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Epistolario > Volumen 17 (Junio 1903 -... > Vol. 17 - carta 736

Datos del fragmento

Remitente JUAN VALERA Destinatario MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO Fecha 28 diciembre 1904 Lugar Madrid

Texto

Volumen 17 - carta nº 736

De JUAN VALERA
A MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO

Madrid, 28 diciembre 1904

Mi querido amigo Menéndez: Engreído y lleno de satisfacción me ha dejado la amable carta de Vd. del 23 del corriente, en la que prodiga tan generosas alabanzas a mi discurso sobre Cánovas, por más que yo reconozca que las debo a la benevolencia de Vd. para conmigo mucho más que al mérito de mi obra. Si ésta tiene algún mérito, es el de la sinceridad involuntaria invencible con que está escrita, sinceridad que se muestra siempre en cuanto escribo, sin que yo lo procure y sin que tampoco logre evitarlo para decir, no lo que me parezca verdadero, sino lo que juzgue conveniente.

El panegírico que de Cánovas hago es tan grande como espontáneo. A mi ver, no se puede celebrar más a aquel hombre de Estado que dando a entender a las claras que, si le comparamos con los grandes políticos contemporáneos, no vale menos que Bismarck o que Cavour, y que, si le comparamos con aquellos gloriosos jefes que rodeaban el trono de Fernando el Católico y de sus sucesores, no se queda pequeñito ni a la zaga. Si Cánovas no tuvo, a pesar de todo, muy notable buen éxito, culpa fué de las circunstancias lastimosas en que vivimos, de nuestra mala ventura y de la distinta manera de ser que tienen en el dia las naciones.

Pero si elogié a Cánovas por sus altas prendas de carácter, por su elocuencia avasalladora e imperativa y por su amor a la patria, disculpándole de su pesimismo y del pobre concepto que de España tenía, yo no pude ni acerté a ir hasta el extremo de calificar a Cánovas de profundo metafísico, de filósofo o de teólogo. Tal calificación no hubiera sido menos ridícula que la de cierto Ministro de la Guerra, cuyo nombre no acude a mi memoria en este momento, que declaró en pleno Congreso de Diputados que Cánovas era muy buen artillero. La adulación muy exagerada es para el adulado peor que un epigrama o que una burla.

Por lo demás, en nuestro país todos o casi todos tenemos la propensión de extremar desaforadamente así el elogio como la censura, causando por ambos tan contrarios medios daño igual a la persona en quien se emplean. Pensando estoy al decir esto en el acérrimo y gracioso enemigo de Vd. D. Baldomero Villegas, que tiene a Cervantes por un reformador socialista de mucha recámara y por un librepensador solapado.

La crítica moderada y juiciosa, así de las cosas de hoy como de las que fueron, andaría muy extraviada en España si no fuese por Vd. y por sus discípulos, pues es evidente que Vd. ha logrado formar escuela y tiene discípulos que le honran. Así ellos como Vd. hacen a esta nación dos notables favores: el primero, mantenernos o retraernos en lo peculiar, castizo y de buen gusto, sin que lleguen a romperle el ímpetu y la falta de discernimiento con que penetran entre nosotros cuantas extravagancias, simplezas, teorías e ideas malsanas se inventan o se divulgan en tierra extranjera y en París sobre todo. Este favor que Vds. nos hacen se acrecienta y tiene más valor aún porque va logrando que el concepto de la cultura española y de su importancia en la civilización del mundo se reconozca por los extranjeros y que los más ilustrados e inteligentes entre ellos declaren y aplaudan que intelectualmente no estamos ni merecemos estar jubilados o cesantes.

En una carta, que recibí tres días ha de un francés muy erudito y discreto, hay los siguientes párrafos, que copio aquí con no pequeña satisfacción:

«Ya Vd. conoce mi profunda y cariñosa admiración por D. Marcelino, que sigue siendo el verdadero y siempre joven corifeo, y mi vivísima simpatía por algunos de sus discípulos, Don Ramón Menéndez Pidal, Don Adolfo Bonilla y otros. Mucho también debemos los hispanófilos a Cotarelo y a Rodríguez Marín y a otros sabios que llevan adelante la ciencia española y el movimiento crítico literario, que efectivamente parece desarrollarse con mayor empuje en España desde algunos años a esta parte.»

Con ocasión del premio Nobel, que en el presente año de 1904 ha obtenido Echegaray a medias con Mistral, mis compañeros en la comisión del Diccionario hablaron el otro día y yo supe por primera vez que algunos de ellos habían propuesto a Vd. para el premio y que pensaban insistir en la propuesta. Aunque no me convidaron a firmarla, yo me ofrecí sin que me convidasen y aprobé la insistencia, proponiendo, además, para que tenga la debida eficacia, que se remitan todas las obras de Vd. a la Academia Sueca, lo cual puede y debe ser antes de que termine el próximo mes de febrero. Mal podrán juzgar y sentenciar aquellos señores académicos si no conocen las obras de Vd. ni por el forro. No creo yo que el envío sea difícil si se tiene buena y decidida voluntad para ello. Los libros, aunque muchos y voluminosos y algunos de ellos difíciles de hallar, deben reunirse y remitirse en un cajón bien acondicionado. La Academia Española no creo yo que se niegue por tacañería a dar para este fin un ejemplar del Lope.

Yo me he alegrado de que haya sido un español el que haya tenido el mencionado premio en el presente año, pero me alegrare más y, hablando con franqueza, hallaré más justo que Vd. le obtenga más adelante. No es probable que esto sea en 1905, porque no querrán premiar a España dos veces seguidas, pero conviene insistir para que en 1906, 7 u 8 se logre.

Se me olvidaba decir a Vd., y no quiero callarlo para no dar a Vd. el trabajo y la satisfacción de que lo adivine, que el transpirenaico encomiador de Vd., cuya carta cito, es Ernesto Mérimée, de Tolosa. Mi hija Carmen, recién casada, ha estado en aquella ciudad en su viaje de novios, que continúa aún. Ahora está en Niza con su marido. Llevó éste una carta mía para Mérimée, de cuya contestación son los párrafos que dejo copiados.

Sentiré que retarde Vd. su vuelta a Madrid hasta fines de febrero, pero si vuelve con la historia de la novela ya terminada, me alegraré de la ausencia.

Yo estoy cada día más ciego, más torpe y más incapaz para todo. Suelo estar también más triste y melancólico que lo que pudiera recelarse de mi condición natural. El vivir ahora más retraído y solitario que en mejores días tiene, sin duda, la culpa de mi tristeza.

Espero, pues, y le ruego que cuando Vd. vuelva por aquí venga de vez en cuando a consolarme y acompañarme, y no me olvide del todo, como en estos últimos días me tenía olvidado, a pesar de lo mucho que le estima y quiere su antiguo y constante amigo

Juan Valera

 

Valera - Menéndez Pelayo, p. 603-606.

Notas