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Epistolario > Volumen 12 (Julio 1892 -... > Vol. 12 - carta 444

Datos del fragmento

Remitente ENRIQUE MENÉNDEZ PELAYO Destinatario MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO Fecha 8 noviembre 1893 Lugar Santander

Texto

Volumen 12 - carta nº 444

De ENRIQUE MENÉNDEZ PELAYO
A MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO

Santander, 8 noviembre 1893

Mi querido Marcelino: Aunque ya sé que a estas horas habrás tenido carta de papá, y por lo tanto, que Dios quiso guardarnos de la catástrofe, quiero hoy resarcirte en lo que pueda de la angustia en que te tuvo la falta de noticias durante los primeros días.

Debía papá haberte escrito el día 4, ya que el telégrafo no funcionaba; pero el estupor en que tenía a todos el suceso, disculpa su olvido, sin contar los pasos que tuvo que andar para ir averiguando la suerte de sus compañeros de claustro y de otros amigos, de los cuales se hallaban unos heridos, sin casa otros y horrorizados todos.

La explosión me cogió a mí camino del Hospital, cerca ya de él, y a nuestros padres en casa, donde no hubo más desperfectos que la rotura de cristales, común a todas las casas de la ciudad, y un trozo de hierro que atravesó el tejado de la nueva biblioteca. Nada padeció libro ninguno, pues fué en el centro del salón. A estas horas se halla todo compuesto.

Por lo demás, la hecatombe fué de las que escribirán las remotas historias. Maliaño ha desaparecido puede decirse, del plano de Santander. El aspecto del Hospital, donde incesantemente llegaban heridos, que curábamos en el suelo, por los pasillos, por todos los ámbitos de la casa, era desgarrador; pero más tarde, cuando a media noche recorría yo las salas haciendo guardia, era tristísimo, era algo así como un castigo bíblico. ¡Qué ayes, qué penas, y que impotentes los remedios humanos! Todo eran curas provisionales, absurdas algunas, pero no se podía apenas poner mano en ninguna, bajo pena de provocar la hemorragia irrestañable, el nuevo síncope, la muerte en fin, con sus mil formas. A cada requisa que se hacía, faltaban uno o dos... Mientras tanto en el depósito, en el patio, en la huerta, más de ciento veinte cadáveres, y otros tantos que lo parecían en su palidez buscando entre aquellos a los suyos.

Renuncio a describírtelo, y supongo que lees los periódicos. Juan y yo, y con nosotros cuantos tienen tan triste profesión, estamos fatigadísimos, aunque esta misma actividad y trabajo incesante nos ha librado, en parte, del común abatimiento. Figúrate que llevamos hechas más de treinta amputaciones.

Ayer cundió por el pueblo un pánico horrible, porque se iba a proceder a la extracción de unas cajas de dinamita que aún quedaban. No hay peligro, según los técnicos afirman, y la operación se está llevando a cabo sin el menor contratiempo.

Adiós, que se me acaba el papel

Enrique

 

M. P., Enrique - M. P., Marcelino, p. 16-17.

Notas