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Obras completas de Menéndez... > ESTUDIOS SOBRE EL TEATRO DE... > VI : IX. CRÓNICAS Y... > X. COMEDIAS NOVELESCAS > II.—LA MOCEDAD DE ROLDÁN

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Texto

Citada en la primera lista de El Peregrino (1604). Impresa en la Parte 19 de las comedias de Lope (1623), que tuvo tres reimpresiones: en 1624, 1626 y 1627. En la dedicatoria al cronista y poeta aragonés D. Francisco Diego de Zayas o Sayas (en la cual, por cierto, se menciona un poema suyo, la Castalia, que no encuentro citado en la Biblioteca de Latassa), dice Lope que compuso esta comedia en sus mocedades «a devoción del gallardo talle, en hábito de hombre, de la única representante, Jusepa Vaca, digna desta memoria, por lo que ha honrado las comedias con la gracia de su acción y la singularidad de su ejemplo». Como todavía [p. 291] carecemos de historia formal de nuestro histrionismo del siglo XVII, aunque comienzan a reunirse excelentes materiales para ello, no podemos fijar con exactitud la fecha en que la insigne comedianta creó, como ahora se dice, el papel del niño Roldán, pero no es verosímil que fuese antes de 1596, fecha del más antiguo documento en que suena su nombre. [1]

Este interesante y ameno poema dramático puede compensarnos con creces del fastidio producido por Los Palacios de Galiana. Antes de entrar en la investigación de los orígenes de La Mocedad de Roldán, daremos breve idea de su argumento y de las escenas más notables.

Una infanta que en la comedia no tiene nombre, hermana de Carlomagno, todavía príncipe heredero, o, como dice el poeta, Delfín de Francia, por vivir su padre el Emperador (título que graciosamente otorga Lope al rey Pipino, aunque tampoco le nombra), enamorada de un conde Arnaldo y casada secretamente con él, se halla a punto de dar a luz, precisamente cuando llega a París el Príncipe de Hungría, con quien el Emperador tenía capitulado casarla. En tal conflicto deciden ambos amantes la fuga, que ejecutan en la misma noche en que la ciudad ardía en fiestas y luminarias con ocasión del proyectado desposorio. El estruendo y animación de aquella noche está presentado con la viveza característica de Lope, enlazándose muy ingeniosamente el tumulto de las máscaras y la algazara de la muchedumbre, con el largo y penoso rodeo que tienen que hacer los fugitivos para salir de la ciudad. Por un ingenioso golpe de teatro, que debió de sorprender muy agradablemente a los espectadores, es el mismo Príncipe de Hungría quien ayuda a Arnaldo y a la cuitada dama, sin conocerlos, prestándoles su propio caballo. Termina la jornada con el nacimiento de Roldán, que su padre refiere en estos términos:

        [p. 292] En lo espeso deste monte
       Llegó el tiempo limitado
       De parir la Infanta triste;
       Bajéla, Celio, llorando.
       Era el sitio, de una cuesta,
       Aunque breve, lo más alto;
       Toméla por las espaldas,
       Y ceñida con mis brazos,
       Parió con mayor dolor
       Que ha sentido pecho humano;
       Y dando el niño en la yerba,
       Fué por la cuesta rodando.
       Dejé a la Infanta, y corrí
       Donde lloraba el muchacho,
       Que era el margen de un arroyo,
       Ya de mis ojos formado,
       ¿No has visto, Celio, entre juncos
       Estar las ranas cantando?
       Pues lo mismo parecía
       Del muchacho el triste llanto.
       Toméle en brazos, y estuve
       Suspenso de verle un rato,
       Porque ya me parecía
       Lo que otros muchos de un año.
       Subíle a mi pobre esposa,
       Que entonces abrió los brazos
       Por abrigarle en su pecho,
       Que estaba todo temblando....
       Voy al manso arroyo, y cojo
       Agua con entrambas manos,
       Y en nombre de tres Personas
       Y sólo un Dios, fué cristiano.
       Y como rouler en francés
       Es rodar, y fué rodando,
        Luego que nació, Roldán
       
Nos pareció bien llamarlo. [1]
       Roldán, en fin, queda agora,
        [p. 293] No en rica holanda empañado,
       No con mantillas de grana
       Y cubiertas de oro y raso,
       Sino en mi solo herreruelo
       Y en tres o cuatro pedazos
       Que corté de mi vestido...
       Aquí, de pieles y ramos
       Pienso hacer una cabaña
       Entre estos mudos peñascos,
       Donde, hasta pasar la furia
       Al Emperador airado,
       Viva con mi amada esposa
       Y con mi Roldán........

Entre el acto primero y el segundo han pasado cerca de veinte años, con la rapidez habitual en el Teatro de Lope. [1] El Conde se partió a la guerra, y yace cautivo en poder de los moros de Biserta; la Infanta, desconocida para todo el mundo, vive en una aldea con su hijo, ganándose pobremente el sustento con la labor de sus manos. Roldán, que nada sabe de su prosapia, ha crecido extraordinariamente en fuerzas, atrevimiento y valentía. Los pastores del contorno se hacen lenguas de él; los mancebos más arriscados huyen de la pujanza de su brazo:

No tiene mancebo igual
Toda aquesta serranía...
—Es demonio.
       —Es muy valiente;
Tiembla dél toda la gente;
Es Roberto en Normandía.
Si lucha, derriba al suelo
Al mancebo más robusto;
Si tira al blanco, es tan justo,
Que mata un ave en el cielo;
    [p. 294] Si tira al canto o la barra,
Pasa, al que mejor, diez pies;
Si esgrime, parece que es
La destreza más bizarra;
   Si habla, no es labrador,
Sino galán cortesano;
Si enojado, un tigre hircano
Lleno de rabia y furor.
   Él es pobre, si esto es falta
En el que es hombre de bien;
Mas no conozco de quién
Se sepa virtud tan alta.

Un día, otro mozuelo insolente y mal criado le dirige un soez insulto contra la virtud de su madre. Roldán le muele a palos y a coces, y hace frente a los villanos amotinados, exclamando con viril acento:

Mi madre es de buena gente,
Y por sí muy virtuosa,
Y a quien dijere otra cosa
Digo tres veces que miente.
Y si nací sin nobleza,
Por mí mismo soy tan bueno,
Que estoy de nobleza lleno
Contra mi naturaleza...
   El mejor Rey descendió
De un hombre, sin saber cuál:
El bueno o mal natural,
Con la virtud se venció...

Pero el misterio de su nacimiento pesa sobre él y le aflige y acongoja con sospechas de bastardía. Determina alejarse de su madre, y en un diálogo rapidísimo y lleno de nervio la interroga en vano, la increpa, pasando arrebatadamente del desaliento a la ira, y estallando al fin con bárbara violencia:

       INFANTA

¿Adónde vas desta suerte?

       ROLDÁN

A vengar mi honor perdido.
        [p. 295] INFANTA

¿Perdido?

       ROLDÁN

           Basta ofendido,
Para vengarme en su muerte.

       INFANTA

¿Tienes seso?

       ROLDÁN

       Tengo honor.

       INFANTA

Rapaz...

       ROLDÁN

       Ya no soy rapaz.

       INFANTA

Vive en paz.

       ROLDÁN

       No quiero paz.

       INFANTA

Pues ¿qué?

       ROLDÁN

       La guerra es mejor.

       INFANTA

¿Deso gustas?

       ROLDÁN

       ¡Dulce nombre!

       INFANTA

Mataránte.

       ROLDÁN

       No hayas miedo.

       INFANTA

Estáte quedo.
        [p. 296] ROLDÁN

       No puedo.

       INFANTA

¿Por qué?

        ROLDÁN

       Porque soy muy hombre.

       INFANTA

¡Hombre! ¿Qué dices?

       ROLDÁN

                Pues ¿quién?

       INFANTA

¿Quién te ha ofendido?

       ROLDÁN

                Un villano.

       INFANTA

Y ¿dístele?

       ROLDÁN

       Con la mano.

       INFANTA

¿Y con un palo?

       ROLDÁN

                También.

       INFANTA

Fué mal hecho.

       ROLDÁN

                Fué bien hecho.

       INFANTA

¿De quién dijo mal?

       ROLDÁN
De vos.
        [p. 297] INFANTA

Súfrelo tú.

       ROLDÁN

¡Bien, por Dios!

       INFANTA

¿Qué dijo?

       ROLDÁN

Acá está en el pecho.

        INFANTA

Luego ¿no lo sabré?

        ROLDÁN

No.

       INFANTA

¿Y andando el tiempo?

       ROLDÁN

No sé.

       INFANTA

¿Por qué?

        ROLDÁN

Yo me sé el por qué.

       INFANTA

¿Quién eres tú?

       ROLDÁN

Yo, soy yo.

       INFANTA

¿No eres mi hijo?

       ROLDÁN

Sí, madre.

       INFANTA

¿De qué precias?

       ROLDÁN

De ser hombre.
        [p. 298] INFANTA

¿Cómo?

       ROLDÁN

Roldán es mi nombre.

       INFANTA

Y ¿no más?

       ROLDÁN

       Dios es mi padre;
   Que a quien el padre faltó,
Dios es Padre general;
Y si de vos hablan mal,
Seré vuestro padre yo.
   Mil veces os he rogado
Me digáis de qué manera
Nací.

       INFANTA

   Si yo lo supiera,
Ya te lo hubiera contado...
..............................
   Si fué tu padre algún hombre
Que por aquí pasó incierto,
¿Cómo podré yo de cierto
Saber sus prendas y nombre?

       ROLDÁN

Luego, madre, aquel rapaz
Que me llamó mal nacido
No mintió.

       INFANTA

       Desdicha ha sido.
Haz, hijo, con éstos paz
..........................

       ROLDÁN

¡Par Dios, gentiles razones
Tras estar desengañado
De que no es mi padre honrado!
Dejaos, madre, de sermones,
Y tomaldos para vos
..................................
[p. 299] ¡Ah, madre, que sois mujer!
........................................
   Quedaos con Dios, que no quiero
Vivir un punto con vos.

       INFANTA

¡Hijo, hijo!....

       ROLDÁN

Madre, adiós.

       INFANTA

¡Oye, escucha, espera!...

       ROLDÁN

                         Espero;
¿Qué me habéis ya de decir?

       INFANTA

Quiérote decir quién eres.

       ROLDÁN

Tras ser ruines las mujeres,
¿Qué sabrán, sino mentir?...

Entretanto, los mozos del pueblo de Villarreal, donde pasa la acción, traen bandos y contiendas con los del vecino lugar de Villaflor, y eligen por caudillo a Roldán para repeler la invasión de sus contrarios. Este tumulto villanesco y guerra intestina está pintado por Lope con la facilidad y gracia que ponía siempre en este género de cuadros rústicos:

   Cien mozos de Villaflor,
Con menos orden, que estruendo,
Van los campos destruyendo,
Sin perdonar fruto y flor.
   Cárganse, que es compasión,
De almendras verdes y duras,
De las uvas mal maduras
Y las peras sin sazón;
    [p. 300] Del membrillo sin provecho,
Que apenas el vello arroja,
La guinda y cereza roja
Entre la linde y barbecho.
   Lo que a su hambre conforma,
Pepino y cohombro son,
Porque en su cama el melón
Apenas pepitas forma.
   Comen racimos aprisa,
Haciendo las viñas parvas,
Corre el mosto por las barbas,
Manchando pecho y camisa....
.....................................
   A tu madre han cautivado
Con otras cuatro serranas
De las que por las mañanas
Llevaban gansos al prado.

Roldán toma por lo serio su oficio militar, adiestra su gente y la hace marchar en escuadrón cerrado contra el enemigo, de quien obtiene cruenta victoria, dejando muertos a dos o tres y descalabrados a otros muchos. Tal aventura le obliga a salir del pueblo y tomar el camino de París en compañía de su madre, que por fin le revela el secreto de su origen, aunque a medias:

    Un caballero alemán
De antigua y clara nobleza
Sirvió a mi padre en París,
Que era gran señor en ella...
.....................................
Si me llevas a París,
Hijo, con secreto sea.
Tenme en una pobre casa
Que esté de la villa fuera,
No me conozca algún hombre
Que me vió en tanta riqueza.

       ROLDÁN

¿Es posible, madre mía,
Que sois tan noble y tan buena?
Echarme quiero a esos pies.
        [p. 301] INFANTA

Camina, y no te detengas.

       ROLDÁN

¿Que está cautivo mi padre?

       INFANTA

Si es vivo, él vive en cadenas.

       ROLDÁN

¿En cadenas, y yo libre?
¡No quiera Dios que eso sea!
Yo pediré su rescate;
Yo iré por él a Biserta.

Al fin de esta jornada se presenta Roldán en la audiencia del Emperador, pidiendo limosna para el rescate de su padre. Agrada al Soberano el donaire y despejo del mancebo, y le toma a su servicio.

En el acto tercero le encontramos ya enamorado de doña Alda, diciéndola su amor en dulces metros líricos, y amigo y confidente del príncipe Carloto, a quien acompaña y defiende en lances nocturnos como un galán de capa y espada, pero sin olvidar, en medio de sus travesuras, arrojos y temeridades, la noble pasión filial que le hace pensar de continuo en el rescate de su padre y en la reparación de la honra de su madre. Para sustentarla roba delante del Emperador y de sus Pares un plato de su mesa, y va a llevársele a la pobre casilla del arrabal donde vive encubierta; escena capital, como veremos, en todas las variantes de esta leyenda. El Emperador hace venir a su presencia a la que cree dama de Roldán, la reconoce, y para completar la anagnórisis sobreviene muy a tiempo el cautivo Arnaldo, a quien la guardia de Palacio ha preso suponiéndole ladrón de una cadena que Roldán le había dado de limosna.

Todo el interés de esta pieza se funda en la impetuosidad y arrojo juvenil de Roldán, carácter vigorosamente trazado. Los restantes valen poco; el de la Infanta es pálido y apagado en [p. 302] demasía, y no llega a conmovernos, a pesar de sus infortunios y de su mansedumbre. El estilo es fácil, pero desaliñado, como de la primera manera de Lope; el diálogo, muy movido y de corte muy dramático. Hay algunos trozos líricos apreciables. [1] Del desorden novelesco de la acción no se hable, por ser característico de nuestros poetas en este género de dramas.

¿Dónde encontró Lope el argumento de esta comedia? Los personajes de la leyenda son carolingios, pero los primeros textos en que aparece consignada no son franceses, sino franco-itálicos y de época bastante tardía. Los italianos la reclaman por suya, [p. 303] y quizá nosotros podamos alegar algún derecho preferente. Ante todo, se ha de advertir que la más antigua poesía épica nada supo de estas mocedades de Roldán, y aunque siempre se le tuvo por hijo de una hermana de Carlomagno, a quien unos llaman Gisla o Gila y otros Berta, no había conformidad en cuanto al nombre del padre, que en unos textos es el duque Milón de Angers, y en otros el mismo Carlomagno, a quien la bárbara y grosera fantasía de algunos juglares atribuyó trato incestuoso con su propia hermana. Pero en ninguno de los poemas franceses conocidos hasta ahora hay nada que se parezca a la narración italiana de los amores de Milón y Berta y de la infancia de Orlandino. Además, la acción pasa en Italia y se enlaza con recuerdos de localidades italianas. A este propósito escribe con mucha razón Pío Rajna, contestando a León Gautier, que se empeñaba en no ver en la leyenda italiana más que una copia adulterada de un original francés perdido: «Me parece un error deplorable pretender que los italianos del Septentrión no hicieran más que repetir, con infinitos despropósitos, las composiciones venidas de Francia; si en materia de poesía lírica supieron emular no rara vez a los trovadores provenzales, empleando una lengua extranjera, no sé por qué en la poesía narrativa no se les ha de suponer más que parásitos y algo peor. Por lo tocante al caso nuestro, el nacimiento de Orlando no ha servido de argumento a ninguno de los innumerables cantares franceses que se conservan, y cuando se alude al origen del héroe se ve que los autores no tenían la menor noticia de un relato análogo al nuestro.» [1]

Pero es el caso que esta historia de la ilegitimidad de Roldán, nacido de los amores del conde Milón de Angers o de Anglante con Berta, hermana de Carlomagno, es sustancialmente idéntica a nuestra leyenda épica de Bernardo del Carpio, hijo del furtivo enlace del Conde de Saldaña y de la infanta Doña Jimena. La analogía se extiende también a las empresas juveniles atribuídas a Roldán y a Bernardo. La relación entre ambas ficciones poéticas [p. 304] es tan grande, que no se le escapó a Lope, quien, como sabemos, trató dramáticamente ambos asuntos, repitiéndose en algunas situaciones, y estableciendo en esta comedia de La Mocedad de Roldán (acto tercero) un paralelo en toda forma entre ambos héroes legendarios. Son interlocutores de esta curiosa escena el mismo Roldán, el Emperador y un embajador de España:

       EMBAJADOR

Allá tenemos, señor,
Un rapaz deste valor,
De quien pudiera contar
   Mil espantosas hazañas.

       ROLDÁN

¿Soy yo rapaz?

       EMBAJADOR

                Sois muy hombre;
Al otro doy este nombre.
Cuéntanse cosas extrañas
   De Bernardo.

       EMPERADOR

                Pues ¿quién es
Bernardo?

       EMBAJADOR

       El Carpio se llama,
Que presto sabréis su fama,
Y su venganza después.
   Tenía Alfonso una hermana
Que un vasallo le gozó,
De quien Bernardo nació.

       EMPERADOR

¡Ay, hija infame y liviana,
   No quisiera haber oído
Ejemplo de tu maldad!
        [p. 305] EMBAJADOR

El Rey, con seguridad,
Del noble Conde ofendido,
   Le tiene en dura prisión,
Lamentando su fortuna,
En el castillo de Luna,
Y a la Infanta en religión.
   Por hijo del Rey se cría
Bernardo, de esto ignorante,
Y a Roldán tan semejante,
Que imaginé que le vía.
   Será de su misma edad;
Pero es valiente y travieso.

       EMPERADOR

No lleva ventaja en eso
A Roldán.

       EMBAJADOR

                Su Majestad
   Se deleitara de ver
Tal rapaz como es Bernardo,
Airoso, fuerte, gallardo,
De extremado parecer;
   Bravo con hombres, y blando
Con mujeres por extremo.

       ROLDÁN

¡De envidia y rabia me quemo;
De coraje estoy temblando!
   ¿Quién es ese Bernardillo
Que conmigo comparáis?
Español, ¿sabéis que habláis
Con Roldán?...
.............................
   Decidle a ese Bernardillo
Que pase al margen de Andaya,
Y se venga hasta la raya
De Navarra.
        [p. 306] EMPERADOR

       ¡Ah, rapacillo!

       ROLDÁN

Yo callaré.

       EMPERADOR

       ¿Qué es aquesto?

       ROLDÁN

Y que allí podremos ver
Cuál es más hombre.

       EMBAJADOR

                Iré a hacer
Lo que me decís, muy presto.

Reconocido el parentesco entre las dos leyendas, lo primero que se ocurre es que la de Roldán ha servido de modelo a la de Bernardo; pero es el caso que los datos cronológicos no favorecen esta conjetura. El más antiguo texto de las Enfances Roland no se remonta más allá del siglo XIII, y para entonces nuestra fábula de Bernardo no sólo estaba enteramente formada, sino que se había incorporado en la historia, admitiéndola los más severos cronistas latinos, como D. Lucas de Túy y el arzobispo D. Rodrigo; andaba revuelta con hechos y nombres realmente históricos, y había adquirido un carácter épico y nacional que nunca parece haber logrado el tardío cuento italiano. Tres caminos pueden tomarse para explicar la coincidencia: o se admite la hipótesis de un poema francés perdido que cantase los amores de Berta y Milón (hipótesis muy poco plausible, no sólo por la falta de pruebas, sino por la contradicción que esta leyenda envuelve con los datos de los poemas conocidos), o se supone la transmisión de la leyenda de Bernardo a Francia, y de Francia a Italia (caso improbable, pero no imposible, pues ya hemos visto que también puede [p. 307] suponerse en el Maynete, y no soy yo el primero que le ha propuesto), o preferimos creer que estas mocedades no fueron al principio las de Bernardo ni las de Roldán, sino un lugar común de la novelística popular, un cuento que se aplicó a varios héroes en diversos tiempos y países. La misma infancia de Ciro, tal como la cuenta Herodoto y la dramatizó nuestro Lope en su comedia Contra valor no hay desdicha, pertenece al mismo ciclo de ficciones.

Todos los textos de las mocedades de Roldán fueron escritos en Italia, como queda dicho. El más antiguo es el poema en decasílabos épicos (para nosotros endecasílabos), compuesto en un francés italianizado, es decir, en la jerga mixta que usaban los juglares bilingües del Norte de Italia. Forma parte del mismo manuscrito de la biblioteca de San Marcos de Venecia, en que figuran la Berta y el Karleto. En este relato, Milón es un senescal de Carlomagno, y los fugitivos amantes se refugian en Lombardía, pasando en los caminos de Italia todo género de penalidades: hambre, sed, asaltos de bandidos; hasta que Berta, desfallecida y con los pies ensangrentados, se deja caer al margen de una fuente, cerca de Imola, donde da a luz a Roldán, que por su nacimiento queda convertido en un héroe italiano. Adviértase que en ésta y en todas las demás versiones de la leyenda (exceptuando la comedia de Lope), Roldán es hijo ilegítimo, sin que en parte alguna se hable de matrimonio secreto de sus padres; delicadeza es ésta de que la poesía primitiva y popular se cuida muy poco, cuando no la contradice abiertamente. Milón, para sustentar a Berta y a su hijo, se hace leñador. Roldán se cría en los bosques de Sutri, y adquiere fuerzas hercúleas. Su madre tiene en sueños la visión de su gloria futura. Pasa por Sutri Carlomagno, volviendo triunfante de Roma, y entre los que acuden en tropel a recibir al Emperador y a su hueste, llama la atención de Carlos un niño muy robusto y hermoso que venía por capitán de otros treinta. El Emperador le acaricia, le da de comer, y el niño reserva una parte de su ración para sus padres. Esta ternura filial, unida al noble y fiero aspecto del muchacho, que «tenía ojos de león, de dragón marino o de halcón», conmueve al viejo Namo, prudente [p. 308] consejero del Emperador, y al Emperador mismo, quien manda seguir los pasos de Roldán hasta la cueva en que vivían sus padres. El primer movimiento al reconocer a su hija y al seductor, es de terrible indignación, hasta el punto de sacar el cuchillo contra ellos; pero Roldán, cachorro de león, se precipita sobre su abuelo y le desarma, apretándole tan fuertemente la mano que le hizo saltar sangre de las uñas. Esta brutalidad encantadora reconcilia a Carlos con su nieto, y le hace prorrumpir en estas palabras: «Será el halcón de la cristiandad.» Todo se arregla del mejor modo posible, y el juglar termina su narración con este gracioso rasgo: «Mientras esta cosas pasaban, volvía los ojos el niño Roldán a una y otra parte de la sala a ver si la mesa estaba ya puesta.» [1]

Esta es la forma más pura y sencilla de la leyenda. En la compilación en prosa I Reali di Francia, ya citada al hablar del Maynete, encontramos más complicación de elementos novelescos. Para seducir a Berta, Milón entra en Palacio disfrazado de mujer. El embarazo de Berta se descubre pronto, y Carlos la encierra en una prisión, de donde su marido la saca, protegiendo la fuga el consejero Namo. La aventura de los ladrones está suprimida en I. Reali. El itinerario no es enteramente el mismo. Falta el sueño profético de la madre. En cambio, pertenecen a la novela en prosa, y pueden creerse inventadas por su autor (si no las tomó de otro poema desconocido), las peleas de los mozuelos de Sutri, en que Roldán hace sus primeras armas, y la infeliz idea de hacer desaparecer a Milón en busca de aventuras, desamparando a la Princesa, a quien había seducido, y al fruto de sus amores. Esta variante, imaginada, según parece, para enlazar este asunto con el de la Canción de Aspramonte, y atribuir a Milón grandes empresas en Oriente, persistió, por desgracia, en todos los textos sucesivos, viciando por completo el relato y estropeando el desenlace.

La prosa de los Reali di Francia fué puesta en octavas reales [p. 309] por un anónimo poeta florentino de fines del siglo XIV, con el título de la historia del nascimiento d' Orlando, y por otro del siglo XV, que apenas hizo más que refundir al anterior: Inamoramento de Melone (sic) e Berta, e come nacque Orlando et de sua pueritia . [1]

Las juveniles hazañas de Roldán dieron asunto a Ludovico Dolce para uno de los varios poemas caballerescos que compuso a imitación del Ariosto: Le prime imprese del conte Orlando (1572); pero de los 25 cantos de que este poema consta, sólo los cuatro primeros tienen que ver con la leyenda antigua, siguiendo con bastante fidelidad el texto de I Reali. [2] El poema de Dolce fué traducido, en prosa castellana [3] por el regidor de Valladolid Pero López Enríquez de Calatayud (1594).

Más interesante que esta versión es otro texto castellano de la leyenda, inserto en la colección de novelas del navarro Antonio de Eslava, titulada Noches de invierno, cuya primera edición es de 1609. [4] La singular rareza de este libro, que la mayor parte de los que han tratado del ciclo carolingio muestran conocer tan sólo por el extracto francés que de él se hizo en la Bibliothèque universelle des romans (noviembre de 1777), me mueve a dar [p. 310] noticia un poco detallada del capítulo VIII (Noche segunda), que trata de los amores de Milón de Anglante con Berta; y el nacimiento de Roldán y sus niñerías. La fuente de este relato es, sin duda, I Reali di Francia, pero ofrece bastantes amplificaciones y detalles, debidos, sin duda, al capricho del imitador, que tenía, por cierto, mal estilo y pésimo gusto.

Enamorado Milón de Berta, «con mucho secreto se vistió de hábito de viuda, y lo pudo bien hazer, por ser muy mozo y sin barba, y con cierta ocasion de unas guarniciones de oro, fué a a Palacio, al cuarto donde ella estaba, y las guardias entendiendo ser muger, le dieron entrada..., y no solamente fué esto una vez, mas muchas, con el disfrazado hábito de viuda, entraba a gozar de la belleza de Berta, engañando a las vigilantes guardias, de tal suerte, que la hermosa Berta de la desenvuelta viuda quedo preñada.» Indignación de Carlomagno; largo y retórico discurso de Berta solicitando perdón y misericordia, «pues se modera la culpa con no haber hecho cosa con Milon de Anglante que no fuese consumacion de matrimonio, y debaxo juramento y palabra de esposo». La acongojada dama se acuerda muy oportunamente de la clemencia de Nerva y Teodosio y de la crueldad de Calígula; pero su herrnano, que parece más dispuesto a imitar al segundo que a los primeros, la contesta con otro razonamiento no menos erudito, en que salen a relucir Agripina y el emperador Claudio, la cortesana Tais y el incendio de Persépolis, Lais de Corinto, Pasiphae, Semíramis y el tirano Hermias, a quien cambia el sexo, convirtiéndole en amiga de Aristóteles. En vista de todo lo cual la condena a muerte, encerrándola por de pronto en «el más alto alcázar de Palacio». Pero al tiempo que «el dios Morfeo esparcía su vaporoso licor entre las gentes», fué Milón de Anglante con ocultos amigos, y con largas y gruesas cuerdas apearon del alto alcázar a Berta, y fueron huyendo solos los dos verdaderos amantes..., y en este ínterin, ya el claro lucero daba señales del alba, y en la espaciosa plaza de París andaban solícitos los obreros «haziendo el funesto cadahalso, adonde se habia de poner en execucion la rigurosa sentencia».

[p. 311] Carlomagno envía pregones a todas las ciudades, villas y lugares de su reino, ofreciendo 100.000 escudos de oro a quien entregue a los fugitivos. «Y como llegase a oidos del desdichado Milon de Anglante, andaba con su amada Berta, silvestre, incógnito y temeroso; caminando por ásperos montes y profundos valles, pedregosos caminos y abrojosos senderos; vadeando rápidos y presurosos rios; durmiendo sobre duras rayzes de los toscos y silvestres árboles, teniendo por techo sus frondosas ramas, los que estaban acostumbrados a pasear y dormir en entoldados palacios, arropados de cebellinas ropas, comiendo costosísimos y delicados manjares, ignorantes de la inclemencia de los elementos... Y assi padeciendo infinitos trabajos, salieron de todo el Reyno de Francia, y entraron en el de Italia... Mas sintiéndose ella agravada de su preñez y con dolores de parto, se quedaron en el campo, en una obscura cueva, lexos una milla de la ciudad de Sena en la Toscana... Y a la mañana, al tiempo que el hijo de Latona restauraba la robada color al mustio campo, salió de la cueva Milon de Anglante a buscar por las campestres granjas algún mantenimiento, ropas y pañales para poder cubrir la criatura que naciese.» Durante esta ausencia de su marido, Berta «parió con mucha facilidad un niño muy proporcionado y hermoso, el cual, asi como nació del vientre de su madre, fué rodando con el cuerpo por la cueva, por estar algo cuesta abaxo». Por eso su padre, que llegó dos horas después, le llamó Rodando (sic), y «de allí fué corrompido el nombre, y lo llaman Orlando».

Hasta aquí las variantes son pocas; pero luego se lanza la fantasía del autor con desenfrenado vuelo. Milón perece ahogado al pasar un río, y Eslava no nos perdona la lamentación de Berta, que se compara sucesivamente con Dido abandonada por Eneas, con Cleopatra después de la muerte de Marco Antonio, con Olimpia engañada por el infiel Vireno. Hay que leer este trozo para comprender hasta qué punto la mala retórica puede estropear las más bellas invenciones del género popular. Lo que sigue es todavía peor: el sueño profético de Berta pareció, sin duda, al moderno novelista muy tímida cosa, y le sustituye con la [p. 312] aparición de una espantable sierpe, que resulta ser una princesa encantada hacía dos mil años por las malas artes del mágico Malagis, el cual la había enseñado «el curso de los cielos móviles y la influencia y constelación de todas las estrellas, y por ellas los futuros sucesos y la intrínseca virtud de las hierbas, y otra infinidad de secretos naturales».

Contrastan estas ridículas invenciones con el fondo de la narración, que en sustancia es la de los Reali, sin omitir los pormenores más característicos, por ejemplo, la confección del vestido de Orlando con paño de cuatro colores: «Y así un dia los mochachos de Sena, viéndolo casi desnudo, incitados del mucho amor que le tenian, se concertaron de vestirle entre todos, y para eso los de una Parroquia o quartel le compraron un pedazo de paño negro, y los de las otras tres parroquias o quarteles otros tres pedazos de diferentes colores, y así le hizieron un vestido largo de los cuatro colores, y en memoria desto se llamaba Orlando del Quartel, y no se contentaba con sólo esto, antes más se hacía dar cierta cantidad de moneda cada día, que bastase a sustentar a su madre, pues era tanto el amor y temor que le tenian, que hurtaban los dineros los mochachos a sus padres para dárselos a trueque de tenerlo de su bando.»

La narración prosigue limpia e interesante en el lance capital de la mesa de Carlomagno: «Estando, pues, en Sena, en su Real palacio, acudian a él a su tiempo muchos pobres por la limosna ordinaria de los Reyes, y entre ellos el niño Orlando..., el qual, como un dia llegase tarde..., se subió a Palacio, y con mucha disimulacion y atrevimiento entró en el aposento donde el Emperador estaba comiendo, y con lento paso se allegó a la mesa y asió de un plato de cierta vianda, y se salió muy disimulado, como si nadie lo hubiera visto, y así el Emperador gustó tanto de la osadía del mochacho, que mandó a sus caballeros lo dexasen ir y no se lo quitasen; y así fué con el a su madre muy contento y pensando hacerla rica... El segundo dia, engolosinado del primero, apenas se soltó de los brazos de su madre, cuando fué luego a Sena y al palacio del Emperador, y llegó a tiempo que el [p. 313] Emperador estaba comiendo, y entrando en su aposento, nadie le estorbó la entrada habiendo visto que el Emperador gustó dél la primera vez, y fuése allegando poco a poco a su mesa, y el Emperador, disimulando, quiso ver el ánimo del mochacho, y al tiempo que el mochacho quiso asir de una rica fuente de oro, el Emperador echó una grande voz, entendiéndole atemorizar con ella; mas el travieso Orlando, con ánimo increible, le asió con una mano de la cana barba, y con la otra tomó la fuente, y dixo al Emperador con semblante airado: «No bastan voces de reyes a espantarme»; y fuése, con la fuente, de Palacio; mandando el Emperador le siguiesen cuatro caballeros, sin hacerle daño, hasta do parase, y supiesen quién era.»

La escena del reconocimiento está dilatada con largas y pedantescas oraciones, donde se cita a Tucídides y otros clásicos; todo lo cual hace singular contraste con la brutalidad de Carlomagno, que da a su hermana un puntillazo y la derriba por el suelo, provocando así la justa cólera de Orlando. Al fin de la novela vuelve el autor a extraviarse, regalándonos la estrafalaria descripción de un encantado palacio del Piamonte, donde residía cada seis meses, recobrando su forma natural, la hermosísima doncella condenada por maligno nigromante a pasar en forma de sierpe la otra mitad del año.

¿Cuál de los textos citados hasta ahora es el que Lope pudo tener presente para su comedia? No hay que pensar en las Noches de Eslava, por ser posteriores a La Mocedad de Roldán. Debe prescindirse también de la más antigua versión poética italiana, por estar inédita y haber sido desconocida hasta nuestros días, y de los dos poemas anónimos, por la escasa boga y difusión que tuvieron fuera de los límites de la península itálica. Solo por dos caminos pudo llegar la leyenda al Teatro de Lope: por la prosa de I Reali di Francia, o por el poema de Ludovico Dolce. Es verosímil que conociera los Reali, que hoy mismo son tan populares en Italia como entre nosotros el Fierabrás, disfrazado con el título de Historia de Carlomagno y de los doce Pares: y es seguro que había leído el poema de Dolce, ya en su original, ya en la [p. 314] traducción castellana de Enríquez de Calatayud. Pero a semejanza de lo que había hecho en Los Palacios de Galiana (aunque ahora con más acierto), trató el asunto con la mayor libertad, conservando sólo los datos fundamentales de la tradición. Comenzó por alterar los nombres y circunstancias tenidas por históricas, de la manera más arbitraria, suponiendo vivo y en posesión de la dignidad imperial al padre de Carlomagno, inventando las figuras del Príncipe de Hungría y del Embajador de España, dejando innominada a Berta, convirtiendo a Milón en el conde Arnaldo, adaptando de otros relatos carolingios los nombres de Merián, Urgel y Dardín, creando de propia minerva y con instinto de gran poeta dramático las escenas de querella y reconciliación entre Roldán y su madre, y explayándose con fácil y pintoresca pluma en el cuadro de la insurrección de los villanos. De estas alteraciones, unas son indiferentes, otras poéticas y felices, y en general puede decirse que la leyenda salió mejorada de manos del poeta moderno. Sólo se le puede culpar de haber malogrado con sequedad y dureza, sin duda por la precipitación con que solía escribir las últimas escenas de sus dramas, el cuadro, que pudo ser bellísimo, de Roldán en la mesa de Carlomagno, dejándole intacto para Luis Uhland, que le desarrolló con gran ventaja en la noble y gentil balada que lleva por título Der klein Roland!

«Sentado estaba a la mesa el rey Carlos en la sala dorada. Los servidores pasaban de continuo trayendo platos y copas.

Alegrábanse los corazones de los comensales con las flautas, las violas y las canciones, pero el son armonioso no llegaba hasta el solitario retiro de Berta.

Fuera, en el amplio patio del castillo, estaban sentados muchos mendigos que se complacían en beber y comer, más que en el son de los instrumentos.

Francas estaban las puertas para que el Rey contemplase a la muchedumbre, cuando entre ella se abrió paso un hermoso niño.

Singular era su traje, cosido de cuatro pedazos de color diverso: no se detuvo con los mendigos, sino que miró al fondo de la sala.

[p. 315] En la sala entra el niño Roldán, como en su casa: levanta un plato del centro de la mesa, y se lo lleva sin decir palabra.

Asombrado queda el Rey; pero como nada dice al niño, nadie se atreve a detenerle.

Poco después vuelve a entrar el niño Roldán en la sala; se acerca audazmente al Rey y le arrebata su copa de oro.

—¿Qué haces, muchacho insolente?—exclama el Rey; pero el niño Roldán no suelta la copa, sino que mira al Rey de hito en hito.

Sombría y torva era la mirada del Rey, pero cuando le vió afrontar sus iras, no pudo menos de reírse.

—Entras en mi sala dorada como en el verde bosque; arrebatas los platos de la mesa real como pudieras coger la fruta de un árbol; como quien va a buscar agua a la fuente, te llevas mi vino espumante y rojo.

—Las villanas beben en la fresca fuente y cogen de los árboles la fruta; a mi madre convienen sabrosas viandas y pescados y la espuma del vino rojo.

—¿Tan noble dama es tu madre? ¡Tendrá un espléndido castillo y grande aparato y servidumbre! Dime, ¿quién es el escudero que trincha en su mesa? ¿Quién es el que la sirve la copa?

—Mi mano derecha es su trinchante, mi mano izquierda es su copero.

—Dime, ¿quién son sus centinelas?

—Son mis ojos azules.

—Dime, ¿quién son sus cantores?

—Son mis labios rojos.

—¡Buenos servidores tiene la dama! Pero gastan una extraña librea que reproduce todos los colores del arco iris.

—He vencido y derribado en la lucha a ocho mancebos de cada uno de los cuatro barrios de la ciudad, y me han traído por tributo paño de cuatro colores.

—A fe mía que la dama tiene el mejor servidor del mundo. ¿Será, por ventura, la reina de los mendigos? Una dama tan noble [p. 316] no puede vivir alejada de mi corte. Levántense tres damas y tres caballeros, y vayan en seguida a buscarla...»

En esta delicada y graciosa composición, la pulcritud y elegancia del arte moderno ha acertado a reproducir el encanto de la vieja leyenda sin desvirtuar su ingenuidad nativa.

Para terminar este largo artículo advertiremos que hay en la Parte 33 de Comedias escogidas (1670) una imitación o refundición poco feliz de esta comedia de Lope, con el título de Las Niñeces de Roldán. Es trabajo de dos ingenios, D. Francisco de Villegas y José Rojo.

Notas

[p. 291]. [1] . Es el testamento de su padre, Juan Ruiz de Mendi, otorgado en 24 de noviembre de dicho año, Vid. Pérez Pastor (D. Cristóbal), Nuevos datos acerca del histrionismo español (Madrid, 1901), pág. 44.

[p. 292]. [1] . Esta etimología parece literalmente tomada de I Reali di Francia (lib. VI, c. 53) : «La prima volta che io lo vidi, si lo vidi io che il rotolava, et in Franzoso è a dire rotolare «roorlare...» Io voglio per rimemoranza che l'abbia nome Roorlando.»

 

[p. 293]. [1] . Es descuido muy característico de la atropellada facilidad con que Lope trabajaba, la falta de fijeza con que marca la edad de Roldán, que en algunas escenas parece un niño y en otras un mancebo muy formado. Pero ha de advertirse, en relativo descargo del poeta dramático, que esta contradicción o incertidumbre estaba ya en la leyenda antigua, aunque debió remediarla, para que en el teatro no chocara.

[p. 302]. [1] . Por ejemplo, las estancias que recita Roldán en el acto tercero:

¡Cuán diferente vida
Es la del cortesano,
De la que siendo labrador tenía.....

En estos versos, puestos en boca de Arnaldo al regresar del cautiverio y saludar los muros de París:

¡Oh, cuán dulce es la patria al peregrino!
¡Dichoso aquel que en el invierno al fuego,
Cercado de sus hijos y su esposa,
Cuenta el camino, y los abraza luego,
Vertiendo el alma, de placer llorosa:
Yo me contemplo como Ulises griego,
Si vive acaso mi mujer hermosa,
Contándole a Telémaco mi historia,
En brazos de Penélope, mi gloria....

hay cierta semejanza con el principio del célebre soneto de Joaquín du Bellay, tenido por el mejor de la antigua poesía francesa:

Heureux qui, comme Ulysse, a fait un beau voyage,
Ou comme cestuit-là qui conquit la toison,
Et puis s'est retourné, plein d'usage et raison,
Vivre entre ses parents le reste de son âge...

Lope no desconocía la literatura francesa (aunque la practicase muy poco, como todos los españoles de su tiempo), y alguna vez habló con aprecio de Ronsard y otros poetas de la Pléyada, y aun del mismo Du Bellay, si la memoria no me es infiel. Puede no ser enteramente casual la coincidencia.

[p. 303]. [1] . Ricerche intorno ai Reali di Francia (1872), pág. 253.

[p. 308]. [1] . Vid. G. París, Histoire poétique de Charlemagne, páginas 409-412; Guesard, en la Bibliothèque de l'École des Chartes, 1856, pág. 393 y siguientes, y muy especialmente Rajna, Ricerche intorno ai Reali di Francia, pág. 253 y siguientes.

[p. 309]. [1] . Numerosas ediciones de estos poemas pueden verse registradas en la Bibliografia dei romanzi e poemi romanzeschi d'Italia, que sirve de apéndice y tomo IV a la obra del Dr. Julio Ferrario Storia ed analisi degli antichi romani di cavalleria (Milán, 1829).

[p. 309]. [2] . Le prime imprese del conte Orlando di Messer Ludovico Dolce, da lui composte in ottava rima, con argomenti, et allegorie. All' Illustriss. et Eccellentiss. Signor Francesco Maria della Rovere Prencite d'Urbino.—Vinegia, appresso Gabriel Giolito de Ferrari, 1572. En 4.º

[p. 309]. [3] . El nascimiento y primeras Empressas del conde Orlando. Tradvzidas por Pero Lopez Enriquez de Calatayud, Regidor de Valladolid.— Valladolid, por Diego Fernández de Córdoba y Oviedo. Sin año; pero la fecha (1594) se infiere del privilegio.

[p. 309]. [4] . Parte Primera del libro intitulado Noches de Invierno. Compuesto por Antonio de Eslava, natural de la villa de Sanguessa. Dedicado a Don Miguel de Navarra y Mauleon, Marques de Cortes y Señor de Rada y Traybuenas.—En Bruselas, por Roger Velpio y Huberto Antonio, impressores de Sus Altezas, a l' Aguila de Oro, cerca de Palacio, 1610. En 8.º Páginas 313-372. La primera edición es de Pamplona, 1609.