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Epistolario > Volumen 9 (Noviembre 1887 -... > Vol. 9 - carta 607

Datos del fragmento

Remitente FRANCISCO SOSA Destinatario MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO Fecha 10 abril 1889 Lugar México

Texto

Volumen 9 - carta nº 607

De FRANCISCO SOSA [1]
A MARCELINO MENÉNDEZ PELAYO

México, 10 abril 1889

Muy distinguido amigo: Acabo de leer un bello artículo de Vd. sobre la «Puchera» y no puedo resistir al deseo de comunicarle mis ideas respecto á dicha novela y al juicio que de ella ha formulado. Tal deseo no trae aparejada la pretensiosa intención de ostentarme crítico de quienes, como Vd. y Pereda, valen tanto, y á quienes mucho estimo. Bien lo comprenderá desde el momento en que vea mis observaciones en una carta confidencial, escrita al correr de la pluma, y no en las páginas de un folleto ó en las hojas de un periódico. Y aun de hacerlas en esta forma me abstendría, si temiera que V. fuese capáz de dar torcida interpretación á pensamientos expresados sinceramente y solo por calmar la comezon que sentimos los amigos de las letras, de comunicarnos y discutir con los que más saben, para salir gananciosos al aprender á aquilatar la belleza estética.

La lectura de la «Puchera» me inspiró las siguientes líneas que tal vez habrá Vd. leido en la Sección Bibliográfica de la «Revista Nacional de Letras y Ciencias» que estamos publicando aquí varios amigos, y que hemos enviado á Vd.

«El insigne novelsita español acaba de dar, con la última de sus producciones, una prueba brillantísima de que es muy merecido el renombre de que disfruta. Hay en «La Puchera» admirables descripciones, caractéres soberbiamente presentados, bellísimos cuadros de costumbres montañesas, y escenas con tal viveza referidas que el lector cree haber asistido en persona al teatro de los sucesos que narra el autor. Un artista no necesitaria más para trasladar al lienzo, como copiados del natural, los tipos y los lugares que figuran en «La Puchera». Y como si todo eso no fuera bastante, Pereda prodiga en las páginas de su libro los tesoros de lengua española, y enseña, sin pretenderlo, cómo sin rebuscar frases arcaicas, puede un escritor, en prosa tersa y castiza, deleitarnos con una novela digna del siglo de oro de las letras castellanas.

«No es en una breve noticia bibliográfica en donde pueden señalarse las excelencias de la última novela de Pereda, ni en donde es oportuno analizar el argumento de la obra, apuntando las observaciones que el libro sugiere. Acaso despues de releer «la Puchera» le consagrarémos un artículo en forma».

Ya vé V., mi buen amigo, que no he sido parco en elogios á la «Puchera», y ya vé Vd. igualmente que, como Vd., he admirado la fuerza plástica del lenguaje de Pereda, y la creación de personajes exuberantes de vida poética.

Estamos, igualmente, conformes respecto á las bellezas que encierran otras novelas del ilustre montañés; pero nuestras opiniones comienzan á discrepar en «La Montalvez». Cree Vd. que en esta erró, no por culpa suya sino por culpa del asunto, mientras que yo califico á la «Montálvez» de una de las más egregias producciones de Pereda. Pero de esto ya hemos tratado en nuestras cartas anteriores, y hoy tengo que concretarme á «la Puchera» y al artículo de V.

Entrémos en materia.

Cree Vd. que el carácter local de las novelas de Pereda, le favorece mucho más que le perjudica en el momento presente, y que de su limitación nace su fuerza positiva. Con efecto, las admirables descripciones de las montañas santanderinas y de las costas cantábricas, y los caracteres soberbiamente presentados, de los campesinos y de los hombres de mar, son admirables y son soberbios, porque Pereda inspirándose en la naturaleza, adorándola, sorprendiendo su hermosura en sus más poéticos instantes, ha llegado á convertirse en artista de tan excelso mérito, que no es hiperbólico llamarle sin rival. Pero si bien es cierto, como Vd. dice, que el arte, como la historia, tiene algo de concreto, limitado y relativo, preciso es convenir en que el gran novelista extrema esa limitación, si es permitido decirlo así. No dudo ni por un momento que propios y extraños se deleiten contemplando los bellísimos cuadros pintados por Pereda, y que acaben por creer que con sus propios ojos han mirado esas montañas y esos mares; y soy tambien el primero en confesar que tienen tal relieve los personajes de sus novelas, que hasta llega uno á sospechar que los ha conocido y tratado, y que el libro despierta en nuestra mente recuerdos por tal manera brillantes que deja de ser para nosotros la obra de Pereda una creación. Sí, todo esto lo he pensado, y más que pensado, sentido muchas veces, mas de esa especie de fascinación, me ha vuelto á la vida real el caló , ininteligible para mí, muchas veces, de los campesinos y marineros. Y entónces me he dicho: si yó que puedo recurrir á un diccionario de la lengua, dejo en muchos pasajes de entender la significación de algunos vocablos y aun de frases enteras, ¿qué no ocurrirá á los que lean en idioma extraño la misma obra?

Es más todavia. A cada paso encuentro en las novelas de Pereda, páginas llenas de palabras que son perfectamente castizas, pero que están escritas suprimiendo alguna vocal ó ligeramente cambiadas segun es uso y costumbre en las comarcas que son teatro de los sucesos que el autor refiere. ¿Perderian acaso esas páginas, el tinte y el sabor locales; serian ménos interesantes, cautivarian ménos, si estuvieran en términos diversos? Yo creo que nó. La robustez en la expresión, la viveza de la frase, la gracia chispeante de los diálogos, la verdad de la cópia, serian las mismas, escribiendo las palabras como las escribe y lee cualquiera que no sea de la tierra santanderina. Haga V. la prueba, leyendo el discurso de Quilino (Capítulo VI) con la sola modificación de emplear las vocales que allí faltan, ó de sustituir las que los campesinos cambian, y verá Vd. cómo ese discurso conserva todas las cualidades que lo hacen atractivo.

Pasemos á otro punto:

«Lo más débil de «la Puchera» — dice Vd., — es, á mi juicio, la historia de Inés, del seminarista y del indiano. En la transformación de los sentimientos de Inés hay cierto alarde de psicología un poco infantil, que no vá bien con los hábitos literarios ni con las facultades dominantes de su autor, á quien le basta con su psicologia instintiva y adivinatoria para crear cuerpos y almas, sin necesidad de perderse en sutiles y tortuosos análisis. El seminarista peca por otro concepto: es real, pero con realidad bestial y grosera, que el autor marca y acentúa con verdadero encarnizamiento y saña. Su tia vale mucho más, y á veces habla una lengua digna de la mismísima Madre Celestina. El indiano, rara avis , entre los indianos de Pereda, por lo sentimental, romántico y atildado, aparece como caido de las nubes y sirve solo para desenlazar la fábula».

Perdone Vd., mi distinguido amigo, que con la franqueza y la lealtad de mi carácter, le diga, que, ó yo no he logrado entender la «Puchera», ó Vd. incurre en tres lamentables errores, incomprensibles en quien, como Vd., es maestro en materia de crítica literaria. No me dolería que en último análisis resultase lo primero. Intentaré presentar á Vd. mis observaciones, con la brevedad que exije la índole de esta carta.

Si fuera cierto que lo más débil de «La Puchera» es la historia de Inés, la novela seria defectuosísima, porque esa historia es precisamente la que llena la mayor parte del libro. En este, lo episódico, en último resultado, es la historia de la Pilarona, por más que al principio llegue uno á sospechar que son los amores del hijo del Lebrato lo que el autor se propuso referir.

Cierto que, aun cuando sea en segundo término, y contribuyendo como contribuyen al desenlace de la fabula, Pilara y Pedro Juan, y los demás personajes con ellos relacionados, llegan á imponerse al ánimo del lector, y éste no puede olvidarlos, y nota su ausencia, y celebra su reaparición en la escena; pero tambien es cierto que una vez interesado uno en la suerte de Inés, del Berrugo, del seminarista y del indiano, es á estos á los que se sigue con creciente ansiedad y en quienes se concreta el pensamiento del autor.

Tengo para mí, — acaso me equivoque, — tengo para mí que es este uno de los lados vulnerables de «la Puchera»: cierta falta de unidad de acción. Y esta creencia, nacida en mí desde el momento en que terminé la lectura de la novela, se ha robustecido al ver que Vd., opina que el indiano solo sirve para desenlazar la fábula.

Tampoco puedo resignarme á asentir á la opinión de Vd., respecto á que haya cierto alarde de psicologia infantil, (¿porqué infantil?) en la transformación de los sentimientos de Inés. Por el contrario, yo creo que Pereda se muestra admirable conocedor del corazon humano, cuando con pasmosa verdad nos hace ver cómo se modifica por medio de la instrucción un carácter, aun siendo deficiente esa instrucción. Transfórmase Inés por las lecciones del seminarista, y gracias á esa transformación palpita en las mejores páginas de la «Puchera» la vida, es decir, los grandes afectos, la energia inquebrantable, la resolución que conduce al vencimiento. Sin estas circunstancias, los sucesos se desarrollarian lenta y perezosamente y el libro perderia mucho de su interés.

¿Puede acaso interesarnos á tal extremo el idílico amor de Pilara?

La novela moderna, sin esa que llama Vd. psicologia infantil, no seria, como es, una de las ramas principales de la literatura: la que reemplaza al poema épico, y solamente serviria de pasto á las damas ociosas y á los hombres insustanciales. Los grandes caractéres, las luchas de las pasiones, cuando son descritos por novelistas psicólogos, cautivan lo mismo al sabio que al ignorante. Por eso la novela moderna anda en manos de todos; por eso Vd. roba algunos instantes á sus meditaciones profundas y se entrega á la lectura de las que por ser conciso llamará «las grandes novelas». Pasó ya la época de las novelas de tramas complicadísimas, en las que el lector necesitaba desentrañar la idea capital; en las que era preciso, para no extraviarse en aquel laberinto, asirse de un hilo por cierto facil de perder. De la propia manera que la ciencia médica debe á la anatomia sus mejores descubrimientos, sus conquistas más positivas, así la novela en los tiempos que corren debe la mayor parte de su interés al estudio que ella entraña de los móviles á que obedecen las acciones humanas, ó lo que es lo mismo á las causas que las determinan. Y no crea Vd. que yo, porque abrigo estas convicciones, soy adepto de la escuela que descubre á la vista del lector las asquerosidades, lo ruin, lo pequeño, lo miserable del ser. Ver cómo nace, crece y se desarrolla una pasión en una novela, como en la vida real; sobre todo si es una pasión noble y digna, es lo que me incita á leer producciones de este género, y de no ser así, lamento que el autor hubiese bordado en el vacio.

Pero no quiero estenderme más, pues eso seria abusar de la benévola amistad de Vd., y voy á terminar rogándole que si juzga dignas de ser refutadas las observaciones que acabo de apuntarle, no escuse hacerlo, pues, como al comenzar le indiqué, mi deseo es discutir con quien más sabe, para salir ganancioso al aprender á aquilatar la belleza de una obra literaria.

De Vd., con toda estimación afectísimo amigo

Francisco Sosa

 

Notas

[1] Carta escrita con pulcra caligrafía y firmada con estampilla.