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Obras completas de Menéndez... > HISTORIA DE LA POESÍA... > I. Historia de la Poesía... > V : PUERTO RICO

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La pequeña y pobladísima isla de Borinquen, cuya tranquila prosperidad en los tiempos modernos contrasta con el infelicísimo destino de Santo Domingo, pertenece al número de aquellos pueblos afortunados de quienes puede decirse que no tienen historia. Traída a la civilización por aquel romántico viejo Juan Ponce de León, que se perdió por las soledades de la Florida buscando la fuente de la Juventud, no llamó en los primeros tiempos la atención de los conquistadores más que por sus veneros auríferos; y explotados éstos, vino a caer en el mismo olvido que Cuba, Jamaica, la Española y demás Antillas, que parecían dominio insignificante puestas en cotejo con las grandezas y maravillas del continente americano. [1] Puerto Rico no tuvo Universidad como Santo Domingo y la Habana, pero sí algunas escuelas de Gramática Latina y de primeras letras, no tan pocas como se ha puesto. [2] [p. 326] Estas circunstancias, unidas a la casi incomunicación en que vivía Puerto Rico respecto de las demás colonias españolas, bastan para explicar la ausencia de tradiciones literarias en la isla durante tres siglos.

Ponce de León había tenido por cantor de sus hazañas al [p. 327] indispensable Juan de Castellanos, en los siete cantos de su Elegía sexta , que es, por cierto, de las más agradables de leer.

El único recuerdo literario que el nombre de Puerto Rico sugiere en nuestra edad clásica bastaría, sin embargo, para envanecer a un pueblo de historia menos modesta. Desde 1620 hasta 1625, según unos, o 1627, según otros, estuvo el báculo episcopal de la pequeña Antilla en manos del gran poeta de la Grandeza Mexicana , de El Siglo de Oro y de El Bernardo , que después de haber regido la Abadía mayor de Jamaica tal como de sus letras y celo piadoso podía esperarse, pasó a gobernar la diócesis de Puerto Rico, cuya jurisdicción, mucho más extensa que al presente, comprendía las islas de Margarita, Trinidad y San Martín; y las poblaciones de Cumaná, Cumagote, Nueva Barcelona, San Felipe, Santo Tomé de Guayana y otros lugares de Costa Firme. Recientes investigaciones hechas en la isla [1] permiten adicionar algo las noticias que en 1821 estampó nuestra Academia al frente de su edición de el Siglo de Oro. No sólo consta que Balbuena asistió en 1622 al Concilio provincial de Santo Domingo, sino que la Iglesia de Puerto le debe especial gratitud por haberla dejado heredera de toda su fortuna, que al parecer era cuantiosa. «Pretendió Balbuena (dice D. Diego Torres de Vargas, cronista y canónigo de la catedral) hacer un convento de monjas Bernardas en el Viso y aunque envió muchos frutos y dineros en los navíos que salieron aquellos años de este puerto, los más se [p. 328] dieron; con que conociendo que Dios nuestro señor quería que se gastase la renta en utilidad de la parte donde se ganaba, mudó de parecer, y habiendo fallecido el año 1625, mandó su hacienda a la Iglesia, con encargo de que labrase una capilla de San Bernardo para sagrario, y en ella se colocasen sus huesos, dotando la lámpara del aceite que pudiera gastar cada año, y en cada primer domingo de mes se le dijese una misa cantada, y el día del señor San Bernardo otra, con sermón y vísperas, como todo se hace. Los oficiales de la Real Hacienda pusieron pleito al testamento de dicho obispo, por decir que no era válido su otorgamiento y S. M. mandó se diese la hacienda a la Santa Iglesia.»

Las misas siguen diciéndose, y celebrándose la festividad y vísperas, pero no hay túmulo ni inscripción que exactamente indique el lugar donde descansan los restos del poeta, que en Puerto Rico retocó el Bernardo y escribió su prólogo, enlazando así en cierto modo la gloria de su nombre con la de la isla, y haciéndola sonar por todos los países donde se habla o entiende la lengua castellana.

Una calamidad, que lo fué juntamente para Puerto Rico y para su prelado, el asalto y saqueo de la isla por una expedición de piratas holandeses que incendiaron el palacio episcopal y las escrituras de la Iglesia en 1625, nos ha privado, a la vez que de la mayor parte de los documentos concernientes a la prelacía de Balbuena, de muchas obras que desde México traía preparadas para la publicación, y de las cuales sólo conocemos los títulos, que conservó uno de sus panegristas, el licenciado Miguel de Zaldierna: la Cosmografía Universal , el Divino Cristiados (que sería probablemente un poema análogo a los de Hojeda y Jerónimo Vida), la Alteza de Laura (que quizá fuese una novela pastoril o amatoria), y el Arte Nuevo de Poesía , donde es de suponer que diese libre expansión a aquel criterio casi romántico que ya campea en su juvenil Compendio apologético en alabanza de la poesía . A esta pérdida aluden aquellos sabidos versos de Lope de Vega en el Laurel de Apolo:

                          Y siempre dulce tu memoria sea,
                         
Generoso Prelado,
                         
Doctísimo Bernardo de Balbuena.
                         
Tenías tú el cayado
                   [p. 329] De Puerto Rico, cuando el fiero Enrique,
                  Holandés rebelado,
                  Robó tu librería;
                  Pero tu ingenio no, que no podía. [1]

[p. 330] Sin detenernos en estas dulces y gloriosas memorias, hay que pasar rápidamente por el siglo XVIII, en que apenas se cita ni una sola obra puerto-riqueña por el asunto, ya que no por el autor, a excepción de la Historia geográfica, civil y natural de la isla de Puerto Rico, de Fr. Íñigo Abad y Lasierra, que ha sido continuada y anotada con sólida erudición en nuestros días por D. José Julián de Acosta. [1] De 1807 data la introducción de la imprenta en aquella colonia. [2] En 1814 existía ya una publicación periódica, [p. 331] El Diario Económico , merced a la generosa iniciativa del ilustre intendente D. Alejandro Ramírez, uno de los grandes bienhechores de la isla, y en quien propiamente empieza su desarrollo y prosperidad. Ramírez, de quien D. Alejandro Tapia ha escrito que «organizó la administración, creó la riqueza, amortizando el funesto papel moneda que mataba el crédito público, abrió puertos al comercio y facilitó la inmigración extrajera», fué también el fundador de la Sociedad Económica de Amigos del País, bajo cuyos auspicios se abrieron cátedras de francés, inglés, dibujo y matemáticas, y más adelante, de cosmografía, química agrícola y botánica. Al mismo tiempo comenzó a mejorarse y difundirse la instrucción primaria, y se hicieron laudables ensayos para aclimtar otras enseñanzas superiores, ya en el Seminario Conciliar de San Idelfonso, fundado en 1830 por el obispo D. Pedro Gutiérrez de Cos, ya en el Liceo de San Juan, establecido por el PP. Escolapios en 1837, ya en varios colegios de profesores particulares. Más adelante, por los años de 1845, un benemérito sacerdote español, el Dr. D. Manuel Rufo Fernández, planteó a sus expensas un pequeño laboratorio de física y química y propuso a la Real Sociedad Económica la creación de un Colegio Central preparatorio para carreras académicas y oficiales; pero el proyecto naufragó, a pesar de los buenos deseos del general Conde de Mirasol, que a la sazón gobernaba la isla; y no produjo por entonces más resultados que el envío de algunos jóvenes pensionados a Madrid, para dedicarse a los estudios de las Facultades de Filosofía y Ciencias. A estos jóvenes, que luego han obtenido merecido renombre: Román Baldorioty de Castro, José Julián de Acosta, Alejandro de Tapia y Rivera, se debe la iniciación de Puerto Rico en la cultura moderna. [1]

Antes de 1843 Puerto Rico apenas podía citar ningún nombre de escritor nacido en su suelo, aunque tenía en la historia del arte un nombre de valor relativo, el del pintor José Campeche (1752-1809). De las prensas de la isla tampoco sabemos que hubiese salido libro alguno de importancia, a excepción de los [p. 332] cinco tomos de las Memorias geográficas, históricas, económicas y estadísticas del auditor D. Pedro Tomás de Córdoba, trabajo muy útil, pero más bien administrativo y oficinesco que propiamente histórico.

La primera producción de amena litratura publicada en la isla, y rarísima por cierto, hasta el punto de no consignarse en la única Bibliografía Puerto-Riqueña que tenemos, es una traducción de las Odas de Anacreonte y del poemita de Museo Amores de Hero y Leandro , que juntamente con una colección de 27 anacreónticas originales, las cuales llevan el titúlo común de El Beso de Abibina, publicó en 1838 un clérigo helenista de las Islas Canarias, a quien sus ideas liberales, manifestadas cuando fué diputado a Cortes en el período constitucional del 20 al 23, habían llevado a emigrar a la isla de Trinidad de Barlovento. Llamábase este incógnito traductor (que por el carácter erótico del libro y el carácter sacerdotal de su persona, sólo se atrevió a estampar en la portada las iniciales de su nombre y apellido y de su dignidad de deán de Canarias) D. Graciliano Alfonso; y antes y después del Anacreonte publicó, ya en Canarias, ya en Madrid, un número considerable de traducciones en verso muy difíciles de hallar, pero que he podido reunir merced al concurso de buenos amigos. Tradujo, pues, todas las obras de Virgilio, la Poética de Horacio y los tres poemas de Pope, Ensayo sobre el hombre, Ensayo sobre la crítica y El Rizo robado, sin otras cosas de menos entidad: en todo locual luce conocimiento de varias lenguas antiguas y modernas, facilidad de versificador, cierta excentricidad y pedantería y un gusto tan candorosamente depravado, que resistió al trato familiar con todos los clásicos antiguos y modernos. El Anacreonte y el Museo son de lo mejor o de lo menos malo que hizo; [1] pero El Beso de Abibina caracteriza todavía con más exactitud su escuela y su manera de inofensivo erotismo.

En pos de este libro tan clásico, y que seguramente no pasó del círculo de los amigos del erudito Deán, apareció en 1843 el primer Aginaldo Puerto-Riqueño , [2] producto de una sociedad de [p. 333] amigos «que acordaron-según dicen en el prefacio-componer y publicar un libro enteramente indígena, que por sus bellezas tipográficas y por la amenidad de sus materias, pudiera dignamente, al terminarse el año, ponerse a los pies de una hermosa, o en signo de cariño y reconocimiento ofrecerse a un amigo, a un pariente, a un protector, reemplazando con ventajas a la antigua botella de Jerez, al mazapán y a las vulgares coplas de Navidad.» La idea gustó, y los Almanaques o Aguinaldos , creciendo en importancia y en volumen desde 1857, han proseguido recogiendo hasta nuestros días una gran parte de la producción literaria de Puerto Rico. En este primer Aguinaldo colaboró, con el seudónimo de Mario Kolhmann¸ el excelente escritor madrileño D. Eduardo González Pedroso, que ya entonces mostraba las altas facultades de que había de ser memorable ejemplo el discurso sobre los Autos Sacramentales . Los demás colaboradores, ya en prosa, ya en verso, fueron la poetisa D.ª Alejandra Benítez, y los señores I. Guasp, Jacobo (Pastrana), Hernando (Echeverría), C. Cabrera, Fernando Roig, Martín J. Travieso, M. A. Mateo Cavailhou y F. V. (Francisco Vassallo). Al año siguiente (1844) se celebraron en Puerto Rico fiestas Reales con motivo de la declaración de mayor de edad de D.ª Isabel II, y en el cuaderno de estas fiestas se leen también poesías de cinco de los colaboradores del Aguinaldo , J. M. Echevarría, I. Guasp, Francisco Vasallo, Carlos Cabrera y Francisco Pastrana. [1]

A este primer despertamiento literario contribuyeron algunos estudiantes de Puerto Rico residentes en Barcelona, dando a luz sus juveniles ensayos, primero en un Album Puerto-Riqueño , que no hemos llegado a ver, y luego en El Cancionero de Borinquen (1846), que si no puede estimarse como formal antología, pues mal pueden formarse antologías en una literatura naciente, tiene, sin embargo, la curiosidad de presentar reunidas las primicias de la poesía isleña. Los autores que firugan en este raro librito, dedicado a la Sociedad Económica de Amigos del País de Puerto Rico, e impreso en parte a sus expensas, son: D. Francisco Vassallo, [p. 334] D. Pablo Sáez, D. Manuel A. Alonso, D. Santiago y D. Juan B. Vidarte. D. F. Vassallo y D. Ramón E. de Carpegna. Salvo la buena intención y el recuerdo simpático de la patria lejana, poco hay que elogiar en las páginas de este libro inocentísimo. La mayor parte de estos principiantes se malograron jóvenes, y otros abandonaron pronto el cultivo de la poesía, distraídos en más prosaicas y lucrativas ocupaciones. De todos ellos, el malogrado Santiago Vidarte era el de mayores esperanzas, y su fantasía lírica Insomnio es, con todas sus incorrecciones, vaguedades y reminiscencias demasiado inmediatas, la mejor poesía del tomo, que por otra parte sería impertinente tratar en serio, como obra que es de muchachos. [1] Por entonces amaneció también la prosa de costumbres en los artículos de D. Manuel Alonso, que los coleccionó en 1849 con el título de El Gíbaro . Algunos, como La Gallera, El Baile de Garabato, La pelea de gallos , no carecen de donaire, y como dato histórico sirven todos. [2]

Bajo la protección del ilustre general que hoy preside la Academia Española, [3] se estableció por los años de 1850 la Academia Real de Buenas Letras de San Juan Bautista de Puerto Rico , instituto de vida efímera, que no sobrevivió, según creemos, al mando del general Pezuela, pero que en el corto tiempo que duró, procuró estimular el cultivo literario, haciendo varias publicaciones y abriendo certámenes de poesía. En 23 de enero de 1851 leyó en ella D. Rafael Castro su canto épico a la sierra de Luquillo en octavas reales. En 19 de noviembre del mismo año obtuvieron premio y accésit respectivamente un poema de D. Juan Manuel Echeverría y otro de D. Manuel Felipe Castro sobre la gloriosa defensa de Puerto Rico contra los ingleses en 1797. Otro poema del mismo Echeverría sobre la victoria del Morro y heroica defensa de la ciudad de San Juan contra los holandeses en 1625, estaba [p. 335] designado para premio en el último concurso que celebró la Sociedad, en 1854, pero no llegó a imprimirse en Puerto Rico, sino en Caracas. [1]

Mientras estos ensayos se hacía en la isla, habíase dado a conocer fuera de ella un poeta puerto-riqueño, D. Narciso de Foxá y Lecanda, oriundo de Santo Domingo, y educado en la Habana, por lo cual generalmente se le incluye entre los poetas de la grande Antilla. Ya en 1839 había aparecido en La Siempreviva su romance morisco Ahatar y Zaida ; pero su reputación data principalmente de 1846, en que el Liceo de la Habana premió su Canto épico sobre el descubrimiento de América por Cristóbal Colón , obra correcta y bien versificada, aunque ni mejor ni peor que otros innumerables poemas de certamen. En el género descriptivo merece relativa alabanza su Canto en versos sueltos a la naturaleza de Cuba , si bien la imitación de las silvas de Bello es tan directa y tan poco disimulada que más bien parece paráfrasis, y desgraciadamente sin ventaja alguna de parte del imitador, que por centésima vez vuelve a cantarnos los nevados copos y los broches de oro del algodón, la blanca flor y los purpúreos granos del café, la pura miel de las cañas amarillas, el plátano sonante, la espléndida diadema de la piña «reina feliz del vegetal imperio» , el delicioso aroma del tabaco, la esmeralda viviente del cocuyo, «antorcha de la noche umbría» , y todos los demás lugares comunes de la flora y de la ornitología tropical, que por lo mismo que han sido ya insuperablemente cantados, requieren en el poeta tanto tino para no empalagar ni quedar deslucido en la competencia. Ha de tenerse, no obstante, a Foxá, por ingenio discreto y bastante celoso de la pureza de la lengua, como lo mostró volviendo al yunque una y otra vez sus principales producciones, y bajo este aspecto no deja de justificar los benévolos elogios de nuestro Cañete. [2]

[p. 336] En los Almanaques de Puerto Rico comenzaban a darse a conocer nuevos poetas: D. Juan Francisco Comas, que a los diecinueve años publicó en Mayagüez (1858) una colección en dos tomos, titulada Preludios del Arpa ; D. Ramón Marín y finalmente D. Alejandro de Tapia y Rivera, de quien, por haber fallecido, y ser sin duda el más fecundo y notable de los escritores de la isla, procede aquí mención más detallada.

Si por la grandeza de los propósitos y por la nobleza de los géneros cultivados hubiera de graduarse el mérito de los autores, pocos aventajarían a Tapia, que procuró siempre vivir en las regiones más elevadas del arte, y a quien no arrendaron ni el drama histórico, ni la novela social, ni el poema simbólico. [1] [p. 337] Preceptista y crítico también, y no ajeno a los estudios filosóficos, trabajó siempre de una manera reflexiva, y gustó de razonar el propósito de sus obras. Se ve, además, que leía mucho y con provecho, y que estaba al corriente de la moderna literatura francesa, y aun de los libros alemanes traducidos al francés. Sus Conferencias de Estética y Literatura , inspiradas por el criterio hegeliano, así nos los persuaden. Pero le faltaba el quid divinum ; y para tan altas empresas como las que él abarcó, no basta con el talento: se requiere el genio poético. Y las obras de Tapia no dejan más impresión que la de un talento claro y bien cultivado, ambicioso en demasía, con ambición noble y bien empleada, aunque con medios visiblemente inferiores a sus grandes aspiraciones que, de realizarse cumplidamente, le hubieran dado puesto eminente en la literatura universal. Pero de todos modos, siempre hay mérito en poner el punto tan alto, y hay caídas que son honrosas y respetables. Y de ellas fueron, sin duda, las del extraño escritor que se firmaba unas veces El Bardo de Guamaní y otras Crisófilo Sardanápalo .

Escribió mucho, y así tiene de todo, pudiéramos decir con el autor del Diálogo de la lengua . Contra lo que suele acontecer en poetas americanos, no son sus versos propiamente líricos lo más sobresaliente. Su estro en ellos parece débil, de poco aliento y nada espontáneo; y tampoco faltan tropiezos de forma, inexcusables. Alguna composición ligera como La Hoja de Yagrumo o La [p. 338] Ninfa de Guamaní es lo único que puede exceptuarse, y aun allí molesta al oído la intercalación de consonates agudos en las seguidillas. El mismo frecuente empleo que hace de la prosa poética en sus fantasías y en las que llama Mesenianas , muestra la indecisión con que buscaba la forma sin encontrarla, por falta de dominio y plenitud en su vida poética propia, que era radiante, rápida, febril, pero poco íntima y consistente.

En el teatro fué menos infeliz, aunque sus dramas son más para leídos que para representados, y en realidad sólo dos o tres de ellos lograron los modestos honores de una representación casi privada. Desdeñoso de los efectos teatrales como todo el que trabaja en tales condiciones, busca el ideal en la historia, que es gran fuente de poesía humana, pero a condición de ser respetada en su integridad y propia fisonomía, y no sustituida con arbitrarias y fantásticas interpretaciones, que convierten a los personajes en símbolos vaporosos y sutiles, simulacraque luce carentum . Si de este escollo no siempre acertó a salvarse el mismo Schiller, que era a un tiempo historiador y gran poeta, forzoso era que más de una vez naufragase Tapia, arrojándose sin bastante mediatación a llevar al teatro figuras históricas tan varias y complejas como Camoens, Vasco Núñez de Balboa, la reina Isabel de Inglaterra, el Conde de Essex y Bernardo de Palissy. Hay en todos estos dramas conatos de poesía, pero nada que pueda decirse completo. En el duelo cuerpo a cuerpo con la realidad histórica, el poeta resulta vencido, y a pesar de los loables esfuerzos, rara vez llega a caracterizar con vigor a sus héroes (por lo mismo que se empeña en tomarlos de frente) ni a hacerles moverse y pisar las tablas de la libertad y gallardía. O cae en la biografía dramática, en el biodrama , como él decía, o asciende cual efímero globo, lleno de gas inflamable, a las regiones de la abstracción metafísica, perdiendo de vista el campo de batalla de la vida humana. Cuando escribe sus dramas en prosa, abusa de las formas propias de la discusión y del razonamiento e impropias del diálogo teatral, que ha de ser movimiento y pasión, o no será nada. Cuando los escribe en verso, la locución es armoniosa y en general pura, pero le faltan elasticidad y nervio. Bernardo de Palissy es su drama mejor escrito, más fiel a la historia y al carácter del protagonista, y se recomienda por cierta grandiosa y simpática [p. 339] serenidad moral. La parte del León , que es una de sus últimas obras, parece la más teatral de todas. En Roberto d’Evreux , representada en 1859, que fué, según creemos, la primera tentativa dramática de alguna importancia en Puerto Rico, la nobleza habitual del estilo, el estudio no vulgar del carácter de Isabel de Inglaterra y el mérito indudable de algunas escenas como el diálogo de Cécil y Bristol y el monólogo de la Reina antes de firmar la sentencia de muerte de su favorito, no compensan la falta de aquel interés romántico que hay en la antigua comedia de D. Antonio Coello, Dar la vida por su dama , tan bien analizada por Lessing en su Dramaturgia .

Análogas al teatro de Tapia, son sus novelas, formadas en gran parte de impresiones y recuerdos de sus viajes y de sus lecturas. Una de las más originales, aunque no exenta de parentesco con el delicioso Avatar de T. Gautier, es la historia de Póstumo que transmigró al cuerpo de su enemigo.

Esto de las transmigraciones no era en Tapia mero recurso artístico. Quien haya leído La Sataniada y el nebuloso prólogo que la precede (digno de los buenos tiempos del armonismo krausista), sabrá que el poeta puerto-riqueño no se redujo a sutilizar sobre el idealismo filosófico, sino que tuvo dejos de místico y de iluminado, y aun barruntos de pitagórico y espiritualista. La Sataniada , que modestamente llamó su autor Grandiosa epopeya dedicada al Príncipe de las Tinieblas , es, sin dudda, uno de los abortos más singulares de la manía épico-simbólica, que tantos desastres produjo después de la aparición de la segunda parte del Fausto ; pero aunque por lo extravagante de su concepción y por su prolijidad ambiciosa e impertinente sea de los libros que nacieron muertos, sin que haya poder huano que baste a resucitarlos, todavía es digna de citarse: no sólo porque comprende los mejores versos de Tapia, sino porque el haber tenido su autor a estas alturas de fin de siglo la idea de un poema teológico, cósmico y humanitario, que contuviese la última razón de todas las cosas de este mundo y del otro, y haber vivido y muerto conla inocente ilusión de haberlo realizado, es, sin duda, un caso notable, ya de genio, ya de paciencia, ya de temeridad, ya de locura. De genio ya hemos dicho que carecía Tapia, pero tenía cierto grado de talento poético, amor desenfrenado al arte, manía de grandezas [p. 340] estéticas, y estaba contagiado, como otros muchos de su generación, por aquellos pomposos aforismos de filosofía literaria y aquellas fórmulas huecas, que no son de Hegel, sino de Michelet o Quinet, los cuales no dejaban en paz al poeta mientras no se había convertido en apóstol de los tiempos nuevos, y no había escrito su correspondiente Biblia de la Humanidad . Tapia, poseído de esta ambición cual otro Pablo Gámbara , u otro Heriberto García de Quevedo (para no mentar a Espronceda, que se salva por la belleza de los detalles, redención que nunca falta a los grandes poetas), quiso hacer su Ahasvero, su Prometeo , su Diablo Mundo . ¿Qué digo? Más altas fueron sus aspiraciones, y tal comparación le hubiera indignado. La Sataniada debía ser, y era sin duda en la mente de su autor (uno de los pocos mortales que han podido leerla entera), la cuarta epopeya del mundo, la coronación y le complemento necesario de la Ilíada , de la Divina Comedia y del Fausto ; por supuesto, aventajándolas y superándolas con toda la ventaja que lleva nuestra edad a las pasadas. Nada menos iba a encarnarse en La Sataniada que «el modo de ser espiritual de nuestro tiempo». La idea religiosa que aparece «como presentimiento en la antigüedad, con fe viva en Dante, como tradición o plácido recuerdo en Goethe», iba a mostrarse como ideal positivo del siglo XIX en La Sataniada , y Crisófilo Sardanápalo sería el hierofonte, el revelador del gran misterio. El autor limó su poema años y años; ya en 1862 publicó en la Habana algunos trozos, no poco mutilados por la censura; pero sólo dieciséis años después apareció en Madrid íntegro el gigantesco poema. Los tiempos no estaban para epopeyas satánicas ni angélicas, y todo el mundo se encogió de hombros. Nadie sabía quién era Crisófilo Sardanápalo , ni cuál era el sentido de todo aquel embolismo de las ciudades de Diablópolis y Leprópolis, por donde desfilaban en interminable procesión todos los personajes de la historia universal. Si algún aficionado leyó salpicadas algunas octavas, alabó la facilidad y la gala del versificador, y no pasó más adelante.

El autor, o sea el lepropolitano que escribe el prólogo, empieza por decir que su obra no es puramente teológica como la de Dante, ni tampoco una «obra nihilista y pesimista, unilatral, y, por lo tanto, incompleta» como el Diablo mundo , ni envuelve una [p. 341] dualidad sin resolución como el Fausto, sino que en La Sataniada «la luz y la cruz, la ciencia y la religión, se funden para producir la transfusión del cielo en el mundo, en la humanidad, para que este modo la humanidd, terminada su ley de evoluciones de perfección relativa, se torne al seno de lo absoluto, de donde nació como idea palingenésica, y a donde debe volver cumplidamente realizadas».

Para desarrollar tan disparatado pensamiento, el autor imagina una serie de arquetipos y representaciones, las cuales se van desenvolviendo no en la tierra, ni en el cielo, ni en el infierno, como sucede en los demás poemas conocidos hasta hoy, sino en un mundo sui generis , que tampoco es mundo. Quiere esto decir que el poeta Crisófilo (que es el símbolo de la humanidad, además de ser el propio D. Alejandro Tapia, empleado en las oficinas de Hacienda de Puerto Rico), «no nos lleva al infierno, sino que percibe el infierno en el mundo, y funde ambas cosas dentro y fuera de lo infinito, prescindiendo de lugares y cronologías, y fundiendo lo temporal y lo eterno». Nos hace penetrar, pues, en un infierno inmaterial que vive en la humanidad de todos los tiempos, porque ésta lo lleva en su espíritu colectivo... doble Tártaro en que hay un infierno que se llama feliz (Diablópolis) , morada de condenados dichosos, o que lo parecen, y otro infierno de dolor (Leprópolis. , ciudad de los leprosos), donde moran los réprobos, que lo son porque se niegan a seguir al rey de las tinieblas, y que si bien sufren, prefieren su dolor y luchan contra Satán, a quien logran vecer algunas veces... Esta historia y estos triunfos de Satán, cual soberano de la tierra y de los hombres: esta serie de evoluciones, de acción y reacción de la humanidad satánica, que habrán de reproducirse hasta que el género humano llegue a ser libre en el sentido de la razón, y cristiano en el de la sensibiidad, constituyen el objetivo del poema. Y aunque su acción «pasa en las regiones ideales e infinitas, no por eso se sale del mundo, porque éste no deja de ser parte y contenido de la eternidad y de lo infinito como tiempo y como espacio, meras relaciones que el espíritu concibe con este carácter. De suerte, que el mundo de que se trata es el nuestro en idea, o la idea-mundo, por lo que el lector podrá creerse en éste, hallándose en el infierno sin haber salido del mundo».

[p. 342] Tal es el pensamiento de este diabólico poma, o más bien estupenda pesadilla, obra póstuma de un género muerto y que no es de temer que en mucho tiempo resucite. Treinta mortales cantos tiene La Sataniada , donde (y esta es la mayor desdicha) abundan octavas buenas, brillantes y aun magníficas, descripciones profusas, ya terribles, ya risueñas, rasgos de humor y de fuerza satírica que parecen del abate Casti, expresiones felices, caprichosos arabescos, raras fantasías, todos los caprichos de un versificador ejercitado y muy superior al que en sus dramas y en sus versos líricos aparece. Y todo está allí enterrado como en un pozo; ahogado y oscurecido por la insensatez del plan, por la incoherencia de los episodios, por un pedantesco fárrago de nombres propios y teorías a medio mascar, y por el más fangoso torrente de declamaciones de sectario contra todo lo humano y lo divino. La Sataniada es un confuso centón de todo género de herejías, pero están expuestas de un modo tan estrambótico, qu eno es de temer que hagan muchos prosélitos. Lo que puede dudarse es que saque sana la cabeza el que aventure a penetrar en semejante aquelarre.

Con todos sus defectos y aberraciones de gusto, Tapia y Rivera, no sólo por el número y relativo valor de sus obras, sino por la eficacia constante de su ejemplo en su vida literaria laboriosísima, y por la activa propaganda de sus ideales artísticos, que con todo el fervor y vehemencia propios de su temperamento ejerció hasta sus últimos días, ya en pláticas familiares, ya en los papeles periódicos, ya en conferencias y discusiones de Ateneo; [1] mantuvo el fuego sacro de la lieteratura en Puerto rico, donde tan pocos estímulos tenía, y fué causa, ocasional a lo menos, de la aparición de otros ingenios, la mayor parte de los cuales viven aún. [2] Sus producciones se regsitran ya en el Nuevo Cancionero de Borinquen de 1872, ya en la colección de Poetas puerto-riqueños de 1879. [3]

[p. 343] Entre los que han fallecido debemos citar en primer término al malogrado D. José Gautier Benítez (1848-1880), cuyo Canto a Puerto Rico , de brillante ejecución, aunque no exento de los lugares comunes de la poesía descriptiva americana, publiqué en mi Antología. Pero hay otra poesía suya, si menos celebrada, más digna de serlo, La Barca , alegoría nada nueva de la vida humana, pero tratada con cierto amplitud de sentimiento lírico que se dilata en graves y majestuosas estancias. [1]

Madre de este poeta fué, a lo que entendemos, D.ª Alejandrina Benítez de Gautier, que no sólo es la más antigua poetista puerto-riqueña, sino que figuró en el primitivo grupo literario de 1843. Sus versos a la Estatua de Colón en Cárdenas y al Cable submarino , son robustos y grandilocuentes; pero en otros más íntimos como Mi pensamiento y yo y El paseo solitario , se revela mejor su noble pesonalidad lírica. [2]

Un año antes que Gautier Benítez nació, y un año después murió, un poeta de Manatí, llamado Francisco Álvarez (1847-1881), cuyos versos póstumos fueron coleccionados por devoción de algunos amigos. Las poesías de Álvarez son muy incorrectas, como de quien no había recibido más educación que la elemental y la que pudo adquirir en vagas lecturas: el fondo es melancólico y algo pesimista, por lo cual se ha comparado con Bécquer y aun con Batrina; pero su melancolía no ha de achacarse a imitación literaria, puesto que fué sincera como de quien, víctima de pertinaz e incurable dolencia, sentía acercarse a cada momento la inevitable muerte. La Meditación nocturna basta para caracterizarle, y es, sin duda, su mejor poesía. [3]

[p. 344] Aún restan otros nombres: D. José María Monje, correcto y frigidísimo imitador de nuestros clásicos del siglo XVIII, especialmente de Moratín y Jovellanos; D. Manuel Corchado, que se dió a conocer en un concurso de 1862, por su valiente oda al pintor Campeche; y partidario luego de los delirios espiritistas, muy difundidos en Puerto Rico, publicó Historias de Ultra-Tumba (1872) y una especie de romancero de la segunda guerra civil que llamó Páginas sangrientas (1875); [1] Carmen Hernández, poetisa que disputó el lauro a Corchado, con versos de sabor clásico, en el certamen de Campeche, y otros muchos que no citamos, para no convertir este trabajo en árida nomenclatura. Sólo haremos una excepción en pro del malogrado joven Manuel Elzaburu y Vizcarrondo, cuyo nombre no figura en las antologías puertoriqueñas, aunque lo merece mucho más que otros. Apenas conozco versos suyos originales, pero dejó muy lindas traducciones de poetas franceses modernos, especialmente de Teófilo Gautier (el Madrigal panteísta, la Sinfonía en blanco mayor, Lo que dicen las golondrinas, La nube, Tristeza en el mar, La Rosa de té) . Y quien conozca, el extraño y sutil artificio de los versos originales, no dejará de dar a estos esfuerzos el debido precio y preferirlos a [p. 345] mucha hojarasca indígena que sin provecho abruma las colecciones citadas. [1] La literatura puerto-riqueña, ya bastante [p. 346] considerable en cantidad, dada la pequeña extensión de la isla, es de las que más necesitan expurgo y disciplina. Allí, como en el resto de América, se escriben demasiados versos, y los poetas se encuentran por docenas. Hasta pueblos secundarios, como la villa de Arecibo, que apenas habrá sonado en los oídos de ningún lector europeo, poseen antologías especiales de sus ingenios. En todo eso tiene que haber mucha maleza, que sólo la crítica local y de todos los días puede ir arrancando con mano fuerte. El país que, a la hora presente, se honra con la dedicada y castiza inspiración de la autora de La vuelta del pastor , y cuenta con un conocedor e interpréte de la literatura inglesa tan digno de aprecio como Amy, tiene ya derecho a ser juzgado por lo que realmente vale, y a ocupar en la literatura americana el lugar modesto sin duda, pero no despreciable, que hasta ahora con evidente injusticia se le ha negado en todas las colecciones generales formadas en las demás regiones del Nuevo Mundo. Pero si se ha de evitar que las apariencias engañen, conviene que la crítica (que tiene ya un órgano autorizado en la Revista Puerto-Riqueña , sostenida con loable constancia durante siete años), sea inexorable en la aplicación de las reglas del buen gusto, y no ceda con excesiva facilidad ni el engreimiento local, que sería prematuro, ni a las avasalladoras corrientes de la novísima literatura francesa, que al quitar carácter español a las nacientes literaturas de América, acabarían por borrar también de ellas todo sello americano.

Notes

[p. 325]. [1] Ya en 1534 andaba la gente muy alborotada para irse al Perú, y algunos se fueron secretamente huyendo de las deudas. En una información de 1540 se dice que la isla cada día va en disminución por haberse trasladado muchos vecinos con sus esclavos al Perú y Nueva España (Biblioteca Histórica de Puerto Rico, de Tapia y Rivera, págs. 304 y 319).

[p. 325]. [2] Desde los primeros momentos se atendió a la educación de los indígenas. En el artículo 17 de la Ordenanza pra el tratamiento de los indios de San Juan dada por el Rey Católico en Valladolid en 23 de enero de 1513, se dice: «Todos los hijos de caciques se entregarán a la edad de trece años a los frayles franciscos, los cuales les enseñarán a leer, escribir y la doctrina.» En el artículo 9.º se había preceptuado que todo el que tuviese cuarenta o más indios, diese la misma instrucción a uno de ellos, muchacho. (Biblioteca Histórica, de Tapia, págs. 193 y 194.)

En la Memoria o Relación de la isla mandada hacer por Felipe II en 1582, siendo gobernador el capitán Juan Melgarejo, se consigna que en el hospital de Sanct Alifonso fundado por el Obispo Manso no había enfermos, pero se leía Gramática , pagándose al maestro con un donativo que para ello había dejado un vecino de la ciudad llamado Antón Lucas (Coll y Toste, Repertorio Histórico de Puerto Rico , San Juan, 1896, página 49).

En otra relación de 1647, enviada a Gil González Dávila, se expresa que la Iglesia Catedral de Puerto Rico «tiene dotación de cien ducados de renta cada año para un maestro de Gramática, que se la enseña de ordinario a los hijos de los vecinos de ella, y se paga la dicha renta con título de maestro de Gramática». Esta cátedra, dotada con cien ducados anuales por Francisco Ruiz, vecino de San Juan, existía ya en 1589.

En el convento de Dominicos, el Provincial Fr. Jorje Camber, puso en 1645 «estudio de artes y de gramática» para los novicios, y para los vecinos que quisieran estudiar.

En su Memoria de 1765, el gobernador D. Alejandro O’Reilly, que consideraba a los habitantes de esta isla los más pobres de América, habla de dos escuelas de niños en la capital y en San Germán, pero cinco años después, otro gobernador, D. Miguel de Muesas, recomendó a los tenientes de Guerra que en todos los partidos se estableciesen, con dotación de cien pesos pagados por los vecinos, y obligación de recibir en ellas «todos los niños que se remitiesen, sean blancos, pardos o morenos libres». No sabemos si este precepto legal se cumplió muy estrictamente, puesto que el historiador Abad y Lasierra, en 1782, se queja de la falta de escuelas.

En el citado año de 1770 hubo conatos de establecer una Universidad, y en 1795, después de la cesión de la parte española de la isla de Santo Domingo, el Ayuntamiento de San Juan de Puerto Rico solicitó que se trasladase a la pequeña Antilla el antiguo estudio general que había en la Española. Estos proyectos no tuvieron resulado, pero en 1810 se creó en el hospital una Cátedra de Medicina, en 1823 una de Filosofía en el convento de San Francisco, y en 1825 un pequeño cuadro universitario en el colegio de San Ildefonso, con enseñanzas de Latinidad, Teología, Moral y Liturgia, Derecho Patrio y Canónico. Todo ello fué muy efímero.

Vid. sobre la historia pedagógica de la isla: La Instrucción pública   en Puerto Rico... Memoria escrita por Gabriel Ferrer Hernández, y laureada con primer premio en el Certamen celebrado por el Ateneo de esta ciudad en diciembre del año 1884. Puerto Rico. imp. de José González Font, 1885.

Memoria sobre el estado actual de la Instrucción pública, su pasado y medios para su mejoramiento futuro, por Martín Travieso y Quijano, doctor en Medicina y Cirugía. Premiada con mención honorífica en el Certamen del Ateneo de 1884. Mayagüez, Tip. comercial, 1885.

Historia de la Instrucción pública en Puerto Rico hasta el año de 1898, por Cayetano Coll y Toste. San Juan de Puerto Rico, 1910.

Esta última contiene muchos datos útiles.

[p. 327]. [1] Véase el folleto de D. Manuel Fernández Juncos, D. Bernardo de Balbuena, obispo de Puerto Rico. Estudio biográfico y crítico. Puerto Rico, imprenta de las Bellas Letras, 1884. Y también la Biblioteca Histórica de Puerto Rico , de Tapia y Rivera, pág. 463.

[p. 329]. [1] A fines del siglo XVIII compuso algunos versos en México el puertoriqueño D. Francisco de Ayerra y Santa María, a quien ya hemos tenido ocasión de citar. También era natural de la isla el aventurero Alonso Ramírez, de quien tenemos unas curiosas aunque sucintas Memorias con título de Infortunios . Pero, según parece, la redacción no fué del mismo Ramírez, sino del famoso matemático y polígrafo mexicano D. Carlos de Sigüenza y Góngora, que las dió a luz en 1690. En la dedicatoria al Conde de Galve, Sigüenza se declara autor («en nombre de quien me dió el asunto para escribirla»). El aprobante, que fué Ayerra, felicita a Alonso Ramírez por haber tenido tal historiador: «Puede el sujeto de esta narración quedar muy desvanecido de que sus infortunios son hoy dos veces dichosos: una por ya gloriosamente padecidos... otra porque le cupo en suerte la pluma de este Homero... que al embrión de la funestidad confusa de tanto suceso dió alma con lo atildado de sus discursos, y al laberinto enmarañado de tales rodeos halló el hilo de oro para coronarse de aplausos... Bastóle tener cuerpo la materia para que la excediese en su lima la obra.»

Ante tan positivas, aunque revesadas, afirmaciones nada hay que objetar, pero es el caso que Alonso Ramírez no sólo habla en primera persona en toda la relación, lo cual podría ser artificio literario, sino que todo lo que cuenta tiene un sello tan personal y auténtico, tanta llaneza de estilo, que cuesta trabjao atribuírselo a autor tan conceptuoso y alambicado como el de la Libra Astronómica . Pero como de la veracidad de éste no podemos dudar, hay que suponer que recogió de labios de Alonso Ramírez la relación de sus aventuras, y la trasladó puntualmente, añadiendo sólo de su cosecha la parte de erudición cosmográfica e hidrográfica, que excede en mucho los conocimientos del pobre carpintero de ribera, cuyo viaje, en gran parte forzado, alrededor del mundo, da materia a la obra.

Infortunios que Alonso Ramírez natural de la ciudad de San Juan de Puerto Rico padecio, assi en poder de Ingleses Piratas que lo apresaron en las Islas Philipinas, como navegando por si solo y sin derrota, hasta varar en la Costa de Iucatan: consiguiendo por este medio dar vuelta al Mundo. Descrivelos D. Carlos de Siguenza y Gongora Cosmographo y Cathedratico de Mathematicas del Rey N. Señor en la Academia Mexicana. Con licencia. En Mexico por los Herederos de la Viuda de Bernardo Calderon en la calle de S. Agustin. Año de 1690.

Reimpreso en el tomo 20 de la Colección de libros raros y curiosos que tratan de América (Madrid, 1902, ed. P. Vindel).

Es libro que contiene datos muy curiosos para la historia de la piratería, y sobre todo el estado de indefensión y abandono en que estaban muchas de nuestras posesiones. La fragata en que fué capturado Alonso Ramírez, y que estaba destinada a proveer de bastimentos el presidio de Cavite, tenía por todo armamento «cuatro chuzos y dos mosquetes, que »necesitaban de estar con prevención de tizones para darles fuego por tener »quebrados los serpentines»: había «dos puños de balas y cinco libras »de pólvora». Lo de siempre. En cambio, los piratas ingleses que apresaron la nave tenían «veinte piezas de artillería y ocho pedreros, y además sobradísimo número de escopetas, alfanges, hachas, arpeos, granadas y ollas llenas de varios ingredientes prestíferos».

[p. 330]. [1] Puerto Rico, imprenta y librería de Acosta, 1866, en 4.º Antes la había publicado Valladares y Sotomayor en 1788, y en 1831 la reprodujo D. Pedro Tomás de Córdoba en el primer tomo de sus Memorias.

[p. 330]. [2] No se consigna esta fecha en un trabajo que, por otra parte, nos ha sido de mucha utilidad: la Bibliografía Puerto-Riqueña , de D. Manuel María Sama, premiada por el Ateneo de Puerto Rico. Mayagüez, Tipografía Comercial, 1887.

Consta en un Discurso de D. Salvador Brou en la fiesta de los tipógrafos (El Clamor del País de 16 de diciembre de 1892). La imprenta procedía de los Estados Unidos y fué comprada con fondos del Estado por el gobernador D. Toribio Montes a un francés llamado Delarue.

En diciembre de 1808 apareció el primer número de la Gazeta del Gobierno , en 1814 el Diario económico de Puerto Rico . Aparte de estos periódicos sólo pueden citarse en los primeros años dos Guías de Forasteros, algunos bandos y alocuciones y otros papeles sinimportancia. La interesante Memoria militar sobre los acontecimientos de la Guayra, por el general D. Salvador de Moxó, es de 1817.

En la isla holandesa de Curazao había imprenta española en 1814, y en ella se estampó la Memoria crítica sobre las convulsiones de Venezuela , por D. Josef de Achutegui.

Consta por fidedigno documento del Archivo de Indias, citado por Medina ( Noticias de varias imprentas , pág. 60) que en la isla de la Trinidad, perdida para España en 1797, se publicaba ya una Gaceta en 1790. No se conoce ningún número, pero sí una Ordenanza del gobernador de la isla D. José María Chacón contra vagos y malhechores, estampada en el Puerto de España en 1786.

[p. 331]. [1] Constan la mayor parte de los datos indicados, en el prólogo de Tapia a la colección de sus obras, que publicó en la Habana, 1862, con el título de El Bardol de Guamaní .

[p. 332]. [1] Odas de Anacreonte. Los Amores de Leandro y Hero, traducidos del griego por G. A. D. de C. Con permiso del Gobierno. Puerto Rico. Imprenta de Dalmau. Año de 1838.

[p. 332]. [2] Imprenta de Gimbernat y Dalmau.

[p. 333]. [1] Fiestas Reales de Puerto Rico por el juramento a S. M. la Reina Doña Isabel II el 10 de febrero de 1844. Puerto Rico. Imprenta de Gimbernat, 1844.

 

[p. 334]. [1] El Cancionero de Borinquem. Composiciones originales en prosa y verso. Barcelona, imp. de Martín Carlé, 1846, 8.º

[p. 334]. [2] El Gíbaro. Cuadros de costumbres de la isla de Puerto Rico, por D. Manuel A. Alonso. Barcelona, por D. Juan Oliveres, 1849. Reimpreso con una segunda parte en Puerto Rico, 1879, dos tomos.

[p. 334]. [3] Alúdese a D. Juan de la Pezuela, Conde de Cheste, que falleció en 1.º de noviembre de 1906, y había sido Director de la Academia (por sucesivas reelecciones trienales) desde 1875.

[p. 335]. [1] El Yunque. Canto épico leido por su autor R. C. en la Academia Real de Buenas Letras de Puerto Rico el día de su reputación en ella, 23 de enero de 1851.

[p. 335]. [2] Ensayos poéticos de D. Narciso de Foxá; los da a luz, precedidos de un breve juicio crítico por D. Manuel Cañete, su amigo Ildelfonso de Estrada y Zenea. Madrid, imp. de Andrés y Diaz, 1849.

Las odas Al Comercio y A la fe cristiana son sus composiciones de más aliento, después de las citadas.

 Nació Foxá en 1822 en San Juan de Puerto Rico, y murió en París en 1883.

[p. 336]. [1] A continuación incluímos un catálogo, probablemente incompleto, de las obras de Tapia:

Biblioteca histórica de Puerto Rico que contiene varios documentos de los siglos XV, XVII y XVIII, coordinados y anotados por D. Alejandro Tapia y Rivera. (Puerto Rico, imp. de Márquez, 1854). Esta compilación muy útil y formada en gran parte con documentos inéditos, no es trabajo exclusivo de Tapia, sino que en ella colaboraron otros jóvenes puerto-riqueños que por los años 1850 a 1852 formaban en Madrid una especie de sociedad para recoger documentos relativos a la isla, alentándoles en esta empresa D. Domingo del Monte y D. Pedro Sáinz de Baranda.- El Bardo de Guamaní, Ensayos literarios... Habana, imp. del Tiempo, 1862. Grueso volumen de 616 páginas en 4.º, con el retrato del autor al frente. Contiene dos dramas, Roberto d’Evreux y Bernardo de Palissy; La Palma del Cacique, leyenda histórica de Puerto Rico; La Antigua Sirena , leyendo veneciana, o más bien extensa novela; Vida del pintor puerto-riqueño José Campeche; Un alma en pena (cuento fantástico); Poesías y Mesenianas, Fragmentos de la Sataniada.-La Cuarterona, drama original en tres actos (en prosa). Madrid, tip. de Fortanet, 1867.- Camoens, drama original en cuatro actos (en verso). Madrid, Fortanet, 1868.- Hero, monólogo trágico, con música de D. Mateo Sabatés, Ponce, imprenta de F. Vidal, 1869.- Póstumo el Transmigrado. Historia de un hombre que resucitó en el cuerpo de su enemigo . Madrid, imp. de don J. Aguado, 1872.- Noticia hsitórica de D. Ramón Power, primer diputado de Puerto Rico, con un apéndice que contiene algunos de sus escritos y discursos . Puerto Rico, 1873, imprenta de González.- Vasco Núñez de Balboa, drama histórico en tres actos. Puerto Rico, imp. de González, 1873.- La leyenda de los veinte años, novela original . Puerto Rico, imp. de González, 1874.- Cofresi , novela. Puerto Rico, imprenta de González, 1876.- La Sataniada, grandiosa epopeya dedicada al Príncipe de las Tinieblas, por Crisófilo Sardanápalo . Madrid, imp. de Aurelio S. Alaria, 1878.- Camoens, drma original en tres actos, refundido y corregido por el autor para esta segunda edición. Puerto Rico, imp. de Acosta, 1878.- La parte del león, drama en tres actos y en prosa. Puerto Rico, imp. de González, 1880.- Miscelánea, Novelas, Cuentos, Bocetos y otros opúsculos. Puerto Rico, imp. de González, 1880.- Conferencias sobre Estética y Literatura . Puerto Rico, 1881, imprenta de González. Libro de relativo mérito, y uno de los pocos que en América se han publicado sobre estas materias.- Póstumo el Transmigrado , nueva edición, acompañada de una segunda parte: Póstumo, envirginado, o historia de un hombre que se trasladó al cuerpo de una mujer . Puerto Rico, imprenta de J. González Font, 1882; obra póstuma.

De 1871 a 1875 dirigió una revista literaria: La Azucena .

[p. 342]. [1] Véase M. Fernández Juncos, Semblanzas puerto-riqueñas .-Puerto Rico, 1888, págs. 58-95.

[p. 342]. [2] No se olvide que estas páginas fueron escritas en 1893. Desde entonces han fallecido varios de estos poetas, pero no tengo datos para puntualizar la fecha de su muerte, ni conduce a mi propósito averiguarlo.

[p. 342]. [3] Nuevo Cancionero de Borinquen. Colección de poesías escogidas por Manuel Soler y Martorell .-Puerto Rico, imp. de González, 1872, 8.º

  Poetas puerto-riqueños. Producciones en verso, escogidas y coleccionadas por D. José María Monje, D. Manuel M. Sama y D. Antonio Ruiz Quiñones.- Mayagüez, Martín Fernández, editor, 1879.

[p. 343]. [1] Colección de Poesías de D. José Gautier Benítez.- Puerto Rico, imp. de González, 1880. Publicación póstuma con un prólogo de don Manuel Elzaburu y una Corona literaria en honor de Gautier Benítez.

[p. 343]. [2] Véase el estudio de D. José J. Acosta, Alejandrina Benítez y Arce de Gautier. Puerto Rico, 1886.

[p. 343]. [3] Obras literarias de Francisco Álvarez. Puerto Rico, imp. de González, 1881. Con un prólogo de D. Manuel Fernández Juncos, Contiene, además de las poesías líricas, tres pequeños poemas y un drama en dos actos, representado en Manatí en 1881.

[p. 344]. [1] Corona Poética dedicada al Maestro José Campeche, pintor puertoriqueño. Puerto Rico, imp. de El Boletín Mercantil , 1863. Además de la poesía de Corchado, que fué la premiada en este certamen, abierto por la Sociedad Económica de Amigos del País, figuran en el cuaderno otras de Carmen Hernández, Alejandrina Benítez, Heraclio M. de la Guardia (venezolano), Juan Francisco Comas, José Coll y Britapaja, Ramón Marín y Federico Rosado y Brincau.- Historias de Ultra-Tumba , por Manuel Corchado. Madrid, imprenta de J. M. Alcántara, 1872.- Páginas sangrientas. Colección de romances escritos sobre episodios de la guerra civil, por Alejandro Benisia y Manuel Corchado. Madrid, imp. de J. Aguado, 1875.- El Trabajo, poesía (1878). Publicó además, algunos folletos sobre cuestiones políticas, sociales y religiosas: Las Barricadas (Barcelona, 1870), La pena de muerte (Barcelona, 1871), La pena de muerte y la prueba de indicios (Madrid, 1877), Dios, réplica a Súñer y Capdevila. Colaboró en la Revista de Estudios Psicológicos y en otros papeles espiritualistas. Para el teatro escribió María Antonieta , cuadro dramático original y en verso, estrenado en Puerto Rico en 1880. Fué diputado a Cortes por su isla, y murió en Madrid en 30 de noviembre de1884. Al año siguiente se publicó en Ponce una Corona Poética a su memoria, y además se imprimieron sueltas otras composiciones elegíaco-laudatorias.

[p. 345]. [1] A continuación damos todos los nombres de poetas que figuran en las dos colecciones ya citadas.

En el Nuevo Cancionero de Rodríguez:

Muertos: Jenaro Aranzamendi.-Manuel Alonso.-Alejandrina Benítez y de Arce de Gautier.-Manuel Corchado.-José J. Dávila.-José Gautier y Benítez.-José María Monje.-F. M. de Rodríguez.-Francisco Pastrana.-Manuel Soler y Martorell.-Alejandro Tapia y Rivera.-Francisco Vassallo.

Vivos: Juan Francisco Comas.-José Antonio Daubon.-Ramón Marín.-José G. Padilla.-Manuel Padillas.-Manuel M. Sama.-Rafael del Valle y Rodríguez.

En los Poetas Puerto-Riqueños:

Muertos: Álvarez.-Aranzamendi.-Alejandrina Benítez.-Úrsula Cardona de Quiñones (Angélica) .-Manuel Corchado.-José Jacinto Dávila.-Eleuterio Derkes.-José R. Freyre y Rivas.-Gautier Benítez.-J. Pastrana.-Domingo M. Quijano.-M. Soler y Martorell.-Tapia y Rivera.-F. Vassallo.-Santiago Vidarte.

Vivos: Francisco J. Amy.-J. B. Balseiro.-Salvador Brau.-Cayetano Coll y Toste.-José Coll y Britapaja.-Antonio Cortón.-José A. Daubon.-J. J. Domínguez.-Manuel Dueño Colón.-Ramón Marín. Fidela Matheu de Rodríguez.-José G. Padilla.-Manuel Padilla Dávila.-José Ramón Rodríguez Mac-Carthy.-Lola Rodríguez de Tió.-Manuel María Sama.-Bonocio Tió Segarra.-Rafael del Valle.-Manuel Zeno Gandía.

De estos poetas sólo han publicado colecciones D. Eleuterio Derkes (Puerto Rico, imp. del Comercio, 1871), autor también de un drama en cuatro actos y en prosa, Ernesto Léfevre o el triunfo del talento , representado en Guayamo, 1871; Lola Rodríguez de Tió (Mis Cantares , Mayagüez, 1876; Claros y Nieblas , Mayagüez, 1885); D. José J. Domínguez, con el seudónimo de Gerardo Alcides (Mayagüez, 1879), y posteriormente un cuaderno de Odas Elegíacas (Mayagüez, 1883); D. F. J. Amy (Ecos y Notas , Ponce, 1884; libro que contiene estimables traducciones de Bryant, Longfellow, Whittier, Leigh Hunt, Stedman y otros peotas anglo-americanos, y también versos castellanos traducidos al inglés entre ellos La Madrugada , de Milanés); D. Rafael del Valle (Arecibo, 1884).

Con el título de Notas Perdidas existe también una colección especial de poetas arecibeños , publicada en 1879.

Para la redacción de este capítulo hemos tenido presentes, además de las colecciones impresas, una manuscrita remitida a la Academia Española por la Comisión literaria nombrada por el Capitán general Gobernador de la isla.

Debo también preciosos datos a la diligencia de mi antiguo amigo y constante favorecedor, el elegante poeta venezolano D. Miguel Sánchez Pesquera, que reside años hace en Puerto Rico con un cargo de magistratura (a) .

(a) Actualmente es dignísimo magistrado de la Audiencia territorial de la Coruña.