolas y de El Castellano.

También pensó imitar los poemas cortos de Walter-Scott, en nada inferiores a sus novelas, por más que la fama no se haya mostrado con ellos bastante equitativa. Entre los papeles de Trueba se conserva el primer canto de La Renegada, cuento poético que debió constar de tres libros. Aunque incorrecto y en preparación, no carece de mérito este retazo. Su asunto son los amores de la renegada doña Isabel de Solís, llamada por los moros Zoraida. [p. 143] Años después compuso Martínez de la Rosa una novela sobre tal argumento.

Para el teatro inglés trabajó bastante y con desigual éxito nuestro Trueba, obteniendo, no obstante, algunas producciones suyas los aplausos del público londinense. Tenemos noticia de las seis siguientes, representadas, aunque no sabemos si impresas, todas:

«The Exquisites (Los Elegantes).- Estrenóse en el teatro de Covent-Garden y fué bien acogida por el público, aunque algunos críticos la censuraron agriamente. Era comedia de costumbres inglesas contemporáneas.

-»The Arrangemen (El arreglador) .- Farsa musical , como su autor la llama, o séase, zarzuela .

-»Call again to morrow (Vuelva usted mañana) .-Pieza de igual carácter que la anterior, representada, como ella, en el Teatro Real de la Ópera Inglesa. Es un juguete cómico, no falto de ligereza y gracia en el diálogo. El principal carácter es el de un joven calavera, deudor insolvente, que entretiene con el call again to morrow a sus acreedores. La poesía de los cantables es fácil y animada.

-»The royal delinquent , drama histórico, según mis noticias.

-»Mr. and Mrs. Pringle (El señor y la señora Pringle) .- Interlude comic , o sea, entremés, representado sesenta noches seguidas en el teatro de Drury-Lane. A las gracias del diálogo rápido y chispeante, más que a la originalidad de su argumento, debió este juguete su éxito prodigioso. Es una refundición mejorada de La Famille Jabutot , comedia francesa. Mr. Pringle, adverso siempre al matrimonio por las molestias que los hijos ocasionan, enlázase, por fin, a los sesenta años, con una viuda que en su primer casamiento había contravenido grandemente al principio de población de Malthus , para valernos de la gráfica expresión de un discreto crítico inglés de esta comedia. [1] La portentosa maternidad de Mrs. Pringle es, al comienzo, un secreto para su nuevo marido, que por una serie de peregrinos acaecimientos, llega a descubrir el arcano y encuéntrase de improviso rodeado de numerosa familia, que le hace sentir con creces los disgustos por él tan temidos. [p. 144] Los cómicos incidentes a que da lugar la sucesiva presentación de los hijos y nietos de Mrs. Pringle, constituyen la sencilla trama de esta pieza.

-»The men of pleasure (Los Calaveras).»

Sólo dos de estas piezas, el Call again to morrow y el Mr. Pringle , han llegado a nuestras manos. Las demás, ni existen en las bibliotecas que hemos recorrido, ni se conservan entre los papeles de la familia de Trueba. Con harto pesar nuestro reservamos su análisis para uno de los tomos siguientes de estos ensayos críticos, en el caso de que nuevas investigaciones nos suministren los datos para tal estudio indispensables.

En alguna biografía de Trueba [1] hemos leído la noticia de haber publicado este fecundo escritor numerosos artículos de crítica literaria en diversos periódicos ingleses y especialmente en la Revista de Edimburgo . Pero por más que hayamos registrado con escrupulosa diligencia la colección de dicha Revista desde 1823 a 1834, hános sido imposible atinar con los estudios de Trueba, sin duda por ser anónimos todos, o la mayor parte, de los incluídos en aquella publicación famosísima, órgano de la escuela escocesa. No podemos atribuirle los de literatura española, por pertenecer, en su mayor número, a Richard Ford, autor de un muy conocido Manual del viajero en España (Hand-Book for traveller in Spain) , diferentes veces impreso. Tal vez sean de la pluma de Trueba algunos juicios de novelas y de novelistas.

En el Fraser’s Magazine for town and country , se lee una excelente biografía del conde de Campomanes, que por ciertas semejanzas de estilo [2] y por lo enterado que el autor se muestra de las cosas de España, creí en un principio obra de Trueba, si bien hoy [p. 145] lo dudo mucho, porque el espíritu protestante con que está escrita y ciertas frases sacramentales entre los anti-papistas, me inducen a ver en ella una pluma heterodoxa y probablemente extranjera, si ya no la de Blanco (White) como también pudiera sospecharse.

Tales fueron los numerosos trabajos de Trueba en Inglaterra. No le faltaron detractores y en el citado Fraser’s Magazine (número XVII, junio de 1831) puede verse un artículo satírico (acompañado de su retrato), en que se le moteja por llamarse Don , se advierte que nada tiene de extraño el que escriba con pureza el inglés, puesto que podía considerarle como su lengua nativa, y se añaden otras impertinencias de la misma laya. [1] Gloria fué para Trueba figurar satirizado en la Galery of Literary Characters que publicó el Fraser’s Magazine , al lado de Walter Scott, Thomas Campbell, Lockart, Rogers, Thomas Moore, el profesor Wilson y otros varones eminentes.

Cuando la amnistía otorgada por la Reina Cristina abrió las puertas de España a los emigrados de 1823, Trueba y Cosío abandonó la Inglaterra, que le había dado generoso asilo y gloria literaria, y pudo tornar al tan deseado suelo patrio. Promulgado el Estatuto Real de Martínez de la Rosa en 1834, Trueba y Cosío fué elegido por la provincia de Santander para representarla en Cortes y ocupó el puesto de secretario en el Estamento de Procuradores . Distinguióse en aquella Asamblea por su palabra fácil y correcta, por lo avanzado de sus opiniones liberales y por sus hábitos parlamentarios a la inglesa. Tomó parte no secundaria en interesantes discusiones; suscribió la famosa Tabla de derechos en unión con López, Caballero, el conde de las Navas y otros constitucionales vehementes; en un brillante discurso atacó ásperamente al Gobierno con ocasión del motín de la Casa de Correos , y señalóse sobre todo por la violencia y saña con que combatió el empréstito Guebhard, que en 1823 contratara, en nombre de la [p. 146] Regencia, don Javier de Burgos. [1] Pero los largos y fatigosos trabajos de la prensa [2] y de la tribuna, quebrantaron la constitución de Trueba, ya harto débil, y tanto sus padecimientos físicos como graves disgustos políticos le indujeron, en 1835, a hacer un viaje a París, donde residía, de años atrás, su madre. No mucho tiempo después de su llegada, falleció don Telesforo en una quinta inmediata a aquella capital. Perdióle su patria en lo mejor de su edad (a los treinta y seis años) y cuando más sazonados frutos podía esperar de su ingenio, si por ventura, el demonio de la política no continuaba arrastrándole. [3]

En el año mismo de su muerte había publicado Trueba y Cosío en El Artista una esmerada traducción de un largo fragmento de El Sitio de Corinto , de Lord Byron. [4] Ocupábase entonces en ordenar y traducir sus propias obras, con intento de hacer una edición castellana de todos sus escritos. En ella debía entrar un tomo de poesías castellanas debieron extraviarse; a lo menos no se conservan entre sus papeles. Yo sólo conozco un soneto a Riego , la indicada versión de Byron y un himno a Santander , que puesto en música, llegó a adquirir cierta popularidad en nuestro pueblo, y comenzaba:

       ¡Santander, oh mi patria adorada,
       Aunque lejos de ti yo me viera...

Aunque harto lejano de aquel sublime e incomparable amor de patria que anima la oda catalana a Aribau:

       A Deu siau, turons, per sempre á Deu siau...

distíngase el himno de Trueba por la sencilla y natural expresión del sentimiento, cual se observa en la siguiente estrofa:

        [p. 147] Los impulsos del tiempo y la ausencia
       Tu memoria borrar no podían,
       Pues al par que mis años crecían
       El amor a mi pueblo creció... [1]

No fueron estas solas las obras que produjo la incansable actividad literaria de Trueba. En una biografía suya, inserta en El Artista , vemos citadas cuatro comedias, que según advierte el articulista (D. E. O. probablemente don Eugenio de Ochoa) «se representaron con aplauso en los teatros de España y en los del extranjero».

Sus títulos son:

-El Seductor Moralista.

-Casarse con cincuenta mil duros.

-El Veleta.

-El Novio en mangas de camisa.

No sé si estas obras llegaron a imprimirse, y por mi parte no he logrado adquirir otra noticia de ellas. Pero a la vista tengo otras cinco, no mencionadas por el biógrafo, todas ellas de poca importancia:

- Entremés de Gil Pataca . Pésimamente versificado.

- El Abogado Sorna . Sainete en prosa, escrito con gracia, imitación de la célebre farsa francesa L’Avocat Patelin , refundida en el siglo pasado por Brueys y Palaprat y diestramente arreglada a nuestra escena por don Ramón de la Cruz.

- Capricho peligroso , ópera en un acto, de valer muy escaso.

- Libros Prohibidos , farsa. Sólo existe la primera hoja, y en verdad que es sensible. Este fragmento promete escenas dignas de parangonarse con el célebre artículo de Larra, «Nadie pase sin hablar al portero o los viajeros en Vitoria».

- Les Stratagémes de Perico on les sourds qui entendet ; juguete escrito en francés, circunstancia rara en Trueba. No podemos dudar de que le pertenezca, porque el manuscrito es autógrafo. Consérvanse, además, entre los papeles de Trueba, el acto tercero de una comedia que hubo de tener cinco y cuyo título [p. 148] era Los Amores de Novela , y el primero de otra rotulada El loco de por fuerza . Es imposible, por estos retazos, formar juicio de tales composiciones.

Condensando ahora en breves términos cuanto he expuesto en el curso de este prolijo estudio, cúmpleme decir:

1.º Que Trueba, sin ser poeta inspirado, fué egregio literato, narrador amenísimo, hombre de gusto severo y acendrado, de fantasía no muy alta ni muy fogosa, de entendimiento claro y flexible, de incansable laboriosidad, de estilo limpio y correcto, falto a veces de fuerzas y de nervio en el decir, más propio para deleitar que para conmover, prolijo en ocasiones por defecto de escuela, escritor, en suma, en quien es más fácil señalar la ausencia de grandes bellezas que la presencia de defectos notables.

2.º Que Trueba inició el género español en la literatura británica, y por la influencia de sus obras, sentida desde Inglaterra hasta Rusia, extendió y popularizó más que nadie el conocimiento de nuestra historia y tradiciones nacionales. Cierto es que los eruditos ingleses conocían y admiraban, de tiempo atrás, muchas de nuestras joyas literarias; cierto que de Inglaterra salieron la primera edición monumental [1] y el primer comentario digno del Quijote : [2] por demás es sabido que el estudio de aquella fábula inmortal trajo consigo el de los libros de caballerías en ella proscritos, libros por nadie tan sagazmente escudriñados como por muchos bibliófilos ingleses; nadie ignora que el teatro español dió materia a las investigaciones de Lord Holland (amigo y protector de Trueba) y de otros críticos no menos profundos y bien encaminados y verdad es, asimismo, que, aparte de otros trabajos de menor importancia, había publicado Southey las Cartas sobre España , las versiones del Amadís y del Palmerín, el poema de Rodrigo y la crónica de El Cid , a la par que Lockhart daba a conocer, en elegantes traducciones poéticas, lo que juzgó mejor de nuestros Romanceros , [3] y Richard Ford estampaba en la Revista de Edimburgo artículos tan ligeros como ingeniosos sobre nuestras [p. 149] cosas, [1] y John Frere, el que en Malta españolizó la poderosa vena de Ángel Saavedra, reproducía con fidelidad admirable algunos fragmentos del Poema del Cid . [2] Pero ha de confesarse que la mayor parte de estos trabajos tenían más de eruditos que de populares, y más se dirigían a un círculo de iniciados hispanistas que a la totalidad del público leyente. Exceptuamos, empero, las versiones de Lockhart que, como antes vimos, puso a contribución el mismo Trueba y Cosío.

3.º Que comparte éste con Blanco (White) la gloria, a ningún otro español (que sepamos) concedida, de haber escrito con vigor, pureza y corrección el inglés en obras de extensión e importancia.

4.º Que gracias a su educación inglesa fué quizá, y sin quizá, Trueba y Cosío el primer escritor español que abrazó de lleno el romanticismo , como lo demuestra su Elvira , escrita en 1823, cuando solos Aribau y López Soler mostraban, en Barcelona, algunos conatos de independencia. La publicación de sus obras inglesas, desde 1828 a 1832, precedió y sirvió de poderoso estímulo al Duque de Rivas y a otros ingenios españoles, de temple superior al de Trueba, para lanzarse resueltamente en el camino del romanticismo histórico , que recorrieron con tanta gloria. El Moro Expósito vió la luz pública en 1834, cuando ya eran universalmente conocidas las novelas y leyendas de Trueba y Cosío.

5.º Que puede y debe considerarse a éste como padre de la novela histórica entre nosotros, por más que escribiera en una lengua extraña. Cuando sus libros penetraron en España, dos casas editoriales, una de Barcelona, otra de Valencia, surtían de novelas a nuestros lectores; sus prensas se alimentaban exclusivamente de traducciones, sólo López Soler había interrumpido la monotonía, lanzando al mundo en cuerpo y alma el Ivanhoe disfrazado con el nombre de Caballero del Cisne y sin más alteración que traer la escena al tiempo de don Juan II. Pero conocido [p. 150] por la versión de Torrente el Gómez Arias de Trueba y popularizadas, casi al mismo tiempo, las obras maestras de Walter Scott, hiciéronse en este género apreciables ensayos, entre los cuales merecen recordarse la Doña Isabel de Solís , de Martínez de la Rosa; El Doncel de don Enrique el Doliente , de Larra; Sancho Saldaña , de Espronceda; El Señor de Bembivre , de Enrique Gil, y si llegamos a los autores que aún viven, La Campana de Huesca , del señor Cánovas del Castillo, y Blanca de Navarra , del señor Villoslada, aparte de otras obras notables debidas a la pluma de los señores Escosura, Fernández y González y algún otro que al presente no recordamos, por ser escasos nuestros conocimientos en esta rama de la literatura contemporánea. Digno es, en verdad, de atención, este movimiento, por más que no haya logrado (según entendemos) producir una obra comparable al Ivanhoe , de Walter Scott; al Rienz í, de Bulwer, a I Promessi Sposi , de Manzoni; al Marcos Visconti , de Tomás Grossi, o al Cinq-Mars , de Alfredo de Vigny. Y justo es decir que no sólo en Castilla, sino en el resto de la península ibérica fué Trueba y Cosío el primero en dar el impulso decisivo, pues tampoco en Portugal, hoy justamente ufana con el Monasticon y las Lendas e Narrativas de Alejandro Herculano, que parecen inspiradas por las leyendas del escritor santanderino, se había intentado nada en tal sentido.

Por todas las razones expuestas, merece nuestro ilustre conterráneo un puesto muy señalado entre los primeros escritores de segundo orden de una época literaria a nosotros próxima, pero ya fenecida. El lauro de iniciador debe ir unido a su nombre con plena y absoluta justicia. Y esta noble ciudad, en que se mereció su cuna y a la cual conservó siempre amor encendido y entrañable, mientras vagaba triste, aunque lleno de gloria, por las orillas del Támesis, justo es que honre la memoria de hijo suyo tan preclaro, ya que tanto la honraron los extraños, si no con estatuas ni monumentos, porque tal vez no merece tanto, si no con una edición completa de sus obras, como pudiera y debiera hacerse, a lo menos con una de esas demostraciones que tanto dicen y que nada cuestan, colocando su retrato en las Casas Consistoriales, a la manera que Cataluña coloca los de sus ilustres hijos en el Salón de Ciento , abriendo certamen para premiar memorias sobre su vida y escritos que hagan olvidar la imperfecta y la desaliñada que hoy [p. 151] publico, o dando, por lo menos, a una de las calles su nombre, popular un tiempo en Inglaterra, hoy un tanto oscurecido, pero no del todo menoscabado. No olvidemos que la gloria de las letras es, después de la virtud, la más grande y pura de las glorias humanas, y que poco valen, comparados con ella, la gloria militar ni el esplendor de la riqueza. Y felices mil veces los escritores que, como Trueba y Cosío, jamás tiñeron su pluma con los colores de la impureza, ni mancharon su boca con el aliento de la detracción, sino que consagraron sus esfuerzos todos al enaltecimiento de las glorias de su patria y con el más ilustre de los poetas lemosines contemporáneos, pudieron exclamar:

       Y pus coneix los fets, fets d’alt’exemple,
       Y ‘ls noms de tots tos héroes y tos reys,
       Com’ heralt en las portas de ton temple,
       Proclamaré llurs glorias y serveys. [1]

¿Qué mejor divisa para las Leyendas Españolas de Trueba y Cosío?

Si el modesto ensayo que publico despertase en alguno de los ingenios que hoy enaltecen el nombre de Cantabria el deseo de conocer y estudiar más de cerca al compatricio insigne, de cuya vida literaria he trazado breve compendio, tendría por fructuoso este libro y por muy perdonable el pecado de haberle escrito. Desdicha ha sido para el autor de El Castellano alcanzar cronista de tan escasas letras, de tan flaco y menguado entendimiento. Sirva a lo menos este volumen para renovar la memoria de Trueba, y quiera Dios que cuando algún extraño nos repita en son de mofa lo que, refiriéndose a otras tierras, dijo Pedro Alcocer a Esteban de Garibay: No pensé yo que en la Montaña había letras, sino armas , sepamos responderle, con harta más razón de la que asistió al cronista vascongado en aquel lance:

«Haylas, señor; húbolas siempre, y no fué Trueba y Cosío el mínimo de ellas.» [2]

[p. 152] APÉNDICES
I
PARTIDA DE BAUTISMO

«Al folio 280 del libro 26 de Bautizados de esta Parroquia de mi cargo se halla la partida que copio:

«Joaquín Telesforo Trueba Pérez.

En la ciudad de Santander, a cinco de enero de mil setecientos noventa y nueve, yo don Manuel de S. Pedro, párroco más antiguo en la Sta. Iglesia de ella, bauticé solemnemente a Joaquín Telesforo, que nació en dicho día, hijo legítimo de don Juan de Trueba y de doña María Pérez Cosío, naturales del lugar de Arredondo en el Valle de Ruesga, y de esta ciudad: abuelos paternos don Mateo de Trueba y doña Escolástica Fernández Alonso, vecinos de dicho lugar: maternos don Joaquín Pérez Cosío, natural de Santander, y doña Manuela de Olavarría, natural de la villa de Usurbil en la provincia de Guipúzcoa, y vecinos de esta ciudad: fueron sus padrinos los expresados abuelos maternos, don Joaquín y doña Manuela que tocó al niño. Advertí a ambos el parentesco espiritual y obligación de instruirle en los Rudimentos de nuestra santa Fe, siendo testigos don Vicente Pérez Olavarría, don Antonio Arango y Francisco Torcida San Miguel, naturales y vecinos de esta expresada ciudad. Por verdad lo firmo.-Don Manuel de San Pedro Ordóñez».

Amalio Cereceda.»

(Sello de la Parroquia).

[p. 153]

II

CATÁLOGO DE LAS OBRAS DE TRUEBA Y NOTICIAS BIBLIOGRÁFICAS DE ALGUNAS DE SUS EDICIONES

Harto breve e incompleto es el adjunto registro, hecho de prisa y sin el caudal de datos suficientes. La escasez en España de algunos libros en él mencionados y las especiales circunstancias en que al redactarle me hallo, impiden hoy darle el grado de extensión y exactitud que yo deseara. Supla la diligencia de algún lector erudito mi falta de noticias. Recibiré gustoso cuantas enmiendas y advertimientos se me dirijan y cuidaré de darlas cabida en los volúmenes sucesivos de estos Ensayos , para que por tal camino llegue a hacerse una completa y esmerada bibliografía de autor tan notable y de tan señalado influjo en la historia literaria de nuestro siglo.

OBRAS CASTELLANAS

(1) Anteojos para cortos de vista o Casa de Marqués de España . Comedia de cinco actos, fecha en Old Hall Green, 1817. Ms. autógrafo.

(2) El Precipicio o las fraguas de Noruega . Melodrama en tres actos. Ms en que falta el acto segundo. Parece dispuesto para la representación y va acompañado de las licencias expedidas en 15 y 21 de septiembre de 1816.

(3) La muerte de Catón , tragedia en cinco actos. Existen de ella dos manuscritos entre los papeles de Trueba. El primero es un borrador incorrecto y lleno de enmiendas; el segundo, copia hecha con esmero, destinada tal vez al teatro, ofrece variantes notables.

(4) Elvira y Miraldo , tragedia en cinco actos. Falta el tercero y del quinto se conservan dos copias, una de ellas no autógrafa y, al parecer, de letra femenina, acaso de una de las hermanas del poeta.

[p. 154] (5) Los Caballeros de industria o el Novio de repente . Comedia en tres actos. Cádiz, 1823. Manuscrito autógrafo. Conserva en Santander los originales de ésta y las cuatro piezas antes mencionadas el señor Don Evaristo del Campo.

(6) El Seductor Moralista. Comedia.

(7) El Veleta . Comedia.

(8) Casarse por cincuenta mil duros . Comedia.

(9) El Novio en mangas de camisa .

Estas piezas fueron representadas, probablemente en Cádiz, en 1823. No he llegado a verlas impresas ni manuscritas. Alguna de ellas se conservó en el teatro hasta tiempos muy posteriores. Persona que nos merece entero crédito recuerda haber visto en las tablas El Novio en mangas de camisa . De sus explicaciones deducimos que era un juguete por demás candoroso e inocente.

(10) Entremés de Gil Pataca.

(11) El Abogado Sorna . Sainete.

(12) Capricho Peligroso . Ópera (como su autor la llama) o más bien, zarzuela.

(13) Libros prohibidos (fragmento).

(14) Los Amores de Novela . Comedia en cinco actos; sólo se conserva el tercero.

(15) Dios nos libre de gallegos o el loco de por fuerza . Comedia en tres actos; no conocemos más que el primero.

El anónimo crítico del Mr. and Mrs. Pringle , dice de Trueba: «He has also written some Spanish dramas that are popular in his native country.» No sabemos a cuál de las quince obras dramáticas mencionadas puede referirse este elogio.

(16) Poesías líricas . Trueba dejó un tomo dispuesto para la imprenta, pero han sido vanas nuestras diligencias para indagar el paradero del manuscrito. Viviré agradecido a quien me depare ocasión de examinarlo. Tal vez formaban parte de esa colección las dos composiciones siguientes:

Himno a Santander , compuesto con motivo de la acción de Vargas, una de las que dieron comienzo a la triste guerra civil de los siete años. Cantóse el himno de Trueba en el Teatro entonces aquí existente y dióse a la estampa en hoja suelta que no ha llegado a nuestras manos. Letra y música viven en la memoria de no pocas personas de nuestra ciudad.

[p. 155] El Sitio de Corinto , poema traducido de Lord Byron. Un largo fragmento se insertó en El Artista (1835).

(17) Discursos Parlamentarios , pronunciados en la legislatura de 1834. Pueden verse en los diarios de cortes de aquel período.

(18) Artículos políticos , publicados en El Eco del Comercio y otros periódicos liberales.

OBRAS INGLESAS

(19) Gómez Arias; or The Moors of the Alpujarras A Spanish Historical Romance. by don Telesforo de Trueba y Cosío. In three volumes. London, Hurt, Chance and Co. 65 st Paul’s Church Yard. 1828. Gunnell and Shearman Printers. Salisbury Square.

La dedicatoria, suscrita en Londres, 1.º de marzo de 1828, está dirigida a Lord Holland, ilustrado hispanista , amigo de Jove-Llanos y Quintana, autor de la Vida de Lope de Vega y de otros escritos notables.

Consta el Gómez Arias de tres tomos 8.º, el primero de XI-250 páginas, el 2.º de 260, el 3.º de 235.

Traducciones:

-Gómez Arias ou les Maures des Alpujarras , Roman Historique Espagnol par don Telesforo Trueba y Cosío, traduit par l’auteur d’ Olesia ou la Pologne , d’ Edgar , et de Vanina d’ Ornano . París. Charles Gosselin. Libraire de son Altese Royal Monseigneur le Duc de Bordeaux, Rue Saint-Germain des Prés, núm. 9. MDCCCXXIX. De l’imprimerie de Lachevardiére. 5 tomos 12.º El traductor fué Defoucaufret, que llevó a término su trabajo con buen acierto.

- Gómez Arias o los Moros de las Alpujarras . Novela histórica, escrita originalmente en inglés por el español don Telesforo Trueba y Cosío, i traducida libremente al castellano por don Mariano Torrente. Madrid, marzo y abril de 1831. Oficina de Moreno, Plazuela de Afligidos.

Tres tomos 12.º, el 1.º de 263 páginas, el 2.º de 283, el 3.º de 240 y dos hs. más, que contienen la Fe de erratas de los tres volúmenes. Precede a la obra una advertencia del traductor con título de Prospecto .

-De la existencia de una traducción alemana dan noticia las dos biografías de Trueba, en su lugar mencionadas.

[p. 156] -Traducción rusa, citada allí mismo.

-Un bibliófilo, amigo nuestro, recuerda vagamente haber visto una versión holandesa.

(20) The Castilian . By don Telesforo de Trueba y Cosío, author of «Gómez Arias». Let’im call it mischief wen ir it pas and prosper’d twill be virtue (Ben Johnson). In three volumens. London, Henry Colburn, New Burlington Street, 1829.

Firmado el prólogo en Richmond, 31 de septiembre de 1828.

Tres tomos. 1.º VIII-310 páginas, 2.º 367, 3.º 371.

London: Shackell and Baylis, Johnson’s Court, Fleet Street.

- Le Castillan ou le Prince Noir en Espagne . Roman Historique Espagnol por don Telesforo de Trueba y Cosío, traduit par M. C.-A. Defoucaufret, traducteur de l’Histoire de Christophe Colomb, etc. París. Charles Gosselin, Libraire de son Altesse Royal Monsegneur le Duc de Bordeaux, Rue St. Germain des Prés, núm. 9. MDCCCXXIX. 8.º-De l’imprimerie de Lachevardiére.

- El Castellano o El Príncipe Negro en España . Novela Histórica Española por don Telesforo de Trueba y Cosío. Traducción libre de D. J. S. S.-Barcelona. Imp. de don Juan Oliveres, Editor, calle de Escudillers, núm. 53.-1845.

Dos tomos 8.º 1.º de 234 páginas, 2.º de 254.

-Versión Alemana.

-Ídem rusa. Citadas por D. E. O. y D. A. García Manglaez en los artículos biográficos de Trueba, antes recordados.

(21) The Romance of History Spain . By don T. de Trueba. Truth is strange, stranger than fiction (Lord Byron). In three volumes. London, Edward Bull, Holles Street. 1830.

Tres volúmenes 8.º El 1.º contiene las leyendas siguientes:

The Gothic King.

The Cavern of Covadonga.

The Pass of Roncesvalles.

The Maiden Tribute.

The Count of Castile.

The Infants of Lara.

The Poisoned Goblet.

The Knight of Bivar.

Tiene VII-367 páginas.

[p. 157] El segundo abraza las narraciones tituladas:

The Fair Jewess.

The Spanish Crusade.

The Conquest of Sevile.

Guzman the Good.

The Brothers Carvajal.

A legend of Don Pedro.

The Master of Santiago.

The Retributive Banquet.

VI-354 páginas.

El tercero encierra las siguientes:

The Fate of Luna.

The Dethronement.

The Downfal of Granada.

Padilla and the Comuneros.

The Mountain King.

The Secretary Pérez.

The Fortunes of Calderon.

The Cardinal’s Plot.

VI-354 páginas.

Los tomos 1.º y 3.º fueron impresos por Samuel Bentley, Dorset Street; el 2.º por Gunnell and Shearman, Salisbury Court.

Con error afirmamos en el texto de la biografía de Trueba que el Romance of history of England , obra de John Neele, fué posterior a la de Trueba. Éralo en efecto la impresión que de ella examinamos, pero en el número de la Revista de Edimburgo correspondiente al mes de mayo de 1828, vemos un artículo crítico sobre la primera edición de dicha obra, que apareció en aquel año.

- L’Espagne Romantique . Par don Telesforo de Trueba y Cosío, traduite per M. C.-A. Defoucaufret... París, Charles Gosselin, Libraire de son Altesse Royale Monseigneur le Duc de Bordeaux, Rue St. Germain des Prés, núm. 9. MDCCCXXX.

Cinco tomos 8.º Las traducciones de Defoucaufret llevan el título general de Romans Espagnols y forman colección con las Novelas Escocesas de Walter Scott y de Edward Mac Kauley, con las Suizas de Enrique Zschokke, con las Inglesas de Horacio Smith [p. 158] y las Americanas de Fenimore Cooper, vertidas al francés por el mismo intérprete.

-Traducciones alemana y rusa mencionadas por diversos bibliógrafos, aunque sin las indicaciones tipográficas necesarias.

- España Romántica . Colección de anécdotas y sucesos novelescos sacados de la Historia de España. Obra escrita en inglés por don Telesforo Trueba y Cosío. Puesta en castellano por don Andrés T. Manglaez. Barcelona: Librería de don J. A. Sellas y Oliva, editor del Diccionario Universal de Mitología o de la Fábula , calle de la Platería, 1840.-(Imprenta de José Tauló, calle de la Tapinería.)

Cuatro volúmenes 8.º 251 páginas el 1.º (contiene siete leyendas), 227 el 2.º (cinco leyendas), 256 el 3.º (siete narraciones), 222 el 4.º (cinco leyendas y unas noticias biográficas de Trueba).

El editor barcelonés ofreció publicar traducida la obra de Neele, pero no sabemos que llegase a realizar tal propósito. [1]

(22) The life of Hernan Cortes . By don Telesforo Trueba y Cosío.

(23) Conquest of Peru .

(24) The Incognito.

(25) Salvator the Guerrilla .

(26) Paris and London.

No habiendo podido completar las noticias bibliográficas de estos cinco libros, por haberse extraviado algunas de las notas que sobre Trueba teníamos extendidas y no ser fácil rehacerlas, no existiendo en Santander ejemplar alguno (que sepamos) de tales obras, reservamos éstas y otras adiciones al presente catálogo para el tomo siguiente de estos ensayos críticos . En el texto se ha dicho lo suficiente acerca del mérito literario de estas obras que, según parece, fueron trasladadas al francés y al alemán.

(27) Artículos en la Revista Metropolitana . Entre ellos unos estudios sobre las cárceles de Londres.

(28) Id. en la de Edimburgo.

Teatro.

(29) The Exquisites, comedy . Estrenada en Covent-Garden.

[p. 159] (30) «Duncombe’s Edition. Call again tomorrow. A musical farce in one act. By don T. de Trueba y Cosío, Author of «The Exquisite»-«The Castilian», etc., etc. The only edition correctly marked, by permission, from the prompter’s book: to wich is added, a description of the costume-cast of the characters; the whole of the stage business-situations-entrances-exits-propertiers, and directions. As now performed at the Theatre Royal English Opera. Embellished with a fine engraving, by Mr. Jones, from a original Drawing taken in the Theatre. London: Printend and published by J. Duncombre, 19. Little Queen Street, Holborn.

8.º, ocho páginas con un grabado en acero. Tiene el número 76 en la Galería dramática de Duncombe.

(30) The Arrangemen. A musical farce.

(31) The Royal Delinquent.

(32) Mr. and Mrs. Pringle: A comic interlude, in one act.

By don T. de Trueba y Cosío, Author of The Castilian, The Exquisite, etc. Printed from the acting copy, with remarks, biographical and critical by D. G. T. wich are added: A description of the costume-cast of the Characters, entrances and exits-relative positions of the performers on the Theatres Royal, London. Embellished with a fine engraving, by Mr. Bonner, from a Drawing taken in the Theatre, by Mr. R. Cruikshank. London. John Cumberland, 2. Cumberland Terrace, Camden New Town.

8.º, 27 páginas con un grabado. Tiene el núm. 230 en el Cumberland’s British Theatre.

(33) The men of pleasure . Pieza mal acogida en el teatro, según noticias.

(34) The Renegade. Tale Poetique in three cants. Cant First.

Manuscrito en poder del señor don Evaristo del Campo. Por estar incompleto este poema y por no abultar en demasía el presente volúmen, no le incluímos a continuación.

Confiamos en que la Sociedad de Bibliófilos cántabros , próxima ya a comenzar sus tareas, ha de darnos una completa y correctísima edición de las obras castellanas e inglesas de Trueba, publicación que, a no dudarlo, ha de ser bien acogida por los amantes de las letras españolas.

[p. 160] III

POESÍAS CASTELLANAS DE TRUEBA Y COSÍO

A falta de otras, sin duda más notables, reproducimos las dos composiciones siguientes, la primera por ofrecer cierto interés local, a parte de su escaso mérito literario, achaque común a los versos de circunstancias; la segunda por parecernos notable como versión y digna de ser conservada, no obstante los grandes defectos de estilo y versificación que en parte la afean.

                             HIMNO

           ¡Santander! A la Iberia tú diste
       De heroísmo un hermoso dechado,
       En cada hijo encontraste un soldado,
       Cuando el suelo natal peligró.
           Tu falange, que pocos encierra,
       Contra el fiero enemigo se lanza,
       Que no sufre el valiente tardanza
       Cuando al campo el deber le llamó.
           Gente escasa y bisoña se apresta
       Desprovista de tren belicioso;
       Todo falta al patriota animoso,
       Todo falta, mas sobra el valor.
           Silba el plomo, el caballo relincha,
       Ya los aires la trompa ensordece,
       Ya de Vargas el campo estremece
       De Mavorte el horrendo estridor.
           Mas, propicia la suerte a su lado,
       La victoria sus alas tendía,
       Y un momento de noble osadía,
       Con un siglo de gloria premió.
           Santander, oh mi patria adorada,
       Aunque lejos de ti yo viviera,
       Ni un instante tu imagen perdiera
       Aquel pecho do fiel se grabó.
           Los impulsos del tiempo y la ausencia
       Tu recuerdo borrar no podían,
        [p. 161] Pues el par que mis años crecían
       El amor a mi pueblo creció.
           Santander, siempre fiel, siempre noble.
       Si otra vez se la ve combatida,
        Podrá ser por la fuerza vencida
       Pero falsa al deber, eso no.

                                                                              1833.

FRAGMENTO TRADUCIDO DEL SITIO DE CORINTO

                    POEMA DE LOR BYRON

       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .                   
           Erraba por la playa sin destino,
       Hasta que a tiro vino
       Del enemigo muro.
       ¿Mas cómo estar seguro
       Pudiera de sus fuegos?... ¿No le vieron?...
       ¿Traidores los cristianos se volvieron?
       ¿O, cobardes al riesgo ya cercano,
       Se heló su corazón, tembló su mano?...
           No sé qué causa sea,
       Que al pie del muro un infiel pasando,
       Ni del cañón el rayo centellea,
       Ni sale el plomo destructor silbando.
           Ya tanto se acercaba
       Que del alerta centinela oía
       La bronca voz-y a par que Alpo movía
       La planta incierta, el suelo resonaba.
           Al foso llega y mira estremecido
       De flacos perros un tropel hambrientos
       Con funesto murmullo devorando
       Los cuerpos que insepultos allí estaban.
       Y al hórrido festín tan sólo atentos,
       Entonces de ladrar no se curaban.
       La greñuda cabeza de un soldado
       De carne y pelo habían despojado,
       Y los blancos colmillos rechinaban
       Sobre el cráneo más blanco todavía,
       Que al golpe de sus dientes no se hendía,
       Resbalándose siempre a la quijada;
       Y el hambre ya saciada,
        Los huesos descarnados
       Volteaban con holganza a todos lados;
        [p. 162] Y ninguno pudiera
       Alzarse del lugar donde yaciera.
       Pues en pos de un ayuno riguroso
       ¡Tanto cebaron su apetito ansioso!
           Alpo mira con pena
       Turbantes mil rodando por la arena,
       Y de ellos los primeros
       Fueran de sus más dignos compañeros;
       De verde y carmesí los largos chales,
       En sangre reteñidos,
       Do quier se presentaban esparcidos,
       ¡De la lid anterior signos fatales!
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
           Y allí cerca, del golfo en la ribera,
       Un buitre con sus alas azotaba
       A un lobo atroz que de los altos cerros
       Al olor de la presa caminaba.
       Y después a la playa se abalanza,
       Y ceba su venganza
       El resto de un frisón, que con graznidos,
       Del eco tristemente repetidos,
       Las aves de rapiña circundaban,
       Y con sus corvos picos desgarraban.
           Alpo torna la vista
       Del horrible espectáculo al momento;
       Jamás tembló en combate truculento:
       Empero prefiriera
       Mirar en medio de la lucha fiera
       Los heridos, con sed y fiebre ardiendo,
       Y entre agudos dolores perecieron,
       Que ver los infelices que finaron,
        Y aun en la muerte asilo no encontraron.
       Al sublime estridor de la contienda,
       ¿cuál es el corazón que no se encienda?
           Allí los ojos del honor glorioso
       Ven con placer cada acto belicoso;
       Mas cuando cesa de la lid furiosa
       El hórrido fragor... y el aire puebla
       Triste tranquilidad!-la voz piadosa
       De compasión agita el noble pecho,
       Al ver varones fuertes y marciales
       Herencia de sangrientos animales,
       Y luego en derredor del duro lecho
       Aves, brutos, gusanos
       Sobre el yerto cadáver agolparse,
        [p. 163] Y todos, ¡ay, gozarse
       En la disolución de los humanos!...
           Allí de un templo ruinas venerables
       Cubren desierto suelo;
       Dos columnas de mármol destrozadas
       Sólo quedan en pie, y algunas losas
       De infructífera yerba entrelazadas...
       ¡Vestigios de grandezas ya olvidadas!
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
           Alpo mustio se sienta
       Sobre la base de un pilar truncado,
       Y pasa por su frente cuidadosa
       La mano temblorosa,
       Y de zozobra y confusiones lleno
       Reclina la cabeza sobre el seno.
       Mas pronto en su letargo fuera herido
       De un blando, agudo y plácido sonido...
       ¿Será por dicha el viento
       Que hiriendo la hendidura
        De hueca piedra, silba con dulzura?
       . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
           Alza la vista. El mar está en reposo,
       Terso y unido de cristal parece.-
       La flor en la pradera no se mece,
       Ni suenan las banderas ondeantes
       Que plegadas están. Ni el dulce aliento
       Del céfiro las hojas adormidas
       Del monte Cyteron ha sacudido.-
       Ni menos Alpo siente
       Bañado el rostro del nocturno ambiente.
       El plácido sonido
       ¿De dónde pues naciera?...
       Torna la vista y con asombro viera,
       Sentada en las ruinas la figura
       De una brillante y joven hermosura!

                                      TELESFORO DE TRUEBA Y COSÍO.

(Publicada en El Artista , 1835)

Notes

[p. 90]. [1] Yo seguí el común error en el artículo Bustamante de la Biblioteca de traductores , que tengo en preparación. Hízome reparar en él y atinar con lo cierto mi sabio y paisano don Gumersindo Laverde Ruiz.

[p. 92]. [1] En la Historia del Colegio viejo de S. Bartolomé de Salamanca, por el Marqués de Alventos, y en la Biblioteca de Rezabal y Ugarte se nombran varios montañeses teólogos y jurisconsultos.

[p. 93]. [1] Casi al mismo tiempo que florecían estos dos eruditos, hizo largas investigaciones sobre puntos enlazados con la historia de esta provincia el señor don Blas Barreda y Horcasitas. Sus trabajos permanecen manuscritos.

[p. 94]. [1] Omitimos varios escritores de principios de este siglo que trataron de cuestiones políticas, económicas, administrativas, etc., etc., cuales son el abate Gángara, don Pedro Fernández Vallejo, cura de Ijas, el ciudadano F. C. (Félix Cavada), don Pedro Ceballos, etc., etc., por ser sus obras, aunque notables bajo otros aspectos, de poco interés literario.

[p. 96]. [1] Tal resulta de la partida bautismal que nos han facilitado el bondadoso párroco del Cristo señor don Amalio Cereceda, después de examinar escrupulosamente los libros de su cargo desde 1789 hasta 1803. Véase íntegro dicho documento en el apéndice núm. 1.

[p. 99]. [1] Refiero aquí; no juzgo. Trátase de hechos pasados y a los cuales no el criterio político sino el histórico debe aplicarse.

[p. 100]. [1] Saviñón puso en verso castellano el Polinice (los Hijos de Edipo ) y el Bruto Primero (Roma Libre) . De don Dionisio Solís son las versiones del Orestes (el Hijo de Agamenón) el Philippo (Felipe II) y la Virginia . De la Conjura dei Pazzi hizo una mala imitación (Lucrecia Pazzi) don F. Rodríguez de Ledesma. A don José Joaquín Mazuelo (tal vez anagrama) debióse la traducción de la Sofonisba . Aún hay otras que ahora no recuerdo. Posteriormente han sido admirablemente vertidas a nuestra lengua otras dos tragedias de Alfieri, la Mirra por el eminente poeta catalán (muerto en 1832) don Manuel Cabanyes y la Mérope por el señor Hartzenbusch.

[p. 101]. [1] El Juan Carlas y el Cayo Graco entre otras.

[p. 105]. [1] La tragedia de Almeida Garret imprimióse suelta en 1822. Forma el tomo segundo de la colección de sus obras completas publicado en 1840.

[p. 106]. [1] Sigo la edición de la tragedia de Addison hecha en 1815 por C. Wattingam. El trozo en cuestión hállase al fin del acto 4.º

[p. 107]. [1] No transcribiremos el texto de Addison por ser bien conocido.

           

[p. 108]. [1] Nótese el prosaísmo de algunas frases, la flojedad y desaliño de ciertos versos y la mala elección del asonante en ao en el primero de los pasajes transcritos.

[p. 110]. [1] Existe de igual suerte que los del Canton y la Elvira en poder del señor don Evaristo Campo-Serna, que ha tenido la bondad de facilitárnoslos.

[p. 111]. [1] Tengo noticia de seis traducciones en verso castellano de esta elegía, la de Pérez del Camino (imitación más bien), la de D. J. V. Alonso, la de Miralla, la de Hevia, la de don José Fernández Guerra y la de don Enrique de Vedia.

[p. 123]. [1] El célebre traductor de Walter Scott, y autor del Masaniello.

 

[p. 124]. [1] Otra escribió don Dionisio Solís con título idéntico.

[p. 125]. [1] Véase tratado este punto, y otros que adelante tocaremos, en la excelente obra de nuestro sabio maestro el Dr. Milá y Fontanals, La poesía heroico-popular castellana.

 

[p. 126]. [1] Sobre Rodrigo existe también una novela del siglo pasado, escrita por don Pedro Montengón; no carece de mérito, dados el tiempo en que vió la luz pública, y las personales condiciones de su autor.

[p. 133]. [1] Altés, al reimprimir estas tragedias en su colección dramática, años después de haber sido representadas, las puso por nota gran parte de la leyenda de Trueba y Cosío traducida al castellano.

[p. 133]. [2] Expresión atinadísima de Salvá.

[p. 133]. [3] Otra leyenda de Mudarra (en prosa) muy semejante a la de Trueba se halla en las obras del notable escritor salmantino don José Somoza (Madrid, 1842).

[p. 135]. [1] Más tarde aprovecharon estas fuentes diversos novelistas y poetas, entre ellos el señor don J. Joaquín de Mora en tres de sus leyendas españolas , publicadas en Londres, y el señor Navarro Villoslada en Doña Urraca de Castilla.

 

[p. 137]. [1] Suponen Dieze y otros eruditos historiadores de la poesía provenzal que el canto de Gavaudan se escribió para la cruzada de 1295, que terminó con el desastre de Alarcos, pero Fauriel y Milá y Fontanals le juzgan, con más probabilidad, compuesto para la de 1212.

[p. 137]. [2] La conquista de la Bética.

[p. 137]. [3] El Fernando , especie de parodia de la Jerusalem del Taso.

[p. 137]. [4] Sevilla Restaurada.

 

[p. 138]. [1] . Existen además sobre el asunto de Guzmán (entre otras producciones que al presente no recordamos) una oda muy mediana de Montengón, un frío monólogo de Irirate, y una tragedia de D. E. R. (don Enrique Ramos), escritores los tres del siglo pasado. A todos supera el hermoso drama del siglo XVII, Más pesa el Rey que la sangre , obra de Luis Vélez de Guevara.

[p. 138]. [2] . Londres, 1838.

[p. 141]. [1] En sus leyendas intercala Trueba numerosos fragmentos de romances, tomados de las traducciones inglesas de Lockart.

[p. 142]. [1] Alguna reminiscencia de este libro descubrimos en el titulado París, Londres y Madrid de don Eugenio de Ochoa, biógrafo y admirador de Trueba y Cosío.

[p. 142]. [2] En tratar este linaje de asuntos precedió Trueba a un distinguido novelista contemporáneo, que, con general aplauso, ha introducido entre nosotros el género episódico de Erckman-Chatrian.

[p. 143]. [1] Véanse las Observaciones suscritas D-G , al frente de esta comedia de Trueba, impresa en 1831.

[p. 144]. [1] Existen dos castellanas, ambas muy breves, publicada la una en El Artista (1835) periódico dirigido por los señores Ochoa y Madrazo; inserta la otra (casi del todo fundada en la anterior) al fin de la traducción castellana de sus Leyendas o España Romántica (Barcelona, 1840).

[p. 144]. [2] No obstante que, por confesión de muchos críticos ingleses, el lenguaje de Trueba y el de Blanco (White) son dechados de pureza y corrección, es lo cierto que conservan siempre un sabor neo-latino, muy marcado, y que el elemento sajón es en ellos poco dominante, como fácilmente notarán aún los que (como de nosotros confesamos) no estén muy versados en las delicadezas gramaticales de la lengua británica.

[p. 145]. [1] «Don T. de Trueba y Cosío was educated here, at some Roman Catholic college. Here his spent his youth... English is his vernacular tongue, and he can no more write spanish than Lord Palmerston or Dr. Bowring... Trueba, be he Spaniard or Briton by education, writes passable novels in irreproachable English. His name is an injury to him» etc. La caricatura le representa danzando.

[p. 146]. [1] No insistimos aquí sobre la vida política de Trueba, por juzgarlo poco conducente a nuestro propósito.

[p. 146]. [2] En el Eco del Comercio , periódico que dirigió por aquellos años nuestro sabio y respetable amigo don Fermín Caballero, léense artículos políticos de Trueba y Cosío, que demuestran en él dotes de polemista no vulgares.

[p. 146]. [3] Muerto ya Trueba, publicóse de él una semblanza sangrienta entre las de los diputados de 1834.

[p. 146]. [4] Apéndice núm. 3.

[p. 147]. [1] He recogido de la tradición oral ésta y las demás estrofas del himno que según noticias, se imprimió en hoja suelta, y acompañado de la música, en 1833.

[p. 148]. [1] La publicada en Londres, 1738, bajo los auspicios de Lord Carteret.

[p. 148]. [2] El del Dr. Bowle impreso en 1781, en castellano.

[p. 148]. [3] Ancien spanisch ballads historical and romantic translated by C. Lockhart. La primera edición es de 1823.

[p. 149]. [1] Véanse especialmente los titulados Sketch of Spanish Poetry antecedent to the age of Charles the Fifth (Enero de 1824), Sketch of the Lyric Poetry of Spain during the age of Charles the Fifth (julio del mismo año).

[p. 149]. [2] Tres de estos retazos se imprimieron como apéndices a la Crónica del Cid , de Southey, los otros tres han permanecido inéditos hasta 1871 (Edimb. Rev. abril, 1872).

[p. 151]. [1] Rubió y Ors. Lo Gaytér del Llobregat .

[p. 151]. [2] Memorial histótico-español , tom. VII. «No pensé yo que en Guipúzcoa había letras sino armas.»-«Háylas, señor, y yo soy el mínimo de ellas», contestó Garibay.

[p. 158]. [1] En El Museo de las familias publicóse una traducción de la leyenda de La Conquista de Sevilla hecha por D. N. Iturralde.