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Obras completas de Menéndez... > ESTUDIOS SOBRE EL TEATRO DE... > V : IX. CRÓNICAS Y LEYENDAS... > LXXV.—LA CONTIENDA DE DIEGO GARCÍA DE PAREDES Y EL CAPITÁN JUAN DE URBINA

Datos del fragmento

Texto

El original de esta comedia, inédita hasta ahora, y que probablemente es la misma que en las dos listas de El Peregrino se designa con el título de El capitán Juan de Urbina , existía en la biblioteca de los Duques de Sessa, y desapareció, como tantas otras preciosidades, en el lamentable desbarate del archivo y biblioteca de dicha casa, en tiempos bastante recientes. Sólo se ha salvado una copia hecha en 1781 por el ya mencionado archivero D. Miguel Sanz de Pliegos, la cual, procedente de la colección de D. Agustín Durán, se custodia ahora en la [p. 339] Biblioteca Nacional. Firmó Lope esta comedia en 15 de febrero de 1600, y en 28 del mismo mes la aprobó el secretario Tomás Gracián Dantisco. Por las licencias que van al fin del manuscrito, consta que fué representada en Jaén en el mes de enero de 1614 por el «autor de comedias Becerra».

Esta comedia, casi contemporánea de la anterior, y del mismo estilo, comprende tres acciones principales: los hechos de Diego García de Paredes en Italia; la atroz venganza que el capitán Juan de Urbina tomó en su adúltera mujer; y la disputa o contienda de Paredes y Urbina sobre la adjudicación de las armas del Marqués de Pescara.

En lo que toca a las portentosas valentías y alardes de fuerza del Sansón extremeño, Lope de Vega sigue paso a paso la Breve suma de la vida y hechos de Diego García de Paredes , la cual él mismo escribió y la dejó firmada de su nombre , como al fin della parece , papel suelto, en letra gótica, que comúnmente se halla al fin de la Crónica del Gran Capitán (o de las dos conquistas del reino de Nápoles) , pero con paginación diversa. Juntas estaban también en el ejemplar que tenía el ventero de la primera parte del Quijote (capítulo XXXII), aunque le estimaba menos que los otros dos libros que componían su biblioteca; es a saber: Don Cirongilio de Tracia y Félix Marte de Hircania. «Hermano mío, dijo el Cura, estos dos libros son mentirosos y están llenos de disparates y devaneos, y este del Gran Capitán es historia verdadera, y tiene los hechos de Gonzalo Hernández de Córdoba, el cual por sus muchas y grandes hazañas mereció ser llamado de todo el mundo el Gran Capitán, renombre famoso y claro y dél sólo merecido: y este Diego García de Paredes fué un principal caballero, natural de la ciudad de Trujillo en Extremadura, valentísimo soldado, y de tantas fuerzas naturales, que detenía con un dedo una rueda de molino en la mitad de su furia, y puesto con un montante en la entrada de una puente, detuvo a todo un innumerable ejército que no pasase por ella, y hizo otras tales cosas, que si como él las cuenta y las escribe él de sí mismo con la modestia de caballero y de coronista propio, las escribiera otro [p. 340] libre y desapasionado, pusieran en olvido las de los Héctores, Aquiles y Roldanes.—¡Tomaos con mi padre!, dijo el ventero; ¡mirad de qué se espanta, de detener una rueda de molino! Por Dios, ahora había vuestra merced de leer lo que leí yo de Felix Marte de Hircania, que de un revés solo partió cinco gigantes por la cintura, como si fueran hechos de habas, como los frailecicos que hacen los niños!... Calle, señor, que si oyese esto, se volvería loco de placer: dos higas para el Gran Capitán y para ese Diego García que dice.»

Advierte Clemencín, con su acostumbrada y algo cómica puntualidad, que Cervantes, citando de memoria, según costumbre, atribuyó a Diego García de Paredes lo de la rueda de molino, que fué bizarría del capitán Céspedes, el Hércules manchego, a quien ya encontraremos en otra comedia de Lope; y que lo del puente no esta en la autobiografía de Paredes, sino en la Crónica del Gran Capitán.

En fecha muy posterior a esta comedia de Lope, su amigo D. Tomás Tamayo de Vargas publicó el curioso libro que lleva por título Diego García de Paredes: Relación breve de su tiempo (Madrid, por Luis Sánchez, 1621), obra en que le ayudó el malogrado Baltasar Elisio de Medinilla, recogiendo papeles y noticias. Tamayo de Vargas, hombre de mucha erudición histórica, de buen estilo y de buen juicio cuando no le extraviaba la pasión de los falsos cronicones, tomó por base la Relación atribuída a Diego García de Paredes, pero la amplió y mejoró considerablemente con ayuda de las historias españolas e italianas y con algunos documentos originales de tanta importancia como el privilegio que el emperador Carlos V dió a Paredes en Bolonia, al armarse caballero, en 24 de febrero de 1530, donde se recopilan sus principales hazañas y servicios.

A este volumen debe acudir el que quiera apurar con rigor histórico las portentosas valentías de Diego García de Paredes, [1] [p. 341] pero para nuestro objeto importa más la autobiografía que se supone escrita por el jayán extremeño en su última enfermedad, y dirigida a su hijo D. Sancho de Paredes, «para que en las cosas que se ofreciesen de su persona y honra haga lo que debe como caballero, poniendo a Dios siempre delante de sus ojos, y procurando tener razon para que le ayude». Cervantes pondera la modestia del heroico soldado, como hemos visto, y Tamayo de Vargas, comparando su Relación con los Comentarios de Julio César, dice que «refiere sus sucesos con menos ambicion que el romano, y más como soldado, que sólo pretendía hacer relacion de sus cosas, no adornarlas, sin reparar en el cómputo de los tiempos ni en la sucesión de los acaecimientos, porque, fuera de anteponer los que eran últimos, dejó en silencio muchos que no lo merecían».

A pesar de tan respetables testimonios, no parece un dechado de modestia la Brebe suma de Diego García de Paredes , y seguramente hay en ella pasajes dignos del valentón mas desaforado; pero es tan sabrosa en medio de su ruda llaneza y está tan enlazada con la comedia de Lope, que puso en acción o en narración la mayor parte de ella, que no podemos menos de transcribirla, a lo cual su propia brevedad convida:

« Sumario de las cosas que acontecieron a Diego García de Paredes y de lo que hizo , escrito por él mismo cuando estaba enfermo del mal que murió.

En el año de mil e quinientos e siete, ove una diferencia con Rui Sanchez de Vargas sobre un caballo que yo le tenia para venir de Italia: vino tras mi Rui Sanchez, y luego sus escuderos me acometieron de tal manera que me vi en aprieto; pero al fin los descalabré a todos y seguí mi camino.

[p. 342] «En el mismo año llegué a Roma con gran necesidad, yo y mi hermano Alvaro de Paredes, en la cual ciudad no hallamos quien nos diese de comer por la falta de guerra, que no habia; y estando pensando cómo se podria salir de tal fatiga, acordamos de asentar con el Papa por alabarderos de su guardia, queriendo más poner los cuerpos a la senridumbre que darnos a conoscer al Cardenal de Santa Cruz, D. Bernardino de Carvajal, cuyos primos éramos. Pasando algunos meses en esta vida con otros españoles amigos, cuyos nombres son Juan de Urbina, Juan de Vargas, Pizarro, Zamudio y Villalba, y pasando todos juntos, nos tocó la guardia de la puerta, donde estábamos tirando la barra unos con otros, de lo cual el Papa se holgaba. Llegaron unos caballeros a tirar, y entre ellos habia uno que se tenia por gran tirador, y éste dijo a mi hermano si habia quien tirase cien ducados, que él se los tiraría; fuéle respondido que sí; éste se desnudó y puso los cien ducados y demandó al tirador que habia de tirar: yo tomé la barra no teniendo los ducados y quise tirar por gentileza, y éste, enojado de mí, dijo que me fuese a tirar con otros como yo, que no era su honra tirar conrnigo: yo le dije que mentía, y sus compañeros y criados echaron mano a las espadas y yo a la barra que en la mano tenia, y con ellos nos defendimos con su daño, que matamos cinco dellos, y más de diez heridos; por donde se revolvió la corte de tal suerte, que mandó el Papa que se prendiesen los romanos por el poco respeto que tuvieron, y así fué hecho, y a nosotros dados por libres.

En el mes de Marzo se vieron mis amigos y yo más necesitados que nunca, y andábamos tan alcanzados con el poco partido que encontrábamos, que determiné darme a conocer al Cardenal por salir de tal caso, y ansí lo hice, que fué provecho de todos, que no pasando Abril y Mayo se revolvió Montefrascon y otra tierra que confina con tierra del Próspero Colona, para la cual cosa se hicieron seis banderas, cuatro de infantería y dos de caballos, y allí me dieron la primera compañía que tuve.

Fué mi alférez Juan de Urbina, mi hermano Pizarro sargento, Villalba y Zamudio cabos de escuadra. Fué general de esta gente [p. 343] un sobrino del Papa: hicimos el viaje caminando de noche por no ser sentidos, y llegamos a la media noche al burgo de la tierra; buscamos escalas, palancas, vaivenes y otras cosas convenientes, y tomé cuerdas que bastaban a la muralla, y atados dos leños a los cabos y con picas, los atravesé en las almenas, por donde subí tan paso que no fuí sentido, y el general ordenó saltar la tierra de la otra parte, más con ruido que con obras, porque cargase la gente allí; y yo hice subir mis compañeros por las sogas y mataron los centinelas de la muralla, y bajaron a la guardia mis compañeros y pelearon con ella: yo fuí a la puerta, y así del cerrojo que estaba con llave, y arranqué las armellas, y abrí las puertas por donde entraron los nuestros, y fuimos a la plaza do se recogieron para pelear los enemigos. Eran por todos ocho banderas de infantería; fueron rompidas y la tierra saqueada, y la otra tierra se rindió de miedo.

De allí se despidió la gente, salvo mi compañía, que vueltos a Roma, me metieron en Sant Angel, y estuve allí todo el año hasta la guerra del Papa y el duque de Urbino, que favoreció el Gran Capitan por mandado del Emperador Maximiliano, por la liga que se hizo contra él. Salimos en compañía siendo yo de guardia: los enemigos me acometieron por dos partes; dímonos tan buena maña con ellos, que se perdieron los más muertos y heridos, y porque peleando con ellos dije España , fuí reprendido del capitan Cesáreo Romano, diciendo que yo era traidor; yo le desmentí y fué necesidad de combatir con él, y dióme Dios la victoria, que le corté la cabeza, no queriendo entenderle que se rendía. Sabido por el Papa, mandóme quitar la compañía y que me prendiesen, y así se hizo; que yo fuí preso en la tienda del general, y guardábanme ocho soldados, y a media noche me aventuré a salvarme, tomando de la guardia una alabarda, y con ella maté a la centinela, y salí fuera, y la guardia tras mí hasta la guardia del campo, y allí reparé por la mucha gente que venia, y el capitan alborotado detuvo la gente con mano armada, no sabiendo qué fuese; yo salí a la centinela, demandóme el nombre; como no se lo sabia dar acometióme y yo le maté, y salí fuera del [p. 344] fuerte y fuíme al campo del duque, do fuí recibido, aunque la noche pasada había hecho daño en ellos. Fuí llevado a la tienda del duque, el cual mostró conmigo mucho placer y dióme una compañía de arcabuceros de un capitan que fué muerto la noche pasada, y ofrecióme más merced, y estando de dia en dia para dar la batalla, repliqué al duque nos llegásemos más, y así lo hizo, que pasamos el río por barcas y entramos en una isleta y allí nos aislamos. Porque los enemigos supieron que venian de socorro y eran venecianos y tomaron las barcas, y por la otra parte el campo del Papa nos tomó una puente que estaba al otro brazo del río, de que hubimos temor de hambre; y como yo fuí la causa de este cerco procuré el remedio, porque no habia vitualla para dos dias, y dije al duque que queria probar ventura, y tomé un caballo en calzas y en camisa, y hice esplanar la punta de arriba do se partian los brazos del río, y con una lanza entré en el río entre las dos aguas, y quísome Dios tan bien que tentando hallé vado, aunque alta la salida, y fué menester allanalla, y tornando al duque, demandé quinientos caballos y quinientos arcabuceros, y tomados a las ancas con los trompetas y atambores del campo, me partí diciendo al duque reposase hasta una hora antes del día, y a aquella hora se pusiese cerca de la puente, que yo queria romper los enemigos y tomalles la artillería; y así fué, que pasados de la otra parte el duque les tocó arma toda la noche, y estando de vela y cansados, mandaron por una carta a los venecianos que pasasen el río, la cual yo tomé, y venida la hora puse en cinco partes la gente y comencé a destemplar las cajas de los atambores, y los enemigos pensaron que fuesen venecianos, y así pude llegar sin alboroto al campo, al cual acometimos todos a un tiempo, entrando por él, matando y quemando, de tal suerte que no era bien de dia cuando eran rotos sin saber quién los rompia, y tomé el artillería, haciendo volver las bocas hacia ellos, y salido el duque acabamos la jornada, do reposamos cuatro horas y tuvimos modo de enviar la carta a los venecianos y que pasasen el río, y así lo hicieron, y pasaron todos, que eran seis mil, y yo fuí con dos mil escopeteros a un soto donde los puse secretos, y el [p. 345] duque vino como a recibillos, y ellos no sabiendo cosa de lo pasado, salvo el ruido del artillería, pasaron sin sospecha, y queriendo ponerse en orden, los acometí con la escopetería, do murieron más de dos mil, y los otros presos y ahogados fenescieron. Estas dos batallas, por la voluntad de Dios, ganamos en aquel dia, con que el duque cobró lo que tenía perdido y sosegó su estado.

De allí fuimos al campo de Próspero Colona, y el Gran Capitan me recibió muy bien, y el Próspero me llevó consigo y me dió una compañía de caballos, y dos de escopeteros, y fuí coronel de esta gente. Sucedió la guerra del rey de Francia por la parte del reino de Nápoles; fuese a dar la batalla de Ravena, do la perdimos por la mucha gente, que eran sesenta mil, y nosotros quince mil; pero quedaron tan pocos como nosotros éramos; escaparon dos mil y quinientos españoles, y recogimos al duque de Urbino, y rehízose el campo, y fuimos tras los enemigos, y alcanzámoslos en el Ferrarés. Venecianos tornaron con socorro y el Papa también; el duque de Ferrara en favor de Francia. Duró la guerra algunos días, escaramuceando unos con otros; iba nuestro bagaje dando sacomano en los enemigos, los cuales, siendo avisados, hicieron una emboscada de dos mil hombres, y fuí por escolta con mis tres banderas, dos de escopeteros y una de caballos, do se hizo el sacomano. Dejé la infantería e yo pasé adelante con los caballos; fuí acometido dellos y tomáronme el paso. Fué forzado pelear y romper por medio, lo cual se hizo a su pesar. Pasados dellos, salió la escopetería en nuestro socorro, y tomáronnos en medio, y peleamos tanto los unos con los otros, que de los míos quedaron doscientos vivos e de los suyos cuatrocientos; todos los otros murieron, y a mi me prendieron con tres heridas de escopeta y mi caballo muerto. Tomáronme cuatro hombres de armas, y llevándome preso a pie, topamos una puente sin bordes, y allí me abracé con ellos, que me llevaban asido, y abrazados así me dejé caer de la puente abajo, y ellos se ahogaron, y yo escapé por buen nadador y voluntad de Dios; que si me llevaran al campo me dieran mil muertes; y así volví a nuestro campo, armado de todas armas, a pie y mojado y seis millas de camino; con todo fuí [p. 346] bien recibido del Próspero. Los enemigos tomaron tanto miedo desta vez, que pidieron treguas por dos meses. El coronel Palomino se dejó decir que habia yo ganado poca honra con los enemigos, pues perdí mi gente, y que fué más la saña que la valentía; yo le envié un cartel diciendo que yo habia hecho más aquel dia que él haria toda su vida; él respondió feamente, por donde convino combatir. Fué mi padrino Juan de Somado, maestre de campo; fué suyo Perucho de Garro; fueron señores del campo el Próspero y el Gran Capitan; combatimos con espada sola, en calzas y en camisa. Dióme una cuchillada en el brazo izquierdo desde el codo hasta la uña del dedo pulgar; díle yo otra a él que le corté el brazo de la guarnición y la mano; arremetí a tomalle con la mano izquierda, y díle otra en el muslo que di con él en el suelo. Quise cortalle la cabeza, pidiómele el Gran Capitan por hombre muerto, y yo se le di.

Cumplida la tregua de la guerra, hubo concierto entre los campos, con mandado de los reyes, que combatiesen doce por doce. Vino a efecto. Por una parte fueron éstos: el coronel Villalba, el coronel Aldana, el coronel Pizarro, el coronel Santa Cruz, el capitan Juan de Haro, el capitan Juan de Somado, el capitan Alvarado, dos capitanes de gente d'armas, dos italianos y yo. Quiso Dios mostrar su justicia, que fueron muertos. Sobre este combate se revolvió un capitan francés conmigo, porque yo le habia muerto dos hermanos. A los dos dias combatimos con porras de hierro en medio de dos campos, rodeados de hombres d'armas. Viendo el francés la pesadumbre de la porra, echó la suya en el campo no pudiéndola menear, y puso mano al estoque y vino a mí pensando que yo no podría alzar la porra, y dióme una estocada por la escarcela del arnés, hiriéndome, y yo le di con la porra en la cabeza y le hundí en ella el almete, y murió. Por estas cuatro cosas que me acaecieron casi juntas, me vinieron muchos reveses, ansí de amigos como de enemigos, que por espacio de dos meses combatí otras tres veces, y quiso Dios darme victoria por la razon que tenia. Desde a pocos dias fué la batalla de Vicencia y la ganamos, auque pensaron tenernos en la red.

[p. 347] De ahí fuí a España con el Gran Capitan, que fué a dar cuenta de los hechos, y alcanzó al rey por cient mill ducados, y estando un dia en la sala del rey muchos caballeros, entre ellos hubo dos que dijeron que el Gran Capitan no daba buena cuenta de sí. Yo respondí alto que lo oyó el rey, que cualquier que dijese que el Gran Capitan no era el mejor criado suyo y de mejores obras, que tomase un guante que yo le presenté en la mesa. El rey me lo volvió, que no lo tomó naide, y dijo el rey que fuera verdad lo que yo decia, y de allí adelante el Gran Capitan estuvo bien conmigo, que él hasta entonces no me podia ver porque no serví a Próspero. De allí me fuí a mi tierra por Coria; llegué tarde con solo un paje, que a mi casa no pude andar tanto, y hallé en la posada dos rufianes y dos mujeres de mal vivir y unos bulderos que querian cenar; y como vestido de pardillo me viesen y con un papahigo, pensaron que era merchan de puercos, y comenzáronme a preguntar dónde iba y si iba a comprar puercos, que allí los había buenos; y no respondiendo pensaron que era judío y sordo, y llegó uno de los rufianes a tirarme del papahigo diciendo que si era sordo. Yo estuve quedo por ver qué haria, mas un buldero, que parescia hombre de bien, le dijo quedito que no se burlase conmigo, que no sabía quién era y que se me parescian armas debajo del sayo. Estos rufianes llegaron a mí por ver las armas desque me vieron armado, los judíos no hicieron más escarnio; las mujercillas decían si habia escapado del sepulcro huyendo; en esto llegó mi gente, que traia de Italia veinte y cinco arcabuceros, y envié el paje a ellos, que no dijesen quién yo era e hiciesen que no me conoscian, por ver en qué paraba la fiesta; y tornados al tema, vino uno de ellos y tiróme del papahigo, queriendo que le mostrase las armas, que eran doradas; y aun me dijeron si las habia hurtado. Un cabo de escuadra mío, no lo podiendo ya sufrir, quiso poner mano a la espada; yo me levanté y tomé un banco en que estaba sentado y comencé por el rufian y las mujercillas, y abrí la cabeza al rufián y eché las mujeres y los bulderos en el fuego; una mujer cayó debajo y murió; los otros, quemadas las caras y manos, salieron dando voces a la justicia, [p. 348] y el mesonero con ellos. Nosotros nos sentamos a cenar su cena, hasta que todo el pueblo se juntó a la puerta y vino un alcalde a quebrar la puerta; yo le hice abrir, y entrando de golpe los porquerones, yo que tenia la tranca de la puerta en las manos, derroqué dos o tres dellos y no osaron entrar más, y de fuera me requerian que me diera a prision, si no que me quemarian la casa, y en fin vino el obispo, que era mi deudo, y arreglóse todo.

Desde a poco tiempo se me mandó ir a Navarra; fuí coronel de nueve banderas; tomamos a Moya un castillo fuerte; fuimos a Pamplona, dimos la batalla, perdiéronla los franceses; fuimos a Fuenterrabía, tomámosla por hambre. Despidióse la gente que no fué menester: subcedieron las Comunidades. Pararon en lo que sabemos. Volvimos luego a Navarra con el príncipe Dorange y el condestable; tomamos de franceses a Vidalia, Monleon, Vesolla y a Salvatierra. De allí fuimos a Tariz, y fué quemada por los alemanes y saqueada, mas del vino que bebieron se pararon tales, que los enemigos les tomaron toda el artillería que llevaban; y yo iba de retaguardia con mis escopeteros, y atravesé un monte y toméles un paso a los que iban con la presa, que eran por todos cinco mil: tomélos descuidados, rompímoslos e quitámosles el artillería y matamos mil dellos y prendiéronse muchos, y de ahí fuimos a Fuenterrabía y rindiose; fué despedida la gente que no fué menester: quedó Gutierre Quijada y yo, cada uno con su coronelía. Vino campo de franceses, tomamos el castillo de Treavía, que era el paso; defendímosle, tornáronse todos, salvo cinco mil esguízaros escogidos entre doce mil. Despidióse nuestra gente; quedaron seiscientos españoles. Vinieron los esguízaros contra ellos por una montaña arriba tan derecha que subian asiéndose con las manos, por degollarnos. Cuando fueron en lo alto arremetimos con ellos, rompímoslos; vinieron a morir despeñados por nuestras manos y ahogados en un rio más de cuatro mil, y los otros fueron presos y llevados a los gobernadores de España a Vitoria.

Luego vino S. M. de Flandes: fuí yo a besarle las manos: hizo cortes: fué luego a Italia, a Bolonia. Coronóse: fuimos luego a [p. 349] Hungría: retiróse el Turco: tornamos a Italia, y llegados al Friul, una jornada atrás me quedé en una casa en la campaña, por ser tarde, a una milla del campo. Iban conmigo unos criados del Emperador con sus mujeres, con sus carros de pan y seis criados míos y mi hijo Sancho de Paredes. A media noche sentí ruido al derredor de la casa. Levantéme de un banco en que estaba armado, hice armar mis criados, y escuchando por una ventana vino una lengua que yo tenia, y dijo: señor, quemar nos quieren la casa y el dueño no lo consiente, y ellos dicen que se la pagarán. Yo por no ser quemado salí fuera, y en saliendo diéronme cuatro escopetazos; quiso Dios que todos me hicieron poco mal; y tomáronnos en medio a todos y con alabardas y piedras comenzaron a pelear. Diéronme tantas pedradas que nos descalabraron a todos, y convínonos retirar las espaldas a la casa, y allí nos defendimos lo mejor que se pudo, hasta que un soldado que se quedó escapó aquella noche huyendo, y fué nuestra salvación, que fué al campo ya que era de dia, diciendo que mataban a Diego García de Paredes. Volvieron en nuestro socorro el alférez Diego de Avila con cincuenta arcabuceros todos a caballo, y si tardaran más todos éramos despedazados, porque estábamos todos mal heridos y yo de rodillas en tierra entre algunos suyos muertos, do no me podian herir en las piernas, y ansí llegó el socorro, y matamos tantos que escaparon pocos más de cient hombres que eran: yo prometo a Dios que fuí el hombre más cruel que nunca fuí, porque maté más de diez dellos. Mataron ellos un criado del Emperador y a su mujer, y diéronme a rní seis heridas pequeñas, y dieron a Sancho Paredes tres; de manera que a todos nos señalaron. Sea loado Dios, pues nos libró. Venimos a Bolonia, do siendo Dios servido daré fin a mis dias. Dejo estas cosas a Sancho de Paredes por espejo en que haga sus obras conforme a estas en servicio de Dios.» [1]

Basta pasar los ojos por esta relación, para sospechar que si [p. 350] no es enteramente apócrifa (y por su estilo no lo parece), está a lo menos corrompida e interpolada. Pondré un ejemplo solo, para no entrar en disquisiciones histórico-críticas, ajenas del estudio presente. Constan en todos los historiadores fidedignos, y, para citar uno solo que vale por muchos, en los Anales de Zurita (lib. V, cap. III), los nombres de los campeones del desafío de Barleta, que no fueron doce, sino once. [1] Ni uno solo de ellos, a excepción de Diego García de Paredes, coincide con los que trae el Sumario , donde, por una parte, se ve el deseo de enaltecer apellidos militarmente ilustres, como los de Villalba, Aldana, Pizarro y Alvarado, pero que lo fueron en campañas posteriores, y por otra, una vaguedad grande de noticias, citando, sin nombrarlos, a dos capitanes de gente de armas y a dos italianos. Aun en esto anduvo torpe el falsario, pues no concurrió ningún italiano a aquella lid campal. Es igualmente falso que todos los caballeros franceses quedasen muertos: sólo murió uno a manos de Diego de Vera; y el éxito del combate quedó indeciso, dándoseles a todos por buenos, no sin gran enojo del Gran Capitán, que dijo al mismo Diego García: «Por mejores os envié yo.» Tampoco hablan las crónicas del desafio de Paredes con el capitán francés, y parece inventado como en desquite del verdadero duelo entre Bayardo y el español Alonso de Sotomayor, que murió atravesado por un golpe de daga que su adversario le dió por debajo de los ojos.

Ha de considerarse, pues, este Sumario , o como un rifacimento de memorias originales, cuya existencia no nos atrevemos a negar de plano, o como una leyenda popular y soldadesca, forjada por [p. 351] autor desconocido con recuerdos algo confusos y anacrónicos de las andanzas del hercúleo extremeño.

Para Cervantes y para Lope fué, sin embargo, historia auténtica. Las principales escenas de la comedia del segundo están fundadas en ella.

Mayor dificultad encuentro para discernir el fundamento histórico o tradicional que pueda tener la venganza atribuída al capitán Juan de Urbina, que hace embarcarse a su mujer con toda su familia y domésticos, y en alta mar los anega a todos, sin perdonar siquiera a los irracionales:

       Que en una barca, en la mar
       Metió su casa, de suerte
       Que hasta perros y gallinas
       Quiso que a la fiesta fuesen:
       Los cuales, y un tierno niño,
       Echó a la mar y a los peces,
       Y nadando, a la ribera
       Salió bramando impaciente...

Esta atrocidad, que por el modo de ejecutarse ha podido servir de modelo a la catástrofe de A secreto agravio , secreta venganza , parece inspirada en la trágica historia del Veinticuatro de Córdoba, argumento de otra comedia de Lope. No habiendo encontrado hasta ahora el caso del capitán Urbina en libros de historia, con ser tantos los que hacen mención de sus proezas en Italia, me doy a pensar que se trata de alguna tradición de familia que acaso Lope pudo oir de labios de su primera mujer, doña Isabel de Ampuero Urbina y Cortinas.

Acaso a este mismo propósito de reivindicación familiar responde la contienda, enteramente fabulosa, que Lope deja indecisa, entre Diego García de Paredes y Juan de Urbina, sobre la adjudicación de las armas del marqués de Pescara: contienda imitada de la de Ulises y Ayax de Telamón sobre las armas de Aquiles, en el libro XIII de las Metamorfosis de Ovidio, tan familiares a Lope de Vega.

[p. 352] Esta comedia, que carece de todo género de unidad, pero no de bellezas aisladas, comprende, además de muchos trozos de historia general, una descripción del asalto de Roma, en octavas reales; y una escena de carácter simbólico, en que el magnánimo Pescara rechaza las ofertas de varios príncipes y repúblicas para que, declarándose contra el Emperador, haga la unidad de la Península italiana. Aun siendo tan anecdótico el drama, no deja de asomar a las veces cierta elevada intención histórica.

Por la fecha de su composición hubiera debido anteceder a Las Cuentas del Gran Capitán , pero he preferido reservarla para este lugar porque sus últimas escenas pertenecen al reinado del emperador Carlos V. Juntas estas comedias con la de Los Chaves de Villalba , forman una trilogía sobre las empresas de los españoles en Italia. Pero no son las muestras más sobresalientes de la comedia soldadesca de Lope, cuyo tipo más perfecto hemos de encontrar en El Valiente Céspedes.

La comedia de D. Juan Bautista Diamante El valor no tiene edad [1] (conocida también con el título de El Sansón de Extremadura) , inserta en la Parte 48 de comedias escogidas (1704), no es refundición de ésta de Lope, pero tiene el mismo protagonista y se funda, como ella, en el Sumario , añadiendo otras tradiciones que recopila en un romanzón interminable puesto en boca del héroe; trozo de bravura que debía dejar sin aliento al cómico que lo recitase; son cerca de 400 versos.

Notas

[p. 340]. [1] . En la conocida obra de D. Fernando Pizarro y Orellana Varones ilustres del Nuevo Mundo (Madrid, por Diego Díaz de la Carrera, 1639) hay también una Vida de Diego García de Paredes (páginas 399-427), que nada de particular ofrece, y está muy inoportunamente añadida a esta obra, puesto que Paredes jamás pasó al Nuevo Mundo.

De unos Apuntamientos o advertencias particulares a la vida de Diego García de Paredes , por el cronista Antonio de Herrera, no tengo más noticia que la que da Tamayo de Vargas en su libro. (Vid. Barrantes, Aparato bibliográfico para la historsa de Extremadura , tomo III, Madrid, 1879. Artículo Trujillo.)

 

[p. 349]. [1] . Sigo el texto del manuscrito G-77 de la Biblioteca Nacional, folios 186-190, publicado ya por D. Manuel Juan Diana en su libro Capitanes ilustres y Revista de libros militares (Madrid, 1851), páginas 122-129.

[p. 350]. [1] . «De la compañía del Gran Gapitan, el alférez Gonzalo de Arévalo, y Gonzalo de Aller, y de la del Clavero de Calatrava, Oñate; y de la compañía de D. Diego de Mendoza, el alférez Segura, y Moreno, su hermano, y Rodrigo Piñan; y de la de D. Joan Manuel, Martin de Tuesta, y Diego de Vera, que era capitan de la artillería; y de la de Iñigo Lopez de Ayala, el alférez Andrés de Olivera, y Jorge Díaz, y el onceno fué el muy esforzado caballero y extrañamente valiente Diego García de Paredes.» (Zurita, tomo V, pág. 248, segunda edición.)

[p. 352]. [1] . Este título recuerda en seguida el famoso verso de Corneille:

La valeur n'attend point le nombre des années...

Notorio es que Diamante, por caso singular entre nuestros dramáticos, sabía francés, e imitó, o más bien tradujo libremente, El Cid, de Corneille, en El honrador de su padre.