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Obras completas de Menéndez... > BIBLIOTECA DE TRADUCTORES... > I : (ABENATAR–CORTÉS) > ARAGÓN, D. ENRIQUE DE, (comúnmente llamado Marqués de Villena)

Datos del fragmento

Texto

[p. 133]

Don Juan A. Llorente, en la curiosa autobiografía que publicó en París (1818) anuncia entre las obras que tenía escritas, una Historia genealógica y política de D. Enrique de Villena. Tal vez en este trabajo habría nuevos datos sobre tan famoso personaje; pero, no habiéndose dado a la estampa dicha biografía ni teniendo noticia de su paradero, hemos de contentarnos con las noticias hasta hoy conocidas y en varias partes dispersas, que, si no satisfacen totalmente la curiosidad, bastan a lo menos para nuestro objeto.

Don Enrique de Aragón era hijo de D. Pedro, nieto de don Alonso, primer condestable de Castilla y único Marqués de Villena, biznieto del Infante Don Pedro de Aragón y tercer nieto del Rey Don Jaime II. Casó D. Pedro con D.ª Juana, hija natural de Enrique II y de este matrimonio nació en 1384 nuestro don Enrique, descendiente, como se ve, de las dos Casas Reales de Aragón y de Castilla. Titulóse siempre Marqués de Villena por más que su abuelo hubiese sido despojado de este señorío por Enrique III que dió más tarde en trueco a nuestro héroe el condado de Cangas de Tineo. Muerto su padre en la jornada de Aljubarrota (1385) quedó Don Enrique bajo la tutela de su abuelo que en vano prentendió enderezarle por la carrera de las armas «Ca (dice Fernán Pérez de Guzmán en las Generaciones y Semblanzas), no habiendo maestro para ello, ni alguno le constriñendo a aprender, antes defendiéndogelo el Marqués su abuelo, que lo quisiera para caballero, en su niñez, cuando los niños suelen por fuerza ser llevados a las escuelas, él contra voluntad de todos se dispuso á aprender e tan sutil e alto ingenio había que ligeramente aprendía qualquier sciencia y arte a que se daba, ansí que bien parescía que lo había a natura. Ciertamente (añade el docto señor de Batres) natura ha grant poder, y es muy difícil e grave la resistencia a ella sin gracia especial de Dios.» Su vida fué una cadena de desdichas: «Ansí era este Don Enrique (añade Fernán Pérez) ageno y remoto no solamente a la caballería mas aun a los negocios del mundo, y al regimiento de su casa e [p. 134] hacienda era tanto inhábile e inepto, que era gran maravilla. Y porque entre las otras artes y sciencias se dió mucho a la Astrología, algunos burlando decían que sabía mucho en el cielo e poco en la tierra.» Casado con D.ª María de Albornoz, señora de Alcocer y otros lugares, obtenía de Enrique III el Condado de Cangas de Tineo antes mencionado. Por influjo del mismo Rey que deseaba separarle de su mujer a la cual tenía afición, según afirman graves historiadores, era electo en 1405 Maestre de Calatrava, no sin haberse antes disuelto su matrimonio mediante demanda de impotencia interpuesta por su consorte. Como Don Enrique no pertenecía a la Orden, diósele el hábito y la profesión atropelladamente, obteniendo dispensa pontificia del noviciado. Impúsosele por condición previa la renuncia del Condado de Cangas en favor de la corona, para evitar que muerto él, recayese en la Orden, y de tal suerte obtuvo en el Capítulo celebrado en Sta. Fe de Toledo el Maestrazgo, aunque no sin disidencia de muchos caballeros que eligieron a D. Luis de Guzmán, reuniéndose al efecto en Calatrava. Sabedor el Rey de tal protesta marchó a Calatrava con Don Enrique y ordenó que se le eligiese de nuevo en aquel convento, pero marchando a Aragón el de Guzmán, interpuso desde allí apelación a Roma sobre las violencias e irregularidades de la elección. A pesar de todo Don Enrique permaneció en quieta posesión del Maestrazgo lo que duró la vida del Rey, que no fué mucho, pues, apenas expiró en 1407, reuniéronse de nuevo los calatraveños y anularon la elección de Don Enrique, prestando obediencia a Guzmán. Esto envolvió a nuestro docto caballero en un inacabable pleito ante la curia romana hasta que en 1414 el Capítulo General de la Orden del Císter convocado en Borgoña dió por nula la elección, despojándole del Maestrazgo, y casi al mismo tiempo anuló el Papa la sentencia de divorcio como fundada en motivos no ciertos ni razonables, y dictada sólo para abrir a Don Enrique el camino a la dignidad que deseaba. Con lo cual hallase Don Enrique sin maestrazgo y sin condado, y tornó a vivir con su mujer que se había retirado al convento de Sta. Clara de Guadalaxara.

Mientras seguía Don Enrique este litigio, tuvo ocasión en 1412 de acompañar a su tío D. Fernando el de Antequera, cuando fué a tomar posesión de la corona aragonesa, para la cual le eligieran [p. 135] los compromisarios de Caspe. En este viaje obtuvo Don Enrique señaladas honras y dió gallarda muestra de su saber e ingenio, ora organizando en Zaragoza la representación alegórica con que fué festejado D. Fernando, ora restableciendo en Barcelona el Consistorio de la Gaya Ciencia cuyas fiestas poéticas presidió, y él mismo refiere en su Arte de Trobar, desdichadamente incompleto. Vuelto a Castilla en 1417, viéndose privado de toda dignidad y señorío, importunó a la Reina gobernadora Doña Catalina para que en algún modo reparase su mala fortuna, y alcanzó por fin el señorío de Iniesta, con el cual y la dote de su mujer vivió retirado el resto de sus días, dándose del todo a la meditación y al estudio. Tras de veinte años de tareas literarias y científicas, murió en Madrid (donde casualmente se hallaba) en 15 de diciembre de 1434 y fué enterrado en el convento de San Francisco. Dejó dos hijas bastardas, una de ellas D.ª Leonor de Villena, que con el nombre de Sor Isabel fué abadesa del Convento de la Trinidad de Valencia, y, heredando de su padre la afición a las letras, escribió el notable libro lemosín Vita Christi repetidas veces impreso.

«Fué Don Enrique pequeño de cuerpo e grueso (escribe Fernán Pérez), el rostro blanco y colorado: naturalmente enclinado más a las sciencias e artes que a la caballería e aunque a los negocios civiles ni curiales... En ansí en este amor de las escrituras, no se deteniendo en las sciencias notables e cathólicas, dejóse correr a algunas viles e rahezes artes de adivinar e interpretar sueños y esternudos y señales e otras cosas tales que ni a principe Real e menos a Cathólico Christiano convenían. Y por esto fué avido en pequeña reputación de los Reyes de su tiempo e en poca reverencia de los Caballeros. Todavía fue muy sutil en la poesía e gran historiador e muy copioso e mezclado en diversas sciencias. Sabía hablar muchos lenguajes, comía mucho e era muy inclinado al amor de las mujeres.»

Ni aun le dejó después de muerto la fama de brujo y nigromante. Casi parece excusado e impertinente hablar de la famosa quema de sus libros, verificada de orden del Rey Don Juan II por el Fr. Lope Barrientos, más tarde obispo de Ávila y de Cuenca. No invocaremos, por lo que tiene de sospechoso, el testimonio del autor verdadero o fingido del Centón Epistolario, que afirma que [p. 136] «los libros de Don Enrique llenaron dos carretas, que porque diz que son mágicos e de artes non cumplideras de leer» los envió el Rey a la posada de Fr. Lope Barrientos y que este «fizo quemar más de cien libros que no los vió él más que el Rey de Marroecos, ni más los entiende que el Dean de Cidá-Rodrigo». Y añade que «muchos otros libros de valía quedaron a Fr. Lope que no serán quemados nin tornados». Pero, afortunadamente, tenemos tres testimonios coetáneos. Dice la Crónica de Don Juan II que «el Rey mandó que viese Fr. Lope Barrientos si habia algunos de malas artes, y Fr. Lope los miró y hizo quemar algunos y los otros quedaron en su poder». El segundo escritor que menciona este suceso es Juan de Mena, tronando enérgicamente contra vandalismo semejante:

Aquel claro padre, aquel dulce puente,
Aquel que en el Cástalo monte resuena
Es Don Enrique señor de Villena,
Honra de España y del siglo pressente.
¡Oh ínclito, sabio, auctor muy sciente,
Otra y aun otra vegada yo lloro
Porque Castilla perdió tal thesoro
No conoscido delante la gente!

Perdió los tus libros sin ser conoscidos,
Y como en exéquias te fueron ya luego
Unos metidos al ávido fuego,
Y otros sin orden no bien repartidos:
Cierto en Athénas los libros fingidos
Que de Protágoras se reprovaron
Con cerimonia mayor se quemaron
Quando al Senado le fueron leídos.

Y el otro es, por fin, el mismo Barrientos en su tratado de las Especies de adevinanza, de cuyo pasaje ya publicado por el Comendador Griego, resulta con claridad quién fué el verdadero causante de la quema. Hablando del libro Raziel advierte: «Este es aquel que después de la muerte de Don Enrique de Villena tú como Rey Cristianísimo mandaste a mi tu siervo, que lo quemase a vueltas de otros muchos. Lo cual yo pusse en ejecucion en presencia de algunos tus servidores. En lo cual ansí como en otras cossas muchas paresció e paresce la gran devoción que su señoría siempre ovo en la religión cristiana. E puesto que aquesto fué y es de loar, [p. 137] pero por otro respeto, en alguna manera es bien guardar los dichos libros, tanto que estuvieran en guarda e poder de buenas personas fiables, tales que no usassen de ellos, salvo que los guardassen, a fin que algun tiempo podría aprovechar a los sabios leer en los tales libros por defension de la fe e de la religion cristiana e para confusion de los tales idólatras y nigrománticos.»

Como quiera que sea no es posible averiguar cuáles fueron los libros quemados de Don Enrique, si bien del texto de Barrientos parece inferirse que eran de magia y artes divinatorias. Probablemente habría también algunos de astrología judiciaria y de alquimia, pues en tales ciencias se suponía muy docto a Don Enrique. No es de creer que los tratados puramente literarios fuesen a las llamas, y aunque es poco lo que de Don Enrique se conserva, no por eso hemos de atribuir su pérdida a aquel suceso. Y yo presumo que fueron más los libros ajenos que los propios los que en aquella ocasión ardieron, por más que Juan de Mena parezca aludir a Obras originales.

El Marqués de Santillana colmó de altos elogios a Don Enrique en el notable poema Defunssion de D. Enrique de Villena que compuso a su muerte.

Las pocas obras de Don Enrique que a nosotros han llegado, que con mayor o menor fundamento se le atribuyen, son las siguientes:

Originales

Aquí comienza el libro de los trabajos | de hércules. El qual copiló don | enrri- | que de Villena a ynstancia de mosen | pe- | ro pardo caballero catalan e siguesse la | carta por el dicho señor don errique al di- | cho mosen pero pardo embiada en el co | mienço de la obra puesta.

Estos trabajos de hercles se acaba- | ron en çamora miércoles, XV días del | mes de henero año del señor de mill e | cccc. Lxxxiij años. Centenera. Fol., let. gót., 30 hojas.

Reimprimióse en Burgos, 1499 y en 1502. Últimamente ha reproducido con esmero la primera edición, por medio de la fotolitografía, el señor D. J. Sancho Rayón. Véase un extenso [p. 138] análisis de este curioso libro en el tomo VI de la Historia Crítica de la literatura española del señor Amador de los Ríos. Don Enrique expone el primitivo plan de su obra en el ultílogo que la cierra: «En el primer concebimiento fué mi intención explicadamente e por menudo poner la aplicación a cada una de estas diferencias de los nombrados estados desta manera: que un capítulo fuesse de la ficción e ystoria del trabajo e otro de la exposición e alegoría e otro de la verdad o certidumbre del fecho, cómo fué o passó et doze siguientes capítulos en cada uno, aplicando aquel trabajo a su estado por orden suçesiva... et desta guisa... por cada un trabajo de los doze quinze capítulos et en toda la obra ciento ochenta.» Pero por la premura del tiempo no pudo realizar su propósito y contentóse con escribir doze capítulos en todo y dividir cada uno en cuatro parágrafos, poniendo primero la historia, después la exposición alegórica, luego la verdad de la historia y, por último, la aplicación moral.

Arte Cisoria, o arte del cortar del cuchillo que ordenó el señor Don Enrique de Villena, a preces de Sancho de Jarava. Madrid, 1766. Fué publicado por la Comunidad Jerónima del Escorial, en cuya Biblioteca se conserva el ms. Fué compuesto este tratado en la villa de Torralba (que era de su mujer) en 1423. Es un arte de trinchar en las mesas, como su título lo indica.

El Arte de trobar que hizo Don Enrique de Villena intitulado a Iñigo Lopez de Mendoza, señor de Hita. No se conserva el tratado entero, sino algunos fragmentos y extracto de ciertas especies, formado por algún curioso. Publicólo Mayáns en el tomo II de los Orígenes de la lengua española (Madrid, 1737), reimpreso en 1873.

Mss. Ff.-101 de la Biblioteca Nacional. Contiene:

Tractado de la Consolaçion. Fué escrito en 1423.

Exposición de el versículo Quoniam videbo coelos tuos, opera digitorum tuorum, lunam et stellas quae tu fundasti. Está dedicado a Juan Ferrández de Valera y escrito en Iniesta en 24 de noviembre de 1414.

Tractado de la lepra, cómo se entiende por las scripturas estar la lepra en las vestiduras e paredes. Dirigido al maestro Alfonso de Cuenca.

[p. 139] Tractado de fascinatione, que es el que llaman ojo. No está completo en este códice. Escrito en Torralva, lo mismo que el Arte Cisoria.

En el mismo códice y después del Tratado de la Consolación está el libro de los Trabajos de Hércules, ya citado entre los impresos. Fué escrito en Valencia la víspera de Ramos de 1417 y compuesto primitivamente en catalán. Trasladólo luego al castellano el mismo Don Enrique a preces de Juan Ferrández de Valera, su criado, y acabó la traslación en Torralba, víspera de San Miguel del mismo año 1417.

El códice de la B. N. es en folio, a dos columnas, letra del siglo XV, exornado con letras capitales de colores.

El Dr. Luzuriaga, médico y curioso bibliófilo del siglo pasado, poseyó otro códice de obras de Don Enrique de Villena, del cual se conserva extracto (y en gran parte copia) en la Biblioteca de la Academia de la Historia. Además vió el códice en cuestión y formó su índice D. Bartolomé Gallardo, cuando paraba en poder de Mr. Bins (1841). Una nota a modo de tabla colocada al frente de dicho códice, anunciaba que en él se contenían:

1. San Agustín, de vita christiana.

2. Unas recetas en media hoja.

3 . Triunfo de las Donas, de Don Enrique de Villena.

4. Providencia contra Fortuna, de Mossen Diego de Valera.

5 . Doze trabajos de Hércules, de Don Enrique de Villena.

6. Exposición del verso Quoniam videbo coelos tuos.

7. Tractado de la lepra, de Don Enrique de Villena.

8. Tratado de fascinatione o aojamiento.

Pero, en realidad, faltaban en el códice las Recetas, la Exposición del Salmo y la Consolatoria, estando incompletos el Triunfo de las Donas y el Aojamiento. En cambio encerraba un tratado anónimo titulado la Cadira del Honor, que Sempere y Guarinos (Hist. del lujo) al dar noticia de este códice atribuyó malamente a Don Enrique, siendo obra de Juan Rodríguez del Padrón.

Esto (exceptuando la observación final) dice Gallardo; pero o escribió de memoria en este punto, o hay dos códices idénticos, dado caso que en la Biblioteca de los Duques de Frías se conserva otro que contiene punto por punto los mismos tratados y con iguales faltas. Este y no otro es el que vió Sempere y Guarinos, [p. 140] y no contiene más producciones de Don Enrique que los trabajos de Hércules y el fragmento de la fascinatione o mal de ojo. El triumpho de las Donas es obra de Juan Rodríguez del Padrón, como consta de otros códices, y como su segunda parte puede considerarse la Cadira del honor. La Providencia contra Fortuna lleva expreso el nombre de su autor Mossen Diego de Valera.

En la Biblioteca Colombina existe la Exposición del versículo Quoniam videbo (Tom. XLIV de Papeles Varios), y esmerada copia hecha por el P. Burriel se halla en uno de los tomos de su colección (Dd. 61 de la Bib. Nac., pág. 176).

Floranes poseyó completo el tratado de la fascinación o aojamiento, y le cita repetidas veces en la Vida del Canciller Pero López de Ayala y en otras partes.

En la Biblioteca Nacional hay otras dos copias de los Trabajos de Hércules, una antigua señalada J-215, y otra del siglo pasado sacada por el paleógrafo Palomares para el P. Burriel (V-157).

Es indudablemente apócrifa y forjada por algún alquimista de los que pulularon en Castilla durante el reinado de Enrique IV, al amparo del arzobispo Carrillo, la Carta de los veinte sabios cordobeses a D. Enrique de Villena, que se conserva unida a su respuesta en la Biblioteca Nacional (L-122, Pag. 111). Hemos leído el extenso extracto que de ella formó y posee nuestro docto amigo D. José R. de Luanco, que recoge curiosísimos materiales para una Historia de la Química en España.

Traducciones

Eneida, de Virgilio.

Tiene Don Enrique de Villena la gloria de haber hecho la primera traducción completa de la Eneida que vieron los idiomas neo-latinos. De este trabajo, nunca impreso, se conservan retazos en diferentes Bibliotecas y su conjunto forma la traducción entera acompañada de copiosísimas glosas. El códice más antiguo y completo que de esta versión existe en España es, según entendemos, el de la Biblioteca Colombina de Sevilla .Códice en folio, de letra del siglo XV, a dos columnas, 148 folios, con los [p. 141] títulos de los capítulos de letra roja. Fáltanle al comienzo pocas hojas que debían contener los primeros capítulos del libro I. de la Eneida. Por eso comienza con la traducción del Gens inimica mihi Thyrrenum navigat aequor de esta suerte: «Sepas que gente a mí enemiga navega por el mar Tirreno.» No tiene glosas este manuscrito.

Este códice nunca hubo de tener principios sino empezar con la traducción del texto, dado caso que en el Registrum de D. Fernando Colón aparece notada de esta suerte:

«Seis libros de las Eneidas, de Virgilio, traducidas de latín en castellano por D. Enrique de Villena. Divídense por capítulos. El primer libro incipit: «Yo Virgilio en verso cuento los fechos», el sexto desinit, «los navíos en la ribera».

Contiene, pues, este códice la versión de los seis primeros libros de la Eneida, con este final: «Aquí se acaba el sexto libro de la Eneida, de Virgilio, de la primera parte.»

No hemos tenido ocasión de ver este códice, y debemos esta noticia a un erudito amigo nuestro. Por lo demás, está conforme a la descripción de Gallardo en el tomo I de su Ensayo de una biblioteca española de libros raros y curiosos. Para completar en lo posible el códice de Sevilla remitió de Madrid el bibliotecario D. Tomás A. Sánchez un cuadernillo que contenía copia del prohemio y de los tres capítulos primeros.

El ms. que nosotros hemos examinado despacio es el M-16 y 17 de la Biblioteca Nacional, copia hecha en el siglo XVII, la de los tres primeros libros y en el XVIII la de los tres postreros. Pellicer no pudo ver más que el códice que contiene los tres primeros, porque en su tiempo no existía otra cosa en la Biblioteca. Poco después de la publicación de su libro, sabedor D. Tomás A. Sánchez de la existencia del códice sevillano solicitó y obtuvo del bibliotecario de la Colombina Gálvez copia de los otros tres, remitiéndole en cambio los principios que faltaban al de Sevilla.

M-16.—Rotulado Eneida. Al principio se lee la nota siguiente: «Magüer en la de yusso puesta figura sea estoriado que D. Enrique presenta esta traslación al Rey de Navarra por cuya instancia la hizo y así lo dice en la rúbrica, nonge la presentó porque antes que fuesse puesta en pergaminos e bien escrita para se la presentar se levantó discordia e guerra entre el señor Rey de Castilla [p. 142] a quien el dicho Don Enrique avía por soberano señor y el Señor Rey presente de Navarra, por ende abstúvose de lo facer tanto beneficio ni aver con él comunicacion en este presente, reservándola por la comunicar a otros caballeros del Reyno que deseaban de la ver e eran en el servicio del Señor Rey de Castilla e púsose aquí figurado como parece en este primer registro siquiera original porque de aquí tomasse ejemplo el qe. lo avía de poner de buena letra para lo fazer como aquí está, si viniera acasso que se pudiera presentar al dicho Rey de Navarra para quien fué comenzada e fecha.» Al margen hay esta otra apostilla: «A todos los qe. el pressente libro querrán e farán trasladar plega de lo escribir con glossas segun aquí está cumplidamente, porque los secretos ystoriales y los integumentos poéticos lleguen a noticia de los leedores y non presuman nin atienten el texto solo trasladar que por su obscuridad pariríe siquier presentaría muchas dubdas y non sería tan plazible al entendimiento de los leedores, mayormente romancistas y ssean ciertos que si les verná voluntad o deseo de lo transladar sin las glossas, que les viene por tentación y sujeccion diabólicas queriendo desviar non lleguen a noticia de los leedores la fructuosa doctrina en las glossas contenida, y a los qe. lo transladaron, como es amonestado, bendígalos Dios y de gracia pongan en obra la prágtica mostrada en estas glossas para desechar los vicios e alcanzar las virtudes.» En el centro queda lugar para un dibujo que en el códice original (de que se sacó esta copia) representaba al «Rey de Navarra asentado en su silla, y sus gentes, y Don Enrique qe. le pressenta la Eneida romanzada».

«Traslado de latin en romance castellano de la Eneida de Virgilio, la qual romanzó D. Enrique de Villena por mandado e instancia del muy alto e poderosso señor el señor Rey Don Juan de Navarra: «E fué movido el dicho Rey de Navarra a enviar dezir por la su carta al dicho D. Enrique con ruegos muy afincados que trasladasse esta Eneyda en la castellana lengua porqe. leyendo y faciendo leer ante ssí la Comedia del Dante falló qe. alababa mucho a Virgilio y confessaba de la Eneyda haber tomado dotrina para fazer aquella obra y fizo buscar la dicha Eneyda si la fallaría en Romance, porqe. él non era bien instruido en la lengua latina y non fallándola ni aun quien tomar quissiese cargo de la [p. 143] sacar de la lengua latina a la vulgar, por ser el texto suyo muy fuerte y de oscuros vocablos y ystorias non ussadas y aun porqe. estas obras poéticas non son mucho ussadas en estas partes, onde presumiendo el dicho Rey de Navarra qe. el dicho Don Enrique en las dichas obras poéticas avia trabajado mayormente en las de Virgilio encargóle con muchos ruegos y afficion y magüer el dicho don Enrique era ocupado en otras cossas, por captar su benivolencia púsosse al trabajo desta obra porque se acordasse de le dessagraviar de su heredad qe. le tenía tomada contra justicia. E ante todo se ssigue la carta qe. el dicho don Enrique envió al dicho Rey, pressentándole la traslacion ya dicha: «Muy alto y muy poderosso Señor: Con quanta humildat, subjeccion y reverencia puedo significar la interior dispossicion en mí habituada a vuestra obediencia y secundacion preceptiva (obsérvese de qe. manera tan absurda latiniza D. Enrique la lengua castellana ¡secundación preceptiva! por sumisión a los preceptos...), mí mesmo recomendando en la proteccion de vuestro favor, por cuya contemplacion y mandado se atrevió mi desussada mano tractar la péñola escribiente la Virgiliana doctrina en la Eneyda contenida, vulgarizando aquella en la materna lengua castellana, magüer ansiedades penossas y adversidades de infortunios desviaban mi cuidado de tanta operación en qe. todas las fuerzas corporales dirigir convenía: e magüer la rúdica insuficiencia mía no consintiesse tan elevada materia a las usadas humiliar palabras, nin equivalentes fallar vocablos en la romancial texedura, para exprimir hi aquellos angélicos concebimientos Virgilianos, con todo esso tan prompta era la voluntat a vuestro futuro mandado, qe. ya esperaba lo qe. le fuesse por vos, Señor, injuncto. Quissiera bien assí en otras cossas mandásedes fuera ocupado, en qe. no solamente intelectual mas aun corporal sufriesse trabajo en vuestra gloria y honra redundantes, y non en escientifica y historial scriptura. Por quanto los del pressente tiempo han por detestable qe. las grandes y generossas personas en esto sse ocupen cuidando ciegos de su inorancia, qe. los dedicados a la sciencial cultura non entienden de las mundiales cossas y ágibles tanto como ellos, y por esto los menosprecian, desviando de les encomendar administraciones activas. Y ya qe. esta opinion conozca errónea, por no conformar a la practicada usanza de aquellos, [p. 144] y al menos por comun opinion de los más aprobada, me desvié y desvío quanto puedo de tractar, decir o escribir scientificamente cosas contra mi propia inclinacion, y la forma recebida de la superior influencia; pero sobreveniente el mandado de tancto Rey y de mi Señor, rompí el silencio, poniéndome por sseñal parecido a qe. tirassen los arcos de los decidores con las saetas de sus palabras; y yo subyuguéme a las mordicaciones qe. los reprehensores podrán dignamente facer de la impertinente traslación, habiendo por mayor bien obedecer vuestro mandado e satisfacer vuestra voluntat, que non los dampnos oviera, o infestaciones, siquier confusión, que ayer por las antepuestas razones pudiera. Piense vtra. Rl. Superioridat si agora qe. non soy tractado de vuestra clemencia con aquella humanidat, qe. justicia y derecho requiere, e aquel deudo paternal qe. en vuestra Real alcanzo cara, fué tan animosso a la complacencia, qe. faré cuando meráredes de catadura piadossa, cumpliendo aquella satisfacción a que soes tenudo? Por cierto essa ora cantará mi lengua grandes loores, e fará resonar vuestro nombre: quanto Calliope graciosamente otorgárme quisso enfundiré en la recordacion de vuestra gloriossa fama. Al pressente suplico a vuestra Selcitud se digne recebir e aceptar la pressente translacion con esta previa epístola qe. a vos, Señor, envio, e aquella leer teniéndola por memorial mío, e la comuniquedes, multiplicando por trasumptos a los deseosos de la haver por crecimiento y fruto de moral dotrina a reparación de la vida cevil, qe. tanto en la sazon pressente deformada parece. Onde, porqe. mejor a vuestra Rl. noticia llegue la intincion collectiva de la Eneydal compossicion, antepusse un prohemio, qe. da gran introduccion al leedor, mayormente a los qe. el mar de las historias non han navegado; e sí otras cosas vuestra dominacion mandar a mí querrá, pensar puede non dubdaré de lo seguir, la pública onestad servada, fasta la efusion de la propia sangre inclusive. A la divinal clemencia plaga por su inefabilidad trascendente illuminar vuestro corazon en satisfacer en esta pressente vida lo qe. soes tenudo, porqe. despues de muchas e bienaventuradas circulaciones solares, podais a su juicio seguro venir, dando buena cuenta de vuestra Rl. administracion, e legar al glorioso premio aparejado a los bienaventurados Reyes, qe. justificadamente, quanto es possible a la humana flaqueza, passaron [p. 145] consumando el término de sus días en la mundial clausura, e se justificaron por satisfaccion condigna antes del postrimero día.» «Síguesse el Prohemio o preámbulo por dar mayor noticia de la obra y dificultad della.» En esta larguísima introduccion da el traductor noticias biográficas de Virgilio, habla de sus obras (acerca de los poemas menores Culex, Ciris, &. &., dice qe. «los hizo traer de Florencia D. Enrique de Villena, ca dántes en Castilla non se fallaban de Virgilio otras obras sinon la bucólica y la geórgica y la Heneyda»), trata especialmente de la Eneyda, y por último de su traduccion, en la cual (dice) «tove tal manera, que non de palabra a palabra ni por la órden de palabras qe. está en el oreginal Latino; más de palabra a palabra segund el entendimiento y por la órden qe. mejor suena, siquiera parece, en la vulgar lengua: en tal guissa qe. alguna cosa non es dexada o pospuesta, siquier é obmetida de lo contenido en su oreginal, antes aquí es mejor declarada, y será mejor entendida por algunas expresiones qe. pongo acullá subintellectas, siquiera imprícitas, o escuso puestas, segund claramente verá el qe. ambas las lenguas Latina e vulgar supiere, y ubiere el original con esta translacion comparado. Esto fize porqe. sea más tractable y mejor entendido, e con ménos studio y trabajo... los diversos actos de cada libro partí por capítulos... magüer Virgilio sin distincion capitular fizo cada libro, solo texiendo aquel de continuados versos...». Este prohemio lleva tambien sus glossas en las cuales el traductor se comenta a sí mismo. Del tiempo qe. tardó en la traduccion da noticia en una de ellas. «Aquí dice qe. tardó en facer esta traslacion un año e doce días, este año entiéndese solar, e los días naturales, a demostrar qe. la graveza de la obra requería tanta dilacion (¡y todavía le parecía dilacion a D. Enrique!), mayormente mezclándose en ella muchos destorvos, assí de caminos, como de otras ocupaciones en qe. le cumplía de entender, e porqe. más se entienda, qe. continuándose sin inmediar interpolación, se faria mejor, dize qe. durante este tiempo fizo la traslacion de la Comedia del Dante a preces de Íñigo López de Mendoza; e la Rhetorica de Tulio nueva para algunos qe. en vulgar la querían aprender e otras obras menores de Epístolas e Arengas, e Proposiciones, e Principios en la Lengua Latina, de qe. fué rogado por diversas personas tomando esto por solaz en comparación del trabajo [p. 146] qe. en la Eneyda pasaba, e por abtificar el entendimiento, e disponer el principal trabajo de la dicha Eneyda... E fué comenzada año de mill e quatrocientos e veinte e siete a veinte e ocho días de Setiembre». De la prioridad de su versión informa él mismo en otra glosa:

«En Italia algunos vulgarizaron esta Eneyda, pero diminutivamente, dexando muchas ficciones poéticas; sólo curando de la simple historia en la mayor parte... y otros del Italiano en francés y en catalán la tornaron anssi menguada, como estaba en el Italiano; pero nunca alguno hasta agora la sacó del mismo Latin. salvo el dicho D. Enrique...»

Fol. 18, vto.—«Comienza el primero libro de la Eneyda en donde se pone cómo Eneas partió de Troya con veinte naves armadas despues del destroymiento de aquella fecho por los griegos, y pasó por la mar grandes fortunas, queriendo ir en Italia, y los vientos contrarios le volvieron en África y cómo lo recibió la Reina Dido y cómo fué tractado por Dido, Reyna entonces de Cartago.» Capít. primero, «Cómo del linaje de Eneas salieron los fundadores de Alba y Roma». Tiene 29 capítulos.

Fol. 50.—«Aqui fenesce el primer libro de la Eneyda e comienza el segundo en do se pone la narracion de Eneas qe. fizo contando a la Reina Dido por menudo el destruimiento de Troya postrimero e cómo fué librado e partió della.» Tiene 31 caps.

Viene en pos el libro tercero (dividido en 25 caps.) y con él acaba este códice, en el cual van al margen del texto las Glossas. Éstas, que son muy largas y a veces sobre toda ponderación impertinentes, demuestran, sin embargo, en D. Enrique una erudición clásica, para aquel siglo extraordinaria. Por eso quedó tan satisfecho de ellas e insistía en que no las olvidasen los copiantes.

M-17 (copia del códice sevillano antes citado):

«Aquí fenesce el tercero libro de la Eneyda e comienza el cuarto en el qual se pone cómo la Reyna Dido casó con Eneas e despues por monición de los dioses, se partió de Cartago e se fué a Italia e la dicha Reyna se mató por su partida.» Cap. 1.º de cómo se enamoró la Reina Dido de Eneas e lo descubrió a su hermana Ana.» Tiene 28 capítulos.

Fol. 38, vto.—«Aquí fenesce el cuarto libro de la Eneyda. E comienza el quinto en el qual se pone cómo Eneas [p. 147] habló en Cecilia e del honrado rescibimiento qe. Alcestes le fizo e cómo Eneas celebró el cabo daño de su padre Anchises con grandes fiestas e solemnidades, e de cómo le aparesció su padre Anchises en visión, diciéndole descendiesse al infierno, siguiendo el consejo de Sibilla la profetissa e ally sabría complidamente todos sus fados de su generación.» Cap. 1.º, cómo súbito se levantó grant fortuna, porqe. ovo Eneas de volver en Cecilia. Tiene 17 caps.

Fol. 78, vto.—«Aquí fenesce el quinto libro de la Eneyda et comienza el sexto en do se pone cómo Eneas arribó en Italia al logar de Cumas et fué al templo de Apollo do estaba la Sibilla, la qual le dió entrada en el infierno.» Cap. 1.º, como Eneas fué al templo do avían respuesta los veyentes, mediante la Sibilla. Tiene 32 caps.

Como tomada del códice colombino, esta copia no tiene glossas.

En nuestras Bibliotecas no existen más libros que los citados. Según parece, hay un códice comprensivo de los mismos seis libros en casa de los Duques de Híjar. Para completar la versión, hay que recurrir a la Biblioteca Nacional (antes Imperial y en otro tiempo Real) de París, donde entre los ms. españoles se guarda con el núm. 7.812 un códice que abraza nueve libros de la Eneida desde el cuarto hasta el duodécimo. El señor Ochoa, al registrar este ms. en su Catálogo, tomó por nombre de autor el del copista y dijo que había sido hecha la versión en 1430 por Juan de Villena, criado de D. Íñigo López de Mendoza. Pero gracias a la diligencia y erudición del señor Amador de los Ríos, ayudado en esta indagación por el Conde Alberto de Circourt, sabemos de positivo que los tres primeros libros de los nueve corresponden exactamente a los códices que en España se conservan, y que, por consiguiente, los otros seis pertenecen de igual modo a la versión de D. Enrique, no habiendo diferencia en cuanto al estilo, y sabiéndose que el de Villena tradujo toda la Eneida. Además la distribución de capítulos es exactamente la misma que anuncia D. Enrique en su Prohemio, el libro sexto en 32 capítulos; el séptimo, en 34; el octavo, en 27; el nono, en 29; el décimo, en 31; el undécimo, en 30, y el duodécimo, en 33. Hizo esta partición en 346 caps. para que con los 20 párrafos principales del prohemio hiciessen 366, uno para cada día del año.

[p. 148] Insensatez sería buscar en esta versión rastro alguno de la poesía del original. Aún en cuanto a fidelidad deja harto que dessear, así por descuido, y malas inteligencias del traductor, como por las estragadas copias que hubo de tener a la vista. Pero merece, no obstante, singular consideración: 1.º Como monumento filológico que a la par que nos descubre los progresos de la lengua acusa el vano y tenaz empeño de los eruditos para latinizarla desacordadamente, usando de inversiones extrañas y giros y construcciones peregrinas; 2.º por la influencia grande que debió ejercer en el desarrollo de la idea del arte clásico entre nosotros; 3.º por su antigüedad superior, como antes dijimos, a la de todas las interpretaciones francesas y toscanas. Gloria es esta que enaltece sobremanera a nuestra patria y coloca en muy alto punto el mérito de D. Enrique.

El Prohemio con sus glosas y las de los tres primeros libros (aunque el encabezamiento sólo indica dos), pero sin el texto, se conserva en la Biblioteca Toledana y ya le cita el P. Sarmiento en sus Memorias para la historia de la poesía y poetas españoles.

Divina Comedia del Dante. Hizo, como hemos visto, esta traducción, a preces de Íñigo López de Mendoza. Sin duda estaría en prosa, de igual modo que la de la Eneyda, tanto más cuanto que ni tiempo hubo para metrificarla, como discretamente ha advertido el señor Amador de los Ríos.

Retórica Nueva de Tulio. Así se llamaba entonces la que en las ediciones modernas lleva el título de Rhetoricorum ad Herennium libri quatuor, comúnmente atribuída a Cornificio. Recibió este nombre por haber sido descubierta después del tratado de inventione, que tradujo a nuestra lengua D. Alonso de Cartagena, como veremos en su artículo.

Esta versión de D. Enrique no ha llegado a nuestras manos.

* * *

En mis notas de París y en las de Sevilla están las descripciones de los códices que allí se conservan y que vi después de escrito este artículo Añádanse:

Códice de la traducción de la Eneida, de D. Enrique de Villena, examinado por Rayón.

[p. 149] Fol. menor, 167 hs. no paginadas, las más en papel y las restantes en vitela. La portada, con el título y la dedicatoria, ocupan 2 hs., el prólogo o prohemio 16, el libro 1.º 34, el 2.º 65, el 3.º 50. La letra es gótica y gruesa en el prohemio, menos gruesa en el texto y menuda en las notas. Capitales de oro.

Tiene los mismos prls. que los demás códices, y acaba:

Finito libro sit laus et gloria Christo,
Qui scriprit scribat, semper cum Domino vivat,
Vivat in coelis hic scriptor mente fidelis,
Sint adjutores coelesti habitatores:
Martinus Sanctii vocatur: qui scriprit benedicatur,
El fuit perfectus XVIII Junii anno
Dom. Mº IIIIº. LXII.

Notas